Capítulo 2: Hilo Rojo.

Tn: No me importa quién gana o pierde, solo me importa quién queda en pie al final.

El ciclo interminable de la guerra es algo que me resulta tan tedioso como inevitable. Peleas sangrientas que, al final del día, no significan nada más que una mancha pasajera en la historia. No tengo reparos en admitir que no me importa la causa ni el sacrificio. Lo que realmente importa es estar al lado del vencedor, del mejor postor. Eso es lo que garantiza que seguiré de pie mientras otros caen.

A su lado, Annie toma la mano de Tn, su agarre como una cadena suave, más elección que obligación. El cielo retumba con un estruendo ensordecedor cuando un rayo impacta a las afueras de la primera muralla. Es Bertolt, transformado en el titán colosal, su gigantesca forma erguida como una amenaza implacable contra el muro. La estructura cede bajo su golpe masivo, abriendo el camino para que los titanes del exterior se derramen hacia el interior, una ola de destrucción y caos.

Reiner aprovecha la oportunidad y se cuela en el acto, su silueta perdiéndose entre el polvo y los escombros. Todo esto se despliega ante los ojos de Tn con una inevitable sensación de desapego, como si observara un juego cuyos resultados ya conoce.

Tn: Adelántate, los alcanzaré en un momento. -Murmuro de forma seca, casi frívola mientras observaba el espectáculo desatado.

Annie asintió, comprendiendo la urgencia y el propósito en las palabras de Tn. Su mirada se cruzó con la de él por un instante, una comunicación silenciosa de confianza mutua antes de que él se lanzara desde la muralla, su figura desapareciendo en el caos del interior. Desde su posición elevada, podía ver cómo los habitantes de Shinganshina eran devorados por los titanes que se adentraban desde el exterior. Era un espectáculo de horror, un recordatorio de la brutalidad de su misión.

Mientras observaba, un destello en la distancia captó su atención: otro rayo, señal inconfundible de que Reiner también se había transformado en titán. La magnitud de su poder ahora se desplegaba en el campo de batalla, una fuerza imparable que servía de preludio a la verdadera misión.

Annie, sin perder más tiempo, se preparó para seguir adelante. Sabía que cada segundo contaba y que su papel en aquel ataque era crucial. Saltó desde la muralla con una agilidad sobrehumana, su cuerpo surcando el aire con una gracia letal. Mientras descendía, mordió su dedo, el dolor desencadenando la transformación que la convertiría en la poderosa titán que era.

El impacto de su transformación resonó como un trueno, su cuerpo titánico erguido y listo para cumplir con el objetivo que les había llevado allí. Encontrar al titán fundador era la prioridad, pero si la oportunidad surgía, arrasar con Paradise, la isla de los "Demonios", sería un golpe devastador para sus enemigos.

La misión era clara, y Annie, ahora en su forma de titán, estaba decidida a cumplirla. Con cada paso que daba, el suelo temblaba, y la devastación a su alrededor se intensificaba, una declaración del poder que ella y sus compañeros podían desatar. En su mente resonaba el propósito de su misión, y con cada movimiento, se acercaba más a su destino, lista para enfrentar lo que fuera necesario para lograrlo.

En otra parte del infierno desatado en Shinganshina, la pequeña Mikasa sollozaba, aferrándose a la esperanza con cada fibra de su ser. Sus lágrimas caían por su rostro mientras observaba a Eren, su amigo y casi hermano, luchar desesperadamente por liberar a su madre de los escombros que habían sido su hogar, ahora reducido a ruinas.

Eren, con las manos lastimadas y llenas de polvo, intentaba en vano mover los pesados restos. Su desesperación era palpable, una tormenta de emociones que lo consumía desde adentro. La impotencia lo invadía con cada esfuerzo fallido, su corazón latiendo con furia e impotencia.

Carla, atrapada bajo los escombros, miraba a sus hijos con una mezcla de amor y desesperación. Sabía que el tiempo era limitado, que el peligro se acercaba con cada segundo que pasaba. Aunque el miedo la envolvía, su mayor preocupación era Eren y Mikasa. Quería que se fueran, que escaparan y se salvaran de la pesadilla que se cernía sobre ellos.

Carla: ¡Váyanse! -imploraba, su voz quebrada por la urgencia y el temor- ¡Por favor, salven sus vidas!

Pero Eren, con el corazón roto por la impotencia, ignoraba las súplicas de su madre. Solo podía pensar en liberarla, en salvarla de un destino que se negaba a aceptar. Con cada intento, su frustración crecían, alimentando un fuego interno que amenazaba con consumirlo.

Mikasa, a su lado, sentía el peso de la desesperación y el miedo. Sus ojos, llenos de lágrimas, se fijaron en la figura que se acercaba a lo lejos: un titán, enorme y grotesco, con una sonrisa perturbadora que parecía burlarse de su sufrimiento. Era una imagen sacada de las peores pesadillas, una amenaza que se acercaba inexorablemente hacia ellos.

El tiempo se agotaba, y la desesperación en el aire era tan densa que parecía palpable. Eren, Mikasa y Carla estaban atrapados en un momento suspendido entre la esperanza y la desesperación, cada uno luchando contra el miedo a su manera, mientras el peligro se acercaba con paso decidido, prometiendo una destrucción que ninguno de ellos podía detener.

Las lágrimas de Mikasa caían por sus mejillas como un torrente silencioso, cada gota un reflejo del miedo y la impotencia que sentía. Los pasos del titán retumbaban más cerca, un tamborileo constante que marcaba el tiempo que se les acababa. En medio de este caos, Carla, atrapada bajo los escombros, redoblaba sus súplicas, su voz un hilo desgarrado de desesperación.

Carla: ¡Eren, por favor! ¡Toma a Mikasa y corran!

Pero Eren, atrapado en su propia tormenta de emociones, la ignoraba. Sus uñas se rompían y sangraban mientras desesperadamente intentaba mover los escombros que mantenían a su madre prisionera. El dolor físico era apenas un eco lejano, ahogado por el terror más profundo: el miedo a perderla.

En ese instante crítico, el tiempo pareció ralentizarse para Mikasa. Su mente ingenua y asustada capturaba cada detalle en una dolorosa claridad. Sus ojos se movieron hacia una figura sobre una casa cercana: un chico de cabello albino, observando la escena con una calma casi etérea. Por un momento, sus miradas se cruzaron, y algo inusitado floreció dentro de Mikasa. Era una mezcla de fascinación y un extraño sentido de conexión, despertado por los ojos opacos y resueltos de aquel chico.

Tn, desde su posición elevada, había evaluado la situación con la precisión de un depredador. En un movimiento fluido y casi irreal, saltó de su posición. Su figura se movía con una gracia y agilidad sobrehumanas, surcando el aire con una destreza que desafiaba las leyes de la naturaleza. Mikasa observaba, atónita, mientras él se lanzaba hacia el titán, sus movimientos un borrón de velocidad y precisión.

El titán, con su sonrisa grotesca, intentó atrapar al intruso con su enorme mano, pero Tn era un torbellino de movimiento. Se deslizó más allá del ataque con una facilidad casi insultante, sus pasos ligeros y calculados. En un instante, había alcanzado la nuca del titán, el punto débil que conocía a la perfección.

Con un golpe devastador, Tn destrozó la zona vital del titán, un acto de fuerza y habilidad que dejó a Mikasa boquiabierta. El titán, anteriormente una amenaza implacable, se tambaleó y cayó al suelo con un estruendo sordo, derrotado antes de poder cumplir su terrible propósito.

Tn se quedó de pie sobre el cuerpo caído del titán, su figura bañada en sangre, pero emanando una victoria silenciosa. Su presencia era imponente, un contraste entre la serenidad de su expresión y la violencia que acababa de desatar. Para Mikasa, este momento quedaría grabado en su memoria como un despertar, una chispa que encendería una llama de admiración y devoción hacia aquel enigmático salvador.

El caos seguía a su alrededor, pero en ese momento, el mundo pareció detenerse para ella. Tn, el chico que había aparecido de la nada, se convirtió en una figura de esperanza en medio de la desesperación, un faro en la tormenta que asolaba sus jóvenes vidas.

Tn: No te creas que esto significa algo. No significa nada. Solo significa que no quería ver tu cara muerta en mi camino.

CONTINUARÁ.

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