Capítulo 34. ¿Qué Harías Por Amor?
Mystic Falls, septiembre de 1864
William Beckham volvió a casarse.
La noticia corrió como pólvora por todo el pueblo cuando se supo que el viudo le propuso matrimonio a una bella mujer de nombre Elizabeth Wheeler, una dama igualmente viuda que se mudó al pueblo desde hace meses, pero siempre llevó una vida tranquila, en dónde ella buscaba pasar por desapercibida, pero no por eso llegó a perder la aprobación de los pueblerinos. Al contrario, todos la consideraban una mujer encantadora, de corazón noble, y lo suficientemente inteligente como para ser más perspicaz que un hombre, pero también con la sensatez de no demostrarlo, porque nadie quería a una mujer arrogante.
La boda fue en grande, una celebración que llegó a cada hogar, incluso Jonathan Gilbert asistió a la ceremonia a pesar de que su hermana fallecida fue alguna vez la esposa de William. Y pese a que su estimación por él era igual de inmensa como el amor que le tuvo a Eloise, Jonathan no podía comprender del todo cómo es que William Beckham consiguió pasar página cuando vivió un mes encerrado en su casa, y cuando no estaba ahí se le podía encontrar en el cementerio, frente a la tumba de Eloise.
Pero un día su corazón se volvió a abrir y a descongelar cuando, en una de sus visitas a la tumba de su esposa, se encontró con aquella mujer alta, esbelta, de cabello castaño y mirada enigmática que se escondía debajo de un velo negro. A pesar de su imagen lúgubre, ya que seguía vistiendo de luto pese a los años, Elizabeth visitaba el cementerio a diario porque a pesar de que su esposo no fue enterrado ahí ella solía visitar las tumbas y arreglarlas. Como un alma en pena que no encontraba consuelo en su casa, sino rodeada de los muertos.
Elizabeth estaba arreglando aquella tarde de verano la tumba de Eloise Gilbert. Era lo que siempre hacía, eso fue lo que el guardia le dijo a William cuando éste preguntó por su identidad y del por qué estaba ahí.
Intercambiaron palabras, y los encuentros se volvieron intencionales por ambas partes con el pasar de los días. Conversaciones en el cementerio, caminatas en el bosque, lejos de la mirada crítica y curiosa de los demás, y almuerzos en la casa de Beckham. Un par de semanas después ella lucía un año de compromiso e hicieron pública su relación.
Nadie reprobó aquello ¿cómo ver con malos ojos que dos personas que enviudaron volvieran a encontrar el amor? Pero ciertamente fue algo que nadie vio venir. Todo parecía ser como un sueño. La boda, la luna de miel, instalarse en la casa de ella para convertir aquellos muros en su nuevo hogar, las mañanas llenas de besos y desayuno en la cama; el amor volvió a llamar al corazón de William Beckham.
O eso parecía.
Encerrado en su estudio aquella tarde de septiembre, con el otoño haciéndose presente a pesar de que faltaban dos días para el equinoccio, William terminaba de escribir en su diario de investigación un proyecto en el cuál llevaba trabajando desde hace meses, y registraba a cada día sus avances, sin importar la hora.
Justo cuando él guardó el cuaderno bajo llave en su escritorio y apagó la vela con un solo soplo, la puerta de su estudio se abrió sin aviso previo y una cansada pero alegre Elizabeth ingresó a la estancia, luciendo un modesto y sencillo vestido de color púrpura de cuello alto y encaje negro en las mangas y en el cuello. Era la elegancia personificada, no había ninguna otra dama con su porte, y por ello decían que William era un afortunado por encontrarla y convertirla en su esposa.
William, ocultando su irritabilidad porque ella seguía sin entender que él odiaba que no tocase la puerta antes de entrar, le dedicó una media sonrisa y rodeó el escritorio, más no hizo ademán por ir a su encuentro, por lo que fue ella quien tuvo que acercarse y buscar sus brazos.
—¿Qué tal tu día, cariño? —inquirió él, rodeando con sus manos su cintura esbelta.
—Estuvo bien. La señora Fell, así como la señorita Pierce y los jóvenes Salvatore te envían saludos. Me encontré con ambos hermanos cuando me retiré de su residencia. Al parecer el señor Salvatore se quedó atrás porque tenía asuntos por resolver con Jonathan Gilbert.
—¿Algún tema de interés del cuál se esté hablando?
—Es Mystic Falls, no hay mucho de qué hablar—dijo con un suspiro mientras se inclinaba hacia adelante para depositar un casto y fugaz beso en sus labios y procedió en liberarse de su agarre para quitarse sus guantes de encaje negro—. Solo hablamos del baile que tomó lugar en la residencia Lockwood la semana pasada, así como de flores. La señora Fell sigue escandalizada porque la señorita Pierce vive con dos hombres jóvenes solteros y ella es igualmente soltera. Insinuó con poca sutileza que uno de ellos debe pedirle la mano o mejor mudarse—entonces su nariz se arrugó y sacudió su cabeza con cierto fastidio—. La señora Fell también mandó a traer un ramo de flores para que intimidar a los Salvatore para que la cortejen y crean que existe otro pretendiente. Lo malo es que entre ese ramo había verbena, que el florista, estúpidamente, confundió con otra planta.
—¿Qué hay de malo con la verbena? —inquirió William, desconcertado por ello—. Tiene un aroma agradable que ayuda a resaltar a algunas flores en los arreglos florales.
—Cierto, pero Katherine, es decir, la señorita Pierce—hablar de una señorita soltera ante cualquier hombre era una indiscreción e incluso una falta de respeto, sin importar que tan buenas amigas eran ella y Elizabeth—, es alérgica a la verbena.
—¿De verdad?
—Si. Me lo comentó hace tiempo. Tuve que deshacerme de la verbena y le pedí a Angelica que la llevase a la cocina.
Angelica era su cocinera, y como la verbena era una planta medicinal podían serle de utilidad ya que Katherine era, aparentemente, alérgica.
—Ya veo—William entonces le dedicó una sonrisa relajada y extendió sus manos hacia ella, y Elizabeth, rebosante de felicidad, entrelazó sus manos ahora desnudas con las de él—. ¿Por qué no te adelantas y le pides a Liliana que prepare un baño elaborado?
Los ojos de Elizabeth se iluminaron y sus pupilas se dilataron al escuchar esta propuesta.
—De acuerdo.
Elizabeth le robó un beso más para acto seguido dedicarle una radiante sonrisa y abandonar el estudio. Cuando la puerta se cerró, la encantadora sonrisa de William se desvaneció y una mueca de asco la reemplazó, limpiando sus labios con su pañuelo con cierta insistencia, así como rabia y le dedicaba a la puerta una mirada fulminante, como si dicha puerta de madera pintada de marrón fuese la propia Elizabeth.
Volvió a posicionarse por detrás de su escritorio y de sus cajones extrajo una botella de whisky, un vaso y su diario. Tras llenar el vaso William bebió casi de un golpe la mitad de este, y si bien casi se atragantaba, usó el excedente del líquido para enjuagar su boca, como si de esta forma borrase el sabor de los labios de Elizabeth.
Depositó el vaso ahora medio vacío sobre la mesa y tomó asiento, para realizar anotaciones en su diario.
Verbena = ¿Planta que daña a los vampiros?
El sol no les hace daño, y hasta ahora tampoco sé si las estacas sean eficaces como se ha pensado en las novelas góticas. Lo mismo se puede decir del fuego. Pero la verbena puede ser lo que he estado buscando durante todo este tiempo para tener una ventaja sobre ellos.
No fue capaz de descansar desde la muerte de Eloise. William desconocía lo que era sentir paz en una casa que se convirtió en su prisión, y lo único que le servía como consuelo era encontrar al responsable por la muerte de su amada esposa y traerle un castigo mucho peor que la misma muerte.
Pasó noches en vela investigando la muerte de Eloise. Revisó los apuntes del forense, exhumó el cuerpo sin el consentimiento de los del cementerio, con la ayuda de Jonathan, su cuñado, para transportar el cuerpo a su casa y realizar ahí una autopsia por ellos mismos, a pesar de que Jonathan se manifestó en múltiples ocasiones de estar en contra, pero una vez que verificaron el motivo de su muerte no fue difícil convencerlo en ayudarlo para cazar al asesino.
Por supuesto, creer que una criatura como esa podía ser real parecía ser un delirio, porque solo se conocían a los vampiros por ser personajes ficticios de las novelas góticas. No obstante, era claro como el agua que un vampiro había asesinado a Eloise: las marcas en su cuello, la descripción del forense de que murió desangrada, sin encontrar una sola gota de sangre en ella, y, más importante, en los últimos meses hubo muertes y desapariciones en el pueblo, y todos estos sucesos tomaron lugar un par de semanas después de que una joven huérfana llegó a Mystic Falls y no tenía intención alguna de irse.
Katherine Pierce no tenía un pasado. William vivió su luna de miel en Atlanta, lugar de dónde ella decía venir, y ciertamente hizo un descubrimiento fascinante. Según la gente de por ahí, en Atlanta, nunca vivió una familia Pierce, pero si una joven que dijo la misma historia sobre ser huérfana, solo que en ese entonces dijo venir de Joliet, ciudad de Illinois.
Con estos datos reunidos no le fue difícil unir varios hilos que llevaban a la misma conclusión: Katherine Pierce era una vampira, y posiblemente los desaparecidos del pueblo fueron transformados, y por ello es que no encontraban hasta la fecha sus cuerpos.
Le tomó tiempo, paciencia, y, sobre todo, fuerza de voluntad para planificar cada paso de su plan y ejecutarlo con el paso de las últimas dos semanas, pero finalmente podía ver que sus noches en vela estaban rindiendo sus frutos, y estaba más próximo en atrapar a su objetivo.
Solo necesitaba mover unas piezas más, y con esto se refería a manipular a algunas personas, y solo entonces el escenario quedaría preparado para llevar a cabo el último paso de su plan, el cuál llevaba perfeccionando en su diario desde hace meses y ya no se veía como un delirio, sino como un suceso inevitable que pronto acontecería.
Giuseppe Salvatore, Honoria y Thomas Fell, Jonathan Gilbert, el propio alcalde Lockwood, Elizabeth; todos y cada uno de ellos pensaban conocer a William, e incluso el mismo Giuseppe pensaba estar haciéndole un favor y tener la falsa creencia de que él tomaba las decisiones, cuando en realidad era William quien le hacía pensar esto. Un maestro titiritero y una mente maestra del ajedrez habrían alabado así cómo temido las habilidades y la mente fría de William para manipular a tantas personas y utilizar sus ideologías y sentimientos a favor suyo para obtener su ansiada venganza.
Pero todavía no podía cantar victoria. Primero debía preparar los elementos para presentárselos el día de mañana a sus "aliados" del consejo.
Terminó su bebida y volvió a guardar su diario bajo llave para así levantarse y dirigirse con paso tranquilo pero seguro hacia la cocina. La casa que era de Elizabeth no era muy grande. Los pasillos eran angostos, pero las habitaciones eran espaciosas, y la cocina ciertamente era una de las estancias más grandes, esto gracias a sus paredes blancas y las velas acomodadas en puntos clave para brindar mayor iluminación, pero sin causar un sofoco para la cocinera o la muchacha que hacía la limpieza.
A esa hora de la tarde la cocinera, Angelica, una mujer de cuarenta años de cuerpo ancho y baja estatura de piel morena y cabello rizado, estaba terminando de lavar algunos tubérculos para preparar la cena de esa noche. La servidumbre de la casa era la misma que había estado bajo las órdenes de Elizabeth, ya que William, en su soledad tras perder a Eloise, despidió a todos los que trabajaron para él debido a que él quería estar a solas, sin intrusos entrometidos, que fue cómo él los llamó en aquel entonces.
Aquella mujer ciertamente no era atractiva, y cuando cocinaba tenía el pésimo gusto de cantar. Su voz era espantosa, una tortura para quien estuviera en la casa, pero Elizabeth la conservaba por su habilidad con los postres, y aunque William quería encontrar motivos para despedirla, y estos no hacían falta, no podía negar que los postres que ella preparaba ciertamente eran celestiales.
Además, tenía que darle importancia a Elizabeth en esa casa, y esto solo podía hacerlo dándole poder y autoridad sobre la servidumbre y administras las cuentas. Dos cosas que a él no podían importarle menos.
—¡Oh! Señor Beckham, no lo había visto ahí—exclamó Angelica una vez que reparó en la presencia del hombre tras cantar un verso de una canción que William desconocía—. ¿Qué puedo hacer por usted?
William hizo lo mejor posible por dedicarle una sonrisa amable e incluso empática para así avanzar unos pasos y adentrarse en la cocina. Todo estaba en su lugar, y no se veía tan sucia.
—Mi esposa me comentó que trajo consigo verbena y te la entregó.
—Si, señor—dijo, siendo terrible para esconder su desconcierto por el interés que él presentaba por dicha planta—. De hecho, acabo de envolverla.
—Necesito que tomes la verbena y la conviertas en polvo, como si fueras a preparar una infusión.
Aquella petición la tomó aún más por sorpresa y parpadeó.
—Claro—carraspeó—. Puedo hacerlo después de la cena.
—No—su voz se volvió gélida y dura como el acero, provocando escalofríos en la cocinera—. La necesito ahora—al percatarse de su cambio de humor, aclaró su garganta y sus facciones se suavizaron—. Lo siento, estoy cansado y el señor Fell me pidió con urgencia la verbena para su esposa. Planeo llevársela lo antes posible.
—Entiendo. En ese caso lo llamaré cuando esté lista.
—No hay necesidad—tomó la silla que estaba junto a la salida que llevaba al patio trasero y tomó asiento—. Puedo quedarme aquí y esperar.
Y así lo hizo. Angelica preparó la verbena y la guardó en un frasco de vidrio que además tuvo que envolver en papel por solicitud explícita de William. Una vez que tuvo el frasco envuelto entre sus manos, le dio un frío y seco agradecimiento a la cocinera y se dirigió a su habitación, en dónde la criada, Liliana, estaba terminando por encender las velas de los burós que escoltaban la cama matrimonial.
La muchacha era lo opuesto a Angelica. Era alta, extremadamente delgada y pálida, cabello rubio cenizo y pequeños ojos azules. Ciertamente no era poseedora de una belleza angelical, pero sus rasgos delicados le favorecían.
—Señor Beckham. —Liliana acabó con su tarea y tomó una pequeña pila de ropa sucia para así hacer una leve inclinación de cabeza en dirección del hombre y retirarse.
William únicamente suspiró y escondió el frasco en el cajón de su buró. Se despojó de su chaleco celeste, así como de sus zapatos y guardó su reloj de bolsillo. Desabotonó los dos primeros botones de su camisa blanca y tras otro largo y sufrido suspiro entró al cuarto de baño en dónde le dedicó Elizabeth, quien ya lo esperaba desnuda en la tina blanca de mármol, la más encantadora y sensual sonrisa que cualquiera habría pensado que era el hombre más enamorado y devoto a su esposa, cuando en realidad no era más que un teatro en dónde él era el director y actor principal. Y todo lo hacía en el nombre del amor, así que ¿por qué habría de tener él alguna culpa?
Mystic Falls, noviembre 2009
Cora nunca pensó que Elena y ella congeniaran como lo hacían, pero ciertamente empezaba a ver a Elena, así como a Jenna, como una segunda familia, porque, además de que siempre era bien recibida en la casa, cuando estaba ahí se sentía cómoda. Tal vez porque no la trataban como a una enferma a la cuál debían vigilar y procurar. Tampoco era para quejarse de sus padres, más estar con Elena era poder hablar de todo y nada. Podía hablar por horas con ella sobre el mundo sobrenatural, acerca del pueblo, sus respectivos pasados, sus familias, la escuela, televisión, música, películas, comida, libros; era como tener a una hermana que la cuidaba, pero Cora también podía cuidar de ella.
Elena estaba terminando de trenzar el cabello rubio de Cora en una corona sencilla pero perfectamente pulida que estaba por encima de su cabeza al tiempo que Cora revisaba sus uñas que lucían un color azul marino, recién pintadas y secas.
—Debo preguntarte ¿cómo aprendiste a trenzar el cabello? —demandó saber, sin esconder su asombro por cómo la había dejado Elena. Parecía recién salida del salón de belleza—. Yo apenas sé cómo hacerme una trenza y que se vea regular.
Elena rio y sus mejillas mostraron y leve rubor por el halago de Cora hacia sus habilidades con el estilismo.
—Mi cabello natural es en realidad ondulado—confesó—. Pero durante el verano me hice un alaciado permanente porque siempre me gustó más lacio. Pero antes de eso mi madre me enseñó a peinarme—hizo una pausa—. Bueno, en realidad yo se lo pedí porque antes no me daban permiso de plancharme seguido el cabello, así que quise peinarme yo sola para la escuela. Ya sabes, esa etapa dónde ya no quieres que los padres elijan tu peinado y ropa.
—Si, recién pasé por eso. —dijo con una media sonrisa, recordando cómo le costó trabajo a sus quince años pedirle a su papá que la dejase entrar sola a una tienda de ropa. Curiosamente su padre y ella siempre se entendieron mejor para ir de compras, al contrario de con su mamá, quien tenía la filosofía de ser rápida al momento de comprar porque el tiempo era oro.
—No he practicado las trenzas desde hace cinco meses, pero quería ver cómo te veías con trenzas. —dijo con una dulce sonrisa que hizo enternecer a Cora.
Elena, a su manera, iba lidiando no solo con el luto de sus padres, sino también con el descubrimiento de que era adoptada, pero era bueno ver que ella estaba buscando apoyo y no lidiaba con todo ella sola, como había estado acostumbrada. Algo tan simple como hacer trenzas que su mamá le enseñó era una buena señal de que no estaba huyendo de los recuerdos, sino aceptándolos y buscando crear nuevos.
—Gracias. —le dijo entonces, levantándose del tocador y así dirigirse a la cama de la castaña, en dónde ambas se sentaron frente a frente.
—¿Por qué?
Cora tomó el oso de peluche que estaba en la cama, el único peluche en realidad, y lo tomó entre sus brazos para así encogerse de hombros.
—En chicago yo no solía tener amigas. Era la chica invisible.
—Me cuesta imaginarlo—dijo la morena, frunciendo su ceño, evidenciando así su escepticismo—. A dónde sea que vayas irradias alegría. Eres inteligente en muchos sentidos, y, sobre todo, buena oyente. ¿Quién no querría ser tu amigo?
—La vida de ciudad es diferente a la de un pueblo—dijo con una amarga sonrisa—. Estar en Mystic Falls es...—exhaló con fuerza, como si estuviera por realizar una confesión que se negaba a sí misma—, es menos abrumador que estar en Chicago ¿sabes? Hay menos ajetreo.
—¿Incluso si tomas en cuenta a los vampiros?
—Si, incluso con todo esto me siento como un pez en el agua, cuando en Chicago yo era tímida. Me gustaba quedarme en la biblioteca durante las fiestas escolares, en el receso yo almorzaba sola, y en los talleres usualmente salía antes que todos porque sabía que se quedaban atrás los demás para charlar incluso si el maestro se iba. En cambio, aquí, con todo y vampiros, me siento en casa. Antes todo era monótono.
—Como si te faltase una flama de pasión, emoción; encontrar tu chispa. —musitó Elena, mirándola con comprensión a lo que ella intentaba explicarle.
—Si. Y creo que lo estoy encontrando aquí—entonces se rio entre dientes—. Irónico.
—¿Por qué?
Cora se mordió el labio inferior al percatarse de que dijo lo último en voz alta. Elena no podía saber que tenía leucemia, y que por eso es que se mudaron a Mystic Falls, porque sus padres pensaron, erróneamente, que llevaría una vida tranquila, y ella se había hecho la promesa (ahora rota) de que no tendría relaciones con nadie de ningún tipo.
En parte ella debía culpar a Cedric por eso. Él fue el primero que entró a su vida sin que ella lo viera venir. Después de él sus muros cayeron y permitió que Elena, Stefan e inclusive Damon fueran parte de su vida.
No obstante, en lugar de decirle esto a Elena, Cora se encogió de hombros y le dedicó una sonrisa despreocupada.
—Es un pueblo pequeño, estaba segura de que no encajaría aquí porque todos se conocen y yo era una forastera. Aún lo soy.
—Naciste aquí, eso no te hace del todo una forastera.
—Sigo sin conocer muchas cosas de aquí.
—Como todos—replicó—. Yo hasta hace poco supe que Mystic Falls tiene un pasado con brujas y vampiros.
—Me refiero a su historia.
—Si la profesora Carlyle aprendió de nuestra historia en una semana, tú podrás hacerlo en estos meses.
Cora no vio más remedio que reírse y dar por zanjado el tema, ya que estaba más que claro de que Elena no aceptaría que se siguiera refiriendo a sí misma como una forastera.
No obstante, una vez que las risas cesaron, la sonrisa de Elena se desvaneció y una mueca de incertidumbre cruzó por su rostro.
—¿Sabes? En realidad, hay algo que he querido preguntarte, pero por causas externas no he podido tocar el tema sin que haya alguien más o el tiempo que estemos a solas sea corto.
Cora, si bien sospechaba que podía tratarse sobre su relación con Stefan, lo cual también llevaba temiendo de que Elena tarde o temprano quisiera saber más detalles sobre desde hace cuánto tiempo le llevaba gustando, enderezó su espalda y asintió con la cabeza, alentándola para que siguiera mientras que ella misma se mentalizaba para esperar una pregunta incómoda.
Elena tomó una bocanada de aire, y tras titubear por no saber cómo formular su pregunta correctamente en voz alta, finalmente exhaló y habló apresuradamente.
—¿Eres una bruja?
Ciertamente Cora había esperado cualquier pregunta a excepción de esa, y si bien no era lo que ella había imaginado, por una extraña razón le hizo sentir aliviada porque fuese dicho tema y no su relación amorosa lo que ella debía explicar.
—Oh—tras esbozar una sonrisa aliviada, Cora se mordió su labio inferior y se encogió de hombros—. A decir verdad, sabía que debías sospechar algo.
—Bueno, no vi todo, pero si vi a Damon volando por los aires desde la cocina hasta el pórtico—señaló ella, recordando los sucesos de la noche de Halloween, que de alguna manera marcó un antes y un después en sus vidas, especialmente en la vida de Cora, por que supo lo que era ella—. No escuché el resto, Damon me dejó afuera apenas se puso en pie, solo sé que te veías mal y él cojeaba como si alguien más fuerte que él lo hubiera golpeado, pero aplacé mis preguntas porque tuvimos que ir a la comisaría a después pasaron más cosas.
Cora era consciente de que algún día de estos Elena tocaría dicho tema, y si bien en su momento Cora se prometió de que únicamente los Salvatore conocerían ese secreto, Elena merecía saberlo. Después de todo su magia se regía por el control de sus emociones, por lo que si algo llegaba a suceder Elena debía saber lo que era por su propio bienestar. Además, en algún descuido ella podía llegar a emplear su magia, y si la morena presenciaba esto las explicaciones serían más complicadas.
—Si—un suspiro salió de sus labios rosados en compañía de aquella simple afirmación. Alzó sus ojos azules y miró a Elena de frente—. Soy una bruja, pero no una bruja ordinaria—se encogió de hombros e hizo chasquear sus dedos—. Soy una bruja caótica.
Acompañando a sus palabras, una esfera de magia azul se posó sobre su palma ahora abierta y la lanzó en el aire como si fuese una pelota de beisbol. Cuando volvió a tocar su mano, en su lugar ya no estaba la esfera mágica, sino una pequeña cajita de terciopelo negro que le ofreció a Elena.
La morena, mostrándose entre escéptica, así como maravillada por lo que Cora había hecho, tomó la cajita y la abrió, solo para así soltar un gritito de sorpresa cuando de ahí salieron mariposas de alas azules que revolotearon por la habitación. Era una cantidad impresionante teniendo en cuenta el tamaño de la caja.
Elena entonces dejó a un lado su escepticismo y una gran sonrisa adornó su rostro en compañía de una risa melódica, mientras admiraba cómo las mariposas volaban alrededor de su cama, y cinco segundos después Cora hizo chasquear nuevamente sus dedos para transformar las mariposas en pequeñas plumas. Elena alzó sus manos y riéndose como una niña tomó entre sus manos algunas de estas plumas, como si fuesen copos de nieve.
—Puedo hacer que lo que yo desee se transforme en algo completamente diferente—habló Cora en voz baja pero clara, mientras sentía alivio e incluso consuelo por ver como por primera vez su magia no causaba daño o miedo a alguien, sino alegría—. Metamorfosis. Puedo crear algo completamente nuevo en base de nada, y también puedo disparle esferas o rayos de magia a alguien. Incluso puedo debilitar a un vampiro, como pudiste ver la otra vez. No existen los límites, ni siquiera necesito conjurar hechizos porque las brujas caóticas no tienen un aquelarre. Somos diferentes a las demás por esos y más motivos.
Entonces giró su muñeca y las plumas que Elena sostenía entre sus manos se convirtieron en un diario de cuero marrón con sus páginas en blanco. Como si quisiera comprobar si era real, Elena abrió el cuaderno y olfateó las páginas, las cuales olían a nuevo.
—Es impresionante—exclamó ella, cerrando el diario para así colocarlo sobre su regazo—. Entonces, ¿solo debes desearlo y mover tus manos? ¿Sin recitar palabras?
—Si.
—Y con los vampiros ¿ellos no te pueden hacer daño?
Al escuchar esta pregunta Cora se estremeció al recordar los gritos de Logan cuando ella incrustó en su piel aquella rejilla oxidada, así como también recordó cómo Damon bebió de su sangre cuando ella, estúpidamente, fue a encararlos cuando descubrió que él y Stefan eran vampiros. No fue su mejor momento de lucidez y sensatez, eso quedaba más que claro.
—Soy inmune a la compulsión—explicó—, y solo si soy más rápida que ellos puedo neutralizarlos e incluso debilitarlos. Pero no soy inmune a que uno de ellos me ataque por detrás y me muerda.
Ya había vivido eso y ciertamente no quería repetirlo.
—¿Y desde hace cuánto lo sabes?
Cora exhaló y tomó una de las plumas que habían caído sobre el colchón y que ella no llegó a transformar.
—Cuando llegué a Mystic Falls tuve visiones, en dónde veía una hoguera, y a una mujer que gritaba. No tardé en descubrir que se trataba de Clarisse Hale, una bruja que ciertamente fue condenada a la hoguera tiempo después de la cacería de los vampiros.
—Y que escapó de ahí, dejando a veinte cuerpos carbonizados detrás suyo, mientras que la hoguera apenas recibió algún daño. —completó Elena aquella historia, en voz baja, casi en un susurro. Era una historia que muchos en Mystic Falls conocían, y no hacía más que evocar terror—. Entonces ¿ella era una bruja caótica?
Cora solamente asintió con la cabeza e incineró la pluma, sin dejar rastros ni siquiera de cenizas o aroma a quemado. Como si aquella pluma nunca hubiera existido.
—Sigo descifrando esta magia, pero me es más difícil que a una bruja normal porque las brujas caóticas no tenemos un grimorio. No lo necesitamos.
—Espera, entonces, si no necesitas un libro de hechizos ¿significa que tú podrías abrir la tumba?
Cora hizo una mueca mientras volvía a asentir con su cabeza.
—Es posible. Tengo entendido que puedo romper o solo atravesar el hechizo de alguien ¿sabes? Es como si el hechizo de otra bruja fuese una puerta, y se necesita a esa bruja o una llave para abrir dicha puerta, pero yo podría solo atravesarla sin romperla. Suena raro, pero según Stefan es posible—hizo una pausa—. Por eso es que las brujas caóticas igualmente son raras, porque somos peligrosas si nos dejamos dominar por nuestras emociones caóticas. Mientras más fuerte sea la emoción, mayor será la magia.
Elena, percatándose de cómo el estado de ánimo de la rubia había decaído, hizo a un lado el diario que Cora le acababa de obsequiar y se inclinó hacia adelante para así tomar su mano y apretarla con suavidad.
—No sé mucho sobre magia, pero no me cabe duda de que eres la persona perfecta para ser una bruja caótica—Cora enarcó sus cejas, pero no dijo nada—. Puede que suene intimidante el título, pero para mí serías incapaz de lastimar a alguien intencionalmente. Y solo alguien con tu creatividad, corazón puro y alegría puede poseer una magia que no conoce límites. Porque así eres tú. No te detienes, sigues adelante, y siempre estás dispuesta en ayudar a otros. Al diablo con lo que otros digan sobre la magia caótica.
Cora sonrió al escuchar esto y entrelazó sus dedos con los de Elena.
—Gracias.
—Entiendo porque no me lo dijiste, ni siquiera sé cómo hubiera reaccionado entonces, pero aprecio que hayas confiado en mí.
Con esto dicho, ambas chicas se abrazaron y Cora pudo sentir cómo podía respirar con normalidad. No lo había pensado hasta ahora, pero podía entender mejor a Stefan, comprender el por qué le costaba tanto dejar entrar a las personas a su vida. Ella creía entenderlo por su leucemia, pero era diferente tener una enfermedad mortal a ser portadora de una magia mortal para los demás. En lugar de recibir miradas de compasión, la podían mirar como a un monstruo.
Por un momento, aunque quiso engañarse de que no era así, tuvo miedo de que Elena la echase de su casa, pero ahora que le había confesado lo que era ella, podía sentir cómo podía confiar ciegamente en ella.
Elena le hizo algunas cuantas más preguntas referentes a sus poderes y Cora le respondió todo lo que pudo, y lo que no podía explicarlo con sus palabras se lo mostraba con pequeñas demostraciones. Inclusive le contó que ella, sin ser consciente aún de su magia, fue la responsable del apagón en el campo de futbol e inclusive le dijo que su brazo sanó al día siguiente, pero, claro, al ser una humana su regeneración, así como el uso excesivo de su magia, tomaba parte de su energía y esto a veces la hacía sentir cansada. No le contó el detalle de que la magia caótica la llevaría a la tumba, Elena no tenía por qué pensar en eso ahora.
Una vez que se percataron de que había anochecido y de que seguían sin tener noticias sobre Stefan, decidieron que bajarían para ayudar a Jenna con la cena, ya que, según Elena, su tía debió de haber llegado desde hace un par de horas y debía de estar sola.
Así pues, ambas chicas bajaron de buen ánimo dispuestas en hacerle compañía a Jenna, y es que Cora tenía muchas ganas de conversar con ella. No obstante, apenas llegaron al pie de las escaleras, sus sonrisas se desvanecieron cuando escucharon en la cocina la risa de Jenna, acompañada del cuchillo cortando vegetales sobre la tabla, y una segunda voz bastante familiar charlaba animadamente con Jenna sobre asuntos del amor.
—Maldición, Damon. —murmuró Cora para así avanzar con paso rápido hacia la cocina con Elena siguiéndola por detrás.
—¿Es cierto que siguen sin saber dónde está? —preguntaba él, mientras seguía cortando una cebolla morada que sería parte de una ensalada.
Jenna estaba sentada sobre la encimera bebiendo alegremente una copa de vino tinto.
—Claro que si—respondió Jenna mientras bufaba—. Está en alguna playa de Sudamérica coqueteando con chicas—ambos rieron—. No sé si lo sepas, pero los Fell tienen esta reputación de ser egocéntricos. Muchos admiran y temen a los hermanos de Logan por eso mismo: jamás puedes ganar un debate con ellos.
Cora tomó la mano de Elena y la hizo detenerse para así escuchar. La familia Fell por alguna razón le causaba curiosidad, y ya que Cedric solo tenía anécdotas familiares, y en su mayoría buenas, le interesaba escuchar lo que Jenna tenía por decir del resto de los hermanos de Logan.
—Y luego está la hermana, Meredith—continuó Jenna—. Parece ser noble, inofensiva, pero no te metas con su ego que se encargará de recordarte que ella tiene estudios, y al igual que su querido hermano Leo, es observadora y sabe usar su conocimiento a su favor—vació su copa—. Si me preguntas, Logan es el imbécil, Leo y Meredith son unos egocéntricos, y Scott parece inofensivo, pero mientras más guarde silencio, tienes una gran desventaja con él.
—Parece que los conoces muy bien. —observó Damon.
—Todos en Mystic Falls conocen a esa familia. Los mismos Williams y Sulez les temen a los mellizos—soltó una risa sarcástica—. Logan me llegó a decir una vez que se sentía aliviado cuando Meredith se fue del pueblo para hacer su residencia en Atlanta, porque sin los mellizos, al tener la cabeza hueca, era dominado por su hermana. Sin ellos él es una cabeza hueca que alardea lo que no tiene. Pero sin duda alguna a quienes más temía era a los mellizos—chasqueó la lengua—. Logan vive de lo que sus tres hermanos le envían para según pagar el mantenimiento de la mansión Fell.
—Creí que la mansión Fell estaba hecha ruinas. —dijo Damon, y Cora pudo distinguir su confusión en su voz que incluso podía ver su ceño fruncido con solo escucharlo.
A veces se preguntaba en qué momento llegó a familiarizarse tanto con Damon. Pero tal vez era como decían: mantén a tus amigos cerca, pero a tus enemigos aún más cerca. Y en su caso ella ya conocía a Damon que su mente no era del todo un enigma.
—Y lo está, pero hace cinco años Leo y Scott decidieron construir una nueva mansión.
Elena frunció el ceño. Al parecer era algo que muchos en el pueblo desconocían.
—¿Con qué objetivo? Ellos ya no viven aquí.
—Son Fell. Les encanta presumir. —dijo Jenna, como si el apellido Fell fuese suficiente explicación para justificar las acciones de los miembros de dicha familia. Tal vez así era.
Damon le sirvió más vino a Jenna y se volvió hacia la estufa, en dónde tenía una olla con salsa y una sartén caliente donde estaba supervisando unos filetes de carne. Cuando la charla fue dirigida hacia lo culinario, Elena no pudo soportar más la espera y, furiosa, salió de su escondite y se dirigió hacia la cocina. Cora no dudó en seguirla.
—Hola Elena—Damon giró sin prisa alguna sobre sus talones y les dirigió a ambas chicas una sonrisa que solo ellas conocían: él estaba ahí con fines personales, no buscaba socializar y su conversación con Jenna claramente era para obtener información que solo él sabía para qué usarla—. Cora, que alegría que también nos acompañes también. Porque, te quedarás a cenar ¿verdad?
Jenna dejó su copa a un lado y se bajó de la encimera para saludar a Cora con un abrazo.
—Milagro de que te dejas ver. —la saludó y Cora no dudó en devolverle el abrazo, mientras fulminaba con la mirada a Damon y con su magia preparó café en la cafetera con tan solo mover sus dedos.
Ella sabía que él solo le dio vino para que fuese más fácil hacerla hablar. Pero el interrogatorio había llegado a su fin.
—He estado ocupada con la escuela, y también con otros asuntos.
—Si, Damon ya me dijo sobre tú y su hermano—le dedicó una sonrisa cómplice—. Tienes que decirme todo. Con detalles.
—Hablando de Stefan ¿por qué no lo invitamos? —dijo Damon—. Me sorprende que no esté contigo, Cora.
—Jenna—Elena intervino y tomó a su tía de la mano, alejándola de Cora—, vamos a la sala y dejemos que Damon termine.
—De acuerdo. —pero cuando dejaba que Elena la llevase a la sala, Jenna le dedicó una mirada a Cora que, si bien la rubia no supo cómo interpretar, no parecía ser de alguien embriagada, sino lúcida.
Una vez que quedaron solos, Cora avanzó hacia Damon, pero entonces se detuvo quedando a tan solo un metro de distancia. Cruzó sus brazos y alzó su mentón, dedicándole una mirada impasible, pero que expresaba cierto desafío ante cualquier truco que él intentase hacer.
Damon, por su parte, apagó la hornilla donde estaba la sartén con la carne y la metió al horno para que terminase su cocción.
—No sabía que cocinabas. —dijo ella con tranquilidad, dándole la oportunidad de ser el primero en rendir explicaciones del por qué estaba ahí.
Pero, por supuesto, estaba tratando con Damon. Sería más fácil hacer hablar a una estatua que conseguir la verdad por su parte.
—Un gusto culposo que remonta en la década de los cincuenta.
—¿Alguna especialidad?
—A diferencia de ti, se me dan fatales los postres. Mi especialidad es la cocina francesa.
—No se te dan los postres, pero en cuestión de salado te gustan las técnicas francesas—sonrió—. Irónico.
—Stefan es más de la cocina italiana. Doble ironía, ¿no crees? —esbozó una sonrisa sarcástica—. ¿Él ya cocinó para ti?
—Si. —una cena italiana en todos los sentidos, e incómoda porque su papá estaba ahí.
—Perfecto—Damon en verdad se veía complacido—. Así podrás comparar sazón.
—Damon—su paciencia en verdad estaba llegando a su límite, y él lo sabía, pero no le daría el gusto, por lo que se obligó en tomar una profunda respiración antes de hablar—. Stefan no está aquí, está buscando el diario. Ahora, si me permites, necesito la tabla de picar.
Una sonrisa socarrona adornó su cara.
—¿Acaso quieres competir conmigo? Estoy usando el horno, tendrás que esperar.
—No necesito el horno para preparar el postre—fue su turno de dedicarle una sonrisa burlona—. Al contrario, puedo usar el refrigerador.
—¿Usarás tu magia?
Cora le dedicó una cara de pocos amigos, e incluso podía decirse que se sintió ofendida. Ella no necesitaba usar trucos para hacer algo que le gustaba. Lo único que la mantenía cuerda cuando sus emociones eran un torbellino. Sobre todo, las emociones caóticas.
—Si supieras de reposterías sabrías que el horno no lo es todo para preparar un buen postre—dijo con acidez para acto seguido señalar con su mentón la estufa—. Solo te pediré una hornilla para calentar la leche condesada, margarina y café.
Esperaba que Damon hiciera uno de sus comentarios sarcásticos, que pusiera alguna resistencia con tal de sacarla de la cocina, pero su respuesta fue contraria a la que Cora esperaba.
—Hecho.
No supo cómo, pero en cuestión de quince minutos ambos estaban compartiendo la cocina y se movían por ella como si estuvieran familiarizados el uno con el otro. Cora estaba con el postre, el cual estaba casi listo para meterlo al refrigerador, mientras que Damon estaba sacando del horno la sartén con tres filetes de carne y dejaba en el horno una charola envuelta en aluminio.
—¿Qué es eso? ¿Papas? —inquirió ella. Si él no iba a hablar sobre la tumba, entonces ella tampoco lo haría. Además, odiaba admitirlo, pero estar con Damon en la cocina era agradable. Si no pensaba en sus crímenes ella se animaría a pedirle que hicieran eso más a menudo.
—Salmón—respondió él con indiferencia, probando una cucharada de su salsa—. Sé que tu dieta es estricta y no puedes comer carnes rojas, así que preparé salmón y ensalada porque es lo que puedes comer—resopló—. Jenna casi se desmaya cuando me vio llegar con el salmón. Dijo que los pescados no se le dan bien, por lo cual yo me ofrecí a cocinar la cena esta noche.
Cora lo miró con el ceño fruncido mientras contenía el aliento. ¿En verdad recordaba su dieta por la leucemia? Pero en lugar de preguntarle esto, espetó:
—¿Cómo sabías que yo estaba aquí?
—Llamé a Stefan, no contestó. De estar contigo ya lo habría hecho—explicó—, así que asumí que seguías aquí.
—¿Por qué Stefan respondería el teléfono solo por estar conmigo? —preguntó, sin poder comprender dicha lógica.
Damon puso los ojos en blanco y tapó la sartén con los filetes de carne.
—Porque cuando sabe dónde están todos él está tranquilo, especialmente si estás con Elena y Cedric. Si esos dos están solos inmediatamente se preocupa.
Cora únicamente se encogió de hombros y guardó en el refrigerador el refractario que contenía capas de mezcla de café y coca con otras capas de galletas.
—Entonces, ¿por qué viniste? Tengo el presentimiento de que no estás aquí por Stefan.
—¿Es tu intuición de bruja la que habla?
—No. Antes de la magia caótica yo ya tenía intuición.
Ahora fue el turno de Damon en encogerse de hombros.
—Puede que siempre tuvieras la magia contigo—dijo—, pero jamás se manifestó como ahora. Sin embargo, puede que la intuición ya se hubiera presentado desde la infancia.
—¿Y desde cuando eres experto en la materia sobre la magia caótica?
—Desde que supe que eras una—contestó, sin mostrar emoción alguna en su voz, pero sus ojos azules contaban una historia diferente—. No eres la única que ha investigado.
—¿Por qué?
—¿Estás segura de estar haciendo las preguntas correctas?
—Damon—su voz se volvió amenazante, su paciencia se estaba agotando—. ¿Por qué estás aquí? No es una pregunta difícil de responder.
—Sabes que conmigo nada es fácil.
—Por eso mismo. Es la pregunta más fácil que tengo para ti.
Al ver que ninguno de los dos daría a torcer el brazo fácilmente, Damon exhaló y le dio la espalda para prestar nuevamente su atención en la salsa.
—Quería hablar con Elena. Pero encontré a Jenna, así que terminé charlando con ella—sonrió—. Entiendo porque te fue fácil abrirte con ella, es buena oyente y sus experiencias amorosas le ayudan a dar consejos que lamentablemente ella no pone en práctica. ¿Quién diablos le da dos oportunidades a Logan Fell?
—¿Para qué querías a Elena? —inquirió, alzando sus cejas.
—Relájate, solamente quería fastidiarla—sonrió de lado—. Pero debo admitir que tú eres más divertida que ella.
—Me alegra tanto que mis nervios sean de tu agrado. —expresó con evidente sarcasmo que solo hizo bufar a Damon.
—Quería preguntarle sobre el diario, en caso de que tú y Stefan lo hayan olvidado.
—Créeme, es difícil olvidar algo relacionado a Jonathan Gilbert—dijo ella mientras procedía a lavarse las manos—. El diario no está aquí, Jeremy lo usó para una tarea y Stefan tuvo que ir a la escuela para traerlo.
—¿Qué profesor?
—No tengo idea. —no quería perder a otro profesor de historia.
Damon esbozó una sonrisa, pero a juzgar por su mirada y su postura tensa, él tenía cierto recelo por la ausencia de Stefan.
—¿No crees que ya demoró mucho mi hermanito?
Cora no había querido pensar en eso, pero ciertamente Stefan ya había demorado para haber ido solamente a recoger un diario.
—Seguramente se encontró con Cedric. No sé si lo sabes, pero tu hermano ha ido formando una vida aquí en Mystic Falls, en el tiempo presente.
Una vez que lavó sus manos, se secó con una servilleta de papel.
—¿Qué insinúas? —inquirió él, su voz era serena, incluso denotaba cierto aburrimiento.
—Solo señalo lo que veo—dijo ella, usando el mismo tono de voz que él—. No te preocupes, estoy segura de que pronto llegará.
Resignándose en que no podía obtener más información de él sobre sus motivos de su repentina aparición en la casa Gilbert, Cora pensó que lo mejor sería preparar la mesa. Ya que Damon y ella de alguna forma se adjudicaron el papel de anfitriones de la noche cuando en realidad eran los invitados, al menos haría lo mejor posible para que la velada fuese agradable.
Sin embargo, cuando se colocó junto a Damon para sacar de las gavetas los platos, él, sin mirarla, le preguntó:
—¿Es real?
Desconcertada, Cora lo miró de soslayo, pero continuó con lo suyo.
—¿De qué hablas? —inquirió con serenidad, incluso se podía notar cierta dulzura en su voz, como si fuese una madre hablándole a su hijo cuando éste hace una de sus múltiples preguntas sobre cómo funcionan las cosas a su al rededor y el propósito de ellas.
—Esto. La alianza y la hermandad con Stefan. ¿En serio puedo confiar en él?
—¿Por qué me lo preguntas? —no había reproche o nerviosismo en su voz, solo confusión—. Apenas los conozco ¿recuerdas?
—Eres su novia—apagó la estufa y buscó su mirada, la cual ella evadía diligentemente—. Y ambos te hemos contado mucho sobre nuestras vidas; nos conoces mejor de lo que crees.
Esto ciertamente le hizo gracia a Cora, ya que se permitió sonreír mientras emitía una suave y breve risa genuina, sin rastro de maldad o sarcasmo.
—No te ofendas, Damon, pero cada día estoy más convencida de que ustedes me han contado solo pedazos de sus largas vidas—dijo, volviéndose a él mientras sostenía entre sus manos cinco platos—. Tienen más de cien años, ¿recuerdas? Se puede decir que yo solo conozco su juventud. No puedo responder por otra persona. Ni siquiera Stefan puede responder por mi—inclinó su cabeza y lo miró directamente a los ojos—. Especialmente cuando se trata de meterme en conflictos familiares y de amores del pasado. Solo puedo defender su presente conmigo y con sus amigos, no lo que haya entre ustedes dos. No ahora, al menos, porque tú tampoco has cooperado.
Cora se dirigió hacia el comedor, pero cuando pensó dejar atrás a Damon, éste apareció ante ella y Cora dejó caer los platos cuando chocó con su pecho. Un grito ahogado escapó de sus labios y buscó detener su caída, más Damon se le adelanto y un segundo después ambos se encontraban de cuclillas sosteniendo los platos que Damon consiguió detener, con la mano de Cora rozando la suya.
Conteniendo el aliento cuando verificó que nada se rompió, Cora se percató entonces de que se encontraban en la misma altura y lo único que los separaba eran los platos que Damon sujetaba. Pero no reparó en que Damon, si bien tenía un semblante tranquilo, también estaba conteniendo la respiración por su cercanía.
—Dime la verdad—pidió él en voz baja, casi un susurro, buscando sus ojos con aprensión—. ¿Puedo confiar en él?
—No puedes hipnotizarme. —dijo ella en voz baja, casi en un suspiro. No obstante, Damon frunció su ceño.
—No intentaba hipnotizarte—negó él, e incluso se podía escuchar lo ofendido que él se sentía porque ella hubiera supuesto ello—. Confío en tu brújula moral. Eres mi pepe grillo ¿recuerdas?
Cora apretó sus labios y apartó su mirada de él solo para sentir como sus delgados dedos estaban todavía sobre el dorso de su mano, la cual sostenía los cinco platos como si no pesaran nada.
Entonces estableció el contacto visual, y lentamente los dos se pusieron de pie, sin siquiera molestarse en soltarse o retroceder un paso. Él necesitaba de ella una respuesta, le pedía la verdad, una verdad que ella no podía darle, pero tampoco podía mentirle. ¿Cómo hacerlo, cuando él mentía porque, tal vez, era lo que muchos hicieron a su al rededor durante cien años? Después de todo ella misma lo dijo: no conocía todo sobre su vida. No podía juzgar su pasado, pero si parte de su presente.
—No te mentiré, Damon—musitó—. Puedes confiar en que Stefan quiere lo mejor para Mystic Falls. Él cree que lo mejor es que te vayas, y eso solo puede pasar si sacas a Katherine. Él está buscando el diario por ti, y vendrá con él—entonces relamió sus labios y con su magia le arrebató los platos de su mano para que éstos se acomodasen en la mesa. Si bien soltó su mano para así dejar caer sus brazos hacia su costado, no retrocedió, sino que alzó su mentón para mirarlo mejor a los ojos—. Pero ahora yo quiero que pienses en esto: ¿estás seguro de que Katherine haría lo mismo por ti de estar los papeles invertidos? ¿Ella habría esperado cien años y elaborado un plan como el tuyo solo para liberar al chico que ella transformó hace tiempo? Tal vez, pero no lo haría por amor. No confundas el amor con el dolor, Damon. El amor puede justificar ciertos actos, siempre y cuando no sea un amor destructivo.
Con esto dicho, Cora le dio la espalda y se dispuso en terminar de acomodar la mesa.
Savannah era alguien que no sabía estar quieta. No porque le gustase estar rodeada de personas, al contrario, ella evitaba a toda costa el contacto visual con otros, y ni hablar de cuándo se veía obligada a entablar conversaciones triviales, pero incluso cuando debía hablar con otros, no daba la impresión de ser una persona tímida. Su voz, así como su mirada, eran calmadas, y hablaba como una mujer de edad madura y no como una adolescente. Sin embargo, a pesar de esto ella era un alma solitaria. No le gustaba estar encerrada en un solo lugar porque temía estar sola con sus pensamientos, estática, sin elementos estimulantes a su alrededor que la distrajeran de pensamientos e ideas poco benéficas, y por ende buscaba pasar sus tardes en el parque, la plaza, la biblioteca, e inclusive en el Mystic Grill mientras hacía sus tareas o leía un poco.
En ese momento, ya con el reloj marcando las ocho de la noche, Savannah venía del Grill con su bolso donde tenía su laptop y unos cuadernos, en dónde tenía apuntes de una investigación personal. Había ignorado algunas tareas de la escuela, pero definitivamente valió la pena. Su figura alta y esbelta cubierta por una chaqueta de cuero roja que combinaba con su cabello pelirrojo y hacía contraste con sus ojos marrones era la viva personificación del otoño. En Mystic Falls las mañanas de otoño eran frescas, mientras que las noches era como si el invierno estuviera asomándose y advirtiendo de que pronto llegaría. Y efectivamente, resultaba ser el clima preferido de la joven Blossom. Y cualquiera que la conocía perfectamente no sabía decir con certeza si ella era el otoño, o el otoño la representaba a ella.
Savannah llegó a la pequeña casa que se situaba por detrás de la iglesia del pueblo. Al vivir con su tío Robert, quien era el párroco de dicha iglesia, él debía vivir en la iglesia o lo más cerca de ella, y como él era su tutor legal y su tío de sangre ella podía vivir con él sin ir en contra de los votos que hizo Robert. E incluso si hubiera algún inconveniente con las normas, Robert hubiera ido en contra de sus votos con tal de cuidarla.
Cruzó la verja que rodeaba el jardín delantero de la casa, la cual daba la impresión de ser la típica cabaña del bosque de los cuentos de fantasía, y cuando abrió la puerta de la casa se detuvo en el umbral cuando escuchó varias voces familiares provenientes de la sala de estar.
—....porque ese reloj está roto, o es falso.
El ceño de la joven Blossom se frunció al reconocer la voz de su tía Mónica, la madre de Ava. Y no tardó en darle rostro a las demás voces: los padres de Cedric también estaban ahí, exceptuando a su tío Aaron, el padre de Ava. Esto ciertamente le extrañó, pero entonces recordó que Mónica era quien siempre actuaba y Aaron únicamente la respaldaba. E incluso podía decir con tranquilidad de que aquella reunión en casa de su tío Robert fue orquestada por ella. Después de todo eran hermanos.
—André cree que Jeremy pudo haberle hecho algo, pero creemos que Cora pudo ser la responsable. —dijo Natalie.
Savannah cerró detrás de sí la puerta con cuidado y se abrazó a sí misma, intentando no hacer ningún ruido para poder escuchar la conversación "familiar".
—Ese reloj jamás ha mostrado algún daño, pero tenemos la teoría de que Cora, de alguna forma, supo lo que era. Después de todo Logan se le acercó el otro día en la fiesta en la mansión Lockwood.
—Sin mencionar que Carol insiste en que se parece a ella.
Savannah podía jurar de que más de uno de los adultos se estremeció con solo pensar en dicha persona. Y no era para menos.
—¿Y qué se supone que debo hacer? —inquirió Robert, se le escuchaba molesto—. Lydia jamás me dejará acercarme a Cora, mucho menos André.
—Puedes usar a Savannah.
Robert se rio amargamente ante la sugerencia de su prima política.
—¿Lo sugieres porque no puedes controlar a tu propio hijo? No obligaré a Savannah. Si ella debe hacerse amiga de Cora lo hará por su voluntad. Ellos no deben ser como nosotros y usar a las personas para su beneficio personal.
—Esto es más que egoísmo. —habló Mónica.
—Si, es por su causa mayor—resopló—. Protejan ustedes al pueblo, no involucren a mis sobrinos en esto—entonces suspiró profundamente—. Cora no pudo hacerle nada a ese reloj. Creo que André tiene razón. Porque él siempre tiene razón, ¿no es así?
—Los Beckham son la peor de las calamidades, Robert—dijo Michael, se podía escuchar la angustia y desesperación en su voz—. Borramos los crímenes de William Beckham por una razón, para que nadie quiera seguir sus pasos, pero tal parece eso no se imita, se nace con ello. André no descansará hasta que los vampiros mueran—bufó—. Incluso tiene la paranoia de que existe una tumba con los vampiros que supuestamente murieron.
Savannah se tensó y apretó su mandíbula con tal fuerza que esta crujió. André de las personas que no hacía ruido o alardeaba sobre sus progresos, y solo comentaba de ellos cuando estaba avanzando otros cinco pasos. Era un estratega, y eso lo hacía más peligroso que William Beckham y sus pecados.
—¿Y por qué me comentan esto, si tanto le temen? —cuestionó Robert, la burla se podía escuchar claramente en su voz—. Desde que llegó ustedes hacen todo lo que él dice, nadie lo cuestiona, porque si lo declaran su enemigo, saben que él hará lo imposible para que se arrepientan por darle la espalda—carraspeó—. ¿Qué quieren de mí? Solo díganmelo y así terminamos con las quejas de hoy. Tuve un día pesado y solo quiero descansar.
—Solamente queremos que revises ese reloj y nos digas si en verdad está roto o es falso. —dijo Natalie.
—También queremos que vigiles a esa chica—añadió Mónica, y a juzgar por el silencio que se instaló esta era más bien una idea suya—. André confía ciegamente en ella, pero creemos—Michael carraspeó, claramente dando a entender de que él no compartía estos pensamientos. Sin embargo, Mónica lo ignoró—, de que ella puede saber mucho más de lo que aparenta. Ella y Cedric han estado cada vez más tiempo fuera de casa, junto a Elena. No es una coincidencia.
—¿Acaso debo estar encima de una adolescente? —dijo de forma irónica.
—No, pero te llevas mejor con Cedric que nosotros—reconoció Natalie, con cierto pesar e incluso dolor en su voz al señalar este hecho que ninguna madre quería reconocer, mucho menos en voz alta, pero era así—. No lo presiones, solo guía la conversación en dirección hacia Cora y los vampiros. Pero debes ser cuidadoso. Cedric es leal, y listo, por lo que te cerrará toda puerta en cuanto conozca tus intenciones—suspiró—. Tampoco quiero que tu relación con él se dañe.
—De acuerdo, veré que puedo hacer y en cuanto tenga una respuesta sobre el reloj les haré saber. Pero ¿Aaron también es parte de esto?
—Si, pero no pudo venir porque quiso estar con Ava. —contestó Mónica con frialdad.
Savannah no era quien como para juzgar a los padres, más con escuchar esta conversación podía decir de que Michael y Natalie conocían sus límites para no lastimar a Cedric, porque se preocupaban por él, aunque su "prioridad" era la cacería de los vampiros, mientras que Mónica no daba la impresión de tener el instinto materno. De alguna forma podía comprender mejor la personalidad independiente de su prima, Ava.
—En tal caso no los entretengo más, ya que deben volver con sus hijos y Savannah no ha de tardar. Aún debo preparar la cena.
—Si, claro. Ya nos vamos—dijo Mónica—. Solo recuerda lo que hablamos, y que tu respuesta será rápida, hermano. Hoy en día la confianza es escasa y en verdad quiero confiar en ti.
—Lo comprendo, hermana. —sin embargo, Robert no emanaba ningún sentimiento de calidez por su única familia de sangre.
Los pasos de sus tíos se fueron acercando al recibidor, por lo cual Savannah abrió nuevamente la puerta e hizo más ruido del necesario con sus llaves, logrando así engañarlos de que apenas estaba llegando a casa.
Savannah frunció su ceño una vez que los tuvo frente a ella y adoptó una actitud que comunicaba de todo excepto alegría por verlos ahí, porque realmente su relación con ellos era mucho peor de la que tenían con Robert.
—Savannah—Natalie intentó regalarle una sonrisa amable, más pareció ser más bien una mueca—. ¿Cómo has estado?
—Bien—hizo girar el llavero en su dedo índice y prosiguió en sujetar las llaves cerrando su puño—. ¿Y el tío Aaron? —miró directamente a los ojos a Mónica.
Savannah no les tenía miedo, mucho menos a su tía de sangre. Y Mónica era perfectamente consciente de ello, eh ahí el por qué sentía desprecio hacia la joven pelirroja. Entre otras razones.
—En casa, con Ava—respondió mecánicamente, evadiendo su mirada—. Nos vamos.
—Antes de que se vayan, ¿cómo está mi prima Emma? Escuché que estaba alojándose con ustedes. —miró al matrimonio Williams.
Michael tragó pesadamente, más se las arregló para que su voz se escuchase tranquila y con una nota feliz.
—Voló a Nueva Orleans con tus tíos Fell hace un par de días—respondió—. Es todo lo que dijo antes de irse apresuradamente.
Savannah arqueó sus cejas. Ante la mención de los hermanos de Logan Mónica y Natalie habían palidecido, y el semblante de Robert no presagiaba nada bueno. Además de André Beckham, Savannah sabía a la perfección que sus tíos temían a los mellizos Fell como si estos pudieran destruir sus vidas. Y si ellos tenían la idea de volver a Mystic Falls con la presencia de Emma en Nueva Orleans, todo iría mucho peor para el consejo.
—Espero que mis tíos no quieran asesinar a Logan cuando descubran que se fue de vacaciones afrodisiacas. —bromeó, dedicándoles una sonrisa ácida para acto seguido hacerse a un lado y dejarles el paso libre para que pudieran irse.
Mónica no perdió ni un segundo más y tras murmurar unas buenas noches abandonó la casa, con los Williams siguiéndola pálidos como un fantasma.
Savannah cerró la puerta y encaró a su tío Robert.
—Es obvio que quieren terminar con todo esto de los vampiros antes de que los mellizos descubran lo de Logan por medio de Emma. —declaró ella con aire distraído, pues estaba recordando las reuniones familiares que siempre terminaban desastrosamente, con Leo y Scott teniendo la última palabra de un debate ya fuese "amistoso" o contra Logan.
Savannah dudaba que existiera alguien dentro de su familia extensa que aborreciera tanto a Logan como lo hacían sus propios hermanos.
—Sin Logan y sus llamadas frecuentes para pedirles dinero, sospecharán que algo está mal—expresó sus pensamientos en voz alta—. Y si Emma les cuenta lo sucedido no dudarán en venir. Después de todo viven en una ciudad donde lo sobrenatural es lo menos extraño. Quieren adelantarse a eso y así no darles motivos de quedarse, porque si se quedan...
—Nada los hará irse. Y si André está aquí tenemos serios problemas—Robert acarició su barba pensativamente. Si bien el asunto era preocupante, ambos veían esto con calma, exponiendo los hechos para ver cómo podían salir impunes del derramamiento de sangre que habría en la familia—. Por alguna razón André sabe sobre la tumba, pero hasta que no descubra su localización no actuará. Eso nos da una ventaja.
—¿Cómo pudo saberlo? Todos creen que los vampiros murieron porque así se montó todo.
Savannah sabía desde hace tiempo la existencia de la tumba donde permanecían encerrados los vampiros que encerraron en la capilla hace más de cien años para incinerarlos en vida. Hace unos meses, antes de la muerte de los padres de Elena, empezó a tener pesadillas donde Emily Bennett se le aparecía y le advertía.
A diferencia de Bonnie Bennett, Savannah supo que era una bruja a una edad temprana y buscó prepararse al comprender que no podía seguir escapando de ello, porque era quien era.
Como el consejo, ella llevaba esperando pacientemente a ese momento, donde los vampiros volverían al pueblo, con la diferencia de que ella conocía la maldición de las brujas caóticas, y en cuanto cruzó miradas con Cora en la mansión Lockwood supo inmediatamente quien era ella.
Fue al lugar que Emily le indicó en su sueño la noche donde Stefan Salvatore regresó al pueblo, la misma noche en la que los padres de Elena murieron, y estando ahí ella pudo sentir el hechizo de Emily, así como la energía vital debilitada de los vampiros que estaban atrapados.
Robert suspiró pesadamente y se cruzó de brazos.
—André tiene los diarios de su antepasado, William Beckham. Seguramente los leyó y descubrió lo de la tumba.
—¿Por qué William Beckham sabría sobre la tumba? —inquirió, desconcertada. Odiaba no tener información sobre algo e ignorarlo—. Dijiste que fue gracias a él por lo que la cacería dio inicio.
—Cierto. Él fue motivado por la cólera, jurando vengarse de quienes le arrebataron a su primera esposa—chasqueó la lengua—. Su mente se trastornó por completo, y la muerte no le fue suficiente castigo.
Los ojos de Savannah se agrandaron.
—Quería mantenerlos con vida para que agonizaran por la eternidad. —susurró ella, comprendiendo finalmente lo que quería decir.
—Y ahora André acabará lo que debió suceder en ese entonces y los quemará. Él no solo quiere el reloj para cazar a los vampiros que estén caminando entre nosotros. Lo quiere para llegar a la tumba y abrirla—hizo una pausa—. Por eso mismo confío en que Stefan pueda detener a Damon e impedir que Cora se acerque a la tumba.
—Porque solo ella es capaz de abrirla. —realizó ella entonces con cierto horror.
—Y lo hará si uno de ellos se lo pide. —afirmó él, refiriéndose a los hermanos Salvatore.
Mientras que el padre buscaba destruir a los vampiros, la hija quería salvarlos.
Sorpresivamente, la cena tomó lugar sin incidentes. Damon se comportó con unos modales envidiables y de llegar a tocar un tema de conversación regularmente los dirigía hacia Jenna o Elena, alentándolas a hablar sobre sus días, e incluso mostró interés en la vida de Jeremy y sus hobbies, como dibujar o jugar videojuegos. Cora estuvo a punto de preguntarle cómo es que él, siendo de otra época, sabía lo que era un videojuego, más prefirió callar y mantener su boca ocupada con comida.
Jenna verdaderamente parecía encantada con él, pero Cora no podía estar del todo segura, ya que cada vez que Damon buscaba hablar con Cora, Jenna se las ingeniaba para volver la atención a sí misma. Esto ciertamente Cora lo agradeció, pero también le daba a pensar de que Jenna no confiaba del todo en él, pero buscaba convencerlo de que ya la tenía en sus redes como a Liz Forbes.
Una vez que la cena terminó, Jenna se levantó de la mesa y le dijo a Jeremy de que le enseñase a Damon uno de sus nuevos videojuegos, mientras que a Elena le pidió de favor salir a la farmacia porque le dolía la cabeza y ya no tenían ibuprofeno. La morena dudó un momento antes de acatar las instrucciones y salir de la casa, dejando así a solas a Cora con Jenna en la cocina mientras lavaban los platos.
—Así que Stefan ahora es tu novio. —habló Jenna tras unos minutos en silencio, donde escuchaban los disparos amortiguados del videojuego.
Cora estaba secando los platos que Jenna terminaba por lavar y los apilaba en la encimera para que una vez estuvieran todos limpios ella los guardaría.
—Si—Cora se mordió el labio y le dedicó una mirada apenada—. Sé que él y Elena fueron novios, pero...
—No, perdón. No quería dar la impresión de la tía sobreprotectora—dijo entonces la ojiverde, siendo ahora su turno de sonreírle avergonzada, alivianando así el ambiente entre las dos—. Es que hace tiempo que no hablamos, y siento que todo fue muy rápido con Stefan. Tanto con Elena como contigo. Estoy preocupada por ti.
—¿Qué quieres decir?
Jenna la miró con los ojos entrecerrados y cerró la llave del grifo para así mirarla de frente.
—Vamos Cora. Ese chico olvidó rápidamente a Elena y ahora está contigo—se relamió sus labios—. Y su hermano no me da confianza.
—¿Damon?
—Es muy atractivo, y tiene labia, pero conozco a los de su tipo—suspiró—. Elena me contó que él y su hermano, Stefan, se enamoraron de la misma mujer. Ahora tú sales con Stefan, y Damon está aquí, buscándote.
—No—se rio entre dientes—. Tienes razón con que Damon solo ama a una mujer, pero no está aquí por mí.
—¿Y cómo me explicas esas miradas furtivas que te lanzaba durante la cena? Para él empezaste siendo una chica más para su colección, la nueva novia de su hermano, pero te conozco lo suficiente para saber que no caíste en sus encantos y ahora eres un reto que él quiere conquistar por las buenas, pero ya olvidó por qué busca tu atención. Tal vez se está enamorando de ti.
Por alguna razón el corazón de Cora dio un vuelco al tiempo de que sus mejillas se sonrojaban, e inmediatamente se maldijo por esa reacción.
—Damon solo ama a Katherine, su primera novia—dijo esto como si fuese un hecho obvio que se encontraba escrito en los libros de historia—. Y puede que sea irritante, arrogante, y cínico, pero he llegado a quererlo como a un amigo. O al menos ya puedo estar con él en la misma habitación sin buscar lanzarme a su cuello y ahorcarlo.
Jenna arqueó sus cejas, más no dijo nada y dejó terminar a Cora.
—Además, es el hermano de mi novio. Debo aprender a convivir con él y mejor empezar ahora. Nunca podría interesarse por mi porque...—porque físicamente se parecía a Estella, la mujer que más daño le hizo, y por tanto, una parte de él siempre la verá y recordará a Estella y su crueldad—. Porque es un hombre de una sola mujer.
—Bueno—Jenna chasqueó la lengua y asintió sin mucho convencimiento—, supongamos que es cierto. Igualmente me preocupa el otro hermano.
Las cejas de Cora se juntaron, arrugando su frente en el acto.
—¿Stefan?
—Recuerdo cuando recién nos conocimos—Jenna se sentó sobre la encimera, a un lado de los platos limpios, y Cora no tardó en seguir su ejemplo para sentarse a su lado, con la pequeña pila platos quedando así en medio de ambas—. Me hablaste sobre Damon, y yo te dije mis impresiones sobre él sin que yo lo conociera—asintió más para sí misma—. ¿Quién lo diría? Acerté—sacudió la cabeza—. Pero Stefan salió con Elena apenas llegó al pueblo, y ahora te buscó. Por alguna razón ambos hermanos te buscan—entonces la tomó de la mano y la miró no como ella miraría a su sobrina, más bien como a una buena amiga, casi a una hermana, y estaba preocupada por su bienestar—. Ten cuidado. La forma de amar de Stefan es peligrosa para ti, lo mismo con Damon—exhaló—. No cometas mis errores y escucha a tu mente por encima de tus sentimientos. Así sabrás si es amor, o solo un enamoramiento.
Cora tragó saliva, más asintió con solemnidad. Ella misma había compartido sus dudas con Cedric cuando recién inició su relación con Stefan. Pensó que eran sus paranoias que la hacían creer que todo había ocurrido tan rápido que no podía ser normal. Se convenció que ella, al tener a la muerte respirándole en la nuca, tenía derecho a vivir más rápido que los demás y dejar a un lado las dudas. Pero no porque si vida llegase a ser efímera significaba que debía ser imprudente.
—Gracias—entonces entrelazó su mano con la de Jenna y se rio con suavidad—. Extrañaba hablar contigo.
—Bueno, sabes que cuando quieras estoy aquí—chasqueó la lengua—. Tuve que arreglar algunos asuntos respecto a Miranda, mi hermana, pero ahora que todo está en orden llevaré en la mayoría de los días de la semana la vida de un ama de casa.
—Bien. Quiero una excusa para hornear en casa y traerte algunos postres.
—Podrías vivir de eso cuando te gradúes ¿sabes? —le sugirió repentinamente, soltando su mano para así señalar el refrigerador donde se guardaba lo que quedó del postre que ella preparó—. Pocos saben preparar postres como tú.
Si bien Cora rara vez pensaba en su futuro después del bachillerato, por lo mismo de que era poco probable que la leucemia le permitiera llegar más allá de la graduación, debía reconocer de que no era una mala idea.
—Lo pensaré. —se abstuvo en responder, a lo cual Jenna asintió y se dispusieron en continuar lavando platos, mientras charlaban de temas más amenos como el otoño, las semanas que restaban para navidad, y de cómo a Jenna nunca le gustó decorar, mientras que Cora amaba todo lo relacionado a decorar interiores.
—Tal vez te contrato para que pongas el árbol en diciembre—bromeó Jenna—. Jeremy no me ayudará, y Elena tampoco quiere pensar en la navidad, pero creo que lo necesitan ¿sabes? Les haría bien el toque de magia y alegría que trae consigo la navidad.
—Acepto sesenta dólares y decoraré hasta la fachada de la casa. —dijo la rubia, a lo cual ambas rieron.
—Hecho.
—Mi mamá tampoco es fan de decorar—comentó tras una breve pausa—. A mi papá le gusta, pero es tan perfeccionista que él mismo se cansa. Reconozco que yo también soy perfeccionista, pero de momento eso no me impide de disfrutar decorar el árbol y los muebles con figuras navideñas.
—La navidad en Mystic Falls no es muy grande. Creo que el evento principal, naturalmente, es el aniversario de cuando se fundó el pueblo. Por ejemplo, aún queda el evento de Miss Mystic Falls, así como el desfile de carros alegóricos en dónde se decidirá quién es Miss Mystic Falls entre tres finalistas.
—¿Tienen desfiles aquí? —inquirió—. Nadie me dijo sobre eso.
—Si. Es todo un día en dónde además del desfile también hay una feria. Es todo un carnaval—Jenna miró de soslayo a la joven Beckham y le sonrió cálidamente—. Sé que ya te insistí la otra vez, pero deberías inscribirte. Es más divertido de lo que se escucha.
Cora se habría negado como aquella vez que Jenna le mencionó por primera vez el evento de Miss Mystic Falls, sin embargo, esta vez se encontró a sí misma considerando la posibilidad de participar, aunque aún tenía sus dudas. Por ejemplo, no conocía nada de Mystic Falls como para ser su representante. A menos, claro, que contase saber su historia sobrenatural con las brujas y los vampiros. En tal caso ella ya tendría la corona inmediatamente.
—¿Sabes? Lo pensaré—dijo—. No suena tan mal ahora que ya llevo un par de meses aquí.
—Elena me dijo que te has adaptado rápidamente—su sonrisa se ensanchó—. Estoy feliz por ti. Espero que en un mes más ya te consideres plenamente pueblerina y no una forastera.
—Tal vez.
A pesar de que en Chicago ella gozaba de una excelente salud, no tenía amigos, y ciertamente se llegó a sentir excluida por sus compañeros de clase, por ende acabó aborreciendo las festividades escolares. Pero ahora en Mystic Falls ella bien podía estar descontando los días que le quedaban de vida, más tenía amigos y el entorno en general era mejor que la ciudad bulliciosa que era Chicago. Además, se sentía más viva pese a su delicada salud.
En ese momento llamaron a la puerta. Cora inmediatamente se tensó al intuir que podía tratarse de Stefan y tras murmurar que ella iría a abrir abandonó la cocina solamente para ver como Damon se le adelantaba. Ella solamente resopló y casi echó a correr para alcanzar a Damon, quien si bien no había empleado su velocidad de vampiro estaba dando grandes zancadas y con la diferencia de altura entre ambos era difícil para la rubia poder seguirle el paso sin tener que correr.
Una vez que la puerta se abrió, Cora casi choca con la espalda de Damon y tuvo que rodearlo para así interponerse entre él y Stefan, quien tenía las manos vacías.
—¿Y el diario? —preguntó Damon con el ceño fruncido, ignorando por completo el desconcierto de su hermano por verlo ahí.
Antes de que Stefan pudiera brindarle una respuesta o contraatacar con una pregunta, Cora alzó sus manos para hacerlos callar y señalar al interior de la casa.
—Jenna está en la cocina. —susurró Cora.
El semblante de Stefan se suavizó y con su cabeza indicó la mecedora del pórtico. Cora salió con Damon siguiéndola de cercas, cerrando así la puerta detrás de sí.
—¿Qué sucedió? —preguntó Cora, tomando la palabra, así como el papel de mediadora.
No importaba si los dos hermanos estaban trabajando juntos, era obvio que el resentimiento y las dudas seguían latentes entre ellos y por tanto la desconfianza los hacía dedicarse miradas fulminantes que, más que incomodar a la joven Beckham, empezaban a irritarle. Una vez que todo terminase tenía que ponerse el propósito de no ser una interventora que siempre tenía que estar persiguiéndolos para que no se matasen.
Stefan se apoyó contra uno de los pilares del pórtico, dándole la espalda a la calle mientras que Damon, con sus brazos cruzados, miraba de frente a su hermano, dejando nuevamente a Cora en medio de ambos.
—Sé quién tiene el diario.
—¿Y por qué no lo tienes tú? —inquirió Damon, sin esconder el recelo en su voz y mirada azul.
Stefan, por su parte, le dedicó una mirada exasperante que acompañó con un suspiro.
—Jeremy, aparentemente, quería conocer mejor a su ancestro y le dio el diario a su profesor de historia—se encogió de hombros—. Iba a tomarlo, pero entonces él regresó y tuve que esperar. Cuando abandonó el salón el diario ya no estaba. Alguien más lo tomó.
Damon frunció el ceño, más no dijo nada. Sin embargo, Cora sentía que Stefan no estaba contando toda la verdad, y si ella lo presentía Damon debía de darlo por sentado.
—¿Quién más podría saber sobre el diario? —preguntó ella. Estaba considerando seriamente ir a la tumba de Jonathan Gilbert y gritarle a la lápida. Incluso comenzaba a preguntarse si con su magia podía invocar a su fantasma para así saber por qué todos querían sus inventos y su diario.
—Solo Jeremy y Elena. —respondió Stefan, más los ojos azules de Damon emitieron un destello peligroso que Cora solía ver cuando él tenía un plan. Y sus planes regularmente acababan enviándola al bosque o a la parte más remota de la escuela durante la noche.
—No—negó ella inmediatamente—. Jeremy ni siquiera ha de saber sobre los vampiros gracias a que le lavaste el cerebro.
—Pero su amiga sí.
—¿Qué amiga? —preguntó Cora.
—Mientras tenías tu sesión de corazón abierto con Jenna, yo interrogué a mini Gilbert y me habló sobre su escasa vida social.
—Como si tú tuvieras muchos amigos. —murmuró ella, intentando ignorar el hecho de que Damon escuchó su conversación con Jenna.
No sabía si indignarse o simplemente sentirse avergonzada por asumir que él no espiaría, como era su costumbre.
—Con el vacío de Vicki, Jeremy conoció a una tal Anna, y ella ha mostrado un gran interés en su persona, especialmente con todo lo relacionado al pasado de su familia porque, según esto, ella es amante de la historia de Mystic Falls y los padres fundadores.
—¿A qué punto hemos llegado de que eso ya no es creíble? —preguntó Cora, más para sí misma.
—¿Y qué piensas hacer, Damon? ¿Hipnotizarlo nuevamente? —Stefan entrecerró sus ojos—. No puedes jugar con la mente de una persona, sobre todo si ya borraste de su memoria un evento traumático.
—Ya te lo dije, no necesito hipnotizar a las personas para obtener lo que quiero—bufó—. Es un chico enamorado. Es fácil de manipular.
Cora alzó sus cejas, más se abstuvo en apretar sus labios y asentir con la cabeza.
—Elena no tarda en regresar—se encogió de hombros—. No creo que le agrade que salgas con su hermano, así que apresúrate.
Damon le dedicó una mirada extraña antes de asentir en lo que parecía ser un agradecimiento por su consideración por todos los involucrados, incluyéndolo, y volvió al interior de la casa. Stefan, por su parte, miraba a Cora como si no la hubiera visto en varios días.
—¿Qué pasa? —inquirió ella en un susurro.
—¿Por qué vino Damon?
De no conocer a Stefan cualquiera hubiera creído que se trataban de celos, no obstante, la relación de ambos era mucho más compleja, y Stefan tuvo que aprender a vivir con cautela y recelo de todo lo que hacía su hermano, porque detrás de cada pequeña acción él estaba maquinando un plan que solo lo beneficiaba a él y a nadie más, dañando en el acto a Stefan.
No eran hermanos, nunca más podrían serlo por todo el daño que ambos se infligieron en el pasado. Cora solo podía establecer una tregua temporal, inclusive podía ser capaz de que se llevasen como aliados o amigos, más restaurar su relación como hermanos era una causa pérdida.
—No lo dijo exactamente—respondió ella—. Creo que quería asegurarse de que estemos ayudándolo y no trabajando a sus espaldas para impedir su plan maestro.
Stefan respiró profundamente y asintió para sí mismo.
—Clásico de Damon. Por supuesto que no confía en mi—su ceño se volvió a fruncir—. Pero si confía en ti.
—¿Por qué lo dices? —emitió una suave risa, tomando de manera inconsciente entre sus manos el dije de corazón de su collar.
—No quieres lastimarlo. Él puede ver eso—suspiró—. Él sabe leer a las personas. Una persona solitaria, paranoica y manipuladora como él aprende a reconocer las intenciones de alguien con tan solo sostener su mirada por una milésima de segundo. Y te conozco lo suficiente como para saber que no quieres perder su confianza que ganaste en Georgia; quieres que ambos nos llevemos bien.
Cora quiso hablar, ya que, hasta la fecha, seguía sin contarle lo sucedido en Georgia con Damon, pero sentía que si lo hacía estaba traicionando a Damon, a pesar de que no tenía por qué ser así. Después de todo ella le salvó la vida cuando el novio de Lexi intentó asesinarlo. No obstante, de llegar a hablarle de ese viaje, hoy no sería el día.
—¿Acaso pido demasiado? —preguntó, siendo ya conocedora de la respuesta negativa.
Sin embargo, antes de que Stefan tuviera la oportunidad de hablar, la puerta de la casa se volvió a abrir y salieron al pórtico Damon y Jeremy. Cora les lanzó una mirada desconcertada.
—¿A dónde van?
—Al grill—respondió el pelinegro, deteniéndose brevemente para explicar el cambio en su plan—. Jeremy tiene una cita, así que lo llevaré. Llegará más rápido en mi auto que caminando.
Solo ahora Cora se permitió mirar hacia la acera para percatarse del cámaro de Damon estacionado frente a la casa. Por supuesto que él no se había arriesgado en decir que llegó caminando desde su casa, como solía hacer Stefan. Damon sabía guardar mejor las apariencias sin dejar cabos sueltos, y de hacerlo solo era porque quería divertirse.
Al no obtener protestas por parte de Cora y Stefan, Damon hizo un gesto con la mano a modo de despedida y en menos de un minuto Damon y Jeremy emprendieron camino hacia el Mystic Grill.
—¿Crees que esa chica, Anna, sea un problema? —preguntó Cora a Stefan en voz baja una vez que se quedaron nuevamente a solas.
—De ser así nos conviene que Damon se entretenga—Al ver como la rubia le miraba con desconcierto, Stefan abrió el cierre de su chaqueta de cuero marrón y de ella extrajo unos papeles doblados—. Porque tengo las copias.
Cora abrió sus ojos como platos y miró aquellas páginas como si fuesen la llave para terminar con todo lo relacionado a la tumba. Porque así era.
—Pero ¿cómo...?
—El profesor Saltzman les sacó copia antes de que se robaran el diario, y me hizo el favor de prestármelas por esta noche—Cora enarcó sus cejas—. Digamos que tenemos un trato.
—¿Debo preguntar?
—Te lo contaré camino a tu casa. No podemos arriesgarnos a quedarnos aquí cuando Damon puede regresar. Además, con tu padre en casa él no puede pasar fácilmente sin anunciarse.
Cora suspiró. Su papá era en lo último que quería pensar. No sabía por cuánto tiempo más podría seguir ignorando el hecho de que él sabía de la existencia de los vampiros y formaba parte del consejo de Mystic Falls. Pero hasta que él no actuase, Cora no pensaría en ello. Su familia era su refugio, quienes la hacían sentir normal. No quería perder eso, incluso si se tenía que engañar a sí misma.
Además, su padre era inofensivo. Hasta el momento no había cometido ningún crimen como los Sulez, Williams o Liz Forbes. ¿Por qué preocuparse? Una vez que el asunto con la tumba terminase todo volvería a la normalidad.
—De acuerdo, pero debo despedirme de Jenna.
—Claro, te espero aquí.
Cora entró nuevamente a la casa, la cual se había vuelto a sumergir en silencio, y encontró a Jenna frente al televisor apagando el equipo de Jeremy donde jugaba sus videojuegos, manteniendo su ceño fruncido que expresaba su preocupación por su sobrino. Para Jenna debía ser difícil entender cómo es que Jeremy pasó de sufrir por Vicki como para que ahora estuviera interesado en otra chica, a la cual ella no conocía.
—Vengo a despedirme—musitó ella, aunque empezaba a arrepentirse, pero se consolaba con que en unos minutos más Elena regresaría a casa tras el encargo que Jenna le hizo—. ¿Todo está bien?
—Si—Jenna guardó el estuche del videojuego en su lugar correspondiente y le dedicó a la joven rubia una media sonrisa—. Solo pensaba en Jeremy—chasqueó la lengua y con su barbilla señaló en dirección a la ventana, donde se podía ver la silueta de Stefan—. ¿Me tiene miedo?
—¿Qué?
—Ni siquiera quiso entrar a saludar a la tía de su exnovia.
Cora sintió como sus mejillas se sonrojaban, sintiéndose apenada por la actitud de Stefan.
—Oh.
—Está bien. Él sabe lo que hace—suspiró, y entonces se acercó a Cora para tomarla de las manos y mirarla con aprensión a los ojos—. Ten cuidado, ¿de acuerdo? Hay algo en ellos que aún no me convence—acarició el dorso de sus manos y entonces la soltó, dedicándole esta vez una cálida sonrisa—. No te desaparezcas mucho, ¿sí?
—Lo prometo. Y gracias por recibirnos esta noche.
—Ni lo menciones. Al final ustedes dos nos prepararon una cena exquisita. La próxima vez yo cocinaré.
—En ese caso, tomaré esto como una invitación.
Ambas se rieron y tras volver a despedirse, esta vez con un breve abrazo, Cora abandonó la casa Gilbert y partió junto a Stefan en dirección a su casa con la inquietud de que no solo estaría a punto de descubrir los secretos que escondió Jonathan Gilbert en su diario, sino también debía ingeniárselas para quedarse a solas en su habitación con Stefan con André, su padre, estando en casa.
Mystic Falls, septiembre de 1864
Era media noche cuando la mayoría del pueblo dormía, con la excepción de William Beckham. Hace más de media hora que había concluido su visita con los Fell y les dio las instrucciones de lo que debían hacer con la verbena. Si en verdad era un arma que podían llegar a emplear contra los vampiros no podían desaprovechar dicha ventaja. Tal vez no les haría daño, pero al menos estarían protegidos.
El alma de William era, en todos los sentidos, un alma en pena que no conseguía encontrar paz ni mucho menos consuelo en su casa, con la mujer a la que debía llamar su esposa. Elizabeth era hermosa, muchos hombres lo envidiaban por tenerla como suya, pero su corazón era indiferente a ella. No podía estar durmiendo junto a alguien que no era Eloise. Si bien disfrutaba de los placeres que Elizabeth le brindaba, sobre todo cuando era en la tina de baño, no soportaba estar con ella, no podía mirar esos ojos grises que le expresaban el amor que sentía por él, un amor no correspondido del cuál no podía escapar.
Cualquier barman le diría que así son la mayoría de los matrimonios, que no tenía por qué actuar de la forma en la que él lo hacía. La cuestión aquí es que él necesitaba la fachada de ser un hombre felizmente casado, pues solo así tendría a una mujer que era excelente oyente y confiable para los demás, y que solamente compartiría esas confidencias con la única persona a la que le debía honestidad: su esposo.
Con una esposa, nadie sospecharía que seguía sin superar a Eloise y su muerte, creerían que pasó página. Hubo un breve tiempo en el cuál él mismo deseó caer en esa mentira, pero, ya fuese por delirio, terquedad o amor, siguió con su plan. Reunió a los miembros del consejo, se apoyó en el que fue su cuñado para contar con su mente dotada, manipulándolo por su noble corazón. Utilizó el pánico de Honoria Fell y la sumisión de su esposo, Thomas, para tenerlos como títeres que harían todo lo que él les dijese. Aprovechó el egocentrismo y sentido de justicia divina de Giuseppe Salvatore para que éste aceptase ser parte de su cruzada, porque criaturas como los vampiros no debían existir.
A William hacía ya mucho tiempo que le dejó de importar el bien y el mal. De existir un bien, un poder divino justo y bondadoso, Eloise no habría muerto, y esas criaturas no podrían caminar sobre la tierra junto a ellos en plena luz del sol; él ya no creía en nada, salvo en su amor por Eloise. Dios, el diablo, nada de esos mitos religiosos tenían relevancia o significado alguno para él.
Ciertamente le tomó tiempo manipular adecuadamente a Giuseppe sin que éste lo supiera. A diferencia de los demás, Giuseppe era un excelente observador, y no se dejaba guiar por sus sentimientos. No fue hasta que, gracias a Stefan y Damon Salvatore, sus propios hijos, descubrió la debilidad del patriarca Salvatore, y no era otra cosa salvo su ego.
Un domingo por la mañana, cuando era hora de misa, William se excusó con Elizabeth diciendo que tenía un compromiso previo. Tuvo que soportar quejas y sermones sobre que no existía un mayor compromiso que ir a la casa de Dios por una hora, más al final pudo ausentarse. Lo que en realidad hizo fue visitar la tumba de Eloise, así como espiar a Katherine Pierce. Sin embargo, la perdió de vista cuando se fue en un paseo en carruaje con la que él creía que era su dama de compañía, una joven de apellido Bennett.
Entendiendo que seguirlas sería peligroso, ya que podía ser descubierto, optó por volver a casa y esperar a Elizabeth, no obstante, las voces de los jóvenes Salvatore se hicieron presentes cuando él iba camino a su casa, frente al parque poco concurrido a esas horas. William, quien siempre ha sido un hombre de oportunidades, no pudo desaprovechar esta increíble coincidencia, por lo que tomó asiento en una de las bancas y se hizo con el periódico local. En realidad, había notas interesantes, por lo que recibió mucha información dicho día.
—No puedes negar que nuestro padre me odia—decía Damon, colocándose frente a la fuente que estaba situada en medio del parque, lanzando así una pequeña piedra al agua—. Me culpa por alejarte de la iglesia y todas esas cosas.
—No te odia—murmuró Stefan, aunque ni siquiera él parecía convencido de sus palabras—. Pero para él fue un golpe duro lo que hiciste. Sabes que él es un hombre que pone el honor por encima de ser un padre.
—No, es egoísta—el ojiazul resopló. William podía decir que el joven aparentaba estar enfadado, pero en realidad estaba dolido por el rechazo que recibía de su padre—. Si mencionas a Dios, el deber y el honor, él hará lo que sea porque así debe ser un hombre, según él. No me sorprendería que eso fuese su perdición. Y en realidad eso espero.
—No hablas en serio.
—¿Y por qué no?
—Es la única familia que nos queda. A pesar de todo, es nuestro padre, y nunca nos haría ningún daño—dijo Stefan—. Si, puede ser un idolatra de Dios, pero es un hombre justo. Dale un poco de tiempo y en pocas semanas hará las paces contigo al ver que te está alejando. Nuestro padre nunca perdonará tener un error que además lo distancie de su primogénito.
—Que palabras conmovedoras, hermanito. —a pesar de que sus palabras pretendían ser sarcásticas, William pudo escuchar la sonrisa en su voz, y confirmó esto cuando Stefan rio por lo bajo.
—Será mejor que volvamos a casa. Nuestro padre o Katherine pueden regresar en cualquier momento y debe haber al menos un anfitrión presente.
Damon lo miró con un exagerado horror.
—Qué bueno que regresé. En mi ausencia estuviste mucho tiempo a solas con nuestro padre y ahora hablas como él.
—La próxima vez golpéame. —le pidió Stefan, sintiendo pánico al darse cuenta de que, efectivamente, estaba dejando atrás sus días de un joven que andaba libre de preocupaciones por la vida, y empezaba a ver más por el deber y las normas de etiqueta impuestas por la sociedad, tal como su padre le estuvo inculcando desde niño hasta la fecha.
—Créeme, no es necesario que me lo pidas. —y como afirmación a sus palabras le dio un golpe amistoso en el brazo para acto seguido abrazarlo por encima de los hombros, y ambos hermanos partieron riéndose como dos jóvenes despreocupados.
Después de ese día William Beckham se podía considerar como el mejor titiritero que nunca se haya visto, ya que todos hacían lo que él quería sin siquiera sospecharlo. Inclusive llegó a considerar la opción de involucrar a Damon y Stefan en sus planes, pero al descubrir que estaban bajo los encantos de Katherine Pierce decidió que lo mejor era dejarlos en la sombra y continuar así con el plan.
Había convencido a Jonathan Gilbert en crear dispositivos que les ayudasen a cazar a los vampiros. De él fue la idea de crear una brújula que apuntase hacia ellos, y si bien parecía ser una idea poco realista, con ayuda de los Fell y sus contactos con brujas que ellos protegían, esta idea pronto se hizo realidad.
Del mismo modo, William quiso que existiera un dispositivo capaz de localizar a los vampiros a más de dos kilómetros. Jonathan tomó esto y afirmó tener casi listo un dispositivo que sería capaz de emitir un sonido que solamente los vampiros escucharían y que además los aturdiría. William desconocía cómo es que fue capaz de crear algo así, pero mientras funcionara no tenía por qué hacer preguntas.
Giuseppe, por su parte, era visto como el líder para muchos en el pueblo, cuando en realidad era la marioneta principal de William. Él se mantenía al margen en las reuniones formales, ya que siempre visitaba a Giuseppe una noche antes de la reunión con el consejo y le compartía sus ideas disfrazándolas como "preocupaciones" que solo Giuseppe era capaz de resolver. En realidad, William dirigía la conversación hasta poner en la boca de Salvatore lo que él quería que se expresara al consejo de fundadores. Planificó a detalle cada mínimo paso de su plan maestro, y en cuestión de un par de días finalmente admiraría el resultado final, vengándose en nombre de su amada Eloise.
—Muy pronto esos monstruos pagarán por desear la inmortalidad a expensas de vidas inocentes, amor mío—susurraba William aquella noche arrodillado ante la tumba de Eloise, sin importarle en absoluto el viento que intensificaba su fuerza, dándole la bienvenida al otoño que se manifestaba por medio de una tormenta—. Todo llegará a su fin, y Mystic Falls estará libre de esas criaturas que te arrebataron de mi lado demasiado pronto—sus manos frías acariciaron la lápida, la cual era áspera y gélida—. Haré que esa pobre criatura lamente haber llegado a este pueblo, y que recuerde el apellido Beckham como sinónimo de verdugo de los vampiros. Lo juro por ti, querida Eloise. Por nosotros.
Mystic Falls, noviembre 2009
Cora había mantenido su ceño fruncido en cuanto se sumergió en la lectura del diario de Jonathan Gilbert, y de vez en cuando emitía algunos gruñidos y su postura cambiaba conforme iba pasando las páginas.
Stefan ya tenía un monólogo preparado para cuando llegasen a la casa Beckham y tuviera que explicar su presencia ante el padre de Cora, e inclusive se estaba planteado la posible escapatoria de dejarla en casa y fingir que se iba para así escabullirse por la ventana de su habitación. No era de su agrado recurrir a dicho plan, pero si Damon podía hacerlo ¿por qué él no?
No obstante, en cuanto Cora abrió la puerta y anunció su llegada, fueron recibidos por un silencio absoluto en compañía de una nota escrita por André, en dónde explicaba que su madre estaba en la comisaría y no regresaría hasta mañana por la mañana, mientras que él había asistido a una cena con los Lockwood y le pedía a su hija que no lo esperase despierto.
Había algo más en la parte inferior, pero antes de que Stefan tuviera oportunidad de leerlo, Cora arrugó el papel y lo guardó con nerviosismo en el bolsillo de su pantalón para acto seguido soltar un suspiro y dedicarle al joven ojiverde una sonrisa aliviada. No tenían por qué preocuparse por su padre, lo cual significaba que tenían la casa para ellos solos.
Se instalaron en la sala de estar, la cual, para sorpresa de Stefan, era una habitación en la cual él no había estado desde que conocía a Cora, y podía ver que fueron sus padres quienes la decoraron. Era un estilo minimalista, clásico, y elegante. Cora, si bien era elegante, no podía con tanto blanco debido a su espíritu creativo.
Esparcieron las hojas sobre la mesilla de centro y tomaron aquellas que estaban fechadas desde junio hasta noviembre de 1864, dividiéndose entre ellos tres meses. Stefan tomó los meses de verano, dejándole a Cora los de otoño. Solo llevaban media hora, pero Stefan estaba seguro de que su parte contenía poca información respecto a la tumba, pues todo lo que Jonathan escribió en esos meses fue referente a su hermana Eloise y su amistad con William Beckham. Agosto solo contenía datos como el declive mental de Beckham, así como su cortejo a una mujer de nombre Elizabeth.
Fue entonces cuando Stefan supo que no podía seguir leyendo sobre el antepasado de Cora cuando la tenía frente suyo, y él ignoraba si Jonathan había escrito más sobre William en los meses posteriores, pues si bien Cora arrugaba su frente de vez en cuando, no se le veía perturbada o sorprendida.
Stefan había leído el diario de William Beckham, pudo conocer su mente y la desolación de su alma, que lo llevó a cometer actos atroces. Incluso llegó a preguntarse si había sido muy duro con Damon, porque al lado de Beckham su hermano era cuerdo. Más también había ciertas similitudes entre ambos que le hicieron creer por un momento estando en la oficina de Robert Blossom si acaso era posible que el fantasma de William estuviera ahí, observándolo.
Quería quitarle a Cora aquellas páginas del diario, echarlas al fuego y contarle su linaje, porque ella merecía saber la verdad, pero cuando la veía ante él, sentada con sus piernas cruzadas en flor de loto, su pálido rostro angelical que siempre se iluminaba cada vez que sonreía, ignorando por completo la historia de su familia, supo que no era capaz de decirle nada al respecto, y se odiaba por eso, porque la última vez que le ocultó información por pensar que la estaba protegiendo, casi la pierde. Y ahora, si ella llegaba a descubrirlo, no lo perdonaría.
Y al ser una bruja caótica, sus emociones, sobre todo el enojo, eran peligrosas porque no tenían control alguno.
Tomó una bocanada de aire y clavó sus ojos verdes en las páginas que sostenía en sus manos, simulando que su inquietud se debía a lo que estaba leyendo, cuando en realidad estaba tomando una decisión por Cora. Una decisión egoísta de la cuál se convencía de que era lo mejor. ¿Por qué hacerle daño diciéndole el pasado de su familia? Ella no tenía por qué cargar con los pecados de William o de su propio padre. No podía darle otra preocupación cuando todavía tenían que detener a Damon.
Tal vez, solo tal vez, si todo terminaba bien, en una semana, como mucho, la llevaría personalmente con Robert para que él le diera el diario de su antepasado. Pero por ahora la mantendría alejada de ello. Era lo mejor ¿no?
—No tenía idea de que Eloise Gilbert si existió—susurró ella, y todo el cuerpo de Stefan se engarrotó al escuchar aquel nombre, sin embargo, no dijo nada—. Pensé que mi papá me había mentido por lo del reloj, pero Jonathan habla de ella como si fuese un fantasma de un pasado lejano, o que él quería dejar atrás. Hay amor, pero no dolor. Solo melancolía que quería dejar atrás con el pasar de los meses—pasó a la siguiente página, y chasqueó la lengua—. Espero que William consiguiera ser feliz con Elizabeth. Jonathan no habla mucho de ellos, pero se puede ver que le deseaba lo mejor.
Stefan tragó saliva, y se obligó en asentir con la cabeza mientras esbozaba una sonrisa tensa. ¿Qué más podía decir?
—Espera—dijo ella al cabo de unos segundos, enderezándose, y Stefan la imitó. Tenía en la punta de la lengua explicaciones, así como disculpas respecto a William y lo que hizo, pero antes de que tuviera la oportunidad de hablar, Cora explicó lo que acababa de leer—. Aquí habla sobre el libro de Emily Bennett.
La tensión fue reemplazada por la confusión y Stefan se inclinó hacia Cora para así escucharla leer en voz alta lo que había escrito Jonathan.
—"La familia Fell creía que yo y no ellos debería proteger el libro. Pero temía que me persiguiera para siempre. Se burlaron de mi miedo, pero fue Giuseppe Salvatore quien me tranquilizó, él me dijo que protegería el secreto del libro hasta el día de su muerte"
Cora dobló lentamente las páginas y miró a Stefan con duda.
—¿Giuseppe es tu padre? —preguntó casi en un susurro, a lo cual él únicamente se abstuvo en asentir con la cabeza.
No quería hablar de él, mucho menos con Cora, pues de lo contrario tendría que contarle todo lo relacionado con él, incluyendo su muerte. Ella no tenía por qué saber esos detalles. Suficiente tenía con que ella le ayudase con Damon como para que tuviera que conocer los pecados de su padre, así como los suyos.
—Mi padre era un hombre de palabra—dijo, mirando la mesa de vidrio tapizada por las copias del diario de Jonathan Gilbert, pero en realidad estaba viendo el rostro de su padre, recordando la última conversación que sostuvo con él antes de morir, antes de que ya no fuese un humano—. Todo lo que decía lo cumplía al pie de la letra.
Cora jadeó, y pellizcó el puente de su nariz.
—¿Quieres decir que vamos a profanar una tumba? —preguntó disgustada, asustada, pero, sobre todo, se le veía cansada.
Stefan entonces se olvidó de su padre, de los Gilbert y de William Beckham y buscó las manos de su novia, así como su mirada que parecía distante. Nunca la había visto tan pálida como ahora, y temió que se fuera a desmayar ahí mismo.
—No tienes por qué venir—le dijo en voz suave y dulce—. Tu ya me has ayudado bastante con todo lo que ha hecho Damon. Puedo llegar antes que él y sacar el libro de la tumba.
—No—si bien su agarre era fuerte, su voz se escuchaba apagada—. No te dejaré solo—entonces exhaló y sacudió su cabeza, dedicándole en el acto una mirada que expresaba arrepentimiento—. Es solo que nunca he pisado el cementerio y...—sus ojos se cristalizaron, pero tuvo que apretar sus labios para parpadear rápidamente y ahuyentar las lágrimas—. Solo estoy un poco cansada. Pero hablo muy enserio al decirte que, aunque tenga que ir al infierno contigo, yo siempre estaré a tu lado. No enfrentaras todo esto tu solo—soltó su mano para así acariciar su mejilla—. Ya no estás solo ¿de acuerdo? No tienes por qué hacerme a un lado por temer que puedo sufrir algún daño. Estaré bien.
Quería creerle, creer en aquellos ojos azules como zafiros que le permitían entrar a su alma, porque a pesar de que Cora era una persona que se caracterizaba por ser amable, Stefan había aprendido que no bajaba la guardia fácilmente, pero ahora ella confiaba plenamente en él, y por eso es que él debía hacer todo lo posible para protegerla de las cargas emocionales. Sus demonios internos no podían tocarla, mucho menos el pasado de su propia familia.
—De acuerdo—dijo él, esbozando una sonrisa—. En ese caso creo que debo presentarte con mi padre. Creo que no te aprobaría como mi novia, y por eso es que sé que eres la indicada.
Stefan se puso de pie, y Cora no tardó en seguirlo.
—Vaya, humor negro—comentó ella con una sarcástica sonrisa—. Finalmente puedo ver el parecido con Damon—entonces chasqueó la lengua y se cruzó de brazos—. ¿Crees que deba llevarle flores? No quiero causar una mala impresión.
Cedric apenas podía respirar con naturalidad, sentía que cuando parpadeaba lo hacía de forma mecánica, como si se recordase a sí mismo de que debía hacerlo, pero con André Beckham sentado en su sala de estar era difícil pretender que estaba tranquilo cuando él todavía recordaba como aquel hombre estuvo involucrado con la brújula de Jonathan Gilbert y de cómo usó a su propia hija para obtenerlo.
André se había presentado ante la puerta de su casa hace menos de quince minutos, solicitando hablar con los padres del pelirrojo. Si bien sus modales eran encantadores y no parecía estar tenso, Cedric tenía la sensación de que no era más que una simple fachada, y sus sospechas no hicieron más que incrementar cuando le hizo preguntas relacionadas a su familia al observar de cerca los cuadros que adornaban la chimenea. En su mayoría eran de los Williams, pero había una fotografía en dónde estaban sentados en una banca del parque Ava, Cedric y Savannah, y detrás suyo se posicionaba Emma. Habían tomado esa foto hace dos años, cuando Savannah aún usaba brackets.
—¿Cómo está tu abuelo, Cedric? —fue su primera pregunta una vez que observó la fotografía familiar de los Williams, en dónde el abuelo del pelirrojo estaba en medio de ellos, abrazando a Michael.
—Está bien—respondió tras un instante de vacilación, pues temía haber perdido la capacidad del habla al sentir como su corazón se había acelerado ante aquella pregunta—. Está en su casa. No le gusta mucho el otoño porque sus huesos son sensibles ante el frío. Tiene problemas con sus rodillas.
—Entendible—murmuró, aunque no parecía interesado en absoluto en la salud del patriarca de la familia Williams—. ¿Qué edad tiene?
—Ochenta y cuatro.
—Y sigue siendo un roble.
—Es terco. Según él, así son los hombres de esta familia. —dijo sin disimular su disgusto. Amaba a su abuelo, pero él estaba hecho a la vieja escuela y siempre que podía ignoraba a la madre de Cedric, y esto no podía pasarlo él por alto.
—No lo dudo. —entonces prestó atención a la fotografía familiar que se tomaron en el último acción de gracias, con los Fell, Sulez y Blossom.
Cedric recordaba cómo es que apenas lograron salir todos en la foto mientras que al fotógrafo le daba un micro infarto al dirigir a todos los presentes para que salieran en dicha foto. Solo Emma y su padrastro faltaban para que la foto estuviera completa.
—Siempre han sido una familia numerosa ¿no es verdad? —dijo el hombre. Cedric no pudo descifrar el tono de voz que empleó. ¿Era burla, o amargura? No podía estar seguro. André Beckham era excelente al esconder sus emociones. Incluso en sus ojos azules se podía ver un gélido muro que le impedía leer su mente a todo aquel que lo intentase.
—Si.
—Y también con un legado importante—esbozó una sonrisa que aparentaba ser empática cuando tomó en sus manos la fotografía de los cuatro primos en el parque—. ¿Sabes? Algo que siempre llegué a lamentar es que Cora no tuviera primos. A simple vista se puede ver que ustedes son como hermanos.
—Al menos Ava y yo—confesó en voz baja, pero audible para André—. Savannah nunca estuvo interesada en nuestras actividades de niños. Siempre prefería quedarse en casa y leer. Y Emma, bueno—se encogió de hombros—. Vive en su mundo.
—Ya veo.
—Lamento la intromisión, pero ¿Usted o su esposa no tuvieron hermanos, o primos lejanos?
—No. Lydia y yo fuimos hijos únicos. Mi madre no tenía hermanos, y mi padre tuvo uno, pero murió de niño por una enfermedad.
Su voz entonces se apagó al mencionar esto último, y por un momento Cedric creyó que el muro caía y podía ver dolor en sus ojos, más rápidamente se recompuso y le dedicó una sonrisa gentil.
—No lo conocí, por supuesto. Pero nunca es agradable hablar de eso.
Cedric solo pudo asentir con la cabeza. ¿Qué podía decir ante esto? Nada, porque no tenía con qué compararlo y así simpatizar con él. André comprendió este silencio, porque continuó explicando el por qué su familia era de pocos miembros, en comparación con la familia de Cedric.
—Mi esposa, Lydia, por su parte, me dijo que sus padres tampoco tuvieron hermanos, y por lo que me dijo hace años, ella apenas sabe sobre su familia materna.
—Vaya.
A estas alturas, Cedric no sabía quién de los dos padres de Cora escondían más secretos. La historia de André era simple, pero no había nada cuestionable. En cambio, Lydia Shade ciertamente era un enigma, ya que nadie en Mystic Falls conocía el origen de dicha familia.
—Pero bueno, basta de la familia—sonrió ampliamente, sentándose en uno de los sillones de la sala de estar. Cedric podía jurar que no parecía molesto por tener que esperar a sus padres, al contrario, parecía más que complacido por poder estar a solas con él. Y por tanto, esto inquietaba al pelirrojo—. ¿Sabes? Eres el amigo de mi hija, pero siento que apenas te conozco, y ella apenas me habla sobre ti. ¿Por qué no aprovechamos que estamos solos y nos conocemos mejor?
Cedric ciertamente no supo cómo se las arregló para sostener una conversación con André durante diez minutos, respondiendo a veces con monosílabas y de vez en cuando presentaba respuestas más completas, procurando así mismo no llegar a desvelar más información de la necesaria que pudiera afectarlo a él o a sus padres. Si bien últimamente sentía que apenas convivía con ellos, tampoco era razón para darle a André información que él pudiera usar a su favor.
Fue por eso por lo que cuando la puerta principal se abrió, no pudo evitar soltar un poco del aire que llevaba conteniendo, para nuevamente tensarse al ver como su madre se quedaba paralizada ante el umbral de la sala, con Michael imitando su acción una vez que hubo cerrado la puerta. André, por su parte, si bien cada facción de su rostro expresaba amabilidad, sus ojos azules les dedicaba una sonrisa burlesca e incluso parecía decir que acababa de descubrir más de lo que ellos podían llegar a imaginar.
—André—Natalie jadeó, y Cedric vio como su rostro palidecía hasta ser semejante con el de un fantasma—. ¿Qué haces aquí? —tragó saliva—. Es decir, creería que estarías con Cora, porque Lydia tiene turno nocturno y tú siempre la cuidas ¿no?
—Así es, pero quería visitarlos—dijo con la más encantadora de las sonrisas, y solo ahora Cedric creyó detectar un acento británico que nunca le había escuchado—. Cedric es un excelente anfitrión, déjenme decirles eso.
—Cedric, ¿por qué no le hablas a tu prima, Ava? —dijo abruptamente Michael, y el chico tuvo la impresión de que su padre se veía más alto de lo usual, así como sus hombros parecían ser más anchos—. Acabamos de estar con tu tía Mónica y nos dijo que Ava está un poco apática en estos últimos días.
Bajo otras circunstancias el joven pelirrojo se hubiera negado, pero ciertamente no quería seguir junto a André, quien parecía tomar nota de cada movimiento y gesto que realizaba, como si todo le fuese útil para leer a las personas y así tomar una ventaja impensable. Por lo tanto, murmuró una despedida rápida en dirección del padre de Cora y se apresuró en subir las escaleras.
Una vez que se escuchó como la puerta se cerraba, Michael se posicionó por delante de su esposa para encarar a André, quien, para ser un invitado, parecía estar en su propia casa. Él siempre tuvo esta habilidad de imponerse sobre otros, sin importar el lugar donde estuvieron. Todos lo sabían, y por ende, nadie se atrevía a enfrentarse a él.
Pero Michael tenía un límite, y ese era su hijo. Tal como André era receloso cuando se trataba de su hija, Michael también podía llegar a desatar un infierno con tal de proteger a su Cedric.
—¿Qué le dijiste? —siseó el pelirrojo mayor—. Venir a mi casa es una cosa, pero otra es hablar con mi hijo.
—¿Acaso no tengo derecho en hablar con el amigo de mi hija? —preguntó el pelinegro con su característica voz suave y aterciopelada, demostrando que nada de lo que se le dijese lo iba alterar, porque mostrar sus emociones significaría ser vulnerable, y André nunca se mostraba así, salvo con su familia—. Es un chico agradable, educado e inteligente. Puedo ver porque Cora confía en él.
Cualquiera lo consideraría un halago si esto viniese de otra persona, pero cuando se trataba de André era bien sabido de que él estaba analizando a Cedric para saber sus patrones de conducta, y con el tiempo podría descifrar cómo funcionaba su mente. Michael no permitiría esto.
—¿Qué podemos hacer por ti? —preguntó, sin esconder su enfado.
André enarcó sus cejas, y lentamente se puso de pie, dándole la espalda a la chimenea y creando en el acto la proyección de su sombra en la pared, pues la iluminación era tenue al contar solamente con la chimenea y una lámpara junto a uno de los sillones. Era una imagen que no hizo más que intimidar más al matrimonio Williams.
—¿Qué saben sobre el dispositivo Gilbert?
—No mucho, aún—respondió Natalie, abrazándose a sí misma—. Estamos en ello. Es difícil cuando no tenemos a un Gilbert de nuestro lado.
André murmuró algo para sí mismo antes de volver a hablarles en voz alta, pero serena.
—¿Y acerca del diario?
—Nada—contestó Michael—. Natalie abordó a Jenna afuera de la tienda, pero ella no sabe nada. Intentó que la invitase a su casa, pero luego llegó Damon y habló acerca de una cena privada.
—¿Damon Salvatore?
—Si, ¿no has tenido el placer?
—No, me temo que aún no.
Esto ciertamente fue toda una revelación para los Williams, y por tanto, resultaba ser una esperanza. Si existía alguien que estuviera dentro del consejo y fuera del radar de André, significaba que podían hablar con él y advertirle. O tal vez Liz ya había pensado en ello, y por eso es por lo que Damon rara vez se reunía con los demás, para mantenerlo lejos de la influencia de André.
No obstante, Michael buscó cambiar el tema, para que André alejase sus pensamientos de los hermanos Salvatore.
—Intentaré llegar a Jeremy o Elena—exhaló—. Cedric últimamente pasa mucho tiempo con ella, así que no será difícil.
Natalie quiso protestar, más no dijo nada. Era algo de lo cual hablarían en privado.
—Claro—André entonces dejó a un lado su máscara de cordialidad y su rostro se endureció por la ira, mirando con frialdad y odio al matrimonio que tenía delante—. ¿Y qué tal está Robert? —preguntó con tal gelidez que dio la sensación de que la chimenea se había apagado, pues ambos sintieron un frío infernal en sus huesos.
—¿Qué? —preguntó Natalie. Su voz se escuchaba débil.
—¿Pensaron que no los vi caminar durante todo el día por el pueblo? —inquirió con una sonrisa que podía asemejar al mismo satanás. Siempre estaba al tanto de todos los detalles, como el diablo—. Ustedes y los Sulez—chasqueó la lengua—. Mi parte favorita fue cuando se dividieron y Aaron fue con los Lockwood, mientras que ustedes tres fueron con Robert para pedirle ayuda—se carcajeó—. Aaron apenas podía hablar cuando llegué antes que él a la mansión Lockwood. Fue muy fácil hacer hablar a Carol. Solo basta provocarla y que piense que me está provocando, y ella empieza a hablar sin control alguno.
Fue entonces cuando Natalie y Michael supieron que fueron unos ingenuos al creer que podrían actuar a espaldas de André. Su tienda no solo estaba frente a la plaza, sino que también en plena esquina, donde podía verlo absolutamente todo.
—Sé que no creen sobre la existencia de la tumba. Es entendible. Yo tampoco podía concebir una idea como esa, y no intentaré convencerlos para que mis creencias sean suyas. Solo quiero advertirles que la próxima vez que intenten actuar a mis espaldas, piénselo dos veces—entonces miró hacia el techo—. Sería una lástima que la relación distante que tienen con su hijo se anule por completo cuando descubra lo que ustedes hicieron en el pasado ¿no?
—Si nos delatas, inmediatamente caerás con nosotros. —siseó Michael, furioso ante dicha amenaza—. Eres igual de culpable que nosotros.
—Cierto, pero yo no fui el que blandió el arma—sonrió con suficiencia al ver como Natalie sudaba frío, y Michael empezó a tartamudear—. Si llegan a dudar de mi palabra, sobre lo que sea, pueden acercarse a mí. No muerdo, siempre y cuando no se traicione mi confianza, por supuesto.
Dicho esto, André rodeó a Michael y pasó junto a Natalie para así abandonar la vivienda. En cuanto se aseguraron de que se había ido, Natalie soltó un grito de pánico y se colocó de cuclillas, escondiendo su cara entre sus manos. Michael, por su parte, se dejó caer en el sillón más cercano y miró sin observar del todo bien las llamas de la chimenea y como las chispas danzaban en el aire, emitiendo un chisporroteo que no hacía más que inquietarlo.
André Beckham acababa de amenazarlos, confirmando lo que siempre supieron, pero que ahora era un hecho: estaban en sus garras, y de llegar a traicionarlo, lo pagarían muy caro hasta hacerlos desear la muerte como un consuelo.
¿Pero que habían hecho?
Con los sollozos ahogados de Natalie recorriendo la casa, en compañía de preguntas sin sentido que transmitían su angustia, Cedric, quien nunca se encerró en su habitación, se alejó lentamente del borde de las escaleras y sosteniendo sus zapatos en sus manos, se dirigió hacia el cuarto de baño, cerrando cautelosamente la puerta en compañía de un suspiro largo que reflejaba su incertidumbre como horror.
—Tranquila—se escuchó la voz amortiguada de su padre en el piso de abajo—. Lo solucionaremos. Por ahora, lo de esta noche no puede salir de aquí. Ni siquiera podemos contárselo a tu hermano—le advirtió—. André ya le habrá hecho las mismas amenazas, no tiene sentido hablar de algo que ya sabemos.
Natalie respondió algo entre sollozos, más Cedric dejó de prestarle atención alguna. En lo único que podía pensar después de lo ocurrido era en Elena, Cora y Stefan, y de cómo ellos también buscaban el diario de Jonathan Gilbert para abrir la tumba. Si André se dirigía a su casa, o a casa de los Gilbert, y Cora se encontraba con Stefan en el bosque para impedir que Damon abriera la tumba, la situación entonces era más grave de lo que sus padres creían. Tenía que advertirles lo antes posible.
—¿Cómo estás seguro de que tu padre fue enterrado con el libro? —inquirió Cora una vez que llegaron a la tumba de Giuseppe.
Era la primera vez que ponía un pie en el cementerio, siempre que pasaba por ahí procuraba apresurar el paso, porque una parte de ella temía que sus padres tuvieran que enterrarla ahí. Todos acabarían ahí, por supuesto, pero en su caso la leucemia reducía su tiempo en vida. Dudaba mucho llegar a sus veinte antes de estar internada y esperar a la muerte. No obstante, no podía dejar a Stefan solo, especialmente cuando se trataba de la tumba.
Habían tomado las palas de la caseta del guardia, el cual estaba ausente. Tal parecía que, al ser un pueblo pequeño, los muertos no recibían tanta atención, lo cual era deprimente. Cora empleó su magia para crear esferas que flotaban por encima de la tumba y emitían una luz cálida, para alumbrar mejor.
En ese momento Stefan le tendió la segunda pala y se apoyó en la que él sostenía, mirando aquella lápida con una mezcla de emociones. Miedo, arrepentimiento, pero en el fondo se podía ver también un resentimiento hacia su padre por lo que hizo en vida. Porque no fue el mejor padre.
—Como dije, mi padre era un hombre de palabra. No permitiría que nadie llegase al libro. Incluso en la muerte, él cumpliría su palabra—suspiró—. Y ahora yo debo romperla para detener a mi hermano.
Stefan hizo ademán de comenzar a excavar, pero en cuanto la pala tocó la tierra, se detuvo y miró nuevamente la lápida que tenía grabada el nombre de su padre, como si estuviera juzgándolo por profanar su tumba.
—No tienes por qué hacerlo—le susurró Cora, tomando su respectiva pala—. Yo puedo hacerlo, tú puedes vigilar por si alguien más viene.
—No—se negó rotundamente—. Creo que debería ser yo quien te pida que no hagas esto. No tendrías por qué estar aquí ayudándome con todo esto. Ya has hecho más que suficiente—exhaló—. Es solo que mi relación con él no acabó bien, y ahora...
Al ver cómo vacilaba, Cora se acercó un par de pasos y buscó su mirada.
—Y yo te dije que sin importar qué, yo estaré a tu lado. Además, yo también vivo aquí, y no me apetece en absoluto tener que lidiar con más vampiros que deben estar furiosos por su encierro—se encogió de hombros—. Solo me interesa lidiar con un vampiro. —y afirmó esto tocando juguetonamente la punta de su nariz con su dedo, logrando arrancarle una media sonrisa a Stefan.
—De acuerdo.
Dicho esto, Cora no le dio tiempo de reaccionar y con ayuda de su magia le arrebató la pala.
—¿Qué...?
Cora, como si estuviese dirigiendo a una orquesta, alzó sus manos y ambas palas levitaron en el aire. Cruzó sus brazos y cuando volvió a abrirlos giró sus muñecas y chasqueó los dedos. Las palas, bajo el encantamiento, comenzaron a excavar por sí solas.
Stefan no pudo hacer otra cosa más que mirar atónito a la rubia, quien se encogió de hombros.
—Dije que te ayudaría en todo lo que pudiera—repitió sus palabras—. Y eso haré.
Con un simple movimiento de su mano materializó dos sillas de plástico negras a los costados de la tumba y ella tomó su respectivo asiento, invitando a Stefan en hacer lo mismo con un gesto de su cabeza. Él, todavía en estado de shock por lo que ella acababa de hacer, hizo caso, dedicándole una mirada que solo reflejaba preocupación por lo rápido que ella estaba dominando su magia, porque esto significaba que la magia caótica podía igualmente llegar a dominarla. Sin embargo, se forzó en no pensar en eso ahora mismo.
Una vez terminado el asunto con la tumba tendría tiempo para todo lo demás.
—Así que—Cora rompió el silencio incómodo que se instaló—. ¿Quién es el profesor Saltzman?
—¿Quién? —Stefan parpadeó, alejando las sombras del pasado que habían vuelto a él y sus ojos verdes se iluminaron nuevamente al encontrarse con los de Cora—. Oh, claro.
Con todo lo que había ocurrido durante ese día, había olvidado por completo los acontecimientos con el que era su profesor de historia. Irónicamente esto no era lo más raro que había sucedido.
—Es un cazador—aclaró antes que todo—. Al parecer un vampiro asesinó a su esposa y busca venganza. Está convencido de que el vampiro se esconde en Mystic Falls y por ello quería el diario de Jonathan Gilbert, para descubrir más acerca de los vampiros y el pueblo en sí.
—¿Crees que haya sido aquel que me atacó la noche de la fiesta? —musitó la rubia, pensativa.
—No lo sé. Francamente no he pensado en ello, pero sin duda es algo por lo cual nos preocuparemos luego.
—¿Y cómo lograste convencerlo de que tú no eres el vampiro que él busca?
—Tuve que contarle sobre mí y Damon, y también contarle vagamente mi paradero cuando ocurrió aquel incidente—suspiró—. Le expliqué sobre la tumba y también mis intenciones al respecto—chasqueó la lengua—. Debo devolverle mañana las copias, o de lo contrario temo ser expuesto durante clase.
Cora apenas prestó atención a lo último que él dijo, ya que por su mente pasaban miles de pensamientos que no podía controlar. Comenzaba a sentir cierta inquietud sobre todas las personas, incluyéndola, que habían llegado a Mystic Falls en los últimos tres meses. Algunos que eran originarios volvieron a casa, otros forasteros como Madelaine y Alaric llegaron por motivos personales, y de alguna manera tenía esta inquietud de que todos ellos estaban conectados.
Tal vez eran paranoias suyas, pero desde el mes de agosto Mystic Falls había cambiado. Los eventos sobrenaturales volvieron a ser recurrentes, y casualmente ocurrió cuando todos ellos llegaron, junto al cometa que volvió a aparecer después de más de cien años, precisamente cuando los vampiros fueron encerrados en la tumba. Y daba la casualidad de que cien años después Mystic Falls volvía a albergar a la siguiente bruja caótica. ¿De verdad todo esto podía tratarse de una simple coincidencia?
—¿Crees que haya más vampiros en el pueblo? ¿Vampiros que tal vez no sean originarios de aquí? —preguntó ella. Era una inquietud que llevaba dando vueltas en su mente desde hace unos días.
Si Lexi, que no fue una vampira que se haya criado en el pueblo, estuvo presente cuando el consejo comenzó a cazar los vampiros, había posibilidades de que su caso no fuese el único y más vampiros estaban escondidos en alguna parte. Después de todo, seguían sin saber quién transformó a Logan Fell.
—No lo sé—Stefan frunció su ceño—. No es algo imposible, pero no veo cómo puede haber tantos vampiros foráneos viviendo aquí.
—Es un pueblo pequeño, Stefan, con grandes hectáreas de bosque—dijo ella—. Para algunos vampiros este lugar debe ser el paraíso—se encogió de hombros—. Pero hay algo que no entiendo.
—¿Y qué cosa es?
—Si Katherine era la única vampira en el pueblo ¿cómo es que nadie se dio cuenta de que desde su llegada hubo personas desaparecidas? Porque de transformar a varios en vampiros estos debieron de haberse alimentado, y también debieron de huir de la luz del sol.
Stefan carraspeó y miró el suelo fijamente, como si de la tierra pronto fuese a brotar alguna planta mágica.
—Había otra vampira que era amiga de Katherine—explicó en voz baja pero nítida, mirándola de soslayo—. No sé a cuántos transformaron entre ellas dos. Tal vez los mismos vampiros que transformaron lo hicieron a su voluntad, o fueron hipnotizados por una de ellas. Katherine no sabía lo que era tener miedo, así que, probablemente, su plan era quedarse aquí y acabar con todos los que le estorbasen.
—¿Y cómo es que tú y Damon entraban en su plan?
—Lo que ella llamaba amor no era otra cosa salvo un capricho—expresó amargamente—. Katherine nos quería a ambos, y cada uno la quería para sí mismo—salivó—. Creo que, de haber tenido éxito con su plan, ambos habríamos competido por su amor una vez convertidos, y no habría sido más que entretenimiento para ella.
Era algo perverso, y por ello es que era algo coherente tratándose de Katherine Pierce.
—Pero supongo que jamás lo sabremos, por fortuna. —añadió el castaño, contemplando con indiferencia como las palas cavaban a un ritmo constante la tumba de su padre.
Recordando el pasado y viendo lo que estaba en juego en el presente, empezaba a comprender que su pasado no era digno de añoranza o melancolía, pero, aun así, la moralidad como hijo lo estaba carcomiendo mientras veía el nombre de su padre escrito en aquella lápida, porque recordaba las razones por las cuáles fue sepultado.
—¿Y qué sucederá una vez obtengamos el grimorio? —cuestionó Cora, empezando a sentir una inquietud latente en su pecho. No sabía si solo se trataba de un miedo irracional, o de un presentimiento—. Hemos dicho que con esto todo acabará, pero ¿qué sucederá con Damon? ¿Cómo sabemos que no nos perseguirá para vengarse, o que buscará otros medios para abrir la tumba?
Stefan tragó saliva y apartó la mirada. ¿Lo había pensado? Por supuesto que si, pero no quería decirlo en voz alta, porque si bien su relación con su hermano era nula y no había nada más salvo odio mutuo entre ambos, no era capaz de hacerse a la idea de lo que él tendría que hacer si Damon no entraba en razón.
—¿Recuerdas el mito de que los vampiros dormimos en ataúdes? —preguntó en voz baja, casi un susurro—. Es cierto. Solo que jamás es a voluntad—exhaló—. Hay uno en la mansión, en caso de una emergencia—frunció su ceño—. Lo dejé hace tiempo al cuidado de Zac, en caso de que Damon volviera, o que yo llegase a perder el control.
—¿Lo encerrarías? —preguntó Cora en voz ahogada.
No es que fuese a ser la defensora de Damon, sabía que él no dudaría en hacer aquello con Stefan, pero tampoco quería que Stefan se arrepintiera en cuanto le clavase una daga a su hermano. No quería que la oscuridad de Damon también tocase a Stefan.
—No lo sé—suspiró e hizo una mueca de disgusto—. No merece mi compasión, pero a pesar de todo, no sé si soy capaz de clavarle una daga y encerrarlo en un sueño eterno en ese ataúd, el cual tendría que esconder para que nadie se vea tentado en liberarlo—resopló—. Solo que no sé en dónde lo guardó Zac—al ver como Cora lo miraba con desconcierto, se apresuró en explicarle mejor los hechos—. Le hice prometerme que lo escondería una vez que yo abandonase la residencia en aquella visita, y cuando volviera ninguno de los dos tocaría el tema.
—Querías protegerlo.
—Y fallé—sonrió amargamente—. Damon lo mató sabiendo eso perfectamente. Él lleva haciendo esto desde hace tiempo, y es por eso por lo que debo detenerlo.
Cora no dijo nada al respecto, y aunque quisiera era inútil, porque en ese preciso momento se escuchó como las palas chocaron con un objeto pesado, e inmediatamente se quedaron inmóviles, suspendidas sobre lo que parecía ser un ataúd.
La joven Beckham intercambio una mirada ansiosa con Stefan, al tiempo que sentía como su estómago se retorcía y amenazaba con devolver la cena.
Tragando con dificultad, Stefan se acercó al borde de la tumba, y tras mirar al cielo y susurrar lo que parecía ser una disculpa, cayó sobre el ataúd para terminar de quitar la poca tierra que quedaba y de este modo abrirlo.
Cora quiso apartar la mirada en cuanto escuchó el lamentable quejido de las bisagras de la tapa del ataúd, el cual no había sido tocado desde hace más de un siglo. No obstante, se obligó en mirar cada momento, por Stefan, quien era el menos entusiasta de estar esa noche profanando la tumba de su padre.
¿Cómo es que había llegado a ese punto? ¿Cuándo fue el momento exacto en el cual su desesperación por detener a Damon lo llevó a perturbar el descanso de su padre? El hombre tal vez no fue un santo, pero al final del día era su padre.
Cuando la tapa se abrió por completo y topó contra la tierra que acobijaba al ataúd, Stefan contuvo el aliento, así como las lágrimas, cuando quedó al descubierto un esqueleto que no tenía nada más consigo, salvo un viejo libro de cuero que sostenía entre sus esqueléticas manos.
La joven rubia apretó los labios para no emitir sonido alguno de sobresalto o miedo cuando escuchó como los huesos crujieron, como si fuesen papel, una vez que Stefan tomó el cuaderno. Con horror contempló como dos dedos se deslizaban al fondo del ataúd, y a pesar de que jamás conoció a Giuseppe a excepción por relatos que no lo dejaban visto como el padre del año, Cora sintió la necesidad de disculparse con él.
Stefan, por su parte, miró a Cora desconsoladamente mientras sostenía el cuaderno entre sus manos, como si en ella residiera la respuesta o motivación que lo alentase a confiar en que aquello era lo correcto.
Cora quiso lanzarse a sus brazos, sin importarle los tres metros que los separaba, y resguardarlo de todo aquello que lo atormentaba. Quería decirle todas las palabras de consuelo que podían existir y que jamás hayan sido creadas, pero sabía que no era el momento para ello, y que Stefan no necesitaba su compasión, sino su fortaleza, así que se abstuvo en asentir con la cabeza y ponerse de cuclillas para así extender su mano en dirección del grimorio.
Stefan se lo tendió, y en cuanto ella lo tomó él saltó fuera de la tumba y, sin mirar atrás, enjugó las lágrimas rebeldes y tomó asiento nuevamente en una de las sillas que la joven bruja caótica había materializado. Ella no demoró en seguirlo y posicionarse detrás suyo mientras quitaba la cuerda que envolvía al grimorio, protegiéndolo de miradas indiscretas.
—Espera.
Cora le tendió el grimorio ya abierto, y de la palma de su mano se materializó una esfera de luz azul que fácilmente podía alumbrar a diez metros a la redonda de donde estaban, facilitando así la lectura. No sabía cómo era la vista de los vampiros, pero ella ciertamente no estaba dispuesta a forzar la suya.
Stefan, un poco más calmado por tenerla a su lado, apreciando en silencio su apoyo, suspiró profundamente y pasó la primera página para dar paso a una página que no parecía contener un hechizo, sino más bien una especie de nota, o advertencia.
Sin embargo, no pudieron averiguar de que se trataba, ya que en ese preciso instante escucharon una voz familiar que les causó escalofríos por igual.
—Pero miren que tenemos aquí.
Lentamente, ya fuese por cansancio, vergüenza o miedo, Cora alzó sus ojos azules del grimorio para encontrarse con el pálido rostro de Damon, quien estaba a tan solo tres metros de distancia. No se le veía sorprendido, pero tampoco había felicidad irradiando en su mirada. No había ninguna emoción en él, solo indiferencia. Y cuando se trataba de Damon, esto significaba peligro.
—Ni siquiera puedo decir que esto me sorprende. Pero si es decepcionante, Stefan—miró a su hermano, quien se había puesto ya de pie y sostenía firmemente el grimorio—. Nunca cambias. Por un momento llegué a creerme la idea de que esta alianza era real. Que pena.
—Los dos sabemos que tú jamás confiaste en mí, Damon—espetó el castaño, empleando una voz gélida, inflexible como el acero—. De ser así, no estarías aquí.
—Exactamente. Porque si algo he aprendido es que no puedo confiar en nadie, solo en mi—su voz se alteró. Su rostro era de piedra, pero sus ojos azules reflejaban un torrente de emociones que llegó a angustiar a Cora, quien con un movimiento de manos hizo desaparecer las sillas, así como las palas—. Tú te aseguraste de ello—pero entonces su mirada se trasladó a Cora, y ella sintió como si alguien le hubiese clavado una daga en el pecho, porque en sus ojos encontró una profunda decepción—. Pero tú me engañaste.
—No—negó ella con una sorpresiva calma—. Jamás te mentí, y lo sabes.
—Ella no tiene nada que ver con esto, Damon—Stefan, rectificando sus palabras, avanzó unos pasos hacia él, quedando al límite de la tumba de su padre, que era lo único que los distanciaba—. Esto es entre tú y yo—entonces esbozó una amarga sonrisa—. Tú me has enseñado durante siglos que sin importar a dónde vayas, jamás dejarás de esparcir tu veneno. Solo mira a tu alrededor. ¿Cuánto daño más debes hacerle a este pueblo? ¿Cuándo entenderás que este amor no solo mata a quienes te rodean, sino que acabarás solo? —entonces su voz se volvió aún más fría, que Cora apenas lo reconoció—. Ella no puede volver.
—¿De verdad? ¿Y qué harás al respecto?
—Profané la tumba de nuestro padre—para sorpresa de Cora, no había emoción en él cuando dijo esto. Como Damon, estaba disfrazando sus emociones para que no las usara en su contra—. Créeme, si debo acabar con esto esta noche, lo haré.
—No puedo creerlo, pero por primera vez en mucho tiempo estoy totalmente de acuerdo contigo, hermanito.
En ese momento, Cora comprendió algo que la hizo sentirse mareada por el horror. Esto no solo se trataba de Katherine, no. Con el esqueleto de su padre en medio de ambos, carente de vida alguna, él seguía siendo una sombra que los llevó a dónde estaban en esos momentos: dos hermanos enfrentados por la eternidad, porque él les disparó al preferir el honor de un apellido antes que el amor a sus hijos.
Puede que Katherine los distanció, y Estella fue quien sembró el odio entre ellos, pero fue su propio padre el que fracturó su relación.
—¡Basta! —bramó ella cuando vio como ambos estaban dispuestos en pelear por un grimorio, y ella, sin darles tiempo alguno de reaccionar chasqueó los dedos y el libro apareció ante ella, flotando en el aire.
Los dos hermanos la miraron sin comprender del todo lo que ella estaba haciendo, y a decir verdad ni siquiera la misma Cora tenía alguna idea de lo que haría a continuación.
—Tienen razón, esto debe terminar hoy—dijo ella, mirando a ambos con severidad, como si fuesen dos niños que llevaban hablando de lo mismo, pero no hacían nada al respecto y solo rumiaban—. Katherine, Estella, Giuseppe; ambos se han convertido en todo lo malo que ellos les hicieron. No me importa Katherine, esa tumba no puede abrirse porque más vampiros están ahí, encerrados y probablemente deseosos de venganza hasta contra ustedes y no pueden verlo porque solo ven su odio mutuo—se encogió de hombros—. Bueno, ya que ustedes se la viven peleando y culpándose, yo tomaré una decisión que debió tomarse hace mucho tiempo al respecto.
Los ojos de Damon se abrieron como platos al adivinar la intención de la joven, pero antes de que pudiera hacer algo al respecto y detenerla, ella nuevamente chasqueó sus dedos y el grimorio se consumió en llamas, desintegrándose rápidamente hasta que quedaron las cenizas.
Stefan solamente fue capaz de emitir un jadeo al ver como las cenizas eran dispersadas por la brisa del viento, el cual, por un momento, dio la impresión de que no era natural, sino que era la misma Emily manifestándose al respecto.
—Se acabó—declaró Cora al cabo de un instante donde los Salvatore contemplaron atónitos las cenizas, sin poder dar crédito como es que ella con solo chasquear los dedos fue capaz de destruir algo que para ellos y las demás brujas era algo valioso—. Ya no hay nada más por hacer.
Dicho esto, tras intercambiar una mirada inquietante con Damon, quien no sabía si odiarla o temerle por su acto osado, Cora hizo un movimiento de su muñeca y un remolino de magia de color azul la envolvió a ella, así como a Stefan y la tumba, invocando en el acto una brisa que levantó tierra que obligó a Damon en cerrar los ojos. Cuando los abrió, vio la tumba de su padre intacta, con un ramo de dalias azules descansando ante la lápida, sin Cora o Stefan a la vista.
Nuevamente, estaba completamente solo, y por primera vez no sabía que hacer a continuación, ya que su plan había fracasado miserablemente, y no había otro culpable ahora, salvo él mismo, porque se permitió ser débil ante una mujer que no era Katherine. Cora Beckham había sido su ruina, en más sentidos de los que se podía imaginar.
Mystic Falls, septiembre de 1864
William contemplaba con deleite las llamas de la chimenea de su casa, admirando cómo éstas se entrelazaban en una peculiar danza mientras emitían chisporroteos, expresando una calma que de desearlo podía transformarse en caos si el fuego perdía el control. Esa era la belleza de aquel elemento. Contrario a los demás, el fuego era impredecible, consumía todo a su alrededor de llegar a ser perturbado por un segundo elemento.
Se encontraba sentado en su silla favorita de la casa, con las cortinas cerradas que privaban ver qué hora del día era. ¿Seguía siendo de noche, o es que ya había amanecido? No importaba la hora o el día, él quería encerrarse en un bucle para poder gozar su victoria por concretar su plan.
Hace ya más de siete noches que Giuseppe atrapó a Katherine Pierce en el acto de beber sangre de su hijo menor, Stefan, y con ella los demás vampiros comenzaron a caer gracias a la brújula de Jonathan, usando la verbena para debilitarlos y así encerrarlos en la iglesia. William pudo ver con sus propios ojos como arrastraron a cada vampiro por el largo pasillo hasta encerrarlos en una tumba que él mismo preparó, sin el conocimiento de nadie excepto de sus lacayos que juraron guardar silencio a cambio de unas cuantas monedas.
Quiso ver a Katherine siendo arrastrada cual piltrafa, pero, para su desgracia, pronto tuvo que salir ya que estaban por iniciar la quema de la iglesia, por lo que, tras repetirles las instrucciones de lo que debían hacer a sus lacayos, abandonó la iglesia y se reunió con el consejo de Mystic Falls para tomar una antorcha y ser el primero en propagar el fuego.
Fue de los últimos en abandonar el lugar cuando no quedó nada salvo ruinas, humo, y cenizas con el sol asomándose por el horizonte para anunciar un nuevo día, y con ello una nueva etapa en el pueblo, el cuál era libre de aquellas criaturas de la noche.
Había concretado su venganza, y por fin podía sentarse y beber un buen whiskey a modo de brindis por encerrar para siempre en un infierno personal a Katherine Pierce, la culpable por la muerte de su amada Eloise. Ahora ella podía descansar en paz, así como William.
Pero antes de eso, había algo que él debía hacer. Todavía quedaba algo pendiente por resolver y no estaría del todo tranquilo hasta arrancar por completo las raíces de todo lo malo que rodeaba a Mystic Falls.
—¿Deseaba verme?
A espaldas suyas, una joven de piel morena de estatura promedio y ojos grandes que transmitían más sabiduría que su edad podía aparentar, lo miraba no con miedo, pero tampoco se le veía cómoda ante su presencia.
La casa estaba complemente sola. Elizabeth había salido temprano porque quería reunirse con las mujeres de los esposos que conformaban el consejo y tomar acción sobre qué harían respecto a la iglesia, la cual, para quienes desconocían de lo que sucedió, fue consumida en un trágico accidente que aún desconocían. William prometió que pronto se encargaría de poner a algún presunto culpable, asegurando que no sería un inocente, sino alguien que mereciera ser castigado.
—Si, Emily—William giró el vaso de whiskey entre sus manos y bebió el resto de un solo trago—. Es respecto al asunto de la tumba.
—Por supuesto.
—Por favor, toma asiento.
William se giró de tal modo que quedó de frente al sillón que él acababa de ofrecerle, y ella, sin vacilar, tomó asiento, más su postura era rígida, como si estuviese preparada en huir en cuánto se diera la oportunidad.
Ella era una bruja, y, por tanto, sabía cuándo el alma de alguien era pura o estaba podrida por la oscuridad que habitaba, y el alma de William estaba lejos de estar limpia. Pero por eso mismo no podía evitarlo, aunque quisiera.
—La tumba fue sellada—dijo él, hablaba en voz baja, indiferente, como si lo de anoche solo hubiera sido un sueño—. Pero dijiste que todo ritual podía ser usado de forma reversible, y, por tanto, alguien puede abrirla.
—Así es—entrelazó sus manos y esbozó una sonrisa—. Pero quédese tranquilo, solo se podrá abrir en cien años, cuando el cometa vuelva a cruzar su trayectoria. Además, necesitarán ciertos elementos para lograrlos, elementos que solo yo poseo.
—¿Y qué hay de tu familia? ¿U otra bruja? No sabemos qué sucederá en cien años, y hay que estar preparados.
—Señor Beckham, no quiero escucharme como una persona egocéntrica, pero solo yo puedo abrir esa tumba. Ningún vampiro puede salir de ahí. —sin embargo, en sus ojos cruzó una sombra de inquietud, y aunque logró recomponer su semblante sereno y confiado, William no pasó esto por alto, por lo que frunció su ceño.
—¿De verdad? ¿Ni siquiera una descendiente tuya sería capaz de lograrlo?
—No—se encogió de hombros—. Necesitaría años de experiencia, y mucha práctica. No creo que sea posible.
—Ya veo—suspiró, y en sus ojos azules hubo un destello de decepción, así como de aversión—. La cuestión es, Emily, que no me confío en lo que es o no posible. Necesito estar seguro de ello. Y, de acuerdo con mis investigaciones y la lengua floja de Honoria Fell, las brujas no son únicas como se piensa. Existe una especie de brujas que son capaces de cosas impensables, tanto así que ustedes mismas les temen. Y si las matemáticas no fallan, nace una de ellas cada cien años. Y vivimos en la época donde ha nacido la siguiente bruja caótica. Ese es su nombre ¿no es así?
—Es solo un mito—habló ella con una sonrisa, como una madre que le decía a su hijo que no existían los unicornios—. Las brujas caóticas no existen.
—Decían lo mismo de los vampiros, y henos aquí.
—Señor Beckham, no comprendo que busca decirme. —y ciertamente empezaba a sentirse incómoda.
—No busco decirte nada, Emily—esbozó una sonrisa que más que transmitir dulzura, irradiaba demencia al tiempo que sus ojos eran desprovistos de toda vida—. Solo quiero que entiendas que lo que hago, es por un bien mayor. Mystic Falls ha sido infectado, y no puedo permitir que la mala hierba siga creciendo, ¿comprendes? Hay que eliminar el mal, sin importar los medios. Y los vampiros no fueron más que el comienzo.
Dicho esto, antes de que Emily tuviese la oportunidad de reaccionar, uno de los lacayos de William apareció en la habitación y sujetó a Emily mientras cubría su boca y nariz con un pañuelo que había sido remojado en cloroformo.
El fuego por un momento amenazó con alzarse y consumir todo a su paso, pero mientras Emily iba perdiendo la conciencia, las llamas igualmente se apaciguaron, hasta que volvieron a su previa calma.
—¿Qué debo hacer, señor? —inquirió el lacayo.
—Llévatela—William ni siquiera miraba al chico, ya que su atención volvía a pertenecer al fuego—. Átala y ve con el señor Salvatore. Él entenderá inmediatamente cuando le digas que he atrapado a una bruja, la misma que estuvo ayudando a los vampiros.
—Enseguida, señor.
—Ah, y asegúrate de correr el rumor. Las señoras estarán interesadas al conocer a la responsable de que nuestra preciosa iglesia ya no esté.
El lacayo palideció, pero al ver que su señor hablaba en serio, él se limitó en asentir y balbucear que haría todo tal cuál lo indicó, y tras llevarse a Emily sobre su hombro, cual saco de patatas, William se quedó nuevamente solo, sumido en sus pensamientos.
Tras lo que pareció ser una eternidad, donde él no tenía intención alguna de levantarse e ir al encuentro con el consejo, tomó en sus manos la botella de whiskey y bañó su mano con el alcohol, para acto seguido levantarse del sillón y arrodillarse frente a la chimenea.
No podía dejar cabo suelto, todos tenían que creer que Emily Bennett era una bruja peligrosa, así como todas las brujas, y para ello debía sembrar el miedo con pruebas que sustenten sus argumentos. ¿Qué mejor prueba que mostrar su mano quemada cuando ella intentó atacarlo con el fuego?
Sin titubear, William arrancó un trozo de su camisa y la usó como mordaza para acto seguido llevar su mano al corazón de las llamas y sentir cómo estás quemaban abrazadoramente su piel.
William Beckham estaba lejos de terminar lo que había comenzado. Cada criatura sobrenatural que habitaba en el pueblo caería y él se encargaría de ser el responsable de ello. No iba a permitir que nadie abriera esa tumba. Nunca.
Ninguna bruja tendría un linaje, y sabría Dios cómo, pero él cazaría a la bruja caótica así tuviera que morir en el acto. Pero juraba por su vida que no descansaría en paz hasta que vampiros, brujas y licántropos desaparecieran del pueblo. De eso estaba seguro.
Mystic Falls, noviembre 2009
Cora sentía que su sangre había sido suplantada por lava, y en cualquier momento ella desfallecería. Por fortuna, su magia la había llevado exactamente a dónde ella deseó: su cama, con la luz encendida en la habitación y la puerta cerrada.
Soltando un gemido, Cora cerró los ojos y se obligó en inhalar y exhalar profundamente antes de mirar a Stefan, quien estaba de lo más alterado por el cúmulo de emociones que cargaba consigo. Por ello mismo tuvo que obligarse en mantener la compostura y aparentar que solo estaba mareada por el traslado inusual, cuando, irónicamente, esto parecía ser irrelevante considerando que nunca había transportado a una persona consigo.
No podía permitirse mostrarse débil cuando Stefan necesitaba apoyarse en alguien. Y dado que solo se había abierto con ella, Cora era la única persona capaz de brindarle el apoyo que él requería.
—Lo siento. —susurró ella, buscando su mano. Él apenas la miró, más apretó su mano con una fuerza moderada como muestra de agradecimiento por su gesto.
Decir que fue espantoso era quedarse corto. Cora creía haber presenciado el odio entre ambos hermanos en ocasiones pasadas. Incluso creía que nada podía ser peor que aquella vez cuando huyó despavorida por el bosque con Damon cazándola, pero estaba equivocada. Lo de esta noche, lejos de ser un acto monstruoso, fue desgarrador.
La decepción, el dolor, la desesperación y el odio; sabía que la relación de los hermanos Salvatore estaba rota, pero al verlo ahí, de pie ante la tumba abierta de su padre, pudo comprender la situación como nunca y sentir todas emociones como si fuesen suyas. Ya fuese porque era bruja o porque siempre fue una persona altamente sensible, necesitaría una larga noche de sueño y de una infusión para poder conciliar el sueño y así desprenderse de aquellas emociones.
—Damon tiene razón—dijo él repentinamente, acariciando con delicadeza el dorso de su pequeña mano con su pulgar—. Esto es mi culpa.
—Stefan...
—No, yo soy el causante de todo esto—alegó él. Su mirada evadía la de Cora diligentemente, pero inclusive así ella podía ver las lágrimas empañando sus ojos verdes, expresando solo una parte de todo el dolor y la culpa que cargaba consigo por más de un siglo, y que ahora más que nunca la sentía sobre sus hombros, aplastándolo—. Aquella noche, cuando atraparon a los vampiros, cometí un terrible error.
Stefan tomó una profunda bocanada de aire, y si bien seguía sin soltar la mano de la joven rubia, se rehusaba en mirarla a los ojos. No podía hacerlo, porque de lo contrario se arrepentiría de contarle uno de sus pecados, pero tenía que hacerlo, porque gracias a ese error, Cora, así como todos los habitantes del pueblo, no podía tener una vida normal.
—Damon desconfiaba de nuestro padre, había un resentimiento mutuo del cuál yo era conocedor, pero quise ignorar porque tenía esperanzas de que pronto todo volvería a ser como antes—frunció su ceño—. Pero me equivoqué. Cuando supimos sobre la cacería de vampiros Damon quería actuar, pero le dije que no podíamos precipitarnos, y pensé que nuestro padre nos podía ayudar una vez le explicásemos la situación con Katherine.
Cora hizo una mueca de dolor, más no dijo palabra alguna. Permaneció en silencio, aguardando a que Stefan terminase su relato sobre aquella catastrófica noche.
—Damon me dijo que no lo hiciera, pero creí que era el resentimiento hablando y no la sensatez, así que acudí a mi padre, a espaldas de Damon—cerró los ojos con fuerza mientras suspiraba—. Resulta ser que mi padre me traicionó y se llevó a Katherine para llevarla a aquella iglesia. Minutos después todo fue un completo caos.
Aún podía recordar todo detalladamente, como si hubiera sucedido ayer. Los gritos de Jonathan Gilbert, el andar seguro e imponente de William Beckham mientras susurraba órdenes sabiendo que todo aquel que le prestase atención a su persona lo escucharía, los gritos de Pearl y Anna...
—Los miembros del consejo atraparon a todos los vampiros siguiendo un plan que fue trazado meticulosamente durante meses—Stefan volvió a abrir los ojos, y entrelazó sus dedos con los de Cora, aferrándose al presente—, y esa noche no solamente encerraron a Katherine en la tumba, sino que la confianza que Damon depositó en mí fue destruida porque yo confié en nuestro padre, quien también terminó por asesinarnos sin titubear. No había dolor en su mirada, solo decepción e indiferencia, porque no veía a sus dos hijos, sino a dos pecadores. Y el honor lo era todo para él. Yo vi eso demasiado tarde, y por ende, Damon nunca más ha vuelto a confiar en mí.
Cora podía sentir como sus extremidades lentamente comenzaban a manifestar dolor, ya que la mano de Stefan, que en otras ocasiones le resultaba reconfortante, estaba provocándole un hormigueo que pronto se transformó en una sensación de fragilidad, y que sus huesos se quebrarían en cualquier instante. No obstante, tuvo que tomar otra bocanada de aire para que al hablar su voz se escuchase calmada y en control, cuando solo quería llorar por el mismo dolor.
Había sido una noche agotadora, y solamente quería su medicamento y meterse en la cama. Pero no podía, tenía que aguantar un poco más.
—No fue tu culpa—aseguró ella con tal confianza y serenidad que cuando Stefan la miró a los ojos sintió como si una fuerza invisible hubiera tomado parte de su angustia y la hubiera disipado—. Dices que tu error, lo que llevó a todo esto, fue confiar en tu padre. Tal vez así fue, pero todos los hijos hacemos eso, Stefan. Todos queremos creer que nuestros padres, sin importar lo que hayan hecho, jamás nos lastimarán. Si alguien se equivocó fue él, no tú. ¿Qué clase de padre les dispara a sus dos hijos? Había otras formas de llevarlos a casa así fuese a la fuerza y hablar con ustedes como un hombre civilizado—viéndose alentada por una ola de energía por sus palabras, soltó su mano para así acunar su rostro entre sus pequeñas y débiles manos, pero esas mismas manos harían lo que fuese para mantenerlo a salvo—. No era un hombre de honor, sino egoísta, altanero y privado de humanidad.
Con esto dicho, Stefan la atrajo hacia sí para sentarla sobre su regazo y envolverla entre sus brazos, mientras que Cora apoyaba su cabeza en su pecho, sintiéndose confortada por su abrazo, el cuál ella necesitaba más de lo que llegó a imaginar. Los dos se necesitaban mutuamente por diferentes dolores, pero juntos encontraban consuelo, así fuese temporal.
—Lamento tanto lo del grimorio—murmuró ella al cabo de unos minutos donde él solamente acariciaba su espalda—. No sabía que más hacer y en ese instante pensé que al quemarlo todo acabaría y ustedes dos...
—No tienes por qué disculparte por algo que debió hacerse desde hace mucho tiempo—susurró él, y prosiguió en depositarle un beso en la corinilla de su cabeza—. De no ser por ti tal vez estaríamos en una situación totalmente diferente—Cora se estremeció, y él la acercó aún más hacia sí hasta casi buscar fundir sus cuerpos con tal de darle calor y seguridad—. Sin el grimorio de Emily todo terminó.
—Si, pero Damon querrá vengarse ahora que no puede abrir la tumba. —podía entrar y salir de su casa cómodamente. Y más importante, conocía los puntos débiles de Cora como para ejecutar lo antes posible un plan de venganza.
—No pensemos en eso ahora—suspiró—. No hablemos de él, ¿de acuerdo?
—De acuerdo. —accedió ella, y pegó más su cuerpo al de él, cerrando sus ojos mientras se permitía relajarse entre sus brazos. Se sentía tan bien sentirse acobijada por alguien, así fuese que él ignorase su estado de salud.
Sin embargo, el momento fue interrumpido por un golpe seco proveniente de la ventana de Cora, quien al instante pegó un grito y sus ojos azules cobraron mayor vida por la magia caótica, pues asumió que podía tratarse de Damon. No obstante, para sorpresa como alivio de la pareja, resultó ser Cedric, quien colgaba del alfeizar de la ventana mientras buscaba apoyo del árbol con su pie izquierdo.
—¡Oh por Dios! —exclamó Cora, asustada por aquella escena.
Stefan, quien también había entrado en estado de alerta por creer que podía tratarse de Damon, artículo una pregunta muda con sus labios para así soltar con cuidado a Cora y lanzarse sobre la ventana para ayudar a entrar al pelirrojo, ignorando el hecho de que no parecía ser la primera vez que él usaba ese medio para acudir a Cora.
—Con cuidado.
Cora inmediatamente se puso de pie y vio como Cedric caía en brazos de Stefan al perder el equilibrio, y el vampiro buscó todos los medios para ayudarlo a estabilizarse.
—¿Estás bien? —inquirió Stefan cuando Cedric pudo sostenerse por sí mismo, y solo ahora Cora vio con claridad una pequeña herida en la cabeza de su amigo.
Cedric parecía estar en un estado de shock. A decir verdad, podía mantenerse en pie después de lo ocurrido gracias a la adrenalina y no a otra cosa. Por eso es que no quería sentarse, ya que temía que al hacerlo fuese a desmayarse por la conmoción cerebral, o por trepar a la ventana de Cora y casi morir en el intento.
—¿Qué ocurrió? —preguntó ella, al ver cómo su amigo no pareció escuchar o atender a la pregunta de Stefan.
Ya fuese porque la escuchase a ella, o por el estado en el que se encontraba, Cedric habló, y lo que dijo ciertamente era lo último que Cora y Stefan necesitaban oír esa noche.
—Elena fue secuestrada por una vampira. Y antes de noquearme me dijo que no la volveré a ver hasta que le entregue el grimorio de Emily Bennett.
LUCIE HERONDALE SPACE
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Dice el dicho que más vale tarde que nunca. Me tomó dos meses, pero finalmente pude traerles este capítulo. Siento que este pobre capítulo fue escrito en un momento caótico de mi vida. Julio y Agosto fueron meses pesados donde pasaron muchas cosas en tan poco tiempo y siento que apenas estoy reaccionando y poniendo todo en orden. Y quise aprovechar esta semana que parece ser tranquila (hasta ahora, y quiero que siga así) para poder terminar de escribir y editar rápidamente algunos detalles.
Quería escribir un capítulo donde pudiéramos tener como foco centrar a William, André y Cora, tres generaciones significativas dentro de la familia Beckham con relación al mundo sobrenatural, porque cada uno tiene sus propios motivos para hacer lo que hacen, y creo que de alguna forma es irónico si los comparamos.
Veremos más sobre William y por supuesto habrá mucho más adelante un capítulo con André donde lo vamos a conocer mejor. Pero hasta ahora creo que es suficiente la información que conocemos. Y pues si, como podemos ver el apellido Beckham es relevante para la historia de Mystic Falls y, como dije, más adelante se explicará todo hasta que no quede nada por contar.
Honestamente la escena de que Cora quemase el grimorio se escribió sola. Literalmente estaba escribiendo esa escena y cuando acabé creo que mi reacción fue la misma de los hermanos Salvatore, en plan: ¿chica, pero que hiciste?
Estaba sorprendida y orgullosa por mi hija, la verdad, porque ni yo lo vi venir jajaja. Pero viéndolo bien, quedó mejor, porque hace que todo lo que sucederá en el siguiente capítulo con Anna, Damon, Elena y la abuela de Bonnie sea más interesante e incluso le añade todavía más drama.
Vivo por el drama, así es jajajaja.
No sé cuando tendré listo el próximo capítulo. La verdad es que estuve revisando mis apuntes y es muuuuuuy largo. Si este logró llegar a las veinticinco mil palabras, el que viene tal vez lo supere e incluso puede que lo llegue a dividir. Pero de ser así ¿quieren que escriba los dos capítulos y los suba juntos, o escribo la primera parte y la publico de inmediato? Ustedes díganme y yo me adapto.
Espero que les haya gustado el capítulo, traté de que cubriera el todavía no oficial triangulo amoroso, así como el drama de la familia Beckham y los Salvatore sin dejar de fuera a los demás personajes que fueran relevantes para esto. Si todo sale bien espero verlos dentro de un mes, porque, como dije, este capítulo es demasiado largo y solo tengo (de vez en cuando) una hora al día para escribir, y eso no es mucho tiempo para mi, pero es mejor que nada.
Si tienen preguntas pueden hacerlas con total libertad para así entretenernos y sobrevivir a la espera jajaja. ¡Los quiero!
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