IV. Los caprichos de Berlín

ɪꜱ ɪᴛ ʙᴇᴛᴛᴇʀ ᴛᴏ ꜱᴘᴇᴀᴋ ᴏʀ ᴛᴏ ᴅɪᴇ?

"ᴡᴇʟᴄᴏᴍᴇ ᴛᴏ ᴀ ɴᴇᴡ ᴋɪɴᴅ ᴏꜰ ᴛᴇɴꜱɪᴏɴ
ᴀʟʟ ᴀᴄʀᴏꜱꜱ ᴛʜᴇ ᴀʟɪᴇɴ ɴᴀᴛɪᴏɴ
ᴡʜᴇʀᴇ ᴇᴠᴇʀʏᴛʜɪɴɢ ɪꜱɴ'ᴛ ᴍᴇᴀɴᴛ ᴛᴏ ʙᴇ ᴏᴋᴀʏ"

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— ¿Te voy a volver a ver? Preguntó la voz de su hermano a través del teléfono de la cabina.

Se encontraba en Toledo a las cuatro de la madrugada, la ciudad totalmente desolada y silenciosa. Eran tres noches antes de comenzar el atraco. Nadie sabía que se encontraba allí, ni siquiera se lo mencionó a Nairobi, pues tenían prohibido salir de la casa, y más estando tan cerca de la fecha.

Había decidido caminar a pesar de la lejanía, fueron más de diez kilómetros, pero no se arriesgaría a dejar cabos sueltos o que una cámara la grabase. Llevaba ropa holgada para evitar mostrar la forma de su cuerpo, guantes de invierno, y la capucha del abrigo puesta tapando su rostro.

Pronto concluirían los cinco meses prometidos del profesor y, estando a casi nada, se tendrían que meter a la boca del lobo y permanecer por días allí dentro. Un plan precioso y detallado paso a paso, pero todo plan tiene un cabo suelto, nunca nada sale según lo planeado. Y en caso de alguna muerte, más específicamente la suya, deseaba hablar con su hermano una última vez. Era su única petición en ese momento.

— Claro que nos vamos a volver a ver — Aseguró con un tono de voz bajo, temiendo ser escuchada — Y te prometo que apenas salga de ahí nos vamos a encontrar y te voy a llevar re lejos de acá. Donde podamos ser libres y no robar más.

— La mujer que me cuida me estuvo enseñando parte de un plan. Mi plan. Tiene que ver con el atraco — Informó Mateo haciendo que Sídney frunciera su ceño.

¿Un plan? ¿Acaso el Profesor había metido a su hermano en esto sin decírselo? No, no. Él nunca haría eso, traicionar su confianza y respeto es algo que un hombre tan inteligente como el profesor no se podría permitir.

— ¿Qué plan, Teo? — Preguntó intentando no alarmarse.

— Hay dos opciones. En caso de que todo salga bien, me enseñó la manera en que yo voy a llegar a ustedes, para después cada uno tomar su rumbo — Calló unos segundos y retomó — La otra alternativa......es de como escapar.

— ¿Escapar? — Interrumpió preocupada — ¿A qué te referis?

— El Profesor le explicó que ser tu hermano era un riesgo, y si llegaran a descubrir tu identidad, de seguro descubren la mía......Pero tenemos una ventaja, y es que ellos no tienen registros ni pruebas de las que cosas que hicimos, no saben nada de lo que hicimos — Relamió sus labios, mientras que al contrario la chica los mordía — Así que tardarían mínimo un día en descubrir "tus" crímenes, siempre queda un cabo suelto, por lo tanto, ahí me descubrirán a mi.

《 No van a perder tiempo en comenzar a buscarme, van a querer extorsionarte y hacer que te entregues. Incluso si no es legal, van a amenazarte con meterme a la cárcel, a una correccional, o incluso volverme a Argentina, pero eso no va a pasar porque de nuevo tenemos ventaja. Si ellos descubren tu identidad lo primero que van a hacer es ponerla en todas las noticias y periódicos que puedan, así que por esos medios me voy a enterar yo si llegara a pasar. Tendré todo ese día de ventaja para seguir el plan, escaparme y ponerme seguro 》

— ¿Cómo te vas a poner seguro? ¿Cuál es ese plan? — Preguntó de inmediato cuando finalizó.

— No te lo puedo contar, pero necesito que confíes en mi, por favor. Sos mi hermana y yo confío en que vos vas a hacer todo perfecto adentro de ese lugar. Así que vos confia en que me voy a cuidar — Pidió serio.

Se mantuvo callada unos segundos pensando. Que hubiera un plan de escape no aseguraba que descubrieran su identidad (que para ella era lo menos importante) y atraparan a su hermano, pero pensar que existía esa opción la colocaba de los nervios, pues le hacía abrir los ojos de la realidad.

Había un famoso dicho que decía que si hay plan B, el plan A está destinado a fallar. Sin embargo, intentó borrar ese pensamiento de su cabeza.

— Hay una parte más — Dijo esta vez ella — No va a pasar, lo puedo asegurar, pero quiero que sepas que en caso de que algo me pase, le pedí al profesor que mi parte de la plata fuera toda tuya.

Mateo negó con la cabeza al instante, incluso si Sídney no podía verlo — Deja de decir estupideces. No vas a ir a la cárcel y menos te vas a morir.

— Ya sé. Es sólo por las dudas.

Te juro que si no te veo salir de ese lugar con vida, voy, entro y te saco yo mismo En su tono de voz la preocupación se dejaba ver ¿Me escuchaste, Celeste?

— Sí.....Te amo — Dijo en modo de despedida.

El menor suspiró — Yo también. Cuidate, ¿si?

Ella asintió en respuesta silenciosa — Nos vemos.

Oyó otro suspiro de Mateo y un "nos vemos" antes de que la llamada se finalizara. El teléfono se quedó en su mano mientras procesaba la conversación tenida. Ahora, sin saber por qué, su miedo era más grande por la vida de su hermano que la propia.

Suspiró y devolvió el objeto a su lugar para salir de la cabina. Se colocó bien su abrigo cuando la fuerte lluvia comenzó a empaparla. La había tomado desprevenida, pues en el camino de ida no había sospecha alguna de que pudiera llover. Caminó dos cuadras, pero al llegar a la tercera decidió dar inició una carrera hasta la casa, sino los diez kilómetros serían infinitos y no quería enfermarse. Además, debía llegar antes de que alguien se diera cuenta de su ausencia.

El inicio de esa llamada fue con la primera intención de relajar sus nervios y disfrutar de la voz de su hermano una última vez, sin embargo, al enterarse de todas esas cosas nuevas el resultado fue el contrario. De una u otra forma, con la corrida nocturna y el ruido del agua cayendo en la superficie, logró su intención principal. Meditó y sus ideas se aclararon. Una vez más en esos cinco meses, su fe ciega por el Profesor crecía aún más.

















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Sábado 12:15hs
















Sus emociones la comían por dentro. Cuando lograba tener un solo minuto de paz en su tiempo de descanso, aparecía un problema nuevo. Es que parecía que cada integrante del equipo se las ingeniaba para elegir una parte del plan y mandarlo por el caño a su manera. No lo entendía, no era tan difícil seguir el plan paso a paso, pero se dio cuenta de que quienes la cagaban siempre eran los de sangre caliente.

Se preguntó si en algún momento su olla a presión explotaría también, pues ella era igual en temperamento, y aunque intentase convencerse de que era imposible gracias a su personalidad calculadora, recordó a Berlín. Calculador y planeador, y sin embargo, este error era el segundo provocado por su culpa.

El primero había sido Tokio explotando las cámaras a tiros luego de encontrar a Río golpeado, no hacía falta ser un genio para deducir que había sucedido. Nada nuevo. Tokio defendiendo a Río. Por suerte no estuvo allí en ese instante, no sabría decir si hubiera explotado contra Berlín o Tokio.

El segundo error de ese hombre era el que suplicaba piedad de rodilla frente a sus ojos. Mónica Gaztambide. Denver había venido con desesperación a ella por su ayuda, era la única a quien le confiaba su situación y la orden de Berlín, matarla. ¿Qué debía hacer? El pobre lucía desesperado y parecía considerar darse el tiro a él mismo.

— ¿Qué debemos hacer? — Le preguntó Denver nervioso — Berlín la quiere muerta.

Los llantos de la mujer aumentaban con cada palabra que tuviera que ver con la palabra muerte, eso la irritaba con el pasar de los segundos. Aunque, irónicamente, era comprensible, al menos eso quería creer, ella no rogaría por su vida ni una vez así la obligaran.

— Berlín la quiere muerta, pero yo no sigo ordenes de él, sigo las del Profesor — Contestó Sídney — No la vamos a matar, si hacemos eso el plan ahora sí se va a la mierda.

Que ilógico era decirlo siendo una asesina en persona, pero la reputación de todos y su dinero dependía de esa muerte, y no sumaría un problema más a la lista por los caprichos de Berlín.

— Díganle que me has matado y te has desecho del cuerpo. Y ambos me esconden. Yo me escondo — Pidió la rubia mientras se colocaba de pie y lloraba.

— Si nos llegan a descubrir estamos muertos — Negó Sídney.

— ¿Dónde cojones te escondes? — Preguntó Denver sacado de sí.

— En la cámara dos — Respondió con seguridad — Yo tengo la huella. No me va a encontrar nadie. Yo me escondo, di que me has matado.

— Que no hay una puta gota de sangre, tía. Que no hay una puta gota de sangre — Desesperó él.

— Dispárame en la mano.

— No digas tonterías — Comenzó a pasearse de un lado a otro.

Los ojos celestes de Sídney lo seguían en cada movimiento — Es la única opción que tenemos — Sacó su arma y la cargó haciendo que el otro se volteara hacia ella.

— ¿Qué tú estás loca? No le vas a disparar como a un puto cerdo nada más.

Se acercó y lo miró fijo a los ojos — Te recuerdo que hago esto para ayudarte a vos, Denver. Así que es la única opción que tenes. Que vos tenes, porque yo si tengo otra y es irme a hacer mis cosas y dejarte con el problema a vos — Como el otro no contestó nada, se volteó hacia Mónica — El muslo no es una zona de peligro.

Apuntó el arma y la mujer comenzó a ponerse nerviosa de nuevo. Denver se quejó entre dientes antes de ponerse por detrás de la misma para sostener su tembloroso cuerpo y tapar su boca. Los ojos de la española se cerraron con fuerza dejando salir lágrimas y, sin siquiera contar hasta tres, disparó.

La mujer se desplomó del dolor en el suelo de inmediato y el hombre la ayudó a caer más ligeramente. Esta se intentó tragar lo mejor que pudo sus gemidos y entre ambos atracadores la colocaron de la manera perfecta para que Berlín no viera su rostro.

— Escóndete en el retrete — Le pidió a Sídney la cual le miró confundida — Berlín vendrá y no quiero que te vea aquí. Hazlo.

Siguió su pedido sin rechistar y se quedó de cuclillas encimas del retrete para ocultar sus pies. Conociendo las manías de Berlín, si sospechaba algo raro, no dudaría en ver si alguien se encontraba en los cubículos. Y en menos de cinco minutos, el mismo ingresó por la puerta con ese aire tranquilo de superioridad que tanto le gustaba imponer. Podía verlo desde un pequeño agujero.

— Dos disparos. ¿Te falta puntería o es te ponen nervioso las rubias? — Preguntó sarcástico.

Para el primer tiro ella no había estado allí, eso había sido antes de que el español corriera a por su ayuda desesperado y ahogado en sus propios pensamientos.

— Si se te agarra a la rodilla y te suplica que no la mates, no es fácil. ¿Por qué no la has matado tú?

Observó como el menor tomaba a Berlín por el cuello del mameluco y se aguantaba las ganas de pegarle en el rostro. Luego, lo soltó.

— Eres un cabrón de mierda. No te quieres manchar las manos de sangre, pero sí manchas las mías.

— Si vuelves a ponerme la mano encima, eres hombre muerto — Amenazó con una agresividad equilibrada de paz, que hizo suspirar tanto a Denver y a Sídney para no matarlo allí mismo.

— Hay una cantera de carbón en el sótano. Tírala dentro. Ya después le das una limpieza a todo esto — Ordenó antes de salir del baño y dejarlos solos de nuevo.

Sídney se bajó del retrete y abrió la puerta para poner de inmediato su mano encima del arma del chico.

— Yo tampoco me lo banco, pero matarlo no es una solución. Sabe muchas cosas de todo lo que estamos haciendo acá adentro que nosotros no — Informó en un intento de relajarlo. Dejó un apretón en su hombro antes de volverse hacia Monica.

— Vamos. Hay que esconderla.

El chico hizo lo sugerido y se agachó al lado de la herida para alzarla en sus brazos, haciendo que se quejara de dolor. Entre ambos, con extremo cuidado, la sacaron y trasladaron por los pasillo sin que nadie los descubriera, siguiendo las indicaciones de la española para llegar a su destino.

La misma fue colocada en el suelo por Denver para que pudiera colocar su huella digital y código de seguridad en la puerta de la cámara dos. A los segundos, una luz roja se iluminó dejándoles saber que estaba desbloqueada, y entre ambos atracadores la abrieron.

El varón estuvo a punto de ayudar a la herida de nuevo, pero Sídney lo detuvo poniendo una mano en su pecho con delicadeza.

— Yo la ayudo. Vos andá a lavarte que estás lleno de sangre. Falta que alguien te vea.

Denver pareció dudar un momento en su lugar, pero al final se marchó de allí dejando a ambas mujeres por su cuenta. Sídney la rodeó con suavidad por su espalda y el brazo de la contraria lo llevó a sus hombros. Ambas caminaron hasta dentro de la cámara y la argentina la dejó sentada en el suelo.

— ¿Te duele mucho? — Cuestionó mientras arrimaba la puerta por si alguien pasaba por allí. La pregunta era tonta, pero necesaria.

Mónica asintió — Duele más cuando ejerzo presión en la herida o la pierna.

— Voy a ir a buscar cosas para ayudarte con esto, ¿sí? Por el momento..... — Abrió el zipper de su mameluco y retiró su remera gris para colocarla en la herida ajena — Mantene presión.

La rubia gimió haciendo lo pedido y Sídney caminó hacia la puerta cerrando su zipper para esconder su brasier.

— ¿Vas a dejarme sola? — Preguntó en un tono asustadizo.

— Tengo que ir a buscar cosas para la herida o se te puede infectar. Voy a ser lo más rápida posible. Capaz Denver llega antes que yo, pero tenes que saber que estar acá oculta significa pasar mucho tiempo sola — Explicó de manera sincera, su tono intentando ser amable — Te voy a ayudar por Denver y por el plan, no por vos. Así que por mi parte, después que termine con esto, Denver va a hacer todo el trabajo. No esperes más de mi. Tampoco mi compañía.

Salió de allí, sin llegar a ver el asentimiento silencioso de Mónica, y se dirigió a paso apresurado a la sala principal de la Fábrica. Aquella en la que guardaban cada parte de su plan y se ejecutaban las discusiones más fuertes e irritantes.

Al llegar, se detuvo por fuera y apoyó su oído para ver si escuchaba la voz de alguien, o siquiera algo que desmostrara la presencia de alguien. Sin embargo, al no sentir nada, ingresó. Su paso fue decidido y fugaz. Fue hacia cierto bolso, donde se encontraban artículos de primeros auxilios para ellos mismos, y tomó vendas, gasas, alcohol desinfectante, y, como última opción, una grapadora para suturas.

Se levantó de su lugar y se dirigió a la puerta, por esta ingresó Tokio y, a punto de esquivarla ignorándola, esta la detuvo de su brazo provocando que su cuerpo se tensara. Una parte por los objetos ocultos en su brasier y otra por la tensión de tener a la chica enfrente luego de su discusión. No habían hablado después de lo sucedido. Sídney tampoco tenía la intención, ni mucho menos ganas.

No se dignó a dirigirle la mirada, el ardor en su corazón todavía seguía caliente. Había llegado a casi olvidarlo con lo de Mónica, pero la ruleta siempre volvía a apuntar hacia ella.

— Quiero hablar contigo — El tono de Tokio fue ligero, casi de rendición, pero la conocía suficiente para saber que intentaba más ser una orden. O tal vez, una súplica en búsqueda de aceptación.

Se sentía débil cuando se trataba de ella, tan entregada. Su corazón, su cuerpo y alma eran de su control y Tokio ni siquiera era consciente de ello. No sabía de la magnitud que tenía su amor por ella. Pero para su suerte, había algo que siempre sería propio, su mente. Su cabeza jamás la traicionaba de cometer errores.

— No puedo ahora — Movió su brazo para safarse y la otra lo aceptó.

— No te he visto en todo el día. No hemos hablado....Estoy preocupada. ¿Cómo estás? — Buscó su mirada pero no encontró respuesta.

Sídney contuvo sus ganas de bufar por lo alto. Sus palabras le habían sonado a: "¿Cómo estás luego de mi silencio a tus sentimientos confesados? ¿A mi rechazo callado? ¿A mi indiferencia a nuestra arruinada amistad? ¿A mi ignorancia sobre la situación? ¿Y a mi orgullo sobre lo que me niego a aceptar?".

— Estoy bien — Respondió sin más y a punto de salir.

— Sídney — Detuvo antes de que desapareciera.

La nombrada se detuvo y suspiró antes de dignarse a dirigirle su mirada. Tokio remojó sus labios pensativa y terminó negando con la cabeza.

— Nada....Nada. Ve.

No se quedó a hacer una escena, ya sea del tipo que fuera, no tenía tiempo. Antes de ingresar a la Fábrica, la anterior Sídney hubiera pensado que de su boca hubieran salidos las palabras que esperaba oír, de amor o confesión como decisión de último momento antes de cruzar la puerta. Como una puta película. La Sídney de ahora ni siquiera esperaba palabras de perdón. Tokio era lo que era, y por más que no le gustase tener sentimientos por ella, aceptaba su forma de ser. La que lamentablemente tanto le gustaba.

Al volver a la cámara dos y abrir la puerta, se llevó una gran sorpresa al ver a Denver ya allí envolviendo con cinta adhesiva la herida de la chica.

— ¿Qué haces? — Preguntó (más bien, acusó) preocupada al ver la escena, mientras se acercaba.

Denver titubeó nervioso — Pues qué hago. Yo qué sé. Intento detener el puto sangrado.

La argentina se puso de rodillas a un lado de la chica y comenzó a sacar de su ropa todos los elementos que había robado. Ambos mirándola sin saber qué decir.

— Sacale ya esa cinta. Con eso más que ayudarla vas a hacer que le amputen la pierna.

Denver hizo lo pedido y luego retiró las vendas por debajo de la misma. El sangrado todavía seguía aunque no en la misma magnitud. Lo primero que hizo fue echarle el alcohol a la herida, ni siquiera sabía lo que hacía, solo lo hacía por instinto. Luego, tomó la grapadora y la colocó encima del mismo lugar.

— ¡Espera! ¡Espera! ¿Qué es eso? — Preguntó Mónica preocupada.

— Es una grapadora. No te preocupes, es para heridas, pero igual te va a doler un poco. La bala no la podemos sacar, pero tampoco podemos dejar la herida abierta, es peligroso — Informó con cuidado — ¿Lista?

Tardó en responder pero la respuesta terminó llegando en un asentimiento. No contó hasta tres, directamente dio la primera engrapada y siguió con las demás mientras la española se ahogaba en sus quejidos. Al finalizar, junto con Denver, presionaron con gasas el sangrado y luego envolvieron apretando con vendas.

— Los demás se han enterado. A mi padre casi le da un infarto al corazón — Informó el hombre y ella le dirigió una mirada preocupada — Es decir, no en serio, pero le ha a dado un....ataque de pánico o una de esas cosas.

— Es comprensible. Tu papá es muy buen hombre, está preocupado de que su hijo ahora sea un asesino. Una persona sin corazón.

— Claro, pero yo no la he matado. ¿Tú crees que todos los asesinos son personas sin corazón? — Esta pregunta, sin querer, tocó una zona sensible de su cuerpo.

Suspiró pensando su respuesta — La gran mayoría....Vamos. No podemos estar todo el día acá.

Se levantó de su lugar y se dirigió a la puerta de la cámara. Denver le dijo alguna que otra cosa a Mónica y ambos se marcharon sin dejar pista alguna que los delatara, o algo que la relacionara a ella con la situación.

No hablaron en el camino, no más que Denver para agradecerle lo que había hecho por él, y, que cuando quisiese, podría devolverle el favor. No estuvo demás decir que no le importaba que le debiera un favor, aunque nunca estaba de más, pero no lo habría hecho de no haber querido. Lo cierto era que, aunque no tuviera la relación más íntima con el chico, le tenía aprecio y sabía el gran corazón que poseía.

Realmente quería a la mayor parte de la banda, algunos más que otros, sólo eran unos pocos con los que no se relacionaba tanto, como Oslo, Moscú o Berlín. Sin embargo, les tenía una mínima pizca de cariño.

Al llegar a la entrada de la Fábrica junto a los demás y los rehenes, se llevaron una sorpresa al encontrar un ambiente tenso con los gritos de Helsinki de fondo.

— Tokio, ¿qué pasa? — Preguntó Denver a la chica.

— No sé qué pasa — Fue interrumpida por los gritos.

— ¡No abras las puertas! ¡Moscú! — Al instante se oyó el sonido de las puertas abriéndose.

Ambos compañeros se miraron confundidos entre ellos y se dirigieron a un paso sincronizado y veloz a las puertas del lugar para ver lo que sucedía. Observaron a Moscú frente a las puertas de la Fábrica, estas casi abiertas en su totalidad, y Helsinki y Oslo apuntándole con sus armas.

— ¡Papá! — Gritó Denver antes de tirarse hacia el hombre y tirarlo al suelo junto a él.

Ambos se quedaron forcejeando frente a la luz de la entrada. Denver le daba la espalda al afuera y sostenía a su padre de ambos brazos intentando que no se levantara, mientras este se negaba. No se llegaba a oír lo que le decía al mayor, pero a Sídney le puso nerviosa ver la situación en la que se encontraban. Aunque no se supiera, estaba segura que el hombre hacía esto por creer que Denver había matado a Monica.

Cuando reaccionó, corrió hasta la entrada y presionó el botón para cerrar las puertas. Estas así lo hicieron, pero no fue hasta que la luz solar ya no podía ingresar que su cuerpo se relajó. Un suspiro salió entre sus labios y su mano pasó por su cara.....
Todo se desmoronaba cada vez más.











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El plan estaba hecho. Luego de amenazar a Berlín, la única parte que había disfrutado desde que estaban allí, decidieron que Moscú saldría a tomar aire. Llevarían con ellos a todos los rehenes para poder infiltrarse y luego volverían adentro. Nada podía salir mal, y a la vez, todo.

Saldrían solo Moscú, Denver y Sídney, que si bien esta última no tenía la obligación lo hacía para cuidar al par. Además, el estar involucrada con elp tema de Mónica la hacía sentir algo de responsabilidad por lo sucedido con Moscú.

Cuando salieron, de inmediato todos se dispersaron por la azotea, la chica sin perder de la mira a ninguno de los rehenes por si se les ocurría hacer una tontería. A la vez, se permitió disfrutar de como los rayos de sol calentaban y acariciaban su piel a través de su ropa, sintiéndose plena y cómoda con la calidez. El aire fresco llegando a sus pulmones permitiéndole soltar un suspiro de satisfacción. Y la imagen de un lugar abierto frente a sus ojos.

Desde arriba se podía ver todo. Había carpas de policías instaladas y los mismos dispersos por todos lados. Vallas y cintas de seguridad, periodistas, montones de furgones y, en edificios vecinos, franco tiradores apuntado en sus direcciones.

— No has matado a esa chica, ¿verdad? — Habló Moscú debajo de la careta.

— No — Negó el hijo.

— Dime la verdad, joder.

— ¡Que no! — Exclamó molesto — Berlín le pilló con un móvil, me ordenó que la matara.

— Es verdad — Interrumpió Sídney — Estuve ahí. Fui yo la que le pegó el tiro, no había otra opción.

— Estáis hablando de Mónica — Cortó una cuarta voz que sobresaltó al grupo.

Los tres se giraron para ver por detrás de Denver al rehén que habló. No le veía la cara pero pudo reconocer su voz, era Arturo. Ese hombre que al parecer nunca se le acababan las energías.

— Estáis hablando de Mónica. ¿Qué coño habéis hecho a Mónica? — Cuestionó desesperado y encarándolos.

— ¿Qué haces? — Habló Sídney con dureza.

Tomó su arma y la trajo un poco hacia delante como una advertencia, sin embargo, no llegó a apuntarla, pues de hacerlo estaba sentenciándose a muerte.

— Vuelve a tu sitio — Ordenó Denver.

— ¿Qué coño habéis hecho con Mónica? — Se abalanzó contra el chico molesto y entre este y la argentina lo apartaron.

— ¡Volvé a tu sitio si no queres que te peguen un tiro! — Esta vez la orden la dio Sídney enojada.

— Dime donde está Mónica. Habéis matado a Mónica, joder. Era una inocente — Dijo desesperado con el arma falsa en la mano.

— Pónganse de rodillas — Pidió repentinamente Moscú.

— ¡Estaba embarazada! — Seguía gritando Arturo.

— Francotiradores, joder — Les recordó el mayor — Que crean que somos rehenes. Las manos en la cabeza.

Los dos menores hicieron lentamente lo pedido junta a él y se quedaron cabizbajos.

— No juegues conmigo, levántate. Te estoy hablando, coño — Apuntó con la pistola de juguete.

— Hay francotiradores. ¡Todo el mundo al suelo! ¡Ya! — Exclamó Sídney.

Todos la obedecieron y comenzaron a gritar asustados mientras llevaban las manos a la cabeza y se arrodillaban, algunos cerca de ellos y otros más lejos. Arturo, por su parte, seguía gritando y amenazándolos por lo de Mónica sin ser consciente de la situación en la que estaba por su propia culpa.

Repentinamente, pero viéndolo venir, el ruido de un disparo retumbó en el lugar y Arturo, como si fuera en cámara lenta, cayó al suelo con su hombro derecho sangrando. La careta se le salió y sus gritos se hicieron uno con los de los demás rehenes.

Entre Sídney, Denver y Moscú lo sostuvieron para comenzar a llevarlo dentro de la Fábrica. Y mientras todo se iba al carajo, lo supo, nada de eso hubiera pasado si no fuera por los caprichos de Berlín.


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