⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀O16.
☠. PERCY TODAVÍA NO HABÍA MUERTO, pero estaba harto de ser un cadáver.
Mientras avanzaban penosamente hacia el corazón del Tártaro, no paraba de mirarse el cuerpo, preguntándose cómo era posible que fuera suyo. Sus brazos parecían palos cubiertos de cuero blanqueado. Sus piernas esqueléticas parecían deshacerse en humo a cada paso que daba. Había aprendido a moverse más o menos con normalidad dentro de la Niebla de la Muerte, pero la mortaja mágica todavía le hacía sentirse como si estuviera envuelto en un abrigo de helio.
Le preocupaba que la Niebla de la Muerte se pegara a él para siempre, aunque consiguieran sobrevivir al Tártaro. No quería pasar el resto de su vida con la pinta de un extra de The Walking Dead.
- Me apiado de los fantasmas. Es horrible ser uno -murmuró Rosier, con un tono entre resignado y cansado. Aunque su porte seguía siendo firme, Percy notaba la tensión en sus hombros y cómo evitaba mirar demasiado tiempo a su alrededor.
- Bueno, parece que encajamos perfectamente aquí, ¿no? -respondió Percy con una sonrisa sarcástica, aunque por dentro apenas podía mantener el ánimo. La sensación de estar desmoronándose lo estaba volviendo loco.
Rosier giró la cabeza hacia él, su mirada oscura y profunda como un pozo sin fondo. Había algo en ella, una mezcla de fuerza y fragilidad, que hacía que Percy no pudiera apartar los ojos.
- No somos fantasmas, Percy -dijo con firmeza-. No todavía. Pero este lugar... se alimenta de tus dudas, de tus miedos. Si cedes, te convertirá en uno antes de que te des cuenta.
Percy tragó saliva, tratando de ignorar cómo la Niebla de la Muerte hacía que su piel pareciera más fina con cada paso.
- Genial. Así que no solo tengo que preocuparme por los monstruos, sino también por no deprimirme demasiado.
Rosier soltó una risa breve, aunque carente de alegría.
- Básicamente. Aunque dudo que mi padre esté feliz si termino como uno de ellos.
- ¿Tu papá...? -Percy dejó que la pregunta flotara en el aire, inseguro de si debía continuar.
Rosier le lanzó una mirada lateral, como evaluándolo.
- Thanatos nunca se mete en lo que no debe. Él me ama, lo demostró bastante en mi niñez, pero si estoy en este lugar es por...mi culpa, no suya. Así es la muerte: imparcial, inevitable.
Percy frunció el ceño, sintiendo cómo la chica evitó decirle algo y eso le disgustó en cierta parte.
- Eso suena... reconfortante. ¿Cómo es que lograste no convertirte en uno en todos estos años que estuviste atrapada aquí?
Rosier se hacía las mismas preguntas. Ella negó con la cabeza sin saber la respuesta
- No lo sé, Percy... tal vez porque nunca dejé de buscar una salida. O tal vez porque no me tocaba desaparecer todavía.
Percy no estaba seguro de si la respuesta lo tranquilizaba o lo inquietaba más. Había algo en la voz de Rosier, algo que denotaba una lucha interna que parecía mucho más antigua que cualquier cosa que él pudiera imaginar.
- Pero, ¿cómo aguantaste tanto tiempo? -insistió. Su voz era un poco más baja, casi como si temiera que el Tártaro escuchara-. Yo apenas llevo... ¿cuánto llevamos aquí? ¿Semanas? ¿Días? Ni siquiera sé.
Rosier esbozó una sonrisa amarga.
- Aquí el tiempo no tiene sentido. Lo que te parecería un año podría ser un día en el mundo mortal. Pero no es solo el tiempo lo que te agota. Es el vacío, la falta de esperanza... y eso sí lo entiendo muy bien.
Percy tragó saliva, el peso de sus palabras cayendo sobre él. Estar aquí era como caminar en una pesadilla que no terminaba, y escucharla hablar de esperanza como algo tan lejano lo hizo estremecerse.
- Pero tú no perdiste la esperanza, ¿verdad? -preguntó, más para convencerse a sí mismo que a ella.
Rosier se detuvo y lo miró directamente, con esos ojos que parecían conocer cada rincón oscuro del alma de Percy.
- La esperanza no es algo que se pierde, Percy. Es algo que decides dejar atrás. Pero tú... tú siempre la llevas contigo, aunque no te des cuenta. -Su mirada se suavizó ligeramente, y por un instante, Percy creyó ver un destello de ternura en su rostro-. Y eso es lo que te hace diferente.
Percy sintió cómo su garganta se cerraba. No estaba acostumbrado a que alguien lo viera de esa manera, especialmente aquí, donde todo parecía dispuesto a destruirlo.
- Bueno... -balbuceó, intentando ignorar el calor que subía a su cara-. Entonces será mejor que sigamos avanzando antes de que el Tártaro nos convenza de lo contrario.
Rosier asintió, pero antes de reanudar la marcha, se acercó lo suficiente como para que Percy pudiera sentir el frío que emanaba de ella, una sensación que, curiosamente, no era desagradable.
- No te permitas dudar, Percy. No aquí. Porque si lo haces, este lugar te devorará.
Percy asintió, y juntos continuaron caminando hacia el corazón del Tártaro, donde los horrores esperaban. A pesar del abismo que los rodeaba, Rosier, con toda su oscuridad, parecía un faro en medio de la penumbra, guiándolo hacia adelante.
⍦. BAJO LOS PIES DE ROSIER, EL SUELO EMITÍA un brillo de un repugnante color morado, surcado de redes de venas palpitantes.
Delante de ellos les esperaba la imagen más deprimente de todas.
Un ejército de monstruos se extendía hasta el horizonte: bandadas de arai aladas, tribus de desmañados cíclopes, grupos de espíritus malvados flotantes. Miles de malos, quizá decenas de miles, arremolinándose nerviosamente, empujándose unos a otros, gruñendo y peleándose por el sitio: como el vestuario de un instituto abarrotado entre clase y clase, en el que todos los alumnos fueran mutantes apestosos y atiborrados de esteroides.
Bob los llevó hacia el margen del ejército. No hizo el menor esfuerzo por esconderse, aunque tampoco le hubiera servido de mucho. Con una estatura de tres metros y el pelo de brillante color plateado, a Bob no se le daba muy bien el sigilo.
A unos treinta metros de los monstruos más cercanos, Bob se volvió para mirar a Percy.
-No hagáis ruido y quedaos detrás de mí -aconsejó-. No se fijarán en vosotros.
-Eso esperamos -murmuró Percy.
Sobre el hombro del titán, Bob el Pequeño despertó de la siesta. Emitió un ronroneo sísmico y arqueó la espalda antes de convertirse en esqueleto y luego otra vez en gato. Por lo menos, no parecía nervioso tanto cómo Rosier lo estaba.
- Bob, si somos invisibles... ¿cómo es que tú puedes vernos? O sea, tú eres técnicamente, ya sabes...-preguntó Percy.
- Sí -dijo Bob-. Pero somos amigos.
- Qué poderoso es el poder de la amistad. -dijo Rosier.
Bob se encogió de hombros, sin entender que las palabras de la chica era sarcasmo.
Percy miró el enjambre de monstruos crueles.
-Bueno, por lo menos no tendremos que preocuparnos por si nos tropezamos con más amigos entre esa masa.
Bob sonrió.
-¡Sí, es una buena noticia! Venga, vamos. La muerte está cerca.
- Eso tampoco motiva mucho, Bob. -dijo Rosier.
Se zambulleron en la multitud. Al igual que Rosier, Percy también temblaba tanto que tenía miedo de que la Niebla de la Muerte se desprendiera de de él. Había visto grandes grupos de monstruos antes. Había luchado contra un ejército de ellos durante la batalla de Manhattan. Pero eso era harina de otro costal.
Cada vez que luchaba contra monstruos en el mundo de los mortales, por lo menos sabía que estaba defendiendo su hogar. Eso le infundía valor, por muy escasas que fueran las probabilidades de sobrevivir. Allí Percy era el invasor. Su sitio no estaba entre esa multitud de monstruos del mismo modo que el sitio del minotauro no estaba en Penn Station en plena hora punta.
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