XII. Grandes acciones, grandes consecuencias
ɪꜱ ɪᴛ ʙᴇᴛᴛᴇʀ ᴛᴏ ꜱᴘᴇᴀᴋ ᴏʀ ᴛᴏ ᴅɪᴇ?
"ꜱᴏᴍᴇᴏɴᴇ ꜱᴀɪᴅ
ᴛᴏ ᴡɪɴ ᴛʜᴇ ʀᴇᴛʀᴇᴀᴛ, ᴡᴇ ᴀʟʟ ɪɴ ᴛᴏᴏ ᴅᴇᴇᴘ
ᴘʟᴀʏɪɴ' ꜰᴏʀ ᴋᴇᴇᴘꜱ, ᴅᴏɴ'ᴛ ᴘʟᴀʏ ᴜꜱ ꜰᴏʀ ᴡᴇᴀᴋ"
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Admitirlo no era ningún delito y no tendría problema en hacerlo; Nairobi era mil veces mejor al mando que Berlín. Es decir, no había tenido dudas de eso incluso si jamás la hubiera visto en esa posición. Conocía lo suficiente a su amiga. Era una líder nata, de mano dura y a respetar, pero motivacional.
Tener que seguir órdenes que no provenían directamente de Berlín era placentero. No tenías a nadie gritándote y/o apuntándote con un arma en la cabeza, en caso de no querer hacerlo o hacerlo mal. Además, para Sídney, ver su cara de querer morirse, era el punto máximo de satisfacción que cualquier atracador ahí adentro podría experimentar.
— Pasamos al plan Camerún — Informó Nairobi. Su liderazco dándole el comienzo a un atraco más seguro y sin peleas.
El plan Camerún consistía, básicamente, en una estrategia para ponerse a ellos mismoz en una posición de víctima respecto al estado. Le gente, inconscientemente, en cualquier situación se pone del lado de los más débiles y los apoya, así que eso era lo que debían de hacer.
Liberarían a los rehenes que tenían apartados de los demás, y, al hacerlo, se los mostrarían al mundo gracias a un periodista que ellos mismos pedirían por su ingreso.
— Vamos a soltar a los rehenes que tenemos en el sótano y van a venir una periodista y un cámara para grabarlo. Vamos a necesitar a alguien que haga la entrevista — Se giró hacia Río, que se mantenía quieto y con su mirada fija en la mesa — Y mi opción eres tú, Río. Yo entiendo tu calentón, pero te necesitamos. Tu lo puedes hacer sin máscara, eres empático.....
— ¿Tú te crees que yo voy a salir por la tele? — Interrumpió serio — ¿Para que me vea Tokio desde la cárcel? ¿Con una sonrisa de oreja a oreja haciendo una entrevista como si aquí no hubiera pasado una puta mierda? Yo ahora soy un rehén, no contéis conmigo para nada.
Dio por terminada su decisión, que claramente no estaba a discusión, apoyando su cabeza frontal contra la mesa. Sídney se contuvo de rodar los ojos pero un pequeño suspiro escapó entre sus labios con molestia. Le caía pesado lo muy pesimista y cabeza dura que podía ser Río. Ni siquiera quiso llevarle la contraria, pues ya no valía la pena.
— A tomar por culo, lo hago yo, que soy un pupas de nacimiento y se me ve en toda la cara — Se ofreció Denver.
Nairobi y Sídney compartieron una mirada que la contraria comprendió a la perfección. Denver no era exactamente la persona más adecuada para expresarse de manera calmada, clara y empática.
— Tú no cara de pupas, tú cara de hacer pupas — Se burló Helsinki y Sídney dejó salir una risa — Lo hago yo. Si no hay que hablar mucho, lo hago yo.
— Podría ser, ¿eh? Podría ser, pero no, no. Lo hago yo con máscara — Negó Nairobi.
Sídney negó con la cabeza para ella misma. Hacer esa entrevista con máscara no serviría de nada si querían demostrar empatia. Además, llevar la máscara puesta sería una demostración de ocultarse, lo que daría a entender cierta cobardía y que lo que hacían estaba mal.
Berlín rió — Con máscara. En una entrevista en directo. ¿Pero qué somos ahora, etarras? ¿De la yihad? — Se puso de pie y fue directo a la pecera — No, no. Esta entrevista hay que hacerla a cara descubierta, para que España entera pueda sentir nuestras miradas, nuestra respiración, para que puedan percibir el dolor. Y un poquito la pena.
— Ya — Dijo retórica al actual jefa al mando — Vamos, que quieres hacerlo tú. Pero es que....¿Sabes qué pasa? Que si hay un tío en esta vida que yo no le he visto nunca sentir pena ni dolor, ese eres tú, Berlín.
El hombre sonrió — Tokio no está, Río no quiere hacerlo. Y Sídney...., sabes que no podrías pedírselo. Los tres sabemos porqué.
No se equivocaba. Lamentablemente nunca lo hacía. Sídney sabía la razón de que no se lo hubiera pedido a ella, incluso si fuera una de las mejores opciones para tal cosa. Pues la llevaría a exponer su rostro e identidad, pero eso no era el problema, el problema era que al hacerlo pondría automáticamente en peligro a Mateo. La policía podría agarrarlo y, en el menor de los casos, usarlo para que ella se entregara.
Jamás aprobaría tal cosa, ni siquiera por el atraco. Incluso Nairobi se prohibía a ella misma permitir que sucediera, por eso siquiera le había preguntado a su amiga. Para ella, los niños son preciados, y aún más si de trataba del hermano de su amiga.
— No menosprecies a alguien que sabe hacer bien su trabajo, Nairobi. Yo puedo ser un buen maestro de ceremonias.
— Tiene razón — Coincidió Helsinki — Sabe interpretar muy bien.
El dúo de amigas compartió otra mirada, Sídney entregándole una levantada de cejas e inclinación de cabeza. No quería admitirlo, pero Berlín era una buena opción.
— Muy bien. Lo harás tú — Aceptó la mujer a fuerza — Vayan a prepararse. La periodista estará aquí en menos de diez minutos.
Denver fue el primero en ponerse de pie, se acercó a Río y lo tomó de los brazos para levantarlo de su asiento y hacerlo caminar. Se retiraron y pode detrás les siguió Helsinki. Sídney se acercó a Berlín con las llaves de las esposas y le liberó las manos, haciendo que este sonriera de nuevo.
— Muchas gracias a ambas. Sois mujeres maravillosas, por si no lo sabíais — Dijo con ese humor tan de propio de él antes de marcharse.
Sídney se dio la vuelta para mirar a Nairobi que aún seguía en su principal posición.
— "Sois mujeres maravillosas, por si no lo sabíais" — Imitó con voz de hombre y un mal acento español. La otra rió, sacándole una gran sonrisa a Síd, y se acercó a ella — No puede ser tan.....
— ¿Gilipollas? — La abrazó de costado por los hombros.
— Rompe pelotas, iba a decir — Aclaró con gracia y ambas rieron divertidas.
Al dejar de hacerlo, Síd suspiró calmada por lo bien que se había sentido ese momento de cortos segundos. Resumía por completo su relación con Nairobi. Era la solución a sus problemas. Si tenía una enredadera de malos pensamientos y emociones, ella sabía exactamente como desenredarlos.
— Ven — Pidió la mayor, yendo al sillón y tomando asiento.
La otra le siguió, cumpliendo con el pedido. Se puso en el mismo sofá largo, pero se colocó frente a ella sentada como "indio".
— Lo siento mucho, Síd.
Sin dejarla continuar, la interrumpió confundida — ¿Qué cosa?
Nairobi subió ambas manos, frenándola, en señal de que la dejase explicar — Que no te preguntase si querías ser tú quien llevase la entrevista. Eres muy buena opción, pero no puedo ponerte en riesgo a ti y, además, sé que no lo harías por tu hermano — El tono de su voz era calmado.
Sídney se encogió de hombros restándole importancia — No te preocupes, en serio. Te entiendo.
— Además algún día voy a tener que conocer al chaval. ¿Te he dicho alguna vez que siempre quise ser tía?
Sídney dejó salir un par de carcajadas por el modo tan insinuante y gracioso que su amiga había utilizado. A veces, intentar predecir las respuestas que tendría era imposible.
Nairobi sonrió y pudo relajarse un poco al verla contenta, era lo que quería lograr. Desde que todo había comenzado, y en especial con lo de Tokio — que no se refería exactamente a lo que Berlín le hizo —, Sídney era la que peor estaba llevando todo. Era el pilar en el que el peso de las cosas recaía una y otra vez. Así que intentó que al menos por unos minutos pudiera sentirse mejor.
— Vamos. Que la periodista debe estar por entrar — Dejó una palmada en su brazo y se reincorporó.
Sídney también lo hizo y ambas tomaron sus armas y caretas para dirigirse hacia el ingreso de la Fábrica. La argentina, por primera vez en aquella construcción, no sentía nervios de llevar a cabo uno de los planes. Era algo sencillo, así que tenía la seguridad de que todo saldría bien.
Llegaron al lugar propuesto, donde ya se encontraban en posición Helsinki y Berlín. Las mujeres se colocaron sus caretas y dejaron sus armas a un costado, pues era parte del plan no recibirlos con ellas para demostrar confianza. El mayor de todos le asintió a Helsinki en señal de que abriera las puertas. Este así lo hizo.
Al instante, dos figuras se fueron haciendo presente a través de la luz solar del exterior, y se frenaron lejos de ellos mostrando a la periodista y el hombre de la cámara. Luego, Helsinki cerró las puertas y Berlín se retiró la careta para acercarse a la mujer.
— Hola, buenos días — Saludó ofreciendo la mano.
— Buenos días — Correspondió la mujer. A esta, de manera admirable, no se la veía para nada nerviosa.
— Soy Andrés de Fonollosa, muchísimas gracias por estar aquí.
— ¿Puede ponerse esto, por favor? — Le entregó un micrófono y así Berlín lo hizo.
El hombre de la cámara se alejó y apuntó con el objeto hacia ellos, dando inicio a la entrevista.
— Señor Fonollosa, tengo que preguntarle por qué ha permitido que un equipo de periodistas entren emitiendo en directo — Cuestionó la mujer con un tono de voz muy pacífico y relajador.
— Este es un momento decisivo para todos los que estamos juntos aquí adentro y.....era necesario su presencia para registrarlo y para hacerlo público. Por favor, venga conmigo. Adelante.
Le indicó el lugar al que tenían que ir y en esa dirección se encaminaron. Por detrás le siguieron las dos mujeres y Helsinki. Las dos primeras volvieron a tomar sus armas con disimula en el mientras.
— Estos son los once rehenes que por fin van a ser liberados — Informó frente al grupo de gente — Estamos todos un poco nerviosos. Casi como críos a punto de salir en la hora del recreo. Quiero daros las gracias, a todos. Por la valentía y el coraje que habéis demostrado. Y.... — Se acercó a la mujer embarazada y colocó sus manos en la panza crecida — A ti en especial, a ti y a tu criatura. Has demostrado ser una mujer muy fuerte.
La periodista interrumpió — ¿Por qué han tomado la decisión justo ahora, tras cinco días de cautiverio, de liberar rehenes?
— Cinco días....Resulta difícil creer que hayan sido solo unas jornadas, ¿verdad? Vera — Volvió con la mujer — Hemos de confesar que está siendo un momento muy duro para nosotros. La situación es crítica. No nos queda otra vía más que la rendición, por eso está usted aquí.
A Sídney le dieron ganas de soltar un irónica risa al verlo actuar tan bien de "pobrecito". Aunque de cierto modo no le sorprendía en lo absoluto.
— Este gesto es el principio del fin para todos. Helsinki — El hombre se fue hacia las puertas — Es la hora, pueden irse — Indicó con voz dulce.
Los rehenes dudaron unos segundos en los cuales no se movieron de sus lugares, pero luego se fueron dirigiendo hacia la entrada mientras en el camino le agradecían a Berlín. Claro que esas palabras no valían nada para ningún bando.
— Vamos a ir liberando rehenes e intentar pactar una rendición más favorable para nuestros intereses — Siguió Berlín.
— ¿Han tomado la decisión de entregarse?
— Hemos tomado conciencia de que hemos perdido. ¡Abran puertas! — Le indicó a Helsinki.
El hombre cumplió con lo ordenado y los rehenes no dudaron un segundo en salir corriendo afuera de la Fábrica. Como, recitando las palabras de Berlín, críos a punto de salir en la hora del recreo.
Después de que la gran escena finalizara, Berlín dirigió al equipo de periodismo, junto a la banda siguiéndole, hacia una sala en específico donde se encontraba — en paz descanse — Oslo. Se mantenía con su careta puesta por respeto y su identidad, y con un ramo de flores entre sus manos.
— No sé si habrá visto usted alguna vez un cadáver — Prosiguió Andrés — Para algunos de nosotros también es la primera vez. Usted ha venido aquí a contar la verdad. Aquí la tiene, esta es la verdad. Hemos sido apaleados, hemos sido vencidos — La voz del hombre comenzó a temblar, fingiendo estar a punto de llorar — Es importante que lo confirme, por favor.
La mujer se acercó con cautela a Oslo y respetuosamente colocó su dedo índice y medio en su cuello para tomarle el pulso.
— Sí, no tiene pulso, ha fallecido.
— Los rehenes que huyeron le golpearon en la cabeza, murió a las pocas horas — Claro que en realidad Helsinki había tomado la decisión de ayudar a su compañero a descansar en paz — Es posible que para la gente, ahí afuera, este hombre no sea más que un ladrón. Pero para nosotros era un compañero y un amigo. Nadie te prepara para eso, nadie. Es una de las razones por la que hemos decidido liberar rehenes. Algunos de los que estábamos aquí pensábamos que no saldríamos vivos, pero, francamente, nunca pensé que uno fuera él.
— ¿Qué quiere decir, había gente en el grupo decidida a inmolarse?
— No, no, no. No, nada que ver con eso, nosotros somos gente sencilla, gente que se ha visto en dificultades....de todo tipo, como cualquiera. También enfermedades terminales. Y hemos tenido que tomar una acción tan desesperada como esta para dejar algo para nuestras familias. Dejar algo a nuestros seres queridos — Su voz y expresión demostraban tristeza.
Se detuvo unos segundos, fingiendo que intentaba proseguir pero las palabras no salían de su boca por el llanto retenido — Perdón — Se disculpó antes de alejarse.
La mujer le indicó a su compañero que siguiera con la transmisión y ambos siguieron a Berlín, dándole su espacio, para no perderse ningún detalle. Los demás también lo hicieron.
— Yo, sin ir más lejos, tengo una enfermedad degenerativa llamada miopatía de Herbert — Retomó la palabra con esa actuación de víctima — La policía lo sabía y no han tenido reparos en difundir mentiras sobre mí. Y le quiero decir algo. Yo puedo ser un ladrón....Lo he sido toda la vida, he atracado joyerías, he asaltado mansiones...., pero nunca he vendido a nadie. Nunca he vendido a una mujer. No soy un proxeneta que trafique, que viole a menores, no lo soy. Pregúntele al salir de aquí a la policía en qué sumario se guardan esas causas.
— ¿Quiere decir que la policía ha mentido a la opinión pública?
— La policía miente — Dijo con firmeza — Miente a la opinión pública. Han mentido a mis amigos, han pisoteado el nombre de mi familia. Yo soy ladrón. Pero tengo todo el derecho del mundo a no ser difamado. Tengo el mismo derecho que cualquiera a morir en paz. Y con dignidad.
La respiración se le había agitado un poco y lucía entre exaltado y triste ante lo que contaba, como si en verdad sufriera. Sídney tuvo que admitirselo mentalmente. El hijo de puta era muy bueno manipulando a la gente, por un segundo hasta ella se tragó el cuento.
— No puedo seguir.....Corte, por favor — La mujer, con expresión decaída y empática, cumplió el pedido. Fue con esa cara que la mayoría lo supo. La gente había caído justo en la mentira que ellos querían.
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La prensa se había retirado de la Fábrica luego de aquello. Los despidieron amablemente y le agradecieron la oportunidad de dejarlos expresarse públicamente.
Ahora, Sídney junto a Nairobi y Berlín, se dirigían hacia el cuarto en donde Río se encontraba apartado de todos por precaución. Lo necesitaban para poder seguir adelante con el atraco, pues al final de todo era un compañero más y, a pesar de los obstáculos, le tenían cariño. Así que, para que coperara, por mal que sonara, lo tendrían que persuadir.
El argumento era sencillo y directo; Tokio volvería. Luego de la entrevista, el Profesor había llamado para comunicarles que haría todo lo imposible para hacer que Tokio no ingresara a la cárcel. Sídney confiaba desde un principio que así sería, pero escuchar esas palabras desde la boca del hombre había sido como música para sus oídos. Era la primera noticia desde que estaba ahí adentro que le aceleraba el corazón y le sacaba una sonrisa de felicidad.
En ese instante ni siquiera le importaba que Tokio no quisiera estar con ella después de volver. O si terminaba por elegir finalmente a Río. Lo único por lo que anhelaban era que volviera a estar sana y salva, además de en libertad y feliz. Porque la amaba, y si eso significaba que no formara parte de su vida en lo absoluto o como a ella le gustaría, así lo aceptaría.
Río se colocó de pie al verlos y su mirada expresó algo de nervios con inseguridad.
— O se lo dice uno de vosotros o se lo digo yo — Habló primero Nairobi.
— Se lo digo yo — Respondió Berlín — El Profesor va a intentar liberar a Tokio.
El chico no respondió y además no mostró emoción positiva alguna. Su expresión seguía igual que cuando había entrado, hasta se arriesgaría a decir que peor.
— Pero danos una sonrisa al menos — Dijo Sídney intentando sonar amigable — Te aseguré que Tokio iba a volver, ¿no?
— Río, alegra esa cara — Coincidió la española y le enseñó las tijeras — Porque podemos volver a ser una familia.
Río se dio la vuelta y Nairobi se acercó para cortar la ataduras de sus muñecas — Se van a escapar. Se van a escapar — Informó con algo de desespero mientras se daba la vuelta.
— ¿Quienes? — Preguntó los otros tres al unisonido.
— Los rehenes — Respondió antes de salir corriendo de allí.
Compartieron una mirada entre los tres antes de correr detrás del menor. Los cuatro llegaron a la oficina principal y vieron a Río tomando la computadora, comenzando a teclear y procesar cosas que ninguno entendió. Lo único que dedujeron era que desactivaría el acceso a la función de las puertas principales.
Cuando el cargador estuvo casi en el 90 por ciento, con la seguridad de que finalizaría con éxito, se fueron corriendo hacia la entrada de la Fábrica preparando sus armas. Al llegar, con los dos menores al frente, apuntaron hacia el grupo de gente. Arturo tenía aprisionado a Denver y le apuntaba en la sien con una pistola.
— ¡Joder, esos hijos de puta han debido bloquear la puerta, coño! — Gritó Arturo.
— He sido yo — Informó Río, haciéndoles notar su presencia.
— ¡Atrás! — Les apuntó a ellos.
— Arturo, soltá la pistola — Pidió Sídney intentando sonar pacífica — Soltala.
No hizo caso y volvió el objeto hacia la cabeza de Denver. El hombre se mostraba furioso.
— Arturito, yo ya sé que te gusta mucho el cine, pero esta película se te está yendo un poco de las manos — Se metió Berlín.
— Ni un paso más o le pego un tiro. Yo puede que no salga con vida de aquí, pero este no vuelve a reírse en su puta vida — Amenazó.
Sídney se acercó aún más, ignorando sus palabras y sin dejar de perderlo de la mira.
— Vos sabés que tenés razón. No salís de acá con vida, pero con la diferencia que Denver sí — Contradijo con voz firme y después endureció su mirada — ¡Soltá la pistola! No me busqués porque me vas a encontrar, Arturo.
— Sídney, Sídney, calma — Pidió Nairobi pero la ignoró. A su vez, llegaron Helsinki y Moscú como refuerzos.
— ¡Abridme la puerta!
— Vale. Vale. Tranquilo — Moscú bajó su arma y elevó las manos. El miedo por su hijo comiéndole por dentro — Vamos a hablar como personas civilizadas. Suéltale y, si quieres salir, yo te ayudo.
— Abridme la puerta ya — Repitió.
Nairobi y Berlín alzaron sus pistolas — Aquí no se abre ninguna puerta.
— ¿De verdad crees que no? Mira, voy a contar hasta cinco y luego le voy a pegar un tiro — Le expresión de su rostro era desquiciada en furia, mientras Denver intentaba safarse — No tengo nada que perder y me importa todo una mierda, ¿estamos? Así que vosotros mismos. Cinco, cuatro, tres, dos, uno....
Con el dedo puesto en el gatillo, la mira en Arturo y la seguridad de estar a punto de disparar, Mónica se acercó por detrás del hombre y le proporcionó un golpe en la cabeza con una pala. El hombre de inmediato cayó al suelo gimiendo de dolor.
Denver tomó la pistola que le había quitado el otro y le apuntó. Sídney se acercó a paso firme y algo enojado, y copió la acción de su amigo.
— ¿A quién vas a matar tú, eh? Hijo de puta — Escupió entre dientes él.
Sídney miró a Helsinki y cuando este le dirigió la mirada, le hizo una seña que él comprendió. Este se acercó a ellos y tomó a Arturo del mameluco para ponerlo de pie y obligarlo a caminar. Río se fue con él y Sídney, antes de hacer lo mismo, se acercó a Denver.
— ¿Estás bien? ¿No te hizo nada? — Preguntó preocupada.
Este asintió — Me encuentro bien, no estoy lastimado. Encabronado, sí. Pero lastimado, no.
— Cuidate. Ya vuelvo — Inconscientemente, en un acto de cariño que siempre tenía con Mateo, dejó un beso en su mejilla.
Se alejó y tomó rumbo hacia donde Río y Helsinki había llevado a Arturo. Al llegar al lugar, observó a sus compañeros de pie y brazos cruzados, mientras el otro tenía cara de saber que nada bueno podía salir de eso.
— Quítate la ropa — Ordenó Helsinki impaciente.
Arturo se quedó descolocado al pensar si realmente lo decían en serio. Su mirada hasta se dirigió a Río y Sídney como si estos fueran a contradecir lo que el otro decía, pero no recibió tal respuesta.
Comenzó sacándose el mameluco con mucha vergüenza, quedándose con su calzon blanco expuesto.
— Camisa también.
Sídney decidió tomarle un poco el pelo — Sé, Arturo, que debes tener vergüenza por tener a una mujer mirándote. Pero no te preocupes, puedo taparme los ojitos si te hace sentir mejor — Fingió taparse los ojos con la mano y después abrió los dedos para "espiar" entre estos.
El hombre suspiró fuertemente, haciéndole saber a la chica sin querer que había logrado molestarlo más.
— Tengo una herida en el hombro.... — Intentó excusar.
— ¡Quítate la camiseta! — Gritó Helsinki de nuevo, esta vez, sin paciencia alguna.
Comenzó a sacarse la prenda y observaron como, entre su pelvis y el elástico del calzón, tenía escondidos fajos de billetes.
— Y encima nos robas. Ole — Dijo Río.
Helsinki insultó en su idioma — Esto por no matar cuando había que matar.
Sídney asintió dándole la razón — Pero no vamos a cometer el mismo error.
— ¿Qué váis a hacer?
El grandote se acercó — Si yo te pego un tiro...., tú solo mueres. No sufres — Le mostró un bloque de plástico explosivo — Ahora vas a ir con dos kilos de explosivos pegados a tu cuerpo. Yo detonar, pero tú no saber cuándo.
Se alejó de él para buscar más del explosivo y Río se acercó a él para susurrarle — Helsinki, eso es un huevo de explosivo. Ten cuidado, que la puedes liar que flipas.
— Este gusano ha dado más por culo que policía.
Fue hacia Arturo. Este le entregó los billetes robados, como si se tratara de una solución o tregua, pero el atracador se los tiró al suelo. Sostuvo cinta y estiró un buen pedazo de ella.
— Por su culpa muere Oslo — Pegó el trozo cortado — Por su culpa casi muere Denver — Colocó otra tira — Con esto se acaban problemas. ¿Eh, Arturito? — Finalmente pegó el primer cuadrado de explosivo.
Mientras el extranjero se dedicaba a pegar los explosivos restantes en todo el pecho y abdomen de Arturo, — que mantenía una cara de querer matarse — Sídney se acercó a él.
— Te crees muy macho pero no sos más que un idiota miedoso — Escupió entre dientes con enojo — Mandaste a otros rehenes a escapar, para quedarte acá y hacer de héroe, que ni siquiera pudiste. Por tu culpa murió Oslo, te sentís orgulloso de eso, pero sos muy cobarde para admitir la responsabilidad. Nos robaste y te crees mejor que nosotros, cuando en realidad sos peor. E intentaste matar a Denver, pero no lo hiciste, ¿y sabes por qué? — No fue hasta que la miró a los ojos que prosiguió — Porque tenes la actitud pero no el valor. Porque eso es lo único que sos, un farsante. No jugues a ser algo que no sos, Arturito. Lo podes pagar muy caro. Grandes acciones tienen grandes consecuencias.
Cuando Helsinki finalizó su "obra" pegando el botón rojo al centro de todo, los tres tomaron distancia de él.
— Tú no quitar cable. Esto explota. No te muevas rápido. No sudes. No te toques — Estiró la mano hacia Río — Detonador.
Le dio lo pedido. Se trataba, resumidamente, del botón con el que podría accionar para hacer explotar todo. Es decir, explotar de pie a cabeza a Arturo.
— Si yo tocar....este botón, ¡bum! — Lo asustó y se rió de él — Ni tu mujer reconocer. Picadillo de Arturito.
— Camina — Ordenó Síd.
El más grande lo tomó de la nuca sin dejarlo ejecutar a la orden, obligándolo a ir a un paso apresurado que lo hacía darse tropezones con sus propios pies. Los llevarían con los demás rehenes como advertencia, pues a partir de ahora nadie se iría de rositas luego de cometer algo tan grave. Si no le ponen un alto, como antes debieron de hacer, les harían creer que podían hacer lo que quisiesen. Las cosas no funcionaban así.
Mientras llegaban oían a Berlín hablando — Vais a picar el túnel. ¡Hasta que os sangren las manos! Por las noches podríais llorar de dolor en vuestro camastro, pero entonces....¡Vais a seguir picando! Os rotaréis en vuestra tarea sin descanso y si no, un castigo épico os espera — Sonrió al verlos y señalo a Arturo — Como a vuestro líder.
— Un hombre que, si vuelve a traicionar, mata. Que su vuelve a tener ansias de libertad, mata — Se fue acercando al hombre — Que si suda mucho.....Mata. Un hombre con un carácter explosivo. Ahora les vas a dar miedo, Arturo, aunque todos hemos sabido siempre que tú eres una bomba. Como eres un apestado, te vas a quedar aquí aparte. ¡Helsinki y todos los demás al túnel!
El hombre los llamó a todos y se los llevó consigo hacia donde debía. Ahora, al haber un espacio vacío entre Río y Sídney, este se acercó a ella.
— Tic-tac, tic-tac, tic-tac — Repitió muchas veces Berlín frente a su cara — Bum.
No estaba equivocado. Arturo era una bomba de tiempo. Aunque, con la cantidad de días que llevaban ahí adentro, todos eran bombas con la mecha corta. El verdadero miedo era, ¿quién explotará primero?
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