Capítulo 8. La Práctica De Fútbol
Querido diario...
Siento como si alguien me hubiera golpeado con una pala, quitándome todo mi aliento para así tirarme al suelo y golpearme constantemente. Estoy adolorida en muchos aspectos, tanto física como emocionalmente.
La noche del cometa fue espléndida si tengo que referirme al cometa en sí. He de admitir que fue una visión majestuosa de la cual puedo decir con orgullo que yo pude presenciar. Es algo que todo artista mataría por poder ver. Un autor estaría dispuesto a ir al infierno con tal de poder escribir un libro al respecto, un bailarín daría todo de sí para representar al cometa en una coreografía, un compositor soñaría mil noches con una canción donde pudiera expresar lo que sintió al verlo, mientras que un pintor pasaría sus noches en vela para plasmar su belleza en lienzo. Lamentablemente yo soy una aficionada a todo esto, así que claro que entiendo estos sentimientos, por qué yo haría todo esto.
Tristemente, mi noche mágica se convirtió en una pesadilla lentamente, hasta que el sol volvió a asomarse en el horizonte apenas y ya no hubo rastro alguno del cometa.
Pensé que podría arriesgarme con Stefan. Estúpidamente creí que, tras tener un momento con él a solas afuera del Grill, había una conexión entre los dos. Fue como si mi corazón jurara a los cuatro vientos que Stefan Salvatore era alguien a quien yo no había esperado, pero que necesitaba en mi vida. Escuché a mi papá y a Cedric, tomé el riesgo de ir en su búsqueda y averiguar de una vez por todas si era algo real lo que yo alegaba sentir o solo una imaginación mía. Creo que al final de todo yo estaba errónea. Bueno, no del todo, porque yo si tenía razón en algo, y era en que Elena y Stefan se aman.
Como una lectora, vi a la distancia como los dos enamorados se besaban a la luz de la luna con la suficiente intimidad para hacer de ello un beso memorable y un tanto romántico. Vi cómo él era tan cuidadoso con ella. Sentí ese fuego del amor creciendo entre los dos, así como también pude ver como Stefan la trataba con tanto afecto y devoción. Como si quisiera besarla por siempre, pero también temeroso de llegar a romperla como si fuera de porcelana. En realidad, mientras que él la cuidaba, mi corazón era el que se rompía.
No supe cuánto tiempo me quedé ahí, mirándolos a la distancia, hasta que vi como ella era la primera en separarse para tomar un poco de aire. Me bastó con ver la sonrisa de Elena como para saber que yo no tenía nada que hacer ahí, que no era bienvenida, así que me fui. No sé cómo, pero logré caminar de regreso a casa. Mi papá ya estaba dormido, así que me fue fácil meterme a la cama sin tener que verlo a la cara y tener que mentir. Ya era malo que él me diera consejos sobre el amor, no quería que él me viera acongojada por un corazón roto.
Creo que lo que me hace sentir más miserable es que me alegro por Elena. En una extraña forma estoy feliz porque ella sea feliz con Stefan. No sé cómo es posible, pero así es.
Pensé que al cerrar los ojos apenas y mi cabeza tocase la almohada lograría escapar del dolor, de la humillación que sentí, pero no fue así. Estuve lejos de tener lo que se puede llamar un sueño reparador.
En algún punto de la noche me vi a mí misma fuera de mi cama. Sentí como mis pies eran arrastrados por el suelo cubierto de lodo y hojas muertas, aunque me era difícil de saber por dónde iba, ya que el cielo nocturno estaba completamente nublado, haciéndome imposible ver la luz de la luna o de alguna estrella. El viento golpeaba mi cara como su fuese un látigo. Rápidamente entendí que estaba siendo arrastrada por lo que parecía ser el bosque de Mystic Falls, pero el problema fue que me percate de que no era a mí a la que arrastraban.
Solo recordarlo hace que me duela la cabeza. Tenía un largo vestido cubierto de suciedad. No sé si era por el lodo por el que estaba siendo arrastrada o porque debí de haber salido de algún lugar que no estaba sanitizado. Me sentía un poco más alta, y aquel no era mi cabello, lo sé por qué en el sueño era de un color pelirrojo, el cual no era tan rojizo como el fuego, pero tampoco tan claro como para ser rubia. Era como un color entre estas dos tonalidades descritas.
Aunque me consta que yo no era la del sueño, estaba viviéndolo como si fuera la piel de alguien más. Vi cómo me llevaban a una especie de escenario, el cual era una hoguera en realidad. Ataron mis manos para impedir que me escapase, y escuché a la lejanía los gritos de éxtasis alzándose con furia cuando el fuego empezó a consumir la madera que había bajo mis pies.
Todo fue tan rápido. Me sentí embriagada por las emociones de la desesperación, el miedo, la incertidumbre; y luego vino el dolor. Fue un dolor tan agudo que sentí que mi corazón en verdad se estaba rompiendo dentro de mi pecho, que alguien le estaba prendiendo fuego y mientras esto sucedía era como si yo cayera en un largo y eterno vacío, estando completamente sola sin que nadie pudiera ayudarme, nadie que me sostuviera al caer.
Y fue en medio de esa sensación de estar cayendo cuando sucedió. Fue como si todo ese dolor saliera de mi en un temible huracán color escarlata, y consumió a la multitud que quería verme morir quemada, demostrando que el fuego en realidad era lo más inofensivo.
Entonces desperté. Desperté totalmente bañada en sudor y sintiendo el corazón se me iba a salir por la garganta. Fue solo un sueño, lo sé, pero eso no me quita la sensación de que fue como si fuera algo real. Estoy segura de que solo se debe a la fiebre.
Así es. Como si anoche no hubiera sido suficiente para mí, la leucemia decidió atacar, manifestándose a través de fiebre y cuerpo cortado. He aquí el por qué siento que apalearon mi cuerpo.
El doctor me advirtió de que tendría días buenos, días malos, y otros terribles, y estos últimos parecer a los malos como una caricia de bondad. He de admitir que sé que pudo ser peor, pero eso no quita la sensación de que le siento fatal. Mi piel se siente caliente pese a que tomé una ducha y tomé mi medicamento y una dosis extra para aliviar la fiebre.
No puedo decirles a mis padres que estoy mal. Mi madre entraría en pánico, y ella se está adaptando a ser sheriff del pueblo. Sé que ella no lo dice, pero también es difícil el tener que adaptarse otra vez a la vida de pueblo. Y mi padre, por su parte, si sabe que hoy tengo un mal día estaría peor que mi mamá, no sabría qué hacer y lo último que quiero es llegar a la escuela con él llevándome de la mano como si tuviera cinco años.
Es mi primera semana en Mystic Falls, no quiero arruinar la experiencia para mis padres, así que lo mejor será guardar silencio por hoy, y tal vez así mis gritos internos de dolor físico puedan darles una excusa a los gritos de vergüenza ante mi orgullo herido por lo sucedido con Elena y Stefan. Tendré que verlos hoy, y no sé si estoy preparada para ello sabiendo que yo fui testigo indeseado de lo que fue su primer beso.
Lo único que me deja intranquila es el sueño que tuve. Todavía puedo sentir aquella sensación gélida en mi interior, como si estuviera completamente vacía y mi corazón dejase de latir. Si cierro los ojos, sigo escuchando en lo profundo de mi mente el grito desgarrador de aquella mujer, lleno de agonía y desolación, seguida de la cegadora luz escarlata.
—Cora ¿estás bien?
La rubia apartó su vista de la ventanilla del auto y miró un tanto sobresaltada a su padre, quien estaba buscando donde aparcar. Cora le había pedido que a partir de ahora quería que la dejase frente a la escuela sin necesidad de buscar donde estacionarse, ya que no sólo él perdía tiempo para ir a su trabajo, sino que además no quería recibir comentarios como que era la única que necesitaba que su papá la llevase aún a la escuela. Ella no sabía conducir, cierto, pero era porque su mamá se oponía a dejarla ante el volante. Y ahora que sentía el cuerpo cortado entendía los alegatos que presentó su madre al respecto. Le estaba siendo muy difícil mantener los párpados abiertos sin sentir como éstos le punzaban.
—Si ¿por qué la pregunta?
—Bueno, Britney Spears acaba de cantar en la radio y tú ni siquiera te inmutaste. Amas a Britney, cantas sus canciones cada vez que las escuchas ¿qué sucede?—entonces chasqueó sus dedos apenas y se detuvo a cuarenta metros de distancia de donde estaba la preparatoria y miró por encima de su hombro a su hija—. Oh, espera, ya sé.
Cora tensó sus hombros y miró un tanto apanicada a su papá, más no dijo nada que pudiera comprometerla.
—Es por ese chico.
La rubia casi se atragantaba con su respiración al oírlo decir eso, pero, si bien ella no quiso anoche hablar con su papá sobre ese asunto, sabía que era preferible contarle al respecto ya que sí no lo hacía él sospecharía que se debía a su salud el por qué se veía mal.
—Tuvimos algo anoche. Una clase de momento—suspiró—. Media hora después, gracias a mis consejos, Elena se arriesgó y se besaron.
—Hija. Lo siento mucho.
—Yo soy la única culpable en realidad—musitó con un encogimiento de hombros—. Le dije a Elena que no lo dejase ir, que si lo hacía feliz le diera una oportunidad para que ella pudiera ser capaz de ser feliz después de tanta tristeza—cerró sus ojos e inclinó su cabeza hacia atrás para así estamparse contra el respaldo del asiento—. ¿Por qué dije eso? Elena me agrada, no soy capaz de sentir los celos suficientes como para desearle que se caiga de un puente o se rompa una pierna. De solo sugerir que puedo pensar eso me siento una terrible persona.
—Por qué eres buena persona—señaló él con una media sonrisa—. Y no lo digo porque soy tu padre. Lo digo porque es verdad. Eres incapaz de desearle el mal a alguien.
—Me siento fatal—sintió como su corazón se oprimía en su pecho al decir lo siguiente, porque también era una verdad que ella quiso ignorar anoche—. Pero también un poco aliviada porque Stefan y Elena estén juntos. Así no tendré que mentirle a él en la cara que estoy sana. No sería capaz de hacerlo.
—Cora, no puedes recluirte—le dijo él, hablándole con gentileza y casi con una súplica en su mirada—. Debes confiar en alguien. Tu mamá y yo siempre estaremos para ti, pero también debes considerar la opción de tener a alguien más para apoyarte en caso de que surjan inconvenientes en nuestros trabajos y no podamos ir a tu lado inmediatamente.
—Lo sé—hizo una mueca y miró nuevamente por la ventana para ver cómo sus compañeros de clase caminaban por el campo de fútbol para saludar a sus respectivas amistades—. Pero debo confiar, y para eso debo conocer a las personas, y eso implica arriesgarme. Estoy dispuesta en hacer eso último, pero, por ahora, no confío en nadie, no lo suficiente como para saber que si le confieso mi estado de salud. No quiero que estén encima de mí. Estoy enferma, pero no soy una flor delicada que se va a marchitar solo porque me descuiden un minuto. Quiero una amistad, no alguien que sea mi enfermera o enfermero. Eso sería peor que estar internada.
—Estoy seguro de que encontrarás a esa persona—chasqueó la lengua—. Me dijiste que hablaste con Jenna Sommers ¿por qué no intentas acercarte más? Ella no estudia contigo, las dos parecen llevarse bien, y, a mi parecer, creo que las dos pueden completarse si intentas conocerla más.
—Creo que puedo intentarlo—frunció su ceño—. Jenna me dijo, a través de Elena, que era bienvenida en su casa. Creo que debería aceptar aquella invitación.
—Me parece una espléndida idea—contestó él solo para después vacilar—. Tú madre no tiene que saberlo, no por ahora. Ella está ansiosa con la idea de que tengas amigos, y si sabe que tu posible amiga es mayor de edad...
—Enloquecerá—completó ella la oración y enarcó su ceja. El día en el que su mamá no mostrase esa actitud sobreprotectora con ella, sería el día en el que Cora no sabría si alegrarse o preocuparse—. No te preocupes. Si las cosas funcionan, yo misma le diré. Se pondría más feliz que un pájaro.
Dando así por finalizada su conversación, Cora abrió la puerta del asiento trasero donde ella iba y se despidió de su padre para así emprender camino hacia el gran edificio.
Se desvío un poco de la entrada para así sacar de su mochila la hoja donde tenía anotado su horario. Todavía no estaba del todo familiarizada con las clases que me tocaban, y algunas veces las clases cambiaban de hora. Era un poco fastidioso, pero esperaba poder acostumbrarse lo antes posible.
—Hola extraña.
Una sonrisa cruzó por sus labios apenas y escuchó esa voz que ya se estaba haciendo más familiar para ella y se volvió hacia el sonriente chico pelirrojo de ojos color avellana.
—Hola Archiekins. —saludó burlesca, y él bufó, pero su sonrisa no se borró.
—¿También lees historietas? Cielos ¿qué haces en tu tiempo libre? Déjame adivinar—chasqueó los dedos—. Lees comics.
Cora lanzó una carcajada y volvió a acomodar su mochila tras su espalda para así encogerse de hombros y mirar a los ojos a Cedric, quedándose así ambos bajo la sombra del árbol donde ella se había posicionado.
—¿Cómo supiste?
—Intuición de alguien que creció también rodeado de libros.
Cora volvió a reírse para luego asentir con su cabeza.
—En realidad si leo comics, pero no le digas a nadie. Es mi gusto culposo.
—¿Algún superhéroe en especial al que sigas? Tal vez tenga algunos números coleccionables en mi estantería que te pueden interesar.
—Dos héroes y un antihéroe. Black canary, Batman y Loki. Sé que la primera es compañera de Green Arrow, pero la admiro demasiado, aunque muchos prefieren a Wonder Woman o Supergirl.
—Oh. Te gustan los chicos malos—chasqueó la lengua—. Interesante.
—Creo que compenso eso con mis gustos literarios—dijo con una suave y delicada risa que era como escuchar el dulce canto de un ruiseñor, el cual llegó a oídos de Stefan Salvatore, quien estaba a espaldas de Cora hablando con Elena. El chico ojiverde tuvo que carraspear, fingiendo que tenía reseca la garganta, para así concentrarse en la voz de Elena—. Por cierto, me quedó una incógnita ayer con respecto a tu prima—dijo entonces la joven rubia—. ¿Ustedes dos se llevan más o menos con la edad?
—Seis meses de diferencia.
—Oh. Y ¿ella vive aquí?
—Lo hace. Pero sus vacaciones se extendieron más de la cuenta. Tengo otra prima que es bastante intensa, por decir así, y es mayor que nosotros. Ella invitó a Ava de vacaciones a Inglaterra y, por lo que entendí, se equivocó con respecto a la fecha de los boletos para viajar de regreso a América—suspiró—. Emma, mi prima mayor, es algo distraída la mayor parte del tiempo, y no es mucho de pensar en el pasado o futuro. Solo vive el ahora. Como supondrás, eso se ve reflejado en sus tarjetas de crédito.
—Suena como si fuera una persona bastante energética.
—No tienes idea—dijo en voz baja—. Cuando se estrenó la segunda cinta de la trilogía precuela de Star Wars Emma me llevó a sacó de aquí para llevarme a Nueva York y ver la cinta. Yo tenía como unos nueve años, aproximadamente. Recuerdo bien que a mitad de la película ella empezó a gritarle a todo pulmón a la pantalla «¡el emperador está ante ustedes, jedis idiotas! ¡Están ciegos! Vader tenía razón al volverse al lado oscuro!» Creo que no hace falta decir que nos sacaron de la sala.
—No te creo. —dijo Cora ya en un ataque de risa que tuvo que esconder al llevar sus manos hacia su boca para intentar disimular.
—Espera, que la peor parte no llega.
—¿Hay más?—pregunto ella con una exclamación, pero su risa seguía sin disminuir.
—Estábamos afuera, bajo la lluvia, y pedimos un taxi. Nos subimos ahí para ir de Brooklyn a Manhattan. Literalmente estábamos en el puente, a la mitad, cuando ella exclamó con sobresalto que no tenía dinero en efectivo. El taxista, furioso, nos exigió bajarnos de ahí y tuvimos que volver al hotel de pie. Al día siguiente me enfermé, pero ella estaba fresca como una lechuga. Desde ese día le pido que, si quiere sacarme de Mystic Falls, no quiero ir a ciudades grandes como Nueva York o Miami. Mucho menos Los Ángeles. Ella pone un pie ahí y los meten a la cárcel como se le ocurra visitar a algún famoso—frunció su ceño—. No sé cómo Ava aceptó que la llevara hasta el otro continente. No me sorprende que por razones ilógicas Emma la obligue a nadar por el río Támesis.
—Me imagino que Emma no vive en Mystic Falls.
—No. Ella creció en Londres y vive desde siempre ahí. Mis tíos fallecieron hace poco, y ella quiso entrar en más contacto con nuestra familia. Yo vengo de la familia Williams, ella de la rama Lewis, mientras que Ava proviene de la rama familiar Sulez—agrandó aún más sus ojos—. Como puedes ver tengo mucha familia, y demasiadas historias por contar.
—Me consta.
Cedric en ese momento vio algo por encima del hombro de Cora, y la muchacha rápidamente se volvió para seguir su mira y encontrarse con Matt y Tyler, quienes parecían estar jugando con el balón de fútbol americano y veían atentamente a Stefan y Elena, quienes conversaban tranquilamente, estando totalmente ajenos ante las miradas maliciosas que Tyler les dedicaba.
Si bien era un tanto difícil ver como Elena sonreía de forma cálida con Stefan cercas suyo, Cora no tuvo tiempo para siquiera procesar los sentimientos que le generaba al ver a aquella pareja, pues en esos momentos Tyler le arrebató a Matt el balón y fijó una nueva ruta, lejos del grupo de chicos con los cuales estaban jugando.
Los ojos de Cora se abrieron como platos y llevó inconscientemente su mano izquierda hacia su boca para ahogar un grito, mientras que Matt y Cedric le gritaban a Tyler.
—¡Tyler! ¡Dame eso!
—¡Lockwood!—llamó Cedric un tanto iracundo, ya que el balón iba a golpear a Stefan en la cabeza.
O al menos eso habría sido, de no ser porque Stefan tuvo unos reflejos extraordinarios por los cuales cualquier jugador profesional hubiera matado por obtener, y así fue como atrapó con agilidad el balón. Sin titubear, el ojiverde se lo devolvió a Tyler con tal fuerza que el chico lo atrapó dando unos pasos hacia atrás por la velocidad con la que viajó aquel balón.
Un suspiro de alivio se escapó de los labios de la rubia seguido de una sonrisa de satisfacción ante la reacción de Tyler. Pero Cedric, más que aliviado, parecía decepcionado y preocupado por algo.
—Te lo dije: es un imbécil—murmuró—. Ahora Salvatore es su nuevo objetivo, y no lo dejará en paz hasta hacer que se deje dominar por él.
—Que lo intente. —replicó ella con frialdad, fulminando con la mirada a Tyler y caminó junto a Cedric hacia el interior de la escuela, dejando tras de ellos a varios alumnos que empezaban a susurrar entre ellos lo que había sucedido.
Resultó ser que ambos chicos tenían clase de historia, por lo que esta vez decidieron sentarse juntos. Ella en la última fila en el penúltimo asiento y él detrás suyo. Ambos charlaron un poco más acerca de la clase de literatura, donde Cedric decía que lo más seguro era que les harían leer algún clásico corto para después empezar con la artillería pesada tal y como eran la divina comedia o Guerra y paz. No fue hasta que inició la clase cuando ella se giró nuevamente al frente solo para ver que a dos asientos delante de ella en la fila de al lado estaba Stefan, mirándola de soslayo. Ambos rápidamente apartaron la mirada del otro y Cora contuvo el aliento. ¿Qué estaba sucediendo?
Como si esto fuera poco, justo al lado de Cedric, sorpresivamente estando lejos de Elena, se encontraba situada Bonnie, y Cora se sintió un tanto ansiosa cuando reparó de que la morena hacía todo lo posible por evadir a Stefan, Elena y a la misma rubia ojiazul. Quería pensar que tal vez eran los efectos secundarios de la fiebre, pero aquel día estaba tornándose poco a poco un tanto extraño como inquietante.
Y el día no hizo más que tornarse cada vez más peculiar cuando el señor Tanner cruzó aquella puerta para dar inicio con la clase, donde Stefan y Elena no dejaban de lanzarse miradas y de vez en cuando ella se inclinaba hacia donde él estaba para susurrarle algunos comentarios respecto a algo con relación a aquella noche, o respecto al equipo de fútbol.
La clase era un caos. Aquellos enamorados mirándose a cada cinco segundos, Cora lanzándoles miradas furtivas mientras que tenía que lidiar con un repentino calambre en sus manos que la hacía formar una que otra mueca de dolor, mientras que Bonnie trazaba varios garabatos en su cuaderno y con Matt mirando como un cachorro herido a los dos nuevos tortolos de la clase.
Y para coronar aquella clase como la más caótica del momento, el profesor Tanner se percató de todo esto y posó su mirada en la rubia ojiazul, quien para su desgracia tenía una mueca formada en sus labios mientras buscaba como aliviar el dolor de sus dedos que repentinamente sintió como si alguien le estuviera clavando agujas.
—Señorita Beckham—la llamo con tal desdén que ella alzó un tanto sobresaltada su mirada y le miró con el ceño fruncido ¿que había hecho ella para merecer aquello?—. ¿En qué año empezó y terminó la revolución francesa?
La mayor parte de la clase había revivido de su aburrimiento, así como un grupo de chicas dejó de pasarse mensajes por papeles entre sí, para mirar a Cora y al profesor Tanner. La rubia instintivamente irguió su postura y sintió como su corazón comenzaba a latir de forma incontrolable en su pecho. ¿La revolución francesa? ¿No pudo pedir el año de la batalla de Yorktown, o quienes participaron? Apenas y sabía la historia de Estados Unidos, no sabía la de Francia.
No obstante, cuando ella estaba por decir que no sabía la respuesta, una suave voz le susurró en un rincón alejado de su mente dos fechas: Mayo de 1789 y Noviembre de 1799.
Fue como si alguien le hubiera lanzado un cubo de agua helada a su espalda y la dejase completamente pasmada, incapaz de articular una palabra por miedo de llegar a emitir algún grito. Esa no era su voz la que le habló en su mente.
—La revolución francesa dio comienzo el 5 de Mayo de 1789 y finalizó el 9 de Noviembre de 1799. —respondió la suave y calmada voz de Stefan, salvando así a Cora, pero fue ahora él quien tuvo a Tanner encima suyo. El profesor no se veía nada complacido por siquiera escuchar hablar a Salvatore.
—Gracias, señorita Beckham. —respondió sarcásticamente Tanner, y la rubia apretó sus labios en una fina línea. Aquella voz que le habló en su mente lo hizo casi en un susurro, pero se escuchó clara y firme. Y lo más espantoso de todo era que la respuesta que le dio a Cora era correcta.
Cora vio de reojo como Bonnie miraba un tanto consternada como recelosa a su cuaderno, como si este le hubiera contado un secreto, cosa que era imposible considerando que ella era la única que estaba escribiendo en él. La ojiazul estaba por inclinarse sobre su asiento para preguntarle a la morena si todo estaba bien, cuando en ese momento la voz de Tanner se alzó por todo el salón, mirando un tanto altanero a Stefan.
—Muy bien, señor Salvatore—pronunció su apellido con desdén, y el ceño de Cora se frunció—. La caída del muro de Berlín.
—1989—respondió impasible el ojiverde, sin dejarse llevar por el comportamiento tan desubicado del señor Tanner—. Soy bueno con las fechas.
—¿De verdad?—Tanner empezó a aproximarse por el frente hacia el asiento donde estaba Stefan—. ¿Qué tan bueno? Ley de los derechos civiles.
—1964.
—Asesinato de John F. Kennedy.
—1963.
—Martín Luther King.
—1968.
—María Antonieta.
—1793.
—Alexander Hamilton.
—1804.
—Caída del imperio Otomano.
—1922.
Cora sabía que el profesor estaba saltando de época y nación para confundir a Stefan, pero él respondía su titubear y sin siquiera inmutarse ante Tanner quien avanzaba cada vez más hacia su asiento, claramente desafiándolo hasta que uno de los dos cediera.
¿Es que acaso un profesor tenía permitido hacer eso?
—Inicio de la gran depresión.
—1929.
El salón se había sumergido en un silencio sepulcral que todo lo que se oía era la demencia de Tanner contra la voz serena y firme de Stefan. Era evidente que todos querían que ganase el enfrentamiento el chico nuevo, porque así Tanner quedaría como el imbécil que era. ¿Cómo es que un profesor tenía la poca vergüenza de enfrentarse a un alumno de aquella forma? No sólo era algo irresponsable, sino peligroso para Stefan.
—Brown contra Board.
—1954.
—Guerra de Corea.
—Desde 1950 hasta 1953.
—¡JA!—tanto Cora como el resto de la clase dieron un respingo en sus lugares ante aquel grito de burla como de victoria que dio Tanner y señaló a Stefan con su dedo índice, como si lo estuviera acusando de algún delito y quisiera llevarlo con eso a la ahora prohibida guillotina—. Terminó en 1952.
Como si esto sentenciara así la derrota de Stefan y la victoria de Tanner, el profesor se volvió hacia su escritorio con aire triunfal y todos los alumnos se miraron entre sí. Pero Cora no pudo pensar siquiera en el comportamiento reprochable de su profesor de historia, ya que a ella vino nuevamente esa voz, provocándole una sensación de frialdad por todo su cuerpo.
«Finalizó en 1953.»
Cora escuchó atentamente a la voz, y tragó saliva con dificultad, pero esta vez no se contuvo. Un tanto segura de su repuesta, Cora alzó su mentón y dijo con voz alta y clara como para que toda la clase la escuchase:
—En realidad, señor Tanner, terminó el 27 de Julio 1953—enarcó en un perfecto arco su ceja derecha—. Duró un año, con un mes y dos días.
El señor Tanner miró a ambos chicos como si fueran los alumnos más problemáticos, por no decir que tal vez eran las dos personas que él detestaba más en Mystic Falls. Cora se sintió un poco intimidada por esto, especialmente porque había ahora una voz en lo más profundo de su mente que sabía de historia cuando ella apenas y se podía memorizar la de Estados Unidos. Pero esto no la hizo siquiera apartar su mirada azul de Tanner y mirarlo detenidamente. Stefan había intervenido por ella, lo justo es que ella hiciera lo mismo por él. Sobre todo, si Tanner tenía esta urgencia de tenerle manía a sus alumnos. Mejor que fueran ellos dos a que sólo Stefan.
Viendo cómo los demás estudiantes sonreían burlescos hacia el maestro, éste les lanzó miradas fúricas a cada uno de ellos.
—Búsquenlo. Rápido. —espetó, indignado y todos empezaron a buscar en sus libros y apuntes, mientras que otros revisaban en sus celulares, sin tener miedo ahora a que Tanner se los confiscara. Tanto Cora como Stefan esperaron pacientes, pero evitaron mirarse. Bastantes problemas tenían como para cometer la imprudencia de compartir una sola mirada. Tanner pensaría que debían estar burlándose de él o algo peor.
Cora contuvo el aliento. No podía creer que un docente fuera tan obstinado y soberbio como aquel hombre. ¿Es que no soportaba a Stefan por qué sabía de historia más que él, o simplemente por qué no lo dejaba torturar a otros alumnos al saber él todas las respuestas?
Finalmente, un chico de la primera fila encontró la respuesta en su celular y se la comunicó al señor Tanner con aire triunfante, como si estuviera transmitiendo un mensaje de victoria para toda el aula.
—Fue en 1953.
Dicho esto, el salón se llenó de aplausos dirigidos hacia ambos chicos y miraron triunfantes a Tanner. Cora sintió la suave y gentil palma de la mano de Cedric sobre su espalda seguido de un susurro de felicitación para ella, pero la rubia apenas y consiguió sonreír. No sentía que ella se mereciera aquellas palmas, no cuando se sentía intranquila por aquella repentina voz que apareció en su cabeza.
Solo esperaba que fuera un efecto secundario de la fiebre o de la medicina que ella tomaba.
—Eso fue más histórico que la historia en sí. —decía Cedric finalizadas las clases para iniciar las extracurriculares, que era la práctica del equipo de fútbol y de las porristas. Cora estaba esperando a su mamá, quien no tardaba en venir a recogerla. Le había enviado un mensaje donde le decía que llegaría con veinte minutos de retraso en coloración que, con otros días, así que la joven aceptó la invitación del pelirrojo, con quien prácticamente estuvo toda la mañana, para ir al campo y verlo practicar.
Era sorprendentemente fácil estar con el chico pelirrojo. Él era tan amable y siempre se mostraba atento con ella, y no le era difícil entablar una conversación. Su presencia la hacía sentir tranquila que hasta se le olvidaba que sentía adolorido el cuerpo y que su piel todavía se sentía caliente a causa de la fiebre, la cual no parecía estar cediendo tan fácilmente.
La rubia sabía que al estar en un campo de fútbol ella corría más peligro de que el balón la golpeara y llegase a sangrar. El doctor había dicho que su cuerpo era más frágil que el de otra persona, por lo que, con cualquier golpe, por mínimo que resultase para otros, para ella era casi fatal. Al menos esto dependía de cómo evolucionara el cáncer.
—Stefan saltando a tu rescate sólo para que después tu aparecieras para proteger su espalda cuando Tanner creyó derrotarlo—exhaló—. Esa clase de historia será difícil de olvidar.
—Lo que no entiendo es cómo Tanner puede ser tan...
—¿Altanero? ¿Un imbécil? ¿Un hombre sin ética?—se encogió de hombros—. Te acostumbraras. Si él intenta hacer algo en contra tuya o de Stefan, al final él saldrá perdiendo. Hay suficientes testigos para probar que ustedes solo se defendían de él. Enloqueció. Esta así desde que Stefan lo corrigió cuando recién llegó. Mi teoría es que dice que le frustra que los alumnos no mostremos interés por la historia, pero se divierte torturándonos, y ahora tú y Stefan, siendo conocedores de hechos históricos, son como esa piedra en su camino que ya urgía que apareciera. En lo que a mí respecta, no tienes por qué preocuparte y mucho menos sentir culpa.
—Eso lo sé—chasqueó la lengua en cuanto se detuvieron ante el campo donde estaba ya reunido el equipo de fútbol, y vio como el pelirrojo hacia ademán de colocarse su casco blanco—. Lo que me preocupa es que tú estás diciendo todo eso sin filtro cuando él no solo es nuestro maestro de historia, sino que también tu entrenador.
Así era. Resulta ser que Tanner tenía una excusa para ser como era, y esto no era más que el fútbol. Cora detestaba creer en los estereotipos, por que Cedric era un buen chico, pero, hasta ahora, sus personas menos favoritas en Mystic Falls tenían relación con el equipo de fútbol de la preparatoria. No sabía si sólo era una coincidencia o un terrible patrón.
—Todavía no entiendo cómo es que puedes ser parte de ese equipo. —dijo ella, totalmente desconcertada por ello mientras que miraba con sus brazos cruzados como los chicos se pasaban en balón y seguían instrucciones de Tanner.
—Sigue tu pasión, no escuches a la gente que quiere verte caer. Ese es mi lema que me ayuda a ser parte del equipo. Este deporte me encanta, y no dejaré que un trío de personas tontas me haga querer renunciar. Si lo hago, estaría probando que ellos me afectan, pero no es así. Solo mantengo mi distancia y todos felices. Deberías ponerlo en práctica si quieres entrar a una clase extracurricular.
—No soy porrista. —respondió con un resoplido.
—Oh, eso es evidente—respondió—. No tienes la actitud de ser una. Pero hay más clases. Como el club de música. La próxima semana se abren las inscripciones. Deberías probar suerte. O también están los cursos extras de arte. Además de la clase obligatorio, hay un curso a seguir donde enseñan más técnicas y todo eso. Podrías probar suerte. La profesora Carlyle parece ser una entusiasta por el arte, puede que te convenga trabajar con ella.
—Hasta ahora no tenía idea de qué había cursos adicionales para la clase de artes. —dijo.
—También están los de matemáticas y ciencia. Pero la mayoría va ahí porque sus calificaciones los obligan para poder tener créditos extras.
—Naturalmente—ambos rieron—. Sé que es algo tonto, pero tengo que preguntar. ¿Hay algún evento o algo? ¿O es normal que todos estén entrenando exhaustivamente hasta terminar con dolor de espalda?
—Mañana por la noche hay un juego. El primero de esta temporada—alzó sus cejas—. Vendrás ¿cierto?
Cora titubeó.
—No soy tan apasionada con los deportes—respondió con una sonrisa que expresaba disculpas por ello—. Me gustan, pero dudo bastante que esta sea mi zona.
—Por favor. Sería lindo verte ahí en las gradas y poder saludar a alguien. Mis padres jamás vienen, y mi prima, Ava, todavía no está aquí. Necesito apoyo moral, alguien que me recuerde que no tengo que arrancarle la cabeza a Tyler.
La joven rubia vaciló. No tenía idea de en que momento ella y Cedric se volvieron cercanos. Pero también era verdad que ella no tenía idea alguna de cómo funcionaba una amistad. Él era un chico demasiado dulce y carismático. Él la había buscado durante todo el día, le hizo compañía en la hora del almuerzo y la noche anterior él fácilmente pudo pasar de largo y seguir su ruta, pero se detuvo para competir con ella una limonada. Podía ser un gesto simple para muchos, pero para la ojiazul tenía mucho valor.
Lo justo era hacer lo mismo por él y acompañarlo. Además, si lo que decía era cierto, él prácticamente estaría solo durante todo el partido. No se sentía bien la idea de tener que dejarlo solo.
—¡Williams!—escucharon entonces el llamado del señor Tanner para que el chico fuese al campo.
El pelirrojo soltó un suspiro por lo bajo y le dedicó una sonrisa tímida a Cora.
—¿Te veré mañana?
Cora soltó una exhalación, ignorando la sensación de dolor de sus huesos, y asintió.
—Aquí estaré.
Una gran y entusiasta sonrisa se formó en sus labios, y Cora juró que, de no haber estado en el campo de fútbol donde todos los chicos estaban, él habría saltado de alegría por ello.
—¡Williams!—volvió a llamar Tanner, impaciente. El pelirrojo rápidamente se despidió de Cora con un gesto de su mano y salió trotando en dirección hacia el campo.
Una tímida, pero cálida sonrisa se posó en el rostro de Cora, iluminando así sus ojos color zafiro. Posiblemente ya había encontrado un amigo sin siquiera buscarlo.
Dispuesta a irse al estacionamiento para esperar a su mamá, Cora ajustó las correas de su mochila, pensando en que podía leer un rato sentada en la acera, pero en ese momento su mirada captó algo que la hizo olvidarse de todo.
Ahí, sentado en las gradas con el sol dándole por la espalda, estaba Stefan Salvatore, mirando con cierta nostalgia al equipo de fútbol, cosa que no tenía sentido porque todo lo que ella veía eran a hombres sudando con problemas de ira que buscaban desahogar en el campo. Pero posiblemente él no estaba viendo eso, sino el pasado.
Recordó como él había reaccionado al lanzamiento de Tyler. Fue ágil, rápido, y eficiente. Como si hubiera hecho eso desde que nació. Y entonces una idea cruzó por la mente de la rubia. Tal vez Stefan había pertenecido a un equipo antes, donde tuvo amigos, y ahora, al volver a Mystic Falls no tenía eso, sino a un montón de chicos que no lo aceptaban solo porque era ahora el novio de Elena.
Cora vio por encima de su hombro en dirección donde las porristas entrenaban. Elena estaba ahí, dándole la espalda al campo de fútbol como el resto de las chicas. No había nadie que pudiera verla a ella o a Stefan. Miró la hora en su celular. Todavía quedaban diez minutos de lo estimado para que su mamá llegase. Le daba tiempo suficiente para hablar con él.
Era una terrible idea, era consciente, pero aun así esto no detuvo a sus pies que, con seguridad, empezaron a llevarla hacia las gradas. Varias veces tuvo que sostenerse de uno de los asientos cuando empezó a ascender. Pocas veces caminó por unas gradas, y jamás entendió como la gente lo hacía con tanta agilidad, sobre todo cuando ella tenía piernas cortas que la limitaban un poco. Pero cuando llegó hacía donde Stefan, el chico ya la miraba con una sonrisa que denotaba curiosidad, así como cierta alegría por verla ahí.
—Hola—saludó la rubia con una media sonrisa, y pasó tras su oreja un mechón de cabello—. Me imagino que me viste tropezar—bufó—. No sé cómo los demás suben por estas cosas como si fuera terreno liso.
Él asintió, sin borrar su sonrisa.
—Te veías muy determinada que me daba miedo ofenderte si te brindaba ayuda para subir.
—Vaya. Ni siquiera una semana de conocernos y ya conoces bien mi orgullo—dijo ella con una pequeña risa y tomó asiento a su lado, manteniendo una distancia de un metro en el dado caso de que Matt o alguien más pudiera verlos y pensar que ella posiblemente quería quitarle el novio a Elena. Ella había estado en Chicago lo suficiente como para saber de memoria el cómo funcionaba la preparatoria—. ¿Por qué la mirada melancólica?—preguntó, inclinando hacia un lado su cabeza mientras lo veía a él.
—Elena me dijo que yo podía quedar bien para el equipo. —respondió en voz baja, más era clara. Él no era de los que tenían la tendencia de alzar la voz, y Cora tenía la impresión de que cuando lo hiciera no sería nada bueno.
—¿Eso es malo o bueno para ti?
—Es complicado. Pero, en resumen, se puede decir que a mí me encanta este deporte. Tuve una época donde todo lo que yo quería hacer era jugar. Me apasionaba.
Cora enarcó sus cejas. Ella había visto aquella misma pasión en la mirada y voz de Cedric. No comprendía por qué les gustaba aquel deporte, no le veía nada atractivo como para que alguien sintiera aquella pasión, pero esto mismo no tenía por qué impedirle ser empática. Ella misma tenía pasiones que algunos simplemente no entendían, como leer o dibujar.
—Entonces ¿Por qué dudas?
Salvatore se encogió de hombros e hizo una mueca.
—No creo que el equipo me quiera.
—Oh. —Cora frunció sus la labios. Era verdad que Stefan no tenía la mejor relación con quienes serían sus compañeros, y mucho menos con el entrenador. La situación jugaba en su contra.
—Si. Por cierto, no sabía que eras buena con las fechas.
—Si, yo tampoco—murmuró para sí misma, más rápidamente añadió apresuradamente—. Tampoco sabía que tú eras bueno—exhaló—. Escucha, soy tal vez la peor persona para decirlo, pero creo que deberías arriesgarte e intentar hacer la prueba para entrar al equipo. Si esto es lo que te gusta, no permitas que tres o cien personas te hagan retroceder. No les agradas por que eres mucho mejor que ellos. Así que, a mi parecer, tú llevas esa gran ventaja encima de ellos. No dejes que te lo quiten, porque si te quedas aquí, les das más poder. Solo ve ahí y haz lo que te gusta.
—¿De verdad lo piensas?
—Cien por ciento—aseguró ella con una radiante sonrisa—. Anda, ve y gana. Toma ese balón y haz...haz lo que sea que se hace en ese deporte.
Stefan se rio y Cora se le unió con una pequeña risa más tímida. No tenía idea de cómo alentar los sueños de un deportista, pero si sabía alentar a alguien que quería seguir sus sueños.
—Tienes razón. Hablaré con el entrenador. Gracias, Cora.
—Para qué son los amigos.
Él asintió y le dedicó una gentil sonrisa en forma de agradecimiento para así dirigirse hacia donde estaba el entrenador. Cora apenas y lo vio lejos de las gradas dejó escapar un profundo suspiro y formó una mueca con sus labios. Amigos. Bueno, era mejor que nada. De hecho, era lo único que ella necesitaba.
Viendo cómo Stefan se acercaba al entrenador mientras que Cedric le lanzaba el balón a Tyler en un intento de distraerlo para que no mirase al ojiverde, Cora frunció su ceño y negó con su cabeza. No era amante de los deportes, y ciertamente no deseaba ver una práctica donde muchas cosas podían salir mal. Lo mejor para ella era marcharse de ahí.
Cora bajó por las gradas con cuidado, trastabillando más de una vez, hasta que tomó el camino que había al rededor del campo de fútbol y se detuvo en lo que se podía decir que era el terreno de nadie que separaba al equipo de los chicos con el de las porristas. Una vez que se aseguró de que ningún balón que pudiera errar en su trayectoria pudiera golpear su cabeza, sacó su celular del bolsillo de su pantalón y buscó el contacto de su mamá para preguntarle si estaba ya ahí o cuanto tiempo más podía demorar. Sin embargo, cuando presionó el contacto y llevó el dispositivo a su oído, escuchó cómo el motor de un auto se acercaba ante el campo, rugiendo con fuerza, hasta que al lugar apareció un auto.
Era un camaro azul, el cual se detuvo frente al campo donde estaban las porristas, pero no apagaron su motor. Los que iban adentro se despidieron dándose un beso que no podía llamarse casto, pero tampoco apasionado. Era más como esos besos carnales, donde las personas disfrutaban de la textura de los labios, pero no había sentimiento alguno en aquel gesto.
La puerta del acompañante se abrió, y más de una de las chicas, incluyendo a Cora, casi se ahogaba con su propia respiración al ver que se trataba de Caroline, quien iba en compañía de nada más y nada menos que de un apuesto chico de piel blanca con un cabello negro azabache oscuro como la noche y poseedor de una penetrante mirada azul.
Damon.
Cora no supo por qué, no tenía sentido, pero algo en su pecho la hizo sentir un profundo y ardiente sentimiento de celos. Por supuesto que Caroline tendría al chico apuesto, y Elena al que fácilmente podía encontrarse solamente en los libros y no en la vida real. Era de esperarse.
Se había olvidado por completo que había marcado al número de su mamá, pues, sacándola de su ensoñación, Cora escuchó la voz de su mamá, quien, sorpresivamente, se escuchaba relajada y hasta feliz.
—Estoy a cinco minutos. Tal vez menos. Tú papá me dijo dónde te dejó esta mañana ¿te parece si te recojo también ahí?
Mientras su mamá decía todo esto, que no le tomó más de quince segundos, Damon le había sonreído con descaro a Elena, solo para pasar su mirada azul más allá del campo donde estaban todas aquellas hermosas porristas con poca ropa y la miró a ella.
Sus miradas se encontraron. Azul claro con un azul tan profundo como el zafiro. Si bien su sonrisa seguía siendo la misma que le había dedicado a Elena, había algo más en sus ojos cuando centró su atención en Cora, pero la rubia no pudo saberlo ya que ella pestañeó para romper el contacto visual y así poder responderle a su mamá, quien ya estaba empezando a llamarla por su nombre al no oír su voz.
—Si, está bien. Te veré ahí en unos minutos.
Damon pareció estar conteniendo la risa por algo que solo él debió haber escuchado o pensado, pues volvió su vista hacia el camino y reanudó la marcha para salir del terreno de la escuela, dejando a más de diez chicas suspirando por él, a una fúrica Elena, y a una anonadada Cora.
La ojiazul había tenido razón: el día no podía ser más extraño. Ni siquiera lo sucedido en clase de historia se podía comparar con lo recién acontecido.
La puerta del horno se abrió y sus manos cubiertas por guantes para hornear tomaron el molde de la tarta de queso que había puesto y que ahora estaba en su punto exacto.
Con su pie cerró nuevamente el horno y colocó el molde sobre la mesa de la cocina para dejar que se enfriara un poco para así pasar a un recipiente limpio.
—Estás horneando—escuchó la voz de su padre, quien apenas llegaba del trabajo—. ¿Debo angustiarme?
Cora suspiró y con su mano pasó hacia atrás parte de su cabello rubio. Cuando vivía en Chicago y descubrió que tenía leucemia ella tuvo muchas noches de insomnio, las cuales se dedicaba a leer y hornear, sobre todo esta última tarea. Era la única forma donde ella sentía que tenía el control sobre algo, que podía perfeccionar a la próxima vez, saber en qué se equivocó y así mejorar hasta no cometer error alguno. Desde que llegaron a Mystic Falls ella ni siquiera había mirado el horno que estaba debajo de la estufa, hasta ahora.
La fiebre finalmente pareció ceder un poco. Al menos ya no le dolían las articulaciones, pero todavía su piel se sentía más caliente de lo normal. Y después de lo que pasó en clase de historia, así como en el campo de fútbol con Stefan y Damon, ella sentía que necesitaba enfocarse en algo más, algo en lo que al menos pudiera controlar. Y era la repostería.
—Ya hice mi tarea, si eso te preocupa. —murmuró, pero su papá parecía importarle poco la tarea en esos momentos, ya que miraba a su hija con temor de que se fuera a desmayar.
—No horneas desde que nos fuimos de Chicago. ¿Cómo te sientes?
Terrible. Pero sabía que vendrían peores días donde tal vez ni siquiera podría abrir la puerta del horno.
—Estoy bien—musitó—. Solo tuve un día algo raro. Es todo—apretó sus labios en una fina línea solo para después suspirar. No era capaz de mirar a su papá a la cara, por lo que se movía de un lado a otro en la cocina para buscar otro recipiente donde podía guardar la tarta—. Mi maestro de historia está loco, tiene una clase de obsesión con Stefan. Una nada sana. Ya sabes, el típico profesor que detesta a un alumno y quiere que éste se equivoque para mandarlo con el director y cosas así. Por si fuera poco, a Stefan lo odian dos chicos: el ex de Elena, y el amigo de éste. Además— «Un chico al que apenas y conozco llegó a la escuela con Caroline, la abeja reina, y creo que son novios, o él es el juguete sexual de ella.» Obviamente no podía decir esto último. No a su padre, al menos. —Cedric Williams, un chico con el que comparto varias clases, me invitó a un juego de fútbol de mañana.
—Tú odias el fútbol.
Cora chasqueó la lengua.
—No lo odio. Solo que no me apasiona. Es diferente. Puedo ver un partido, pero no me emociona tanto.
—Ya veo—al ver que su hija envolvía la tarta en papel aluminio con cuidado, André frunció su ceño—. ¿Qué haces?
—Le llevaré esto a Jenna. Creo que le gustará—al ver que su papá parecía desilusionado, ella sonrió—. Hace unas horas preparé otro, por cierto. Está en el refrigerador por si gustas cenar una rebanada.
—¿Sabes? Aunque sé que cuando horneas lo haces porque no estás bien, todo lo que preparas te queda delicioso.
Pasó a su lado para plantar en su coronilla y afectuoso beso que sólo un padre podía dar e hizo que la sonrisa de Cora se ensanchara aún más.
—Me alegra saberlo—una vez que hubo envuelto la tarta, dejó escapar un suspiro—. Bien, supongo que debo irme.
No es como si tuviera prisa, pero, de acuerdo con el día de ayer, si el hermano de Elena tenía el mismo horario para regresar a casa entonces todavía no estaba ahí. No es como si no le agradara el chico, ni siquiera lo conocía, pero no quería estar en medio de disputas familiares. Además, solo era una breve visita. Dejaría aquel postre y volvería a su casa. Su estado no le permitía hacer demasiados esfuerzos esa noche.
—¿Quieres que te lleve?
—No, gracias. No queda muy lejos de aquí. Además, quiero tomar un poco de aire fresco—puso los ojos en blanco al ver como su papá no parecía estar muy seguro al respecto—. Esto es Mystic Falls, no Chicago. Caminar aquí es como ir a Central Park de Nueva York.
—De acuerdo—accedió su papá, más con resignación que con completa aprobación—. Solo ve con cuidado.
—Lo haré.
Cora se colocó una chaqueta de cuero marrón por encima de su blusa rosa y luciendo en su cuello tenía una mascada del mismo color intenso que su blusa. Tomó su bolso donde guardó su celular y llaves de la casa y, despidiéndose con un beso en la mejilla de su papá, salió de la casa para emprender camino a la vivienda de los Gilbert.
La calle estaba muy silenciosa esa noche, y no hacía demasiado frío, pero tampoco se podía decir que hacía calor. Era una temperatura agradable, y le ayudó a sentir menos la sensación de fiebre. La suave brisa acariciaba su piel, alivianando la temperatura altura que la llevaba atormentando desde aquella mañana.
Caminó sin prisa alguna, saludando amablemente a toda persona que encontrase en su camino, hasta llegar a la casa de los Gilbert y llamó al timbre.
Había entendido que no tenía sentido alguno seguir negando que Mystic Falls era su nuevo hogar. No era una prisión, sino una nueva oportunidad. Y tal vez era momento de saber aprovecharla. Solo esperaba que Jenna le gustase la tarta de queso. Era un gesto amable, nada que pudiera comprometerla. En medio de su ansiedad por hornear descubrió que podía seguir si le preparaba uno a los Gilbert. Después de todo eran vecinos... Bueno, no exactamente, pero sus casas tampoco quedaban demasiado distanciadas. No era nada raro que una buena vecina no haría. Eso esperaba. También era verdad que al leer demasiados libros ambientados en otro siglo la hacía olvidar las costumbres actuales, pero tampoco creía verse como una maniática o algo peor. Eso esperaba.
Cuando escuchó unos pasos al otro lado de la puerta aproximándose Cora tomó una última bocanada de aire para aplacar sus nervios y dudas. No le hacía mal socializar. Nada podía salir mal.
La puerta de abrió para exponer a la persona que la recibía, y todo sucedió tan rápido que Cora apenas y tuvo tiempo de comprender en la situación en la que se había involucrado.
Sintiendo cómo su corazón se detenía mientras que sus ojos casi se salían de órbitas, vio aquel chico de cabello azabache la recorrió con su mirada azul lentamente desde los pies a la cabeza, y Cora sintió como si él la estuviera desnudando. Se detuvo en sus ojos zafiro por unos segundos, mostrándose un tanto calmado, para después percatarse de que ella traía consigo una tarta.
La rubia estaba tan confundida como impactada que la sola idea de respirar se le hacía imposible, sobre todo cuando vio como una sonrisa burlesca se posó en los labios de Damon y alzó nuevamente sus ojos para mirarla con diversión.
—Que oportuno—dijo—. El postre llegó justo a tiempo.
LUCIE HERONDALE SPACE
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Bueno, fallamos con Stefan. Vamonos con Damon entonces jajaja
Ya en serio ¿que harían si ustedes van a visitar a una persona y resulta ser que Damon Salvatore es quien te recibe? Yo ya me hubiera muerto ahí mismo.
Okay, analicemos el capítulo por que estuvo algo extenso. Cedric apoyando a Cora es algo que está bien. Creo que es la relación más sana que ella tiene aquí. Al menos por ahora. Su amistad es algo que yo ya tenía previsto, pero no pensé que tomaría tanta relevancia. Pero, sinceramente, me gusta. Creo que forman una buena dinámica. Cedric es como este personaje al que yo ya tenía planes para él, pero evolucionó más rápido de lo que pensé y ahora le tengo muchísimo cariño. Literalmente apenas y él iba a salir en este acto, pero ahora creo que se volvió principal. Eso está bien para mí, creo que mientras Cora se va habituando más a Mystic Falls Cedric puede ser como su mejor amigo.
En fin. No todo sale como se tenía previsto cuando los personajes cobran vida y te dicen lo que quieren que escribas.
Luego tenemos a Cora con estos sueños y la voz que le dijo las respuestas en clases. Oigan, yo necesito eso para química y física jajajaja
No ya, fuera de broma, es algo que irá tomando más importancia en los próximos capítulos. Sean pacientes.
Por último están Stefan y Damon. Stefan está bastante confundido entre Elena y Cora, y más adelante sabremos por qué. Todo en esta historia tiene una razón de ser. Tengo todo fríamente calculado. Es como una telaraña, cada hilo nos llevará hasta el corazón, al núcleo del verdadero conflicto. Y si bien puede parecer que Cora es la segunda opción para Stefan, pues tienen razón, pero también están equivocados. Como dije, esto es mas complicado, lo iremos viendo mas adelante.
En cuanto a Damon, bueno, veremos que pasa con el hermano mayor 😉
Recuerden que Cora todavía no sabe que estos dos son hermanos, así que ya veremos como reacciona a esto.
Por cierto ¡tenemos nuevos banners! Admiren por favor la belleza de banners que hizo mmcloiden ¡están preciosos! No me canso de verlos.
Por último, me temo que el tercer capítulo será publicado hasta el viernes por que aquí su escritora se retrasó gracias a que ayer no escribí nada por que estaba bien cansada debido a que me pasé todo el día limpiando la casa y pues terminé exhausta y todo lo que quería era dormir apenas y llegó la noche. Si es posible estaré publicando este tercer capítulo del maratón el jueves, pero lo más probable es que lo haré hasta el viernes. Así que lamento mucho dejarlos con este suspenso, pero creo que también le da mas emoción jajaja
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