𝐜𝐢𝐧𝐜𝐨


~El niño que se parece mucho a mí~

.oOo.

Elaine Einar

El resto de la noche fue fantástica. Llena de alegría y diversión; nada de lágrimas ni soledad. Jugamos mucho, reímos, brincamos, platicamos; hasta una guerra de almohadas y una fortaleza hicimos con lo que encontrábamos entre las cosas de Mikasa y de Eren. En cuanto a la cena, espectacular. Solamente me pongo a pensar en ella y se me hace agua en la boca. El pollo asado, puré de papas y pasta con pan son el gran manjar. Y para cerrar con broche de oro, un gran y sabroso pastel de chocolate fue el postre final. Todos nos deleitamos con el banquete, hasta Éclair saboreaba cada bocado junto con nosotros tres. Los adultos ni hablar, comían como niños y unas grandes sonrisas compartían entre todos.

–Elaine. –me llama mi progenitor. –No sé si recuerdas que dije que hablaría seriamente contigo en cuanto llegáramos a la casa.

El corazón me latía a toda velocidad. Ahora si temía por lo que me quería decir. ¿Y si me castiga? ¿Y si me regaña en frente de todos? ¿Y si ahora me prohíbe salir por el resto de la vida? Yo me moriría en vida si no puedo ir a la librería nunca más. Yo quiero seguir leyendo libros. Quiero seguir explorando el mundo a través de ellos. Ya no quiero vivir en el encierro. No quiero.

–No he dicho nada todavía. –me calma, notando la repentina aparición del brillo en mis ojos. El pánico estaba a nada de atacarme. Tenía a Mikasa a mi izquierda y a Eren a mi derecha. Entre los dos me frotan los hombros para calmarme. Para recordarme que no estoy sola en esto. En cambio a mi hermana, actúa indiferente como siempre. No me sorprende. –Tu mamá y yo tuvimos una charla con los señores Jaeger antes de que la cena estuviese lista...fue una plática llena de reflexión y de sentimientos encontrados. –expresa, buscando la mano de mi madre como apoyo. Ella por su parte asiente con comprensión. Acepta el cariñoso gesto entrelazando sus dedos con los de su marido. –Carla nos dio una propuesta. –entre mis dos amigos y yo nos observamos perplejos de lo que puede significar. –Una semana. –los tres giramos nuestras cabezas para divisarlo a él. –Tienes siete días para demostrarnos a tu madre y a mí, que puedes ser capaz de estar fuera de la casa sin causar ni un desorden.

–¡¿QUÉ?! –Eren, Mikasa y Éclair exclaman pasmados. En cuanto a mí, yo solo me quedo boquiabierta.

–¡¿Siete días?! –el chico oji verde azulado repite, ahora con más ilusión.

–¡No es justo! –contradice mi hermana. –¡¿Qué hay de la gente que no la quiere?!

–En todos lados hay gente así. –responde el adulto peli castaño. –Elaine tiene que aprender a salir adelante y a dejar atrás el pasado.

–Que raro que justo ahora ya la estás dejando salir cuando debieron hacerlo desde hace mucho tiempo. –enuncia con un poco de molestia.

–Mejor hacerlo ahora que nunca cariño. –ahora es la señora Jaeger quien toma la palabra. –No somos nadie para juzgar la decisión de tus padres. Nadie es perfecto. –justifica. –Solamente pensaban en lo mejor para Elaine; creían que resguardarla en su casa lograrían que sus poderes no le hicieran daño a nadie y pudieran controlarse. Pero no pensaron en el momento que podría afectarle en su vida social.

–¡Papá! ¡Dijiste que eso era un secreto! –exclama mi hermana. Pero el señor Grisha solamente ríe por su reacción.

–Oh vamos Éclair. Las conocemos desde que eran unas bebés. No somos ni unos desconocidos para Elior o para Lizzie.

–¡Pero-!

–Estoy...m-mejorando. –interrumpo su queja.

De nuevo, todas las miradas están puestas en mí. Los nervios me dominan una vez más. Inclino la cabeza, enfocando la mirada en mi plato con comida.

–Y-Yo... –balbuceo. –P-Prometo...q-que no haré nada m-malo...p-papá. –sin dejar de mover las manos por debajo de la mesa, busco el apoyo de mis amigos con la angustiosa mirada. Me brindan una sonrisa. De esas que te relajan la consciencia y te hacen sentir protegida y segura.

–Eren. Mikasa. –enuncia mi padre. Los dos niños nombrados enderezan la postura, indicando que están poniendo atención. –Voy a dejarles una tarea: Quiero que en esta semana de prueba, estén con Elaine en todo momento. Quiero que la acompañen y no la dejen sola bajo ninguna circunstancia. –ellos me observan con una felicidad que me contagia tanto al grado de jadear con una sonrisa. –Aún no sabemos qué poder yace en ella. Es algo que tiene prácticamente desde que nació. Tuve que convertir en cómplices a muchos de los pueblerinos por todas las veces que mi hija descontroló sus poderes. –confiesa a todos en la mesa. –La policía militar es capaz de hacer cualquier cosa con mi hija si se llegan a enterar de esto. Por lo mismo, es que todavía estoy investigando exactamente qué es lo que nos estamos enfrentando; aunque aún no hay respuestas. Y al parecer, a la fecha nadie me ha delatado...yo creo que es porque nos tienen un gran respeto a mí y a Elizabeth por el simple hecho de ser del Cuerpo de Exploración.

–No solo eso Elior. –añade el señor Grisha. –Son los más destacados de su generación. Todo el distrito les aplaude sus grandes trayectorias. Entre los dos han llegado a matar alrededor de casi treinta titanes.

–¡¿Treinta?! –exclama su hijo sonriente.

–Eren. –Mikasa le llama la atención con su semblante intimidante.

–Confío en que ustedes dos harán un buen trabajo. –papá retoma la conversación. –Quiero estar seguro que estoy tomando las decisiones correctas con mi hija.

–Descuide señor Einar. –la niña peli azabache se pone de pie e inclina levemente su torso hacia adelante. –Elaine estará en muy buenas manos.

–¡S-Sí, sí! ¡Se lo prometemos! ¡Confíe en nosotros, señor! –el niño a mi costado derecho imita la acción de mi nueva amiga, cerrando los ojos con fuerza.

–Ese es mi hijo. –felicita la señora Carla. –Tú también, Mikasa. Estoy muy orgullosa de los dos.

–Mañana es el primer día. Así que si van a salir a jugar, quisiera que ustedes dos fueran a recoger a mi hija en nuestro hogar.

–¡Por supuesto señor! Nos vamos a divertir mucho, ¿Verdad que sí? –me pregunta. Por lo que asiento con entusiasmo. El brillo de mis ojos desaparece, volviendo a la normalidad.

–Excelente. –dice la peli café chocolate. –Ahora sigamos disfrutando de la cena antes de que se enfríe para que los niños puedan comer el pastel.

El resto de la noche fueron de muchas risas, anécdotas y convivencia entre las dos familias. Entre todos los niños nos dispusimos a limpiar el comedor. Mikasa barría, Eren recogía el desorden, yo limpiaba la mesa y Éclair sacudía. Mi mamá y la señora Carla limpiaban los trastes y nuestros papás cooperaron en secar y guardar todo. Me fascinaba como cada uno colaboraba en cierto modo. Se volvió mucho más divertido cuando el señor Grisha se ofreció a contarnos unos chistes que nos hicieron reír hasta desfallecer.

Las horas pasaban y los juegos proseguían. Dentro de nuestra gran fortaleza de cobijas y almohadas, jugábamos con las muñecas de Mikasa. Entre los tres inventábamos una historia; dejando volar nuestra imaginación hasta más allá del cielo nocturno. Imaginábamos estar dentro de un castillo. Acudiendo a un gran y lujoso baile. La princesa y el príncipe bailaban al son de la música cuando llegan los bandidos y secuestran a la damisela en apuros. Eren se hacía pasar por un gigante. Mikasa y yo nos metimos en el papel de los valientes mosqueteros. Quienes siendo los cómplices del príncipe, van juntos en busca de la princesa en cautiverio.

–¡Elaine! –me llama la voz de mamá. –¡Ya nos vamos mi hijita!

–¡Nooo! –el par de hermanos adoptivos se quejan en derrota.

–¡Un ratito más, por favor! –suplica el oji verde azulado.

–¡Mañana se volverán a ver como quiera! ¡Ya es muy tarde! –responde ahora su mamá desde abajo. Eren suelta un suspiro.

–Está bien... –bufa.

–Qué mal. –habla Mikasa. –Ya me estaba emocionando para derrotarte.

–Sigue soñando, amargada. –Eren le responde molesto por el humor de la niña. –Te acostumbrarás. –se disculpa, regresando su mirada enojada a Mikasa. Ella cruza los brazos y gira la cabeza al lado contrario. Convivir con ellos será mucho más interesante de lo que creí. Me pregunto por cuanto tiempo más se aguantarán sin tener que pelear.

–Eso quisieras, cabeza hueca. –Mikasa cierra el puño derecho y le da un pequeño golpe en la cabeza.

–¡Oye! –se queja Eren. Siendo él ahora el que le jala un mechón de su largo y lacio cabello negro en lo que Mikasa exclama un quejido de dolor.

Sí. Definitivamente será muy pero muy interesante.

.oOo.

Hoy es un nuevo gran día. Es sábado. Uno diferente a los demás. Un día en el que amanezco con más energía que de costumbre. Un día en donde felizmente saludo a los pajaritos en mi balcón. Aleteando y revoloteando; gozando del aire fresco de la mañana. Uno de ellos se para en mi dedo. Se deja acariciar por mis dedos libres. Me gusta mucho interactuar con los animales cada vez que puedo. Siento como si ellos saben por lo que estoy pasando; y quizás se dan la oportunidad de venir a saludar. El pequeño animalito se retira con el viento y yo lo despido con una sonrisa.

Me adentro, comenzando a alistarme para el día. Lo bueno de haber estado sola en casa por mucho tiempo, es que se aprenden un montón de cosas. Tales como cocinar, leer, escribir, peinarme sin la ayuda de mi mamá y realizar pequeñas labores en el hogar como barrer, ordenar mi habitación y lavar los trastes sucios. Hoy no me sentía con ganas de peinarme en la típica coleta que suelo hacerme a diario. Por lo que opto por dividir mi suave y lisa melena rubia en dos para recogerlas en dos trenzas. Muchos de los libros que he leído, mencionan que el típico estereotipo de las niñas inteligentes, son aquellas que usan lentes y se peinan en dos trenzas todos los días. Ahora que me miro al espejo, me puedo reflejar en esos personajes. Pues mis gafas son lo único y lo último en ponerme en el rostro como de costumbre.

–¡Niñas! ¡Bajen a desayunar! –clama mi mamá desde la planta baja.

–¡Ya voy mamá! –mi hermana es la primera en responder desde su habitación.

Me pongo de pie, divisando mi reflejo en el espejo una última vez antes de retirarme al comedor. Ilustro una pequeña sonrisa. No siempre me fijo mucho en la apariencia. Pero debo de admitir que hoy si me siento un poquito más presentable de lo normal.

–¡Elaine, ya baja mi hijita!

Acelero mis pasos hacia la puerta; abriéndola y cerrándola en menos de dos segundos para correr hacia las escaleras y bajarlas. Enseguida me topo con la imagen de mi familia sentada en el comedor, empezando a servirse el delicioso desayuno del día: Pan dulce de vainilla, magdalenas del mismo sabor y jugo de naranja como la bebida principal. El estómago me cruje. Ahora sí ya me está pidiendo que lo llene con comida. Si hay algo que me gusta de mi familia, son aquellas veces en las que podemos sentarnos en la mesa y comer todos juntos. Normalmente no es muy a menudo debido al trabajo de mis padres. Aún así, momentos como estos, son aquellos quienes uno debe de atesorar en lo más profundo de su corazón.

–Hmph, siempre estás en la luna. –dice la pequeña peli agarrando un pan dulce. –A la próxima trata de ser más rápida.

–No pasa nada. –la tranquiliza el adulto. –Por favor, no empieces a estas horas Éclair. –ella bufa un poquito. Dándole la primera mordida a su ración. –Se ve que estás de muy buen humor Elaine. –gira la plática hacia mí. Asiento de acuerdo, en lo que tomo mi lugar a su lado. –¿Algún motivo en particular?

–¿Como no va a estar contenta? –vuelve a hablar mi hermana. –Si ayer en la noche ha estado muy pegadita con el hijo de los señores Jaeger. ¡Mírala! Hasta parece que ya la envolvió en sus encantos en tan solo un día. –me señala con la mano para demostrar mi cara. No sé si hace calor o siento pena por el comentario. Porque siento mis mejillas arder un poco y mi corazón latir como loco.

–Ay Éclair, ¿Qué tonterías estás diciendo? –ahora la que ríe es mi mamá. –Eren y Elaine son solo unos niños.

–¡Es la verdad mami! –exclama. –¡Tú misma lo dijiste! –pausa. –¿O no me vas a decir que los niños no se pueden enamorar de las niñas?

–Oh no, eso claro que si es cierto. –contesta el adulto. –Pero ustedes todavía están chiquitos para pensar en esas cosas. No digo que sea algo malo. –añade. –Todos tenemos derecho a amar y ser amados por alguien. El amor es el sentimiento más maravilloso que puede sentir el ser humano. Todos necesitamos vivir del amor. Sin embargo, hay muchos distintos tipos de amor. No es lo mismo el amor que sientes por tus familiares que el amor que le tienes a tu pareja. La amistad también es un tipo de amor por si no lo sabían. –Éclair lo mira pasmada. Yo, solo presto atención comiendo mi desayuno.

–El amor que sienten los grandes es mucho más fuerte de lo que piensan. Darían lo que fuera para que la persona que más quieren sea feliz, y viceversa. –mi madre toma la palabra. –Cuando una pareja se ama, no hay barreras ni miedos que se opongan en sentir lo que sienten. Luchar por la otra persona.

–Pero si papá dijo que ustedes dos se empezaron a gustar desde niños. Entonces no vengan con la excusa de que Elaine no puede gustar del niño ese.

–Ese niño Éclair, tiene nombre. –interfiere el hombre. –Y sí, yo empecé a sentir cosas bonitas por Lizzie cuando era muy joven. Pero eso fue cuando yo ya tenía entre doce y trece años. Elaine y tú apenas van a cumplir los nueve este mes.

–Algún día cuando crezcan, y encuentren a esa persona especial que más desean proteger y cuidar; pero sobretodo que decidan querer como más que solo un amigo, se darán cuenta de lo grandioso que es el amor. Quién sabe. –complementa la adulta peli castaña. –Sus almas gemelas pueden estar más cerca de lo que piensan.

El sonido de la puerta tocando nos pega un ligero susto.

–¡Elaine! ¡Somos nosotros! –aquella voz me llama desde el exterior. Automáticamente la reconozco. Me levanto de la silla y corro hacia la entrada para abrir la puerta. –¡Hola Elaine! –me saluda el chico sonriente. Lo envuelvo entre mis brazos con alegría y él me corresponde el abrazo. Segundos después me separo para también brindarle un abrazo a Mikasa.

–Me alegro mucho de verte Elaine. Ya te extrañaba. –la niña peli azabache me devuelve el gesto con suavidad. Agarro la mano de cada quien para adentrarlos a mi hogar. Cierro la puerta con la mano que sujetaba la de Eren, la retomo y los llevo a la cocina.

–Buenos días niños. –saluda mi mamá, para después darle un sorbo a su jugo de naranja.

–Perdón señora Einar, no queríamos interrumpir. –se disculpa mi amigo.

–¿Ves? Te dije que todavía debíamos de esperarnos un poco más. –la chica a su lado lo regaña.

–Oh, no se preocupen chicos. Están en su casa. –responde mi padre. –¿Quieren probar? –les cuestiona, ofreciéndoles de nuestro desayuno.

–¿No será mucha molestia? Digo, nosotros ya desayunamos.

–Para nada Eren. –ríe el hombre mayor. –Lizzie compró de más, así que agarren. Están deliciosos.

–¡De lujo! –el oji verde azulado coge una de las magdalenas mientras que la oji azabache opta por probar un pan dulce.

.oOo.

"La quiero aquí antes de que se meta el sol. Se la encargó mucho niños. Y Elaine, ya conoces el trato. Al primer desorden que hagas, olvídate de las salidas. ¡Diviértanse!"

Me repito las palabras de mi papá una y otra vez para grabarlas en mi cabeza. Sé que apenas es el primer día, pero no lo quiero echar a perder. No quiero decepcionarlo ni a él ni a mamá. Ellos confían mucho en mí. Necesito demostrarles a todos que si puedo controlar mis poderes. Yo sé que lo lograré. Yo sé que puedo.

El aire corre fresco. El día se torna medio nublado. Cierro los ojos para saborear la brisa y la libertad de caminar por el pueblo sin tener que depender de ni un adulto como Hannes. No que me cause molestia alguna, porque su compañía es única. Sino que siempre me hubiese gustado estar acompañada por niños de mi edad, y ahora mi sueño se ha vuelto realidad. Las casas por las que pasábamos eran desconocidas; más bien toda el área incluida. Eran lugares que ni yo misma jamás había estado o visto. Aunque al parecer Eren y Mikasa saben con certeza hacia dónde nos estamos dirigiendo. Ambos conversaban acerca de lo grandioso que sería pasear en bicicleta. Yo no sabía exactamente qué era eso. A lo mejor son aquellos pequeños vehículos que Éclair y sus amigos usan a la hora del recreo en el colegio en donde tienes que manejarlo a través de algo que se llaman "pedales". Hablan acerca de cómo el abuelo de un niño que no paran de mencionar, está buscando la forma de que las bicicletas sean accesibles para toda la gente y no solamente para los chicos. Ya que este, además de haber prestado su inteligencia y su talento para hacerle a la escuela una buena cantidad de esas, ahorita está en el proceso de construir una nueva y quizás mejorada. A lo mejor se están volviendo tendencia por lo que comentan. Normalmente las personas se transportan a través de barcos, carruajes o caballos según mi papá. Vaya que las ideas humanas van progresando.

Llegamos a un pasillo un poco angosto y nos detenemos. Algo no me da buena espina. Los ruidos provenientes del otro lado no me genera buenas vibras. Pareciera como si fueran...golpes. Mientras más me aproximaba a la otra esquina, más fuertes se oían las disputas. Una risa es lo que sigue en escucharse. Diviso la escena detrás de la pared del pasillo para no ser descubierta.

–No me digas que ya vas a llorar. –se oye la voz de lo que parece ser un niño más grande que yo.

–¡Dénmelo! ¡Ya les dije que eso es mío! –una voz más aguda le suplica. Trata de brincar para recuperar lo que parece ser una especie de manualidad echa de madera. Otro de los chicos grandes lo tenía alzado para que este no lo alcanzara. Era un niño pequeño; más o menos de mi edad. Su cabello era rubio. También parece ser de mi misma estatura. A comparación de Eren e inclusive de Mikasa, soy más baja que ellos dos juntos. Uno de los bravucones lo empuja contra la pared y lo pellizca del brazo a tal grado de hacer del pobre niño gritar del dolor.

–¿Y qué vas a hacer al respecto mariquita? –este suelta una risa burlona seguida de los otros dos acompañantes. Viendo como la víctima se rinde con su orgullo para dejar que las lágrimas salgan de sus ojos como cascadas.

–Awww, la nenita ya se puso a llorar. –el chico que tiene alzado entre sus manos el dicho objeto de madera emite sonidos burlescos de llanto. Al mismo tiempo arroja la manualidad con mucha fuerza al suelo para comenzar a pisotearlo.

–¡No! ¡Mi maqueta! –exclama el más chico de esa escena. Recibe un puñetazo en la mejilla izquierda como respuesta.

–¡CÁLLATE! –el bravucón a su lado derecho lo patea en el estómago. El pequeño cuerpo del niño cae con pesadez al suelo.

Cubro mis oídos. Atemorizada por el escenario que estoy presenciando. Mi cuerpo temblaba. Sentía la adrenalina fluir entre mis venas. Me decía una y mil veces en la mente que me tengo que calmar. Sin embargo, el brillo de mis ojos no cesaba. Algo dentro de mí me decía que tengo que hacer algo. Que debo ayudarlo. No puedo estar aquí escondida sabiendo que a ese pobre niño lo están masacrando a golpes. Los quejidos y los feos comentarios rondaban por mi cabeza. Rememoraba todas aquellas veces que los niños me agredieron físicamente hasta ya no más poder cuando me veían sola. O de los adultos que me gritaban las peores cosas. Todos esos eventos los percibo en carne propia como si hubiera sido la primera vez. En mi mente se plasma esa noche. Aquella noche en que todos mis miedos brincaron al siguiente nivel. La noche en la que mi inocencia se tumbó por los suelos. Puede que la respiración se me acelera y las palpitaciones están presentes. Pero no puedo permitir que a otros niños les pase lo mismo que a mí. No puedo. Ya no quiero vivir con miedo. Ya no quiero depender de nadie. Ya no quiero nada de esto. Ya no.

No tengo idea de dónde surgió el coraje. Pero ahí estaba yo; en medio de la disputa. Observando a aquellos tres bravucones con una ira que me hervía la sangre. Ellos me divisaban; notando sobretodo el resplandor de mis ojos. Veían que levitaba a mi lado unos trozos gruesos de rocas que encontré junto en frente de mí.

–Déjenlo en paz... –por primera vez en la vida, lo digo claro, fuerte, firme y con una frialdad que hasta los mismos bravucones tiemblan con pavor.

–¡Es la fenómeno del pueblo! –uno de ellos me señala con el dedo aterrorizado.

–¡Vámonos! –incita el del medio levantándose del suelo y arrojándole a la víctima su maniobra echa añicos.

–¡Corran por sus vidas! –dicho esto por el último del trío, sus presencias se alejan en menos de cinco segundos.

Esperaba a que ellos se atrevieran a atacarme. Pero me doy cuenta que no son más que unos simples cobardes. Unos ineptos que se aprovechan de la debilidad de los niños más chicos que ellos. Así como en este mundo hay gente buena, también hay personas que simplemente me repugnan. Y ellos no son ni los primeros. El llanto del chico invade mis sentidos. Mis ojos lo divisan a él. A ese niño mirando con suma tristeza, los trozos de su maqueta en el suelo. Dejo las rocas en tierra firme con mucho cuidado; mis ojos vuelven a la normalidad. Camino hacia él sin duda alguna. Mis rodillas se hincan delante de él y con la mano derecha, toco con delicadeza la mejilla golpeada. Este jadea del susto; levantando su mirada hacia mí. Sus ojos son iguales a los míos. Azules como el cielo. Era un rostro angelical. Un rostro ilustrando una inocencia pura.

–¿Quién eres tú? –me pregunta, en medio de sus sollozos. Le seco las lágrimas con ambos pulgares con cuidado. No puedo herirlo más de lo que ya está.

–¿Estás...b-bien? –balbuceo. Sus brazos envueltos alrededor de mí me desconciertan.

–Gracias... –murmura con la garganta quebradiza. –Eres asombrosa. –mis mejillas se ruborizan ante el agradecimiento. Su abrazo era cálido y acogedor. No ha tenido un buen día, no lo culpo. Correspondo el gesto; ayudándolo a sentirse mejor.

–¡Elaine! ¡Aquí estás! –oigo su voz detrás mío. Detiene sus pisadas apresuradas una vez que me localiza. –¡Te hemos estado buscando como loc-! ¡¿Armin?! –el chico abrazado a mí se separa un poco para divisar al chico que se encuentra de pie.

–Esos tontos... –Mikasa se pone de cuclillas. Recogiendo los pedazos de la pieza de arte. –Le destruyeron la maqueta del barco que íbamos a estrenar hoy en el río.

–Tardé dos días enteros en hacerlo. Ahora está todo destruido...lo siento. –el chico rubio se disculpa con tristeza.

–Malditos... –los huesos de su puño crujen. –Ya me tienen harto. Juro que me las van a pagar muy caro. –dice a punto de adelantar su paso con la intención de buscar a los agresores.

–Eren. –Mikasa lo detiene agarrándolo del brazo con fuerza. Este gruñía tratando de zafarse; pero era en vano. La fuerza de aquella niña oji azabache era increíble. –Ni se te ocurra cometer una estupidez.

–¡Auch! ¡Oye! ¡Mikasa! ¡Eso duele! –forcejea con molestia.

–Oye. –el niño a mi costado me llama. Giro mi cabeza a la izquierda. –¿Cómo es que haces que las cosas floten? ¿Puedes hacerlo cuando quieras? –sonríe. Activo de nuevo mis ojos manifestando el resplandor. –Wow... –se aproxima un poco más hacia mí para una mejor vista. –¿Puedes hacerlo otra vez? ¡Ándale! ¡Solo una vez! –me pide con ilusión. Miro a mi alrededor en busca de algo que pueda levitar. Un balón a pocos metros detrás de nosotros es lo que más capta mi atención. Decido centrar la visión en el objeto y este comienza a flotar. Oír su reacción de admiración me hacía sentir muy feliz y me alivianaba el alma. Su risa era bastante contagiosa que hacía que la mía se escapara de mi garganta; ignorando completamente la pelea de los hermanos adoptivos. Atraigo la pelota hacia mí, la agarro y se la paso a aquel chico de melena rubia.

–¡De lujo! –exclama. –Eso fue brillante. –suelta el juguete. Mis ojos regresan a su estado normal. –Enserio te agradezco mucho por defenderme. Aunque el barco quedó destruido, puedo pedirle a mi abuelito que nos ayude a repararlo. –propone. Aunque su creación se veía dañada, de todos modos no dejaba de tener esa actitud optimista. Ya no había ni un rastro de lágrimas en su rostro. Era como si su estado de ánimo cambió repentinamente. Me impresiona mucho ese niño. –Soy Armin Arlert. Siento que seremos muy buenos amigos. –nuestras manos se encuentran para agitarse brevemente. –Ignóralos. –me dice, centrando su visión en Eren y Mikasa que aún seguían discutiendo. –Siempre son así. Pero tampoco muerden...creo.

–M-Me...llamo...Elaine. –digo pausadamente, recordando que aún no le he dicho ni deletreado mi nombre.

–Elaine... –repite mi nombre. –Es un nombre muy bonito. Igual que tú. –tímidamente desvía la mirada. Ambos nos sonrojamos por aquello, pero soy yo la que lleva las manos a mis mejillas. –Y tus ojos ni hablar, se parecen como dos zafiros cuando resplandecen.

–¿Verdad que sí? –Eren se aproxima hacia nosotros. –Eso mismo dije cuando la conocí ayer en la librería. –menciona. –Le dije a Elaine que fuiste tú quien me recomendó leer "Dos Zafiros", ¿Recuerdas? –me pregunta y yo asiento con la cabeza.

–Ohh, si es cierto. Todavía no han llegado las copias. Pero ya tengo el dinero suficiente para comprarlo en cuanto lleguen al pueblo. –aclara con entusiasmo. –Ya quiero tenerlo conmigo para leerlo cuantas veces yo quiera sin tener que ir a la librería.

–Armin, ¿Qué hay de tu barco? –la oji azabache trae consigo todas las piezas de la manualidad. –Sin él no podremos jugar a los piratas.

–Puede que haya tardado dos días. Pero veré si mi abuelo puede repararlo rápido. –analiza las deformaciones de su creación. –¿Quieren venir a mi casa para ver si lo puede arreglar?

–No nos perderíamos para nada la acción. ¡Vamos Elaine! –su mano vuelve a hacer tacto con el mío. Guiándome a sus espaldas hacia un nuevo rumbo. Esa fue la primera vez en que los cuatro corrimos en conjunto. Riendo. Sin mirar hacia atrás. Sin llegar a pensar que esa sería sólo la primera ocasión de muchas más.

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