V. Querido hermano....

ɪꜱ ɪᴛ ʙᴇᴛᴛᴇʀ ᴛᴏ ꜱᴘᴇᴀᴋ ᴏʀ ᴛᴏ ᴅɪᴇ?

"ɴᴏ Qᴜɪᴇʀᴏ ꜱᴏÑᴀʀ ᴍɪʟ ᴠᴇᴄᴇꜱ ʟᴀꜱ ᴍɪꜱᴍᴀꜱ ᴄᴏꜱᴀꜱ
ɴɪ ᴄᴏɴᴛᴇᴍᴘʟᴀʀʟᴀꜱ ꜱᴀʙɪᴀᴍᴇɴᴛᴇ
Qᴜɪᴇʀᴏ Qᴜᴇ ᴍᴇ ᴛʀᴀᴛᴇꜱ ꜱᴜᴀᴠᴇᴍᴇɴᴛᴇ"

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La situación se volvió de lo más tenso luego del sonido de ese disparo. Después de cargar a Arturo hasta el primer piso de la Fábrica y lograr estabilizarlo, armaron el plan perfecto para el momento en que se encontraban. Todo basado en las enseñanzas del profesor, que con cada segundo que pasaban allí se daba cuenta de la inteligencia superior que poseía el hombre.

Hablaron con la Inspectora Murillo y negociaron, dejaron que ingresaran tres cirujanos para curar al herido, pues no les quedaba opción, si no lo hacían Arturo moriría técnicamente por su culpa. Eran ellos quienes habían disparado.

La tensión en el aire se podía cortar con la punta de una uña filosa. Y el miedo de los doctores de ser descubiertos se olía a kilómetros. Tal como un día les dijo el profesor, infiltraron entre dos de los doctores a un oficial. Eso jugaba en su ventaja, lo hacía aún más que portara gafas, pues gracias a ellas podrían tener un ojo, bueno, más bien un oído, dentro de las carpas de los policías.

En las gafas del inspector colocaron un micrófono del cual el profesor podría escuchar absolutamente todo. Si antes ya solían estar dos pasos adelante de los policía, ahora siempre estarían seis pasos adelantes. Nada podría adelantarseles o tomarles por sorpresa, y eso lograba algo de tranquilidad en Sídney en todo ese revoltijo de emociones pesadas, aquellas con las que cargaba desde hacía días.

Luego de que los tres hombres salieran, prácticamente, cagándose los pantalones al saber que los dos de sus hombres que ingresaban por las tuberías serían asesinados al entrar, se sintió como si todos pudieran volver a respirar.

La situación se calmó después y Sídney se separó de todos para poder tomar aire fresco. Necesitaba pensar, tener un momento de silencio y paz. Se dirigió a una habitación vacía, que al parecer era una oficina, y que el grupo no estaba ocupando para el atraco. Al cerrar las puertas detrás de ella, se quedó con la espalda reposando en las mismas y el silencio esperado la envolvió.

Un suspiro salió de su boca y sus ojos se cerraron por un momento mientras su cabeza se dejaba caer hacia atrás contra la madera. Sus pensamientos eran una neblina turbia sin sentido, y sus emociones una bola de hilos cruzados y enredados. En la casa de Toledo había imaginado aquel momento muchas veces, el tiempo le sobraba como para no hacerlo, pero jamás imaginó que se sentiría de ese modo. Todas las cosas se le juntaban, le hacían querer gritar y disparar a la pared, pero su voluntad era más grande.

Se despegó de las puertas y se dirigió sin prisa a uno de los grandes ventanales del cuarto, donde la cálida y acogedora luz solar ingresaba por allí. Tomó asiento en el suelo frente a la misma sin preocuparse por el afuera. No podrían verla gracias a la blanca cortina, sin embargo, ella podía verlos a ellos.

Llevó las rodillas a su pecho y apoyó el mentón en las mismas mientras abrazaba sus piernas. La imagen de su hermano vino a su cabeza, por lo que de inmediato sus ojos picaron al igual que su nariz y supo que las lágrimas saldrían si no lo impedía. Sintió que su corazón en su pecho se hundía, el sentimiento de extrañar a su hermano menor desbordándola.

Lo extrañaba demasiado, mucho más de lo que lo había hecho en cualquier otro momento de su vida. Cinco meses sin verlo era una vida entera para ella, para quien su hermano era la fuente número uno de su vivir y ser. Siempre había tenido una dependencia de Mateo. La psicóloga de su adolescencia solía decir que era a causa de la soledad de la niñez, por parte de amistades y familia, y que al ser Mateo la única fuente de amor se aferró a ella.

Lo quería allí con ella, bueno, realmente no, no quería que estuviera en esa asquerosa fábrica con ella, más bien ella quería estar donde él estuviese. Abrazarlo y pasar tiempo juntos, jugar a algo, contarse las cosas que hicieron en esos cinco meses sin verse, recuperar el tiempo perdido, irse juntos con el dinero a vivir las mejores experiencias en el país más caro del mundo. En especial, decirle lo mucho que lo había extrañado.

Se preguntó qué estaría haciendo. ¿La extrañaría por igual? ¿La estaría viendo por la televisión? ¿Se encontraría bien? Por su paz mental le gustaba no pensar mucho en la última pregunta, pero su cerebro le jugaba en contra y volvía a ella una y otra vez. Su único deseo era que estuviera protegido y seguro, pero no sólo desde el inicio hasta el fin del atraco, sino en cada segundo de su vida.

Intentó borrar esos pensamientos haciéndose recordar que pronto lo vería, faltaban pocos días para ello. Se imaginó con él en algún país lejano luego de finalizar el atraco. Tal vez Japón. Conocer la vida avanzada de la tecnología y a la vez la vida antigua de su cultura. Canadá. Estar tan abrigados que ni sintieran el frío de la nieve mientras esquían. Dubai. La ciudad de la gente rica y el mundo perfecto. O Puerto Rico. Donde hay un gran sabor latino y mujeres hermosas con su acento tan seductor. Tal vez podría conocer a alguna, formar una vida nueva desde cero y dejar el pasado ir.

Conocer alguna....dejar el pasado ir....
Dejar ir el pasado sería pan comido para ella, quería deshacerse de él hacía ya mucho tiempo, pero eso implicaba también dejar ir a Tokio.
Tokio. Tokio. Tokio.
¿Qué haría con ella? "No hay nada que hacer con ella". Se respondió su propia cabeza. Era cierto, Tokio había rechazado el afecto de su corazón. Sin embargo, su cabeza se negaba a la situación. ¿Cómo podía ser posible? La hacía enojar, y empeoraba al recordar cada momento con ella.

Sus ojitos cafés oscuros mirándola con la atención que Río nunca logró recibir. Las risas que provocó con la facilidad que él no pudo. Los recuerdos significativos que formaron. Estaba segura de que Río no podría nombrar uno que no se tratara sólo de sexo. Las caricias en su piel que le entregó por decisión propia y no por pretender, como con el menor. Los coqueteos descarados - que tanto le gustaban - por los que él tenía que rogar, aunque los suyos se escondieran detrás de su "amistad". Amistad, ¿era eso lo que Tokio buscaba en ella? Las palabras de la española decían que sí cada vez, pero sus acciones demostraban lo contrario. Allí estaba de nuevo, ese sentimiento de enojo provocado por su conflicto mental. No podía entender porqué la respuesta siempre era no, cuando su mente y corazón le aseguraban que sí. Que ella también estaba dispuesta a todo.

Apretujó los dedos de sus manos haciendo que sus huesos crujeran. Luego se llevó las mismas al rostro y frotó con lentitud para volver a quedarse viendo el afuera. Deseaba que las cosas se solucionaran por sí solas, que parpadeara y no hubiera problemas.

La puerta de la habitación fue abierta, el suave sonido de la misma había sido captado por ella. No se dio la vuelta a ver quién había ingresado, no le importaba, pensó que si ignoraba la presencia de la persona tal vez se iría, pues en serio necesitaba estar sola, y era, probablemente, el primer y último momento en que podría estarlo.

Sintió los lentos pasos cerca y luego un suave beso en su cabeza. Pensó que se trataba de Nairobi, aunque luego confirmó que no era así. La persona se sentó a su costado y mantuvo el silencio. No se giró para descubrir de quién se trataba. Duraron en silencio alrededor de diez minutos, y cuando finalmente lo hizo Sídney confirmó sus sospechas.

— Lo siento — Su dulce voz se hizo presente.

La ojiazul no respondió al instante, su posición inicial duró un par de segundo más antes de que su mirada se dirigiera finalmente a la persona.

— ¿Por qué? — Su tono fue casi el de un susurro.

— No ha sido mi intención hacerte daño. Sabes que te quiero mucho, no haría nada con la intención de herirte.

Sídney la interrumpió — No me refiero a eso, Tokio. ¿Por qué nunca me das una respuesta?

Los labios de la chica se entre abieron por el desconcierto de la pregunta, sin embargo, sus ojos expresaban tristeza y arrepentimiento. Los de Sídney eran incomprendidos.

Tragó antes de responder — Es difícil de explicar.....

— ¿Qué es tan difícil de explicar, Tokio? No te entiendo.

La española apartó unos segundos la mirada y suspiró para volver a dirigirsela. Su voz tembló un poco al hablar.

— Te quiero. Te quiero tanto que me asusta. Pero más miedo me da lastimarte y es por eso que..... — Se detuvo ante la mirada que Sídney le dirigía. Ojos oceánicos que parecían dispuestos a ahogarse en sus propias aguas saladas — Que no puedo estar contigo. Sé que voy a terminar lastimándote. Tarde o temprano.

— Pero ahí te equivocas ¿No te das cuenta cómo ya me lastimas? Ignorando mis sentimientos y también los tuyos — Las lágrimas cayeron por sí solas de sus ojos pero su voz no titubeó, como si estuviera acostumbrada — Sos una cobarde.

Tokio se acerca más a ella, uniendo sus cuerpos logrando sentir el calor de los mismos, y tomó ambas mejillas para limpiar sus lágrimas con los pulgares. Asintió a lo dicho. Sí, era una cobarde.

— Y una mentirosa — Asintió también, aceptándolo — Pero te voy a esperar.

La expresión de Tokio cambió a una de sorpresa y desconcierto. No esperaba escuchar eso. ¿Esperarla? No se lo merecía. Además, insinuaba que en algún momento finalmente estarían juntas, y eso era lo que no quería. Se negaba a lastimarla aún más. Era una bomba de tiempo y no quería explotar con ella.

Negó con la cabeza — No, no pue-....

— No me vas a decir lo que puedo o no puedo hacer — Interrumpió.

— No hay nada que esperar, Síd. No quiero que me esperes.

— ¿Por qué tenes que hacer todo tan complicado? Me queres, ¿entonces por qué no? — Esta vez su voz si titubeó y sollozó — ¿Por qué no queres estar conmigo?

Tokio llevó la mano a su pierna y sacó su arma del soporte. Le mostró la misma.

— Por esto. Yo no puedo permitirme amar a alguien estando en un atraco. Las cosas como amor y guerra nunca se mezclan. Terminan mal — Las lágrimas invadieron los ojos de Tokio y bajó la mirada queriendo ocultarlas, mientras se quejaba. Odiaba verse débil frente a los demás, incluso cuando Sídney conocía cada una de sus debilidades.

— ¿Mi corazón te asusta, pero un arma no? — Tomó el mentón ajeno y levantó su mirada.

Ambas miradas no se despegaban de la contraria. Una pesada de tristeza y cansancio, y la otra de incomprensión. Sídney comenzaba a cansarse mentalmente de la situación, pero su corazón le decía que esperara, que aguantara tan sólo un tiempo más.

— Lo siento — Repitió sin saber qué más decir y se levantó del suelo para caminar hacia la puerta con lentitud.

Se sintió en un conflicto mental, dudando si debía de levantarse y detenerla, tal vez hasta besarla, o dejar que se fuese. De una u otra forma, mientras pensaba, la chica tuvo el tiempo suficiente para marcharse de la habitación. Fue recién ahí cuando Sídney se colocó de pie y caminó con prisa hacia la entrada. Estuvo a punto de salir, pero un sentimiento la frenó y congeló su mano sobre el picaporte.

Su tristeza fue reemplazada por molestia, provocando que al final saliera de la oficina y caminara a través del pasillo en busca de Tokio. La vio casi a punto de doblar la esquina, por lo que corrió hasta ella y la tomó de la muñeca para detenerla y pegar su espalda contra la pared.

Tokio jadeó asustada por la desprevenida acción y se sorprendió a ver a Sídney, luciendo molesta, al frente de su persona.

— No te creo nada — Dijo la argentina entre dientes.

— ¿De qué estás hablando?

— ¿Lo sabe él? — Al ver la mirada confundida de la otra dicidió aclarar — ¿Sabe Río que me queres a mí y no a él?

— Déjate de gilipolleces — Intentó marcharse pero fue detenida de un empujón en el pecho.

— Admitilo — Desafió seria — Usas de excusa el atraco y te escondes detrás de Río porque te da miedo tanto la verdad, como decirme la verdad. Que me amas.

— Sueltame — Ordenó con un tono lento y autoritario.

— ¿Es porque soy mujer? — Preguntó, ahora sí, enojada y ofendida.

Tokio cambió su expresión a una dolida, como si hubiera dado en el clavo — Síd, por favor.....

— ¡Basta! Basta del por favor, del lo siento, del silencio, de las ignoradas — Su tono de voz se elevaba y comenzaba a travarse nuevamente, sólo que esta vez era por enojo y no tristeza.

Sin dejar que Tokio respondiera, prosiguió — Es inútil. Es algo que hay que hablar. Te quise desde que te conozco, fue inevitable. Y traté de mostrarlo y no me dejaste, y está bien. Pero debo hacerte escuchar ahora y dame una respuesta, porque no puedo seguir igual que hasta hoy.

Sin poder sostenerlo más, las lágrimas de la española cayeron y no se esforzó en ocultarlo. Comenzó a sollozar y llevó ambas manos a su cara con el sentimiento de querer desaparecer de allí. Se sintió mental y emocionalmente desnuda frente a ella. Nunca antes había experimentado tal sentimiento.

El enojo de Sídney se esfumó al segundo como si nunca hubiera aparecido. La compasión la envolvió y, rota por la imagen frente a ella, se acercó a la más bajita y la abrazó por encima de sus hombros. Esta envolvió sus brazos en el torso ajeno y escondió su rostro en su pecho.

Las lágrimas mojaron su mameluco pero no le importó. Podía sentir sus manos en su espalda aferrándose en puños a la tela del mismo, y sus sollozos siendo callados por su cuerpo. Una de sus manos acariciaba de arriba a abajo su espalda, mientras la otra mimaba su corto cabello con cariño. No sabía con seguridad qué pasaba, pero le decaía pensar que se trataba de lo que ella sospechaba. Había pasado por esa situación también. El déjà vu la golpeó con su repentina aparición, y por un momento volvió a ser una niña de trece años que abrazaba llorando su "madre".

Se mantuvieron en esa posición por varios minutos, una deshaciendo sus penas y otra consolando las mismas. Luego de un rato, Tokio tomó distancia con lentitud y una mirada suave de vergüenza. Dio un suspiro largo y eliminó los últimos rastros de lágrimas con sus dedos.

Ver a la chica en esa situación siempre la hacía sentir con emociones cruzadas. Odiaba verla de aquella manera tan rota, pero a la vez amaba que ella, a pesar de su vergüenza, tuviera la confianza de romperse y abrirse frente a ella. No era la primera vez, pero cada vez esperaba que fuera la última.

Verla tan frágil en momentos como aquel era cuando más deseaba que Tokio la aceptara a su lado, para poder acurrucarla con el calor de su cuerpo y tratarla suavemente hasta que sus problemas se esfumaran.

La española sorbió su nariz una vez más antes de hablar — Necesito de tú ayuda con algo.

No se cuestionó el tema de conversación iniciado, era obvio que Tokio no quería hablar de lo sucedido.

— Lo que quieras — Respondió dulce mientras le colocaba un mechón de pelo rebelde detrás de la oreja.

— Quiero hacer que Berlín le confiese al Profesor lo que ha hecho. Que ha mandado a ejecutar a una rehén.

Sídney se detuvo a pensar. Era muy arriesgado para ella ayudar a la chica a cumplir con su pedido. Si bien la orden la había dado Berlín y él no supiera de su participación en la "muerte" de Mónica, si llegara a enterarse estaría muerta. Primero tendría que enterarse que ella sigue con vida, y, si así fuera, podría enterarse de su ayuda hacia Denver, pero eso no podría pasar al menos que el mismo lo dijera. No creía que Denver fuese a hacer tal cosa, pero su lengua podría irse de suelta sin quererlo.

Sabía a la perfección que de hacer que Berlín confesara, el Profesor lo castigaría. Y estaba segura de que la mataría si eso pasara, pues sería ella quien le obligó a confesar tal cosa para después caer en cuenta que era todo una farsa. Una farsa que ella había hecho.

— ¿Para qué queres hacer que confiese?

— Alguien debe darle una lección a ese hijo de puta. Y si nosotros no podemos, que lo haga el Profesor — Explicó con seriedad.

Una parte de Sídney siguió pensando en su problema, mas otra parte se dijo así misma; "¿Desde cuándo le tenes miedo a Berlín?".

— Vamos — Aceptó y ambas comenzaron a caminar a la par.

Antes de todo, fueron a alistarse con chalecos antibalas. Luego, con sus armas cargadas y con seguro, fue a la planta baja de la Fábrica para encontrar a Berlín. Lo divisaron a través de los vidrios en una de las oficinas e ingresaron a la misma con lentitud. Tokio primero y Sídney siguiéndole el paso.

— ¡Qué agradable visita! — Dijo Berlín soltando una vaga risa.

Las mujeres caminaron sin responder nada hasta las sillas del otro lado del escritorio, tomando asiento delante de Berlín.

— Deberían venir más por aquí.

— Veo que te has puesto un despachito muy cuco. Ya tienes dos — Fue Tokio la primera en hablar.

— Me gustan los despachos. Siempre....— Fue interrumpido por el sonido del arma de Sídney, la cual fue dejada en la mesa por la misma. Le dirigió una mirada de normalidad al hombre frente a ella — He querido tener uno con el escritorio de caoba, pero el crimen y los despachos no casan.

Luego de que Sídney dejara el arma, Tokio había repetido la acción, por lo que Berlín hizo lo mismo al terminar de hablar.

— Que calor, ¿no? — Ironizó la argentina abriendo su mameluco para dejar a la vista su chaleco antibalas.

— Veo que se han puesto el chaleco antibalas para venir a verme — Los tres rieron falsamente — Hubiera preferido un corsé veneciano.

— ¿Ves? Si es que no termino de pillarte el punto.

— ¿A qué han venido, Tokio?

Sídney se inclinó sobre la mesa tomando su arma, poniendo en alerta a los otros dos que imitaron la acción.

— A pedirte....., por favor....., que llames al Profesor.....y le cuentes lo que has hecho, que mandaste a ejecutar a una rehén — Ordenó la latina.

¿Estaba siendo hipócrita? Sí ¿Le importaba? No. Al final de todo, la mujer a su lado tenía razón. Tenían que darle una lección a Berlín.

— Chico malo — Completó la misma — Porque, ¿sabes qué pasa? Que el Profesor es mi ángel de la guarda, y si no se lo cuentas tú, voy a tener que hacerlo yo.

— ¿Tú? Y quedarás como una acusica. Una chivata, una rata asquerosa. Yo soy un caballero, es algo que no podría permitir.

Sídney se levantó tomando su arma y dio vuelta el escritorio para tomar el teléfono y llevarlo hasta el oído del español. Luego, llamó al Profesor.

— He incumplido la primera regla del plan. He matado a un rehén — Habló luego de unos segundo — Bueno, no yo, sino Denver, pero eso es lo de menos. Digamos que lo ha hecho cumpliendo estrictamente mis órdenes. He preferido contártelo yo personalmente.

Tokio, satisfecha de cumplir con lo propuesto, se retiró del despacho. Sin embargo, Sídney se quedó de pie al lado de Berlín con su mano apretando el arma. El mismo, sin importarle su presencia, movió un trapo que escondía las dosis de inyecciones para su enfermedad terminal, dejándolo a la luz.

Sídney sabía de su enfermedad desde hacía tres mesas atrás, lo había descubierto sin que él quisiera, pero lo hizo. Se dispuso a mantener el secreto, no porque se lo hubiese implorando, sino porque no era de su incumbencia.

— Esa mujer tenía un móvil entre las piernas. Puede que quisiera utilizarlo para llamar a su prima Chelito y contarle que se trajinaba al director general, pero en realidad pienso que quería llamar a la policía — Inyectó el remedio y dejó la aguja — Ya no habrá más teléfonos. De eso puedes estar seguro.......Mónica Gaztambide.

Berlín se mantuvo en silencio unos segundos y hasta la chica pudo oír a través del teléfono fuertes golpes. Sabía que el hombre estaba jodido. El Profesor no se quedaría de brazos cruzados. Podías joderlo todo, pero nunca permitiría que jodieran su plan.

—¿Vas a castigarme? Deberías hacerlo. Yo sé que eres un idealista, que piensas que nos van a dar los billetes pidiéndolos por favor, que quieres ser un buen tipo mientras nos das armas y explosivos para reventar este edificio, pero ya está bien de juegos. Vas a tener que castigarme porque no tienes agallas, esto no va a salir bien. Te lo he dicho muchas veces durante años: no soy yo quien tiene un problema, eres tú.

"Te lo he dicho muchas veces durante años". O sea que el Profesor y Berlín se conocían desde hacía mucho antes de aquel atraco. Muchos años antes. Se dio cuenta de porqué Berlín estaba al mando de todo, sin embargo, el Profesor nunca pondría de jefe a alguien que no conociera como la palma de su mano. En especial sus debilidades. Berlín no parecía un hombre de debilidades, y sabía que no era la clase de persona que las mostrara. Una personalidad tan estructurada como la de Berlín llevaba mucho tiempo para formarse y pulirse, por lo que el Profesor tendría que haberlo conocido en su etapa más débil para ver a través de él. ¿Y cuál es la etapa más débil y transparente de la vida humana? La niñez y la adolescencia. No le costó unir cables y darse cuenta, hasta su expresión cambió ante la sorpresa, pero era así. El Profesor y Berlín eran hermanos.

— Vas a tener que castigarme porque así sabré que eres un capitán que puede llevar firme el timón, que eres alguien en quien se puede confiar.

Era obvio. ¿Cómo no pudo deducirlo antes? La manera en que Berlín se dirigía al Profesor. Hablando de él y su vida como si lo conociera desde siempre y en cada aspecto. Dándole "consejos" porque sabía cómo era y cómo actuaba, es especial en situaciones como aquellas.

— Parece que no quieres hablar de ello ahora. De momento nadie sabe fuera lo de esta desgracia de defunción, así que el plan sigue adelante.

Al parecer el Profesor, antes de colgar, le dijo algo que lo hizo poner de nervios, pues apartó el teléfono de su oído presionándolo con fuerza y apretó los dientes.

Sídney, inclinó su cuerpo hacia delante y se apoyó en sus antebrazos sobre el escritorio, esta vez cerca de Berlín, y sin dejar de apuntarle vagamente con el arma. El mismo le dirigió una mirada seria y Sídney sonrió un poco divertida. Podía ver el enojo a través de esa siniestra mirada.

— Cómo no me di cuenta antes — Dijo tanto para él como para ella, utilizando un tono pausado — El Profesor, un hombre tan bueno, sabio, y de valores, hermano de un hijo de puta como vos.

La expresión de Berlín se endureció al escuchar la palabra "hermano". Esperaba oír de todo menos eso. No era que realmente le importara que la chica supiera de su vida cuando estaba prohibido, o que fuera a contárselo a los demás, cosa que sabía que no. Sino porque sería mucho más fácil para ella ahora amenazarlo y "hacerlo pagar".

Intentó disimular su desconcierto y sonrió a la vez que reía cortamente.

— Eres una chica muy inteligente, ¿te lo han dicho? — Puso un mechón de pelo de Sídney detrás de su oreja.

Esta siguió con su sonrisa y asintió lentamente mientras arrugaba su nariz tan sólo un segundo en una seña de burla sarcástica. Algo así como diciendo: oh, créeme. Lo sé.

Se reincorporó y guardó su arma para encaminarse hacia la puerta. Estaba a punto de marcharse cuando la voz de Berlín la detuvo.

— Se te da bien hacer de guarda espaldas, ¿no es así? — Su tono era burlón — Oh, puede que haya sido impresión mía. Como siempre vas por detrás de Tokio.....

Sídney, sin dejarse manipular, asintió dándole la razón — Se me da mejor que a vos lo de ser buen hermano.

No dejó que respondiera y salió conteniéndose las ganas de dar un portazo.

Con las emociones hechas un revoltijo por todo lo que había sucedido en el día, su cabeza sólo volvió al pensamiento principal. El escape de su realidad. Su hermano.
Teo.....espero verte pronto.

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