𝐗𝐈𝐗. 𝐏𝐞𝐫𝐝𝐨́𝐧𝐚𝐦𝐞
𝐒𝐚𝐯𝐚𝐧𝐧𝐚 𝐕𝐞𝐠𝐚
Dᴇsᴘᴜᴇ́s ᴅᴇ ᴛᴏᴅᴏ ʟᴏ sᴜᴄᴇᴅɪᴅᴏ, a penas pude hablar con Pedri. Tuvo entrenamientos y quedadas con marcas para patrocineo, dos días después se fue a jugar un partido a Sevilla, contra el club de ese mismo nombre.
Quedaría como mentirosa si dijera que no he extrañado su presencia. Hasta Sofía Carrero se había dado cuenta de mi anhelo. Pero me había dado tiempo para pensar en mis cosas, en cómo me sentía y... también en qué iba hacer con mi madre.
Decidí ir a verla, no quería arrepentirme después. Mi madre me ocasionó muchas traumas, que me siguen afectando al día de hoy, como por ejemplo, en mis temas con Pedri. Pero tengo la necesidad de saber por qué quiere verme ahora y qué me va a decir.
No sé si después de verla estaré peor o mejor, pero si está en su lecho de muerte no voy a tener más oportunidades que esta.
Así que aquí estoy, cogiendo mi bolso con un papel en mi mano con la dirección del lugar, dispuesta a coger un autobús. Pensé en pedirle a Pedri que viniera conmigo, pero no quería ahogarlo con más problemas míos, además de mi costumbre de hacerlo todo sola, que todavía persiste. Bajé las escaleras con los nervios a flor de piel. Me habría gustado despedirme de Doña Carrero, pero no sé encontraba en casa.
Crucé el vestíbulo, y justo cuando iba a coger el pomo de la puerta, se abrió, dejando ver a un pelinegro cargado con una maleta y un ramo de flores.
—¡Savanna! —exclamó Pedri con entusiasmo. Por lo visto se dio cuenta que había visto el ramo, ya que puso una cara de alerta y lo escondió pesimamente detrás de él.
—Hola, Pedri. —le saludé sin poder evitar que me saliera una risa.
—Hola... —suspiró mirándome con ¿cariño?
—¿Qué traes por ahí? —dije señalando lo que escondía tras su espalda.
Sus mejillas se tornaron a un color carmesí y una sonrisa tímida apareció en sus labios. Siempre me había parecido que Pedri tenía una apariencia intimidante por su atractivo, por su mirada... Pero cuando lo conocías bien, era la persona más tierna y más dulce que podría llegar a conocer. Y me encanta.
—Si es que ya no tiene sentido esconderlo... —murmuró más para sí mismo.
Sacó el ramo de flores de su espalda y lo alzó, poniéndolo delante mía para enseñármelo. Eran unas rosas blancas preciosas.
—Es para ti. De camino a casa pasé por una floristería y quise comprarte un ramo. —explicó con un tanto nerviosismo.
Sonreí tiernamente y agarré las flores entre mis manos. Era un detalle simplemente bonito. Me entró una emoción inexplicable; Nunca me habían regalado unas flores. Siempre lo había visto en las películas y había deseado que en algún momento eso me pasara. Y ahora estoy aquí, sujetando un ramo que me ha dado nada más ni nada menos que el codiciado Pedri González.
—Gracias, Pedri, son preciosas. Nunca me habían regalado flores... —comenté un tanto emocionada, sin poder parar de apreciar el regalo frente a mí —. Ha sido un detalle muy bonito.
No pude evitar acercarme a él y robarle un abrazo. Le había echado de menos en sus días de ausencia. El canario me correspondió el abrazo con entusiasmo, envolviéndome en sus brazos con firmeza. Uno de los abrazos me reconfortantes que había tenido en mi vida.
—No es nada, Savanna. Pero me sorpende el hecho de que nadie te haya regalado uno antes. —confesó cuando rompimos el abrazo.
Yo me encogí de hombros.
—En ese caso, me alegro de ser el primero. —habló con una sonrisa ladina.
Yo sonreí sintiendo mis mejillas arder.
—Voy a meter las flores en agua.
Acto seguido partí hacia la cocina. Cogí un jarrón de mesa y lo llene de agua. Fui hacia mi cuarto y coloqué las flores dentro del jarrón en mi escritorio. De solo verlas me entraba un cosquilleo en el estómago.
Cuando volví de mi cuarto, Pedri ya estaba sentado en el sofá.
—¿Vas algún sitio? —preguntó con su mirada fija en el bolso que colgaba de mi hombro.
Asentí dubitativa.
—Voy a ver a mi madre... —dije en un hilo de voz.
Pedri abrió los ojos.
—¿Sola? ¿No quieres que te acompañe? —interrogó levantándose de un soplido.
Negué con la cabeza.
—No quiero molestarte. Voy a ir lo antes posible, quiero llegar temprano, que mañana tengo universidad.
—¿Qué vas a molestarme? Voy contigo —sentenció sin tapujos, cogiéndo las llaves del coche —. Creo que es un momento difícil de afrontar y no me gustaría dejarte sola en una situación así.
—Pero si encima acabas de llegar de Sevilla, debes de estar súper cansado. —dije con apuro.
—Savanna, voy a ir contigo y no se diga más. —zanjó mirándome directamente a los ojos y cogiendo mi mano.
Asentí sintiendo cómo se me empezaban a acumular las lágrimas, aunque no las dejé caer. Nadie se preocupaba de mí tanto como él. Solo de ver su empeño en hacerme sentir bien me dejaba sin palabras. No lo merecía.
Salimos de casa y rápidamente nos metimos dentro del coche. Pusimos el GPS, y sin nada más que decir, nos pusimos en marcha.
Estuvimos hablando de unas cuantas cosas triviales por el camino. También pusimos música de la playlist del canario y me contó lo mucho que le gustaba el cantante Quevedo. También me habló sobre su familia, que por lo que me estuvo diciendo se podía notar que era muy unido a ella. Ciertamente, todo lo que tuviera que decir Pedri, o cualquier cosa de él, me interesaba. Sin sentido alguno.
Sin darme cuenta ya había pasado más de una hora y habíamos llegado al psiquiátrico súper rápido. Nos paramos frente al edificio, totalmente blanco. Un sentimiento desagradable me recorrió entera al recordar que mi madre había acabado allí. Justo allí.
—¿Estás lista? —me preguntó Pedri a mi lado.
Asentí sin decir ninguna palabra y coloqué mi mano en la manilla de la puerta. Salí del coche sintiendo mi cuerpo tembloroso y con unos nervios abrumadores en el boca de mi estómago. Pedri bajó del coche, pero antes de que pudiera cerrar la puerta hablé.
—¿Tienes una gorra o gafas de sol? —le pregunté.
Él asintió.
—Ambas cosas.
—Pues pontelas.
—¿Por qué?
—No quiero que te reconozcan y que filtren algo de que estás aquí. No quiero que la prensa te martillice más de lo que suele hacer sin que hagas nada. —contesté intentando esbozar una sonrisa.
—Savanna, sabes que lo que diga la prensa me la pela. —habló mirándome, con una de sus manos colocadas en la puerta aún abierta.
—No importa. Hazlo. Por mí. —le pedí con tono suplicante.
Me negaba a que algo de que Pedri estaba aquí saliera en cualquier sitio. La prensa siempre divulga mucho y pueden criticar y hundir la imagen de Pedri de cualquier forma, por más absurda y retorcida que sea. No pienso que eso pase por mi culpa.
Ya con Pedri con las gafas y gorra puestas, nos dirigimos hacia la entrada del lugar con él a mi lado. Sentía los nervios por cada parte de mi cuerpo. Iba a ver a mi madre después de ocho años.
Entramos al edificio, encontrándonos con la sala de recepción. Me dirigí junto a Pedri directamente hacia la mesa de la recepcionista.
—Buenas tardes. —saludé repiquiteando los dedos sobre el mármol de la barra. La recepcionista era una señora de pelo rizado, corto y castaño. Llevaba unas gafas curiosas y pequeñas en la punta de la nariz y en sus labios había una sonrisa que intentaba ser lo más amable posible.
—Buenas tardes. ¿Desea ver a un paciente? —preguntó la mujer.
Yo asentí impaciente.
—Dígame el nombre de la persona a la que desea ver. —me pidió dirigiendo su mirada al ordenador.
—Sandra Sánchez Duque.
La mujer tecleo en el teclado del ordenador por unos segundos y después dirigió su mirada hacia mí.
—Sí, aquí está. ¿Me podría dar su DNI para confirmar el parentesco?
Saqué mi cartera de mi bolso y le dirigí una mirada rápida a Pedri, que se encontraba con una brazo apoyado en la barra. Cogí mi DNI y se lo entregué sin esperar más.
—Vale —murmuró la recepcionista después de verificar mi carnet de identidad —. Voy a llamar a la enfermera que se encarga de su madre para que la acompañe.
Asentí y me crucé de brazos, dirigiendo mi mirada a otro sitio. Pedri me acarició el brazo en un acto reconfortante y yo le dediqué una sonrisa tímida. Después de pocos minutos, apareció una mujer vestida con un uniforme totalmente blanco, como las paredes del lugar.
—¿Usted es la hija de Sandra? —me preguntó al llegar al lado mío. Era una mujer pelirroja y de ojos color miel. Tendría la edad de mi misma madre.
—Sí.
—Buenas, soy Clodette. Acompáñame.
Empecé a andar junto a Pedri, hasta que la enfermera se detuvo abruptamente.
—Él se debe de quedar aquí. Normas del lugar. Lo siento. —comunicó con cara de circunstancias.
Solté un suspiro y miré al canario a mi lado. Él asintió con una sonrisa tranquilizadora.
—Yo te espero aquí. No me voy a ir a ningún lado.
—Está bien.
Sin más hablar empecé a andar tras la enfermera, sintiendo ahora un sentimiento de soledad ahora que el futbolista no se encontraba a mi lado.
—Pensé que no vendría. —confesó Clodette mientras caminaba.
Yo la miré antes de responder.
—Quiero saber por qué me llama ahora. —informé sin detener mis pasos.
—Siempre pasa en los lechos de muerta, cielo. La gente intenta solucionar sus problemas y culpabilidades con los demás en ese momento porque saben que no van a tener más tiempo para poder hacerlo. —habló con destreza.
Yo no respondí ante ello. Simplemente la seguí hasta llegar a una puerta blanca, como las muchas que también habitaban en el pasillo.
—Su madre tiene trastorno de identidad disociativo y depresión, se me había olvidado decírselo.
—¿Transtorno de identidad disociativo? —pregunté.
—Básicamente, tu madre tiene varias personalidades en su cabeza, algunas agresivas. Este trastorno lo desarrolló después de meterse en el tema del alcohol. Le damos medicamentos para regular sus ataques de personalidad múltiple.
Fruncí el ceño al escuchar eso. ¿Por eso me trataba tan mal en esos tiempos?
—¿Y por qué se está muriendo?
—Enfermedad cardíaca. No bombea la suficiente sangre. No hay cura.
Asentí sintiendo mis ojos agüosos por la situación, y acto seguido, la enfermera abrió la puerta y entró haciéndome un gesto para que yo repitiera sus actos.
Entré con los sentimientos a flor de piel y no pude evitar estremecerme cuando vi a la persona que estaba tumbada en aquella cama de hospital. Mi madre se encontraba mirando a un punto fijo, perdida en sus pensamientos. Su piel estaba pálida y en su pelo negro se podía notar unas cuantas canas.
—Sandra, tu hija está aquí. —le anunció Clodette a mi madre con una sonrisa discreta.
Me paralicé por unos instantes cuando mi madre giró su cabeza lentamente hacia nosotras. Un brillo cruzó sus ojos al verme allí y una sonrisa se plasmó en sus finos labios, agrietados y secos.
—Savanna...
—Hola, mamá. —hablé con la voz entrecortada, sintiendo las lágrimas amenazantes con querer salir.
—Qué grande estás. Mira que guapa... —murmuró con la voz seca y áspera. Podía ver que sus ojos también estaban aguados.
En esos instantes no sabía qué decir.
—¿Qué tal? —le pregunté con un hilo de voz. A este punto una lágrima se había escapado ya.
—Bien, ahora que te veo —murmuró con una sonrisa —. Savanna, perdóname, cariño. —habló suplicante, con lágrimas rondando por sus mejillas.
Solté un sollozo, dejando caer el resto de lágrimas. Mi madre agarró mi mano con delicadeza. El pulso le temblaba.
—Sé que no he sido una buena madre, pero yo nunca he querido tratarte como lo hice. El alcohol y después esta maldita enfermedad... Lo siento, cariño, lo siento...
Ya no le ponía resistencia a las lágrimas. Lloré sin retenimientos frente a ella.
—Mamá te quiere, por más cosas malas que digan mis otras personalidades. —siguió hablando, ahora llorando desconsoladamente y apretando mi mano las fuerte.
—Ojalá las cosas hubieran sido diferentes, mamá. Ojalá no me hubieras hecho el daño que me hiciste...
Mi madre soltó un sollozo.
—Lo siento, cariño —repitió de nuevo, llevándose después la mano que me tenía agarrada a sus labios para darme un beso en ella, haciendo así que yo soltora otro lloriqueo —. Desde que entré aquí y empecé con mis medicamentos y rehabilitación, después de caer en la cuenta de todo lo que había pasado, no ha habido ni un segundo en el que no haya pensado en ti.
—¿Por qué no me llamaste antes entonces? —le pregunté cohibida.
—Porque sabía que me odiabas, sabía el daño que te había hecho. Siempre he pensado que no querrías volver a verme, pero me estoy muriendo y no he podido evitar llamarte. —explicó sin dejar de llorar.
Este momento no se me iba a borrar en la vida. Nunca había visto a mi llorar a mi madre tanto salvo cuando mi padre nos abandonó. Ahora la estaba viendo hecha un mar de lágrimas, desesperada por mi perdón.
—Perdóname, por favor.
Repentinamente, mi madre empezó a respirar entrecortadamente y la máquina a la que estaba conectada empezó a emitir unos pitidos. Miré a Clodette asustada, la cual se acercó a mí madre rápidamente.
—Sandra, tranqulizate, respira. Tu corazón, Sandra, recuerda. —habló la enfermera dándole a un botón rojo, que parecía ser de emergencia.
Mi madre estaba asfixiandose.
Miré la máquina donde marcaba el ritmo de su corazón. Sus pulsaciones iban cayendo. De repente, dos doctoras entraron a la habitación y empezaron a socorrer a mi madre junto a Clodette.
En ese mismo instante, supe que el corazón de mi madre ya no iba a poder bombear más. Mi madre se iba a morir ahí justo, delante mía. Así que cuando me miró y me volvió a decir "Perdóname", no pude evitar decir:
—Sí, mamá, te perdono. Te perdono, mamá.
Acto seguido a mi madre se le plasmó una leve sonrisa de complicidad en la cara y una última lágrima le cayó por la mejilla. Las enfermeras dejaron de socorrerla: no había nada más que se pudiera hacer.
—Gracias. —susurró mi madre en su último aliento.
Y eso es lo último que escuché de ella, porque lo que le siguió a ese "Gracias" fue el pitido prolongado de la máquina, que parecía no tener fin, que indicaba que su corazón ya se había parado para siempre.
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Tengo que admitir que se me ha escapado una lagrimita escribiendo esto. Tenía que zanjar ya el tema de Savanna con su madre.
Les dije que iba a haber drama en esta historia, y tengo que aclarar, que este no es el drama del que estaba hablando, es el que va a venir ahora.
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ᵃᵗᵗᵉ 𝖠𝗋𝗂 𝗅𝖺 𝖺𝗇𝗈́𝗇𝗂𝗆𝖺ᕕ( ᐛ )ᕗ
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