𝐯𝐞𝐢𝐧𝐭𝐢𝐜𝐮𝐚𝐭𝐫𝐨
~Un nostálgico reencuentro con el pasado~
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✧Elaine Einar ✧
–¡Auch! –exclamo al sentir molestia en mi tobillo derecho. Durante la semana que Eren y yo estuvimos en cautiverio, nunca tuvimos la oportunidad de tratar nuestras heridas como es debido.
La sesión había terminado hace aproximadamente una hora. A final de cuentas, conseguimos que la Legión de Exploración se hiciera cargo de nosotros. Lo cual conlleva una enorme responsabilidad en nuestros hombros, porque no solamente formamos ahora parte de la legión más fuerte y peligrosa de la humanidad, sino que ahora, la humanidad misma depende de Eren y de mí. Cualquier victoria o derrota, estaba en nuestras manos.
–No puedo creer como los trataron; enserio. –habla una mujer de cabellos castaños recogidos en una alta coleta y sus flequillos mejoraban el peinado. Portaba unas finas gafas para la vista; aún así se me hacía bonita. Con un algodón, desinfectaba la sangre salida por las heridas de Eren. –¿Te duele verdad? –le pregunta al oji verde azulado. Se miraba preocupada por los dos.
–U-Un poco. –responde mientras posa un paño mojado en agua caliente en su mejilla izquierda. Pobrecito, y pensar que es la misma mejilla que le cachetee en la batalla de Trost.
–Descríbelo. –ruega, sonriendo ansiosa por saber lo que Eren contestaría. Pero solo consigue sacarlo de onda.
–Lamento mucho lo sucedido. –se disculpa el Comandante Erwin. –Pero gracias a eso, conseguimos ponerlos bajo nuestra custodia.
–Sí... –concuerda Eren con inseguridad. No se siente tranquilo en absoluto de estar en esta habitación rodeado de puros adultos.
–Todo el dolor físico y emocional que sufrieron, nos ayudó a jugar nuestras cartas. Gracias a ustedes, pudimos hacerlo a tiempo. –Erwin se inclina, arrodillándose frente a nosotros al estar sentados en el cómodo sofá blanquezco. –Tienes todo mi respeto. –le ofrece su mano, dejándolo perplejo. –Eren, será un placer trabajar contigo. –le brinda una cálida sonrisa. De esas que te acaramelan el corazón. Eren no sonríe, pero Erwin me hizo sonreír a mí después de la tormenta.
–¡S-Señor, muchas gracias señor! –Eren acepta el humilde gesto del comandante tomando su mano para agitarla como un signo de confianza y amistad. Comparada con la mano de Erwin, la de Eren es más chica; reflejando la diferencia de edad.
–Y tú, mi sol... –suelta la mano de Eren, para posar la suya cariñosamente en mi rostro. –Estoy contento de conocer todo sobre ti y Éclair. No saben la dicha que me dan el que estén aquí con vida.
Esa era la mirada paternal que tanto extrañé. Desde pequeña, carecía la protección de un padre que estuviera a mi costado a todo momento. Que no me hiciera sentir sola en un mundo marginado por los titanes. Yo jamás creí que el llamado de la sangre era tan poderoso, de no ser por los acontecimientos imprevistos que se dieron lugar siete días atrás.
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[Una semana atrás, concluyendo la Batalla de Trost]
El resto de los acontecimientos de ese día los recuerdo vagamente. Sé que a final de cuentas, Eren y yo conseguimos sellar la entrada de la Muralla Rose. Por fin la humanidad tuvo su primera victoria, recuperando la esperanza que se creyó perdida por infinitos siglos. A pesar del milagroso triunfo, no había motivo alguno para celebrar. No cuando perdí a varios de mis amigos delante de mis ojos.
Una vez que mi cristal fortificó el sello de la entrada, ya no supe de mí. Lo último que recuerdo después de agotarme hasta ya no más poder, son los brazos de Mikasa sostenerme junto a su cuerpo; desgastada como yo. Me mantuvo cerca de ella cuando la disputa llegó a su fin y ningún titán seguía viviendo para asesinar más a sus víctimas.
–Marco...Marco... –mis susurros no cesaban en pronunciar su nombre. Aún podía sentir su presencia en mis recuerdos. Su sonrisa. Su humildad. Su tierna personalidad. Su amistad. Todo de él me asechaba sin dejarme en paz. Su remembranza me causaba una pena en el alma, como una rosa con las espinas más filosas. Lo único que me dejaba con las palabras en la boca, era porqué lo enunciaba. Porqué sus gritos se plasman en mi cabeza una y otra vez. Parecía como si su espíritu me nombraba desde un plano lejano al mío. Como si se hubiera ido lejos sin ni siquiera decir adiós.
–Elaine... –unos brazos me levantan cuidadosamente, atrayéndome a su cuerpo para envolverme. –Elaine, despierta. –me susurra.
–¿Hmm? –mi vista se veía nublosa, pero todo se encontraba oscuro a mi alrededor. Sentía frío. No sentía la luz de Sol atravesar mis pesados párpados. Abriéndose de poquito a poco para situarme en un lugar totalmente distinto a donde creía estar.
Noto que tanto él y como yo, estamos en una cama. Las blancas sábanas nos cubrían del frío, pero sus brazos me brindaban más calor. Mi cabello se hallaba despeinado, pues mi coleta estaba a poco de deshacerse en su totalidad. Tanto Eren como yo, no teníamos nuestras chaquetas puestas, dejando al descubierto nuestras camisas blancas. Ahora entiendo porqué tengo frío. Todo se veía oscuro. Apenas podía ver la luz a través de los pasillos. Veía cadenas colgando del techo y una fila de rejas que impedían nuestra salida.
¿Esto es...una celda?
–¿Cómo te sientes? –me pregunta la voz de Eren, atento ante cualquier aparición de algún malestar. Un pequeño bostezo huye de mi boca; me sentía cansada.
–¿Dónde estamos...? –musito, despertando y fijándome ante la presencia de dos figuras más. Dos hombres frente a nosotros; ubicados del otro lado de estas rejas. –Ustedes... –mis luceros se abren aún más al identificar sus rostros.
Eran ellos. Sin duda eran ellos. El hombre de cabellos oscuros; el de la mirada fría e intimidante y el alto hombre con un semblante y un aura que llamaban mi sangre. Aquel mismo quien nos protegió y guió a una salvación segura. Aquel quien me abrazó y me consoló por breves segundos cuando la terrible desgracia ocurrió. Eren se veía igual de impresionado como yo. Los dos estamos pasmados.
–E-Emm, disculpen. –los llama mi acompañante. –¿Podrían decirnos en dónde estamos? –ninguno de esos dos hombres respondieron al instante, haciéndome sentir un poco inquieta.
–Como puedes ver, ambos se encuentran en un calabozo. Están bajo la custodia de la Policía Militar. –la piel se me estremece una vez que escucho el nombre de la dicha división. Aquella misma que desde muy pequeña le cogí temor. Un pavor que me perseguiría si tan siquiera un testigo de Shiganshina se atrevería a esparcir la voz acerca de mi existencia o peor aún, mi condición. No quiero estallar de nuevo en pánico, porque si lo hago, puedo ser aniquilada sin darme cuenta. –Con mucho trabajo, nos dieron permiso de hacerles una visita. –mis tímpanos distinguen el sonido de unas cadenas en movimiento. Eren se percata de lo mismo, para toparse con la sorpresa de que ambos, tenemos las muñecas encadenadas. Las ganas de llorar me asechan otra vez. El comandante de ojos color cielo, nos muestra la llave que Eren nunca quita los ojos de encima. Es la llave del sótano del señor Grisha; su padre. Ambos jadeamos por no haber sido más cautelosos en su cuidado. La preocupación y el desespero de que se lo regresasen se veía en el rostro de Eren. No quería que alguien más tuviera en su poder su tesoro.
–¡Esa llave es-!
–Sí. –asiente el Comandante antes de que Eren verbalizara una palabra más. –Sé que te pertenece. Luego te la daré... –la frase me relaja un poco, pero la inquietud de Eren es mayor. –Dentro de tu sótano, en la casa de tus padres localizada en Shiganshina, está la respuesta a los titanes...¿No es así?
¿Cómo es que sabe acerca de ese sótano?...Se supone que es algo que solo Eren, Mikasa, Armin, Éclair y yo somos conocedores.
–Sí, es lo que creo. –balbucea el oji verde azulado. –Al menos eso fue lo que me dijo mi padre.
–Claro, como padeces amnesia, desconoces su paradero al igual que los padres de esta niña...Vaya, ¿Qué conveniente no crees? –habla aquél capitán detrás del comandante. Cruzado de brazos y apoyando la espalda contra la pared. Por el tono en su voz me doy cuenta que para él, todo esto es un cliché.
–Levi. –lo nombra el susodicho comandante. –Concluimos que estos chicos no tienen la necesidad de mentir, aunque no sabemos muchas cosas...–gira su semblante para enfocarse en nosotros de nuevo. –Pero de momento, debo preguntarles qué es lo que desean hacer...¿Elaine?
Han pasado cinco años desde la primera y última vez que lo oí pronunciar mi nombre. Me llamaba. Su existencia llamaba la mía; me sacudía. Yo...no sé qué decirle. ¿Qué se supone que debo decir? Hay tantas cosas. Tantas preguntas. No comprendo. Mi corazón me está pidiendo a gritos que corriera hacia él. Que le pida que me saque de aquí. Que me abrace como me abrazó hace cinco años en medio de una tempestad de sangre y de titanes.
¿Por qué...por qué quiero llorar?
–Elaine. –me llamó con un tono de voz muy suave. Eren pareció desconcertado por mi nombramiento conocido, pero yo por alguna razón, no lo estaba. –Tus ojos, tu rostro, tu cabello; tu sonrisa... –sus luceros color cielo recorrían cada centímetro de mí. Me contemplaba de una forma tan nostálgica. –Eres...tan idéntica a mí. –dijo con la misma suavidad.
–Creo que siempre lo he sabido. –murmuro, observando detenidamente a Erwin, quien se inclinó a mi altura. –Yo...creía estar loca. –admito con pena en mi voz. –Las pocas veces que logré mirarte de cerca, había algo de ti que me llamaba. –testifico, dando un melancólico recorrido por mi pasado. –Cada ocasión que cabalgaste delante mío, había algo dentro de mí que me insistía que corriera hacia ti.
–Abran la celda. –pide del Comandante Erwin a los soldados encargados de resguardarla.
–¡Pero señor! –exclama uno de ellos. –¡No se deje engañar por esos monstruos! ¡¿Qué tal si se trata de una trampa?!
–Por favor...se los pido. –reitera, pero sus ojos azules no se despegaban de los míos.
Los dos soldados dudaron si debían hacer caso omiso o no. Finalmente, optan por abrir el candado de nuestro calabozo, adentrándose a paso lento en dirección a la cama que comparto con Eren. Este, se mantenía callado ante su presencia; y más cuando el frío subordinado de Erwin le dedicaba una ojeada que parecía atemorizarle.
–Elaine...¿Alguna vez Lizzie, tu madre...les ha platicado a ti y a Éclair sobre mí? –me cuestiona, arrodillándose para quedar a mi misma altura.
–No mucho, la verdad. –confieso, realizando una leída a través de mi triste pero colorida infancia. –Solo nos platicaba acerca de lo grandioso que era su comandante y lo orgullosa que estaba ella de él. Narraba historias sobre sus aventuras fuera de las murallas. Como siempre veía por sus camaradas. Nunca se rendía después de cada derrota; al contrario. Inspiraba a los sobrevivientes a seguir adelante. A no mirar atrás. A vivir por aquellos quienes no consiguieron llegar más allá. –relato, sintiendo el nudo en mi garganta y mis ojos cristalizados. Rememoraba a la mujer que me dió la vida; a mi hermosa madre. –Desde la primera vez que nos habló de su comandante, soñé con conocerlo en persona. Y mi anhelo se cumplió cuando los titanes atacaron Shiganshina, porque...cuando usted nos cubrió y me tuvo en sus brazos para tranquilizarme, m-me sentí con vida, tranquila; a salvo. –vibra mi suspiro, tratando de no soltarme a llorar. –Quería acercármele cuando lo vi en su caballo yendo a una de sus misiones cuando me volteo a ver. Quería agradecerle por guiarnos a la salvación. –Erwin me escuchaba con atención. En su rostro, se notaba ese deseo de querer saber más. –Parece reconocerme de algún lugar...porque mi nombre lo tiene reconocido en su memoria.
–Lo lamento mucho... –musitó él llevando su mano a mi hombro, tensándome al punto de humedecer mis ojos aún más. –Yo tengo la culpa por haberme tardado tanto. Me arrepiento de no haber estado más cerca de ti cuando tuve la oportunidad de hacerlo. –se disculpaba, con una culpa que lo martirizaba en vida. Su mano frota mi hombro, sintiendo una calidez que inconscientemente aspiraba. –Pero por fin; después de casi quince años de esperar, estoy aquí para nunca irme...mi hermosa zafiro. –dijo, para así sentir como una lágrima se escurría por mi mejilla; sintiendo un flechazo de añoranza.
–Así... –una segunda lágrima cae por mi mejilla contraria. –Así es como me decía mamá; desde que soy una bebé.
–¿Tienes más familiares? –me pregunta, pasando los pulgares por mis mejillas.
–Solo tengo a Éclair, mi hermana gemela. –balbuceo. –Aunque...mamá y papá nos pedían infinitas veces que le hiciéramos cartas de buena suerte a nuestro tío que... –todo de mí se colapsa por el sentimiento al ver como Erwin, sacaba del bolsillo de su chaqueta, unos papeles bien doblados y conservados. –Estaba en un largo viaje...
Presencio como el comandante de cabellera rubia, desdoblaba ese par de hojas una por una; manifestando dos hermosos dibujos que fueron ilustrados por infantes. Los garabatos eran coloridos; algo desordenados, pero bastante entendibles. Una fuerte remembranza se me viene a la cabeza. Había pintado esa carta una tarde soleada en compañía de Hannes y de Armin; en una de nuestras divertidas sesiones de arte. Fue la última carta que llegué a realizarle a ese familiar que soñaba con conocer en persona después de su infinita travesía.
–Estas, me llegaron dos noches antes de la caída de la Muralla María. –me muestra ambas imágenes. Cada una tenía su nombre escrito en la esquina derecha. –Y pensar que desde hace casi quince años, en una cajita situada en mi habitación, conservo todos los dibujos y cartitas que ciertas sobrinas mías me dedicaban con mucho amor; esperando mi regreso.
Jadeo, cubriendo la boca con mis manos. No sabía que era esta sensación que aprecio ahora mismo. Era una felicidad que no se podía describir con palabras, sino por los sollozos que dejo escapar. No era la impresión, sino la alegría y el alivio de saber que a pesar de que mis padres se fueron cinco años atrás, y que Éclair es lo único que tuve de mi familia, había alguien más procurando por nuestra seguridad. Erwin Smith, no solo era el comandante de la legión más idolatrada por muchos y por la mayoría de mis seres queridos; es el hermano de Elizabeth Smith: Mi madre. Erwin, es mi tío de sangre.
–Eres... –el llanto me impedía hablar, sino actuar. Me lanzo hacia el hombre sin pensarlo dos veces, en un abrazo que de inmediato corresponde con la misma intensidad que yo. Lloraba en su hombro; sollozaba. Lloraba por la falta que me hizo; por tenerlo y sentirlo. Lloraba por esa soledad que me invadió por años y me dejó con el corazón hecho añicos. Erwin frotaba mi espalda con delicadeza, sintiendo cada fragmento de mi dolor a través de mis lágrimas. –Eres tú...en verdad eres tú.
–No sabes cuanto lo siento Elaine... –repite su indulgencia con solidez. Está dolido. –Por fin, te tengo en mis brazos.
–Te extrañé mucho... –lloro sin querer dejarlo ir. –Todo este tiempo, estuviste cerca y no me di cuenta...ahora ya lo comprendo. Cuando te vi por primera y segunda vez, supe que había algo tuyo en mí. –Erwin se separa para vislumbrar mi semblante una vez más.
–Creciste mucho. –su mano juega con mi cabello despeinado. –No cabe duda...eres la viva imagen de Lizzie.
–Por favor, no me digas eso. –suplico entre mi llanto. –Estoy harta que todos digan que me parezco a alguien que no es como yo. –este, torna su mirada con algo de confusión. –Éclair siempre fue idéntica a mamá; la preferida de todos. Yo no me parezco nada a ella y nunca seré suficiente para nadie.
–Elaine... –Eren finalmente opta por hablar.
–No, Eren... –lo detengo. –Tú solo me dices que no es cierto porque me quieres y aprecias mucho. Para que no me sienta mal. De todos modos nunca perteneceré a ninguna parte. –el comandante me brinda un pañuelo que sacó previamente de sus bolsillos. Lo acepto en agradecimiento y me limpio la nariz entristecida.
Erwin Smith podrá ser un adulto respetado por miles, poniendo las expectativas más altas sobre él. Pero apuesto que es un inexperto cuando se trata de la familia. El estar la mayoría de tus días dedicando a consagrar tu corazón por la humanidad requiere una lista de sacrificios, y uno de ellos es no poder estar en contacto con la familia y seres queridos por mucho tiempo; inclusive hasta años. Si Erwin es hermano de mi mamá...¿Por qué ella jamás nos comentó que el comandante del Cuerpo de Exploración, Erwin Smith, era nuestro tío? ¿Por qué nos ocultaría su verdadera identidad?
–Tengo un poco de conocimiento en cuanto a tu situación y la de Eren. –regresa al tema de conversación original, poniéndome revuelta. No opto por interrumpir o cuestionar. Igual, ya habrá un espacio para conversar con él a solas. –Si los dejo a la suerte de la Policía Militar, me sentiría impotente por el resto de mi vida. –se toma unos segundos para intercambiar miradas con el capitán peli azabache por unos segundos. –Es por eso...que haré todo lo que sea posible para tenerlos bajo mis alas. Los necesito, a ustedes dos. –nos dice, ahora incluyendo a Eren.
–¿Cómo? ¿Para qué o qué? –pregunta el chico desconcertado. Si de por sí ya nos utilizaron para sellar una gigante entrada, ya ni se imagina cuantas veces nos querrán para el beneficio ajeno.
–Para llegar a sus hogares, tenemos que recuperar Shiganshina y el control total de la Muralla María. Para bloquear la puerta que fue destruida por el titán, tomaremos medidas drásticas. Es necesario tu poder de transformación en titán y el sello que yace en tu interior. –nos mira a cada uno. –Al parecer, nuestro destino está regido por esos monstruos. Tanto el Titán Colosal como el Acorazado...son seres iguales a ustedes. –Eren y yo volvemos a jadear. Atisbándonos pasmados entre los dos por la información recién manifestada.
–¿Iguales...a nosotros? –expresa Eren.
–No puede ser... –mis manos cubren mis labios, pasmada.
–Tú deseas tener la llave... –su mirada se centra en Eren. –Y tú deseas encontrar a tus padres. –su semblante cambia hacia mí. Él también lo sabe...él sabe que mis padres se borraron del mapa. –Para salvar la humanidad necesitan tener la llave...¿No es así?
–Yo...lo que yo quiero es... –todo su ser retumbaba, al igual que su odio por los titanes. Puede que ahora tenga la habilidad de convertirse en uno a favor de los humanos, pero eso no quita el rencor que siente por esas bestias. Por haber causado tanto dolor en nuestra raza. Por haber destruido la ciudad en donde nacimos. Por haberle arrebatado a su preciosa madre delante de sus ojitos.
–Oigan, levántense y respondan malditas escorias. –nos demanda el dichoso arrogante capitán. –¿Qué es lo que tienen planeado hacer?
Si de verdad tienes prisa, tienes algo mejor que hacer o te da pereza de estar aquí mejor lárgate.
Como cae gordo ese capitán.
–¿Eren?... –poso la mano en la misma mejilla que cachetee delante del Comandante Pixis. La tenía inflamada, con un moretón en la comisura de sus labios. Me siento un poco mal, pero se lo merecía.
–Nos uniremos a la Legión de Exploración...y exterminaremos a todos los titanes. –expresa, dejándome tensa ante sus ojos. Su carácter me perpleja, me asusta; pero tampoco siento temor ante su persona.
–S-Sí, eso queremos hacer. –asiento. Pude haber balbuceado, pero estoy totalmente segura de las palabras de Eren. –Yo también me quiero unir a la Legión. Quiero ayudar también a descubrir la verdad detrás de los titanes. Desconozco mi poder y qué conlleva mis habilidades, pero...estoy dispuesta a darlo todo. Quiero hacerlo. –concluyo.
–Wow. Nada mal... –expresa el peli azabache sin sorpresa alguna. –Erwin... –sus sutiles pasos se aproximan a las celdas, bloqueando la entrada. –Quiero que les digas a los de arriba...que yo me haré cargo de estos dos. –esclarece. –No lo hago porque tenga confianza en ustedes, o porque seas la sobrina de Erwin. –sus ojos penetran mis zafiros de una forma totalmente nueva. –Sino porque si nos traicionan o se salen de control...los mataré de inmediato. –Eren lo divisa intimidado; con miedo. Mas yo lo hago con sumo desagrado por su respuesta. Me hierve la sangre con tan solo ver su fría y apagada existencia delante de nosotros. Es tanta la rabia que me da que sería capaz de terminar con nuestras vidas si nos atrevemos a salir de control. Como si fuera fácil portar con un poder que nunca pedimos. Como si nos cayera como anillo al dedo ser la dependencia de la humanidad entera. –No creo que nadie vaya a quejarse. Al fin y al cabo soy el más apto para el trabajo...acepto la solicitud. Serán parte de la Legión de Exploración.
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[Tiempo presente]
Hablando del irritante de Levi, de veras que no deja a Eren respirar en paz. Pobrecito. Con que solo se siente a su lado lo tensa y lo espanta. Posa el brazo derecho en el respaldo y cruza la pierna derecha como si nada hubiese ocurrido en esa maligna corte de porquería.
–Dime una cosa Eren...
–E-E-Eh, ¡Sí señor! –el nombrado se hecha para atrás, haciendo contacto con mi cuerpo y robándome el aliento.
–¿Sientes rencor hacia mí? –le pregunta con ese mismo gélido tono de voz.
–¿Qué-? No. –responde con algo de pánico. –A-Ahora entiendo que era algo necesario. Tenías que hacerlo.
–Me alegra escuchar eso. –cierra sus ojos, lo cual me enfurece.
–Sigues siendo tan despiadado Levi. –la voz de una joven mujer se adentra a la habitación, cerrando la puerta. Camina en dirección a la ventana cruzada de brazos. –Sabes perfectamente que estaba en contra de que lo arremetieras delante mío. Pudieron haberse graduado hace una semana, pero siguen siendo mis alumnos.
–Ya te expliqué mis motivos. –Levi le alega con serenidad. –Agradece Lisette que no llegué a matarlo.
–¿Ya vas a empezar con eso? –la pelirroja gira su torso con irritación. No sabía que "Lisette" era su nombre completo.
–Pues así te llamas, ¿No? –Levi evade el enojo de la oji esmeralda.
–Lizy tiene razón. –el capitán abre sus grisáceos azulados. –Creo te excediste. Al pobre le tiraste un diente. Miren. –la peli castaña nos muestra el pequeño huesito sobre un pañuelo.
–¿Por qué carajos lo recogiste? Es asqueroso. –expresa. Sin embargo, no demuestra su disgusto.
–No, es una muestra muy importante para mí. –se excusa.
–Eren, Elaine. Agradezcan no haber sido diseccionados por locos como ella. –Eren contagia su tensión conmigo. Estar rodeados de puros adultos es más aterrador de lo que pensé.
–No me compares con esas personas. –le pide a su compañero. –No tengo ninguna intención de matar a Eren ni a mi ahijada.
–¡¿Ahijada?! –Eren y Lizy exclaman aturdidos, pero sus reacciones hacen que se me escape una risa. Ya fueron muchas sorpresas en un solo día.
–Cuántos años desde la última vez que te vi, Elaine. –me brinda una sonrisa emocionada. –¿Sabías que aún conservo tus dientes de leche en mi laboratorio?
–¡BLEH! –vocifera el oji verde azulado. –¡Eso es repugnante! –su espanto me provocan otro ataque de risa, olvidándome del mal rato que nos hicieron pasar. Levi por su parte suspira y niega en agotamiento.
–Me da mucho gusto volver a verte, madrina. –no era algo que me resultara nuevo. Era una información que ya tenía registrada.
–Sabía que tarde o temprano te unirías a los Exploradores. Pero nunca pensé que ese día llegaría tan pronto. Aún sigues siendo una nena, ya no crezcas. –tiernamente me suplica.
Tuve la linda suerte de encontrarme con ella escasas ocasiones en mi niñez. Según mi padre, ella fue la segunda persona en tenerme en sus brazos al nacer. Hange era apenas una adolescente cuando me conoció y fue la primera en conocer el extraño fenómeno que nos diferencia a mí y a Éclair. Como muestra de cariño, mis padres le concedieron el honor de convertirse en nuestra madrina siendo aún una niña de trece años.
–Aléjate cuatro ojos, lo estás espantando. –la voz de Levi se moldea en mis tímpanos.
–Mira quién habla, pateador de chicos. –sucede lo mismo con la voz de Lizy.
Era un huracán de sensaciones que mi cerebro se dedica a escudriñar. En los cinco años que viví con Éclair y mis amigos lejos de nuestro hogar, aprendimos a no confiar en cualquier otro adulto que no fuera Hannes o el abuelito de Armin. Vivimos con ese pánico de que la gente grande siempre se aprovechan de los chicos y ven por sus propios medios; indiferentes a los corazones del prójimo.
No confío en absoluto a Levi. Me costará mucho olvidar el rencor que le tengo por haber lastimado a Eren, humillándolo frente a toda la corte. Lo que más me pesará, es tenerlo a él como mi capitán. Por lo que no tengo de otra más que acoplarme a su mandato. Aunque...si Eren debe de saber dominar su poder de titán, yo también tengo una tarea de cumplir antes de dominar el mío. Y esa es descubrir qué es el poder que yace en mí. Cómo se llama. De qué se trata. En qué consiste. Todo quiero saber. Y solo sé, que hay una sola persona quien tiene la respuesta ante este misterio. Solo uno me puede llevar a las respuestas que ansío por descifrar: Erwin Smith.
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