VII. Ansiedad

ɪꜱ ɪᴛ ʙᴇᴛᴛᴇʀ ᴛᴏ ꜱᴘᴇᴀᴋ ᴏʀ ᴛᴏ ᴅɪᴇ?

"ᴍʏ ʜᴇᴀᴅ ɪꜱ ᴀ ᴊᴜɴɢʟᴇ, ᴊᴜɴɢʟᴇ
ᴍʏ ʜᴇᴀᴅ ɪꜱ ᴀ ᴊᴜɴɢʟᴇ, ᴊᴜɴɢʟᴇ"

{ﮩ٨ـﮩﮩ٨ـ♡ﮩ٨ـﮩﮩ٨ـ}


















































El tiempo pasaba increíblemente lento. No tenía consciencia de cuántas horas habían pasado, pero se sentían como días. Cada minuto era más largo que el anterior.

Sentía los latidos de su corazón en su partido labio y pómulo golpeado, más que en su propio pecho. Su respiración parecía convertirse cada vez más lenta y pesada con los segundos. Sus manos casi no sentían la circulación de la sangre al estar atadas tan fuertes por detrás de la silla con una soga, sus tobillos se sentían igual. Y el resto de su cuerpo estaba tan acalambrado de estar en la misma posición tanto tiempo que dolía e incomodaba.

Había despertado hacía, lo que suponía ella, muchas horas. Estuvo la primera lo bastante confundida de lo que sucedía luego de despertar, aunque su cerebro no la engañaba cuando le decía que estaba jodida, al menos que un milagro la salvara. Luego apareció Berlín junto a Helsinki y Oslo, claro que no pudo verlos, la venda en sus ojos lo impedía, pero podía oír sus voces.

Conociendo a Berlín, diría que había tenido piedad sobre ella. Un par de golpes en la cara y el estómago era lo menos que podría hacerle estando en tan grande desventaja, y más sabiendo que él mismo se los había proporcionado. Podría haber mandado a Helsinki y Oslo a partir cada hueso de su cuerpo, pero se había dignado a tan sólo golpearla. Y claro, sin olvidarse de su amenaza antes de marcharse.

Eso era la peor parte de todo, la mantenía intranquila. Aún podía sentir el feo sabor que envolvió su boca ante sus palabras, o tal vez se trataba de la sangre que le chorreaba, pero era igual.

Sabes, Sídney..... Decía Berlín mientras se acomodaba las mangas del mameluco por décima vez — Lo bueno de las venganzas es que son mejores si la otra persona tiene debilidades. Claro, es decir, mejor para mí, en este caso — Rió vagamente y le siguió un suspiro — Tú, en cambio....., — Chistó varias veces, negando con la cabeza en desaprobación — Diría que la situación no es favorable para ti. Y con esto quiero pedirte un favor.....

Le proporcionó un imprevisto golpe en la cara, logrando girar su cara, y Sídney gimió con dolor mientras intentaba escupir la sangre que llegaba a su boca. La combinación del pañuelo en su boca y la sangre no era buena. Sentía que se ahogaba.

El hombre se acercó a ella y se encorvó a su altura para quitarle la venda. Sídney apretó los ojos por la luz y luego parpadeó varias veces adaptándose a la luz. Frente a ella tenía a Berlín con un oculto gesto de burla.

Dile "Hola" a tu hermano de mi parte — Rápidamente le recolocó la venda en los ojos.

Quiso gritar, lo intentó, pero sólo salieron ahogados gemidos de su boca. El corazón se le subió a la garganta y las palmas de sus manos comenzaron a sudarle. Nunca antes tuvo tantas ganas de asesinar a Berlín. Si llegara a hacerle daño a su hermano, a tocarle un solo cabello de su cabeza, le arrancaría la garganta con los dientes.

Se había pasado las siguientes horas a eso comiéndose la cabeza con los pensamientos que surgían sin parar. Las miles de posibilidades que podrían suceder. No sabía qué estaba pensando Berlín, pero fuese lo que fuese no podía ser nada bueno.

Fue la primera vez que se arrepintió de haber aceptado ser parte del atraco. Al principio todo parecía tan buena idea. Ver que el Profesor tenía planeado el plan detalle a detalle, incluso aquellas cosas que no se le ocurriría ni a la propia Atenea, le daba la seguridad de que todo sería fácil y rápido. Pero se olvidó de algo. Y no, no fue que la policía también es inteligente, sino que ninguno allí adentro estaba acostumbrado a trabajar en grupo.

Todo adentro de la Fábrica se estaba volviendo complicado y caótico, y no eran más que ellos mismos los propios culpables. Se lo estaban dejando fácil a la policía, pero que suerte la suya que ellos aún no lo supieran.

Su mente se había comenzado a cansar, ya no sabía en qué pensar. Por su cabeza había pasado de todo. La forma de salir de ahí y de pedir ayuda. Había pensado en Nairobi, Denver, Mateo, en todas las personas posibles con tal de distraerse, pero su aburrimiento se estaba transformando en una bola ansiedad. Eso sí, había estado evitando pensar en Tokio.

Tokio.....Mierda. Ahí estaba de nuevo. Era imposible sacarla de su cabeza. Volvía una y otra vez como un boomerang, pero en vez de agarrarlo con la mano le golpeaba en la cabeza. ¿Por qué la vida no podía ser más sencilla? Desearía poder mirar hacia el futuro y saber si todo sería tan perfecto y calmado como siempre lo quiso.

La playa. Sídney y Mateo. El ruido del romper de las olas. La arena en sus dedos. El fresco sabor del mango. El cantar de las gaviotas. Las felices risas de fondo de la gente. La calidez del sol contra su bronceada piel. El olor a fruta fresca. La sabrosa música latina ambientando todo. El sentimiento combinado de la plena felicidad y paz instalados en su pecho. No podía pedir más. Sería feliz con eso. Y tal vez, sólo tal vez, si las cosas decidieran ponerse a su favor.....Tokio estaría a su lado.

Se estaba muriendo por dentro. El amor que sentía con Tokio nunca antes lo había sentido por nadie más. A pesar de su ya adulta edad, jamás había tenido su primer amor, ella era el primero. Había pasado toda su vida encerrada en un orfanato en el que ni siquiera tenía amigas y tenía que cuidar de su hermano ¿Cuándo iba a tener tiempo de enamorarse? Había tenido sexo con gente, por supuesto, fue luego de haberse marchado de aquel horrible lugar. Pero su corazón no sintió tal cosa como el amor romántico ni una sola vez.

Descubrir que amaba a Tokio había sido difícil, no porque fuera una mujer, siempre había sabido su preferencia por ellas, sino porque, además de no saber cómo debía sentirse el amor en ese aspecto, se trataba de.....Tokio. Estaba con Río, a ella la veía sólo como una amiga y era la persona más heterosexual del universo. Claro que podía poner en duda todas esas cosas en la actualidad.

Sin embargo, cuando finalmente lo aceptó, había corrido como una niña de diez años a contarle a Nairobi. Aunque no sólo se veía como tal, también se sentía de esa manera. Era como una pequeña contando como el niño que le gustaba le había tomado de la mano. Y Nairobi, vaya, que podría ella decir, Sídney era la persona de corazón más puro que alguna vez había conocido. Se merecía todo el amor del mundo, y enamorarse era una cosa maravillosa...., al menos si no se tratara de Tokio.

Nairobi.....
Vaya. Era increíble como sus pensamientos cambiaban tan rápido y duraban tan poco con su aburrimiento.
Había otro miedo que la envolvía. El de perder su amistad. Esperaba de todo corazón que no hubiera entendido la insinuación de Berlín a sus asesinatos, no sabía que haría si la odiara por ello. Y si bien le estaba mintiendo, ocultándole secretos, prefería eso antes que el odio y la repugnancia a su persona.

Las ganas de llorar llegaron a Sídney. Todo se estaba saliendo del control de sus manos. Desde que había salido de esa maldito orfanato, siempre, había podido controlar cada suceso y persona de su vida. Estaba acostumbrada a eso. ¿Qué estaba sucediendo ahora? Todo se estaba yendo de sus manos y la estaba volviendo loca. Quería que todo volviese a ser como en su cabeza. O tal vez, encerrarse en su cabeza.

Una lágrima cayó, y luego otra, y luego otra. Una vez que comenzó no pudo cesar. Mojaron sus mejillas y cayeron por su barbilla, algunas por su nariz. Sus sollozos eran callados por la tela en su boca y se distorsionaban. Estuvo llorando por lo que parecieron horas para ella, no tenía consciencia del tiempo que había pasado ahí adentro. Si era de día o de noche, si los demás sabían o no, si el plan Valencia estaba saliendo de acuerdo a lo planeado o no. No sabía absolutamente nada. Se sentía encarcelada.

Las emociones le llegaban en un tornado indestructible. El aburrimiento, la desesperación, la tristeza, el enojo, y sobre todo la ansiedad. La ansiedad estaba comiendo cada parte de su cuerpo y cerebro.

Comenzaba a desesperarle la rasposa sensación de la soga en sus muñecas y tobillos, la de la tela en su boca ahogándola, la ceguera que causaba la que estaba en sus ojos. No podía oír, ver o sentir tactorialmente nada. Su cuerpo se sentía cada vez más cansado y sus manos y nuca comenzaban a sudar. Sus uñas arrañaban la piel de sus manos en un intento de distraerse de las palpitaciones aceleradas de su corazón, eran tan fuertes que sentía que le daría un infarto. La respiración se le aceleraba cada vez más, conjunto crecía una extraña confusión en ella. Las lágrimas salieron otra vez, sólo que ahora no fueron de tristeza.

Intentó respirar con desespero por la boca, buscando por el aire que sus pulmones reclamaban, pero la tela se lo impidió cortando su paso. Gimoteó y sollozó mientras seguía intentando. Su visión comenzó a volverse borrosa con el paso de los segundos, al principio por sus lágrimas, luego por la falta de oxigenación. Empezó a removerse con agresividad en la silla, de un lado a otro, queriendo liberarse. Necesitaba salir de ahí. Sin embargo, no logró más que hacer ruido. Y, sin desearlo, la silla se inclinó hacia un costado y terminó cayendo hacia el suelo, logrando que se golpeara la cabeza y terminara inconsciente por segunda vez.
Al menos ahora su mente estaría tranquila.









{ﮩ٨ـﮩﮩ٨ـ♡ﮩ٨ـﮩﮩ٨ـ}









La luz se coló entre sus ojos cuando intentó abrirlos, por lo que volvió a cerrarlos. Luego volvió a hacerlo, lográndolo, mientras parpadeaba varias veces para adaptarse. Se permitió inhalar una gran cantidad de aire, como si su cuerpo pidiera por ella, y se confundió cuando reconoció donde estaba. Ya no se encontraba encerrada donde fuera que antes estaba, ahora se encontraba en la oficina principal, acostada en el sofá negro. Sin embargo, luego se relajó. Al menos ahora era libre.

Sintió una puntada de dolor en su sien y se quejó por lo bajo mientras llevaba su mano a la zona, ahí distinguió la textura de una venda que rodeaba su cabeza.

— Sh. No te toques, que te harás mal — Aconsejó un tono dulce de voz y una mano ajena apartó la suya de la zona — Ahora estás bien, ¿sí?

La persona se sentó al lado de su recostado cuerpo y vio el rostro de Tokio. Nada se sintió tan pacífico como eso, ni siquiera la sensación de sus manos y tobillos libres. De sus ojos recibiendo la luz del sol o sus pulmones el aire. Ni la sensación de poder moverse como quisiera después de horas o escuchar otra voz que no sea la de su cabeza.

— ¿Qué pasó? — Susurró confundida para después estirar todo su cuerpo a lo largo del sofá. Dejó salir algunos gemidos de satisfacción y al finalizar suspiró con relajación.

A Tokio se le escapó una sonrisa de ternura por la imagen frente a sus ojos, e intentó mantenerla cuando recordó todo lo sucedido. No quería preocupar o poner más problemas en Sídney.

— Nada de lo que debas preocuparte. Puse a Berlín en su lugar y....digamos que no te va a molestar más. Al menos que quiera a todo el equipo en su contra — Acomodó un mechón de pelo detrás de la oreja de Sídney. Luego acarició su mejilla con cariño — Estaba preocupada por ti.

Ahí estaba la Tokio que tanto le gustaba. Es decir, todo le gustaba de ella, incluso sus facetas de loca, pero aquella versión ponía a su corazón en la palma de su mano. Tenía el control completo de él y le encantaba. Le volvía loca. Y se entregaría completamente si Tokio algún día llegara a confesar sus sentimientos, pero no creía que eso fuera a pasar.

Las comisuras se le elevaron un poco en una sonrisita. Con cuidado hizo fuera para incorporarse de su posición y terminó sentada con Tokio frente a ella.

— ¿Y el plan Valencia? ¿Salió todo bien?— Su tono de voz se mantenía tan calmado como el contrario. Era como si estar con ella fuera una inyección de anestesia, tranquilidad pura.

— Todo ha salido perfecto — Aseguró asintiendo.

Podría pasar horas observando esos ojos cafés si le dejara, eran tan preciosos y decididos. Quería despertarse cada mañana en la misma cama que Tokio y apreciar los rasgos que ya se sabía de memoria. Sus labios rosados y regordetes, que le provocaban ganas de besarla sin parar. La curvita de su nariz que era provocada por el huesito salido. Las perfectas cejas y pestañas que le otorgaban ese toque sensual a su mirada. Su lisa y caliente piel, tan adictiva a su tacto. El lunar encima de su boca, que sin razón alguna le volvía loca. Y esa sonrisa. Esa que tanto amaba, más si era provocada por ella.

Deseó ser la persona en quien pusiera su fé ciega. Que le entregara su corazón, con o sin sus miedos, pero que lo hiciera.
La persona a la quien su afecto fuera dirigido.

{ﮩ٨ـﮩﮩ٨ـ♡ﮩ٨ـﮩﮩ٨ـ}

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top