𝐝𝐨𝐬


~El precio de ser diferente~

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Elaine Einar

[Seis años después]

Diferente. Es lo que siempre me han dicho que soy. Mis padres, mi hermana, la gente a mi alrededor; todos. Me señalaban con el dedo, los niños me gritaban cosas horribles mientras me lanzaban tierra, los adultos me temían, mi propia familia me privaba de convivir con personas de mi edad y de mantener el menor contacto posible con el exterior. Todo por una extraña maldición que yo jamás pedí. Y sí, digo maldición porque para mí, ha sido más que una desgracia para mi vida. Mala suerte. Caos. Tristeza. No era algo que pudiera controlar con facilidad. Ni siquiera sabía qué era el poder que yace en mí desde el día en que llegué a este mundo. Los objetos a mi alrededor no paraban de moverse o elevarse en el aire desde sus sitios. A veces volaban por todas partes a una velocidad rápida, pudiendo así lastimar a alguien cercano. Si algún niño en la calle me quería hacer daño, al momento de poner las manos como defensa propia, de ellas salía como una especie de escudo de cristal; protegiéndome de cualquier golpe. No fue algo que automáticamente se manifestó en mi persona, más bien fue de poco a poco desde mi infancia. Como una bola de nieve que crece y crece hasta convertirse en el tamaño de una inmensa roca.

Mi padre no quería que el problema llegara a mayores; como si yo fuera la culpable de todo este desorden. Pero por una parte le entendía. La Policía Militar era bien estricta en todos los sentidos. No quería que yo corriera peligro alguno. Él tuvo que suplicarle a los testigos que no me hicieran nada ni dijeran nada. Claro que se negaban rotundamente a creer que yo soy humana al igual que ellos; pero finalmente cedían. Aunque no tenían de otra, de todos modos lo hacían. Debido al gran respeto que él y a mi madre poseen en el distrito y a la alta reputación que a la fecha aún mantienen por ser los mejores soldados del Cuerpo de Exploración de su generación. Sí, a final de cuentas, nunca renunciaron a sus puestos. Cuando Éclair y yo llegamos a cumplir el año, optaron por regresar al Cuerpo de Exploración. Al parecer las ganas de seguir viajando afuera de estas gigantes murallas aún yacían en ellos.

Mi hermana y yo siempre estuvimos de casa en casa. Mis padres tenían misiones muy a menudo y raras veces los veíamos. Si no tenían una misión, se encontraban en el cuartel general trabajando o realizando otras labores con sus compañeros. Lo único que tenía de mi familia a diario era Éclair; hasta que comenzó a acudir al colegio. Lugar que a mí me hubiese encantado ir, pero nunca pude. Y todo por culpa de esta tonta maldición. A pesar de tener la misma sangre, nuestra relación no es tan estrecha como uno podría imaginarse de un par de gemelas.

Gemelas...siempre me costó creer que las dos compartimos el mismo código genético. Mi mamá siempre solía decirme que a pesar de ser rubia y de ojos azules, mis expresiones eran exactamente iguales a las de mi hermana. Pero...no la culpo a ella por ser normal. Ella es castaña y de ojos con el mismo color que el de mis papás. Ella es la que sí se parece a ellos; la que se ve que es la hija de verdad. Todo el mundo la quiere. La invitan a jugar, tiene muchos amigos, va a la escuela como cualquier niña de mi edad; la ven como la niña más bonita de Shiganshina. Ella simplemente es lo máximo y siempre será mejor que yo...siempre.

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[Tres años después]

Los párpados me pesaban como nunca. Mi cuerpo lentamente empezaba a recuperar el movimiento de poco a poco. Instantáneamente me giré para checar la hora en el reloj postrado en la mesita de noche de mi lado derecho. Son las ocho y media de la mañana. Seguramente Éclair ya se encuentra en el colegio a estas horas. Solamente había una sola escuela en el distrito, mas no era como si hubieran muchísimos niños viviendo aquí. Un ligero bostezo sale de mi boca en lo que mis brazos se estiran. Me levanto de la cama, me pongo mi par de pantuflas y camino hacia la ventana. La observo con detenimiento; me concentro. Al sentir la energía fluyendo por mis venas, percibo mis ojos azules iluminarse como si fueran pequeñas linternas. El pedazo de tela bloqueando la luz del día, se desplaza por si sola hacia la derecha con calma. Ilustrando un bonito amanecer desde los cristales. La mañana era medio nublada, pero los rayos del sol se logran admirar en el exterior. En cuanto a mis poderes, he logrado por lo menos controlarlos con el paso del tiempo. Sin embargo, para no tener un desliz y causar un escándalo, suelo usar un par de gafas desde muy pequeña. No sé de qué me sirve en cuanto la magia, pero mi padre asegura que mi sentido de la vista no está del todo bien; y la verdad si es cierto, desde que tengo uso de razón, lo que miro suele ser un poquito borroso.

A pesar de ser viernes, hoy es un día como cualquier otro. Nunca llegué a recibir una educación académica como mi hermana. Si bien, a sabiendas de mi situación desde una edad bastante joven, me dispuse a aprender a leer y a escribir por cuenta propia. En un principio no tenía ni la más mínima idea de lo que cada palabra era o significaba; pero debo de admitir que solía espiar a Éclair y a mi madre cada vez que hacían la tarea juntas; y eso que aprendo mucho más rápido que mi hermana. Todo con tal de descubrir la respuesta a los misterios que rondaban por sus palabras. Honestamente, espiarlas era parte de mi secreto mágico. A mis casi nueve años, quizás he leído aproximadamente alrededor de más de trescientos libros. ¿Y cuál es el secreto que estoy hablando? Ya lo verán.

Después de lavarme los dientes, optó por abrir mi guardarropa. Mis ojos recorren cada una de mis prendas de una forma ordenada y en menos de diez segundos, automáticamente agarro lo que se me llega a la mente. Me quito la pijama, me pongo el atuendo del día que consistía de una blusa de manga larga blanca, una larga falda color rojizo oscuro, un par de calcetines blancos y unos pequeños botines café para combinar. Tomo asiento en una pequeña banca postrada delante del peinador. Cepillo mi largo cabello rubio y lo amarro en una baja coleta. Abro uno de los cajones del lado derecho para agarrar un listón del mismo color que mi falda. Lo ato alrededor del peinado en un moño, lo ajusto y le doy una última cepillada al cabello suelto. Acomodo mis flequillos en lo que contemplo mi reflejo en el espejo. Sigo sin creer que una niña rubia de ojos azules como yo, puede ser hija de unos papás de cabello y ojos color chocolate al igual que mi hermana gemela. A veces siento que...a pesar de ser de esta familia, no encajo para nada. Como un perrito callejero en busca de un hogar.

Bajo las escaleras para toparme con un delicioso aroma a chocolate caliente. Cuando me adentro a la cocina, me detengo en la entrada de esta para toparme con ella. A esa hermosa mujer de cabellos castaños largos amarrados en una media coleta. Llevaba puesto aquel distinguible uniforme de los Exploradores; todavía sin tener una idea mínima de lo que conlleva formar parte del gran Cuerpo de Exploración. Aunque en mí yacía la curiosidad de saber acerca de los lugares que los soldados visitan fuera de los muros y las aventuras a las que iban a menudo.

-¡Oh! -exclama sonriente al percatarse de mi presencia. -No te había visto llegar. -añade en lo que con la mano derecha, agarra el cucharón con el que cocina. Indicándome con la mirada que me acercara unos cuantos pasos a ella para probar lo que preparó esta vez. Inclino la cabeza hacia adelante, sintiendo como ella acerca con delicadeza el artefacto a mis labios; saboreando el contenido vertido en él: Crema de verduras. Después ella coge una servilleta para limpiar el resto.

-Si te acabas el plato entero podrás comer el pan con mermelada y tomarte el chocolate. -se avecina de nuevo hacia mí para plasmar un suave beso en mi mejilla derecha.

-¡Pero que bien huele cariño! -clama mi padre desde las escaleras. Sus pisadas se tornan más cercanas hasta que lo vislumbramos con el mismo atuendo que el de su pareja una vez que se acerca a nosotras dos. -Elaine, ¿Qué dijimos de nunca olvidar tus gafas? -me cuestiona agachándose para ponérmelos en mi rostro. -Acuérdate que no queremos incidentes imprevistos como la otra vez.

-Oh vamos amor, no seas tan exigente. -la veo traer la dicha sopa cremosa a la mesa del comedor. -Ya tiene más control que en los últimos tres meses. Nuestra niña cada vez se vuelve en toda una señorita. -me complementa, trayendo los platos y cubiertos a la mesa.

-Lo sé, pero como siempre digo: Es mejor prevenir que lamentar. -toma asiento en una de las sillas. Quedando yo sentada frente a él. -Por cierto, ¿Sabes cuál es el horario de hoy?

-Hoy no nos toca misión, según el Comandante Sadies. Pero sí nos pidió que fuéramos a realizar una expedición no tan lejos del Distrito. -añade, en referencia a sus compañeros de equipo. -La verdad que suerte. Ya no recuerdo la última vez que no fuimos tan lejos. -la peli castaña trae a la mesa la canasta con el pan y el frasco de mermelada de fresa y se regresa a la cocina para ir por el chocolate caliente. -Lo bueno es que sólo será una salida corta y regresaremos justo antes del anochecer.

-Hablando de salidas. -dice mi padre sirviéndose la crema de verduras en su plato hondo. -Ayer me topé con Grisha en lo que salía del cuartel general.

-¡¿Enserio?! ¡Qué grandioso! -responde su cónyuge trayendo el jarrón con el chocolate caliente. Para ahora si, ya sentarse con nosotros en la mesa. -¿Y qué dice?

-Quiere que vayamos a su casa de visita en cuanto regresemos de la expedición. -el mayor se vierte un poco de chocolate preparado por mi mamá. -Por lo que yo recuerdo, las niñas llevan mucho tiempo sin ver a su hijo.

-¡Es cierto! -concuerda antes de darle un sorbo a su sopa. -No nos vendría nada mal que Elaine por fin tenga a alguien con quien jugar además de Éclair.

No era que en ningún momento quería aportar algo a la plática. Simplemente desde muy chica, debido a todas las burlas y discriminación que recibí por parte de la gente, fue que perdí mi coraje para hablar. Raras veces digo algunas cosas, pero me cuesta hacerlo debido a lo tímida que soy. El hecho de conocer a alguien de mi edad me pone muy nerviosa. No sé cómo lidiar con personas que no forman parte de mi familia. Tengo miedo de hacer algo mal y que el señor y su familia me tema. Y sobre mi hermana, raras veces jugamos cuando no tiene de otra. No entiendo como se cree el cuento de que ella y yo somos inseparables; si cuando está con sus amigas me trata horrible.

Ellos proseguían con su charla; yo solamente me concentraba en comerme lo que me tocaba. Ya quería que este rato se terminara para así, poder llegar al lugar que más me fascina ir. No pasó poco más de media hora cuando los tres quedamos con los estómagos llenos por el desayuno. Ayudaba a mi madre a lavar los trastes sucios en lo que ella, guardaba las cosas que ya no se iban a usar y mi padre cooperaba en limpiar la mesa y los restos de comida que cayeron al suelo. A comparación de Éclair, a mí me fascinaba ayudar con las labores de la casa. Me doy siempre la oportunidad de soñar despierta e imaginarme cosas para las historias que invento cuando juego a ser una escritora famosa. A mi mamá le causaba gracia verme sonreír de manera inesperada, pero no puedo evitarlo. Algunas imágenes corriendo por mi imaginación a veces me dan risa. Normalmente pasa cuando percibo una escena graciosa ya sea fuera o dentro de mi hogar. Trato de recrearla en mi cabeza adaptándola a mi gusto y ahí es cuando la gracia me gana. Pero casi nunca sucede, ya que no soy mucho de sonreír; ni mucho menos reír.

Me seco las manos con una pequeña toalla a mi costado izquierdo una vez que termino de lavar todo. En eso, oigo el timbre resonar. Corro hacia entrada; entusiasmada por tener la gran sospecha de saber quién es la persona esperando afuera. Cuando le quito el seguro a la puerta y la abro, mi adivinanza fue acertada. Era un hombre de cabello rubio como yo, pero el de él era menos claros que el mío. Tenía ojos color miel y un peculiar bigote que lo distinguía. Alzo mis brazos y doy un brinco hacia el adulto con suma alegría. Mientras que él con su admirable fuerza me carga entre los suyos y me abraza como de costumbre.

-¡Hola mi pequeña Elaine! -me saluda sonriente. -¡Vaya! ¡Cada vez estás más grandota! -exclama dándose cuenta de mi estatura aunque no fuera en verdad una niña alta.

-¡Buenos días! -oigo a mi progenitora aproximarse a la entrada. -Es todo un gusto siempre verte desde la mañana. Gracias por siempre cuidarla en tus días libres mientras no estamos. La verdad nos da mucha pena encargártela muy a menudo; te debemos muchas.

-Para nada Lizzie. -contradice el hombre con despreocupación. -Para mí es un honor cuidar de este lindo Solecito. -con su mano izquierda juega un poco con mi cabello. Nombrándome con aquel dulce apodo con el que me llama desde que tengo uso de razón. -Además ya sabes que siempre nos divertimos mucho, ¿No es así? -me pregunta. A lo que yo solo asiento con la cabeza como respuesta.

-Buenos días Hannes. -saluda mi padre caminando hacia nosotros. -Gracias por siempre estar aquí. A la próxima yo seré el que te invite las bebidas. -añade, por lo que el hombre rubio ríe a carcajadas por unos segundos.

-Conste que yo te lo estaré recordando, viejo amigo. -palmea el hombro derecho del peli castaño con la mano izquierda. Dejándome con cuidado en el suelo como acto seguido. -Bien, ¿Lista para un nuevo día, Solecito? -vuelvo a asentir, pero esta vez con un poco más de energía.

-Nosotros ya nos tenemos que ir. -siento su cálida mano acariciar mi coleta. Agachándose para plasmar sus suaves labios en mi frente y sus brazos envolviéndome en un abrazo acogedor. Lo cual yo correspondo cerrando mis ojos para sentir el cariño y el amor transmitido en su acto. -Pórtate bien Elaine. -menciona mi nombre por fin. -Hazle caso a Hannes y no te separes de él. -con delicadeza me suelta para reincorporarse.

-Si pudieras recoger a Éclair del colegio sería grandioso. -el oji castaño palmea con delicadeza mi cabeza, pidiéndole el favor a su amigo.

-No se preocupen, lo tengo todo en mis manos. -levanta el pulgar derecho.

-Ya es hora de irnos. -dice de nuevo mi papá saliendo de la casa en compañía de mi mamá. -¡Cuídense mucho! -se despide de nosotros dos moviendo la mano derecha de un lado a otro al igual que su pareja.

-¡Igualmente ustedes! -responde mi acompañante en lo que ambos los despedimos igual.

Algo dentro de mí quería que no se fuesen de mi lado. Casi nunca los podía ver aún estado sola encerrada en mi hogar. Los vagos recuerdos que tengo de ellos son cuando están con nosotras; pero a altas horas de la noche cuando nos recogían de la casa de algún desconocido para mí pero conocido para ellos. Suponiendo que eran personas quienes mis padres confiaban. La verdad, si me hubieran dejado ser más libre, ahorita mismo estaría saboreando la alegría de tener amigos o el gozo de tener una educación como mi hermana. Me dolía el hecho de saber que ellos se iban a misiones o expediciones fuera de los muros bien seguido y en la mayoría no llegaban después de varios días. Eso me hacía extrañarlos un montón. Tenía miedo de que algún día los perdería, o que el último día en que los viera con vida llegaría. Temía que aquellos monstruos gigantes fueran más fuertes que ellos. Temía por la vida de mis padres.

-Oh vamos pequeña, no llores. -mi acompañante acaricia mi cabeza en lo que se pone a mi altura para envolverme entre sus brazos. Ni siquiera supe en qué momento mis ojos se inundaron de lágrimas. Pero de mi garganta ya sentía que quería dejar salir toda esa tristeza. Automáticamente correspondo el tierno gentil, pues no es ni la primera vez en la que tengo al hombro de Hannes para soltar todas mis penas. Yo no hacía nada más que llorar y sollozar en silencio; sintiendo una de sus manos frotar mi espalda como un padre lo haría con su hija. -Ey... -se separa un poco para sujetar mi mentón. -Ánimo Solecito. -toma una breve pausa. -Todo saldrá bien, ya lo verás. -dicho consuelo hace que mi respiración sea menos rápida y mis lágrimas cesen al ser borradas delicadamente por sus pulgares. Yo solo respondo con el asentir de mi cabeza. Todavía me costaba mucho comunicarme a través de las palabras. -¿Lista para una nueva aventura? -vuelvo a responder con la misma acción. -¡Pues vamos!

.oOo.

La librería no se encontraba lejos de donde vivo. No me tomaba más de ocho minutos en llegar a mi lugar favorito. Toda la mañana me la paso leyendo de libro en libro y regreso a mi hogar antes de que Éclair regrese de la escuela y mis papás del cuartel para comer en familia. Caminaba cogida de la mano de mi amigo mayor mientras me platicaba acerca de su trabajo en los Exploradores o de las travesuras que suelen pasar ahí. A pesar de eso, era complicado ponerle atención total. Era imposible ignorar los ojos de la gente en mí y como los cercanos a mi entorno se apartaban como si fuera una amenaza. Nunca se ponen a pensar que lo que hacen me hace sentir muy feo. Pero yo jamás se los reclamo en la cara...no tengo el coraje para defenderme y no creo poder tenerlo.

-No les hagas caso. -adivina mi preocupación sobre lo que me distrae. Alzo mi mirada para verlo a él. -Son solo individuos que le temen a lo desconocido y a lo extraordinario. Algún día tú les demostrarás a todos de lo que eres capaz de hacer. Pero todo se comienza en dejar de agachar la cabeza y mirar con los ojos del corazón. -añade sin quitar la vista en su camino. Yo no entendía a qué se refería con aquella ultima oración; solamente me dedicaba a escuchar sus sabios consejos. -Elaine. -me llama. -En la vida, mucha gente seguirá juzgando y criticando sin saber lo qué hay detrás de la portada del libro; tú bien lo has sabido desde hace mucho tiempo. -se detiene por un momento. Y tenía razón. Él sabe que desde muy chica he sentido el rechazo de la mayoría del distrito. -Pero todo aquello negativo y desagradable que piensan de ti no te define como persona; sino lo que tú creas de ti misma. Lo que aquellos quienes te quieren por lo eres, creen sobre ti. -refuerza un poco el agarre de nuestras manos sin dejar de caminar. -Quizás no lo comprendas totalmente porque aún eres una niña; aunque si eres lo suficientemente inteligente para darte cuenta. Igual, yo sigo rezando para que llegue el día en el que por fin completes ese vacío que tanto necesitas llenar.

Sus gruesos pasos se detienen una vez que llegamos a nuestro destino. Por fuera parecía ser una casa grande como cualquier otra. Sin embargo, su interior estaba repleto de inmensos mundos infinitos; de todo tipo. Mágicos, medievales, terroríficos, misteriosos, románticos, aventureros; magníficos. Un laberinto sin fin en donde después de explorar sus grandes tierras y grandiosas historias, inmediatamente te adentras a otro lugar cuando tus ojos recorren las primeras oraciones en la primera página.

-¡Vamos! -me anima dándome unas palmaditas en la espalda. -El día es muy largo y hay muchos libros que te están esperando.

Entusiasmada por sus palabras, me hace ser la primera en adelantarme hacia el lugar. Mis pequeñas manos sujetan la gran perilla y con la fuerza que tengo, empujó con todas mis fuerzas la pesada puerta. Un fuerte pero satisfactorio aroma a incienso invade mi sentido del gusto. Transmitiéndome un sentimiento de tranquilidad y seguridad. Me tomo un momento para inhalar y exhalar el exquisito olor de la recepción. Me he acostumbrado tanto a este por años que ya no me resulta tan intenso cada vez que me adentro a la librería. Estar rodeada de tantos libros me brindaba una paz que ni yo misma puedo describir. Era como si de alguna forma podía ser yo misma estando apartada de todo el mundo. Los libros eran como mis únicos amigos. No se burlan, no me dicen cosas feas; me hacen sentir que soy especial. Que tengo valor.

Una cosa que me fascinaba de esta librería, es que jamás me canso de leer los mismos libros una y otra vez. A pesar de que la variedad era escasa; no muchas personas venían por estos rumbos. La mayoría solamente viene a leer los libros prestados, aunque sí me gustaría poder comprarme algunos para llevarme a casa. Cuando sea grande y tenga la mía, pondré una sala con libreros repletos de todos los libros que pueda imaginar. Si algún día tengo mi propia familia, me encargaré de compartir mi amor por la lectura con todos ellos. Algo que siempre soñé hacer, es charlar con alguien acerca de un libro que nos fascine en común. A pesar de que sea imposible encontrar a ese alguien interesado en lo que me causa felicidad.

Yo me adelantaba hacia la sección de lectura, aprovechando de que mi compañero de aventuras se dedicaba a platicar con los empleados. Al parecer son muy buenos amigos. Yo solamente me enfocaba en buscar el libro que me quedé a medias para continuarlo. Ya no supe qué sucedió después de que la valiente princesa se enterara que su subordinado, fue todo este tiempo el traidor quien estuvo luchando con el escuadrón todo ese tiempo.

Camino hacia la sección de libros de fantasía. Yo ya tenía bien en claro en donde exactamente se ubicaba el libro que rebusco. Ahora que lo pienso, me preguntó quiénes serán aquellas personas quienes se dedican a escribir estas maravillas. ¿Serán del distrito? ¿De otro pueblo? ¿Vivirán en lugares lejanos de estos muros? Nada más con cuestionarme esas posibilidades la piel se pone como gallina.

Mis ojos divisan aquel objeto. Por fin lo encuentro. Mis manos lo agarran para traerlo conmigo a la zona de lectura, pero algo sucede. No se mueve de su lugar. Intento jalarlo pero sigue igual. Es como si estuviera atascado, o estuviera sujeto a otra cosa. Lo aferró entre mis dos manos y jalo con la poca fuerza que tengo; pues mi hermana siempre se burla de mi escasez de vitalidad, diciendo que mis delgados brazos se parecen a un par de fideos flojos. Viendo que no consigo mi objetivo, doy un tercer intento. Cierro los ojos para concentrarme en lograrlo, mas el tacto de unas manos sobre las mías me provocan escalofríos. Alguien está tratando de agarrar el mismo libro que yo. Pero no me doy por vencida. Hago un cuarto esfuerzo por traerlo hacia mi y ser la ganadora de esta batalla. No fue hasta que tanta presión fue añadida a mi energía vital que en un chasquido de dedos, los libros más cercanos al que sujeto, salen disparados hacia adelante como cañones.

-¡OW!

Es lo que oigo desde aquel pasillo. Ahí me doy cuenta que volví a perder el control. Mi tonta maldición hizo que alguien se golpeara bien fuerte con esos libros. Otra vez volví a dañar a alguien. Doy la vuelta con prisas para ver de quién se trata. El quejido no parecía ser de una persona adulta; sino más bien de un joven, un niño. Quedo perpleja; congelada sin saber cómo reaccionar ante lo que estoy viendo. Un niño quejándose del dolor sentado en el suelo, cubriendo su rostro con ambas manos. No podía verle bien la cara, pero su cabello es café; más oscuro que el de mis padres o de Éclair. Portaba un suéter color castaño claro, una playera verde, pantalones oscuros y unos zapatos del mismo color que el par anterior.

El chico no dejaba de quejarse; al parecer estaba llorando. Es como si la fuerza del impacto de aquellos libros en su rostro le dieron en los ojos. Y dicho motivo claro que fue lo suficientemente creíble para que le doliera demasiado. Otra vez volví a hacerlo...y pensaba que ya lo estaba controlando mejor. Mis pasos iban lentos hacia aquella pequeña persona. Me daba miedo comunicarme con desconocidos, pero la propensión me ganaba. Quería saber quién es; tener el coraje de usar mi tímida vez y preguntarle si está bien. Me agacho hasta quedar hincada a su altura. Aún no sabía si estaba correcto lo que quería hacer; todavía su casi silencioso llanto me preocupaba. Mi mano se aproximaba con lentitud hacia él. No tenía idea si tenía que llamarlo por mi voz, saludarlo y después preguntarle por su bienestar o simplemente ignorarlo. Las yemas de mis dedos lograron realizar un ligero tacto en la mejilla derecha de aquel chico; mi cuerpo de algún modo se relaja.

No tenía idea por qué estaba haciendo esto. Mi propia mano está acariciando la mejilla de un extraño; alguien ajeno a mi familia, a un niño que en mi vida lo he visto. Y lo peor es que parece ser de mi edad. No fue que hasta que caigo la cuenta de que sus sollozos se disminuían una vez que quita sus propias manos del rostro y su cabeza gira en mi dirección.

Ahí fue cuando vi esos ojos. Cuando nuestras miradas se cruzaron por primera vez. Sus ojos tenían el verde más vivo que jamás había visto. Eran de una mezcla verdosa con tonos azulados. Nunca antes había estado tan cerca de un niño; mi mano seguía tocando aquella suave mejilla. Ambos no decíamos ni una sola palabra; ninguno sabía qué decir o se atrevía a dar el primer paso. Mis ojos divisan los suyos. Uno de ellos se veía un poco inflamado. Ahí es cuando la culpa vuelve a invadir mis pensamientos. Mi mente se deja invadir por la culpa.

-¿Tú hiciste eso? -fueron las primeras palabras que oí de él. No pude soportarlo más. Quito con rapidez la mano de su mejilla, me levanto de inmediato y huyo de aquel niño en busca de algún escondite. -¡Espera! -lo oigo agitadamente clamar detrás de mí al oír sus rápidas pisadas siguiéndome. Definitivamente estaré a punto de volver a pagar el precio de ser diferente.

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