Capítulo 5. Puerta Cerrada


El timbre de la séptima clase sonó, anunciando así que sólo faltaba una sola clase más antes de poder salir de la preparatoria. Cora recogió con desgano sus libros que estaban sobre la mesa de su pupitre y los guardó en su mochila mientras escuchaba como el profesor de español les recordaba lo que debían hacer de tarea.

La mayoría de los alumnos estaban más ausentes de lo acostumbrado, gracias a la fiesta de la otra noche, así como lo acontecido. Aparentemente la persona que había resultado herida había sido Vicki Donovan, hermana de Matt Donovan, el exnovio de Elena, quien, junto a su hermano Jeremy, habían encontrado a la muchacha tirada en el bosque con una herida en su cuello. Cora no podía siquiera imaginar la angustia que Matt debía de estar pasando por el estado de su hermana. Nadie sabía todavía si estaría bien, y el pobre chico tenía que asistir a clases en lugar de poder estar al lado de Vicki.

Cora, naturalmente, no quiso involucrarse en aquel asunto. No sólo porque no conocía a los hermanos Donovan, sino porque además no creía correcto estar junto a Elena en esos momentos cuando ella debía de tener su propia historia con Matt, sin mencionar que acaban de fallecer sus padres. Solo ella sabía lo que pudo haber sentido o pensando al encontrar en ese estado a Vicki. Y la rubia no deseaba averiguarlo si esto constaba en ser entrometida.

Por suerte ella había conseguido mantenerse ocupada durante todo el día. En el receso ella había encontrado un lugar donde sentarse a solas, bajo un árbol cercas del estacionamiento donde podía leer y comer su fruta picada. Y ahora mismo su mente ya se encontraba planificando como llevaría a cabo la tarea que cada profesor le había asignado. Y se descubrió a sí misma haciendo muecas con solo pensar en español e historia. Ella amaba las letras, pero historia era una materia tediosa para ella con un profesor como el señor Tanner que se esmeran a en ser un dolor de muelas. Ni siquiera de cabeza, no. Él causaba una irritación tan aguda y difícil de borrar.

Ella jamás consideró apropiado maldecir la existencia de un maestro, pero no estaba segura de poder considerar como a un profesor al señor Tanner, quien parecía ya estar teniendo como pasatiempo favorito molestar a Stefan como a Elena, sin mencionar que había citado a la tía de la chica Gilbert ese día para hablar sobre Jeremy.

Cora se esmeraba por mantener un perfil bajo, pero mantenerse atenta a sus clases con la finalidad de que el señor Tanner no la importunase con sus absurdos llamados de atención. Una cosa era asegurarse de que los alumnos prestasen atención, pero lo que él hacía era picarse de verdad con los estudiantes, y esto solo le tomó tres días poder averiguarlo.

La clase de español, por otro lado, no era su preferida por que era terrible con el idioma. No sabía escribir un ensayo sin dudar en lo que escribía, y luego preguntarse si tenía coherencia. Era extraño, porque podía leerlo a la perfección y comprenderlo, pero cuando se trataba de escribir en español le costaba trabajo.

Cora estaba ya colgando su mochila sobre su hombro, cuando en ese momento escuchó como un cuaderno caía al suelo haciendo un ruido seco al impactarse contra la superficie. La rubia buscó el objeto caído, y descubrió que se encontraba a unos pasos de distancia suyo, junto al pupitre de un chico de cabello pelirrojo que se sentaba en la fila vecina a la suya, dos asientos por delante opuestos a donde estaba su lugar.

Aproximándose hacia donde estaba el cuaderno, Cora fue más rápida que el chico y recogió por él aquel cuaderno azul, encontrándose en el acto con unos sorprendidos ojos color avellana que la observaban de verdad. Solamente había sentido esa clase de mirada por parte de Stefan, pero ese chico la miraba como si la viera a ella en verdad, no a una chica rubia nueva en el pueblo, sino a Cora Beckham.

Abrumada por esto, Cora carraspeó y sintió como sus mejillas ya estaban teñidas de un color carmesí que provocó una sensación de calor por su rostro que la hizo sentirse como si estuviera en las nubes por lo aturdida que estaba. Era extraño como había tenido cientos de ojos sobre ella durante esos tres días, pero aquel desconocido veía más a que a una forastera proveniente de Chicago.

—Gracias. —agradeció él, y Cora dio un respingo al escuchar que su voz era un tanto dulce y amable, pese a que su complexión física indicaba que debía ser un deportista, y hasta donde ella sabía los chicos así tenían las voces gruesas y eran ariscos al momento de hablar, y siempre tenían una insoportable sonrisa pícara en sus labios. Pero él no. Su sonrisa era igual de dulce como su voz, denotando así que él no estaba fingiendo nada con ella.

—Por nada.

—Cora ¿verdad?—preguntó entonces y extendió un tanto entusiasmado su mano hacia la rubia como gesto de saludo—. Soy Cedric.

—Un placer conocerte, Cedric. —balbuceó ella, aceptando sin pensar su mano, ya que tampoco quería quedarse como una idiota contemplándolo como si fuera una visión irreal.

Sabía que los pueblos tenían su encanto, pero no esperaba esa clase de encanto donde había chicos amables y atractivos, así como chicas adolescentes que fácilmente podían vivir en la gran ciudad por su bellos rostros. Maldita la hora en la que los pueblos se habían convertido en los clichés donde podían encontrar personas atractivas que en la gran ciudad jamás existirían, salvo en Hollywood, por supuesto.

—Disculpa este comentario—dijo entonces la rubia con una tímida sonrisa apenas y se soltó de su agarre—, pero ¿Cedric? ¿Cómo en Harry Potter?

—Oh. Sabes de libros.

—Por favor—bufó—, todo mundo al menos ha escuchado de Harry Potter.

—Créeme, aquí no todas las chicas hablan de libros de fantasía—señaló gentilmente—. Mis padres no tenían idea que me ponían ese nombre solo para que unos años después matasen a un personaje con mi nombre en una saga famosa de libros. Es un nombre que ha estado en mi familia por un largo tiempo. Según tengo entendido, es en honor a mi bisabuelo, que se llamaba igual que mi tátara, tátara, tátara, tátara abuelo.

—Vaya—alzó sus cejas—, son muchos tátara.

—Cuando vives en un pueblo pequeño es obligatorio aprender de memoria tu árbol genealógico.

—Me he dado cuenta de ello.

Ambos rieron, y Cedric se incorporó para recoger sus cosas y guardarlas dentro de su mochila que apoyó sobre la mesa de su pupitre.

—Gracias por recoger mi cuaderno. Lo creas o no, puedo ser algo torpe, especialmente cuando estoy en un salón de clases. Soy terrible intentando hacer esas salidas rápidas donde todos recogen a la velocidad de la luz sus cosas y salen sin ningún problema.

—No te preocupes.

—Si debo ser sincero, esta clase es la más tediosa para mí. No le entiendo nada cuando habla en español.

Cora sabía lo que Cedric buscaba hacer: entablar una conversación con ella. No sabía cómo sentirse al respecto, ya que sí bien había llegado al pueblo con la intención de no entablar vínculos, esos días le habían enseñado que mientras más desistiera, sería peor. Y tal vez podía estar errada, pero estaba cansada de aislar a las personas. Había empezado con el pie izquierdo, y ahora tenía la oportunidad de hacer lo que sus padres deseaban: una vida normal. Era un pueblo pequeño, querían pensar al menos que no tenía por qué ser tan abrumador a comparación con la gran ciudad.

Stefan no hacía más que dar señales de estar interesado en Elena, Bonnie, Caroline y Elena ya tenían su propio vínculo en donde Cora no era capaz de hacer de ello un cuarteto. No había espacio para ella en esa perfecta fórmula de tres chicas. Dos morenas y una rubia, era lo que estaba bien, no dos morenas y dos rubias.

Después estaba Damon, quien desaparecía como si fuera un fantasma. No estaba segura de poder ser amiga de alguien a quien ni siquiera podía confiar en que fuera real o que se iba sin dar explicaciones. Posiblemente podía empezar con Cedric, quien para ser un chico de complexión atlética se veía como un buen chico que no la veía como si fuera un objeto decorativo.

Prometió darse una oportunidad en Mystic Falls para vivir una parte de su vida. Y eso involucraba estar dispuesta en socializar con las personas, aunque fuera una conversación educada. Ya estaba cansada de huir de ello con la excusa de que estaba enferma. Eso solo lo volvía peor.

—Me pasa lo mismo. Quiero decir, inglés es una tortura por el uso adecuado de las abreviaturas a algunas palabras, pero español es terrible cuando hay que hacer un ensayo completo en ese idioma respetando las reglas ortográficas. —comentó ella con una pequeña risa, y él le respondió con una risa ahogada.

Cedric colocó sobre sus hombros su mochila por encima de su chaqueta roja con negro y franjas blancas en el cuello, haciendo que su cabello se viera de un pelirrojo oscuro, y resaltaba sus ojos color avellana.

—Esto sonará seguramente repetitivo para ti, pero ¿cómo ha sido Mystic Falls hasta ahora?

—No puedo quejarme. Aunque, me sabe terrible lo que le sucedió a esa chica en el bosque.

—Matt está hecho un desastre por lo de su hermana—comentó él en voz más baja mientras cruzaban el umbral y caminaban por el pasillo en dirección a lo que para ella era el salón de arte, pero no sabía si él tenía clase por esa zona, esperaba que si o tendría que correr a su clase antes de que sonase el timbre—. No se mucho al respecto, pero lo que me dijo es que intento visitarla a primera hora, pero no estaban permitidas las visitas. No tengo hermanos, pero estoy seguro de que debe ser una sensación terrible que tu hermana esté en el hospital por un ataque de animal.

—¿Saben que animal la atacó?—preguntó con voz débil, ya que todavía podía recordar la conversación que escuchó a escondidas de sus padres el otro día, y de cómo su mamá estaba demasiado preocupada al respecto. No debió tomarlo tan a la ligera como en su momento.

—No. Solo se sabe que fue un animal. Pero se confirmará cuando Vicki despierte y de su versión de lo que ocurrió—suspiró—. Pero, Mystic Falls no suele ser así, créeme. Hay muchas cosas buenas aquí que deberías ver.

—Nombra un ejemplo. —dijo con un esbozo de sonrisa.

—La biblioteca.

El corazón de Cora inmediatamente empezó a latir con fuerza y casi quiso lanzarse sobre Cedric para pedirle que se saltasen las clases y fueran hacia dicho lugar.

—¿Qué más?—preguntó tras tragar en seco. No quería verse demasiado obvia sobre qué era un ratón de biblioteca. Ya era malo que Stefan y Damon lo supieran, no deseaba que nadie más fuera conocedor de esta información.

—El bosque. La cascada es hermosa, pero puede que no la hayas podido apreciar bien anoche. También la historia del pueblo es interesante.

—¿De verdad?

—De hecho, mi familia siempre ha vivido aquí. Según esto, mis antepasados vivían en Nueva Orleans por el siglo diecinueve, antes de vivir en Mystic Falls y desde entonces todas las generaciones desde ese siglo hasta ahora han habitado aquí. Te sorprendería saber la historia que esconde cada familia que ha vivido en un simple pueblo.

—¿Y cómo sabes tanto de eso?

—Es un requisito ser historiador de tu familia cuando vives en un pueblo.

—¿De verdad?

—No—dijo con una breve risa—. Pero en mi caso es imposible no saberlo. Mis abuelos y padres me cuentan las historias, y tienen diarios de sus padres, que fueron pasados de los padres de sus padres y así sucesivamente. Hay algunos que ya tienen más de dos siglos de vida en mi casa y que debieron ser escritos a papel nuevo por lo viejos que están esos diarios.

—¿Y hay algo interesante?

—Dato curioso: el apellido Williams no siempre estuvo en mi familia. Fue cambiado hace años por el hijo del padre que vino a Mystic Falls para dejar atrás el pasado de su padre que dejaba en Nueva Orleans, la ciudad de la magia vudú. No creo muchas cosas de las que me cuentan mis padres, pero admito que algunos relatos son interesantes, sean ciertos o no.

—¿Cuál es el más alocado que has escuchado?—preguntó ella, sintiéndose verdaderamente curiosa. La voz de Cedric era serena, relajada sin atisbo de burla en cada palabra que decía, reflejando así que todo lo que decía era verdad, y esto hacía que Cora se sintiera atraída hacia su voz y el cómo le narraba las cosas, como si fuera una historia de ficción que ella deseaba saber el rumbo que tomaba, pero sólo si lo tenía a él como el narrador.

—Que mi familia viene de un largo linaje de cazadores. Ya sabes, esos que cazan a las criaturas sobrenaturales— se encogió de hombros—. Ese es el único relato que me cuesta creerles, y que creo que Nueva Orleans les hizo daño a mis antepasados. —añadió con una risa que contagio inmediatamente a Cora.

—Incluso así, tu familia suena más interesante. Lo que más sé de la mía es la historia de mis padres.

—¿Y tus abuelos?

—Muertos cuando nací. Tanto maternos como paternos.

—¿Tíos?

—Ambos eran hijos únicos.

—¿Ningún otro pariente?—preguntó escéptico.

—No—negó con su cabeza—. Desde que tengo memoria, siempre hemos sido nosotros tres. No sé mucho de la vida que tuvieron aquí en el pueblo más que su vida amorosa y de cómo se enamoraron. Sé que mis abuelos maternos murieron de vejez, pero los paternos no recuerdo bien de que murieron. Tal vez de lo mismo.

—Vaya tragedia para ambos lados de tu familia. —musitó él con voz queda.

—Está bien—dijo mientras sacudía su mano como gesto para restarle impotencia al asunto—. A veces me gustaba pensar en que yo podía tener a mis abuelos en Chicago, pero jamás me dolió del todo esa idea porque no los conocí realmente. Como dije, solo somos mis padres y yo desde siempre. Y estoy bien con eso.

Cedric estaba por responder a esto, cuando entonces escucharon unas risas masculinas a espaldas suyas, y ambos se volvieron solo para ver que se trataba de Tyler Lockwood y varios chicos del equipo de fútbol que estaban recostados sobre los casilleros, junto al de Matt, quien tenía sus audífonos puestos y miraba con ojos de cachorro indefenso a Elena Gilbert, quien conversaba más que alegre con Bonnie y Caroline mientras sostenía entre sus manos un libro que, indudablemente, era una novela y de una edición bastante antigua.

—Miren a Williams—escuchó que decía Tyler a sus amigos con una sonrisa burlesca que le daba náuseas a Cora— ¡Eso es amigo! ¡Chica nueva!

Cedric se sonrojó en el acto y apartó bruscamente la mirada del chico para así mirar un tanto apenado a Cora.

—Perdón. Tyler es un idiota. Yo no...yo jamás...

—No tienes por qué darme explicaciones—cortó ella con una gentil sonrisa, pero el sudor frío ya empezaba a deslizarse por su espalda al sentir como los chicos del equipo la observaban como si ella solo fuera un trozo de carne—. Sé que esas no son tus intenciones. Ningún chico ligaría con una chica usando la historia de su familia.

Cedric formó una mueca de disgusto cuando escuchó las risas divertidas de los demás chicos y soltó un suspiro de exasperación.

—Será mejor que me vaya, antes de que Tyler siga complicando las cosas.

Cora asintió y se despidió de él con una media sonrisa antes de apretar el paso para dejar así atrás al idiota de Tyler y sus amigos, pero por mucho que quisiera correr, no logro escapar de sus risas socarronas hasta que logro refugiarse en el aula de la clase de arte, donde ya la esperaban la gran mayoría de sus compañeros, pero la maestra de arte seguía sin llegar, lo cual fue para Cora una buena señal, pues implicaba que no había llegado tarde.

Colocó su mochila a un costado de su banco de madera y buscó dentro del armario de metal donde la maestra de arte había guardado los lienzos que seguían sin completarse, hasta que encontró el suyo, que estaba casi por finalizar, solo faltaba pulir mejor la pintura y el efecto de las sombras en aquella puerta que estaba a medio abrir. Ni siquiera ella como la artista de dicha pintura sabía lo que podía significar esa puerta. ¿La posibilidad de una vida normal en Mystic Falls? Podía ser. ¿Una vida donde ella siguiera en Chicago y que su enfermedad sólo fuera una terrible pesadilla? Era lo más probable. Esa puerta podía tener cientos de interpretaciones, porque así era el arte. Podías ver una pintura cien veces, y en cada una de ellas encontrarías un nuevo significado por el diferente momento de tu vida en el que te encuentres. Era lo que le daba sentido al arte, aunque no muchos pudieran verlo.

Colocó su lienzo sobre el caballete que le correspondía, junto a la puerta y formando junto a los demás un círculo alrededor de la estancia, con el escritorio de la profesora por fuera de este círculo.

Cuando sacó su celular para verificar que tuviera su alarma colocada que le avisaba de tomarse sus pastillas, se escuchó el repiqueteo de unos tacones ingresando al aula, y la rubia inmediatamente se extrañó ante esto, pues era sabido que su profesora no usaba tacones por su embarazo de cuatro meses, ya que ella se tomaba en serio lo de cuidarse al estar cargando a su bebé, y esto hacía que el calzado de tacón estuviera prohibido para ella.

Pero lo que Cora vio era lo último que ella esperó ver, y solo pudo seguir preguntándole al cielo porque la vida parecía odiarla, o preguntarle igualmente si todas sus súplicas finalmente habían sido respondidas, sólo para abrumarla en ese pequeño pueblo donde respirar parecía cada vez más difícil.

Al aula ingresó una mujer alta y esbelta con una hermosa cabellera rubia recogida en un moño sobre su cabeza con dos lápices cruzados entre los mechones de su cabello, resaltando así su piel pálida y bellos ojos azules intensos. Vestía un vestido azul marino y unos tacones del mismo color. Por sus facciones, ella no aparentaba tener más de treinta años.

Cora no sabía su estaba presenciando a una profesora o a una super modelo. O ambas.

Cómo era de esperarse, los varones de la clase rápidamente se quedaron boquiabiertos al verla, las chicas la miraron con más interés de lo necesario, como si no pudieran creer que su profesora de artes se viera mejor que ellas.

Y como golpe final, la mujer cerró tras de sí la puerta y se volvió hacia la clase luciendo en su rostro perfecto una radiante sonrisa que podía desarmar a cualquier persona.

Como mínimo, Cora exigía que las personas del pueblo verificaran que sus familias no tenían lazos de sangre con actrices de Hollywood, porque ella salía que en las grandes ciudades la gente no era del todo atractiva como se pensaba, pero en Mystic Falls parecía que esta regla era niña al ser un pueblo pequeño.

—Buenas tardes clase—saludó la mujer, con un acento neutro que hacía difícil saber de dónde provenía, si de algún otro lugar o de ese mismo pueblo—. Sé que todos deben estar esperando a la señorita Mackenzie, pero su profesora presentó su renuncia desde el verano y ella solo accedió a dar las primeras dos clases de este nuevo ciclo mientras llegaba la sustituta. Soy Madelaine Carlyle. —dejó su bolso sobre su escritorio y escribió en el pizarrón con un pulso impecable en letras grandes Profesora Carlyle

Cora estaba segura de que ese apellido era proveniente de Europa, pero su voz no denotaba acento extranjero.

—La profesora Mackenzie les dio el trabajo que yo pedí que se hiciera mientras llegaba aquí, y puedo ver a simple vista de que varios van con un excelente progreso—empezó a sacar de su bolso su celular como una carpeta que contenía varias hojas—. Si alguien tiene alguna duda al respecto, puede decirla ahora, pero en orden.

Cora apostar a que todos ahí tenían al menos una sola pregunta por hacer, pero de ser así, nadie se atrevió a decir nada al respecto.

—Muy bien—la nueva maestra tomó una lista donde debían estar los nombres de cada alumno, y los miró a todos con una pequeña sonrisa casi divertida que tomó desprevenidos a los presentes—. Sé que esto puede sonar a la primaria, pero de verdad necesito pasar lista. Basta con que alcen la mano, no tienen por qué decir presente o algo más ¿de acuerdo?

Su sonrisa era tan cálida como encantadora que resultaba imposible el siquiera poder negarle algo tan simple como eso.

Cora fue de las primeras en la lista al apellidarse Beckham, por lo que en cuanto alzó su mano para confirmar su presencia en clase, así como para ayudarle a la maestra a saber su nombre, la joven rubia volcó su atención hacia su lienzo y se dispuso a preparar las pinturas y brochas para pintar y darle vida a su pintura.

La profesora Carlyle dio las instrucciones de seguir con el trabajo y de que si alguien necesitaba ayuda podían acudir a ella, así como también recalcó la importancia de expresar en esa pintura la esencia de cada uno, reflejando ya sea su personalidad, un anhelo, o inclusive sus miedos, alegando de que el arte jamás tendría una sola respuesta, y que siempre existirían más de un significado a cada pintura.

Cora tuvo que reconocer que esa clase en particular fue diferente. Tal vez era por el entusiasmo de la misma maestra, o por su calidez como aparente amor al arte, pues ella realmente parecía saber cada palabra que decía cuando lo describía; como fuese, la rubia por primera vez desde que habían llegado al pueblo se encontró a sí misma verdaderamente tranquila, sin sentir la tensión en sus hombros. Fue como apagar su mente y que sus emociones tomasen el control, donde sus miedos no hacían eco en su cabeza, poniendo en duda cada acción que ella hacía.

Cuando faltaron diez minutos para la finalización de la clase, la maestra pasó por cada caballete para analizar la pintura de cada uno y dar su comentario al respecto.

—No soy bueno dibujando. —escuchó decir a uno de sus compañeros con torpeza, y la maestra le dedicó un esbozo de sonrisa mientras analizaba lo que tenía en su lienzo.

—No tienes por qué ser bueno en ello. Nadie nace con el talento. La práctica es lo que importa. Yo no nací como un prodigio en el mundo del arte. Me tomó años tomarle gusto y descubrir nuevas técnicas. Sigue practicando, y procura dibujar algo que te represente. Tienes hasta el viernes para probarte a ti mismo donde están tus horizontes—entonces se volvió hacia el resto de la clase—. Pintar es terapia, chicos. Imagino que no muchos de ustedes lo ven así, pero es una forma de expresar todo lo que sienten. Son jóvenes, están en una etapa donde el arte puede ser el mejor de sus aliados. Recuerden igualmente que el arte no sólo es pintar, sino también cantar, bailar, e incluso escribir. Las letras transmiten sentimientos de toda clase, lo mismo sucede con la pintura.

Cora no había creído posible enamorarse de un profesor hasta ahora. No en término romántico, sino más bien donde ella sintiera verdadera admiración por cómo daba su clase. Ella había tenido varios maestros de arte en la secundaria y su primer año de preparatoria en Chicago, pero nadie llegó a trasmitir tal pasión como esa joven maestra. Y era increíble como era tan joven, y se le veia serena, con una sonrisa y voz que transmitían calma como su pasión por el mundo del arte.

Cuando el timbre sonó, nadie se movió inmediatamente, de hecho, la mayoría demoró más de lo debido en llevar sus pinceles al lavabo para así escuchar las indicaciones de la maestra, que consistían en explicar que debían terminar sus obras para el viernes, y así les daría su calificación de esa primera semana. Esto lo consideraba como el punto de inicio para conocerlos mejor, y saber cómo sería su manera de trabajar.

—Señorita Beckham—llamó entonces la maestra a la joven rubia cuando ya el aula estaba relativamente vacía por excepción de ellas dos y unos dos chicos más que estaban terminando de lavar sus pinceles—. ¿Puedo hablar con usted un minuto?

Cora, quien ya tenía su mochila sobre sus hombro, la cual estaba considerando seriamente en cambiar por un bolso o una mochila más pequeña al ver que todas las chicas de la escuela no usaban mochilas tan grandes, miró con vacilación a la joven maestra antes de asentir y acercarse cauta al escritorio.

—Oh, lo siento—soltó una pequeña risa al ver la expresión de Cora—. No quería asustarte. Solo deseaba hablar contigo. De forastera a forastera. Los maestros también me miran como tus compañeros a ti.

—¿Usted no es de por aquí?

—Mi madre vivió aquí—dijo—, pero jamás crecí aquí. Viví en Europa, Francia, para ser más específica. En la bella ciudad de Montpellier.

Y fue cuando entendió el por qué ella era así. No significaba que Cora creyera en los estereotipos que la gente ponía como etiquetas, pero era verdad que los franceses estaban más conectados con el arte, y eran más expresivos. Solo se tenían que ver sus películas de los años sesenta en adelante para saberlo.

—Debe ser un lugar hermoso.

—Lo es. París también es bellísimo, pero hay que reconocer que su mayor belleza es la torre Eiffel. Apuesto a que sin ella París sería sólo una ciudad más.

—Disculpe mi atrevimiento, pero usted no tiene acento francés. —señaló con una tímida sonrisa, a lo cual la profesora rio entre dientes.

Ella arrugó la nariz mientras le dedicaba un esbozo de sonrisa.

—¿Te cuento otro secreto? La mitad de lo que llevo de mi vida viví ahí, la otra mitad he estado en Nueva York. Al estar lejos de casa y buscar una nueva vida, el acento es lo último que se puede quedar contigo. Sin mencionar, claro, que mi madre no era francesa, y tampoco mi padre. Solo vivieron en Francia como migrantes para buscar una nueva y lejana vida de aquí—suspiró—. Pero no te llamé para que escuches la historia de mi familia. Solo quería admirar tu trabajo, y es verdaderamente impresionante ¿acaso ya tomabas clases particulares en Chicago? Conoces el trabajo de las sombras, como emplearlas, así como de la iluminación y del delineado. Tu pintura es la más sencilla en cuanto a elementos, pero es la técnica que usaste lo que hace que resalte por encima de las demás. —elogió.

—Gracias—sintió como sus mejillas se sonrojaban al escuchar tal halago por su trabajo—. Mi papá llamó a un profesor particular durante un año para que me enseñara cuando yo tenía diez años.

—Hizo un gran trabajo enseñándote. Dudo que yo tenga algo que enseñarte—carraspeó—. Pero si me gustaría dar una observación a tu trabajo.

—Por supuesto.

—Veo que esa puerta se encuentra entreabierta—señaló—. Hay algo detrás de esa puerta que sientes que está tan cercas, pero también demasiado lejos.

Como Cora no respondió, la profesora siguió hablando.

—Mudarse puede ser difícil, solo intenta que adaptarte. Busca abrirte. Eres joven, no dejes que las puertas se te cierren tan fácil, no sin dar pelear al menos. Si no estas dispuesta en abrirte, los demás no sabrán como acercarse a ti. Eres muy talentosa, Cora, pero no dejes que tus pinturas sean de tus sueños frustrados. No dejes que todo sea de color gris para ti. Eres una artista, y mereces ver todos los colores y matices que ofrece la vida.

¡Introducción de dos nuevos personajes! Cedric es un chico bastante Introvertido aunque a simple vista no lo parezca, y me muero por que ustedes puedan conocerlo mas a fondo. Igualmente, Madelaine va a jugar un papel importante para Cora. Ella necesita una guía, y si bien tiene a sus padres, Cora ahora mismo necesita a alguien que no la trate como una figura de porcelana, y Madelaine puede que sea la persona indicada. Después de todo, ella misma lo dijo: las dos son unas forasteras en Mystic Falls.

Elena ahora mismo está algo ocupada con los Salvatore, pero ¿creen en verdad que Cora no tendrá algo que ver? Respuestas que tendrán respuesta más pronto de lo que creen.

Espero que les haya gustado. No quise saturar demasiado el capítulo por que quería que conozcan con calma a Cedric y Madelaine.

En fin, nos leemos pronto. Y si leen mi Fanfic de The Originals que se sitúa en estos instantes varios siglos atrás de lo que sucede actualmente con Cora, estén atentos por que la próxima semana se viene actualización de esa historia.

¡Que tengan una buena semana!

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