━━「 𝗖𝗔𝗣𝗜́𝗧𝗨𝗟𝗢 𝟭𝟳 」━━
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Tiempo después, las inversiones que había realizado bajo el seudónimo de "Damosius" demostraron ser exitosas. Estas primeras inversiones fueron un hito importante en mi carrera, proporcionando no solo beneficios económicos, sino también una valiosa experiencia en el mundo de los negocios. Los retornos positivos me dieron la confianza necesaria para aventurarme en una segunda inversión. Decidí entablar negociaciones con el Barón Miles Borbuan, un hombre conocido por su astucia y habilidades comerciales. Después de varias reuniones y discusiones detalladas, logramos cerrar un acuerdo favorable que prometía ser beneficioso para ambas partes.
La primera inversión bajo el seudónimo de "Damosius" no fue simplemente una ganancia financiera, sino una afirmación de mi capacidad para operar en un mundo dominado por intereses poderosos y complejos. La aceptación del seudónimo y el éxito inicial allanaron el camino para mi segunda inversión. El Barón Miles Borbuan, cuya reputación lo precedía, se convirtió en un socio clave. Su astucia y habilidades comerciales eran legendarias, y no fue fácil conseguir una audiencia con él. Sin embargo, después de múltiples reuniones, charlas estratégicas y evaluaciones financieras, cerramos un acuerdo que prometía ser mutuamente beneficioso. Este acuerdo no solo incrementó mi confianza, sino que también consolidó mi posición en la esfera de las inversiones.
Durante este período, noté los sentimientos que Annie albergaba hacia él. Su dedicación y lealtad eran evidentes, y empecé a considerar una estrategia efectiva para integrarla más formalmente en mi equipo. Annie había demostrado ser una aliada indispensable, con una intuición natural para los negocios y una capacidad de trabajo que superaba las expectativas. Pensé en diferentes maneras de aprovechar sus habilidades y fortalecer nuestra alianza, asegurándome de que se sintiera valorada y parte integral de nuestro proyecto. Diseñé un plan para involucrarla en decisiones clave y hacerla partícipe de nuestras reuniones estratégicas.
Por otro lado, este mes ha sido particularmente molesto y agotador. Desde mi última reunión con Claude, no he tenido la oportunidad de verlo nuevamente. La falta de contacto directo con él me dejó inquieta, especialmente cuando la sociedad se vio sacudida por rumores escandalosos. Se decía que el Segundo Príncipe rompió su compromiso con Lady Penélope debido a su supuesta promiscuidad. Me sorprendió leer esa noticia en el diario local, ya que en mi vida pasada, el compromiso se rompió por el adulterio que Penélope cometió con el Príncipe Heredero. Ahora, la situación parecía ser distinta.
Supuse que mi intervención en ciertos asuntos pudo haber causado un cambio significativo. Esta posibilidad me preocupaba, ya que solo esperaba que el cambio resultara en un beneficio y no en un problema mayor. No deseaba revivir el mismo dolor del pasado, así que me enfoqué en mis proyectos actuales y en cómo avanzar con ellos. Mis esfuerzos por mantener una perspectiva positiva y enfocada eran constantes, incluso cuando el cansancio y la frustración amenazaban con superarme.
A pesar de todo, los planes seguían su curso. El Barón Borbuan me sugirió explorar nuevas oportunidades de inversión en prospectos prometedores. Consideré sus consejos y empecé a investigar posibles negocios que pudieran ofrecer buenos rendimientos y ayudar a expandir nuestra influencia. Esta exploración me llevó a descubrir varias oportunidades interesantes, desde empresas emergentes hasta proyectos de infraestructura que prometían buenos retornos.
Aun así, no podía evitar preocuparme por Claude. La incertidumbre sobre su bienestar me rondaba constantemente, y me encontraba preguntándome si estaría bien. Cuando me di cuenta de mis pensamientos, traté de rechazarlos y suspiré profundamente, intentando mantener mi enfoque en los objetivos y desafíos inmediatos. Sabía que debía mantenerme fuerte y centrada, tanto para mi propio bien como para el de quienes dependían de mis decisiones.
— ¡Señorita Damaris! -Exclamó Annie al entrar a la habitación y me entregó una carta- Ha llegado esta carta de la señorita Elisabeth, aclaró.
— Dámela, Annie. -Le pedí, y tomé la carta para leerla-
En algún punto mientras leía, dejé la carta a un lado y sonreí al compartir la felicidad de Elisabeth. Me preparé adecuadamente para su invitación y, cuando recibí la confirmación, me alisté para asistir a la residencia de mi amiga.
Al llegar, el carruaje se detuvo y estábamos a punto de bajar cuando fuimos recibidos por el marqués Connor. Pronto, apareció Elisabeth, y la emoción nos invadió a ambas, terminando en un abrazo efusivo. Después de los saludos y de adentrarnos en la mansión, tomamos asiento y noté la hospitalidad de la anfitriona de cabello rosado.
— No puedo creer lo atentos que son, les agradezco por su hospitalidad. -Dije, sonriendo-
— La señorita es la benefactora que permitió que Elisabeth y yo estuviéramos juntos. -Dijo Connor-
— Claro, el pañuelo para celebrar el cumpleaños de Damaris.
— (Eso fue planeado) -Pensé con una sonrisa tímida- No, claro que no... todo ocurrió gracias a que la señorita Elisabeth tiene habilidades excepcionales para el bordado.
— Eso es cierto, incluso en ese momento... era un pañuelo realmente magnífico, y no sabía a quién podía habérsele perdido. -Comentó el marqués Connor-
— Recuerdo que trabajé muy duro para que coordinara con Lady Damaris. Lo hice con mucho gusto y quería lo mejor para mi querida Damaris. -Dijo Elisabeth con emoción en su rostro brillante-
Las dulces palabras de su querida amiga Elisabeth dejaron a Damaris consternada, completamente desarmada por su sinceridad y calidez. La voz suave y firme de Elisabeth resonó en sus oídos, y la intensidad de su mirada atravesó cualquier barrera de reserva que Damaris pudiera haber mantenido. Nunca antes le habían hablado con tanta franqueza y afecto en un entorno tan solemne, y se encontró sin palabras, tratando de procesar la profundidad de los sentimientos de Elisabeth.
Los ojos celestes de Elisabeth, tan claros y llenos de una emoción genuina, reflejaban una mezcla de admiración y ternura. Mientras hablaba, Damaris podía sentir la honestidad en cada una de sus palabras, lo que hacía imposible desviar la mirada. Su mente se llenó de pensamientos confusos y emociones encontradas, sin saber cómo reaccionar adecuadamente a la situación.
El silencio que siguió a las palabras de Elisabeth parecía prolongarse eternamente, y aunque Damaris quería responder de manera apropiada, su voz simplemente no cooperaba. Finalmente, logró esbozar una leve sonrisa, esperando que Elisabeth pudiera percibir su gratitud y aprecio a través de ese gesto, aunque sus palabras permanecieran atrapadas en su garganta.
— Estoy feliz de conocer a alguien que me entienda y me reconozca. -Dijo, mirándome directamente- Si no fuera por ese pañuelo, no hubiera tenido la dicha de conocer a alguien tan especial. Mi felicidad es tan grande como mi amor por Dios, esta felicidad me la diste tú... muchas gracias.
— Espero... en verdad deseo que ambos sean felices. -Sonreí, contenta por primera vez en mucho tiempo-
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❨ Unos días después. ❩
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Pronto cumpliría 16 años y, aunque deseaba una celebración pequeña e íntima, mis progenitores se negaron rotundamente y decidieron organizar un evento más grande, digno de la alta sociedad. Resignada a su decisión, me limité a buscar un vestido adecuado para la ocasión. Recorrí varias boutiques, probándome diferentes estilos y colores, hasta que finalmente encontré uno que me hacía sentir especial y elegante.
En medio de los preparativos, con el ajetreo de las decoraciones y los arreglos florales, recibí dos cartas inesperadas. Para mi sorpresa, eran de Claude y Anastacius. Sus nombres en los sobres me causaron un leve sobresalto, y la curiosidad me llevó a abrir las cartas de inmediato.
Las palabras cuidadosamente escritas en los pergaminos revelaban que ambos príncipes solicitaban permiso para asistir a mi celebración. Sus mensajes eran corteses y formales, pero no pude evitar sentir una mezcla de nerviosismo y emoción al leer sus intenciones.
Las cartas pedían mi consentimiento para unirse al evento, lo que aumentaba la expectativa y el significado de la celebración. Sus solicitudes me tomaron completamente por sorpresa, y mientras procesaba sus palabras, trataba de imaginar cómo sería tener a dos figuras tan prominentes en mi cumpleaños.
— ¡Carajo...! -Suspiré y fruncí el ceño-
— Señorita Damaris, ¿Se encuentra bien? -Indagó Jessy con preocupación-
— Sí, por favor, tráeme lo necesario para responder las cartas. -Respondí, asintiendo-
— Está bien, señorita... -Contestó Jessy, aunque seguía inquieta-
Cuando Jessy me trajo lo que había pedido, me senté en mi escritorio y abrí el tintero, preparando la pluma. Con determinación, me puse a escribir las respuestas para Claude y Anastacius. Las palabras fluyeron con cuidado y precisión, expresando mi gratitud por sus atentas cartas y sus deseos de asistir a mi celebración. Sin embargo, también fui firme al rechazar sus solicitudes, ya que no quería causar una conmoción entre los invitados de mi fiesta. Sabía que la presencia de los príncipes podría desviar la atención y crear un ambiente incómodo.
Mientras escribía, el silencio de la habitación me permitía concentrarme en cada palabra. La luz de la lámpara de aceite iluminaba las hojas de pergamino, y el rasgueo de la pluma sobre el papel era el único sonido que me acompañaba. Al finalizar, releí cada carta para asegurarme de que el tono fuera el adecuado: respetuoso y agradecido, pero también claro en mi decisión.
Una vez satisfechas, coloqué las cartas en sobres delicadamente decorados y las sellé con cera caliente, usando mi sello personal para marcar el cierre. Observé con atención cómo la cera se enfriaba y solidificaba, creando un símbolo de mi familia que garantizaría la autenticidad de la correspondencia.
Con los sobres listos, me levanté y llamé a Jessy, quien estaba esperando pacientemente fuera de la habitación.
— Jessy, por favor, haz llegar estas cartas a sus respectivos destinatarios. -Le pedí, entregándole los sobres sellados- Por supuesto, señorita Damaris. -Respondió Jessy, tomando las cartas con cuidado. Podía ver la curiosidad en sus ojos, pero no hizo preguntas, consciente de la delicadeza del asunto-
Observé a Jessy salir de la habitación y me dejé caer en la silla con un suspiro. Había cumplido con mi deber de manera diligente, pero no pude evitar sentir una punzada de inquietud. Sabía que Claude y Anastacius no tomarían bien la noticia, y me pregunté cómo afectaría esto nuestra relación en el futuro.
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❨ Unos días más tarde. ❩
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La ceremonia de mi cumpleaños número 16 estaba finalmente lista. Las decoraciones estaban en su lugar, y la música suave llenaba el ambiente de una atmósfera festiva. La mayoría de mis amigas se habían reunido a mi alrededor, charlando y riendo, creando un círculo de alegría que me hacía sentir apreciada y querida. Incluso mi hermano, que generalmente prefería mantenerse al margen de tales eventos, se negó a separarse de mí, acompañándome en todo momento con una sonrisa que reflejaba su apoyo incondicional.
La velada transcurría sin mayores problemas. Los invitados se deleitaban con los manjares preparados para la ocasión y disfrutaban de las conversaciones animadas. Todo parecía ir de acuerdo al plan hasta que, en un momento dado, los príncipes de Obelia se presentaron de improviso. Su llegada inesperada causó un gran revuelo, dejando a los invitados sorprendidos y murmurando entre ellos.
Los dos hermanos, Claude y Anastacius, vestían a juego para la ocasión, sus elegantes trajes resaltaban su presencia imponente y distinguida. El contraste de sus atuendos coordinados con la decoración de la fiesta añadía un toque de sofisticación al evento. A pesar del shock inicial que sentí al verlos, me adelanté con decisión a recibirlos, ocultando mi sorpresa y actuando con naturalidad para que los demás no sospecharan nada inusual.
— Príncipe Heredero y segundo príncipe, sean bienvenidos. -Dije, mostrando sorpresa y haciendo una reverencia- Pero... ¿Podría preguntar a qué se debe su visita?
Claude, con su sonrisa burlona característica, aclaró su garganta antes de responder.
— He querido verla desde hace tiempo, señorita Damaris. -Aclaró su garganta y sonrió burlón- Después de todo, es una buena amiga mía y quería pasar a saludarla.
— Oh... pero su gracia... -Intenté responder, pero fui interrumpida por Claude-
Antes de que pudiera responder, Anastacius intervino, mirándome con una expresión cálida.
— También considero a ella una amiga y he venido a saludarla.
— (Malditos...) -Pensé, notando una vena en mi frente. Suspiré, rindiéndome y fingiendo una sonrisa- Solo me tomó por sorpresa que dos figuras tan destacadas del imperio se presentaran en mi pequeña fiesta.
— No hay problema. -Dijo Anastacius-
Anastacius se acercó con una elegancia innata, su porte majestuoso atrayendo todas las miradas a su paso. Con una ligera inclinación de cabeza, le indicó a su sirviente que me entregara el obsequio que había traído. El sirviente, con sumo cuidado, sacó un pequeño cofre adornado con intrincados detalles dorados y lo presentó ante mí.
Con curiosidad y un poco de nerviosismo, abrí el cofre y descubrí un hermoso colgante. El diseño era exquisito, con piedras preciosas que reflejaban la luz de las lámparas creando destellos de colores. Reconocí al instante el colgante como el mismo que había mencionado en una conversación anterior con Anastacius. En esa breve charla, le hablé de un collar en particular que me costaba conseguir, uno que había visto solo en imágenes y que parecía casi imposible de obtener.
Dirigí mi mirada hacia Anastacius, encontrándome con sus ojos llenos de una suave calidez. Su expresión era tranquila, pero podía ver el orgullo y la satisfacción en su rostro al notar mi sorpresa y alegría. Sonreí sinceramente, sintiendo una mezcla de agradecimiento y admiración hacia él. Este regalo no solo era especial por su belleza, sino también por el significado personal que llevaba consigo.
El gesto de Anastacius me dejó avergonzada por un momento, consciente del esfuerzo y la atención que había puesto en encontrar algo tan significativo para mí. Su generosidad y consideración me conmovieron profundamente, y aunque las palabras parecían insuficientes, traté de expresar mi gratitud de la mejor manera posible.
— Espero que le guste, lady Williams. -Sonrió cálidamente-
— Gracias, su alteza. -Mis mejillas se sonrojaron levemente y él pudo notarlo-
— Me da gusto verla feliz.
De repente, Claude tosió discretamente, captando la atención a su alrededor. Con pasos seguros y elegantes, se acercó a nosotros, llevando en una mano una rosa de tulipanes perfectamente florecida y en la otra una pequeña caja de terciopelo. La rosa, con sus pétalos suaves y delicados, emanaba un aroma sutil que llenaba el aire a su paso.
— Esto es para usted, lady Damaris. -Dijo Claude, su voz resonando con una mezcla de formalidad y cercanía-
(Imagínense que son solo los aretes del centro)
Extendí mi mano para recibir la rosa y la pequeña caja. Al abrir la caja, descubrí unos hermosos aretes que brillaban con la luz de las lámparas. Eran sencillos pero elegantes, exactamente del tipo que me gustaba. No pude rechazar su generoso obsequio y los acepté con gratitud.
Mientras lo hacía, noté algo inusual en Claude. Sus mejillas estaban ligeramente coloradas, un rubor sutil que contrastaba con su habitual compostura. Además, evitaba mi mirada, apartando sus ojos de los míos como si estuviera incómodo o nervioso. Esta reacción inesperada me dejó intrigada, pues nunca antes había visto a Claude tan vulnerable.
— (¿Qué raro?) -Pensé- (Nunca antes había apartado la mirada de esta manera desde que nos conocimos.) -Sonreí un poco divertida, tratando de molestarlo- Muchas gracias, su majestad... Claude~ -Susurré lo último antes de ser interrumpida por los lloriqueos de mi hermano-
Finalmente, la fiesta transcurrió sin inconvenientes. A medida que la noche avanzaba, los invitados comenzaron a relajarse y disfrutar del ambiente festivo. Las conversaciones fluían con facilidad, y las risas llenaban el aire, creando un ambiente cálido y acogedor. Los invitados se acostumbraron gradualmente a la presencia de los príncipes imperiales, Claude y Anastacius, quienes, con su carisma y cortesía, lograron integrarse en la celebración sin causar mayores alteraciones.
La música y el baile continuaron, y los príncipes, aunque inicialmente sorpresa, se convirtieron en parte del encanto de la noche. Algunos invitados aprovecharon la oportunidad para interactuar con ellos, fascinados por la rareza de compartir una velada tan íntima con figuras tan prominentes del imperio. La tensión inicial dio paso a una aceptación general, y la fiesta se desarrolló en un ambiente de camaradería y alegría.
Al concluir la celebración, cuando las velas comenzaron a extinguirse y la música se suavizó, todos empezaron a retirarse. Los invitados, satisfechos y con sonrisas en sus rostros, se despidieron con gratitud. Tanto Claude como Anastacius se acercaron a mí para despedirse. Con gestos de respeto y palabras amables, expresaron su agradecimiento por haberles permitido asistir a mi fiesta, asegurando que había sido una velada memorable.
Mientras los observaba marcharse, una mezcla de emociones me invadió. Sabía que su presencia había dejado una impresión duradera en todos, y no podía evitar preguntarme qué efectos tendría en el futuro. No obstante, esa noche había sido un éxito, y me sentí aliviada de que todo hubiera transcurrido sin problemas.
— (Ahora sin duda correrán rumores sobre mí y los dos príncipes) -Pensé, decepcionada- (Quería evitar involucrarme con ellos, pero parece que es imposible.)
— Damaris. -Hablo una persona-
Escuché la voz de mi padre resonar en el aire, llamándome suavemente. Me volteé para verlo, encontrándome con sus ojos preocupados. Su mirada reflejaba una mezcla de ansiedad y ternura, y pude sentir la gravedad de sus pensamientos incluso antes de que pronunciara una sola palabra.
Su rostro, habitualmente sereno, mostraba una línea de preocupación en la frente, como si una sombra hubiera pasado sobre su espíritu. Sabía que había estado observando todo lo que ocurría durante la fiesta, cuidando de mí en silencio, y ahora parecía que no podía contener más sus inquietudes.
El brillo en sus ojos me recordó todos los sacrificios y esfuerzos que había hecho por nuestra familia, y en ese momento, me di cuenta de cuánto significaba para él verme feliz y segura. Su preocupación era palpable, y aunque no había dicho nada todavía, el peso de su mirada comunicaba más de lo que cualquier palabra podría expresar.
Me acerqué a él, intentando ofrecerle una sonrisa tranquilizadora, esperando que pudiera calmar sus temores. La conexión entre nosotros era fuerte, y su bienestar siempre había sido una prioridad para mí, al igual que el mío lo era para él. En ese instante, supe que íbamos a tener una conversación importante, una en la que trataríamos de encontrar consuelo y entendimiento en medio de las circunstancias que nos rodeaban.
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