Capítulo cuatro

Al segundo día en aquella habitación, Yeonjun aún no hallaba como salir. A su habitación sólo entraba el imbécil de Beomgyu para dejarle comida, y en otro caso, ropa. Pensó en neutralizar al de pelo verde pero no sabía cómo estaría la entrada de la casa, por lo que sería inútil. Por lo tanto, concluyó que podía saltar desde el segundo piso sin lastimarse tanto y así poder escaparse. 

Mientras tanto, en ese mismo piso, Soobin estaba en su habitación acomodándose bien la ropa porque estaba decidido a saciar sus dudas, y de igual forma no lo dejaría ir. Yeonjun concluyó en que la planta baja no estaba tan lejos, por lo que decidido a saltar, cruzó una de sus piernas hacia el otro lado.

Cuando estaba por cruzar la otra y saltar, sintió dos grandes brazos jalando su cuerpo hacia atrás con fuerza. 

— Maldición. —bufó, levantándose del piso para luego acomodarse la ropa— A-Ah... Eras t-tú... —fue todo lo que dijo al ver de quién se trataba.

— ¿Qué mierda estabas por hacer? —la voz de Soobin se oyó enojada, Yeonjun esquivó su mirada— Te hice una pregunta, contesta, Yeon. —se levantó del suelo.

El rubio solo pudo atinar a correr y tratar de encerrarse en el baño. Tratar, porque el pie de Soobin no le permitía cerrar bien la puerta y con sólo un empujón, los dos estaban encerrados en el baño. 

Nuevamente, Yeonjun quiso escapar pero Soobin lo tomó por los hombros y lo acorraló contra la pared, dejándolo sin salida y sin espacio personal, a la vez.

— ¿Puedes responder la pregunta que te hice? —el más bajito estaba al borde del colapso pues podía sentir su fuerte respiración en su cabello.

— S-Sólo quería... Irme a... C-Casa... —contestó con dificultad.

— ¿Escaparte de mi? —rió— No, eso no te lo voy a permitir. —tomó su mentón— Pero si tu hablas, consideraré dejarte ir. 

— E-Estás mintiendo. —el cuerpo de Soobin avanzó un poco más.

— ¿Por qué lo dices, cielo? 

— Sólo sé que lo haces. —contestó rápido— Sé que estás m-mintiendo.

— Hablemos ahora entonces. —el rubio negó repetidas veces y el mayor rió— No te estoy preguntando, te lo estoy avisando.

Se separó de él para ponerse contra la puerta, bloqueando así la única forma que Yeonjun tenía de salir; resignado, el rubio bajó la tapa del inodoro y se sentó en ella.

— ¿Mi cabeza valió tanto como para que me entregaras? —preguntó.

— N-No sé cuanto valías... —se rascó la nuca— No a-acepté la recompensa...

— ¿Tú crees que soy estúpido, no es así? Incluso ahora, que te estoy dando la oportunidad de decir la verdad, sigues viéndome la jodida cara. —apretó los dientes-

— No estoy mintiendo. —fue todo lo que dijo.

— ¿Y cómo puedo saberlo? No eres capaz de mirarme a los ojos. —esta vez, su voz tembló— ¿Por qué lo hiciste? Estoy tan furioso, maldita sea. —le dió un puñetazo a la puerta haciendo que el más bajito se sobresaltara.

— No puedo mirarte Soobin, no puedo. —el rubio rompió en llanto— S-Sé lo que hice y sé que arruiné t-todo, pero f-fue porque no quería que nada te pasara y-y... 

— ¿Que nada me pasara? Me entregaste a la mismísima DEA...

— Pero estás vivo, e-ellos no iban a matarte. —se limpió las lágrimas con la manga de su camiseta.

— ¿Y tú cómo lo sabías? —rió.

— Fue la única condición que les puse, todo lo que pedí fue que vivieras.

— ¿Y tengo que agradecerte por eso?

— N-No, pero fue por eso que lo hice. —sorbió su nariz— No habría soportado tu muerte. 

— ¿Mi muerte? Yeonjun explícame claro. —bufó.

— Marco Parra y José López... Ellos querían tu cabeza más que nadie y comenzaron a amenazarme... Yo lo m-mantuve e-en secreto de ti porque sabía que eras capaz de cometer alguna estupidez. —negó— Tú sabes que en ese momento ellos eran mucho más poderosos que tú y... Enfrentarlos habría sido un suicidio.

— ¿Por eso me preguntaste esa noche si te amaría sin importar qué? —los ojos del castaño comenzaron a picar.

— S-Sí. —contestó en un sollozo.

— ¿Por qué no me lo dijiste? —levantó su voz.

— ¡Porque te conozco, sé que eres extremadamente impulsivo! —se jaló su cabello— ¿Alguna vez en tu puta vida te pusiste a pensar cómo me sentía yo? Pudiste morir en muchísimas ocasiones y eres un imbécil con suerte porque siquiera tienes cicatrices. —negó— Cada vez que te ibas no podía ni dormir pensando en la cantidad de cosas que podrían pasarte. ¿Alguna vez pensaste cómo me sentiría yo si tú murieras?

Soobin se quedó callado, recordando todas las veces en las que se iba a hacer negocios por dos o tres meses en los cuales jamás llamaba a su novio porque temía que lo rastrearan. Luego, llegaría a casa y sería recibido con lágrimas de por medio.

— De verdad lamento lo que pasó hace tres años, pero no quería verte en un maldito cajón. —se dió media vuelta en la tapa del inodoro, mirando hacia la ducha— T-Tampoco pienses que hice todo así como si nada, cada acción tiene su consecuencia. 

— ¿En serio? ¿Qué consecuencias? ¿Mucho dinero? —fue sarcástico.

— Genial, eres el que quiere hablar y todo lo que haces es usar tu estúpido sarcasmo. Eres tan maduro Choi. —bufó— Vete a la mierda pero antes déjame ir, tengo una vida y un trabajo al cual no me gusta faltar.

— Independientemente de mi sarcasmo, mírame a los ojos y dime cuáles son esas consecuencias que tanto dices. 

Yeonjun respiró hondo antes de comenzar a quitarse la camisa bajo la atenta mirada del tatuado y cuando por fin terminó, la arrojó a un lado. Allí podían apreciarse las tres heridas de bala y otras cicatrices que aquellos hombres le habían generado a patadas. 

Todo se revolvió dentro de Soobin, que inconscientemente ya estaba pensando en cómo demonios encontrar a esos dos imbéciles y matarlos de la forma más lenta y dolorosa existente.

— ¿Puedo irme ya? —preguntó— Esto es vergonzoso.

— No. —se cruzó de brazos— Te pedí que me miraras por tu cuenta, ¿por qué no puedes? 

— Porque tus ojos me ven con odio y desprecio. —suspiró— Sé que no merezco otra cosa, pero no puedo soportarlo, duele demasiado.

Soobin bufó, ¿por qué mierda Yeonjun asumía que era odio?

— Ya te dije la verdad, ¿puedo irme ahora? 

En el fondo, estaba feliz de verlo y sus sentimientos no habían cambiado, pero por alguna razón creía que Soobin no lo veía igual y lo último que necesitaba era que lo odiara aún más.

No mentía cuando dijo que lo amaría por siempre.

— No. —negó con la cabeza.

— ¿Por qué no? —sollozó— Me odias, sólo déjame ir.

— ¿Quién dijo que yo te odio? —abrió la puerta— Eso lo asumiste tú solo. —salió del baño antes de volver a hablar— No trates de escapar, desde ya te voy avisando que pondré más vigilancia.

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