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☠.      LOS SEMIDIOSES Y EL TITÁN iban camino a las Puertas de la muerte, comenzaron su búsqueda después de que el hijo de Poseidón enviara un mensaje a un campamento llamado Campamento Mestizo, y esucharan el grito de un gigante en busca del semidios.

— ¡Cuidado! —advirtió Rosier.

Pero Percy ya había caído.

Afortunadamente, solo era una pequeña depresión. La mayor parte estaba ocupada por la ampolla de un monstruo. Cayó en blando sobre una superficie caliente y elástica, y estaba dando gracias a su suerte… cuando abrió los ojos y se encontró mirando a través de una brillante membrana dorada una cara mucho más grande.

Se agitó, y cayó del montículo de lado. El corazón le palpitaba en el pecho.

Bob lo ayudó a levantarse.

— ¿Estás bien?

Él no contestó por unos segundos simplemente miraba horrorizado aquella burbuja.

— Hiperión —dijo Percy—. Odio a ese tío. Creía que Grover lo había convertido en un arce.

Rosier miró a Bob. El titán plateado estaba examinando a Hiperión con el entrecejo fruncido debido a la concentración, tal vez reconociéndose en él.

Rosier ahogó un grito recordando y la respuesta a su pregunta del porqué Bob se le hacía tan conocido, ¡Pues claro! Él era Jápeto, un titán pacífico, hermano de Hiperión y otros titanes y...

— Bob —dijo Rosier con cierto temor—, debemos irnos.

— Oro, no plata —murmuró Bob—. Pero se parece a mí.

— Bob —dijo Percy—. Oye, colega, ven aquí.

El titán se volvió de mala gana.

— ¿Soy tu amigo? —preguntó Percy.

— Sí —Bob parecía peligrosamente indeciso—. Somos amigos.

— Sabes que algunos monstruos son buenos —dijo Percy—. Y otros son malos.

— Hum —dijo Bob—. Por ejemplo… las fantasmas guapas que sirven a Perséfone son buenas. Los zombis que explotan son malos.

— Exacto —dijo Percy—. Y algunos mortales son buenos y otros son malos.
Pues lo mismo pasa con los titanes.

— Titanes…

Bob se alzaba por encima de ellos, mirándolos ceñudo.

— Eso es lo que tú eres —dijo Percy con serenidad—. Bob el titán. Eres bueno. Eres estupendo, de hecho. Pero algunos titanes no lo son. Este de aquí, Hiperión, es malo como la tiña. Intentó matarme… intentó matar a mucha gente.

Rosier los miró confundida, era más que obvio que lo estaban manipulando para su bienestar. Bob parpadeó con sus ojos plateados.

— Pero parece… su cara es tan…

— Se parece a ti —convino Percy—. Es un titán, como tú. Pero no es bueno como tú.

— Bob es bueno —sus dedos apretaron el mango de la escoba—. Sí. Siempre hay al menos uno bueno: monstruos, titanes, gigantes…

— Ah… —Percy hizo una mueca—. Bueno, en el caso de los gigantes no estoy seguro.

—Oh, sí.

Bob asintió con la cabeza con seriedad.

—Debemos irnos —los apremió—. ¿Qué hacemos con…?

—Te toca, Bob —dijo Percy—. Hiperión es de tu raza. Podríamos dejarlo en paz, pero si se despierta…

La lanza-escoba de Bob se puso a barrer. Si hubiera estado apuntando a Percy o a Rosier, los habría partido por la mitad. En cambio, Bob atravesó la ampolla monstruosa, que estalló en un géiser de caliente lodo dorado.

— Hiperión es un titán malo —anunció Bob con expresión adusta—. Ya no puede hacer daño a mis amigos. Tendrá que regenerarse en otra parte del Tártaro. Con suerte, le llevará mucho tiempo.

Los ojos del titán parecían más brillantes de lo normal, como si estuvieran a punto de derramar lágrimas de mercurio.

—Gracias, Bob —dijo Percy.

—Será mejor que sigamos —dijo Rosier acomodando su vieja y desaliñada capa.

Percy siguió a Bob y a Rosier; en su uniforme de conserje brillaban las manchas de lodo dorado de la burbuja reventada de Hiperión, mientras que la chica varias veces parecía perderse entre la niebla para, segundos después, reaparecer.










⍦.         — ¿QUIÉN ES TU PADRE divino? —preguntó sin rodeos Percy.

— Creí que ya se los había dicho —dijo—. Es Thanatos, el dios de la muerte.

Él se sorprendió.

— No sabía que él tuviera una hija. — dijo.

Rosier rió por lo bajo.

— Soy su primogénita y, creo, que su única hija. Casi nadie sabe sobre mi existencia porque mi padre es muy reservado ante eso... qué te puedo decir, la muerte no es algo que les agrade a muchos.

Quedaron el silencio pero Percy lo rompió.

— No te pareces en nada a él.

Rosier miró a Percy de reojo sorprendida, solo que no lo demostró.

— ¿Lo conociste? —él asintió.

— Fue hace poco. Tu padre fue secuestrado por un titán y, junto con unos amigos romanos, fuimos a su rescate.

— Ah...no me parezco a él porque salí a mi madre, era una descendiente de una ninfa de las flores. —señaló sus orejas puntiagudas.

— ¿Y qué pasó con ella? —preguntó, a lo que Rosier se rió pero a través de sus ojos se podía percibir la tristeza y al instante Percy se arrepintió de hacer la pregunta.

— Eres muy curioso, eh. Pero debes de saber que hay límites.

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