⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀005.
☠. LA VISTA DE ROSIER SE comenzaba a nublar del cansancio, nunca antes había batallado así desde que vivía en el plano terrenal. Sí, puede que se encontraba en el territorio de los monstruos y eso quiere decir que una pelea así debía de ser lo mínimo que ella pudo haberse enfrentado pero ella siempre mantenía camuflandose entre las sombras para evitarse peleas así, que la debilitaran tanto.
Pero a su suerte y a los otros dos, Bob escuchó las plegarias de Percy y vino a su rescate, y sí que sabía usar la escoba.
Lanzaba tajos de un lado al otro y destruía a las diablas una detrás de otra mientras Bob el Pequeño reposaba en su hombro, arqueando la espalda y siseando.
En unos segundos, las arai habían desaparecido. La mayoría se había volatilizado. Las más listas se habían ido a la oscuridad volando y chillando aterrorizadas.
Bob se levantó por encima de ellos, con su escoba plantada como una bandera. Tenía una expresión impenetrable de un blanco luminoso en la oscuridad.
— Muchas maldiciones —dijo Bob—. Percy ha hecho muchas cosas malas a los monstruos.
—¿Puedes curarlo? —rogó Rosier, temiendo perder su única oportunidad de salir de ahí.
Bob frunció el entrecejo. Se toqueteó la placa de identificación del uniforme como si fuera una costra.
Rosier volvió a intentarlo.
—Bob…
— Jápeto —la corrigió Bob, en un tenue rumor—. Antes de Bob era Jápeto.
El aire estaba totalmente inmóvil. Rosier decidió apartarse un poco, apartó un poco su capa y de un bolsillo sacó una desaliñada tela, desenvolvió lo que tenía dentro que era un frasco con un líquido verde dentro y otro que poseía pedazos que a primera vista parecían brownies.
Rosier sacó dos pedazos del segundo frasco, se comió uno y no pudo evitar sentir nostalgia por el sabor que le daba, pastel de tres leches. Soltó un suspiro antes de guardar los frascos y acercarse a sus ¿amigos? ¿Compañeros? ¿Conocidos? Rosier suponía que eran conocidos, así que se acercó a ellos.
Al parecer, Bob logró quitarle varias maldiciones de encima a Percy pero no la maldición que le regaló Fineas.
— El Tártaro mata a los semidioses —dijo Bob—. Cura a los monstruos, pero vuestro sitio no está aquí. El Tártaro no curará a Percy. El foso odia a los de vuestra condición.
— Lo sé, he vivido aquí por mucho tiempo...
—¡LO HUELO! —bramó el gigante—. ¡CUIDADO, HIJO DE POSEIDÓN!
¡VOY A POR TI!
— Polibotes —dijo Bob—. Odia a Poseidón y a sus hijos. Está muy cerca.
Rosier se empeñó en levantar a Percy. Él detestaba que se esforzara tanto, pero se sentía como un saco de bolas de billar. Incluso apoyando casi todo su peso en Rosier, apenas se tenía en pie.
— Bob, vamos a seguir, contigo o sin ti —dijo ella—. ¿Me vas a ayudar?
Bob el Pequeño maulló y empezó a ronronear, frotándose contra el mentón de Bob.
Bob miró a Percy.
—Hay un sitio —dijo Bob finalmente—. Hay un gigante que podría saber qué hacer.
—Un gigante. Bob, los gigantes son malos.
— Hay uno bueno —insistió Bob—. Créeme. Os llevaré…, a menos que Polibotes y los demás nos pillen antes.
⍦. BOB SE HABÍA ECHADO a Percy sobre los hombros como una bolsa de deporte mientras Bob el Pequeño, el gatito esqueleto, se acurrucaba encima de la espalda de Percy y ronroneaba. Bob avanzaba a paso ligero, incluso para un titán, lo que hacía casi imposible que Rosier mantuviera el paso de él.
—¿Falta mucho? —preguntó Rosier.
—Casi demasiado —contestó Bob—. Pero a lo mejor no.
El paisaje volvió a cambiar. Seguían yendo cuesta abajo, cosa que debería haber facilitado la travesía, pero el terreno se inclinaba en un ángulo extraño:
demasiado pronunciado para correr, demasiado peligroso para bajar la guardia por un solo momento. La superficie a veces era de grava suelta y otras estaba compuesta por parcelas de cieno. De vez en cuando Rosier rodeaba unas púas lo bastante puntiagudas para atravesarle el pie y unos grupos de… No eran rocas exactamente. Más bien verrugas del tamaño de sandías.
El aire se volvió más denso y adquirió un hedor a aguas residuales. Puede que la oscuridad no fuera tan intensa, pero solo podía ver a Bob gracias al brillo de su pelo blanco y la punta de su lanza. Se fijó en que no había replegado la punta de lanza de su escoba desde que habían peleado contra las arai. Eso no la tranquilizaba.
Percy se bamboleaba de un lado al otro y obligaba al gatito a recolocarse en su nido en la zona lumbar del semidiós. De vez en cuando, Percy gemía de dolor, cosa que hacía sentir a Rosier un poco mal ya que sentía cierta lástima hacia él.
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