⚜ 𝐈 ⚜

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La chica se muerde los labios con desgana cuando una gota de lluvia golpea el cristal del taxi.

Según la ubicación de su teléfono, queda demasiado poco para llegar para que el tiempo escampe. Se estira en el asiento trasero y busca su abrigo negro de cuero. Ni siquiera quiere mirar la hora, no está segura si la zona horaria se ha actualizado desde el último vuelo que tomó en París, y tampoco quiere preguntarle al taxista la hora, porque en el tiempo en que la joven lleva montada en el vehículo, ha querido vomitar tres veces.

Aún le duele la espalda de estar tanto tiempo montada en el avión, agradece haberse dormido y haber traído dos libros y una libreta con ella para entretenerse y tratar de no pensar en la cantidad de llamadas perdidas que tendría de su tío.

Pero ahora no quería pensar en eso.

-¿Cuánto le debo? -Fuera mucho o fuera poco, cuando el coche aparca cerca de la puerta de forja negra, Annelise casi no tiene tiempo de sacar la maleta y el bolso del maletero.

El motor empieza a rugir delante de ella mientras repasa mentalmente que no se ha dejado nada dentro del coche, y se va a toda prisa de allí, levantando una enorme estela de polvo que se le mete en los ojos y la hace toser hasta que le duele la garganta.

La maleta pesa como un muerto, y no ha comido nada desde la última vez que temió quedarse sin dinero por un estúpido guiso frío de patatas y carne con curry que le sirvieron en el avión por quince euros. Esperaba que su situación mejorase una vez entrara a la mansión.

El tío Arthur se horrorizaría al ver la casa. Realmente, cualquier persona que pudiera apreciar la visión arquitectónica y el arte constructivo, quedaría espantado ante la mezcla de estilos que se empujaban unos sobre otros en la fachada. Pero no parecía abandonada o dejada; al contrario.

Annelise se sorprende de que los jardines estén tan bien cuidados siendo tan grandes, y si no estuviera lloviendo a cántaros, se detendría a husmear el tipo de plantas que hay alrededor de las fuentes y los pilares y las estatuas. Como si alguien hubiera dedicado milenios enteros a ese jardín, que se habían recompensado con una longevidad sorprendente para una casa tan vieja.

Ha llegado más lejos de lo que pensó que llegaría. Quita el modo avión de su teléfono para lidiar con las llamadas perdidas y los mensajes de su tío más tarde, toma el llamador de forja negruzco en la puerta y se arrepiente al instante de dejarlo caer sobre la madera. Porque ese maldito trasto está oxidado como si nadie hubiera llamado a la puerta en décadas, y cae con un sonido chirriante y desagradable que hace que Annelise no quiera llamar más. Para su sorpresa, la puerta está abierta.

-Dios... qué asco...-Apesta a hierro y a polvo. Se quita el abrigo largo de cuero negro y lo dobla sobre el brazo para que las gotas de agua no caigan al suelo. Hace casi tanto frío como fuera de la casa. Supone que es caro calentar una casa tan grande. No todo el mundo puede permitirse los lujos que ella y su hermana se permiten en Aix. -Pero no entiendo quién invierte en una casa que no puede mantener...

El interior es un poco más bonito que el jardín, pero lo conseguía a duras penas; Annelise tiene la sensación de que esta casa tiene tantos años, que ha tratado de adaptarse a cada corriente artística por la que el tiempo la ha arrastrado y había fracasado.

Hay muebles de la regencia, ventanales alargados de estilo gótico, cuadros demasiado oscuros para ser clásicos, pero demasiado sencillos para ser barrocos, si lo que se adivina detrás de la puerta de roble negra al final de la sala es una biblioteca, Annelise está más que segura de que no hay un solo libro de arte.

Al acariciar el lomo de los libros de cuero, sus dedos palpan una infinidad de pieles animales, curtidas y abrillantadas, teñidas de mil colores.

Hay tantos que Annelise se pregunta de qué siglo son esos tomos, la encuadernación es tan arcaica que casi se siente mal por los animales despellejados que ahora forran los códices y manuales de la biblioteca.

Entonces, sus dedos terminan en una superficie helada. Metálica.

Un frasquito de plata captura cada brizna de su atención, plata bruñida y engarzada grácilmente en trenzas afiladas y motivos florales alrededor de la botella. El emblema de un escudo familiar parece adivinarse en el dorso, pero una voz sisea detrás de ella antes de que pueda alargar los dedos para darle la vuelta.

⠀⠀⠀--¿Qué haces aquí?

Un joven de aproximadamente su misma estatura y aspecto desnutrido le devuelve la mirada detrás de unas profundas ojeras púrpuras. No había escuchado sus pasos, y eso hace que Annelise entre en una guardia inmediata.

El muchacho se ve inocente e indefenso abrazando un oso de peluche, como un muñeco esquelético y pálido enfundado en terciopelo negro y en volantes. La viva imagen de un niño victoriano a punto de morir por tuberculosis.

⠀⠀⠀--Recibí una carta de Tougo Sakamaki. Soy la... -Decide no revelar información innecesaria sobre su familia, así que simplemente se endereza y aclara su voz hasta que se vuelve nítida. -Soy la chica de la beca.

⠀⠀⠀--Teddy... ¿Recuerdas algo de una beca? Nadie lo ha mencionado últimamente... ¿Crees que miente?

Los ojos turquesa de Annelise viajan desde el muchacho hasta el oso, asumiendo que el niño no la haría esperar a que aquel trapo inerte le contestara.

Pero asumió demasiado rápido.

Porque el chico no solo se echó a reír, sino que rodó los ojos a la izquierda como si estuviera sopesando lo que el peluche le contestaba. Como si el trapo realmente estuviera entablando una conversación con él.

⠀⠀⠀--Le caes bien. -Annelise contiene una sonrisa socarrona.
⠀⠀⠀--Me alegro.
⠀⠀⠀--Kanato.

Una figura alargada y elegante les observa desde las escaleras del ala oeste, y antes de que Annelise pudiera parpadear, un joven alto, delgado y pálido la ignora al dirigirse al joven a su lado. No es difícil intuir cuál de los dos supone una autoridad mayor, Annelise ya sabe el nombre de Kanato, pero no el del hombre que acaba de aparecer.

⠀⠀⠀--Te tengo dicho que os limitéis a abasteceros en la privacidad de vuestras habitaciones.

⠀⠀⠀--Teddy... Reiji cree que podría interesarme. Pero es demasiado parecida a Laito para mi gusto... ¿No te parece?

Annelise ya había asimilado que la convivencia iba a ser difícil, mucho antes de que Reiji se ajustara las gafas de montura metálica y delicada sobre el puente de la nariz.

Es la viva imagen de la sobriedad y la elegancia, pero no en la forma en la que un cuadro o una pieza de ajedrez es elegante, sino en la forma en la que una lápida lo es. Algo oscuro y podrido debe esconderse detrás de sus ojos color bermellón, y Annelise no suele equivocarse cuando juzga a las personas.

Parecía el tipo de persona que tenía un alarmante conocimiento sobre barnizar ataúdes.

⠀⠀⠀--¿Quién eres tú?

⠀⠀⠀--Soy la chica de la beca. Tengo una carta de Tougo Sakamaki.

⠀⠀⠀--¿Me permites ver la carta? -Annelise hunde sus manos blancas en el cuero del abrigo y busca la carta doblada, ligeramente arrugada de tantas veces que fue leída.
El sello de lacre rojo intenso aún se conserva en el extremo del sobre. Reiji no tarda demasiado en leerla, pero a Annelise no le hace ninguna gracia cuando extiende la mano para que se la devuelva, y el joven simplemente se la guarda en el bolsillo. -Annelise.

La cabeza le da vueltas. Necesita comer algo de forma urgente, cuando cierra los nudillos dentro de las palmas, se siente las manos heladas.

⠀⠀⠀--Annelise White. -Puntualiza.

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