𝐗𝐈𝐈𝐈. 𝐒𝐚𝐥𝐢𝐝𝐚 𝐝𝐞 𝒂𝒎𝒊𝒈𝒐𝒔

𝐏𝐞𝐝𝐫𝐢 𝐆𝐨𝐧𝐳𝐚́𝐥𝐞𝐳

—ᴀsɪ́ ǫᴜᴇ ʜᴀs ʀᴏᴛᴏ ᴄᴏɴ ᴋᴀᴛɪᴀ... —murmuró Pablo, sentado en mi cama.

Yo de mientras daba vueltas por la habitación. Pablo había venido a verme nada más enterarse de que tenía una salida de "amigos" con Savanna. Tenía mucho que contarle y en persona siempre se hace mejor.

—Sí, eso he hecho. —afirmé parándome frente a él, poniendo mis manos en mis caderas.

Él soltó una sonrisa socarrona.

—Mejor.

—¿Mejor? —pregunté.

Él asintió y se tendió en la cama, con sus brazos detrás de su cabeza, manteniendo su sonrisa.

—Venga, gilipollas, habla. ¿Por qué sonríes tanto? —le dije dándole un pequeño empujón en la pierna.

—A ver, confesándote que Katia no me cae del todo bien... Es bonita, pero está podrida por dentro —habló mirando el techo —. ¿Por qué empezaste a salir con ella? ¿Por físico?

Negué rápidamente.

—No, claro que no. Tú sabes que no soy así. —hablé sentándome a su lado.

Él se incorporó y me miró.

—¿Entonces?

—Al inicio de la relación era totalmente diferente, pero después se volvió así: celosa y posesiva, a niveles extremistas. —le expliqué apoyando mis brazos en mis rodillas, inclinándome hacia delante.

—Entiendo... ¿Y con Savanna qué pasa? —habló sin borrar su sonrisa.

—Es complicado... —murmuré refregando mis ojos.

—¿Te gusta o qué? —preguntó.

Lo medité durante unos segundos antes de hablar. ¿Me gustaba Savanna? No lo sé, pero lo que sí sabía era de que tenía unas enormes ganas de saber de ella, saber todo hasta que me canse, y ahora que yo estaba disponible no iba a desperdiciar la oportunidad.

—No sé... Lo que tengo claro es que quiero conocerla, me despierta mucho interés. —hablé convencido.

—¿Podemos decir que te atrae y te interesa? —volvió a preguntar.

—Sí, eso es.

En el ámbito de atraer, no cabía duda alguna de que la atracción, por lo menos de mi parte, sí había. Savanna es preciosa y nadie puede decir lo contrario.

—Pues entonces ya está. ¿Qué temes? —habló con sorna.

—¿Quién te ha dicho que temo? Estoy decidido a enlazar lazos con Savanna, no tengo duda alguna. —hablé seguro.

Miré el reloj de mi muñeca, ansioso por que llegaran las nueve. Faltaba una hora, así que rápidamente me puse de pie y empecé a hurgar por el armario.

—¿Qué me pongo, tío? —le pregunté a Pablo, que seguía en mi cama, nuevamente tendido en ella.

—Y yo qué sé, si con todo te ves feo. —dijo riéndose.

Agarré el primer cojín que vi y se lo lancé con fuerza.

—Hablo en serio, gilipollas. Ayúdame.

—¿Y quién ha dicho que yo no hablo en serio? —preguntó burlonamente, sonriendo de lado.

Lo miré con los ojos entre cerrados, dejándole ver mis claras intenciones de querer asesinarle en ese mismo momento.

—Qué pereza, cabrón —se quejó levantándose —. Vamos a ver...

Me aparté para que pudiera ver el interior del armario mejor. Él cogió el paso y empezó a buscar.

—No sé cómo no sabes que ponerte con la cantidad de ropa que tienes... —murmuró sin parar de buscar.

¿Él qué iba a entender? Si lo serio no era lo suyo. No se había enamorado nunca. Con esto no estoy intentando interpretar que yo estoy enamorado de Savanna, pero Pablo nunca se había planteado ir a lo serio con una tía.

—Quiero verme bien. —sentencié.

Él giró sus ojos, dejándolos en blanco por unos instantes.

—Esto, mira. —dijo tendiéndome dos prendas: un pantalón parachute color negro y una sudadera beige.

—Perfecto. —finalicé y sin más me metí al baño.

Después de media hora ya estaba duchado, vestido y casi listo.

Estaba parado frente al espejo, moviéndome el pelo como se me antojaba.

—¿Tengo bien el pelo? —le pregunté a mi amigo, que estaba apoyado en el marco de la puerta de mi baño, mientras me miraba con los brazos cruzados.

Me giré hacia él y me miré a mí mismo.

—¿Qué tal? —volví a preguntar, posando ante él.

Por segunda vez, Pablo puso sus ojos en blanco.

—Qué pesado, ¡qué estás bien! —bufó mientras me empujaba hacia la puerta de mi cuarto —. Venga, que ya es la hora.

—Te puedes quedar un rato aquí, o te puedes quedar a dormir, me da igual mientras sea en el cuarto que te preparé. —hablé ya en el pasillo.

—¿Por qué no puedo dormir en tu habitación? ¿Piensas que puede haber posibilidades de que esta noche Savannita duerma aquí? —interrogó divertidamente.

Le dediqué una mirada con desdén.

—Cállate y haz lo que te digo. —le ordené bufando.

—Lo que diga el señorito. —dijo burlesco.

—Adiós. —me despedí bajando las escaleras.

—Adiós, tortolito. —escuché lejanamente.

Cuando ya había llegado al pie de las escaleras, por lo tanto al salón, sentía que mi estómago se encogía.

Estaba nervioso.

¿Por qué tan nervioso? ¿Yo? Era mi primera salida, encima de amigos, con Savanna. No me gustaba todavía, no había tenido la oportunidad de poder enlazar sentimientos con ella—que quede claro que eso no significa que no quiera—. Entonces, ¿por qué estaba tan nervioso?

Entonces, después de unos segundos, la vi. Bajó por las escaleras, con su pelo negro suelto, cayendo sobre sus hombros, con unos vaqueros que le quedaban de muerte y una chaqueta blanca.

Sin darme cuenta, me había embobado mirándola que en un abrir y cerrar de ojos ya estaba frente a mí, mirándome con confusión.

—¿Todo bien, Pedri? —me preguntó con una leve sonrisa.

Le devolví la sonrisa y hablé.

—Sí, solo que estás preciosa. —la alagué brindándole el paso hacia la puerta.

Reprimí una sonrisa al ver sus mejillas de un color carmín.

—Gracias. —agradeció tímidamente.

Salimos y cuando ya estábamos metidos en el coche habló.

—¿A dónde vamos? —preguntó mirándo por la ventana.

—Ya verás.

Poco después llegamos a una pizzería. No entramos al lugar, sino que fuimos a la parte donde se podía recoger la comida por el coche. Me giré a ver a Savanna, la cual miraba el sitio con confusión.

—¿Qué? ¿No te gusta la Pizza? —le pregunté asustado.

Ella negó rápidamente.

—Sí, sí me gusta, sino que, me da curiosidad, ¿la salida es a una pizzería? —habló sonriente.

Negué con la cabeza.

—No. Solo espera.

Al darnos la comida empecé a conducir de nuevo. Poco después llegamos a la costa de las playas de Barcelona. Bajamos del coche y sin previo aviso tomé su mano, algo que a ella no pareció importarle.

—¿Vamos a comer en la playa? —preguntó mientras yo sacaba una manta del maletero.

—¡Bingo! —dije sonriente —. ¿Te parece bien?

Bajé mi vista a sus labios cuando se los mordió levemente, rápidamente aparté la vista al ver que me estaba tentando inconscientemente.

—Me encanta la idea. —habló con una sonrisa, cogiendo mi mano con más firmeza.

Cuando llegamos cerca de la orilla, sintiendo la arena en nuestros pies, tendí la manta en la arena y nos sentamos en ella. Abrimos la Pizza y empezamos a comer.

—¿Sabes? Estas cosas no las podía hacer con Katia, pero veo que a ti no te importa... —sentía cómo me miraba expectante —. Y me encanta.

Ella agachó la cabeza y apuesto a que de nuevo se había sonrojado.

—Te gustan los planes así, ¿no? —habló concentrada en la conversación.

—Sí, me recuerda a Canarias. La playa, aunque no sea la de allí, me hace sentir más cerca de mi hogar. —dije recordando mi tierra, mi familia, todo lo que me rodeaba cuando vivía allí.

—Nunca he salido de Barcelona —admitió con la vista fijada en el tranquilo mar, oscuro por estas horas de la noche —Seguro que Canarias es precioso.

—Lo es —aseguré —. Lo siento si soy imprudente... ¿Por qué estabas en una residencia?

No sé si me arrepentiría de preguntarlo, pero necesitaba saberlo, saberlo todo de ella.

—Mi padre abandonó a mi madre cuando nací y pues ella, por culpa de ello, cayó en el alcohol... —por un momento me miró, pero no aguanto mi mirada —. A mi madre le dolió tanto que solo supo echarme la culpa a mí, recordándome lo desgraciada que era su vida por mi culpa...

Notaba el tono melancólico en su voz y no pude sentirme más mal en aquel momento. Solo de imaginarme tener que pasar esa situación me ponía a flor de piel.

—Los asistentes sociales al darse cuenta de mi situación, gracias a uno de mis profesores del colegio, me sacaron de allí. Y así es cómo entré en la residencia. —terminó de contar.

—¿Y qué pasó con tu madre?

—No lo sé, no la volví a ver desde entonces.

—¿Sabes que eso no fue tu culpa, no?

—Lo sé.

Nos quedamos en silencio, no en uno incómodo, uno tranquilo, de reflexión. Estaba sentado junto a ella y sabía que si movía mi mano derecha unos centímetros podría tocar suya.

Lo hice, moví esos centímetros y toqué su mano.

—¿Por qué eres tan bueno conmigo? ¿Por qué me escuchas, te interesas por mí? —interrogó girando su cabeza para mirarme.

Giré la mía igual, quedando cara a cara, más cerca de lo debido. No sé dónde cogí el valor, pero le dije con sinceridad lo que cruzaba por mi mente.

—Siento que quiero saber todo de ti. Siento que podría escucharte sin llegar a cansarme.

Rápidamente, su semblante cambió drásticamente. Aunque hubiera visto más de una vez sus mejillas sonrojarse, nunca tanto como esta vez.

Sin darnos cuenta, la distancia que nos separaba cada vez era más corta, y ya podía sentir su aliento rozar mi hocico.

Mi mirada se clavó en sus labios y en ese momento no había quién hiciera que separara mis ojos de ahí. Más que nunca su boca me atraía como un imán.

¿Esto está bien? Rondó por mi mente.

Sinceramente, en ese momento no me importó: agarré su mejilla con mi mano y estampé mis labios con los suyos.

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Esto es el inicio de algo que empieza a florecer entre Pedri y Savanna. Pero la cosa no va a ser tan fácil, mejor dicho, Katia no va a poner la cosa tan fácil...

Atte: Ari la anónimaᕕ( ᐛ )ᕗ

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