X. Perdiendo la cabeza

ɪꜱ ɪᴛ ʙᴇᴛᴛᴇʀ ᴛᴏ ꜱᴘᴇᴀᴋ ᴏʀ ᴛᴏ ᴅɪᴇ?

"ʀᴜʟᴇᴛᴀ ʀᴜꜱᴀ ᴘᴀʀᴀ ᴅᴏꜱ, ɴᴏ ʜᴀʏ ᴄʜᴀɴᴄᴇ ᴘᴀʀᴀ ᴊᴜɢᴀʀ ᴇꜱ ʟᴀ ꜰᴏʀᴛᴜɴᴀ ᴏ ʟᴀ ʀᴜɪɴᴀ"

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"Hasta esta finca de Toledo se han desplazado más de 50 efectivos entre los que se encuentran la inspectora al mando, el jefe de unidad operativa GEO y agentes de la Policía Científica, que continúan trabajando en la casa que, según fuentes cercanas, podría ser el lugar donde los atracadores organizaron el asalto....."

¿Qué era lo que sucedía? Realmente nadie sabía o entendía, claro, respecto al exterior y la situación del Profesor.

Él mismo había creado un plan para esta situación y, por supuesto, se los había enseñado. En resumen, se trataba de que si el Profesor no respondía a ninguna de sus llamadas de seguridad en un ciclo de 24 horas, lo más probable es que lo hubieran detenido. Sin embargo, esas 24 horas todavía no habían concluido.

Había algunos que no creían aquello aunque tuviesen el miedo creciendo en sus cuerpos. Otros querían dejar al Profesor atrás y hacer las cosas como quisiesen, pues ya no tenían al ángel de la guarda guiándolos por el camino correcto.

Frente a ellos tenían reproduciéndose las noticias de la TV española, en la misma aparecía un reportaje de la casa de Toledo llena de policías y la unidad científica. Lo que menos los mantenía tranquilos, era que en la misma pantalla junto a toda esa gente se encontraba el Profesor. En perfecto estado, claro, pero no estaba ya para ellos.

— Han detenido al Profesor — Fue Tokio la primera en hablar, interrumpiendo la voz de la periodista.

— Coño, pero si lo están interrogando en la puerta de la casa de Toledo.

"Aunque el juez ha decretado el secreto de sumario, la Policía Científica podría haber encontrado evidencias que confirman la presencia en dicha casa de al menos tres...." — La señal de la televisión se cortó, desapareciendo de sus vistas la transmisión.

— Joder — Se quejó Río yendo a arreglarlo — Mierda. Han cortado la señal digital terrestre. Me cago en la puta.

— No quieren que nos enteremos. Y si no quieren que nos enteremos, es porque van a entrar. Podemos quedarnos de brazos cruzados cinco horas o poner n marcha el puto plan Chernóbil, que a mí cada vez me suena mejor — Dijo Tokio con un agresivo tono de voz hacia Berlín, que mantenía su rostro serio.

— El plan Chernóbil es para situaciones desesperadas. Y no sé si esta es la situación más desesperada — Ironizó este — Aviso, es un plan en el que perderíais todo el botín.

Ante la información de Berlín todos se quedaron en silencio procesando y la mirada de Tokio flaquó por unos segundos.

— Yo, personalmente, no tengo ninguna gana de renunciar, ¿y tú? ¿Renunciarás ahora a todo por lo que has luchado tan duramente, Tokio?

— Chicos, tiene al Profesor — Quiso convencer mirándolos — No va a haber ningún túnel en el hangar, porque van a estar los puñeteros geos esperándonos. Estamos en una puta ratonera.

— En cinco horas el Profesor va a llamar. Yo creo en él. Es más, no me apasiona la democracia, pero me están entrando unas ganas de votar — Propuso indirectamente Berlín — ¿Quién sigue creyendo en el Profesor?

Levantó la mano por unos segundos y miró a todos. Sídney no tenía ni que preguntárse a ella misma donde estaba su lealtad, pues era más que clara. Y aunque no fuera así, su mente le impediría incumplir el plan. El mismo decía un ciclo de 24 horas, el cual todavía no había finalizado. Aún así, seguiría confiando en ese hombre, pero si pasara ya no dependería de ella lo que sus compañeros hicieran.

— ¿Helsinki? — Miró al hombre.

— Yo creyendo en Profesor.

— ¿Río?

El chico estaba de brazos cruzados y cabeza algo gacha. Mostrándose inseguro — Yo creo en lo que veo. Y lo que veo es que ya no podemos contar con el Profesor. Así que estoy con Tokio.


Sídney ni siquiera ocultó su desagrado al rodar sus ojos. Por supuesto que estaría del lado de Tokio. Para Sídney, por más grande que fuera su cariño por el chico, le tenía algo de bronca gracias a sus celos. Siempre los tuvo. Sin embargo, le causaba algo de rechazo lo chupa medias que a veces podía llegar a ser. A menos así lo veía ella.

— ¿Moscú?

— Yo entré aceptando unas reglas. Y las reglas no se han quebrantado. Sigo con el Profesor.

Berlín se acercó cauteloso al hijo del hombre — ¿Denver?

Este tardó unos segundos en responder — Yo voto por salir de aquí, pero ya. A mí eso de ser multimillonario como que se me queda un poquito grande.

El jefe en mando rió un poco — Perfecto, Denver.....¿Sídney?

Sin girarse a mirarlo, con su vista pegada a los ojos de Tokio, y siendo correspondida, respondió con seguridad — Yo voy a creer en el Profesor hasta el final.

Berlín le regaló una de sus sonrisas mientras reía y se giró hacia Nairobi — Tres, cuatro. Tú decides, Nairobi. Le damos fin a esto o empatamos y armamos un baño de sangre.

La misma se encontraba abrazada a su fusil con nerviosismo y su mirada era insegura. Sus manos no se quedaban quietas.

— Yo tengo una muy buena razón para estar con el Profesor, y si no salta en pedazos, voy a creer en él hasta el final — Sídney sonrió en sus adentros, no lo podría haber dicho mejor — Estoy con Berlín.

Se marchó de la sala y Berlín dejó salir un suspiro en modo de risa, casi riéndose de, o provocando a, Tokio. Helsinki se marchaba también y Sídney no se quedó atrás.

Siguió su camino y sin mirar atrás se fue hacia los rehenes. Estando ahí siguió con su rutina tal cual debía. Era un ciclo sin fin del cual mentalmente comenzaba a cansarse. Era extraño, era como si su cabeza estuviera dividida en dos partes.

Por una parte, una aguantaba firmemente, era un soldado seguidor del plan, perseverante de conseguir su sueño de riqueza y libertad, creyente que era el única camino que la llevaría a su hermano. El otro lado, estaba tan cansado de estar ahí adentro y tener una rutina tan repetida que ya ni siquiera sabía en qué pensar. Hasta sus pensamientos a veces llegaban a ser repetitivos.

Sin embargo, no importaba cuántas veces o que tan dominante fuera esa segunda parte, sabía que nunca se rendiría. La fuente de su fe; Mateo. No podía abandonarlo. No iba a abandonarlo. Así que la cárcel no era una opción, la muerte tampoco.

Un largo carraspeo llegó a sus oídos. Frunció el ceño confundida y, dudosa de que fuera un llamado, echó un vistazo hacia atrás sin dejar de caminar. Se trataba de Nairobi. Esta se terminó de acercar con lentitud y Sídney volvió la mirada al frente marchando.

— Sídney..... — Carraspeó de nuevo pensando sus palabras — Lo siento mucho, tía....Sé que eso no arregla lo que dije, y mira tampoco te voy a mentir, odio a los asesinos, pero....es que no puedo odiarte.

Se tomó una pausa y Sídney dejó salir un disimulado suspiro. Jamás había juzgado a la mujer por sus acciones o palabras, sabía que ser tal cosa no era nada bueno, pero eso no quería decir que le doliera escucharlo de ella y, aún más, perder su amistad.

— Pues....la verda' es que tú ya estás en mi vida y no puedo echarte así como así. No quiero echarte — Recalcó esto último.

Nairobi tomó de su brazo con delicadeza y la hizo caminar hasta un costado, lejos de la vista de los rehenes pero aún vigilándolos, y la puso frente a ella. Luego la abrazó con fuerza y Sidney, algo sorprendida, devolvió la acción al instante.

— Que te quiero mucho, Síd, y lo último que quiero es que nuestra amistad termine, ¿si? — Dejó un beso en su cabeza y se separaron.

— Yo tampoco quiero perder tu amistad. Vos sos.... — La vergüenza la frenó a decir lo que tenía planeado. Sin embargo, inhaló profundo buscando tranquilizarse — Vos sos la primer amiga real que yo tengo....sabés que no tuve una linda infancia y, bueno, yo qué sé.

Se encogió de hombros restando importancia en un acto de vergüenza. Nairobi, queriendo hacerla sentir mejor, rió un poco.

— Vaya, si hasta me siento halagada y todo — Bromeó y Sídney revoleó los ojos — Mira tú con la criminal, si al final resultó ser un algodón de azúcar.

— Cerra el orto — Susurró sonrojada y rió también.

Nairobi le siguió la risa y volvió con los rehenes seguida de Sídney. La misma mantuvo su sonrisa por los siguientes largos segundos, sin embargo, esta desapareció cuando llegó un fuerte ruido a sus oídos desde la parte superior del edifico.

Con la española compartieron miradas preocupadas y salieron corriendo al instante. Subieron las escaleras a toda velocidad y corrieron hacia el origen del sonido. No sabían exactamente de dónde había provenido, pero la mayor pegó en el clavo cuando tocó la puerta de unos de los baños al estar trabada.

— ¿Qué mierda hacéis? — Gritó hacia el otro lado mientras Sídney se colocaba a su lado.

Ninguna respuesta se oyó hasta segundos después — ¡Estamos jugando a la ruleta rusa, Nairobi! ¡Vuelve más tarde! — Gritó Berlín.

En la cabeza de ambas amigas algo hizo click y automáticamente lo supieron. Si alguien de ellos tuviera la cabeza tan demente para hacer algo así, esa era Tokio. Además, a la mañana había perdido la votación de ejecutar el plan Chernóbil, por supuesto que no se quedaría de brazos cruzados.

— ¡Mierda, Tokio! Tokio, se te está yendo la olla. ¿Qué cojones haces? ¿Eh? ¿Quieres que nos vayamos todos a la mierda por tu culpa? Vas a joder el plan — Gritó enojada.

Ninguna respuesta llegó y ambas se pusieron de los nervios. Primero, no sabían qué sucedía allí adentro. Segundo, podían esperar cualquier cosa de Tokio. Sídney a veces se preguntaba qué había visto su propio corazón en la española. Tal vez era la adrenalina que le faltaba a su vida.

¿Yo estoy jodiendo el plan? — Su voz se oyó más calmada y cercana.

— Es que no puedes, ¿no? No puedes pararte a pensar un segundo por una vez en tu puta vida, descerebrada de mierda.

Yo soy una descerebrada y el plan de ir a buscar a tu hijo es una mierda — Luego de eso golpeó la puerta.

Sídney se sobresaltó un poco por la acción, pero al ver la reacción descolocada de Nairobi decidió que era suficiente. Nunca pondría una amistad por debajo de un amor.

— Tokio, dejá de hacer este tipo de cosas porque vas a terminar mandando todo a la re mil mierda. Me estás colmando la paciencia. ¡Ni yo ni nadie vino a hacer de tu niñera! Lo único que haces desde que llegamos es mandarte cagada tras cagada — Escupió, pegada a la puerta, con enojo. Su tono de voz era muy elevado — No sos la única que quiere salir de acá y mucho menos la única que quiere darle una buena trompada a Berlín, pero nos la bancamos porque somos un equipo. Tenemos que pensar como grupo, pero vos sos una egoísta de mierda porque haces las cosas por vos.....Igual que un nene, actúa sin pensar — Esto último lo dijo bajo y con cierto asco.

¿Me vienes a dar clases de moral a mí, Sídney? Pero que hija de puta. ¿Saben todos aquí lo que eres tú? ¿Lo que realmente eres? Porque ya te digo yo que un puto asco....asesina de mierda —  Lo último lo susurró pegada a la puerta. No sabría decir si los demás lograron oírlo — ¿Tú realmente crees que tu hermano te recibirá con los brazos abiertos en cuanto salgas de aquí? Pobrecito, si es que estás aferrada a él como un perro. Será el primero en tomar tu dinero y alejarse de ti en cuanto le des la oportunidad.

Sídney tenía sus ojos llorosos y mordía su labio inferior con fuerza — ¿Te da la cara para hablar de mi propio hermano? Te pica el veneno en la lengua mientras lo haces. Obvio. Sino qué ibas a hacer, ¿hablar de tu familia? Si no tenés, la concha de tu hermana.

La puerta tembló ante otro golpe recibido por parte de Tokio. Luego, dejó salir una risa falsa — Familia..... — Repitió amargamente — Es que para tenerte a ti de familia es mejor no tener nada. Mira el mundo en que lo has metido, el más peligroso de todos. ¿Y te crees buena hermana? Si el pobre chaval estuvo desde que nació en un orfanato y ahora pasará toda su vida en la cárcel.

Sídney se aguantó las ganas de ser ella esta vez quien pateara la puerta, y se tragó sus propios sollozos, mientras tomaba su arma y la pegaba a la puerta. De a poco la fue subiendo hasta más o menos la altura de los hombros.

— Me parece que no te escucho bien. ¿Por qué no abrís la puerta y me lo decís en la cara, eh? Dale. Cagona.

Repentinamente una mano se posó en su arma — Ya basta — Ordenó Moscú.

Ella hizo caso y devolvió el objeto a su lugar. El hombre miró unos segundos a Nairobi, como si le preguntara por qué no había interferido, y esta sólo se encogió de hombros. La menor, principalmente, la había defendido de lo que Tokio había dicho, logrando evitar una pelea entre ambas. Si bien la discusión si se hizo, pero entre ellas, no la frenó porque sabía que si estuviera en su lugar se encontraría igual.

No le dio miedo pensar en que podría apretar el gatillo, incluso si ahora sabía de quién se trataba. Sabía que Sídney no sería capaz de dispararle a Tokio, no importaba que tanto llegara a odiarla o herirla.

Moscú llamó a la puerta — Hijo, escúchame. Sal inmediatamente de ahí. Te estás metiendo en un marrón muy gordo.

¿En un marrón muy gordo? — Repitió este — ¿Pos qué más da? Se ha ido ya toda la mierda.

A ver, olvídate del Estocolmo ese. Nos precipitamos, aquí no hay nadie que sea médico, pero, por favor, no....No la jodas.

Denver no respondió. Por dentro comenzaron a hablar entre ellos. No se distinguía lo que decían pero se diferenciaban los murmullos. Aprovecharon eso a su favor.

Sídney le señaló a Moscú un mueble que estaba a un par de pasos. Este fue en dirección al mismo y con esfuerzo lo levantó dejando salir un quejido. Se acercó a la puerta, mientras gritos de Berlín se oían, y golpeó la misma logrando derribarla.

Ingresaron Nairobi y Sídney, esta última con su mano reposando en su arma por las dudas, y luego siguió el hombre al recomponerse. Adentro del baño se encontraban de pie Tokio, Denver y Río, y a parte Berlín amarrado a una silla.

Sídney se dirigió hacia Tokio, quien apuntaba con su arma, y tomó la misma para llevarla a la altura de su corazón. Esta le miró con los ojos lagrimosos y terminó bajando el arma para marcharse de ahí.

Ella por igual lo hizo pero en dirección contraria. Alguien más se encargaría se desatar a Berlín y poner todo en orden de nuevo, pero no sería Sídney. Estaba realmente agotada y necesitaba tomarse un respiro. En cualquier momento la mejor opción se transformaría en dormirse y dejar que todo se resolviera por sí sólo. O en el peor de los casos, se fuera al carajo.

Se sentó en el sofá y deslizó hacia abajo el zipper de su mameluco, queriendo dejar al aire libre su pecho. Cerró sus ojos, apoyó su cabeza hacia atrás en el respaldar y llevó una mano a su corazón, mientras tomaba una profunda inhalación.

De las lágrimas que había estado conteniendo, una se escapó de sus ojos y cayó a través de su mejilla. ¿Qué debía hacer? "¿Qué debo hacer?"; se preguntaba a ella misma. Y no, no se refería al atraco, sino a Tokio.

Pensó en lo que las hirientes palabras de la misma. Le habían clavado un puñal en la garganta. Por un momento llegó a creérselas, pero luego se convenció de que las cosas no eran así. De que su hermano no la odiaba ni la culpaba de la vida que llevaban. Era todo un invento......, ¿cierto?

Fueran ciertas o no, e incluso sabiendo que Tokio las había dicho con la intención de herirle, le dio la chance de dudar sobre ella. Le había dicho que la esperaría, pero, lo cierto era, que era difícil si se trataba de la misma persona quien la lastimaba.

Debería odiarla, su mente se lo decía, pero su corazón tenía el derecho de la duda. La amaba. ¿Cómo se deshacía de algo tan irrompible como amar a alguien? El amor ni siquiera tiene la decencia de morir; se limita a transformarse en una profunda amargura.

Era lo que comenzaba a hacer en ella. Se transformaba en una armagura constante y cada vez más fuerte, la cual no sabía cómo manejar. ¿Debería dejar que todo saliera como el destino quisiese? ¿O tomar ella las riendas?

Un extraño ruido exterior y lejano llegó a sus oídos. Abrió sus ojos y se reincorporó de su posición mientras sorbía su nariz. Su ceño se frunció automáticamente. Se levantó del sillón y se acercó a la ventana con cuidado. Intentando que nadie la viese por afuera, poniéndose como un punto blanco, se asomó a través de la cortina y la imagen la congeló.

El aliento se le fue de la boca y el corazón se le subió a la garganta, mientras el pánico crecía en ella. Sus manos sudaron un poco y se apretaron en el marco de la ventana. Por las escaleras de la entrada de la Fábrica, una mesa metálica caía con agresividad hacia abajo, pero encima de ella se encontraba Tokio atada a la misma, yendo en dirección exacta a los policías.

Los oficiales se acercaron a ayudarla y la bajaron de ahí. Luego, siguiendo órdenes de sus superiores, se alejaron de ella por precaución, ordenándole que se sacara la ropa por, lo que ella supuso, descarte de explosivos. De a poco se fue colocando de rodillas y, en cuanto uno de ellos se le acercó, lo empujó y luego a otro por igual para salir corriendo.

Por ese corto tiempo, con la ansiedad en su cuerpo, rogó en su cabeza que ella pudiera escapar. Que sus piernas fueran tan rápidas como un rayo y se fuera de ahí, que sea libre. Por supuesto que no quería que la agarraran, la llevarían a la cárcel y no sabría qué hacer. No quería vivir con la idea de tener que superar a Tokio, de dejar de verla y seguir con su vida. Incluso después de la discusión.

Fue cuando se dio cuenta por qué había le dicho que la esperaría. El sentimiento con el que lo había dicho había vuelto, y con él el razonamiento respecto a ello. No solo la esperaría a ella, sino también al atraco, a que todo terminase, y a la vida.

Así que, como tantas veces, colocó una vez más y con más intensidad su fe en el Profesor. No le importaba lo que había visto en la televisión o lo que creían los demás, ella sabía que ese hombre no podía caer. Que no podía ser agarrado por la policía.

Sabía que, donde fuera que estuviera, aquel hombre haría cualquier cosa para librarse del problema en que estaba para salvar a Tokio. A cualquiera de la banda.

— Traela conmigo, por favor — Susurró como si estuviera pidiendo un deseo a una estrella.

Se aferró a que así sería.

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