𝐈𝐈. 𝐋𝐚 𝐩𝐫𝐨𝐩𝐮𝐞𝐬𝐭𝐚

𝐒𝐚𝐯𝐚𝐧𝐧𝐚 𝐕𝐞𝐠𝐚

ᴄᴏɴ ʟᴏs ᴏᴊᴏs ʜɪɴᴄʜᴀᴅᴏs, sᴀʟɪ́ ᴅᴇʟ ᴄᴜʙɪ́ʟᴏ mientras limpiaba mis lágrimas. La verdad no me importaba lo más mínimo si alguien me había escuchado llorar; Aunque odiara este trabajo era lo único que tenía. Ahora me toca buscar un trabajo como loca.

Miré mi reflejo en el espejo. Como sospechaba, tenía la cara más roja que un tomate y mi pelo estaba hecho un desastre por estar apoyada en la pared del baño mientras lloraba.

Maldigo por lo desdichada que he sido siempre, nunca he tenido buena suerte en nada. Ni en el trabajo, ni con mi familia, ¡ni con nada!

Eres una desgraciada, Savanna. Naciste para desgraciarme la vida. ¡Por eso tu padre se fue! ¡Me dejó sola por tu culpa! —habló con recelo mi madre, notaba su desagrado hacia mí.

Las lágrimas caían por mis mejillas sin cuidado, sin parar.

—Pero yo te quiero mucho, mamá. —murmuré dolida.

—¡Pues yo no a ti!

Ante sus palabras solté otro sonoro sollozo.

—No te preocupes, niña —volvió a hablar —, serás siempre igual de desgraciada que yo, estate segura de ello.

El recuerdo de una de las innumerables veces donde mi madre expresaba su odio hacia mí viene a mi mente. Tenía ocho años cuando eso y deseaba cada segundo no haber nacido solo para no desgraciarle la vida a mi madre.

A lo largo del tiempo entendí, también gracias al psicólogo que había en la residencia donde me alojaron después de ver el estado de mi situación, que no tenía la culpa de haber nacido, que la culpa no era mía.

Pero viéndome ahora, en el reflejo del espejo, pienso que tal vez mi madre tuvo razón.

En lo que me dignaba a limpiarme la cara, escuché el ruido de la puerta del baño abrirse, pero no me di la vuelta para ver quién era.

—¿Eres tú? ¿Eres tú la camarera de antes? —fruncí el ceño cuando escuché a una voz para nada femenina, al contrario, era de un hombre. ¿Me había metido al baño de los hombres?

Me giré para ver de quién se trataba. Era el chico de antes, el de acento canario.

—Ay, Dios, ¿esto es el baño de hombres? —pregunté alertada, ignorando sus preguntas. Supongo que como ya podía verme bien la cara no hacía falta responder.

Él rió severamente antes de responder.

—Por lo visto sí.

Me puse las manos en la cara avergonzada. ¿Cómo podía ser tan estúpida? Estaba tan distraída con mis problemas mientras lloraba que no me había dado cuenta.

—Dios, qué vergüenza. —murmuré queriendo que la tierra me tragara.

—No te preocupes, te estaba buscando de todos modos. —habló posando una mano en mi hombro.

Levanté la cabeza para mirarlo y fruncí el ceño. ¿Para qué me buscaba?

—Hablamos mejor fuera, ¿vale? —me dijo como si hubiera leído mi duda mental.

Asentí y después de ponerme los tacones terriblemente incómodos porque no tenía otros a mano, lo seguí hacia la salida. Salimos del restaurante y al estar frente a las puertas de la entrada empezó hablar.

—Tu compañera me ha dicho que el que te ha llamado la atención es tu jefe. ¿A pasado algo malo? Supongo que sí, porque se ve que has llorado.

Lo miré mientras él pronunciaba cada una de esas palabras. Su rostro se veía contraído, con una especie de preocupación en su cara, tal vez culpabilidad.

—Me ha despedido. —dije sin más y miré hacia otro lado.

Él se revolvió el pelo antes de hablar.

—Esto es mi culpa.

Lo miré de nuevo.

—Fue un accidente. Tampoco es que fuera un lujo trabajar aquí, al contrario era terrible. —intenté calmarlo.

—Aún así, si no te hubieras chocado conmigo, estoy seguro, de que no te hubieran despedido —dijo apoyando sus manos en sus caderas —. ¿Tienes otras opciones de trabajo?

Me coloqué un mochón de pelo que se me había escapado del moño detrás de mi oreja y hablé.

—No, no tengo, no esperaba que me despidieran. —admití a regañadientes.

—Pues ya está, te tengo una propuesta, te ofrezco trabajo. —soltó sin más.

—¿Qué? ¿Trabajo de qué? —interrogué cruzando los brazos.

—De empleada domestica —pausó mirándome —, sé que no es la gran cosa, pero vivo en una mansión y te pagaré bien.

Fruncí el ceño y lo escaneé. Tenía una buena porte: ropa de marca y un gran Rolex dorado en su muñeca derecha. Sus zapatos también eran de marca. Sí, todo delataba que tenía una gran situación económica, aun así fui necia.

—¿Por qué tendría que confiar en usted? —pregunté mirándole a los ojos.

Él soltó una carcajada.

—¿De verdad no sabes quien soy? ¿De verdad? —dijo entre risas.

—Pues no. —respondí con sinceridad.

Este restaurante no solo lo frecuentaba gente con dinero sin más, celebridades, como es obvio, también. Podría ser uno de esos famosos que vienen y ni me daría cuenta; Llevo una vida tan ajetreada que no me reparo a ver el televisor ni cinco minutos.

Él hizo una cara de sorpresa y habló.

—Vaya...

Nos quedamos durante unos segundos en silencio hasta que se dignó en hablar de nuevo.

—De verdad, déjame ayudarte. Puedes alojarte en una de las habitaciones de mi mansión, como lo hacen mis demás empleados y trabajar para mí.

Suspiré. Se veía una oferta tentadora, pero nunca he necesitado ayuda de nadie, ¿por qué debería necesitar la suya?

—De verdad, no. Se lo agradezco muchísimo y no quiero sonar borde, pero no necesito su ayuda. —hablé educadamente esperando a que él se rindiera.

—Anda que eres terqua. Pero bueno, está bien, no te voy a insistir más. Solo déjame... —dijo para después coger mi mini libretita que tenia metida en el bolsillo de la camisa de mi uniforme, junto con el boli, y empezar a escribir algo en ella.

Fruncí el ceño cuando me la entregó.

—Ahí tienes mi número de teléfono y mi dirección, por si después te arrepientes de tu decisión, la propuesta va a seguir en pie. Te debo una, recuerda que estoy en deuda contigo. —dijo empezando a alejarse.

—¿Pero cómo te llamas? —pregunté guardando la libreta en el bolsillo de nuevo.

—¡Pedro! ¡Y no le des eso a nadie! —exclamó para que alcanzara a escuchar, ya que a estas alturas ya se encontraba a unos metros alejado de mí.

Y sin más me dio la espalda y siguió caminando.

Supongo que si después de todo no encontraba trabajo esto sería mi plan B.

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Dígame que les va pareciendo:)

Atte: Ari la anónimaᕕ( ᐛ )ᕗ

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