III
❝ BIENVENIDA ❞
ASTARTE SOSTUVO el teléfono contra su oído, ayudándose con su hombro para sostenerlo por tener sus manos ocupadas. Con su mano izquierda tomaba una botella de vino y a su vez con los dedos y palma derecha sostenía un sacacorchos para destapar la botella.
Charlie Swan, el sheriff del pueblo, quien la había ayudado el primer día que llegó a Forks a buscar la dirección de su casa, le estaba agradeciendo sin un fin de palabras sobre lo gratificado que estaba por la ayuda que ella le había dado a su hija, Bella, con el accidente del coche de Tyler.
Astarte lo sintió como una obligación, pues su trabajo de profesora era estar para los alumnos en todo lo que pudiese. Mientras que Charlie negaba y decía que fue más que el trabajo, otros profesores no habrían estado tan atentos.
—Tranquilo, sheriff. No he tenido clases con Bella Swan por el momento, según entiendo ella todavía está acordando sus horarios pero le prometo estar más atenta por si tiene algún shock postraumático o algo. No dé las gracias, por favor —Pidió, al fin pudo sacar el corcho de la botella, destapandola. Comenzó a servir en una copa.
—Le daría las gracias pero creo que ya la estoy cansando —bromeó escuchando a Astarte reír —Lamento molestarla, profesora. Cuando necesite algo, no dude en pedirlo —Avisó, Astarte sintió que había hecho una buena acción en el día.
—Usted ya tiene mí número, así que le digo lo mismo, Sheriff. No dude en pedirme ayuda en lo que necesite. Lo veo luego —Se despidió recibiendo el mismo saludo por parte del padre preocupado de la joven alumna.
Colgó la llamada dejando el teléfono a un costado. Cualquier persona -en realidad padres y quién lo necesite con verdadera urgencia- podía tener su número si lo pedía en dirección o secretaria, así que una llamada del sheriff del pueblo fue suficiente para conseguir el número de la profesora que había ayudado a su hija.
La joven pelirroja cerro nuevamente su bebida y la guardo junto al resto, miró a Princesa que estaba acostada sobre su almohada en la entrada y comenzó a beber, deleitando primero sus labios con una dulce capa del líquido violeta.
Una vez ya iba por dar un segundo trago, la acción fue interrumpida por el sonido del timbre. Frunció el ceño confundida, pensando que ya era bastante tarde para recibir visitas y más en el lugar alejado que estaba su casa. Algo insegura se dirigió hasta la puerta para ver por la mirilla.
Una mujer de cabello castaño, ojos dorados e increíblemente hermosa estaba del otro lado. Confusa, retrocedió un poco para quitar el petillo, bajo su mano al picaporte y abrió la puerta dándole una suave sonrisa.
La mujer desconocida sonrió, logrando que Astarte casi dude de su sexualidad.
—Hola, preciosa. Soy Esme Cullen, probablemente la única vecina de dónde vivimos —Se presento con una suave risa. Astarte resopló divertida entendiendo el chiste —Lamento la hora, pero creí que con el día cansado que mí hijo, Edward, dijo que tuviste, no tendrías tiempo a cocinar —Mostró un recipiente dónde parecía haber deliciosa comida.
Sin saber la razón, Astarte sintió su estómago revolverse al escuchar el nombre del alumno de cabellera cobriza, porque si, a pesar de que los primeros días pensó que no recordaría tan fácil los nombres, el de Edward Cullen pareció fácil de recordar.
—Oh, gracias. No hacía falta, pasa —Se movió a un lado dejando espacio, cerró la puerta luego —Lo siento, no ordené, aún hay cajas que debo guardar —Se disculpó cuando vio que había desorden aún.
—Mis hijos mañana no hacen nada, tal vez podrían ayudarte. Les encanta ayudar a las personas, lo heredaron de su padre —Habló haciendo un ademán despreocupada, Astarte no notó el brillo emocionado y cómplice de la mujer que en verdad quería ayudar a que la mujer viese a Edward como más que un alumno.
Ella era más grande que Carlisle por tres años, Astarte era más grande que Edward por seis, así que no le era molesto la diferencia de edad; en realidad estaba contenta de que Astarte tuviese la misma edad que Carlisle y si Esme podía hacerlo, iba a hacer que Astarte se uniese a la familia lo más pronto posible.
—No creo que sea necesario... —Negó aceptando la cena, agradeciendo lo buena que fue la mujer al hacer eso.
—Claro que si, hay que hacer su estadía en Forks la mejor —Interrumpió viendola, de momento, poca decoración, le gustaba el estilo que la joven pelirroja tenía. En su mayoría eran tulipanes rojos las flores que había —Es spaghetti de una receta propia, me gusta experimentar en la cocina y a mis niños les encanta —Dijo la verdad al principio, pero mintió al final.
En realidad la comida Carlisle se la daba a sus compañeros de trabajo que siempre estaban dispuestos a aceptar la comida de Esme, estar hora tras hora trabajando no era fácil y adoraban que la matriarca Cullen sea tan amable en alimentarlos.
—Muchas gracias, ¿Gusta compartir? —Ofrecio colocándola en un plato, pero la mujer de ojos dorados negó.
—Gracias, cielo. Pero no, ya he comido, ¿Es de la Mesopotamia? —Astarte observo lo que la mujer señalaba.
—Oh, si, mí familia siempre ha estado ligada a la historia, tal vez de eso viene mí favoritismo por el tema, pero les encanta coleccionar, mí padre fue paleontologo y mí madre era historiadora —Contó sentándose en el sofá junto a la vampiro.
A Esme le pareció súper amable Astarte, era una joven aficionada la cual hablaba con suma facilidad de la extensa historia, incluso sabía cosas que ella no. Después de ese pequeño fragmento de los orígenes de Astarte, no fue para nada complicado entablar una conversación juntas, ambas adorando lo fácil que era estar cómoda con la otra.
Le contó sobre como había crecido tranquila siendo hija única, extrovertida y sin muchos amigos por las muchas veces que se mudó. Su única, permanente y mejor compañía era Princesa, su mejor amiga y otra mitad.
Astarte adoro ya tener a una conocida del pueblo y Esme se emocionó al poder tener una amiga con la que encariñarse, ya que como vampiro debía evitar relacionarse con mortales. Pero con Astarte si podía.
—Estuvo deliciosa la comida, Esme. Te lo agradezco —Astarte acompaño hasta la puerta a Esme, notando que justo un chico de cuerpo robusto junto a una muchacha de estatura baja y rasgos finos llegaban a la entrada.
—No es nada, Astarte. Mañana dime a qué hora estás y mis niños te ayudarán —Se acercaron hasta los dos pelinegros que casi daban saltitos en sus lugares —Hablando de Roma. Ellos son Emmett, y Alice, los mayores después de Jasper.
—Hola, profesora —Saludaron al unísono con sonrisas radiantes. Astarte río bajando la cabeza.
—No estoy en horario de trabajo, chicos. Díganme Astarte —Pidió estirando su mano para estrecharla con ambos —Fue un placer conocerlos... Oh, no ¡Princesa!
Se quejó cuando vio a su perrita salir corriendo, se olvidó la puerta abierta así que la pequeña cachorra salió veloz. Iba a ir tras ella cuando Emmett se adelantó, corriendo como un niño emocionado hasta alcanzar al chihuahua. El joven tomó a la perrita divertido, con una sonrisa juguetona, para volver sobre sus pasos con el cachorro en brazos.
—Que lindo cachorro, o cachorra —Le tendió el animal. Astarte la tomó con un suspiro de alivio.
—Gracias, Emmett; es una cachorra —Corrigió con sincera gratitud.
—No es nada, me gustan los animales —Admitió, a pesar de que los cazaba para alimentarse por respetar la dieta animal de su clan, Emmett amaba a los perritos, gatos o conejos. Le parecían criaturas verdaderamente adorables —¿Escapa siempre? —Preguntó agachándose un poco para hacerle señas al cachorro, jugando con ella mientras sonreía marcando sus hoyuelos.
Astarte admiró al adolescente jugar con la perrita, le daba verdadera terneza el como parecía tan intimidante cuando su personalidad era la de un oso amoroso.
—Todavía no conoce el lugar y se va buscando mí antigua casa, debo sacarla a pasear para que conozca. Pero bueno, nuevamente gracias, Esme —Se giró a la castaña que la envolvió en un abrazo, tratando de no lastimar a la amiguita perruna —También gracias, Emmett y fue un placer, Alice.
—No es nada, nos vemos luego —Besó su mejilla para despedirse, los menores saludaron con la mano a la compañera de Edward, sonrisas cómplices crecían por sus rostros.
Jasper junto a Rosalie, en realidad, los estaban cubriendo para que Edward no se moleste porque ellos habían ido a ver a Astarte tan solo en su primer día como profesora de Historia en Forks.
ASTARTE ENTRÓ A la sala de profesores escuchando a algunos de ellos reír. Los presentes se giraron a ella con radiantes sonrisas, el profesor Emilio Molina de biología, Merlí Bergeron de filosofía, la profesora Noshiko Yorkie, madre de Eric Yorkie, de literatura, y Sybill Trelawney de Artes.
—La nueva profesora, que tal —La última nombrada se acercó a tomar sus manos con una sonrisa amable —Como lamentamos ayer no poder ir a darle su bienvenida, pero nos dijeron que la alumna Bella Swan está mejor.
—Me alegro de oír eso, yo he hablado con su padre —Admitió la recién llegada yendo a dejar su bolso sobre el sofá de la habitación —Pero tranquilos, anoche Esme Cullen me dio una linda bienvenida, me llevo comida porque su hijo, Edward, le dijo de mí día complicado —Contó algo tímida, no sabía cómo justificar la acción del cobrizo. Tal vez con ser su nueva profesora, cuando ella tenía una nueva maestra iba directo a contarlo en su hogar.
—Vaya, ya has conocido a las celebridades de Forks —Habló Molina soltando una leve risa.
—Que extraño que algún Cullen demuestre interés en algún profesor, yo a penas y logro hacer que contesten de manera oral las respuestas, siempre están callados pero son los mejores de la clase —secundó la mujer de ascendencia asiática, Noshiko.
—Han sido bastante amables, además de que son mis únicos vecinos —Río para si misma, recordando las bromas con la matriarca Cullen sobre su situación de escases de vecindario.
—Es bueno saberlo, yo por mí lado solo hablé con Carlisle Cullen, mí alergia a el polen me hizo ir a visitar el hospital, casi creí que a mis cincuenta años me había vuelto gay —Bramó Merlí soltando una carcajada que acompañaron los demás —Ese hombre si que es apuesto. Hasta mí esposa lo admite y no me enojo, es pura verdad.
—tienes sesenta, no cincuenta, mentiroso.
—callate, Noshiko.
—Toda la familia es atractiva —Aceptó, Trelawney, perdiendo la vista en los dibujos que ella había hecho para la sala de profesores.
—Sus ojos, Dios, son tan únicos. Casi creí que compartían sangre —Aceptó el profesor de biología, Molina.
Astarte recordó la charla con Esme dónde le decía sobre cuando adoptó a sus hijos, desde los gemelos Hale hasta el resto. Sonrió para si misma cuando deslumbró el brillo en los ojos de la Cullen por el amor maternal que desbordaba por sus hijos, en verdad amaba a esos jóvenes.
—¿Crees hoy en la noche poder ir a Carver café para tú bienvenida? —Volvió a si misma en cuanto escuchó a Yorkie. Sonrió apenada.
—No, hoy no puedo, debo terminar de empacar o no lo voy a hacer nunca, ¡Pero tal vez mañana! —Ofreció dirigiendo sus pies hasta la mesa donde estaban los libros que debía usar para enseñarle a primer año.
—Por supuesto, mañana nos vemos allí. Ahora parta a su clase que esos niños son muy revoltosos —Aceptó, Molina. Astarte les dedico una última sonrisa a sus compañeros de trabajo saliendo de la habitación, apareciendo a la vista de los alumnos en los pasillos de la escuela.
Astarte comenzó a desplazarse con la vista en sus apuntes, cuando llegó al final del pasillo donde debía elegir una dirección, observo a ambos extremos, cruzándose con Edward Cullen al final del pasillo derecho. El cobrizo sonrió enormemente saludando con un asentimiento de cabeza. Astarte sonrió por inercia como saludo y volteó para ir por el otro pasillo.
Un profesor siempre saludaría a un alumno que reconocería en los pasillos de la escuela, no era nada extravagante ¿Verdad?
Pero para Edward si lo era, porque sentía como el corazón de Astarte se aceleró por microsegundos para luego volver a la normalidad, ni siquiera una máquina de hospital o detector de mentiras podría detectar ese cambio en sus latidos, pero él si lo hizo y su sonrisa se ensanchó hasta hacerse imborrable por el resto del día.
—aww, Eddie se ve tan tierno sonriendo ¿estás feliz, pequeño? ¿eh?
—Emmett, me sigues tratando como niño y te juro que le diré a Rosalie que tú fuiste quien destruyó su vestido de diamantes en los ochenta.
—Ni pareces de diecisiete, diría que podrías pasarte hasta de veintiuno. Muy bien, grandulón.
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