XI. El Matriarcado
ɪꜱ ɪᴛ ʙᴇᴛᴛᴇʀ ᴛᴏ ꜱᴘᴇᴀᴋ ᴏʀ ᴛᴏ ᴅɪᴇ?
"ᴄᴜᴀɴᴅᴏ ɴᴏ ᴇꜱᴛᴀꜱ,
ʟᴀ ꜱᴏʟᴇᴅᴀᴅ ᴍᴇ ᴀᴄᴏɴꜱᴇᴊᴀ ᴍᴀʟ.
ᴄᴜᴀɴᴅᴏ ɴᴏ ᴇꜱᴛᴀꜱ,
ɴᴏ ꜱᴇ ᴀʙʀᴇ ᴇʟ ᴘᴀʀᴀᴄᴀɪᴅᴀꜱ ʏ ꜱᴀʟᴛᴏ ɪɢᴜᴀʟ"
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Eran demasiado cosas sucediendo a la vez. Intentaba sobrellevarlo de la mejor manera que podía, y vaya que se iba a dar mérito, pues lo hacía tan bien que se sorprendía a ella misma.
Luego de todo lo sucedido y de casi explotar contra Berlín, — siendo contenida duramente por Nairobi y Denver — ahora el mismo se encontraba sentado en la punta de la mesa y los demás estaban en sus respectivos lugares. El hombre manejaba la situación como si fuera una simple reunión de trabajo. Aquello le hacía molestar aún más a Sídney.
— Tokio perdió la cabeza. No aguantó. Y no es fácil. Pero no he tenido más remedio que entregarla — Decía el hombre, como si se tratara de un discurso motivacional.
Sídney se mantenía cabizbaja intentando no prestar tanta atención a las palabras de Berlín. Nunca podía tomarse las cosas en serio si se trataba de él, pues siempre portaba esa actitud tan propia y fingida que pronto dejó de creerle todo.
— Daos las manos. Por favor — El pedido dejó descolocados a todos — Estamos aquí jugándonos la vida. No hace falta tanto valor para darse las manos. Cuando se produce una herida, las plaquetas se unen para cerrarla. Si no lo hacen, el cuerpo, finalmente, muere. Se ha producido una herida y tenemos que unirnos.
En el mientras de su parloteo, todos se habían tomado de las manos como había pedido, menos Río y Sídney, que diría que por primera vez estaban del mismo lado.
Para Sídney era inimaginable como con el pasar del tiempo encerrados allí, la estupidez de Berlín cada vez le sorprendía más. Era extrañamente irritante. Era inteligente y a la vez un imbécil.
— ¿Pero qué coño hablas de plaquetas? — Preguntó Río enojado. No pudo juzgarlo.
— Río — Advirtió Berlín.
— ¿Qué te crees, un predicador? ¿El líder de una secta? ¿Vais a viajar todos de la manita al espacio con él?
Lo interrumpió de nuevo — Río, es preciso que te tranquilices. Ahora.
— No. No me tranquilizo, has mandado a Tokio a la cárcel. No tengas los santos cojones de pedirme que me tranquilice. Le has jodido la vida — Hizo el frente, mostrando por primera vez en su vida un poco de valor.
— Es el primer amor. Estás al final del verano y te despides de Susan en la Costa Azul. Parece el fin del mundo, pero no lo es.
La metáfora de Berlín le parecía una puta mierda. Una cosa no llevaba a la otra, y aquella imaginaria situación no se asemejaba a la realidad que atravesaban. Tanto Río, como Sídney. Quiso decirlo, pero se estaba conteniendo demasiado. Su cabeza era un torbellino en ese momento y no podía frenarlo.
De hecho, se estaba sorprendiendo a ella misma de una manera irreal al verse tan controlada. Normalmente, las situaciones que la sobrepasan la hacen explotar, pero su control estaba siendo preciso y duradero. No sabía de dónde había salido. Tal vez su inconsciente sabía que no era buena idea ir en contra de Berlín.
— Además, ¿te doy un consejo, querido Río? No es bueno hacer todo por una persona que no haría nada por ti — Negó con la cabeza fingiendo decepción — Su corazón no te pertenece.
Su mirada se dirigió un milisegundo a Sídney y esta no pasó por alto la acción. Eso la hizo fruncir el ceño. Sin embargo, Río, al contrario, ignoró tales palabras y acción. No quería ver la realidad de la que Sídney era ignorante aún. Una a la que se cerebro se negaba a tomar como real.
— Que te calles la puta boca, psicópata de mierda. No tienes ni puta idea de lo que estás diciendo, ¿vale? ¿Hay alguien aquí que no esté loco? — Miró a todos buscando apoyo, pero nadie devolvió la mirada — Moscú. ¿A ti te parece bien lo de Tokio?
— Hijo...., perdió los papeles. Lo vimos todos — Explicó calmado.
Río asintió con fingida aceptación — Nairobi.
— ¡Bah! Aquí hay unas reglas. Votamos, ella no lo aceptó y luego se le fue la pinza.
El menor redirigió su vista — Denver. Tú si ves el pedazo de mierda que es esto, ¿no?
— Claro que lo veo, tío. Pero le hizo la puta ruleta rusa a Berlín, ¿tú qué piensas?
— No pasó nada, joder — Contradijo.
Nairobi interrumpió alzando la voz — Pero casi, hemos estado a esto. Espabila, chaval, abre los ojos. A Tokio se le fue la olla, no podemos tener una bomba aquí dentro.
El menor se mantuvo callado, por lo que pareció un minuto, luego de las bruscas palabras de la mujer. Su expresión era de pura decepción y tristeza, y sus ojos, se atrevería a decir que, estaban llorosos.
Con toda la esperanza del mundo, miró a la argentina — Sídney.
La chica tragó grueso y bajó la mirada pensando qué hacer. Por supuesto que estaba del lado de Río, tenía la sangre que le hervía por lo que hizo Berlín y quería romperle la cara a golpes. Además, tenía fe de que el Profesor la traería de vuelta. Pero en aquel momento necesitaba más que nunca de su razonamiento y control. Ponerse en contra de Berlín no le beneficiaría en nada.
Alzó la vista con lentitud hasta Nairobi y esta, disimuladamente, negó con la cabeza, indicándole lo que ya sabía. Debía mantenerse al margen si quería que las cosas salieran bien.
Apretó con fuerza los puños por debajo de la mesa, clavándose sus propias uñas como consecuencia. Optó por no dar respuesta alguna, otorgando así la misma sin ser pronunciada. Estaba con Berlín. Le ardería la garganta de solo decirlo.
— No puedo creerlo. Estáis todos con Berlín, estáis todos con un puto psicópata — Dijo molesto.
— No, no estamos todos con Berlín, estamos con el Profesor — Corrigió Nairobi.
— ¿Con el Profesor? Está detenido. Lo hemos visto todos por la tele. No va a llamar, no va a estar esperándonos a final del túnel — Resopla, irónico — Ahora vas a empezar con lo de que quedan dos horas para la llamada de control, ¿no? Cojonudo. Porque es la última. A ver qué cojones hacéis cuando no llame. Yo desde luego no me voy a quedar aquí para verlo.
El chico se levantó de su asiento y sacó su arma para dejarla encima de la mesa.
— Río, no hagás ninguna estupidez — Aconsejó Sídney en un tono contenido.
La miró irónico — No te preocupes, si para eso ya estaba Tokio — Se dirigió a Berlín — Se ha ido Tokio. Supongo que te dará igual que me vaya yo también, ¿no?
— Ya sabes que no da igual, Río. Pero es tu decisión y la respetamos. Adelante — Mintió.
— Ahí os quedáis — Asintió, yendo a recoger sus cosas — Bueno, que venga alguien a cerrar la puerta.
— Espera — Pidió Berlín acercándose — Cuando salgas...., coge esto y álzalo. Que vean que sales en son de paz. Hay francotiradores, no quiero que te pase nada, cógelo.
El chico aceptó el pañuelo blanco y el otro lo envolvió en sus brazos, dejando descolocado al menor — Dame un abrazo.
Por reflejo, y preocupada, Sídney se levantó de su asiento y se acercó a ellos con lentitud. Si ya de por sí era raro ver a Berlín dejando que Río saliera de la Fábrica, verlo dándole consejos y abranzándolo era extremadamente raro. Algo tenía entre manos.
— Quiero que te vaya bien. Quiero que nunca dejes de creer en el amor, es precioso — Repentinamente, le clavó en la nuca una aguja con, lo que supuso, algún analgésico — Confía, confía, confía. Eh, tienes que vaciar la mente para poder pensar con claridad. Confía, hazlo, déjate ir.
La consciencia de Río se fue desvaneciendo de a poco y el chico terminó dormido en los brazos de Berlín. Sídney se acercó a él y levantó de los pies al chico para ayudarlo a pasarlo en el sillón. Se agachó a su lado para poner una almohada detrás de su cabeza, y, sin que alguien se diera cuenta, se tragó sus celos y dejó un corto beso en su cabeza.
— Tokio va a volver. Lo sé — Susurró en su oído, como si pudiera oírla — Te lo prometo.
Se levantó y se marchó, sus pies guiándola a donde hoy le tocaba estar. En el mientras, las palabras de Berlín llegaron a su mente. "Su corazón no te pertenece".
La oración del hombre le había indicado lo que ella ya muchas a veces había pensado, hasta considerado como opción; que Tokio en realidad sí tenía sentimientos por ella. Sin embargo, una cosas era pensarlo uno mismo y otra era que alguien más te lo dijera. El impacto era diferente. Más verdadero y duro.
Esta opción había aparecido no hace mucho, pues la primera vez había sido la última madrugada antes del atraco. Esa noche luego de volver llorando a su cuarto y siendo recibida por los brazos de Nairobi. Sin embargo, desde su última charla decente con la chica, en que ella se excusaba con el atraco, el pensamiento creció con intensidad.
Lo que no entendía es, que si fuera realmente de aquella manera, ¿por qué Tokio lo negaba? ¿Cuál era la razón de su rechazo, no sólo a ella, si no también a sus propios sentimientos? No podía encontrar la respuesta y siempre deseó que en algún momento ella se lo dijera, pero jamás lo hizo. Ahora dudaba de que pudiera hacerlo.
Comenzaba a surgir cierto temor en su interior, uno que había provocado las palabras de Río. Era casi diminuto, pero se dio cuenta de que ahí estaba. Tal vez Río era muy negativo y ella muy optimista. O tal vez él era muy realista y ella muy imaginativa. No había considerado como opción, la opción de que el Profesor no pudiera salvar a Tokio. En su cabeza era imposible. Empezaba a creer que su fe en el hombre sobrepasaba límites.
Negó con la cabeza ante sus pensamientos. Era el hombre más inteligente y audaz que alguna vez había conocido, no se cansaba de repetirselo. Su cerebro funcionaba de una manera distinta a todos, incluso a los de la policía. Además, le había demostrado e incluso dicho, que tendría que confiar a fe ciega en él. Supongo que se lo ganó.
Se prometió a sí misma, como si fuera un pacto inquebrantable, que si Tokio volvió a poner un pie en la Fábrica sana y salva, finalmente se daría el placer de darle una paliza a Berlín. Si llegaba a tener el placer de tener a Tokio entre sus brazos de nuevo, se haría cargo de que nadie se la arrebatara de nuevo.
Mientras llegaba a la oficina en donde el dinero era manejado por los rehenes, algo así como un tráfico a su favor, la voz de Arturo llegó a sus oídos. Revoleó los ojos inevitablemente. Desde la muerte de Oslo había evitado encontrarse con el hombre, pues verlo le resultaba repugnante, pero estando encerrados en una misma construcción era algo imposible de hacer durar.
— ¿Te quieres callar ya? — Reconoció la voz del "cordero" interrumpiéndolo.
Al detectar su tono irritado de voz, fue deteniendo sus pasos hasta quedar parada en la puerta de la oficina
— ¿Perdona? — Preguntó descolocado el hombre.
— Que cierres ya la puta boca.
— Alison, por favor — Dedujo que fue su profesora quien habló esa vez.
— Estoy harta de escuchar a este tío quejarse — Se calló unos segundos, mientras hacía algo que no pudo ver, y luego retomó — Si tan mal estás, ¿por qué no haces algo?
Las palabras de la chica hicieron que Sídney levantara una ceja con una combinación entre curiosidad e incredulidad. Se cruzó de brazos esperando a que prosiguiera.
— Yo también me quejaba de todo. De mis padres, del colegio donde me hacían bullying.....Hum. Yo tragaba y tragaba. Pues se acabó.
— Bueno, cariño, ahora es normal que lo veas todo muy negro.
Alison la interrumpió — Al contrario. A vosotros os habrá jodido la vida, pero a mí me han abierto los ojos. Me he dado cuenta de que somos lo que comemos. Y yo no sé vosotros, pero yo no pienso comer más mierda. Así que me voy a ir.
Estas últimas seis palabras tomar desprevenida a Sídney. Su cuerpo se enderezó y tensó ante su insinuación tan confiada. Si esa pequeña mierda pensaba que realmente era capaz de salir de ahí adentro de alguna manera sana, estaba muy equivocada. Además, desde la escapada del grupo de rehenes, estaba atentos todo el tiempo. No permitirían más estupideces.
— Alison, no digas tonterías. Yo soy tu tutora y soy responsable de tu seguridad, así que.... — Reprendió Mercedes.
— Tú estás aquí por el dinero — Sacó en cara — Vosotros estaréis a gusto con vuestro pellizquito. Y siendo cómplices de esta gentuza. Pero yo no. Además, tampoco es tan difícil salir de aquí.
A la argentina le dieron ganas de reírse de la molestia. ¿Qué película se había tragado la pendeja de mierda?; pensaba. Creía que de tanto verlos a ellos con armas, carácter y sin miedo a nada, se había autoconvencido de que podía ser igual. Por supuesto que no eran iguales. Ellos eran mejores.
— ¿Salir de aquí? — Preguntó incrédulo Arturo — ¿Cómo?
— Voy a autolesionarme. Me llevarán a otros sitio y allí podré escaparme — Explicó sencilla.
— No, no y no. Ni se te ocurra hacer esa tontería.
— Mercedes, Mercedes, deja que se explique la chica — Apoyó el hombre.
No le sorprendía en lo absoluto que le siguiera la corriente. La idea era estúpida, así que en definitiva le gustaría.
— Lo he visto más de diez veces desde que estamos aquí. Pulsan el botón y la puerta solo tarda cuatro segundos en abrirse. Cuatro segundos y salir corriendo es todo lo que hace falta — Explicó Alison con seguridad.
— Cuatro segundos es tiempo más que suficiente para que te acribillen — Contradijo Arturo.
Sídney decidió que era suficiente y tenía que hacer presencia. Si Arturo había sido capaz de planear una fuga entre rehenes sin que nadie sospechara, también podría incitar a la chica a ejecutar la idea. Pero esta vez era diferente, no dejarían que nada se resbalase entre sus dedos.
Ingresó dando un portazo y de inmediato todos se quedaron callados, mirándola por el sobresalto. Los tres que antes hablaban, intentaban ocultar en su mirada el miedo que los invadió al pensar que habían sido oídos.
Caminó al rededor de ellos con lentitud y pasos pesados, transmitiendo tensión al ambiente. Todos siguieron con sus trabajos callados y serios, dirigiéndole miradas de reojo de vez en cuando. Ella carraspeó y acomodó el arma en su hombro queriendo asustarlos.
— Que silencio — Dijo después de unos minutos — ¿Les comió la lengua los ratones? Que aburridos que son.
Se acercó a Arturo, que había comenzado a sudar y lucía como si el corazón se le fuera a escapar del pecho. Se frenó a su lado, mirándolo fijamente, y este fingió no haberla visto mientras seguía trabajando.
— ¿Hay algo que deba saber, Arturo?
El hombre negó varias veces nervioso, sin que las palabras salieran de su boca, pero intentaba parecer normal. Que malo que era actuando.
— Respondeme con palabras — Ordenó.
— N-no, n-o — Respondió tembloroso — No, señorita.
— "No, jefa" — Corrigió. Quería divertirse un rato, tomándole el pelo.
— No, jefa.
— Se dice "no, jefa" — Repitió — ¿Está claro?
Asintió muchas veces — Sí, jefa.
— Que lindo es poder entendernos — Le sonrió antes de redirigirse a Alison.
Realizó la misma acción que con Arturo. Se quedó cerca de ella con mirada seria. La menor, al ser más bajita, subió la mirada y no se dejó intimidar. Como aborrecía a esa niñata.
— ¿Y vos.....? ¿Algo que decirme?
Ella negó con desdén — Nada.
— ¿Segurísima?
Se encogió de hombros fingiendo demencia — ¿Qué habría que decir?
— No sé — Se hizo la tonta y se giró hacia Mercedes — Pero estoy segura de que Mercedes me diría si algo sucede, ¿no?
La mujer le miró temblorosa pero terminó asintiendo — Sí, sí. Por supuesto....., jefa.
Casi le dieron ganas de reírse al escuchar el apodo, pero se limitó a sonreírle. Se alejó de Alison y volvió a la puerta.
— Sigan trabajando — Ordenó y les dirigió un último vistazo — Y no hagan pelotudeces.
Se marchó de ahí a paso rápido buscando a alguien de sus compañeros. Tenía que informarles a todos de la sucedido, necesitaban evitar cualquier tipo de inconveniente y más de ese tipo. Podría llegar a ser otro pilar caído y ponerlos en desventaja. Y no podían permitirse eso, menos sin tener al Profesor con ellos.
Los buscó por todos lados, sin embargo, por cada lugar que cruzaba, estaba totalmente vacía. Ni siquiera podía escuchar la voz de alguien que andaba por ahí. Es como si por unos minutos hubieran desparecido y solo estuviera ella. Sin embargo, luego los oyó.
Se encontró a Nairobi y Denver caminando con prisa, en dirección a donde no tenía idea. Por un momento se olvidó de su propósito inicial.
— ¿Qué pasa? — Preguntó uniéndose en su caminata.
— Berlín tiene a Río — Explicó un acelerado Denver — Fue con los rehenes y gritó muchas cosas que no deberían saber.
— Ese tío está mal de la cabeza — Opinó Nairobi.
Así de rápido llegaron a la parte trasera de la Fábrica e ingresaron con sus armas en alto, apuntando directo a Berlín. Este se encontraba con la suya en dirección a Río, quien estaba desarmado.
— ¡Berlín! ¿Qué mierdas haces?
— Baja el puto arma — Ordenó Denver.
— Se ha acabado el tiempo de las alegaciones. Desgraciadamente, la democracia solo nos trae disgustos y yo acabo de dictar sentencia — Habló Berlín con dureza y decisión.
— Dejáte de boludeces, Berlín, por una vez en tu miserable vida — La voz de Sídney fue entre dientes.
— Basta ya de gilipolleces, que estamos muy nerviosos. Berlín, no nos jodamos más — Pidió Denver esta vez.
El arma de Berlín no dejaba de temblar bajo su mano. Su pulso era tan inestable como la situación del grupo en las últimas horas. Río mantenía cerrados sus ojos esperando a lo peor, pero nadie permitiría que así fuese.
Como si les viniera como anillo al dedo, un teléfono sonando interrumpió el crudo ambiente creado. No era un teléfono, era "el" teléfono. Y solo significaba una cosa. El Profesor estaba de vuelta.
Entre Denver, Nairobi y Sídney intercambiaron miradas nerviosas — Berlín, no podemos jodernos entre nosotros — Dijo el primero.
— Baja — Pidió Síd al chico y este lo hizo.
— Berlín — Llamó Nairobi — Mejor que bajes la pistolita, porque, si no, te joderás de dolor. He encontrado tus calmantes — Mostró los mismos.
La declaración sorprendió a la argentina, pero al segundo entendió que era más que necesario para salir todos sanos de la situación.
— ¿Y qué vas a hacer, Nairobi? ¿Romperlas una a una como hizo Tokio? — Preguntó irónico.
— Bueno, pues igual, como estoy con la regla....Es que qué cotillas que somos las mujeres, ¿verdad? — Preguntó con una falsa sonrisa que luego borró — Y qué mala hostia tenemos cuando nos pisan lo fregado.
Sacado de sus casillas, Berlín sacó el seguro de la pistola y disparó tres veces seguidas. Tomó por sorpresa a todos, y Sídney tenía que admitir que hasta se asustó por Río pensando en su final, pero todo se calmó al ver que las balas fueron recibidas por el rollo de cartón detrás de él.
El chico terminó de rodillas en el suelo y llorando con fuerza por el susto. Había estado a poco tiempo de perder la vida, y, si no fuera por los tres que había aparecido, probablemente se encontrarían en un escenario horrible.
— ¡Hijo de puta! — Gritó Río con sollozos aterrados. Denver lo abrazó e intentó calmarlo.
— Berlín, tienes una llamada perdida, mi amor — Avisó la mujer a su lado.
El hombre no dirigió una última mirada a nadie antes de subir las escaleras y marcharse de ahí. Sídney se giró hacia Denver, que ya la estaba viendo, y este le hizo una seña de que no se preocupara, dándole pasa a que siguiera a Berlín. El cuidaría a Río.
Así lo hizo junto a su amiga. Ambas fueron a paso apresurado para encontrar a Berlín a mitad de camino, aunque no pudieron. Lo observaron recién, al doblar la esquina final, ingresando a la habitación. Siguieron con su ritmo e ingresaron.
Detrás de ellas, pisándoles los talones, ingresaron Helsinki y Denver. El último se había separado de Río en cuanto vio que se sentía un poco mejor.
Lo vieron ya con el teléfono en la mano — Por aquí todo va como la seda — Comunicó.
El hombre se quedó en silencio oyendo las palabras del Profesor, que fue el tiempo suficiente para que Nairobi sostuviese su fusil y le pegara en la cabeza con la culata. Berlín cayó desmayado al suelo y la mujer tomó el teléfono.
— Profesor, soy Nairobi. Berlín no está en condiciones, así que a partir de ahora estoy al mando yo..... — Levantó la cabeza con orgullo — Empieza el matriarcado.
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