━━「 𝗖𝗔𝗣𝗜́𝗧𝗨𝗟𝗢 𝟮𝟵 」━━







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George y Astrid estaban en el pasillo, sus rostros reflejando una mezcla de dolor profundo y desesperación. La espera se hacía interminable mientras el doctor Alistair atendía a Damaris en la habitación contigua. El duque George, que normalmente se mantenía sereno y firme, estaba visiblemente destrozado. Sus ojos, que solían brillar con determinación, ahora estaban apagados y llenos de lágrimas no derramadas. Sus manos temblaban ligeramente mientras caminaba de un lado a otro, intentando contener la angustia que lo consumía. Cada paso resonaba en el pasillo como un eco de su sufrimiento interior.

Astrid, con su gracia habitual, intentaba mantener la compostura, pero el peso de la tragedia la abrumaba. Estaba sentada en una silla cercana, sus manos apretadas en su regazo mientras miraba fijamente la puerta cerrada. Su rostro mostraba una mezcla de miedo, tristeza y una desolación abrumadora. La pérdida de su hijo menor, Cristophe, y la gravedad del estado de su hija mayor, Damaris, la desgarraban por dentro. Sus ojos brillaban con lágrimas contenidas, y la incertidumbre de la situación la hacía sentir impotente y perdida.

Simone, parada junto a ellos, fingía consolar y preocuparse por su media hermana mayor. Su rostro mostraba una expresión de tristeza cuidadosamente ensayada, su mano descansando sobre el brazo de George en un gesto de apoyo.

— Todo estará bien, papá. -Murmuraba suavemente Simone, su voz impregnada de falsa empatía-

— Damaris es fuerte, saldrá de esta. -Dijo George, con la voz rota por la desesperación-

Sus palabras eran más un intento de convencerse a sí mismo que a los demás. Su mirada se dirigió hacia la puerta cerrada, deseando con todas sus fuerzas que el doctor Alistair trajera buenas noticias.

— Sí, George, ella siempre ha sido una luchadora. -Añadió Astrid, su voz temblando levemente-

Intentaba mantenerse fuerte, pero el dolor en su corazón era evidente. Apretó las manos con más fuerza, tratando de mantener las lágrimas a raya.

Simone, por su parte, continuaba con su actuación impecable.

— Estoy tan preocupada por ella. -Dijo, haciendo una pausa dramática antes de continuar- Ha sido una experiencia tan aterradora, no puedo imaginar lo que debió sentir.

Astrid lanzó una mirada escrutadora hacia Simone, notando pequeñas inconsistencias en su comportamiento, pero decidió no mencionar sus sospechas por el momento. La gravedad de la situación con Damaris y la reciente pérdida de Cristophe ocupaban la mayor parte de sus pensamientos, sumiendo a ambos padres en una profunda tristeza y desesperación.

Mientras tanto, dentro de la habitación, el doctor Alistair trabajaba diligentemente para estabilizar a Damaris. Su experiencia y habilidades eran reconocidas en todo el continente, y sabía que la familia depositaba su fe en él. Los minutos se alargaban como horas en el pasillo, cada sonido proveniente de la habitación aumentando la tensión y el dolor entre los presentes.

— ¿Qué crees que esté haciendo el doctor Alistair? -Preguntó Simone, fingiendo curiosidad y preocupación-

— Espero que todo lo necesario para salvar a Damaris. -Respondió George, su voz cargada de esperanza y desesperación-

La mansión, que alguna vez había sido un refugio de paz y alegría, se transformaba en un escenario de incertidumbre, miedo y dolor. La atmósfera estaba cargada de tensión mientras todos luchaban por mantener la calma y esperar el resultado del trabajo del doctor Alistair. La pérdida de Cristophe y la condición de Damaris habían dejado a la familia devastada, su mundo irrevocablemente cambiado.

Finalmente, la puerta de la habitación se abrió lentamente y el doctor Alistair salió. Su expresión era seria y preocupada, una clara señal de que las noticias no serían alentadoras. George y Astrid se levantaron de inmediato, sus corazones latiendo desbocados mientras esperaban la actualización. Simone, todavía fingiendo preocupación, también se acercó.

El doctor Alistair hizo una pausa antes de hablar, tomando un momento para elegir sus palabras con cuidado. La gravedad del diagnóstico se reflejaba en sus ojos mientras miraba a los padres de Damaris.

— Duque George, Duquesa Astrid... -Comenzó, su voz llena de una compasión solemne- Damaris ha sufrido graves heridas internas. Hemos hecho todo lo posible para estabilizarla, pero su estado es crítico.

Astrid llevó una mano a su boca, intentando sofocar un sollozo. George apretó los puños, tratando de contener la ola de emociones que lo invadía.

— ¿Cuál es su diagnóstico, doctor? -Preguntó George, su voz apenas un susurro-

— Damaris está en coma. -El doctor Alistair suspiró profundamente antes de continuar- Su cuerpo necesita tiempo para sanar, y no podemos predecir cuánto tiempo permanecerá en este estado. Lo más importante ahora es mantenerla estable y esperar que su cuerpo se recupere con el tiempo.

El silencio que siguió fue abrumador. Astrid comenzó a llorar silenciosamente, sus lágrimas cayendo sin control mientras George la abrazaba con fuerza, tratando de consolarla aunque él mismo se sentía destrozado.

— Lo siento tanto, mamá. -Simone mantuvo su fachada de preocupación, colocando una mano en el hombro de Astrid- Papá, estoy aquí con ustedes. -Dijo, su voz impregnada de una empatía cuidadosamente medida-

El doctor Alistair continuó hablando, detallando los cuidados que Damaris necesitaría y las próximas etapas del tratamiento. Cada palabra se sentía pesada, llena de la incertidumbre y la esperanza que traía el diagnóstico.

— Haremos todo lo posible para asegurarnos de que Damaris reciba los mejores cuidados. -Dijo Alistair, tratando de ofrecer algo de consuelo- Ahora, solo podemos esperar y confiar en que su fortaleza la ayude a superar esto.

La mansión, sumida en la desesperación y el dolor, se había transformado en un lugar de espera y esperanza incierta. La noticia del coma de Damaris añadía una nueva capa de angustia a una familia ya devastada por la pérdida de Cristophe. El camino hacia la recuperación sería largo y arduo, y todos en la mansión sabían que sus vidas nunca volverían a ser las mismas.
























❨ En la casa de los Judith. ❩
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Tras el ataque a Damaris y la devastadora noticia de que había sido declarada en coma, Simone encontró un momento de calma en medio del caos. Aprovechando la confusión general, se dirigió a su habitación y sacó papel y pluma, decidida a informar a Penelope sobre su exitoso plan. Con una sonrisa maliciosa en su rostro, comenzó a escribir:

"Querida Penelope,

Me complace informarte que nuestro plan ha tenido éxito. Damaris ha sido declarada en coma, y aunque no he logrado acabar con su vida, la hemos dejado fuera de combate por un tiempo indefinido. La familia está destrozada, y su ausencia en la corte nos permitirá avanzar con nuestros intereses sin su interferencia.

Con determinación,
Simone.

Simone selló la carta con cuidado, asegurándose de que el lacre llevaba su sello distintivo. Observó la tinta secarse por un instante, complacida con su trabajo. Luego, llamó discretamente a uno de sus mensajeros de confianza, un joven ágil y leal que conocía desde hacía años. Con instrucciones claras y precisas, le entregó la carta, advirtiéndole sobre la importancia de la misión.

—Lleva esto a Penelope con la mayor discreción. Es vital que llegue a sus manos sin demora —dijo Simone, su tono firme y autoritario.

El mensajero asintió con seriedad y partió de inmediato, sabiendo que no podía fallar en esta tarea. Satisfecha con su trabajo, Simone volvió a la rutina diaria, sabiendo que sus esfuerzos darían frutos. Se sentía más tranquila, convencida de que sus planes estaban avanzando según lo previsto.

Mientras tanto, en una mañana tranquila, Penelope estaba en su estudio, disfrutando de una taza de café con su hermana Rosalía, quien había venido a visitarla. El sol matutino se filtraba por las ventanas, iluminando la elegante habitación con un cálido resplandor. De repente, uno de sus sirvientes entró con una carta en mano.

— Señora Penelope, ha llegado una carta para usted. -Anunció el sirviente, entregándole el sobre sellado-

— Gracias. -Dijo, tomando la carta y despidiendo al sirviente-

Rápidamente abrió el sobre, ansiosa por leer el contenido. Sus ojos recorrieron las líneas con atención, y a medida que avanzaba, una sonrisa de triunfo se dibujó en sus labios. Rosalía, notando la reacción de su hermana, se inclinó hacia adelante con interés.

— ¿Buenas noticias, Penelope? -Preguntó Rosalía, con una chispa de curiosidad en sus ojos-

— Rosalía, querida, parece que nuestras preocupaciones sobre Damaris han disminuido considerablemente. -Dijo Penelope, dejando la carta sobre la mesa- Simone ha cumplido su parte del trato, y Damaris está en coma. Puede que no esté muerta, pero quién sabe cuándo despertará.

— Eso es un gran avance para ti, Penelope. -Rosalía, siempre atenta a los movimientos de su hermana, se inclinó hacia adelante, interesada- Con Damaris fuera de escena, tu influencia sobre Anastacius será aún más fuerte.

— Exactamente. -Penelope asintió, disfrutando de su café mientras reflexionaba sobre la noticia- Esto nos da una ventaja considerable. Aunque mi objetivo final aún no está completo, esta pequeña victoria es significativa. Podemos movernos con más libertad y consolidar nuestra posición sin la interferencia constante de Damaris.

La atmósfera en la habitación se llenó de una satisfacción silenciosa mientras las hermanas celebraban su éxito. Los rayos de sol matutinos se colaban a través de las ventanas, iluminando suavemente el estudio donde Penelope y Rosalía estaban sentadas. Las paredes, adornadas con intrincados tapices y estantes llenos de libros, proporcionaban un entorno acogedor y sereno.

Penelope, con su elegante taza de café en mano, sentía una calma profunda mientras procesaba las noticias. El aroma rico y cálido del café recién hecho llenaba el aire, contribuyendo a la sensación de triunfo que ambas hermanas compartían. Cada sorbo reforzaba su determinación, dándole la fuerza necesaria para enfrentar los desafíos que aún se avecinaban.

Rosalía, sentada frente a ella, también parecía más relajada. Una sonrisa de satisfacción se dibujaba en sus labios mientras observaba a su hermana mayor. Sabía cuánto esfuerzo y planificación habían invertido en su estrategia, y ver los primeros frutos de su trabajo era reconfortante.

— Lo hemos logrado, al menos en parte. -Dijo Penelope, su voz suave pero llena de convicción- Con Damaris en coma, el poder y el control están finalmente al alcance.

— Sabíamos que este camino no sería fácil, pero cada paso que damos nos acerca más a nuestras metas. -Rosalía asintió, su mirada llena de apoyo-

Penelope dejó la taza sobre la mesa de caoba con un delicado clic y se recostó en su silla, contemplando su próxima jugada. La certeza de que sus ambiciones estaban más cerca de realizarse le daba una energía renovada, alimentando su espíritu combativo.

— Hay mucho por hacer, pero siento que nada puede detenernos ahora. -Afirmó Penelope con una firmeza inquebrantable-

— Y estaré a tu lado en cada paso del camino. -Rosalía la miró con orgullo- Juntas, somos imparables.

El estudio se convirtió en un santuario de planes y esperanzas compartidas. Cada rincón de la elegante habitación reflejaba el minucioso trabajo de las hermanas, con mapas, documentos y notas estratégicamente dispuestos sobre la mesa de caoba. Las paredes, decoradas con intrincados tapices y estantes llenos de libros, proporcionaban un entorno acogedor pero cargado de un propósito serio.

En este espacio, Penelope y Rosalía preparaban cuidadosamente cada movimiento. La claridad y la precisión con la que delineaban sus estrategias eran impresionantes. Las dos hermanas, sentadas una frente a la otra, discutían los detalles de sus planes con voces bajas pero llenas de convicción.

La certeza de que estaban más cerca de sus objetivos llenaba el ambiente con una sensación de propósito renovado. Penelope, con su mirada fija en los documentos, sentía una energía y una determinación que la impulsaban a seguir adelante. Rosalía, a su lado, compartía esa misma intensidad, aportando sus ideas y sugerencias con igual fervor.

Mientras repasaban cada estrategia, anticipaban los movimientos de sus adversarios y ajustaban sus planes en consecuencia. La sinergia entre las hermanas era palpable, y su colaboración se traducía en una fuerza imparable.

Con cada decisión tomada y cada estrategia formulada, Penelope y Rosalía se disponían a enfrentar los desafíos que aún aguardaban en su camino hacia el poder. Sabían que el camino por delante estaría lleno de obstáculos, pero su unión y determinación las hacían sentir invencibles. En el santuario de su estudio, se preparaban para conquistar y consolidar su posición en la corte, seguras de que su ambición y esfuerzo las llevarían a la victoria.

— Ahora, solo debemos asegurarnos de mantener nuestra ventaja y seguir avanzando. -Dijo Penelope con firmeza- No podemos permitirnos errores. Cada movimiento debe ser calculado y preciso.

— Estoy contigo, Penelope. -Rosalía asintió, comprendiendo la importancia de la situación- Juntas, lograremos lo que nos propongamos.

El día continuó, y la pequeña victoria de Penelope y Simone marcaba un nuevo capítulo en su intrincada trama de poder y ambición. Con Damaris en coma, el futuro parecía más prometedor para sus planes.
























❨ Después de un tiempo. ❩
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Después de enterarse del estado de coma de Damaris, tanto el emperador de Obelia, Anastacius, como el segundo príncipe, Claude, se hundieron en una profunda depresión. Ambos la amaban, y la noticia de su condición devastó sus corazones de manera irreparable.

Anastacius, incapaz de enfrentar el dolor de perder a la mujer que amaba, se refugió en el alcohol. Cada noche, los ecos de sus risas falsas y voces embriagadas llenaban los salones del palacio. Comenzó a llevar una vida de derroche y libertinaje, alejándose de sus responsabilidades imperiales. Anastacius se sumergió en la decadencia, coleccionando amantes y rodeándose de una compañía superficial que solo acentuaba su vacío interior. Las decisiones que alguna vez tomaba con determinación ahora se postergaban o delegaban sin cuidado, mientras el imperio sufría las consecuencias de su negligencia.

Los nobles murmuraban entre ellos, preocupados por el rumbo que tomaba el liderazgo del emperador. Las políticas y reformas importantes se paralizaban, y la estabilidad del imperio comenzaba a tambalearse. Sin embargo, Anastacius parecía indiferente a todo esto, su vida girando en torno a sus placeres momentáneos y a la botella que nunca dejaba de su lado.

Mientras tanto, Claude, el segundo príncipe, lidiaba con su dolor de una manera muy distinta. Aunque la tristeza lo consumía, su espíritu luchador no se apagaba. Con una determinación silenciosa, Claude comenzó a buscar maneras de ganar poder en secreto para derrocar a su hermano mayor. Sabía que el imperio no podía continuar bajo el gobierno de Anastacius, y la condición de Damaris solo alimentaba su deseo de proteger el reino y a los suyos.

Claude cultivaba alianzas discretas y exploraba todos los rincones del palacio en busca de información y apoyo. Reunía a aquellos descontentos con la actual situación y les prometía un futuro mejor bajo su liderazgo. Cada movimiento era calculado y preciso, su mente siempre un paso adelante en el ajedrez político que jugaba en las sombras. Aunque su tristeza era profunda, su objetivo de despojar a Anastacius del trono se convirtió en la fuerza que lo mantenía en pie.

Simultáneamente, Claude dedicaba gran parte de su tiempo y recursos a ayudar al duque George y a Astrid en la búsqueda de Cristophe, el hijo menor del duque, cuyo cuerpo nunca fue encontrado tras el ataque. Cristophe había sido declarado como un niño noble desaparecido, y su pérdida añadía una capa más de dolor y angustia a la ya complicada situación de la familia.

El duque George, consumido por la desesperación de encontrar a su hijo, pasaba días y noches organizando búsquedas exhaustivas por todo el territorio. Astrid, a su lado, intentaba mantenerse fuerte, dividiendo su tiempo entre cuidar de Damaris y apoyar las incansables expediciones para localizar a Cristophe. La mansión, una vez un refugio de paz, se había transformado en un núcleo de actividad frenética y preocupada.

Claude, movido por su lealtad a la familia y su propio sentido de justicia, ofreció su ayuda sin vacilar. Utilizando su red de contactos y recursos en el palacio, Claude desplegó equipos de búsqueda adicionales y proporcionó información estratégica para coordinar las expediciones. Sabía que cada segundo contaba, y su determinación no conocía límites.

Una noche, mientras los exploradores se preparaban para una nueva búsqueda, Claude se reunió en privado con el duque George en su estudio. Los mapas y documentos esparcidos sobre la mesa reflejaban la intensidad de sus esfuerzos.

— No descansaremos hasta encontrar a Cristophe, duque George. -Dijo Claude, su voz firme y decidida- Estoy utilizando todos los recursos a mi disposición para asegurarme de que regrese sano y salvo.

George, con el rostro marcado por la preocupación y la esperanza, asintió lentamente.

— Gracias, Claude. Tu apoyo significa mucho para nosotros. No puedo soportar la idea de perder a otro hijo.

Astrid, entrando en el estudio, se unió a ellos.

— Claude, gracias por todo lo que estás haciendo. -Dijo, su voz llena de gratitud- Sabemos que esto no es fácil, pero tu ayuda nos da fuerzas para seguir adelante.

— Damaris es fuerte, y Cristophe también lo es. -Claude asintió, sintiendo el peso de sus palabras- Encontraremos a tu hijo, y con el tiempo, Damaris también se recuperará. Debemos mantener la fe.

Las palabras de Claude proporcionaron un rayo de esperanza en medio de la oscuridad. A medida que las búsquedas continuaban, la colaboración entre Claude, el duque George y Astrid se convirtió en un símbolo de resistencia y determinación. Juntos, enfrentaban la incertidumbre con la esperanza de un futuro mejor, mientras Claude mantenía en secreto sus planes para derrocar a Anastacius y restaurar el orden en el imperio.
























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En medio de esta turbulencia, un evento inesperado trajo un respiro a la agitada vida de la corte: la boda de Simone y Asterophe, el segundo hijo del marqués Stewart. La noticia de su compromiso sorprendió a muchos, pero era una alianza cuidadosamente planeada que beneficiaba a ambas familias.

Lo que pocos sabían era que Asterophe no amaba a Simone. Su corazón pertenecía a Damaris, quien estaba en coma. Asterophe había guardado este secreto con recelo, y aunque no quería casarse con Simone, las presiones de su familia y las circunstancias lo llevaron a aceptar el compromiso. Sabía que este matrimonio era necesario para consolidar su posición y cumplir con las expectativas de su linaje, pero el dolor de no poder estar con la mujer que realmente amaba lo consumía en silencio.

La boda se celebró en la majestuosa capilla del palacio, adornada con flores y telas exquisitas. La atmósfera estaba cargada de expectación y alegría contenida, mientras los invitados se reunían para presenciar la unión. Simone, vestida con un elegante vestido de encaje, caminaba con gracia hacia el altar, acompañada por su padre, el duque George, y su madrastra, Astrid. Junto a ellos, su madre Amelia observaba con una mezcla de orgullo y emoción.

Asterophe, con una expresión serena pero melancólica, esperaba a su futura esposa en el altar. Junto a él, su padre, el marqués Edmund Stewart, y su hermano mayor, Leopold, observaban con aprobación. Mientras Simone se acercaba, Asterophe forzaba una sonrisa, tratando de ocultar el conflicto interno que lo atormentaba. Ambos intercambiaron una mirada llena de complicidad y determinación, conscientes de que su matrimonio no solo era una unión de corazones, sino una alianza estratégica que consolidaría su poder y estatus en la corte.

El sacerdote comenzó la ceremonia, su voz resonando en la capilla mientras recitaba las palabras solemnes.

— Simone, Asterophe, hoy nos reunimos para celebrar la unión de dos almas nobles. -Dijo el sacerdote, su voz llena de reverencia- Que esta alianza sea fuerte y próspera, y que juntos enfrenten los desafíos con valentía y amor.

Simone y Asterophe intercambiaron votos, prometiéndose fidelidad y apoyo mutuo.

— Prometo amarte y respetarte, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, todos los días de mi vida -Dijo Asterophe, tomando la mano de Simone con ternura, aunque su corazón estaba con Damaris-

— Y yo prometo amarte y apoyarte, compartir tus alegrías y tus penas, y ser tu compañera en todos los momentos de nuestra vida. -Respondió Simone, su voz firme y llena de convicción-

El sacerdote bendijo los anillos y los intercambiaron, sellando su compromiso.

— Con este anillo, te tomo como mi esposo. -Dijo Simone, deslizando el anillo en el dedo de Asterophe-

— Con este anillo, te tomo como mi esposa. -Respondió Asterophe, haciendo lo mismo-

— Por el poder que me ha sido conferido, los declaro marido y mujer. -Finalmente, el sacerdote declaró- Pueden besarse.

Asterophe inclinó la cabeza y besó suavemente a Simone, sellando su unión ante los ojos de la corte. Los invitados estallaron en aplausos y vítores, celebrando el nuevo matrimonio. La recepción que siguió estuvo llena de música, baile y banquetes suntuosos, un respiro de la tensión constante que había envuelto al palacio.

Después de las formalidades de la boda, Simone y Asterophe se mudaron a una de las muchas residencias que poseía la familia del marqués Stewart. La mansión, situada en las afueras de la ciudad, era un lugar tranquilo y elegante, rodeada de jardines bien cuidados y árboles centenarios. Aunque todo estaba preparado para que la pareja iniciara su vida juntos, la distancia entre ellos era evidente desde el primer día.

Asterophe se mantenía reservado y distante, evadiendo cualquier intento de acercamiento por parte de Simone. Cada vez que ella trataba de hablar sobre su futuro juntos, él cambiaba de tema o encontraba una excusa para ausentarse. La relación era fría y formal, una fachada que ambos mantenían frente al servicio y las visitas ocasionales.

Una noche, mientras cenaban en el lujoso comedor de la mansión, Simone intentó abordar el tema que había estado evitando.

— Asterophe, creo que deberíamos hablar sobre nuestro matrimonio y cómo planeamos vivir juntos. -Dijo, su voz calmada pero llena de determinación-

— No veo la necesidad de discutirlo ahora, Simone. -Asterophe, sin levantar la vista de su plato, respondió con frialdad- Estoy ocupado preparándome para asumir mi cargo como caballero imperial. Mis deberes son una prioridad en este momento.

— Entiendo tus responsabilidades, pero también somos una pareja. -Simone apretó los labios, tratando de mantener la calma- Necesitamos encontrar un equilibrio.

—Simone, no puedo darte lo que deseas. -Asterophe finalmente levantó la mirada, sus ojos reflejando una mezcla de tristeza y resignación- Este matrimonio es una alianza política, nada más. Haré mi parte para cumplir con las expectativas, pero no puedo fingir sentimientos que no existen.

Las palabras de Asterophe golpearon a Simone como un mazazo. Sabía que su matrimonio no era por amor, pero escuchar la verdad tan crudamente la dejó sin palabras.

— Mañana partiré hacia la capital para continuar con mis entrenamientos. -Asterophe se levantó de la mesa, listo para irse- No sé cuánto tiempo estaré fuera, pero te aseguro que cumpliré con mis deberes como caballero imperial.

— Entiendo, Asterophe. -Simone asintió, sintiendo una mezcla de frustración y tristezah- Cuídate.

Con un leve asentimiento, Asterophe salió del comedor, dejándola sola en la gran mansión. Los días se convirtieron en semanas y las semanas en meses, y Asterophe viajaba constantemente bajo la excusa de sus entrenamientos y preparativos. Aunque mantenía correspondencia ocasional con Simone, las cartas eran breves y formales, sin ninguna señal de afecto.

Simone, por su parte, trató de encontrar consuelo en las actividades sociales y la gestión de la mansión. Organizó eventos, asistió a reuniones y se esforzó por mantener la apariencia de una esposa dedicada y ocupada. Sin embargo, la soledad y la frialdad de su matrimonio la atormentaban. Cada noche, al regresar a su habitación vacía, sentía un vacío profundo que ninguna actividad social podía llenar. Sabía que Asterophe no la amaba y que su verdadero amor era Damaris, pero su orgullo y determinación la mantenían firme en su lugar.

Asterophe, en sus constantes viajes, encontraba en sus deberes como caballero imperial una forma de escapar de la realidad de su matrimonio. Aunque mantenía la fachada de un noble dedicado, su corazón estaba dividido entre sus responsabilidades y su amor secreto por Damaris. Las cartas que enviaba a Simone eran breves y distantes, un reflejo de su incapacidad para conectarse emocionalmente con ella.

A pesar de todo, Simone seguía adelante, esperando que algún día las circunstancias cambiaran y su matrimonio con Asterophe pudiera encontrar un sentido más profundo. Su esperanza la mantenía en pie, aunque cada día se hacía más difícil mantener la fachada de una relación funcional. Mientras tanto, la mansión Stewart se convirtió en un testigo silencioso de una relación llena de distancia y formalidades, una alianza política en lugar de una unión de corazones.

Las paredes de la mansión, que alguna vez resonaron con risas y alegría, ahora eran testigos de sus noches solitarias y sus sueños no cumplidos. La grandeza de la casa contrastaba con la frialdad de su relación, y cada rincón de la mansión parecía reflejar la distancia que los separaba.

Simone, determinada a no rendirse, continuaba buscando maneras de fortalecer su posición y encontrar un propósito en su vida cotidiana. La esperanza de que algún día las cosas cambiarían seguía viva en su corazón, alimentada por su orgullo y su deseo de ser algo más que una pieza en el juego político.
























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Penelope Judith, tras años de perseguir a Anastacius y demostrarle su lealtad y afecto, finalmente se convirtió en su amante oficial. Anastacius, sumido en la desesperación y el dolor por el estado de coma de Damaris, encontró en Penelope un consuelo temporal. La relación entre ellos se intensificó rápidamente, y no pasó mucho tiempo antes de que Penelope quedara embarazada.

El embarazo de Penelope solidificó su posición y poder dentro del imperio, ya que su influencia sobre Anastacius creció exponencialmente. Anastacius, cegado por el dolor y la decadencia, le concedía más poder y tomaba decisiones bajo su influencia. Penelope aprovechaba su situación, utilizando su nueva posición para manipular a Anastacius y asegurar su estatus en la corte.

Mientras Anastacius se hundía cada vez más en su vida de derroche y libertinaje, el segundo príncipe, Claude, trabajaba incansablemente en las sombras, trazando un plan para derrocar a su hermano mayor. La influencia de Penelope y la negligencia de Anastacius en los asuntos del imperio solo reforzaron la determinación de Claude para tomar el control y restaurar el orden.

Finalmente, el día del levantamiento llegó. Claude, con el apoyo de sus aliados secretos, lanzó un ataque sorpresa contra Anastacius y sus fuerzas. La batalla fue feroz y sangrienta, con ambos bandos luchando con una intensidad brutal. Los ecos de la lucha resonaban por todo el palacio, y el suelo se teñía de rojo con la sangre derramada.

En medio del caos, Anastacius, gravemente herido, se tambaleó hacia su hermano menor. Con cada paso, su vida se desvanecía, pero una mezcla de burla y dolor brillaba en sus ojos. Se acercó a Claude, su respiración entrecortada y sus fuerzas casi agotadas.

— Espero que no te arrepientas de esta decisión, Claude... después de todo, quién sabe si Damaris te perdonará. -Dijo Anastacius con una sonrisa burlona en sus labios. Luego, escupió sangre antes de caer inconsciente en el hombro de su hermano menor-

Claude, a pesar de la victoria, sentía el peso de la responsabilidad y la incertidumbre. Las palabras de su hermano resonaban en su mente, repitiéndose como un eco sin fin, mientras observaba cómo la vida abandonaba el cuerpo de Anastacius. La sonrisa burlona de su hermano, la sangre que escupía, todo quedaba grabado en su memoria con una claridad dolorosa. La lucha por el poder había cobrado un alto precio, y el futuro del imperio y su relación con Damaris seguían siendo inciertos.

Claude se mantuvo de pie, inmóvil, mientras los guardias se llevaban el cuerpo de Anastacius. A su alrededor, el palacio, que alguna vez había sido un símbolo de estabilidad y grandeza, ahora parecía envuelto en una sombra de tragedia y traición. Las paredes, adornadas con tapices y retratos de antiguos gobernantes, parecían observar en silencio el cambio de liderazgo y el tumulto que se avecinaba.

El palacio, testigo silencioso de estos eventos, reflejaba el caos y la transformación que acompañaban el ascenso de Claude al poder. Los pasillos, antes llenos de vida y actividad, estaban ahora marcados por susurros de intriga y conspiración. Las salas de consejo, donde se habían tomado decisiones cruciales, se llenaban ahora de incertidumbre y expectativa.

Claude sabía que su victoria era solo el comienzo de un largo y arduo camino. Tenía que estabilizar el imperio, ganarse la confianza de los nobles y asegurar un futuro próspero para su gente. Al mismo tiempo, su relación con Damaris, quien seguía en coma, pesaba en su corazón. La incertidumbre sobre su despertar y la posibilidad de que nunca le perdonara por lo que había hecho lo atormentaban.

Con una última mirada al lugar donde Anastacius había caído, Claude respiró hondo y se dirigió hacia la sala del trono. Sabía que el peso de la corona era inmenso, pero estaba decidido a enfrentarlo con determinación y coraje. El palacio, ahora bajo su liderazgo, sería testigo de una nueva era, llena de desafíos y cambios, mientras Claude se preparaba para guiar al imperio hacia un futuro incierto pero esperanzador.
























❨ Despues de dos años. ❩
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— - 🌷  - To be continue. . . ୭
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