⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀O21.

           ☠.   MORIR A MANOS DE TÁRTARO no le parecía un gran honor.

Rosier había enfrentado muchas cosas imposibles antes. Había huido de un destino fatal junto a Hércules y sobrevivido durante siglos en el hogar de los monstruos. Pero esto... esto era diferente. Enfrentarse a Tártaro, el propio abismo hecho carne, estaba más allá de cualquier pesadilla que hubiera imaginado.

Era vagamente consciente del ejército de monstruos que se arremolinaban a su alrededor, pero después de su rugido inicial de triunfo, la horda se había quedado en silencio. Estaban esperando. Rosier entendió lo que significaba: esto era un espectáculo para el dios del abismo, y ellos eran el entretenimiento.

El dios del foso flexionó sus garras negras y las examinó como si estuviera admirando una nueva adquisición. No tenía expresión, pero irguió los hombros con una tranquilidad que a Rosier le resultó espeluznante.

Es agradable tener forma, entonó con esa voz que parecía absorber el aire en lugar de emitirlo, Con estas manos, podré destriparos.

Rosier sintió un nudo en el estómago. No tanto por las palabras —que, siendo honesta, le sonaron ridículamente teatrales—, sino porque sabía que podían volverse realidad.

El rostro vórtice de Tártaro parecía atraerlo todo hacia él: la luz, las nubes venenosas, incluso la esencia de los monstruos cercanos. Rosier sintió que le robaba algo invisible, como si su energía vital se esfumara lentamente. Luchó por mantener la compostura, aunque su instinto le gritaba que se escondiera. Pero no tenía sentido.
Esconderse del abismo era como intentar esquivar el aire: absurdo y, francamente, una pérdida de tiempo.

Rosier apretó los dientes mientras observaba a Percy a su lado. Él hizo algo que nunca había esperado ver: dejó caer a Contracorriente. El sonido de la espada al golpear el suelo fue un golpe sordo que resonó como un eco en su mente.

Tártaro emitió un ruido que quizás era una risa, aunque sonaba como si un enjambre de abejas estuviera siendo triturado en un molino.

Vuestro miedo huele estupendamente dijo el dios con esa voz que parecía girar en espirales. Ahora entiendo el atractivo de tener un cuerpo físico con tantos sentidos. Tal vez mi querida Gaia tenga razón al querer despertar de su sueño.

El dios extendió una mano hacia Percy, como si fuera a arrancarlo del suelo como si fuera una flor marchita. Rosier sintió el impulso de hacer algo, cualquier cosa, pero la parálisis del momento la mantuvo clavada en el sitio.

Entonces, Bob intervino.

— ¡Fuera de aquí! —gritó el titán, apuntando al dios con su lanza—. ¡No tienes ningún derecho a entrometerte!

Tártaro inclinó la cabeza hacia un lado, como si estuviera evaluando la osadía de Jápeto.

¿Entrometerme?, replicó. Soy el señor de todas las criaturas de la oscuridad, insignificante Jápeto. Puedo hacer lo que me venga en gana.

El ciclón negro de su rostro comenzó a girar más rápido. El ruido que emitía era tan atroz que Rosier cayó de rodillas, tapándose los oídos con las manos.

Genial. Si salgo viva de esto, necesito terapia para la vida entera. Y tal vez tapones para los oídos.

Bob, sin embargo, no retrocedió. Aunque el vórtice parecía succionarlo, el titán rugió con fuerza y lanzó un ataque directo, apuntando con su lanza al pecho de Tártaro. Pero antes de que el arma pudiera impactar, el dios lo apartó con un simple manotazo.

¿Por qué no te desintegras? preguntó Tártaro con desdén. No eres nada. Eres todavía más débil que Crío e Hiperión.

Bob, tambaleándose, logró mantenerse en pie.

— Soy Bob —respondió con calma.

El dios parpadeó, confundido.

— ¿Qué es eso? ¿Qué es Bob?

— He elegido ser algo más que Jápeto respondió el titán, con una serenidad que Rosier encontró irritante y admirable al mismo tiempo—. Tú no me controlas. No soy como mis hermanos.

Fue entonces cuando algo pequeño y peludo apareció en escena: Bob el Pequeño. El gatito dio un salto desde el cuello del titán, aterrizando con gracia delante de su amo. Rosier, aún de rodillas, levantó la vista justo a tiempo para ver cómo el diminuto felino arqueaba el lomo y siseaba al dios del abismo.

Ante sus ojos, Bob el Pequeño se transformó en un enorme tigre dientes de sable, translúcido y mortal.

— Caramba, yo también quiero uno de esos. —murmuró Rosier, esta vez sin sarcasmo.

El tigre se abalanzó sobre Tártaro, trepando por su pierna con garras afiladas y clavándolas en la carne del dios. Mientras tanto, Bob arremetió con su lanza, logrando golpear el costado de Tártaro justo por debajo de su coraza.

Rosier aprovechó el caos para recuperar a Occiso, que brillaba con un destello siniestro al sentirse cerca de las Puertas de la Muerte. Con un grito, se lanzó hacia las cadenas que las sujetaban.

— ¡Percy! —gritó mientras asestaba un golpe con la guadaña.

Él recogió a Contracorriente, su rostro lleno de determinación.

Bien, Perseo. Menos poesía, más acción.

La batalla continuaba, pero Rosier sabía que el tiempo se agotaba. La puerta no se abriría sola, y los monstruos no esperarían para siempre. Con un movimiento rápido, cortó las cadenas del otro lado mientras Percy mantenía a raya a la horda.

Los gritos de los monstruos y los rugidos de Tártaro llenaban el aire, pero Rosier no podía permitirse distraerse. La muerte podía esperar... pero ellos no.

Una falange de cíclopes abrió paso entre la multitud de monstruos, apartando a telquines y empousas con brutales golpes de sus enormes manos. Rosier se tensó. Las puertas de la Muerte vibraban detrás de ella, y Occiso ardía en su agarre como si también percibiera la urgencia del momento.

— Cíclopes tenían que ser —murmuró, aunque esta vez no había sarcasmo en su tono, solo una exasperación cansada.

Percy, a su lado, soltó un grito y hundió su espada en el suelo con fuerza. Una vena roja del Flegetonte se abrió en el terreno, bañando a los cíclopes con fuego líquido. Los monstruos aullaron y ardieron en una explosión de humo y calor. Cuando todo terminó, lo único que quedó fue una hilera de cenizas y marcas quemadas.

— Impresionante —comentó Rosier en voz baja, aunque un leve temblor en su voz delataba que también estaba al límite.

Percy la miró, jadeando, pero decidido.

— ¡Tienes que irte, Rosier! ¡No podemos quedarnos los dos!

Ella apretó los dientes, manteniéndose firme frente a las puertas.

— ¿lrme? —preguntó, mirándolo con algo que no era exactamente enojo, sino una mezcla de tristeza y resolución—. Te dije que yo me quedaría. Vete tú.

Percy parecía querer discutir, pero antes de que pudiera replicar, un ogro lleno de tatuajes avanzó hacia ellos con sorprendente velocidad.

— ¡Agáchate! —gritó Rosier, ajustando su agarre en Occiso.

Percy obedeció sin dudar. Rosier giró su cuerpo sin apartarse de las puertas y lanzó su guadaña como un búmeran, observando con precisión mortal cómo el arma cortaba limpiamente la cabeza del ogro antes de regresar a su mano.

— Bien hecho —dijo Percy con una breve sonrisa.

— Gracias —respondió Rosier, su habitual tono suave.

Se colocaron espalda contra espalda, cubriéndose mutuamente mientras las puertas temblaban detrás de ellos. Rosier no podía moverse de su posición; lo sabía, y lo aceptaba.

— ¿Algún plan brillante? —preguntó Percy, bloqueando un golpe de una empousa que se lanzó contra él.

Rosier dudó un momento.

— Plan brillante... —murmuró, cortando a una arai que intentaba acercarse demasiado—. No exactamente, pero tenemos que mantenernos juntos. Si te alejas de mí, no hay vuelta atrás.

Percy le lanzó una mirada rápida, como si quisiera decir algo más, pero otro telquine le obligó a volver su atención a la batalla.

— Rosier —la llamó entre jadeos.

— ¿Qué?

— Pase lo que pase, gracias por no dejarme solo en esto.

Ella lo miró de reojo. La intensidad en sus palabras hizo que el nudo en su garganta se apretara aún más.

—No digas tonterías, Jackson — respondió, pero esta vez sin sarcasmo. Sus ojos brillaban con una emoción que apenas pudo contener—. No voy a dejarte. No podría.

Percy asintió, tragando saliva. Durante un breve instante, ambos compartieron un entendimiento silencioso. Sin importar lo que sucediera, estaban en esto juntos.

Y aunque el pánico seguía latiendo en su interior, Rosier reunió toda la fuerza que le quedaba, manteniéndose firme frente a las puertas. "No dejaré que se cierre. No dejaré que todo termine aquí."

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