XIV. Tuya

ɪꜱ ɪᴛ ʙᴇᴛᴛᴇʀ ᴛᴏ ꜱᴘᴇᴀᴋ ᴏʀ ᴛᴏ ᴅɪᴇ?

"ᴜɴᴀ ᴇᴛᴇʀɴɪᴅᴀᴅ
ᴇꜱᴘᴇʀᴇ ᴇꜱᴛᴇ ɪɴꜱᴛᴀɴᴛᴇ
ʏ ɴᴏ ʟᴏ ᴅᴇᴊᴀʀᴇ ᴅᴇꜱʟɪᴢᴀʀ
[.....]
ᴄᴏᴍᴇ ᴅᴇ ᴍɪ, ᴄᴏᴍᴇ ᴅᴇ ᴍɪ ᴄᴀʀɴᴇ
[.....]
ᴛᴏᴍᴀᴛᴇ ᴇʟ ᴛɪᴇᴍᴘᴏ ᴇɴ ᴅᴇꜱᴍᴇɴᴜᴢᴀʀᴍᴇ"


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Colocó el algodón sobre la lastimadura con delicadeza, limpiando la sangre de la misma y evitando infecciones. Sus manos daban movimientos suaves y compasivos ante el dolor ajeno, queriendo hacerlo sentir mejor. Sus ojos concentrados en lo que hacían y sus oídos aislaban el ruido que no fuera perteneciente a ninguno de ellos dos.

Las lágrimas del pequeño se había frenado hace rato, y el camino de las viejas se encontraban ya secas. Sus mejillas y la punta de su nariz rojizas de tanto llorar y sus tiernos ojitos algo hinchados. Sus pestañas se observaban más largas por las gotas saladas de dolor y su cabello ruludo estaba despeinado.

La adolescente intercalaba la limpieza del algodón con pequeños soplidos de aire para aliviar el ardor. La rodilla se encontraba raspada del golpe que contra el asfalto se habían provocado. La sangre que antes había salido ahora se encontraba en el blanco del algodón, dejando limpia la rodilla del menor.

¿Te sigue doliendo? Preguntó con suavidad.

El pequeño negó con la cabeza y sorbió su nariz antes de que sus mocos llegaran a caerse. Celeste tomó un pañuelo de papel de su bolsillo y se puso de pie para acercarse a él. Con el papel le ayudó a sonarse la nariz.

— Siempre que te pasen estas cosas tenés que venir y decirme, Teo, ¿sí? — Se sentó a su lado en la cama y acarició su pelo — No quiero que esos nenes te sigan molestando, no me gusta verte lastimado.

Mateo se mantenía cabizbajo con tristeza, además de que le daba vergüenza que su hermana lo viera de esa manera. No le gustaba que esos niños le molestaran, pero no sabía qué hacer para que se detuvieran. Una vez los había acusado con la supervisora, ella aseguró que hablaría con ellos y no se repetiría la situación, pero sí fue así. Así que ahora era Celeste quien buscaba defenderlo siempre.

La mayor lo tomó del mentón y elevó su cabeza para que la mire — Lo digo en serio. Quiero que seas feliz, hago mi mayor esfuerzo para que lo seas. Así que la próxima vez que te molesten, gritá mi nombre y voy a ir.

— No soy feliz acá — Las palabras del niño rompieron su corazón y, al igual que él, se le pusieron los ojos llorosos.

— Ya sé, Teo, yo tampoco. Pero hagamos un esfuerzo, ¿sí? Un último tirón y vas a ver que en poco tiempo nos vamos a ir de acá.....Y lo vamos a ser — Aseguró como si fuera una promesa de corazón. Una que de la única que forma que no la cumpliera, era que muriese.

Mateo se ocultó en el pecho de su hermana llorando unas últimas lágrimas y aferrando sus pequeños y débiles bracitos alrededor de su torso, sintiéndose pequeño. Celeste se dedicó a frotar su espalda con amor hasta que él decidiera separarse, que lo hizo luego de unos minutos.

Dejó un beso en su frente — ¿Estás mejor? — Él asintió y la mayor puso una mano en su cabeza — Vamos. Te tenés que bañarAmbos se pusieron de pie y ella guió a Mateo de la mano hasta el baño.

Celeste jamás dejaría a Mateo por cuenta propia, era la persona que la mantenía cuerda en ese lugar de pesadillas. Era solo un niño, pero se trataba de la persona que más amará en la vida, así que quisiera verlo feliz por el resto de ella. No importaba qué tuviera que hacer.



















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Ya no se trataba de un pequeño raspón en la rodilla. Tampoco de unos niños molestando a otros en un orfanato. La vida se había transformado a un nivel adulto, un nivel de crueldad social.

Moscú se encontraba en el suelo sangrando, siendo sostenido por su hijo haciendo presión en la herida. Helsinki se había acercado, y Sídney, cuando pudo reaccionar, lo hizo por igual. Se colocó de cuclillas a su lado. Nairobi, por su lado, había salido corriendo en busca del botiquín.


— Tranquilo, esto es un raspón en el costado, nada más. Tranquilo — Le dijo a su hijo, intentando calmarlo.

— Hay que ponerlo de costado — Pidió Sídney y así lo hicieron.

— No tiene agujero de saluda, la bala está adentro — Avisó Helsinki al revisar su espalda.

Denver apretó los dientes — Me cago en la puta, se está desangrando.

— Tranquilo, yo tengo sangre a punta pala. ¿No ves que he comido muchas morcillas? — Bromeó, pero su voz sonaba ahogada por la sangre y su agitada respiración.

Llegó Nairobi a ellos con el botiquín y se agachó a su lado, para abrir la pequeña caja de ayuda.

— Vale, sujetádmelo. Berlín, morfina — Pidió la mayor.

Mientras el hombre hacía lo dicho, Denver se sacó su remera y la colocó encima de la herida para hacer presión. Por otro lado, Sídney tomaba las gasas y vendas.

— Voy a ponerle una vía. A ver, déjame — La española tomó las tijeras para cortar el mameluco — Tira de ahí, Denver.

Entre los dos tironearon la ropa y esta de quebró, dejando a la vista la imagen de tres balas en el abdomen de Moscú. De los mismos, no dejaba de brotar gran cantidad de sangre. Todos se quedaron callados unos segundos por el shock.

— Voy...Voy a ponerle una vía — Repitió Nairobi y lo hizo.

La expresión en el rostro de Denver rompía su corazón. Se mostraba triste, miedoso y desesperado, combinado con sus ojos llorosos a punto del quiebre. Parecía no saber qué hacer al respecto.

— Respira más despacio — Recomendó Helsinki — El pulso se está disparando.

Sídney puso las gasas encima de las heridas de balas, luego de retirar la remera de Denver, e hizo presión llenando sus manos de la sangre ajena.

— Ya está. Tranquilo, Moscú. Vas a estar bien — Tranquilizó la argentina.

El hombre le regaló una sonrisa, que más bien fue una mueca, con la intención de relajarla. A pesar de intentar verse de esa manera y tranmitirselo, podía ver lo preocupada y nerviosa que se encontraba la menor. Por lo que alzó su mano y dejó una pequeña caricia en su mejilla.

— Gracias, niña.

— Vas a estar bien, ¿sí? — Repitió con esperanza y él asintió.

Luego de que Nairobi terminara de colocarle la vía y, dentro de todo, lograran relajar y "estabilizar" a Moscú, crearon entre todos una camilla casera donde lo dejaron reposando. Se trataba de una mesa metálica a la que por encima le pusieron una bolsa de dormir y su respectiva almohada.

Fue un gran esfuerzo alzar al herido para recostarlo allí sin lastimarlo aún más, o causarle más dolor, pero pudieron hacerlo. Fue recién en ese momento cuando la mayoría volvió a sus tareas, a excepción de su hijo, Helsinki y Sídney.

Berlín, por otro lado, había ido a hablar con el Profesor respecto a lo sucedido. Pedirían a la policía que ingresaran cirujanos para curar a la persona que ellos mismos habían baleado, pues la vuelta de Tokio había sido, por su parte, totalmente limpia. Sin embargo, nada les aseguraba que aceptarían.

— Helsinki, ¿cómo lo ves? — Preguntó Moscú.

Este suspiró — No es tiro en pierna. Estómago es zona muy mala, Moscú, muy mala. Necesitamos cirujano.

— La verdad, ¿cuánto tiempo tenemos?

— Horas. Once, doce, trece. Pero sin cirujano, no hacemos nada — Respondió con sinceridad.

— ¿Cuántos impactos tengo? — Esta vez se dirigió a su descendente.

Relamió sus labios — Son tres, papá. Son tres.

— Menudo jaleo que tengo ahí abajo — Se rió vagamente sacando una sonrisa a Denver.

Repentinamente, a sus lados llegó Berlín — Moscú....Ellos no quieren meter equipo quirúrgico, pero tenemos una ambulancia ahí afuera para llevarte al hospital.

El hombre se mantuvo en silencio un momento, procesando su respuesta.

— Pues ya podéis ir diciéndole a la policía que le den mucho por culo, porque yo no voy a volver a la cárcel — Todos asintieron con compresión — A ese muro le quedan tres picadas para pasar al otro lado. Eso son diez horas de trabajo. Poneos a picar y yo me encargo de aguantar, ¿vale?

— Aguanta, papá, aguanta — Pidió Denver con determinación — Que ese túnel lo abro yo aunque sea a cabezazos. Señores, salimos de aquí.

Se inclinó para dejar un fuerte beso en la frente de su padre y luego se marchó con prisa hacia el túnel. Moscú se quedó callado unos segundos, luego miró a los dos hombres.

— ¿Podrían darme un segundo con esta pequeña?

Ambos hombres se miraron entre sí y terminaron asintiendo para retirarse sin decir nada más. Sídney se acercó a la "camilla" y el hombre tomó su mano. La de él se sentía helada en comparación del calor corporal que la suya daba.

— Eres una maravillosa mujer, Sídney. Jamás me has decepcionado ni por un segundo. Tú siempre tan..... excepcionalmente inteligente y cariñosa.

La mirada de cariño que le dirigía le provocó calidez en su pecho. Un sentimiento de felicidad llenándola ante sus palabras, pues le había dicho lo que su padre jamás. Y de cierta forma, ella veía a Moscú como una figura paternal, incluso sin tener la relación más unida. Era el tipo de calidez y amor que expresaba.

— Quiero pedirte un favor, Sídney — Ella asintió de inmediato con sus ojos llorosos — Cuida a Denver por mi. Sé que, aunque todavía no lo sean con seguridad, serán inseparables. Además, necesito que Denver tenga un pilar que no lo deje caer. Yo ya estoy muy viejo para hacerlo, y....por mucho que quiera....., es mi momento para finalmente descansar.

Sabía que se trataba de una despedida. Moscú sabía que moriría hicieran lo que hiciera, no importaba el esfuerzo que pusiesen en ese túnel, o que intentaran ingresar a cirujanos. Moscú no saldría de la Fábrica con ellos.

Un par de lágrimas le cayeron — Lo prometo. Te lo juro. Lo voy a hacer como....como si fuera mi hermano.

— Te lo agradezco, pequeña.

— Celeste — Las palabras de ella dejaron confundido al hombre — Me llamo Celeste Kilza.

Una sonrisita creció en el otro rostro — Pues encantado de conocerte, Celeste. Yo soy Agustín Ramos.

— Un placer, Agustín — Correspondió riendo.

— ¿Te digo algo Celeste? La vida es muy corta para sufrir por amor. Arriesga todo por ella. Créeme, los viejos como yo ven cosas que los jóvenes no pueden.

Sídney volvió a reír, esta vez con más duración. Sus palabras impactaron muy fuerte en su mente y, con una facilidad que jamás creyó, las aceptó. Sabía con claridad a qué se refería. Tokio. Lo que no sabía es cómo lo había descubierto, pero ya no importaba. Tal vez tenía razón, los adultos veían cosas que los jóvenes no. Bueno, si hablábamos de amor.

Asintió como respuesta y dejó un beso en su cabeza antes de alejarse. Se dio la vuelta para tomar su camino y su mano terminó por separarse de la ajena, dejando de sentir su frío tacto.

Su cabeza tenía el lugar exacto al que ir, sin embargo, se terminó desviando de su camino cuando un pensamiento llevó a otro y se acordó de algo más. La promesa que ella misma se había hecho, que si Tokio volvía, Berlín no se iría de rositas. Así que no tardó en llegar al cuarto en el que, con seguridad, sabía que se encontraría.

Abrió la puerta con tranquilidad fingida y las cerró por detrás de ella sin quitarle la mirada al hombre. Este también se encontraba mirándola, se había girado al oír el ruido y ahora esperaba a que dijera algo.

— ¿A qué se debe tu gratificante presencia, Sídney? — Sonrió sin mostrar los dientes.

La chica correspondió a la sonrisa y se acercó con normalidad, sin demostrar indicios de nada. Berlín esperó con paciencia, siguiéndola con la mirada. Ella se frenó al frente de él y suspiró como su estuviera a punto de hablar, sin embargo, lo que hizo fue más inesperado.

Proporcionó un fuerte golpe a puño cerrado en la mejilla izquierda del hombre. Este se tambaleó hacia atrás y se sostuvo de la mesa mientras gemía de dolor. Un pequeño corte se hizo paso de inmediato en su piel y un poco de sangre bajó por su nariz. Llevó su mano a la misma para impedir que siguiera bajando, mientras la expresión de su cara se transformaba de dolor a una completamente de furia.

Los nudillos de Sídney también dolían, hasta podía sentir los latidos de su corazón en los mismos, pero lo ignoró y se acercó a Berlín haciéndole frente. Su  cabeza se mantuvo en alto y su mirada seria y amenazante.

Le volves a tocar un solo pelo y te reviento la cara a piñas, ¿me escuchaste? — Advirtió. Por supuesto que Berlín ya sabía a quién se refería — No me importa si me arrastras con vos en el camino, lo voy a hacer Berlín. Te lo juro.

— Reza porque el Profesor te de un destino lejano al mío, porque te juro que de otra forma te buscaré para matarte, Sídney — Escupió enojado.

— Ya veremos — Y sin más, salió de la habitación.

Estaba segura que si fuera una caricatura, estaría echando humo por las orejas. Ahora tenía asegurado lo que antes tenía el derecho de la duda, que Berlín se vengaría en cuanto le diera la oportunidad. Si es que alguna vez llegaba a hacerlo.

Ese hombre cada vez le sorprendía más. La acción o frase siguiente siendo aún peor que la anterior. No había vez que abriera la boca y no se tratara de machismo, superioridad o amenaza. Hasta podría decir que se había acostumbrado, pero no era cierto, seguía tomándola por sorpresa en inesperadas veces.

Repentinamente, sintió una mano tomando de su brazo y la empujó hacia adentro de una habitación, tomándola desprevenida. No llegó a recomponerse que oyó la puerta cerrarse en un golpe. Luego, sintió unos labios colocarse encima de los de ella y besarla con fuerza.

Sídney empujó a la persona por los hombros y la separó de ella para tomar aire. Estuvo a punto de insultar a la persona que fuese, pero sus cejas dejaron de fruncirse al ver a Tokio frente a ella. Sin embargo, eso no hizo que su confusión se reduciera.

Se tomó unos segundos silenciosos para pensar, y, además, ver si la otra se dignaba a decir algo al respecto. Tokio la había besado, esta vez ella lo había hecho. No Sídney a Tokio, sino Tokio a Sídney, y su cabeza no dejaba de repetírselo. ¿Qué estaba sucediendo? No encontraba explicación a lo sucedido, pero se decidió por primera vez dejar de pensar. Esta vez se dejaría llevar por sus sentimiento.

Se volvió a acercar a ella con rapidez y la tomó de la nuca para volver a conectar sus labios. No se trataba de un beso suave, si no uno agresivo y apasionado. Estaba lleno de sentimientos. Por un lado, enojo, amor, confusión. Por el otro, decisión, arrepentimiento, cariño. Las manos tampoco se quedaron quietas. Una de las de Sídney se mantenía en su cuello y la otra apretando su cintura, que mantenía el cuerpo ajeno cerca del suyo. Las de Tokio se encontraban, una, en su mejilla, y la otra enredada en sus cabellos tirando de los mismos.

Fue la primera vez que Sídney ni siquiera se preocupo si Tokio hacia tal cosa por amor. No se lo cuestionó, decidió disfrutarlo sin importar los sentimientos de por medio. Al fin y al cabo, Tokio lo disfrutaba sin ellos, así que intentaría hacer lo mismo.

El corazón le latía desenfrenado en su pecho queriendo salir corriendo. El sudor le comenzaba a recorrer cada parte del cuerpo por el calor, que no sabía si su pertenencia era por el clima o la pasión. Sus cuerpos no se despegaban, como si algo hubiera cambiado. Como si esta vez el destino aceptó que podrían estar finalmente a la par de la otra.

Sus lenguas no buscaban permiso al ingresar en la boca contraria. No sabían si peleaban o danzaban. Los dedos se hundían en la carne de la otra, sus deseos carnales subiendo más y más al punto máximo. Las mordidas de labio que se proporcionaban provocando jadeos, mostraban la excitación de ambas.

Ambas manos de la argentina viajaron hasta su trasero y lo apretó con fuerza, para luego levantarla del suelo, haciendo que la contraria enrollara sus piernas alrededor de ella, y le sacara un gemido de sorpresa. Caminó unos pasos y la dejó sentada encima de los lavabos. Tokio abrió las piernas y Sídney se metió entre ellas sin dejar de besarla.

Fue subiendo la mano con lentitud, acariciándola en el mientras, hasta meterla en su nuca y agarrarle el cabello. Tiró de este hacia atrás y, cuando Tokio obligadamente hizo su cabeza hacia atrás y gimió, dirigió sus labios al cuello descubierto. Disfrutó de devorarlo. Lo beso, lamió y mordió.

Luego, trazó lentamente con su lengua un recorrido hasta su oreja, en el mientras sintiendo las manos de Tokio bajar por su aún descubierto torso. Llegó a su destino y mordió el lóbulo tomándose su tiempo. Sin embargo, cuando la mano de Tokio estuvo por meterse en sus pantalones, se separó. Tan solo fueron unos centímetros, sus rostros quedando frente a frente, pero la acción se detuvo.

Sídney no subió la mirada para verla a los ojos. Se mantuvo cabizbaja, apoyada con sus manos a los costados del cuerpo contrario, y respirando agitadamente. No podía seguir, no porque no quisiera, sino porque necesitaba respuestas.

— Deja de jugar conmigo, por favor — Pidió en un susurro y apoyó la cabeza en el pecho de Tokio.

Las manos de esta subieron hasta sus, siempre tan cálidas, mejillas, y las acarició subiendo su cabeza para encontrar sus miradas. Ambas se encontraban con los labios aún entreabiertos intentando calmar por completo la respiración. Sus mejillas rojizas y el pelo alborotado. Sus ojos expresando aún el deseo vivido. Sin embargo, los ojos de Sídney expresaban algo más.

Para ella, volver a ver esos ojos cafés fue la perdición, más aún después de semejante momento. Sentir esos acolchados labios fue tocar el cielo y sentir la paz en la palma de su mano. Aunque el toque caliente de su lengua y tacto la hicieron querer ir al infierno, buscando la prueba de que no había fuego más caliente que el que hay entre ellas.

El entrecejo de Síndey se encontraba hundido, pero, a diferencia de cuando estaba enojada, esta vez convertía su mirada a un aire sumiso. Para Tokio, verla de ese modo y desde allí arriba le había quitado el aliento. Observarla inclinar su cabeza hacia el toque de su mano y disfrutar de él prendió algo en ella. Algo que, por más que su miedo escondiera, ya no podía seguir ocultando.

— Lo siento tanto — Habló, finalmente, con un tono muy bajo — No quería lastimarte y sé que no hay nada que pueda hacer para remediarlo, pero ya no lo haré más — Sorbió su nariz como si contuviera ganas de llorar — Lo cierto es.....que tenía miedo, Sídney. Porque sí, quererte me da- daba miedo. Nunca antes había sentido algo por una mujer y eso, no lo sé, simplemente me provocaba mucho miedo.

Sídney no dijo nada al respecto, esperaba a que terminara de hablar así podía desahogarse de todo lo que llevaba guardando por tanto tiempo. Sin embargo, con sus cortas palabras, entendió exactamente lo que quería decir.

— Y la verdad es que siento....siento mucho por ti, Síd, ¿sí? Siento....amor. Mucho amor — Una lágrima traicionera cayó por su mejilla — Estoy enamorada de ti y me costó mucho entenderlo, además de que no sabía como manejarlo. Pero ahora sí lo sé y quiero que lo sepas. Que sepas que te amo.....Perdón por todo el daño que te he hecho.

Sídney sentía que la felicidad la desbordaba por todas partes, que podría salir corriendo para poder calmarse y luego volver. Los latidos le zumbaban en los oídos con fuerza y emoción. Parecía un sueño, mejor dicho, creía que era un sueño, del cual esperaba nunca despertar si así lo fuera. Esta vez, el destino la había sorprendido y se decidió por darle lo que tanto deseó. Solo le quedaba agradecerle y, si todo salía bien entre ellas, en cuanto se marcharan de la Fábrica podría finalmente disfrutarlo con cada parte de ella. Cuerpo, alma, mente y corazón.

Se enderezó mejor para acercar sus rostros — Perdoname si te hice sentir presionada a decirme la verdad. No sabía qué estabas pasando. Yo pensaba que, para vos, solo era.....un pasatiempo.

Negó muchas veces con la cabeza — Por supuesto que no, ¿vale? Y lamento haberte hecho sentir de tal forma.....

Sídney se perdió por unos segundos en su mirada. Era el único lugar en que no le importaría perderse y no encontrar la salida — Yo también te amo — Admitió finalmente y cerró sus ojos juntando sus frentes — ¿Entonces, era verdad lo de Río?

Asintió — Nunca te he mentido sobre eso.....Mi corazón siempre fue tuyo — Otorgó caricias con su nariz a la de la contraria — Y si tu sentimientos por mi todavía son los mismos, Síd, me gustaría intentarlo.

Tuvo que abrir los ojos y tomar un poco de distancia, para encontrar su mirada, para buscar la verdad — ¿Me lo decís en serio?

Asintió con seguridad y una sonrió en grande — Quiero salir de aquí e irme contigo. Amarte hasta explotar y recorrer cada rincón de este mundo de mierda junto a ti.

Sídney suspiró y asintió interceptiblemente mientras fingía pensar en algo. Luego chistó la lengua en una falsa queja — Le voy a tener que decir a Mateo que haga lugar en el auto.

Tokio rió feliz contagiándole a Sídney. Esta última se encorvó y la abrazó por su torso pegando su rostro a la panza de la española. Luego alzó la vista hacia esta, la cual la observaba con ternura desde arriba.

— ¿Y ahora qué....qué somos? — Preguntó nerviosa Selene.

Volvió a incorporarse y a quedar frente a frente — Eso lo podemos ver cuando salgamos de acá. Por ahora....., te quiero para mí — Respondió Celeste y besó sus labios con suavidad.

Las palabras de Tokio se grabaron en su alma; "Mi corazón siempre fue tuyo".
Y aunque no se lo dijo, el corazón de Sídney siempre fue, y también será, de Selene Oliveira.

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