XI

EDWARD LOCO POR ASTARTE

                EL SONIDO DE las tijeras cortando llegó a los oídos de Astarte. Estaba frente a su espejo, recortando un poco su flequillo que ya pasaba el límite de su boca. Una vez acabó, dejó las tijeras en el estuche, limpió los cortos cabellos que se cayeron y se limpió el rostro. Se peinó y se observó en el reflejo.

Se sentía extraña, como vacía.

Hacía días que evitaba al joven Cullen, a Edward. Él intentó acercarse múltiples veces y ella lo evitaba, cada que hacía una pregunta en clase, él levantaba la mano pero ella elegía a alguien más para que responda. Procuraba que ni en el estacionamiento tenga tiempo libre y sola para que se crucen.

Pero al parecer, en esos momentos dónde Astarte estaba fuera del camino, Bella tuvo, sin saber, más chances con Edward. Preguntándole, cuestionandole sobre su naturaleza. Edward muchas veces le respondía con desinterés por estar viendo sobre el hombro de Bella a Astarte.

Le dolió que haya querido cambiar de horarios, pero afortunadamente no pudo y estaba condenada a darle clase no dos días a la semana, sino tres ya que debía hacer horas extras. Día por medio tenía clase con ella. Más siendo que Edward iba a materia avanzada.

La profesora se acercó a dónde estaba su cachorra, le dejó la comida, su agua, le dió unos pocos mimos y salió. Prometiendole esa misma tarde ir a hacer ejercicio, aprovechando para sacarla a pasear.

Se fue al auto y emprendió marcha a la escuela. Astarte solo pensaba en lo incómoda que se sentía con solo pensar en ver a Esme o Carlisle ¿Cómo explicaría lo atraída que se sentía a su hijo? Ellos eran sus amigos. Pero Edward... Oh, Edward.

No podía creer que ese joven tenía lo mismos pensamientos que ella tenía de él. Los dos parecían haber estado dispuestos a avanzar con el otro, pero Astarte se negaba a hacerlo si por ello iba a usar un traje naranja e iba a estar tras las rejas. Ella se moría pensando en lo que pasó, reprochandose y diciendose a si misma “¿Por qué no lo besé?” luego se le pasaba al imaginarse en una litera, encarcelada en una habitación de 4×4 por haber caído en la tentación de estar con un menor.

Llegó a la escuela, aparcó y bajó, tomando su bolso. Cerró la puerta y se dió la vuelta, sacando de su bolsillo un paquete de gomitas de osito para comer, cuando entró a la escuela, fue al pasillo que iba a su salón. Todo iba bien hasta que escuchó la voz de la razón de sus tormentos

—¡Astarte! —Aquella voz, la voz de Edward. Esa voz tan seductora pero tan inocente que le ponía el mundo de cabeza. Astarte quiso girar y callarlo con un beso, pero no podía. No podía porque estaba mal. Ella sabía que estaba mal. Debía recordárselo a si misma cuántas veces sea necesario —Astarte, por favor...

—¿Sucede algo, joven Cullen? —se dió la vuelta, tragando la gomita y acercándose a tirar el paquete a la basura. Aprovechando que no había nadie cerca, Edward se acercó.

—Lo siento... —dijo, trayendo al fin ese tema a discusión que tanto evitaban. Astarte no quería verlo, pero Edward buscó su mirada hasta que la encontró.

—Edward... —lo miró, severa. Queriendo argumentar.

—No, me disculpo... —La interrumpió, alzando sus manos impaciente. Llevaba guardandose eso hacia días —Pero por lo que hice, no por lo que siento.

—¿Y qué sientes? —cuestionó incrédula, dando un paso al frente —Yo te lo diré: ¡Nada!

—Me encanta, me enamora. Estoy enamorado de usted y quiero que lo sepa. —respondió a la pregunta de sus sentimientos y Astarte aguantó el gritó frustrado mientras subía sus manos a su cabello, aguantando las ganas de tironearlo. De lejos, Astarte se veía demasiado cómica así de estresada viendo la mirada de cachorro de Edward.

—¡Dios! —susurró tapándose el rostro.

—Mi intención si fue besarla y... —quiso hablar pero Astarte, quien tenía la vena palpitando en su frente y la paranoia llenó su cuerpo, le tapó la boca.

—¡sh! ¡Sh! ¡Ts! ¡Chito! —Le tapó la boca, lo soltó y puso su dedo índice en sus labios, luego retiró sus manos y comenzó a moverlas para que se calle. Se quedó quieta y suspiró viendo a Edward que aguantaba la sonrisa —calladito te ves más bonito, necesito que...

—tu te ves bonita todos los días —admitió y Astarte blanqueó los ojos quejándose —te recortaste el flequillo —señaló y ella se lo peinó.

—si, pero no me distraigas —le pidió viendo cómo él se cruzaba de brazos —te dije que no y es no. Lo que significa que nada va a pasar entre nosotros, acordamos eso.

—¿Yo? Yo no acordé, ni acepté nada —sonrió de lado. Ese gesto hizo un revoltijo en su estómago.

—Edward... Soy tu profesora —se señaló rendida.

—pero piensas en mí —dió un paso al frente, ella suspiró ¿Tanto se notaba que él vivía recorriendo sus pensamientos cada segundo de cada minuto a todas horas? —tanto como yo pienso en ti. La edad es solo un número, soy muy maduro. Mí mente va más alla de mis años ¿Podrías comprender eso?

—pero sigo llevándote seis años. Tienes diecisiete y yo veintitrés —Recalcó y el cobrizo blanqueó los ojos —es un mucho ¿No crees?

—al menos te das el beneficio de la duda.

—¡Astarte!

Los dos voltearon, el corazón de la nombrada palpitó con fuerza pero suspiró al ver que era el profesor de música, Phil. Sonrió nerviosa, mientras Edward inflable el pecho, se ponía más recto y se cruzaba de brazos, viendo ceñudo al profesor que se interesaba en Astarte.

—Phil, hola —saludó limpiando sus manos, algo sudadas por los nervios, en su falda antes de estrecharla con la de él.

—¿Cómo estás? —y notó la prescencia de Edward —señor Cullen, buenos días —saludó, recibiendo solo un gruñido de Edward —ahm... bueno, joven ¿No debería estar en mi clase? —preguntó curioso, solo molestando a Edward que podía leer en sus pensamientos como lo echaba queriendo estar a solas con Astarte.

—¿No debería estar usted también en su clase? —debatió alzando las cejas, lo miraron al segundo.

—yo vine a hablar con la profesora, usted, por su lado, debió irse en cuanto sonó el timbre —señaló hacia donde había un timbre, pero no sé percataron si lo hizo por la discusión que tenían.

—¡Oh! Yo debería estar en clase —Astarte rió nerviosa y miró a Edward —hablamos luego de su tarea, señor Cullen.

—cuando guste —sonrió sabiendo que el tema no estaba cerrado y la apresuró antes de que Phil se atreva a invitarla —¿Por qué no va al salón? Ya no la freno más. Discúlpeme.

—los veo después —saludó con una expresión rendida -consecuencia de su cansancio por la situación- y pasó en medio de ambos.

Phil se mordió el labio con fuerza y miró incómodo a Edward antes de sonreír. Edward le hizo una seña con la que dijo claramente "después de usted", el profesor de música pasó frente a él. Ambos yendo al salón.





































                      EDWARD ESTABA pensando en que necesitaba una excusa para pasar más tiempo con Astarte. Para verla. Con solo admirar su belleza de lejos estaría más que satisfecho, pero ¿Cómo? Ya la tenía tres días a la semana, dos horas. Con suerte la veía en el almuerzo, si es que ella decidía acompañar a la profesora Noshiko Yorkie, madre de Eric Yorkie, quien almorzaba en la cafetería para mantener vigilado a su hijo.

Golpeaba el lápiz contra las partituras mientras jugaba con él. Estaba sentado en la última fila de asientos -eran tres hileras- de la sala de música. Sentado en una esquina, sin escuchar al profesor que hablaba. La única razón por la que se anotó a música era porque podía utilizar el piano cada que quisiera.

Una idea cruzó en su mente, vagando en los múltiples planes que se le ocurrían y una sonrisa adornó su rostro cuando a su memoria volvió el primer día de clases con Astarte.

Bueno, tendrán conmigo dos veces a la semana, por dos horas hasta el final del año. Pobre de ustedes —Dijo a modo de chiste Astarte, sonriendo con franqueza. —Todos los lunes y miércoles tendrán conmigo, pero si el profesor de filosofía falta ya me dijeron que tendré que venir a sustituirlo.

Y Edward pensó; “Me parece muy curioso que al profesor de filosofía se le va a incendiar accidentalmente la casa y no podrá asistir a la escuela por los daños. Que pena.”

—¿Señor Cullen? —Phil lo llamó, todos voltearon a ver a Edward que dejó de golpetear su hoja con el lápiz y borró su pequeña sonrisilla maliciosa para verlo —¿Me podría decir que estaba diciendo?

—estaba explicando erróneamente que el polaco Frédéric Chopin —nombró al virtuoso pianista, viendo desafiante al profesor que lo miró con ojos entrecerrados. Últimamente Edward Cullen se estaba comportando mal con él —murió en un apartamento en la mítica Plaza Vendome de París el 17 de octubre de 1847, a los 39 años de edad. Cuando en realidad lo hizo dos años después. Me sorprende que no conozca la fecha exacta en que uno de los mayores representantes del Romanticismo musical abandonó el mundo a causa de tuberculosis...

Pero como si eso no hubiera acabado ahí, aún con la mirada atónita de sus compañeros sobre la postura relajado Edward, el cobrizo se enderezó con la mirada fija en su profesor que enrojecia.

—pero es entendible, la gente se volvió muy ignorante respecto a la historia musical al creer que en muchos aspectos no tiene relevancia. No se sienta avergonzado, cualquiera se equivoca, solo es cuestión de leer un poquito —curvó sus labios hacia arriba. Edward tenía un nuevo blanco y era su profesor de música a causa de los celos que lo consumían. Astarte era su compañera, nadie con intenciones indebidas se le iba a acercar mientras él esté cerca.

—fuera.

Edward ensanchó su sonrisa.

—ahora. Y a detención —señaló la puerta —no soportaré su insolencia.

—¿Insolencia? —preguntó alzando las cejas.

Edward conocía al profesor Phil. El cobrizo llegó hacía dos años y el profesor nunca hizo más que dar sus clases con Aires de grandeza y coqueto. Sabía que era atractivo y que las adolescentes estaban flechadas por él y parecía disfrutar de eso. Pero no iba a dejar que alguien como él sea pretendiente de su compañera.

—insolencia la suya al dar una materia cuando no la conoce bien —siseo, tomando sus cosas.

—¡Pude haberme equivocado, si! Pero debió opinar de una manera respetuosa, se cree mejor que el profesor pero hay una clara diferencia entre usted y yo. Yo estoy de este lado enseñando y tú aprendiendo —señaló obvio, viendo cómo Edward se levantaba —años de experiencia, cuando tengas la edad y madurez lo comprenderás. Puede irse, señor Cullen, si no le gusta mis clases con información errónea.

—no tiene que repetirlo dos veces.

Se fue hacia la puerta y se fue, dando un portazo mientras Phil sonreía con molestia ironía.

—niño insufrible.




































                      EDWARD ENTRÓ refunfuñando a detención. Había estado al teléfono con Esme que le gritaba lo irresponsable e inmaduro que fue, acusándolo de que habían sido celos a Phil por no poder tener su edad y la chance de salir con Astarte de una manera fácil, claro que todo era cierto pero Edward igual se indignó y le colgó la llamada, sabiendo que al llegar habría una chancla voladora que iría directo a él por cortarle el teléfono a su madre adoptiva cuando ella lo estaba regañando.

Rezaba para que la chancla no le de en la nariz.

—bienvenido, señor Cullen —la odiosa profesora de matemáticas lo recibió.

Edward miró, solo estaba Nerissa -una chica de un año abajo que había soltado las ranas de biología-, Mike y Tyler -quienes le escondieron los uniformes a las porristas cuando se iban a cambiar-, y... Emmett.

El pelinegro había explotado la pelota de básquet cuando quiso anotar y no controló su fuerza fuerza, saltando y tirando el balón dentro del aro cuando por la fuerza este reventó contra el suelo. El sonido hizo eco en el gimnasio hasta llegar a los oídos del entrenador que gritó «¡Cullen, a detención, dile a tus padres que paguen otra vez una pelota como las cinco anteriores que arruinaste... Y suelta un poco el gimnasio! Yo tenía tu mismo cuerpo a tu edad, no te culpo ¡Pero por favor, baja la emoción y la cafeína!»

Edward caminó hasta sentarse delante de Emmett, dejó su mochila a un lado y se dentó derecho cuando sintió un golpe en su cabeza.

—de parte de Alice.

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