𝐓𝐞𝐚𝐫𝐬 𝐚𝐧𝐝 𝐒𝐜𝐫𝐞𝐚𝐦 01.
—Título: Temor
—Elementos: Fobia/kitsune
—Palabras: 2164 (escrito)
—Fecha: 18/11/19 , 00:48 am (re tarde aah)
—Anime: Ansatsu Kyoushitsu
—Notas:
1. Me gustó mucho el resultado, tardé cinco días, pero espero que valga la pena uwu
2. Itona es protagonista, hace de Kitsune.
3. Aquí busco dar a comprender que estos seres no son tan perfectos como creen, sienten al igual que nosotros.
4. La idea fue basado en algo menos trágico que me paso.
5. Intento fail de terror y de historia, ajá, ya valí.
Miraba al cielo con atención, aquella masa celestina con grandes bolas denominadas nubes captaban su completa curiosidad. Sentado en el pasto, usando su canina apariencia, era abrazado por su pareja, aquel lobo de pelaje oscuro como la noche misma. Asano sonreía con total tranquilidad, percibiendo como los amarillentos ojos del de pelaje plateado brillaban por el escenario impuesto. Movía lentamente una de sus doradas extremidades, tanteándola de izquierda a derecha.
El ambiente era totalmente tranquilo, pasivo. Tal y como deseaba percibir por las tardes.
No pudo evitar poner la misma mueca en su peludo rostro, contagiado de la serenidad que emanaba el ser japonés bautizado como Kitsune. En ciertos momentos, volteaba su faz para admirar la belleza del contrario, repasando mentalmente cada una de las bendiciones con las que había llegado a tal cruel universo.
Hacía memoria, sabía que la calma con la que apreciaba al ser mágico era momentánea, tan pronto llegará el anochecer, todo daría un último suspiro, para desvanecerse al momento de acostarse y soñar en la espera del siguiente amanecer. Era una rutina a la que estaba acostumbrado, le era indiferente al hecho, trataba de aparentar la mayor paz existente para ser fuerte y protegerlo de sus males, aquellos que lo atacaban noche tras noche, es busca de finalizar con la pequeña cordura con la que cargaba el zorro.
Sabía que eso era posible, aquel espíritu no era del todo perfecto como imaginan los seres mortales conocidos como "humanos". Ellos tenían una idea incompleta sobre las entidades, tomándolos por entes con gran cantidad de poder, sabiduría infinita y fuerza sobrehumana. Y sí, no fallaban ahí, la tenían, pero solo un bajo porcentaje. Los que superaban distintas pruebas obtenían esa recompensa con el pasar de los breves años.
Algunos, como su ser, no lograban lo soñado y terminaban de aquella manera.
Traumas, miedos, desesperanza por adquirir algo en su amplia vida. No todos encajaban en la definición de "perfectos".
Él era débil.
Él sentía tristeza.
Él lloraba cada noche por las pesadillas a las cuales estaba condenado a observar en su mente al cerrar los ojos.
Él sufría por todo lo que aquella bella mujer yako le había provocado en un pasado. Todas aquellas veces en las que fue abandonado generaron un pesado trauma. Trauma que con el paso del tiempo se volvió una fobia, algo a lo que temía con toda su corta existencia.
Eremofobia, así fue nombrado la fobia con la que sufría su amado.
Desde que se conocieron —al notar como el guardián del bosque donde habitaba soltaba bajos suspiros, buscando aguantar el dolor en su interior— aquella tarde de otoño, donde, abrazado a sus rodillas en su forma humana, la dama de largos cabellos plateados soltaba pequeñas gotas saladas desde sus orbes, mordiendo su carnoso labio inferior con fuerza, de tal forma que gotas de sangre resbalaban por su mentón, cayendo finamente al sucio suelo lleno de tierra y pequeñas piedras casi inmateriales.
Lo miraba escondido detrás de un alto roble de posibles quinientos setenta y ocho años, esperando el momento perfecto para aparecer en acto y apoyar a la bella joven. Respiró, tomando aire, inhalando y exhalando. Con decisión, caminó a pasos suaves hasta ella, agachándose y dejándose sostener en cuclillas. Posando su pequeña mano en su espalda, habló:
—Hola, emh, ¿qué ocurre, señorita? —Su voz suena suave, tratando de no asustar a la mujer.
—¿Uh? —Él alza la cabeza, reposando entre sus cruzados brazos, lo observa y sus miradas cruzan —... No es importante, lamento fastidiarlo.
—No parece, sabes, puedes confiar en mí, no te abandonaré nunca. —Hacía una búsqueda mental para dar con las palabras correctas y no arruinar la situación presentada. —Sé que algo te pasó, nadie sufre por algo sin importancia para sí mismo —suspiró—, cuéntame todo, ¿va?
Él quería hablar, contar sus problemas y desahogarse, pero el temor de que ocurra de nuevo era mayor.
Un recuerdo corto paso por su cabeza, fugaz como la velocidad de la luz, pero de igual forma pudo entender todo. Nuevas lágrimas descendieron de sus orbes, dando a comprender lo malo del entorno.
Oscuridad, eso era todo lo que sus pequeños ojos dejaban ver. Sus patas encadenados con dolor en los tobillos, su boca amordazada gracias a una ensalivada tela rosa pastel bien sujeta con un nudo diagonal. Su corazón, al recibir la señal detectada por su cerebro de un peligro inminente, comenzó a latir con rapidez, agitando a la adolescente de ciento veintidós años en aquel entonces.
Sollozó, asustado a más no poder, sabiendo que lo que más odiaba en el mundo volvía a repetirse. Siempre era lo mismo, se lamentaba de haber conocido al kitsune que pesadillas le provocaría.
La horrible soledad la acompañaba diariamente, estando ahí, solo, sin nadie a quien hablar, sin hallar con quien mimarse, sin saber si ese ser que su corazón buscaba con desespero existía realmente.
Su mente perdía poco a poco la cordura, no iba a aguantar más en ese estado. En no mucho terminaría cometiendo una locura, ese pecado que lo llevaría al infierno.
Había ciertas cosas que hacía que se quebrantara. Tal vez era la falta de alimento.
Tal vez falta de movimiento.
Tal vez falta de atención por un igual.
Todo eso y más la hacía perderse con los minutos. El tiempo que tenía ahí era indescifrable, llevaba ya algún tiempo encerrado, la broma que el yako preparó para finalizar su existencia daba efecto, con cada segundo las ganas de acabar su miserable vida se volvían cada vez mayores. No soportaba eso.
De pronto, un chirrido, un sonido agudo irritante, una sombra sonriente y oscuridad nuevamente.
—¡¿Eh?! ¡¿Estás bien?! —La miró, asustado de que hubiera dicho algo malo. —¡Oye! ¡Responde! —Los nervios invadían cada rincón del interior del hombre lobo, sus manos sudorosas sujetaban con una fuerza considerable los pálidos hombros de la de ojos amarillos.
—Suéltame, te lo pido con educación. Vete con tus amigos y déjame en paz, ¿quieres? —hablaba, esperando que su voz sea lo mejor audible posible, a pesar de los constantes sollozos. Le costaba armar palabras entendibles.
—¡No! ¡Dije que estaría contigo y eso haré! —gritó, sorprendiendo a ella y él por su actitud, solía ser alguien realmente pacífico —...aunque no quieras, estaré contigo, ¿escuchas? No te abandonaré por nada, si otros lo hicieron, ya jamás me iré de tu lado, es una promesa, y yo cumplo todo lo que digo —finalizó su hablar, su mirar era completamente sincero, no encontraba truco en él.
—Espero que cumplas con tu palabra.
Sonrió, por primera vez en un largo lapso, había olvidado la sensación de desconfianza. Se sentía especial, nuevamente sentía que era alguien a quien amarían, mas la inseguridad de ser olvidado nuevamente, de ser dejado y usado como un juguete para la satisfacción ajena regresaban, causando escalofríos a su delgado cuerpo.
—¿Y bien? ¿Me contarás? Tengo tiempo, no te preocupes por eso, desahógate. —Y antes de seguir hablando, recordó que había pasado por alto algo importante al momento de entablar una conversación con un ser desconocido. —No me presente adecuadamente, discúlpeme por ello. Soy Asano Gakushu, tengo ciento dieciséis años y es un placer conocerla. —Dio una de esas pequeñas sonrisas que solo él lograba formar, no era muy expresivo, pero cuando la situación lo requería, sacaba a flote ese talento oculto en su persona.
—Sería conocerlo, soy chico, pero por mi apariencia humana me confunden. Soy el guardián de este bosque, llámame Itona — correspondió la presentación, corrigiendo su género —. Por mi apariencia en el cambio débil, suelen imaginar que soy una fémina, cosa que me fastidia. Cuando me conocen, al empiece siempre elucidó lo que soy, para evitar confusiones como esta.
Gakushu se sintió avergonzado, un pequeño sonrojo se instaló en sus blancas mejillas (debemos aclarar que se halla manejando su apariencia humana). Se había confundido con respecto a el —ahora descubierto— chico. No podía comprender como no dio con ello, había escuchado que los de su especie, al emplear su don para cambiar a un estado más humano, solían divisarse como doncellas de generosos atributos, hermosas jóvenes de gran misterio. No importaba si eran zenkos o yakos, solían usar la apariencia de mujer. Por lo que sabe, es que con ello logran engañar fácilmente a sus presas (en caso de un yako) o captar la atención de los delincuentes que buscaban asaltar el terreno bajo su cuidado, desviándolos y consiguiendo que olviden su principal motivo al acercarse a dicho sitio.
—Eh, tranquilo, ¿Asano? Ese era tu nombre, ¿no? —curioseó, esperando no haber errado.
—¡Sí! Asano es mi apellido, ajá.
—Vale, trataré de recordarlo.
—Ahora, habla. —Va, creer que se olvidaría de ello no funcionó, no le quedó más que respirar suavemente y relatar un fragmente de todo. De igual forma, necesitaba desahogarse.
Aquel momento siempre lo atesoraría, aun si pasaban siglos, aun si ocurría algo con su memoria, aun sí... Nunca olvidaría esa circunstancia tan importante para él.
Suspiró, contento por el bello día que había tenido a lado de su novio, sentía una especie de remolino en su estómago, como todo se movía con una rapidez difícil de alcanzar. Sus mejillas del color de una cereza, sus ojos brillantes ante la emoción, sus delgadas patas calientes ante el tacto otorgado, su divertida cola haciendo distintos movimientos al son del manso y cálido viento que perezosamente corría.
—Hey, Gakushu —llamó, cambiando su mirar al bello rostro que se cargaba el de ojos violetas.
—¿Uhm? ¿Sucede algo, cariño? —indagó el mencionado, confundido y preocupado.
—¿Te irás esta noche también? Digo, quisiera que por una vez te quedarás a mi lado —pidió, esperando no estar solo en la profunda noche.
—Sabes que así es, yo... No puedo decirlo, tengo mis motivos para irme en las noches —se justificó, no podía decir la verdad o lo regresaría a aquel depresivo del cual tardó cerca de trescientos años en remover.
Horibe, con ahora quinientos dieciocho años, seguía sin entender nada, su mente rebuscaba una explicación para todo, exigía comprender porque en la oscuridad siempre se queda solo, como la perfecta sensación de amor desaparecía con los segundos.
No le agradaba, y a pesar de haberse hecho rutinario en su vida, no significaba que estuviera cómodo con eso.
Esa noche era perfecto para descubrir todo el misterio que se escondía Asano, en caso de no apoderarse de la solución... En ese caso, cometería una locura inimaginable.
Las horas pasaron, el reloj de estrellas marcaba las nueve con menos veinte, la hora de descansar del mayor, ambos recorrieron el camino de regreso a la decorada cueva que adopto el de siete colas. Era simple, pero contaba con todo lo necesario para sobrevivir en las frías sombras.
Una especia de nido creado a base de algunas ramas para el borde, hojas secas y pasto corto en la zona del "colchón". Para el sitio donde colocaban lo que comerían, una pequeña fogata sin prender que era cambiada de madera cada tres días por el lobo. A un lado, unos pequeños utensilios de cocina a base de madera y otro material que encontraba en sus caminatas, lo único que era realmente hecho con el equipo indicado, era un cuchillo que consiguió de forma misteriosa Gakushu.
Él lo bajó, susurró un dulce "buenas noches, ángel" y le dio un cariñoso beso en su frente, mejillas y boca. Amaba eso, lo hacía sentir querido.
Esperó, cerca de treinta minutos que fueron eternos para salir tras él. Tuvo que simular descansar para ser más creíble, no le gustaba hacer eso, pero formaba parte de su improvisado plan.
Para su consecutivo avance, cambió de forma a una esculpida mujer, alta con un metro y setenta y tres centímetros, buena apariencia y adorable semblante. Pensó en usar una de sus habilidades, la intangibilidad.
Lo meditó, cerró sus parpados y, al abrirlos nuevamente, sentía su cuerpo flotar. Sonrió, acercándose paulatinamente, siguiendo los apresurados pasos que pronto serían corridas. Trataba de no ir tan pegado y dejar un estrecho espacio entre los dos, no anhelaba que sintiera su presencia.
Observaba todo el recorrido, ansiando poder tenerlo presente para regresar por este. Árboles entre pinos, robles y encinas. Un pequeño lago algo seco, animales reposando y silencio absoluto.
Contó los segundos que pasaban, uno, dos, tres... tres mil ciento cuarenta y siete, tres mil ciento cuarenta y ocho, tres mil ciento cuarenta y nueve que eran igual a cincuenta y dos minutos con cuatrocientos ochenta y tres milésimas.
Arribó a su destino: un prado desierto. No captaba, ¿qué ocurría ahí? ¿Por qué él corrió hasta dicho espacio?
Esas eran interpelaciones con las que se quedaría, porque lo vio, esa sonrisa que lo aterraba, esos filosos ojos que leían su alma, esas patas sucias que tanto daño le hicieron.
Ahora comprendía, todo era una trampa para torturarlo mentalmente, lo supo al ver desaparecer entre espesa neblina el alma de Gakushu.
Lo supo al no reaccionar.
Y lo terminó percibiendo al lugar donde su mayor inquietud regresaba a la luz.
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