II. Miedo

ɪꜱ ɪᴛ ʙᴇᴛᴛᴇʀ ᴛᴏ ꜱᴘᴇᴀᴋ ᴏʀ ᴛᴏ ᴅɪᴇ?

"ɢɪᴠᴇ ᴍᴇ ᴀ ꜱɪɢɴ
ɪꜰ ɪ'ᴍ ᴏɴ ʏᴏᴜʀ ᴍɪɴᴅ
ɪ ᴅᴏɴ'ᴛ ᴡᴀɴᴛ ᴛᴏ ꜰᴀʟʟ ɪɴ ʟᴏᴠᴇ ᴀʟᴏɴᴇ"

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El día del atraco
Viernes 8:25 a.m














Se encontraban todos juntos dentro de la furgoneta que los llevaría a la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre, luego de estar cinco meses estudiando el golpe y esperando por ese momento, al fin había llegado. Aunque, habían pasado cinco meses aislados del mundo para que al momento de volver, sea para encerrarse en una jaula de muerte. Muchas cosas podían salir mal, pero si algo había hecho el profesor esos meses, fue ganarse su fe ciega. Pues sí, ella confiaba ciegamente en el Profesor.

Mentiría si dijera que no estaba un poco nerviosa, no sentiría seguridad de que el plan se desarrolle con éxito hasta que se encontrasen todos dentro de la Fábrica, pero era tan grande el golpe, que la mayor parte de sus nervios era pensar; "¿Qué voy a hacer con tanta plata?". Las ideas llenaban su cabeza desde el primer momento en que se unió a ese plan.

De todos modos, su cabeza no estaba concentrada al cien por ciento en el atraco, no como debería. Su mente procesaba miles de cosas en ese instante y todas desembocadas por un mismo sentimiento; miedo. Fue culpa del mismo seguir sintiéndolo, pues ayer casi arruinaba todo por miedo, y ahora tenía miedo de haberlo arruinado.

No se encontraba con su careta puesta, la razón era que no podía dejar de morderse las uñas, y su pierna derecha subía y bajaba en un ritmo repetitivo suave, por lo que nadie parecía notarlo. Al menos eso creía, hasta que sintió una mano deslizarse por su rodilla.

Se encontró a su lado con una pequeña sonrisa que Río le otorgaba mientras acariciaba la zona, de inmediato su pierna se detuvo y pudo calmarse un poco. Sus uñas se alejaron de sus dientes. Le devolvió como pudo la sonrisa. El chico se había vuelto como un hermanito para ella, de hecho, realmente le recordaba a su hermano. Diría que tal vez por eso se había encariñado con él tan rápido y formaron una hermosa amistad, pero la verdad fue que el chico se hacía querer muy fácil.

A veces se odiaba a sí misma, lo quería muchísimo, pero aún así, sin poder controlarlo, se moría de celos cuando lo veía. Deseaba tanto ser él y la razón era una sola. Tokio. Y lo peor de todo, es que no era su culpa que ella no la hubiera elegido, ni que no la quisiera.

Tokio.....Era la razón del miedo que sentía y las cosas que su mente no dejaba de procesar e imaginar. Era su amistad lo que casi arruina ayer, o lo que tal vez arruinó y ella aún no lo sabía, pero el impulso le había ganado. Odiaba no tener autocontrol a veces.
















Jueves 1:15 am
La noche antes del atraco
















Su mirada se encontraba pegada al techo de su habitación. Apostaría que había estado allí por casi dos horas sin despegarse un segundo. Sus dedos jugaban entre sí con los de la mano contraria por encima de su estómago. Su voz interior repetía la pregunta sin cesar. ¿Sí o no?

El atraco se realizaría mañana después de una larga espera, se suponía que tenía que descansar pero es que no podía. Podría pasar cualquier cosa mañana. Aunque no le gustaba pensarlo, irónico porque era la única imagen que se reproducía en su cerebro, estaba la posibilidad de que alguien muriera. Realmente no le importaba si fuera ella, no le temía a la muerte y lo haría realizando lo que le gusta, pero si fuese ella.......si fuera aquella mujer que roba hasta sus más callados suspiros, no podría soportarlo. No tenía idea de qué cosas le llegaría a hacer a su asesino.

Como si le cayera el anillo al dedo, Nairobi ingresó a su cuarto. Sin llamar a la puerta, por supuesto. Fue como si sus pesados y negativos pensamientos hubieran atravesado la pared y volado hasta ella.

Sé qué estás pensando. Has estado de esa manera todo el día y supuse que lo estarías ahora — Dijo con un tono firme y rápido. Bueno, como casi siempre.

Sídney la miró en silencio y suspiró antes de volver a mirar el techo. Sintió como a su costado el colchón se hundía.

Cariño — Llamó con dulzura y acarició su cabello — El amor es un sentimiento que provoca tanto miedo, pero eso no impide que sea hermoso y único. Y esto no es diferente, tu amor por Tokio es hermoso y único. Puedo decirte con firmeza que ni en esta puta casa, ni en su vida, hay alguien que la quiera como tú.

— Me da miedo..... — Susurró, y sin poder terminar la frase, la otra interrumpió.

¡Pues claro! ¡Claro que da miedo! Pero amar es para valientes. Y yo sé que tú no eres cobarde — Le sonrió abiertamente — Así que si estás esperando un pajarito que te dé una respuesta, ese pajarito soy yo. Y mi respuesta es que sí. Vé y dile la verdad. Tal vez mañana sea muy tarde.

La argentina se quedó unos segundos, que parecieron eternos para la otra, procesando lo dicho. Terminó suspirando y se sentó en la cama para mirar a su amiga con rostro decaído.

¿Vos.....vos crees que ella está enamorada de Río? Preguntó insegura.

— Cariño, si hay algo que yo no te puedo asegurar es que ella te ame, por más triste que suene. Pero ya te digo yo, que ella no siente ni una pizca de algo romántico por Río — Expresó mirándola a sus ojos celestes — Ya si él la ama a ella, po' que te digo. Es su problema — Dijo con aires divertidos haciendo que Sídney sonriera.

Segundos después su sonrisa se extendió un poco más Te quiero, ¿sabés?

Y era muy cierto, lo decía con todo el sentimiento de su corazón. Realmente le había agarrado cariño a todos los de la banda, es una persona de alma blanda que si la gente es buena le sería imposible no quererla. Pero Nairobi fue la primera amiga que hizo allí, apesar de la diferencia de edad, que si bien no sabía cuántos años tenía la otra sabía que era mayor. Fue con quien hablaba todos los días y se reía a carcajadas. Con la que se reunía por las noches a hablar de la vida cuando tenía insomnio, y, aunque no estuviera permitido, fue a la única que le contó cosas de su vida. Y Nairobi le contó de la suya. Era su mejor amiga.

Tokio también lo era, al menos así la consideró desde el momento en que empezaron a serlo hasta el primer chispazo que sintió. Fue más difícil entablar una relación con ella, estando todo el tiempo al pendiente de Río y siendo una persona naturalmente cerrada al mundo, pero logró ablandarla, al punto de que luego ella la buscaba. Buscaba su amistad y apoyo, se dio cuenta de lo mucho que necesitaba una amiga. Y luego, una noche de esas de insomnio, las encontró a Nairobi y Sídney conversando. Allí se hicieron amigas las tres.

Recordaba a detalle el momento en que su corazón sintió "el chispazo". Fue casi al tercer mes de estar adentro de esa casa. Se habían puesto borrachas en el cuarto de Tokio solo porque estaban aburridas, pues los demás no tuvieron ganas de ir de fiesta a las afueras de Toledo y solas no podían ir, era muy arriesgado, así que optaron por ese plan más casual.

Tenía en sus recuerdos como a las cinco de la madrugada bajaron las escaleras y salieron al jardín. La oscuridad de la noche abundaba el lugar. Y bailaron, bailaron juntas hasta que sus cuerpos se cansaron, sus respiraciones se agitaron y sus párpados pesaron. Se sentaron en el césped mirando el sol salir, iluminando el cielo de sus hermosos naranjas y amarillos. Fue allí que observando a detalle su rostro, siendo iluminado por los rayos tan cálidos del sol, con sus ojitos concentrados en la vista frente a ella, lo sintió. Sus pulsaciones se aceleraron un poco y su corazón se hundió en amor. Era tan hermosa en cuerpo y alma, no podía creerlo. Y cayó.

Yo también te quiero, niña — Correspondió Nairobi, sacándola de sus pensamientos.

Sídney asintió y le regaló una sonrisa antes de levantarse de la cama y dirigirse a la puerta. Estuvo a punto de salir de la habitación, pero se frenó un segundo y volvió a ella con rapidez para dejar un fuerte beso en su mejilla mientras tiraba el peso de su cuerpo encima del de ella, provocando que se tumbaran en la cama. Al segundo se separó de ella y volvió en dirección a la puerta mientras oía la risa divertida de Nairobi.

El camino ya estaba trazado de memoria en su mente, así que sus pasos descalzos fueron sin dudar hacia aquel cuarto. Tocó la puerta suave dos veces y esperó. Pasó casi un minuto cuando la puerta fue abierta. Tokio estaba frente a ella, con una pequeña remera negra y bragas, su cabello despeinado y su mirada confundida. Deseó poder verla de aquella manera cada una de sus mañanas....pero no podía.

— ¿Qué pasa, Sid? Son las dos de la madrugada. Tenemos que estar descansados, mañana es el atraco — Habló con su voz arrastrada y cansada.

— Ya sé — Tardó un poco en decir algo más. Sus nervios le ganaban — Pero te tengo que decir algo importante. ¿Puedo pasar? — Señaló hacia adentro.

La española se hizo hacia un costado y la dejó ingresar, así que así lo hizo. Se sentó en la cama y Tokio copió su acción al frente de ella.

¿Ha pasado algo? — Refregó uno de sus ojos antes de dirigirle toda su atención.

Dio un largo y silencioso suspiro antes de hablar. No sabía qué pasaría mañana. Le haría caso a Nairobi......

¿Vos amas a Río? — Se maldijo internamente por hacer esa pregunta, su cerebro quiso escapar de decir la verdad y fue lo primero que salió de su boca.

Tokio levantó una ceja — ¿Para eso me has levantado a las dos de la madrugada?

Sídney la miró suplicante, casi rogando tan solo con la mirada que respondiera a su pregunta, como si fuera de vida o muerte.

Ella se encogió de hombros Pues....yo qué sé. Amar, así como amar, no Negó.

— ¿Pero lo queres? — Insistió.

— A ver, que..... — Hizo una expresión de desinterés por la respuesta — Pues sí, algo de cariño le tengo.

Pero..... — Se tuvo que detener al ver lo rápido que estaba por hacer otra pregunta. Su impaciencia le ganaba a veces, quería saber que sentía por él pero parecía no querer decir nada al respecto — ¿Pero te gusta? ¿O estás enamorada de él? Algo.

A ver. A ver — Detuvo Tokio, mientras levantaba una mano, ahora con una sonrisa divertida — ¿A qué vienen todas estas preguntas?

Sídney se encogió de hombros y fingió una mueca de desinterés, mientras se empujaba un poco hacia atrás para tomar distancia — Curiosidad.

Tokio se acercó en ese espacio que ella había creado — ¿Curiosidad? — Dijo burlona — Estás de coña, ¿no? ¿Me has despertado por eso? ¿Esa era la gran duda que desvelaba tus más preciados sueños? — Cuestionó con exageración.

— Quiero saber, nomas — Excusó con los nervios en la garganta. Aunque las burlas comenzaban a molestarle un poco.

Tokio se rio — ¿Y por qué quieres saber?

— Soy tu amiga. ¿Qué? ¿No puedo saber? — Habló impaciente.

— No, no. Claro — Respondió rápidamente y decidió burlarse un poco más — Lo que no sé, es si quiero decírtelo a ti.

Sídney bufó antes de levantarse de la cama y dirigirse a la puerta — Ya fue. Dejálo así.....No sé para qué vine — Susurró esto último para ella misma.

Espera, espera — Corrió hasta ella y la detuvo de la mano. Le dio la vuelta y quedaron frente a frente — Yo no te creo lo de "he venido aquí a preguntarte por Río". ¿A qué has venido?

Sídney parecía no querer contestar, ni siquiera podía dirigirle la mirada, simplemente, como era más alta, mantenía sus ojos al frente.

— Vale — Aceptó cuando no habló — No estoy enamorada de Río — Con lo dicho logró que al fin la otra le mirara — Tampoco me gusta o siento algo por él. Lo nuestro es solo follar.

Nairobi tenía razón, Tokio no sentía absolutamente nada por Río. Y por primera vez, su corazón latió con esperanza.

Pasaron, lo que parecieron, minutos de silencio, hasta que Tokio habló de nuevo. Esta vez con seriedad — ¿Que era lo que querías decirme?......Lo que realmente querías decirme — Recalcó la palabra "realmente".

Sídney se armó de valor en su interior. Tenía que ser en aquel momento o no sería nunca, pues Nairobi tenía razón. Si no era aquí, no podría ser nunca. En el atraco podría pasar cualquier cosa, podían morir o ir a la cárcel. Y aún así si todo lograse cumplirse con éxito, cada uno tendría que irse por su lado, lo que quería decir que no la vería más. Era un morir o morir. Tenía que arriesgarse.

— Mañana es el atraco y nadie tiene idea de lo que va a pasar Su tono de voz era casi el de un susurro, como si estuviera diciendo un secreto que solo le quería confiar a ella — Pueden pasar muchas cosas no planeadas.

— Yo sí que sé que va a pasar Interrumpió — Vamos a sacar ese dinero de ahí, todos vivitos, y nos vamos a ir juntas de aquí. Y tu hermano con nosotras — Luego sonrió en grande. Aquella sonrisa que la hacía caer a sus pies — Joder, ¡qué familia! — Rió.

En su pecho invadió ese sentimiento de paz y amor combinados, que hacían querer fundirse con ella hasta que sus almas se tocaran y no sintieran más que la presencia de la otra. La quería tanto, y escuchar esas palabras salir de su boca fue mágico, solo si fueran realmente de la manera en que las deseaba.

No sabía si iba a arruinarlo todo, a ese punto ya ni le importaba pensarlo, pero esas palabras fueron el último impulso que la alentó a hacerlo. Tenía girando en su cabeza el famoso dicho argentino; "el que no arriesga, no gana". Y aún así con el miedo de perder, la besó.

Sus labios no se movieron sobre los contrarios, se quedaron quietos en ellos por unos segundos, hasta que finalmente lo hizo. Estaba rogando en su interior por ser correspondida, pues no lo estaba haciendo, al menos no lo hizo hasta segundos después. Le devolvió el beso.

Fue lento pero profundo. Sus labios se sentían suaves y sabrosos sobre los suyos, con tanta experiencia y seguridad que casi se derretía en sus brazos, se arriesgaría a decir que sus piernas temblaron. Los brazos de la española pasaban sobre sus hombros y la abrazaban, mientras ella sostenía ambas mejillas ajenas.

En cuanto el beso comenzó a subir de tono, Tokio se separó apresurada, tomándola desprevenida, y tomó distancia. Su mano se mantuvo en el pecho ajeno como si no quisiese que se acercara. Su mirada fija en los ojos celestes de Sídney expresando, lo que ella leyó, como una gran confusión.

Tokio titubeó varias veces queriendo decir algo pero sin lograr hacerlo, separaba sus labios y luego los cerraba nuevamente. Sídney sintió que su corazón no se había frenado desde el comienzo del beso, solo que esta vez otro sentimiento abarcaba el mismo. Miedo.

— ¿Qué haces? — Susurró Tokio cuando salió de sus pensamientos.

Esta vez fue su turno de titubear — No-no, perdón. No quería...... — No sabía que decir al respecto. Le había correspondido el beso, ¿qué había pasado?

¿Se había arrepentido? ¿Había querido tan solo un beso y nada más? No entendía.

Sídney, sin decir nada más y con el corazón en la garganta, abrió la puerta detrás de ella y se fue de allí apresurada. Caminó a través del pasillo hasta su habitación, mientras una lágrima de impotencia corría por su mejilla. Había arruinado su amistad.












El día del atraco
Viernes 9:15 a.m










— Vamos — Susurró Nairobi y las tres bajaron del automóvil descapotable.

Llevaba puesta unos pantalones de vestir y una camisa a conjunto, un abrigo de peluche y peluca rubia. Para comodidad hacia el atraco vestía zapatillas, que eran ocultas por el largo del pantalón, así que no había nada de qué preocuparse. De su hombro colgaba un bolso donde cabían a la perfección sus armas.

En cuanto entraron a la Fábrica, Tokio se fue por la izquierda y las otras dos por la derecha. Nairobi y Tokio irían primero, así que, cuando ambas pasaron por el detector de metales al igual que sus bolsos, sacaron las armas y apuntaron a los guardias. Sídney hizo lo mismo y pasó hacia su lado, haciendo que sonase la alarma.

— ¡Quieto! ¡Te moves y te mato! — Advirtió a uno de los hombres que tenía en mira. Luego se quitó la peluca y la tiró al suelo.

Los gritos de pánico y disparos se hicieron presente. Mientras sus compañeros traían gente de otros lados, entre las tres reunían a las personas que ya se encontraban en la entrada de la Fábrica. A la vez, su atención estaba fija en los estudiantes, a los cuales observaban uno por uno entre ellos, pues tenían que encontrar al cordero. Sin embargo, ella no estaba allí, y el plan podría irse a la mierda sin si quiera empezarlo.

En cuanto Tokio avisó al Profesor sobre el problema, no dudó un segundo en ir a buscar a la niña. Fue a toda marcha, con su rifle en alto y la paciencia por los suelos. Revisó oficinas, las salas secundarias, baños. No fue hasta casi el tercer par de baños del lugar que oyó gritos femeninos. Se adentró al de mujeres rápidamente dando un portazo y apuntando con el rifle. Allí estaba, junto a otro chico de su escuela, y su camisa abierta.

— Ustedes dos vienen conmigo — Los tomó por los brazos y los empujó para que caminaran. Solo los dejó ir al llegar con todos los demás rehenes.

Les colocó los antifaces a ambos y fue hacia Nairobi para colocarse a su lado. Esta le dio una pequeña sonrisa de costado.

— Lo primero.....Buenos días — Comenzó a hablar Berlín, que se encontraba en el medio de la ronda de rehenes — Soy la persona que está al mando. Y, antes que nada, quiero.....presentarles mis disculpas. Realmente, no son formas de terminar la semana. Pero ustedes están aquí en calidad de rehenes — El hombre caminaba viendo a los mismos — Si obedecen, les garantizo que saldrán con vida.

Berlín siguió con su monologo, monologo que estaba comenzando a cansarle, así que no prestó mucha atención a lo que dijo luego de eso. Cuando vio a Denver terminar de recolectar los celulares e irse, lo siguió por detrás a paso apresurado. Ambos llegaron a la cámara acorazada, donde se encontraron al padre del chico en el proceso de abrir la misma con un soplete.

Cuando logró hacerlo, de una manera que ni Denver ni Sídney entendió, la cerradura se desbloqueó.

— Eres un crack, papa. Eres mu' grande — Halagó el hijo.

Moscú, con lentitud y seguridad abrió la cámara, provocando que a la argentina se le pusieran los pelos de punta de los nervios y adrenalina. Denver no se quedaba atrás.

La sala por dentro se iluminó por completo dejando ver una torre perfecta de millones de euros, casi como una gran cama. Sólo que esta no podía tenerla cualquiera, pero ellos sí. Los dos se miraron, dejando sus armas en el suelo, y Denver corrió con felicidad hacia los billetes para saltar encima de ellos y dejarse caer riendo. Luego, sacudió los pies como un niño.

— Aquí se tiene que dormir muy bien, papa. Aquí se tiene que dormir de lujo — Habló con los ojos cerrados y sonriente. Los otros dos ya estaban adentro también.

— ¡Oh! ¡Síd, Síd, Síd, Síd! — Llamó repentinamente mientras se sentaba, haciendo que la misma le diera divertida su atención — Follar. Aquí, pum. Pum, pum — Bromeó mientras hacía un bailecito imitando la acción.

Sídney carcajeó mientras se permitía tomar muchos fajos de billetes con ansias — Un sueño hecho realidad — Concordó sarcásticamente pero sin querer arruinar la alegría ajena.

— Venga, déjate de hacer el tonto y a trabajar. Venga, coño — Regañó Moscú al menor.

— Esto huele de puta madre. Huele mejor que el cordero asado, papa, que el cordero asado — Recalcó como si la comparación lo dijera todo — Túmbate aquí, cojones — Cuando este lo volvió a regañar, se dio la vuelta hacia la chica — Túmbate aquí conmigo, Sídney. A que no son felicidad pura estos billeticos.

Sídney volvió a reír por su contagiosa alegría y saltó encima de la pila de dinero, provocando que Denver dejara salir su típica risa y abrazara a la argentina. Esta le devolvió el abrazo.

— ¿Cuándo has tenido tú una cama como esta? En el talengo no la tenías ¿Que has visto dónde estamos, papa? Que somos muy grandes. Que somos muy grandes — Su emoción parecía sobrellevar sus pensamientos.

Moscú suspiró antes de dirigir su mirada hacia la mujer, la cual pudo reconocer al instante el pedido en sus ojos. Sabía que Denver era algo difícil de manejar, pero a su vista no era más que el alma de un niño queriendo ser feliz. Bueno.....un niño con problemas de enojo.

— Dale, Denver. Tenemos trabajo que hacer — Recordó mientras se bajaba de allí.

Al chico se le borró la sonrisa — ¿ Te vas a poner de su lado? — Vio que la chica se paraba al lado de su padre.

Se acercó y lo tomó de hombros — Vos pensa que si empezamos antes, también nos vamos antes de este lugar — Dijo solo para él — Nos vamos a la mierda de este país y vamos a ser felices estando en Dios sabe donde con quien sabe cuantos millones.

Denver pareció pensarlo y luego se bajó de la torre de euros aún sonriente. Los tres tomaron los bolsos y comenzaron a guardar todo el dinero en los mismos. En el mientras, las risas y las conversaciones no faltaron, en especial por parte de los dos menores. Moscú solo se dedicaba a sonreír un poco y negar con la cabeza al oír sus barbaridades, creaban e imaginaban las escenas más geniales de cosas que podrían hacer con los millones. Era simplemente.....único. Y soñar era gratis, pero para ellos no era un sueño, era una realidad. Serían ricos.









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Era el momento, a partir de ahora sería el inicio de su encierro en aquel lugar, y finalmente podría darse a cabo el verdadero plan. Sídney se sentía tan llena en ese instante, llena de un orgullo desconocido que nunca antes creyó sentir. Y todo por robar. Quien diría que ser ladrona era un orgullo en su cabeza. Era un arte. Nadie nunca en su vida pareció comprenderlo, sin embargo, hacía cinco meses atrás había conocido a dos personas que sí lo hacían. El Profesor y Berlín. Le gustaba pensar que eso los unía tanto.

Ahora se encontraban en la puerta de la Fábrica, el grupo listo para hacer su parte.

— ¡Rehenes, por su seguridad, todos tres pasos para atrás! — Ordenó Berlín y todos cumplieron cohibidos.

Ella saldría junto a Tokio, Nairobi, Río y Denver a fingir que escaparían del lugar, era la primera fase del plan. Ya estaban preparados para ello. Todos con sus monos y caretas puestas, sus bolsos de dinero que con Denver y Moscú habían llenado, y, sin falta alguna, sus armas.

Berlín llevaba la cuenta regresiva informada por el Profesor. En menos de dos minutos llegaría la policía al lugar, y de hecho, en un santiamén, ellos ya estaba allí.

— ¡Ahora! — Gritó Tokio en cuanto oyó las sirenas.

— ¡Tokio! ¡Estás adelantada! — Llamó Sídney preocupada.

— ¡Tokio! ¡Tokio, espera, joder, vas antes! — Gritó también Río desesperado.

Se colocó su careta y tomó su bolso para correr apresurada hacia afuera junto a Río. Bajó sólo unos pocos escalones y dejó caer el bolso. Alzó fuego cuando el móvil policial se detuvo frente a ellos, al igual que los otros dos, pero sin lastimar a nadie como decía el plan. Sin embargo, cuando los oficiales salieron, un disparo llegó a Río y éste cayó la suelo.

— ¡Río! — Gritó asustada sin dejar de disparar — ¡Río! ¡La puta madre! ¡Río!

Cuando Nairobi y Denver salieron a disparar y cubrirlas, Sídney se agachó junto a Río y colocó ambos brazos por debajo de sus axilas para tirar de su cuerpo hacia la entrada. En cuanto ingresó, dejó caer el cuerpo al suelo, y los otros entraron por igual para cerrar la puerta.

— La puta madre. La puta madre Susurró asustada y con los nervios en su boca.

Retiró la máscara del menor y al verlo vivo y sin heridas lo abrazó con fuerza siendo correspondida. Era la primera parte de un gran robo y todo se había ido a la mierda. Era mucho peor de lo que cualquiera de ellos hubiera pensado. Sin duda alguna, aquello era un ganar o morir, pero si de algo estaba segura, es que no saldría de allí sin ese dinero.

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