━━「 𝗖𝗔𝗣𝗜́𝗧𝗨𝗟𝗢 𝟮𝟱 」━━







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A pesar del escándalo que provocó Emma, los sirvientes reaccionaron rápidamente y consiguieron separarla de Bárbara. La conmoción en la habitación era palpable, con gritos y forcejeos mientras los guardias y criados luchaban por restaurar el orden. Bárbara, aún en estado de shock, fue empujada hacia un rincón, mientras Emma seguía resistiéndose con furia.

En medio de aquel tumulto, Damaris se mantuvo estoica. Aunque por dentro sentía una mezcla de ira y satisfacción, en el exterior actuó como si estuviera profundamente afectada por la situación. Sus ojos se llenaron de lágrimas fingidas, y su rostro adoptó una expresión de dolor y preocupación. Su progenitor, observando la escena, permanecía a su lado, mostrando una postura protectora hacia su hija.

Después de varios minutos de caos, los gritos de Emma fueron acallados por la firme acción de los sirvientes. Con Emma finalmente controlada, la atención se centró en Bárbara. La presión del momento y la mirada implacable de Damaris parecieron quebrar la resistencia de la sirvienta. Con voz temblorosa y resignada, Bárbara finalmente reveló dónde había escondido un poco del veneno, proporcionando la información que todos ansiaban escuchar.

- Ahhg, odio ver todo esto... -Fingió llorar- Todo es mi culpa... Ya que soy una mala persona.

- ¿Q-qué? ¿De qué estás hablando? -Preguntó su madre, sorprendida, mientras estaba al lado de su esposo-

- ¡Dios mío! ¿Cómo puede ser esto tu culpa? Emma pagará por esto, si hay evidencia en su contra. Y Bárbara... también tendrás que pagar por esto.

En ese momento crucial, Damaris decidió intervenir, tal como había planeado meticulosamente. Con una voz firme y decidida, expuso los motivos por los cuales Bárbara había sido obligada a cometer el crimen, revelando las amenazas y coacciones a las que había estado sometida. Sus palabras resonaron en la sala, llenas de convicción, y poco a poco logró convencer a los presentes de que Bárbara no era la verdadera culpable.

La tensión en el ambiente comenzó a disiparse y, finalmente, Bárbara fue liberada de los cargos de asesinato. Mientras los guardias se llevaban a Emma, la verdadera instigadora, Bárbara fue absuelta de todas las acusaciones. La sala, que momentos antes había estado llena de caos y murmuraciones, ahora era testigo de una revelación impactante.

Después de toda la conmoción, Damaris observó la expresión destrozada de Simone por perder a Emma, su criada más leal. Sintiendo una mezcla de satisfacción y frialdad, Damaris se despidió de Bárbara, quien, agradecida pero aún temerosa, se marchó en un viejo carruaje, tal como habían acordado.

Sin embargo, Damaris tenía otros planes para su antigua sirvienta. Se aseguró de que el transporte de Bárbara terminara deteniéndose en un lugar peligroso, lejos de cualquier ayuda. De esta manera, la sirvienta pagaría con creces por lo que le había hecho pasar. A pesar de haber utilizado a Bárbara para sus propios fines, Damaris nunca dejaba cabos sueltos y siempre se aseguraba de que los responsables recibieran su merecido.
























❨ Después de unos dias. ❩
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El juicio por el asesinato de la señorita Damaris se llevaría a cabo ese día, y la expectación en la sala era palpable. La luz del sol se filtraba a través de las altas ventanas, proyectando sombras en el imponente salón donde se desarrollaría el juicio. Las filas de asientos estaban ocupadas por familiares, amigos y curiosos, todos ansiosos por conocer la verdad y ver justicia.

Durante todo el proceso, los jueces, abogados y testigos se reunieron y comenzaron a hablar, describiendo con detalle las fechorías de Emma. Los testimonios fueron impactantes, revelando la cruda realidad de las acciones de Emma. Se mencionaron sus manipulaciones, sus amenazas y las decisiones calculadas que había tomado para llevar a cabo su plan. Cada palabra era un golpe en la reputación de Emma y un recordatorio de la gravedad de sus crímenes.

Emma, situada en el centro del salón, permanecía impasible. Su mirada estaba fija en el suelo, y en todo momento guardó un silencio sepulcral. No hubo palabras de defensa ni gestos que mostraran arrepentimiento. Su rostro, aunque sereno, reflejaba una mezcla de desafío y resignación. La tensión en la sala aumentaba con cada minuto que pasaba, y todos los presentes estaban atentos a cada palabra y movimiento.

El juez, con rostro severo, observaba atentamente, asegurándose de que cada testimonio y prueba se presentara de manera clara y precisa. Mientras tanto, Damaris, sentada entre los espectadores, mantenía una expresión serena pero vigilante, preparada para cualquier giro en el juicio.

- Damaris Williams, he escuchado que estaba presente... -Dijo el juez-

- Sí. -Contestó Damaris, calmada-

- En efecto, han llegado peticiones para el perdón de los crímenes de la sospechosa. -Explicó el juez- No fue el enemigo. Pero cuando se revisaron, no había nada para quitar los crímenes.

- Entiendo. -Contestó Damaris, serena-

- Usted, señorita Damaris, es la única que puede emitir una opinión al respecto. -Dijo el juez- ¿Tiene alguna intención de abogar por el perdón de los crímenes de Emma, quien es culpable?

- No. -Contestó Damaris, después de pensarlo- No quiero que haya más víctimas. Espero que pague por sus fechorías.

- Ya veo. Entonces... La culpable, Emma, es sentenciada a la horca. -Sentenció el juez, golpeando el martillo en la mesa-

Debido a la sentencia, el impacto emocional fue demasiado para Simone, quien colapsó en medio del salón. Su rostro palideció y su cuerpo se desplomó, causando un revuelo entre los presentes. Su padre, visiblemente preocupado, reaccionó con rapidez. Con la ayuda de algunos sirvientes, la levantó con cuidado y la llevaron al hospital más cercano para recibir atención médica adecuada. La preocupación y el temor por la salud de Simone se reflejaban en los rostros de quienes la rodeaban.

Mientras tanto, Damaris permaneció en el lugar, observando con una expresión serena pero calculadora. Sabía que había logrado un objetivo importante, pero entendía que aún quedaban muchos pasos por seguir. Manteniéndose en su papel, esperó pacientemente hasta que un sirviente se le acercó discretamente y le entregó un pequeño papelito. Al leerlo, una sonrisa se dibujó en su rostro al reconocer la firma del emperador. No pudo evitar una risa suave, divertida por la insistencia y el comportamiento misterioso de Anastacius.

De repente, mientras guardaba el papel en su bolso, sintió una presencia detrás suyo. Un susurro suave le llegó al oído, provocando que girara rápidamente para enfrentar a quienquiera que estuviera allí.

- Lamento hacerte esperar, señorita Damaris.

- ¡Oh, su majestad! -Damaris hizo una reverencia y sonrió con cierta sorpresa- Es bueno verlo de nuevo.

- Pensé que habíamos acordado hablar. -La miró curioso- Necesito una respuesta a mi propuesta.

- Ah... -Sonrió nerviosa-

Ambos comenzaron a caminar por el lugar, sus pasos resonando suavemente en el pasillo. El ambiente estaba cargado de una tensión sutil, y el silencio que compartían era profundo y lleno de significado. Anastacius, con las manos detrás de la espalda, miraba de vez en cuando a Damaris, como buscando el momento adecuado para hablar. Damaris, por su parte, mantenía su mirada al frente, esperando a que él rompiera el silencio.

El tiempo parecía ralentizarse mientras recorrían el pasillo, y el silencio entre ellos se volvía cada vez más pesado. La serenidad del lugar contrastaba con los pensamientos que ambos tenían, y cada uno parecía sumido en sus propias reflexiones. Finalmente, Anastacius decidió que era el momento adecuado para abordar el tema más importante.

Se detuvo suavemente, girando hacia Damaris. Con una expresión seria pero gentil, tomó aire y comenzó a hablar, sus palabras cargadas de sinceridad y determinación. Damaris se detuvo a su lado, lista para escuchar lo que él tenía que decir.

- Anastacius... ¿Vino a verme hoy? -Preguntó Damaris, curiosa-

- Claro que sí, estaba preocupado por la señorita. -Dijo tranquilo- Sin embargo, el juez conoce mi identidad, así que no podía entrar y estar presente en el juicio o las habladurías sobre nosotros dos se fortalecerían.

- Oh, ya veo... debe tener un buen concepto de mí. -Observo a Damaris, pensando- (Este hombre, sin duda, no duda en buscar el momento para molestarme.) -Pensó-

El emperador Anastacius se detuvo abruptamente, girándose para enfrentar a Damaris. Sus ojos se encontraron y en ese instante, el tiempo pareció detenerse. Con un movimiento suave pero seguro, extendió su mano y tomó la de Damaris, sosteniéndola con una firmeza que irradiaba tanto fuerza como ternura.

El contacto fue electrizante, y Damaris pudo sentir la calidez de su piel, junto con la delicadeza con la que él la sujetaba. No era solo un gesto de apoyo, sino también una muestra de la profundidad de sus sentimientos. Anastacius mantuvo su mirada fija en los ojos de Damaris, como si intentara transmitirle todo lo que sentía sin necesidad de palabras.

Cada segundo que pasaba, el lazo entre ellos parecía fortalecerse. La firmeza en la mano de Anastacius le daba a Damaris una sensación de seguridad y confianza, mientras que la delicadeza en su toque revelaba su respeto y afecto por ella. En ese momento, la conexión entre ambos era palpable y cargada de significado, dejando claro que lo que compartían iba más allá de meras palabras.

- Sabe muy bien que me siento atraído por usted, Damaris... Considero que los pensamientos de alguien pueden cambiar de acuerdo con la persona que se tenga enfrente o el ambiente. Por lo tanto, no sé lo que la señorita puede estar ocultándome, pero... Sinceramente espero que pueda aceptar mi corazón, y solo espero poder alcanzar el de usted.

- (Es... es bueno escucharlo, ¿Verdad?) -Pensó Damaris-

- Por otro lado, espero que siga siendo una mujer malvada. -Sonrió- Siento que las moscas a su alrededor se están volviendo demasiado torcidas.

- Lo tendré en cuenta. -Sonrió amigablemente-

El viento susurraba suavemente a través del jardín donde Anastacius y Damaris caminaban, sus palabras aún resonando en el aire. La confesión de Anastacius había dejado a Damaris con una mezcla de emociones. Mientras continuaban su paseo, Damaris trataba de procesar lo que acababa de escuchar. Sus pensamientos eran un torbellino de dudas, esperanzas y reflexiones.

El emperador, sintiendo la necesidad de dejarle espacio para digerir sus palabras, decidió mantener el silencio por un momento más. El paisaje alrededor de ellos era sereno, con flores de colores vibrantes que adornaban los senderos y pájaros cantando suavemente en las ramas. Era un contraste pacífico a la intensidad de su conversación.

Damaris, aunque exteriormente calmada, no podía evitar que su mente viajara a los recientes eventos. Recordaba las traiciones, los planes meticulosamente ejecutados y el caos que había sembrado para proteger a los suyos. Reflexionaba sobre las palabras de Anastacius, preguntándose si de verdad podría confiar en él, si podría permitirle ver más allá de su fachada calculadora y acceder a su verdadero yo.

Después de unos minutos de silencio, Anastacius volvió a hablar, esta vez con una voz más suave y contemplativa.

-Damaris, sé que he puesto mucho sobre usted en este momento, y quizás le resulte abrumador. Pero quiero que sepa que mi intención es sincera y que estoy dispuesto a esperar el tiempo que necesite. -Sus palabras eran un bálsamo, ofreciendo a Damaris un respiro en medio de su tormenta interna.

Ella lo miró, encontrando en sus ojos una honestidad que no había esperado. A pesar de sus propias reservas, una pequeña parte de ella comenzaba a considerar la posibilidad de bajar sus defensas y permitir que Anastacius se acercara. No era una decisión que tomaría a la ligera, pero el emperador había plantado una semilla de duda en su férrea determinación de mantenerse aislada emocionalmente.

Finalmente, llegaron a un pequeño banco de piedra bajo un majestuoso roble. Anastacius hizo un gesto invitándola a sentarse, y Damaris aceptó. Mientras tomaban asiento, ella decidió que, por el momento, escucharía más. Había mucho que procesar, y, tal vez, en ese proceso, encontraría las respuestas que buscaba.
























❨ Después de unos días. ❩
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Damaris, con su astucia habitual, comenzó a mover sus hilos sutilmente para ganar el control sobre el personal de la mansión. Observó cuidadosamente cada detalle y se dio cuenta de que tratar a las mucamas con amabilidad y generosidad sería clave para ganarse su lealtad. Así, implementó pequeños pero significativos gestos de aprecio. Les ofreció mejores condiciones laborales y, para sorpresa de todas, obsequió perfumes que le sobraron de uno de sus socios de negocios, el barón Barboun. Estos detalles no pasaron desapercibidos y, poco a poco, Damaris se ganó el afecto y la confianza de todos los que trabajaban en la mansión.

Durante la cena de la tarde, la familia se reunió alrededor de la majestuosa mesa de roble, adornada con elegantes candelabros y finas porcelanas. La luz de las velas parpadeaba suavemente, creando un ambiente cálido y acogedor. La conversación giraba en torno a diversos temas, pero uno en particular dominaba la velada: un posible matrimonio para Damaris.

- Creo que ha llegado el momento de considerar un buen partido para nuestra querida Damaris. -Dijo George, con su porte digno y su voz profunda resonando en la sala-

- Estoy de acuerdo, querido. -Respondió Astrid, con una sonrisa suave- Pero, por supuesto, permitiremos que ella tome la decisión final. Sus deseos siempre serán respetados.

Damaris asintió ligeramente, agradecida por el apoyo de sus padres. Jessy y Annie, sus damas de compañía de confianza, estaban presentes y se mantenían atentas a la conversación, brindándole su apoyo silencioso. Sin embargo, no todos compartían el mismo entusiasmo. Cristophe, apenas un niño de dos años, se removía inquieto en su silla. Su expresión, aunque infantil, reflejaba incomodidad y una falta de comprensión sobre la conversación.

- Damaris, cariño, ¿Puedes ayudar a tu hermano con su comida? -Pidió Astrid con suavidad, notando la inquietud del pequeño-

Damaris, con una sonrisa cariñosa, extendió su mano hacia Cristophe, quien, a regañadientes, la tomó. En ese gesto silencioso, Damaris le transmitió su amor y lealtad, asegurándole sin palabras que siempre estaría allí para él. Con paciencia, comenzó a ayudarlo a comer, mostrándole su apoyo y cariño incondicional.

- No te preocupes, Cristophe. -Dijo Damaris suavemente- Siempre estaré aquí para ti.

Cristophe, aunque no entendía del todo la situación, se relajó un poco al sentir la presencia de su hermana.

Jessy y Annie intercambiaron una mirada de complicidad, satisfechas al ver cómo Damaris manejaba la situación con su hermano menor. Ambas eran conscientes del rol vital que jugaban en la vida de su señora, y estaban dispuestas a apoyarla en todo momento.

La cena continuó, y las conversaciones se volvieron más ligeras y amenas. Hablaron de anécdotas pasadas, de planes futuros y de las pequeñas alegrías cotidianas. El ambiente en la mansión, ahora bajo el sutil control de Damaris, se llenaba de una mezcla de complicidad y armonía que solo ella podía orquestar. Las risas resonaban en el comedor, y por un momento, todo parecía perfecto.
























❨ En otro lado. ❩
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Penélope Judith, sentada en su lujosa sala de estar, recibió las actualizaciones del caso de Emma y su ejecución. La frustración se apoderó de ella al leer la noticia en el periódico. Con un movimiento brusco, lanzó la delicada taza de té contra la pared, rompiéndola en mil pedazos. Los fragmentos de porcelana se esparcieron por el suelo, y el té derramado formó un charco oscuro sobre la alfombra.

Su rostro, normalmente sereno y controlado, se deformó en una mueca de furia. Sus ojos verdes brillaban con un fuego peligroso mientras miraba con desprecio el periódico que tenía en las manos. La noticia de la ejecución de Emma y la creciente simpatía que Damaris Williams estaba ganando en la sociedad la llenaban de frustración y resentimiento.

Penélope comenzó a morderse la uña, un hábito que solo afloraba en momentos de máxima tensión. Sus pensamientos eran un torbellino de planes y estrategias. Sabía que si no actuaba rápidamente, Damaris seguiría ganando terreno y simpatía, amenazando su posición y sus ambiciones. Meditaba intensamente sobre la mejor manera de deshacerse de su rival sin levantar sospechas.

- Debo hacer algo o esa zorra terminará quitándome el puesto que tanto deseo. -Murmuró para sí misma, con un suspiro frustrado- Supongo que deberé matarla "accidentalmente". -Sonrió con maldad y miró a su sirvienta, Elena, que había estado observando desde la esquina de la sala- Llama al mayordomo.

- E-está bien, lady Judith. -Dijo Elena, temblando ligeramente, y se marchó rápidamente para cumplir la orden-

Unos minutos después, apareció el mayordomo, Thomas, con una postura rígida y profesional. Penélope lo examinó con sus ojos verdes, mientras su abanico ocultaba la mitad de su rostro. Una sonrisa malvada se asomaba detrás del abanico, prometiendo un plan siniestro.

- Quiero que me hagas un pequeño favor, Thomas. -Dijo Penélope, bajando el abanico ligeramente-

- Estoy a sus órdenes, lady Judith. -Respondió Thomas con una leve inclinación de cabeza, mostrando su lealtad y disposición-

- Excelente. -Susurró Penélope, con una mirada de determinación- Nos aseguraremos de que Damaris Williams no interfiera más en mis planes.

En ese momento, la puerta de la sala se abrió y entró Rosalía, la hermana mayor de Penélope, ahora casada con el conde Arthur Blackwood. Su elegancia y porte distinguido llenaron la habitación, y sus ojos observaban la escena con una mezcla de curiosidad y preocupación.

- Penélope, querida, ¿Qué sucede aquí? -Preguntó Rosalía, acercándose a su hermana menor-

- Rosalía, qué sorpresa. -Respondió Penélope, intentando recuperar la compostura- Solo estoy lidiando con un pequeño inconveniente.

- He escuchado sobre los problemas con Damaris Williams. -Dijo Rosalía, con una mirada seria- Arthur me ha comentado que la situación se está complicando.

- Así es, Rosalía. -Penélope asintió, sintiendo el apoyo de su hermana mayor- Pero estoy decidida a poner fin a esto. Con tu ayuda y la de Thomas, me aseguraré de que Damaris no sea una amenaza.

- Muy bien, Penélope. -Rosalía, consciente de las implicaciones, asintió lentamente- Sabes que siempre puedes contar conmigo. Hagamos lo que sea necesario para proteger nuestra posición.

Penélope se tomó unos momentos para calmar su ira y concentrarse en elaborar un plan meticuloso para eliminar a Damaris sin levantar sospechas. Con la ayuda de su hermana Rosalía y su leal mayordomo Thomas, comenzaron a orquestar un complot que se presentaría como una muerte accidental.

- Debemos ser muy cuidadosos -dijo Penélope, mirando a Rosalía y Thomas-. No puede haber margen de error. Nadie debe sospechar que estuvimos involucrados.

- Estoy de acuerdo, hermana. -Rosalía asintió, comprendiendo la gravedad de la situación- Pero, ¿Cómo planeas hacerlo?

- Thomas, necesito que te asegures de que todas nuestras acciones sean discretas. -Penélope se llevó una mano al mentón, pensativa- No debemos dejar rastro alguno.

- Por supuesto, lady Judith. -Respondió Thomas con una inclinación de cabeza- Tengo algunos contactos que podrían ayudarnos.

Penélope sonrió con satisfacción y comenzó a detallar su plan.






- - 🌷 - To be continue. . . ୭
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