Capítulo 31. Lluvia de Otoño
Era una noche fría de otoño en Mystic Falls. El pueblo, por primera vez en varios días daba la impresión de haber recuperado la calma que tanto le caracterizó. Las calles se encontraban en absoluta paz, dentro las casas las familias cenaban en armonía y tanto la policía como los doctores estaban relativamente libres esa noche al no suceder algún percance. Mystic Falls era, una vez más, un pequeño pueblo ubicado en el rincón más tranquilo de Estados Unidos donde nada interesante sucedía. O al menos eso era lo que el foráneo podía ver desde la carretera que lo llevaba a dicho pueblo.
El recién llegado detuvo su Dodge Neon color rojo frente al cartel que rezaba "Welcome to Mystic Falls, Virginia" y se tomó su tiempo para buscar algo en su maleta de mano que llevaba consigo en el asiento del copiloto. De ella extrajo un pequeño cuaderno de apariencia desgastada a causa del tiempo, y que parecía tener apuntes desde hace cuarenta años. Sin embargo, él sabía perfectamente lo que buscaba, pues entre tantos apuntes realizados encontró sin problema alguno una dirección, la cual tenía el apellido de una familia: Salvatore.
El joven hombre cerró abruptamente el cuaderno y lo dejó sobre la maleta para así bajar la intensidad de las farolas de su auto y retomar la marcha, cruzando lo que parecía ser la línea invisible que resguardaba a Mystic Falls con el resto del mundo.
Al otro lado de la carretera, la casa de los Beckham era la única que destacaba por la ausencia de los padres, puesto que André tuvo que recibir el nuevo inventario, mientras que Lydia hizo un turno extra, por lo tanto, Cora disfrutaba de tener la casa para ella junto a Stefan, su novio.
Pensar que finalmente podía llamarlo oficialmente su novio le parecía tan irreal que inmediatamente sonreía, pensando que, tal vez, solo fuera una ilusión de la cuál tarde o temprano despertaría. Después de tantas dudas inducidas por el miedo, Cora nunca antes creyó posible encontrar la felicidad en una persona, pero así era. Cuando estaba con Stefan todo lo malo se iba de su mente, incluida la leucemia.
En ese momento, Cora dio un respingo al sentir dos cálidos y fuertes brazos rodear su pequeña cintura, pero inmediatamente se relajó y sonrió aún más al reconocer el aroma de Stefan. Él siempre olía a madera y pino.
—¿En qué estás pensando? —le preguntó Stefan un tanto curioso y con voz melosa, refiriéndose así al motivo de su sonrisa.
Cora, quien estaba acabando de glasear los cupcakes de chocolate que preparó durante parte de esa tarde, arrugó la nariz y se encogió de hombros, al tiempo que sus mejillas se sonrojaban.
—Solo pensaba en nosotros—contestó—. En cómo en dos meses todo cambió. Estamos juntos, y aunque sé que dijimos que iríamos despacio, estoy maravillada en cómo me es tan fácil y relajante estar contigo. Es como si pudiera ser yo misma.
Sabía que no era del todo cierto, ya que todavía no le contaba referente a la leucemia, pero todo lo demás que dijo era la verdad. Era sorprendente como en un par de días ella se acostumbró a estar con él, a tenerlo a su lado, y sobre todo, en cómo la comunicación era fluida y a veces no ameritaban de palabras para expresarse lo que pensaban o sentían. Estaban en la misma sintonía. Simplemente todo parecía ir mejorando para Cora.
Estaba con Stefan, sus malestares físicos habían disminuido, nadie había muerto, Damon no se había manifestado, y la gente comenzaba a olvidar todas las muertes y desapariciones en el pueblo; era como si nada hubiera pasado. Tal vez ella debía empezar a hacer lo mismo. Después de todo, Stefan podía ser un vampiro, pero él más que nadie quería vivir lo más parecido a una vida normal. Esta era su oportunidad, debían tomarla.
Stefan depositó un tierno beso sobre su coronilla (al ser más bajita no le era difícil a él hacer esto) y ella como respuesta dejó la manga pastelera y tomó uno de los cupcakes finalizados para así dar media vuelta y ponerlo frente a él, sin soltarse del todo de sus brazos que aún la rodeaban.
—Prueba.
Él sonrió e inclinó su cabeza hacia adelante para así darle una mordida al cupcake de chocolate y fresas. No tardó en emitir un sonido de satisfacción por el dulce pero nada empalagoso sabor.
—Delicioso.
—¿Si?
—Si en un futuro quieres abrir una pastelería, créeme que tendrás a todo el pueblo y gente de fuera haciendo fila. Eres la mejor repostera que he conocido.
—Tal vez porque soy la única a la que has conocido a pesar de tu larga vida.
—Eso no es verdad. He probado muchos postres, pero solo he conocido a dos reposteros. Tú eres la tercera, y con creces la mejor.
—Adulador—murmuró ella mientras reía por lo bajo, solo para así hacer a un lo que quedaba del cupcake y mirarlo detenidamente—. Espera, tienes un poco de glaseado.
—¿Dónde?
Stefan quitó sus manos de su cintura para así tantear su rostro en búsqueda del glaseado, pero no daba con él.
—No, más a la izquierda.
—¿Aquí?
—No, lo acabas de empeorar. —dijo al tiempo que se carcajeaba—. Mejor detente, lo hago yo.
Con sus dedos, Cora limpió el glaseado de las comisuras de los labios y parte de la mejilla izquierda de Stefan, solo para acto seguido tomarse la libertad de sonreír tímidamente y chupar sus propios dedos con el glaseado que acababa de quitarle.
—Ya está. —susurró.
Stefan sonrió de la misma manera, y tras inhalar profundamente, se inclinó nuevamente hacia ella y así besarla. Fue un beso corto, casto e inocente. Era algo más que ella amaba de Stefan. Los besos nunca parecían ser suficientes para ambos, pero tampoco buscaban llevarlo a algo más.
Separándose de él, Cora rozó suavemente su nariz con la de él para así darle nuevamente la espalda y terminar de comer el cupcake que le había dado a probar mientras que con su magia hacía aparecer una caja de plástico con papel rojo decorativo como base para ir guardando la docena que preparó durante parte de la tarde.
Stefan, por su parte, aun sonriendo afectuosamente, se relamió los labios y tomó asiento en una de las sillas de la cocina.
—Es muy amable de tu parte llevarle eso a Jenna. No pensé que tú y la tía de Elena se llevasen bien.
—Lo más curioso es que me hice primero amiga de la tía que de la sobrina—bromeó la joven rubia, sonriendo ampliamente ante el recuerdo de su primer encuentro con Jenna. Y pensar que por esos días ella veía imposible la posibilidad de ser amiga de Elena—. Quiero llevarle este detalle como compensación por no ir a visitarla. Desde Halloween todo fue caótico—su sonrisa se volvió amarga ante semejante ironía, pues también fue la fecha dónde descubrió el nombre de su magia—, y siento que casi no la he visto—entonces suspiró una vez terminó de empacar los cupcakes y se volvió para mirarlo—. Escucha, me alegra que hayas decidido visitarme, no quiero que pienses lo contrario, pero te conozco. Tus visitas nocturnas siempre tienen una razón por detrás.
Stefan asintió mientras esbozaba una sonrisa enigmática.
—No se te escapa una ¿cierto?
La joven Beckham se abrazó a sí misma y se encogió de hombros.
—Te conozco: es fácil deducirlo.
Stefan volvió a asentir, esta vez inmerso en sus pensamientos.
—Quería verte.
—¿Pero?
Stefan titubeó antes de suspirar con frustración y rascar su nuca como gesto nervioso.
—En realidad vine por lo que sucedió la otra noche, con el vampiro que te atacó.
Cora se tensó apenas rememoró aquel suceso, y se estremeció. Imposible olvidarlo. Nunca se había sentido tan indefensa como en ese momento estando atrapada en el coche bocabajo esperando lo peor mientras su atacante sin rostro se aproximaba a ella. No pudo ver otra cosa más que sus pies, pero eso fue suficiente como para infundirle miedo.
—¿Sabes quién pudo haber sido?
—No. Como dije, no ha habido más vampiros en Mystic Falls desde hace un siglo. Sea quien sea, es forastero.
—Pero ¿por qué me atacó?
—Tampoco lo sé—respondió Stefan con cierto disgusto, no le gustaba no tener las respuestas que ella le pedía, porque eso implicaba que la estaba dejando desprotegida, y odiaba eso—. Puede ser que simplemente haya hecho eso para querer beber tu sangre. Muchos vampiros crean accidentes de auto para beber sangre humana. Pero tampoco descarto la posibilidad de que él sabe quién eres, y por tanto, seas su objetivo.
—Y lo volverá a intentar. —susurró ella con voz sombría—. ¿Por qué crees que me conoce? Además de ti y Damon, no conozco a más vampiros.
—Tal vez sabe que eres una bruja caótica. Es poco lo que se sabe de ellas, pero por eso mismo puede ser que él sea uno de los pocos que conocen la historia y por tanto es consciente de que tu especie es rara. Solo puede haber una bruja caótica cada cien años—chasqueó la lengua al tiempo que sacudía su cabeza—. Sin embargo, no es más que una hipótesis de mi parte. No podemos estar seguros de nada hasta encontrarlo.
—Pero para eso deberá volver a atacar.
Y de ser así ¿Cómo lo hará? ¿Sería mañana mismo? ¿Durante la noche, mientras ella dormía? ¿Acaso sus padres ya lo dejaron entrar sin saber lo que es? ¿Ella podría actuar en esta ocasión para defenderse? Esas y más preguntas comenzaron a rondar por su mente, haciéndola sentir ansiosa e insegura hasta en su propia casa.
—Es por eso mismo que quiero que estés protegida. —dijo Stefan, y tomó su mochila que había traído consigo.
Por un momento Cora pensó que de ahí extraería un estuche lleno de estacas o incluso un libro de hechizos, pero en su lugar solo sacó una cajita de madera tallada a mano que no debía de tener más de cincuenta años.
—¿Qué es? —preguntó ella un tanto curiosa, acercándose más al vampiro para así ver como él le dedicaba una dulce sonrisa y abría la cajita, revelando su interior.
No se trataba más que de un juego de joyería, el cuál consistía en collares y brazaletes. Cora no pudo evitar fruncir el ceño y mirarlo con cara de pocos amigos.
—¿Pretendes que me defienda con joyería? —bufó—. Al menos pudiste darme unos pendientes, me darían tiempo para gritar y morir con el juego completo, como mínimo
Stefan puso sus ojos en blanco, más no pudo esconder un esbozo de sonrisa ante el sarcasmo de la rubia.
—Cada pieza tiene verbena en su interior—explicó él—. Y sé perfectamente que eres inmune a los encantos de los vampiros, pero los demás no. Si él llega a saber quiénes son tus amigos no dudará en atacar por medio de ellos. Además, estaré más seguro si usas el collar. No sé si seas inmune a todos los encantamientos—se adelantó en explicar, mientras que sus ojos verdes se veían ensombrecidos—, porque hay vampiros más fuertes que Damon o que yo mismo, y si no estoy ahí para protegerte, al menos estaré más tranquilo sabiendo que tu mente está a salvo de otros.
Cora contempló con más detalle cada pieza de joyería que había en el interior. Había tres collares y dos brazaletes para hombre, y cada uno tenía un dije en el cual se escondía en su interior verbena.
—Son para Caroline, Bonnie, Ava, Cedric y el hermano de Elena—continuó explicando el ojiverde—. Jeremy no es cercano a ti, lo sé, pero sí lo son Jenna y Elena. Además, considerando que Damon ya usó la compulsión en él, es mejor que la mente de Jeremy no se manipule más.
—Entiendo—entonces sus ojos se iluminaron expresando desconcierto—. Espera, son tres collares, ¿dónde está el mío?
Stefan le sonrió y del bolsillo de su chaqueta extrajo una pequeña cajita igualmente de madera tallada con un grabado de una rosa y la abrió para ella, revelando un collar de cadena de plata con un camafeo en forma de corazón igualmente plateado con piedras zafiro incrustadas en el centro formando otro pequeño corazón. Los ojos de Cora inmediatamente se agrandaron y negó con la cabeza.
—No puedo aceptarlo—balbuceó ella cuando verificó que eran piedras reales y no de fantasía—. Stefan esto es demasiado solo para ser un simple detalle, especialmente si solo es para tener verbena conmigo.
—Considéralo un regalo por nuestra primera semana de novios—al ver como ella entrecerraba los ojos y se cruzaba de brazos, suspiró un tanto culpable—. Sé que aún estoy a prueba después de todo lo que ocurrió con Elena, Katherine y Estella, y no quiero comprarte ni mucho menos. Pero en mi época era común dar regalos a la dama que se cortejaba o con la que ya había un lazo de compromiso. Aún tengo muchas cosas de la vieja escuela. Es una manera de expresarte lo mucho que significas para mi.
El semblante de Cora se relajó y apartó la mirada de él para así contemplar sus pies. Era verdad que, a pesar de que se sentía feliz con él, aún tenía miedo de las mujeres que él amó en el pasado. Especialmente porque tarde o temprano tendría que decirle sobre la leucemia, y entonces estaba la posibilidad de que él regresara con Elena.
—Cuando lo explicas de esa manera haces que quiera regresar el tiempo solo por ti—susurró ella mientras tomaba con cuidado el collar entre sus dedos y acariciaba cada piedra preciosa—. Es precioso, muchas gracias. ¿Dónde lo conseguiste?
—Digamos que lo tenía guardado, el resto lo compré en local de por aquí.
—¿Puedo saber por qué has estado guardando un collar tan precioso durante todos estos años? —inquirió mientras se daba la vuelta para así indicarle que le ayudara a colocárselo.
—No es nada fuera de este mundo—respondió en voz baja, la fría cadena entró en contacto con el cuello de Cora, provocándole escalofríos, aunque también pudo deberse a que el aliento de Stefan acariciaba su nuca—. Hace décadas conocí a una mujer, ella tenía un collar de zafiros que por razones que nunca me contó acabó totalmente destrozado. Ella lo conservaba como recuerdo de la esposa de su hermano, a quien ella apreciaba mucho, pero entonces, la última vez que nos vimos, me lo entregó y me dijo que hiciera con él lo que yo quisiera, no sin antes advertirme de que ese collar simbolizaba un amor profundo entre dos personas, y que, si yo le llegaba a entregar a alguien esas piedras, debía ser solo a alguien que yo estuviera seguro de amar—chasqueó la lengua—. Confieso que estuve a punto de entregárselo a Estella una vez que pedí que hicieran este collar en una joyería, pero murió.
El collar se abrochó, y Cora lentamente dio media vuelta sobre sus talones para mirarlo cara a cara, jugueteando con el dije del corazón entre sus dedos.
—No te lo doy porque me recuerdes a ella—susurró él, acariciando con su pulgar su mejilla—, sino porque ahora entiendo lo que aquella persona me dijo sobre estar seguro de mis sentimientos.
—¿También era vampira, como Lexi? —inquirió ella, refiriéndose a la mujer que le entregó aquellas piedras preciosas.
No obstante, Stefan no llegó a dar respuesta, pues fueron interrumpidos por el timbre del celular de Cora, quien a regañadientes tuvo que responder.
—¿Qué sucede?
—Oh—la voz apagada y avergonzada de Cedric llegó al otro lado de la línea telefónica—. Soy inoportuno, ¿verdad?
Cora respiró profundamente y sacudió la cabeza, sintiéndose apenada por su respuesta pasiva-agresiva.
—Lo siento—se disculpó al tiempo que se sonrojaba y se alejó un poco de Stefan. Sabía que igualmente él escucharía todo, pero igual quería sentir un poco de privacidad al hablar con su amigo—. No, no eres inoportuno, solo estaba hablando con Stefan, pero no interrumpes. ¿Qué pasa, Cedric? ¿Todo está bien?
—No, nada grave. Todo está en orden. Solo quería saber si tenías planes para esta noche pero ya veo que estas ocupada.
—Pensé que estarías con Elena o Ava.
—Bueno, Elena no se ha puesto en contacto conmigo, y Ava no quiere salir de su casa.
Cora frunció su ceño al escuchar lo último, pero inmediatamente le restó importancia. Ava tendría sus razones para no querer salir en fin de semana, no tenía porque creer lo peor cuando ella estaba fuera del mundo sobrenatural, por fortuna.
—Si gustas puedes venir. —le sugirió amablemente, ignorando la expresión desconcertada de Stefan al escuchar semejante propuesta.
Cedric, como si hubiera visto el rostro del vampiro o presentido cuáles serían sus pensamientos, inmediatamente se echó a reír y se negó.
—¿Y ser la tercera rueda? No, gracias—chasqueó la lengua—. Mejor saluda a Stefan de mi parte, ya te veré en la escuela.
—¿Seguro?
—De verdad—entonces hizo una pausa antes de añadir—. Me alegra que por fin se hayan entendido ustedes dos. No sé cómo explicarte que, con solo verlos, todos sabemos que están hechos el uno para el otro. Y no lo digo por Elena o porque seas mi mejor amigo. Solo digo lo evidente hasta para un ciego.
Cora carraspeó y volvió su rostro lejos de Stefan para intentar esconder detrás de su cabello dorado el rubor de sus mejillas.
—Gracias—suspiró. No solo le agradecía por sus palabras, sino porque él más que nadie sabía lo que Stefan significaba para ella siendo él un vampiro y con su pasado amoroso detrás suyo. Cedric era un gran amigo—. Te veré en la escuela.
—Adiós.
Sin decir más, la rubia colgó la llamada e intentó fingir que no había sucedido nada cuando era perfectamente consciente de que Stefan tenía oído de tísico.
—Creo que será mejor ir de una vez a la casa de Jenna antes de que mi papá llegue y vea que estuve a solas contigo. Le agradas, pero no creo que esté todavía listo para saber que eres mi novio—dijo una vez recuperada la compostura y tomó en sus manos la cajita con cupcakes—. ¿Quieres acompañarme? —entonces dio un respingo al percatarse de algo—. No interrumpo tus planes, ¿verdad?
—En absoluto, no tengo nada más que hacer esta noche—con un grácil movimiento le quitó de las manos la cajita de cupcakes—. Vamos.
Cora frunció sus labios.
—Me conscientes demasiado. —murmuró, intentando verse enfadada cuando en realidad no hizo más que provocarle ternura al vampiro ojiverde, quien como respuesta se inclinó y le depositó un beso en la punta de la nariz.
—Tal vez.
La pareja tomó lo necesario para salir a visitar la casa Gilbert. Cora salió antes que Stefan, pero se quedó atrás echando llave a la puerta. Tal vez vivían en un pueblo pequeño, pero Damon tenía acceso, y nunca estaban exentos de un robo mundano.
—¿Sabes? Este es un hábito que aún conservo de Chicago—dijo ella tras verificar que la puerta estaba cerrada y guardó las llaves en el interior de su chaqueta de cuero azul—. Además, mi madre es policía así que supongo que es algo que nunca podré dejar a un lado. Quisiera saber cómo pueden Cedric y Elena salir de casa y dejarla sola sin haber echado llave.
Volviéndose hacia Stefan, Cora caminó alegremente hacia él, quien la esperaba al pie de las escaleras del pórtico, más el joven ojiverde, sosteniendo aún la cajita de cupcakes, había adoptado una postura tensa y su mirada permanecía alerta, observando detenidamente los arbustos de la casa vecina inhabitada.
—¿Stefan? —llamó ella con cierta vacilación, aminorando su paso y adoptando igualmente estado de alerta.
—¿Desde que llegaste al pueblo esa casa ha estado deshabitada? —fue todo lo que él preguntó, sin siquiera llegar a parpadear. Parecía un depredador preparado para cazar a su presa, si es que había una, pues Cora no veía o escuchaba nada.
—Si—murmuró, frunciendo su ceño—. ¿Por qué? ¿Qué sucede?
No obstante, Stefan avanzó unos cuantos pasos hasta que sus pies pisaron parte de los arbustos de que separaban ambas casas y observó la casa vacía por lo que fue casi un minuto, hasta que finalmente gruñó y sacudió la cabeza como gesto de frustración para así volver con Cora un tanto avergonzado.
—Creí ver a alguien—explicó al tiempo que exhalaba y con su mano libre con la cual no sostenía los cupcakes se rascó la nuca—. Creo que la falta de descanso y sangre me están cobrando factura.
Cora torció sus labios y lo tomó de su brazo, pegándose así hacia su costado todo lo que le fuera posible al tiempo que lo conducía por la acera en dirección a la calle de la casa de Elena.
—Es completamente entendible—musitó ella, condescendiente—. Has tenido semanas llenas de adrenalina donde apenas has conseguido descansar y llevar una vida ordinaria de chico de preparatoria, lo cual sigo sin entender porque elegiste volver a estudiar, pero tú mismo lo dijiste. Has descuidado tu cuidado personal, y creo que al ver que esa casa está vacía pensaste que había alguien, pero solo fue tu imaginación. ¿Hace cuanto que no te alimentas?
Stefan suspiró, apretando su mano con suavidad.
—Desde que Lexi murió.
Cora únicamente pudo asentir comprensivamente. La muerte de Lexi era algo que aún lo atormentaba, y era absolutamente entendible. A decir verdad ella quería contarle de su encuentro con su pareja, más no lo hacía porque tenía la sensación de que aquella experiencia únicamente era algo que Damon y ella debían saber, y tal vez era lo mejor. Si Stefan descubría que ella impidió que Damon pagara con su vida el haber asesinado a Lexi, tal vez no la perdonaría o tardaría en entender porque lo hizo.
Y ciertamente ella misma se cuestionaba porque se arriesgó por Damon. No era la primera vez, y tenía aquella extraña y desagradable sensación de que tampoco llegaría a ser la última.
—Después de ir con Jenna te irás a casa y cazarás conejos, ardillas, o lo que sea que te guste—a pesar de que aquella imagen mental de Stefan corriendo por el bosque mientras cazaba animales era un tanto perturbadora y seguía sin hacerse a la idea de que los vampiros necesitaban matar para vivir, tenía la curiosidad punzante de preguntar algo que llevaba rondando por su cabeza desde que supo que él no se alimentaba de humanos como era lo convencional—. A propósito, ¿qué te gusta cazar?
Stefan emitió una risa ahogada y chasqueó la lengua.
—Honestamente no tengo un favorito—murmuró—. Pero, si bien no puedo cazarlo en Mystic Falls y solo lo hago cuando mi sed es incontrolable, busco la sangre de los lobos o coyotes.
Podía dejar el tema por concluido. Después de todo ya sabía el animal de su preferencia, era como si ella le respondiera que eran las papas fritas pero que no podía comerlas por cuestiones extraordinarias. Sin embargo, su curiosidad era latente y tenía que hacer más preguntas.
—¿Una razón en especial?
—Su anatomía es grande, semejante a un humano—arrugó su nariz—. Solo una vez lo intenté con un oso, pero es bastante desagradable, y los felinos son más problemáticos; tardan en morir.
Inmediatamente, sin poder controlarlo, Cora se estremeció, y por supuesto, Stefan se percató de ello.
—Lo siento, no debería hablar de eso.
—No, está bien—se apresuró en decir mientras se sonrojaba—. Yo pregunté y me respondiste. No tienes por qué disculparte. De hecho, agradezco que me tengas la confianza suficiente para hablar de esto conmigo—susurró—. Hace semanas no lo habrías hecho, ¿me equivoco?
Como respuesta, él alzó la mirada hacia el cielo y esbozó una sonrisa.
—Lexi me hizo ver que la honestidad con aquellos que me importa lo es todo, porque de lo contrario te alejaría de mi—su sonrisa se acentuó al tiempo que suspiraba—. Ya no quiero eso.
Cora, por su parte, tragó en seco y apartó su mirada para así observar sus pies caminando sobre el pavimento, sintiéndose avergonzada por su falta de sinceridad referente a su calidad de vida y los pocos años que viviría por lo mismo.
—No quieres ser tratada diferente. Y no te juzgo por ello, solo ten en cuenta el día de hoy, y en qué si no le haces saber lo que sientes, ambos se arrepentirán por siempre. Él vivirá por siglos con el dolor eterno por no ser valiente cuando pudo, y, espero que sea en un futuro muy lejano, tu estarás en el lecho de muerte preguntándote porque no le dijiste antes cuando tuviste la oportunidad. Tómalo de alguien que sabe lo que es estar con un humano.
Las palabras que Lexi le dedicó aquella noche en el grill retumbaron en su cabeza como un martilleo que buscaba atormentarla, recordándole así su cobardía por no ser honesta con el chico que estaba dispuesto a todo por ella, cuando Cora podía llegar a vivir cuatro años, tal vez menos. Y aun así ahí estaba ella, tomando su mano y caminando por la calle mientras pretendía que eran una pareja normal. Lo más triste de todo eso, era que ella era la que más buscaba creer en dicha mentira, porque de esa manera le era fácil evadir su verdad. Una verdad que la acechaba y le recordaba que tarde o temprano ya no tendría a dónde más huir.
Aclarando ruidosamente su garganta, Cora acarició con su dedo pulgar el dorso de la mano de Stefan y buscó desviar el tema de conversación, y con ello el rumbo de sus pensamientos.
—Sé que para ti es un tema poco convencional e incluso aburrido—comenzó a decir, intentando así que su voz transmitiera confianza y calma—, pero ¿cómo llevas la tarea de álgebra?
Stefan inmediatamente se rio a carcajadas al comprender la broma de Cora y respondió con una increíble naturalidad y alegría que los números se le daban bien, esto por su memoria fotogénica y que, por lo tanto, recordaba todo lo que se veía en clases y sabía cómo resolver problemas. Cora no dudó un segundo en pedirle que le enseñara, y es que ella estaba a punto de declararle la guerra a todos los que inventaron las fórmulas así tuviera que revivirlos para volver a matarlos.
—Esta puede llegar a ser una pregunta absurda, pero, ¿No existen los zombis, verdad? —preguntó una vez que llegaron a la esquina de la calle donde vivía Elena.
—No, no existen los zombis. —respondió él con una sonrisa divertida.
—Oye, me has dicho todo referente a los vampiros y entiendo por qué, después de todo eres uno—dijo ella, sin soltarse de su brazo—, pero apenas me has contado algo referente a otras criaturas y quisiera saber si hay más especies que creía que solo existían en la ficción.
—Muy bien—asintió él, estando de acuerdo con ella, pues tenía razón. Cora apenas sabía la existencia de otros seres—. Existen los hombres lobo y las brujas, como bien sabes; también existen las sirenas.
—¿Sirenas? —preguntó la joven rubia, escéptica.
—No cómo tu piensas—aclaró el ojiverde, al tiempo que subían por las escaleras del pórtico de la casa de Elena—. No son tan encantadoras como Disney las pintó, y no necesariamente tienen una cola.
—¿Hay sirenas que si las tienen?
Stefan únicamente esbozó una sonrisa y tocó el timbre.
—Pocas. No sé mucho al respecto—suspiró con pesadez y, soltándose de su agarre, retrocedió un paso para así mirarla de frente, dedicándole una triste sonrisa—. Tal vez no lo parezca, pero tener más de 100 años no significa que conozca todo referente al mundo sobrenatural. Simplemente se trata del lugar, el momento y las personas con las que yo esté. Y a pesar de que las brujas poseen todo el conocimiento en sus libros, hay secretos que siguen ahí, escondidos. Incluso los vampiros más antiguos pueden llegar a desconocer lo que es la magia caótica.
Cora frunció su ceño y se balanceó sobre sus talones, sintiendo como la curiosidad volvía a apoderarse de ella.
—Me imagino que Vlad Drácula es un mito y el primer vampiro es alguien más—susurró—. ¿Tú sabes quién fue el primer vampiro, y cómo fue que se creó? Tengo entendido que ustedes bebieron la sangre de Katherine, pero ¿cómo pudo el primer vampiro ser convertido, si antes de él no había vampiros? Es como la pregunta del huevo y la gallina. —rio suavemente al hacer dicha referencia.
Stefan titubeó, buscando las palabras adecuadas para dar su respuesta.
—La historia de Vlad Drácula está inspirada en alguien—respondió cautelosamente—. Se dice que es Vlad el Empalador, pero en realidad esa historia tampoco es del toda cierta....
Entonces, el castaño se interrumpió abruptamente cuando escuchó como unos pasos desde el interior se acercaban a la puerta, y dos segundos después Elena salió y miró a la pareja un tanto confundida, así como sorprendida, pues no esperaba verlos ahí, mucho menos juntos.
—¿Cora? ¿Stefan? —el tono de voz de Elena se escuchó un poco más agudo y débil al pronunciar el segundo nombre, y Cora, como reflejo, agachó la mirada un tanto avergonzada mientras que el rubor subía por sus mejillas. No esperaba enfrentar esa noche a Elena, mucho menos ahora que Stefan y ella eran pareja, cuando hace unas dos semanas Elena era su novia—. ¿Sucedió algo? —los ojos de Elena entonces se agrandaron una vez que se asomó por detrás de los hombros de ambos y verificó que venían sin compañía alguna—. ¿Cedric está bien?
Cora tragó saliva y tarareó. Siempre que buscaban a Elena, Cedric siempre los acompañaba, porque en las últimas semanas solo recurrían a Elena por cuestiones sobrenaturales en lugar de una visita mundana. La pobre chica seguramente cada vez que los veía asociaba su presencia con algo terrible, como la muerte o desaparición de alguien.
—Cedric está bien—respondió Cora, obligándose a mirarla a los ojos mientras esbozaba una sonrisa a modo de disculpa—. En realidad, vinimos porque estuve preparando cupcakes y quería regalarles una docena.
Elena, al escuchar esto, se relajó y su semblante se suavizó, y a pesar de que su sonrisa era cálida, evadía a toda costa la mirada de Stefan.
—Qué amable de tu parte, Cora—dijo, recibiendo así la cajita que Stefan le tendió—. Gracias.
Su voz se volvió ronca cuando sus dedos rozaron con los de Stefan, quien, para sorpresa de Cora, apenas parecía perturbado por ver a quien era su exnovia, mientras que Elena claramente tenía emociones encontradas. La situación no podía ser más incómoda para ambas chicas.
—Sabes—Elena respiró más profundo de lo necesario y su postura se relajó, dejando caer los hombros y suavizando igualmente sus gestos—, desde que llegaste, Jenna bromea diciendo que cada vez que vienes a la casa traes algo que vuelve nuestros días llenos de azúcar.
Cora, quien aún seguía con aquella sensación de incomodidad, inclinó su cabeza y la miró con incertidumbre.
—¿Eso es bueno? —preguntó con una sonrisa nerviosa.
Elena se encogió de hombros y le dedicó una cálida sonrisa.
—Es diferente, pero bueno—entonces abrió la puerta de par en par y se hizo a un lado—. ¿Por qué no pasan un rato? Jenna salió, y Jeremy está encerrado en su habitación haciendo tarea—entrecerró sus ojos e inclinó su cabeza levemente—, o al menos eso me dijo. Pero prefiero creerle. Me ha dado razones para hacerlo.
Cora aceptó más que encantada la invitación y sintió como podía volver a respirar sin preocupaciones. No había esperado aquel encuentro entre ellos tres, pero se alegraba que su amistad con Elena no se viera perjudicada tras los errores que cometió Stefan con ambas. Además, Cora no quería crear un drama donde tal vez no lo había, pero tenía la impresión de que a Elena no le había afectado tanto porque podía estar desarrollando sentimientos por Cedric. Después de todo preguntó por su bienestar. De ser su teoría verídica, esto llenaría de alegría y esperanzas el corazón del joven pelirrojo.
Stefan, quien iba detrás de la rubia, se detuvo junto a Elena para mirar en dirección al segundo piso, donde presuntamente estaba Jeremy.
—¿Cómo ha estado? —preguntó él en voz baja, refiriéndose a lo ocurrido la noche de Halloween.
—Honestamente no pensé que estuviera más que bien—respondió mientras cerraba la puerta y se dirigió hacia la cocina. Cora no dudó en seguirla—. Es difícil de explicar. Es responsable con sus trabajos, no cuestiona nada de lo que Jenna le dice, es obediente, y volvió a dibujar—exhaló—. Sé que pedí que olvidara todo, pero siento que Damon llevó al extremo eso, porque es como si ni siquiera le afectase la muerte de nuestros padres. Es...
—Como si nunca hubiera experimentado ningún dolor—musitó Stefan, recargándose contra la pared de la cocina, posicionándose así por detrás de Cora, quien estaba junto a la encimera, frente a Elena—. Damon siempre hace eso. Le dijiste que olvidara todo porque ya había sufrido demasiado. Él se tomó en serio lo de olvidar su dolor, y es lo que hizo.
Elena chasqueó la lengua y miró a ambos con vergüenza.
—Sé que yo fui la que lo pidió—repitió—, pero tengo la sensación de que le quité su derecho a vivir el duelo. Que fui egoísta.
—Era una situación difícil, Elena—susurró Cora, recordando aquella noche en el estacionamiento. Los gritos de agonía de Jeremy, el rostro pálido de Cedric, Elena siendo atacada por Vicki, la misma Vicki tirada en el suelo; fue una noche de terror—. Tu hermano vio como Cedric, tu amigo, empaló a Vicky y murió ante sus ojos, porque ella te atacó. No sabes cómo hubiera reaccionado al día siguiente. Tú misma dijiste que Vicki significaba todo para él, especialmente después del accidente—no quería mencionar que eran sus padres los que murieron, porque tampoco sabía cómo se sentía Elena al respecto tras descubrir que era adoptada—. No digo que haya sido lo correcto, pero ciertamente, dadas las circunstancias, nada de lo que hicimos fue Establecido como moralmente correcto aquella noche.
—Lo sé—musitó la castaña, cabizbaja—. Creo que a veces yo también quiero olvidar, y ser como Jeremy. Pero no puedo, porque sé que está mal, y eso me hace sentir peor porque decidí por él, por miedo a enfrentarlo al día siguiente—se estremeció—. Supongo que elegí lo que más me convenía.
Cora se inclinó sobre la encimera y buscó hacer contacto con los ojos de Elena.
—Elena, escucha—musitó en voz baja y melódica—. No es tu culpa. Nada de esto lo es. Jeremy es tu hermano, sufrías al verlo mal emocionalmente. Lo hiciste para evitar que no solo te confrontara al día siguiente, sino también para protegerlo, y también a Matt—sacudió su cabeza al tiempo que se encogía de hombros—. No sabemos si Jeremy hubiera aceptado guardar el secreto, y de no hacerlo es probable que le hubiera dicho a Matt que Cedric la mató, y entonces todo hubiera sido un caos—suspiró—. Como yo lo veo, no fuiste egoísta, protegiste a muchas personas, incluyendo a Jeremy. Que Damon hubiera decidido borrarle el dolor en términos generales vivirá en su conciencia. Tú le pediste algo, él estableció sus términos porque así es él. Pero Jeremy está bien, Cedric ha mejorado, Matt sobrevivió a la pérdida de su hermana; tú también podrás con todo esto. Solo necesitas tiempo, y recuerda que nosotros no hemos olvidado nada, por lo que puedes buscarnos y hablar de lo que sea que necesites.
Elena, quien tenía los ojos cristalinos por las lágrimas de impotencia, así como de alivio por escuchar estas palabras sinceras de la joven, sorbió su nariz y rodeó la encimera para rodear con un fuerte abrazo a la rubia. Cora al comienzo se sobresaltó por este gesto, pero no demoró en corresponderle el abrazo y apoyar su mentón en el hombro de la castaña, ambas siendo observadas bajo la mirada atenta de Stefan.
Para él era una imagen surreal, pues no podía evitar ver su pasado, pero al cabo de unos segundos desechó estos pensamientos y se limitó en suspirar al tiempo que esbozaba una sonrisa y veía con cierto orgullo e incluso respeto a Cora. Nunca pensó conocer a una persona con la capacidad de confortar a alguien. Lo hizo con Cedric, con Elena, e incluso con él mismo. ¿Cuánta bondad podía haber en un corazón de una persona que portaba una magia oscura y peligrosa? Era impresionante. Y por eso no permitiría que la magia caótica apagase esa llama.
—Ese collar pertenecía a una mujer bondadosa, gentil, pura—aquellas palabras volvieron como un eco del pasado a su cabeza mientras veía como Cora le sonreía por encima del hombro de Elena, quien se aferraba a ella como si su vida dependiera de ello. Stefan conocía esa sensación, solo la experimentaba con Cora. Ni siquiera con Katherine o Estella llegó a sentir algo así—. El amor llenó su alma, y fue el amor quien corrompió su corazón. La magia caótica hizo el resto.
Conteniendo el aliento, Stefan apartó aquellas memorias, así como aquella sensación de temor por perder a Cora por la magia caótica y se esforzó por esbozar una sonrisa despreocupada cuando las dos chicas se separaron de aquel abrazo. Esta vez haría todo bien. Katherine fue un amor que lo lastimó, con Estella nada fue real, Elena solo fue un mal acierto por parte suya y de nadie más; Cora era pura, y, por ende, es que tenía miedo, porque después de tantos años sentía algo más que simple atracción por alguien. Estaba enamorado.
Sacándolo por completo de sus pensamientos, el timbre sonó, anunciando así la visita de alguien. Elena, por su parte, enjugó sus lágrimas y respiró profundamente, controlando sus emociones nuevamente.
—Debe ser la pizza que ordené. —dijo al tiempo que se precipitaba hacia la puerta, dejando a Cora y Stefan a solas.
La joven rubia escondió sus manos en los bolsillos de su pantalón y miró tímidamente a Stefan. Ella lo leía como a un libro, y Stefan a veces se preguntaba como es que ella conseguía hacer esto teniendo en cuenta el poco tiempo que llevaban de conocerse. Era terriblemente aterrador, así como hermoso, porque nadie había logrado descifrarlo, ni siquiera Damon.
—Debe ser raro para ti—susurró ella con una media sonrisa triste, pero sus ojos azules expresaban comprensión al respecto—. Que Elena y yo, doppelgangers de tus exnovias, nos hayamos vuelto buenas amigas.
—No, no es eso.
—Stefan—sin llegar a vacilar, Cora se aproximó hacia él para abrazarlo por el cuello, colocándose así de puntillas, causando que sus narices se rozaran por la escasa distancia que había entre sus rostros—, lo entiendo, y es normal que pienses así. Mientras te recuerdes que no somos ellas, todo está bien, no tienes por qué avergonzarte o intentar protegerme. Después de todo es tu pasado.
Stefan plantó un suave beso en sus labios e hizo un puchero, al tiempo que la rodeaba por la cintura para atraerla más hacia él.
—¿Cómo es que consigues ser tan comprensiva? A veces no lo entiendo, y me dejas maravillado.
—Es muy sencillo—frunció su ceño—. Soy una bruja.
Riéndose simultáneamente por ello, ambos se inclinaron uno hacia el otro para así fundirse en un delicado pero prolongado beso, permitiéndose saborear sus labios sin prisa alguna. No obstante, la voz de Elena los obligó en volver a la realidad.
—Por favor, pasa.
Cora se apartó de Stefan y, aun sujetándose de él, miró por encima de su hombro para ver como un chico encapuchado que traía la pizza entraba a la casa, y por alguna razón la joven Beckham se estremeció al escuchar como sus pies emitían un ruido pesado cuando tocaron el suelo de madera de la casa. Esto no pasó inadvertido por Stefan, y sujetó a Cora con mayor insistencia, temiendo que llegase a desmayarse al ver que su rostro perdía todo color.
—¿Cora? —llamó él, con voz apremiante y cargada de preocupación—. ¿Estás bien?
Sin embargo, ella apenas pudo emitir algún sonido. Esos pasos se asemejaban a los que escuchó en el camino, aquella noche cuando fue atacada por un vampiro. Sin embargo, ¿cómo podía estar segura de que se trataba de la misma persona? Ese chico solo era un repartidor de pizza, y muchos usaban botas en esa temporada del año.
Solo era su paranoia. Era de noche, y que Stefan hubiera creído ver movimiento misterioso en la casa de a lado no ayudaba. No todo lo que sucediera en su día a día tenía que estar relacionado al mundo sobrenatural.
—Nada—susurró ella—. No es nada—exhaló—. ¿Por qué mejor no nos vamos? Estoy un poco cansada, es todo.
Stefan, quien no estaba del todo convencido, decidió dejar de presionar y acceder a su petición, más no dejó de observarla. Se despidieron de Elena una vez que ella le pagó al repartidor, y a pesar de que la morena llegó a insistir en que se quedasen para cenar, al percatarse del rostro pálido de la rubia cambió su invitación para otra ocasión, alegando que Jenna querría estar también ahí.
Stefan la acompañó hasta su casa, y una vez que se despidió de él e intentó convencerlo de que únicamente estaba cansada por haber estado varias horas en la cocina, entró a la casa e inmediatamente cerró la puerta trasera, así como todas las ventanas, sin evitar maldecir a todos, así como a nadie.
¿Cuándo llegaría a tener una sola noche donde pudiera irse a dormir sin pensar en los vampiros?
—No quiero sonar amargada, pero ¿acaso aquí hacen fiestas por todo?
El lunes por la mañana, Cora asistió a la escuela junto a Cedric, como se estaba haciendo costumbre, pero al llegar al edificio la joven Beckham descubrió que había volantes anunciando un baile la noche del miércoles, fiesta de la cual no estaba informada, y que ciertamente no tenía ánimos de ir.
Caminando por los pasillos mientras veía como las chicas se juntaban para hablar al respecto y los chicos miraban sin disimulo alguno a quienes serían sus citas, Cora y Cedric se dirigían a clases de inglés, sin tener muchos ánimos, tanto por la clase, como por los recuerdos de la última fiesta escolar a la que asistieron. No podía creer que apenas pasaron dos semanas de la noche de Halloween. El tiempo había pasado tan rápido, y al mismo tiempo tan lento.
—Entiendo a lo que te refieres. —murmuró el pelirrojo, cabizbajo.
Cora se abrazó a sí misma para intentar disimular un escalofrío. Ella no era muy sociable, aunque muchos creían lo contrario. Disfrutaba de la compañía, pero también de la soledad, y, aunque las posibilidades de repetir la noche del 31 de octubre eran nulas y todo se reducía a sus paranoias, temía repetir lo de aquella fiesta. No quería otra muerte.
—Es una fiesta que se hace a mitad de este primer semestre del año escolar—explicó abruptamente Cedric, tal vez por responder la consternación de la rubia, o solo para apartar sus propios pensamientos de la muerte de Vicki—, es como una forma de decirnos que nos queda solo un mes para las vacaciones de navidad, y que podemos sobrevivir.
—Para nosotros nunca eso fue tan cierto. —murmuró ella, a lo cual Cedric rio por lo bajo.
—Tú lo has dicho.
—¿Tienes pensado venir?
—No lo sé—hizo una mueca de incertidumbre—. Después de Halloween...—al verse ahogado por aquellos desagradables recuerdos, Cedric chasqueó la lengua y sacudió violentamente la cabeza, como si tuviera encima un pájaro—. No lo creo. ¿Qué hay de ti?
—No estoy segura—dijo, imitando la mueca de su amigo—. Tengo el mismo dilema que tú. Es que—exhaló pesadamente—, Damon parece estar entretenido con algo más, dudo que quiera repetir lo que sucedió esa noche. Pero, es Damon; es impredecible.
—No puedo creer que nuestra vida social dependa de una disputa entre hermanos vampiros.
—Como si antes de ellos llegamos a ser el alma de la fiesta. —Cora resopló al decir esto, a lo cual Cedric puso los ojos en blanco.
—No tienes por qué decir las verdades sin filtro siempre, ¿sabes?
—Perdón. —musitó, más tuvo que apretar sus labios para contener una sonrisita traviesa que no pasó desapercibida por el pelirrojo, quien solo le dio un codazo amistoso e ingresaron al aula medio vacía. Los que eran sus amigos y conocidos aún no llegaban, solo había un cuarteto de chicas sentadas en la esquina hablando del baile, como si no hubiera otro tema de conversación.
Los dos amigos se sentaron en el otro extremo del aula, en la última fila en los primeros dos asientos.
—¡Ah! Hablando de Damon—susurró Cora haciendo memoria, tomando en el acto su mochila y girando su cuerpo en dirección de Cedric para así entregarle una pulsera y un collar—. Stefan me pidió que te diera esto y también a Ava—explicó en voz baja, por si había oídos entrometidos—. Dentro de ellos tiene verbena, los protege de cualquier truco mental de Damon o alguien más—señaló el collar—. Pensé que, si tú se lo regalabas a Ava, ella lo tomaría como un regalo especial que jamás se quitará. Stefan intentó que los collares pudieran combinar con todo, pensando especialmente en Caroline.
La noche anterior, después de que el repartidor de pizza se fue de la casa de Elena, Cora había recordado el segundo motivo de su visita y le entregó los collares y pulsera para Caroline, Bonnie y Jeremy, explicándole junto a Stefan el porqué. O más bien una parte de ello, ya que no querían preocuparla con que había el peligro de que en el pueblo estuviera merodeando otro vampiro.
—Genial—Cedric no perdió tiempo y se puso su pulsera, y de alguna manera se le vio más tranquilo e incluso animado, como si esto le hubiera traído tranquilidad y sensación de protección ante cualquier peligro sobrenatural—. Yo se lo entregaré a Ava. Gracias por pensar también en ella—entonces, como si de un interruptor se tratase, sus ojos color avellana se iluminaron al percatarse de algo y miró intensamente a la joven rubia—. Aguarda, Stefan estuvo anoche en tu casa—recordó—, y tengo la sensación de que no fue solo para entregarte esto. ¿Qué sucedió entre ustedes?
Cora se mordió su labio inferior, fracasando con esconder su sonrisa tímida y avergonzada, dándole así más información de la que pensaba a su amigo pelirrojo.
—Ustedes dos finalmente están juntos—dijo a manera de afirmación al tiempo que sonreía de oreja a oreja—. Como una pareja.
—Si—rectificó ella con una sonrisa enamoradiza que complementó con una suave risita—. Nunca he tenido novio—añadió entonces con cierta torpeza, sintiéndose increíblemente vulnerable, pero un tanto feliz—, las cosas con Stefan han sido complicadas que no creo que existan palabras para explicarlo.
—Es un vampiro que te mintió, salió con Elena por ser parecida a Katherine, se enamoró de ti por quién eres, no por quien te pareces, y su hermano casi nos mató a todos—enumeró Cedric todos aquellos factores negativos que envolvieron a Stefan, ganándose así una mirada fulminante de la ojiazul, más el pelirrojo no se inmutó—. Ciertamente son aspectos que no se ven a diario, o tal vez jamás, en una relación. Pero tienes razón, todo eso es imposible encapsularlo en un sólo término. Y decir que todo fue complicado es quedarse cortos.
—Gracias, ahora no puedo pensar en otra cosa que en Katherine y Estella. —murmuró malhumorada, a lo cual Cedric suspiró y negó con la cabeza con cierto deje de frustración y exasperación.
—Lo siento—susurró para acto seguido aclarar su garganta y mirarla con dulzura, como un hermano que debe consolarla—. Lo que quiero decir es que es normal que te sientas así. Es tu primer novio, pero es una relación única. Lo digo en serio. Desde que te conocí y los vi interactuar vi cómo lo mirabas, así como él a ti; nunca creí presenciar semejante adoración hacia una persona hasta que vi como Stefan te miraba la noche de Halloween.
—¿De verdad? —preguntó, frunciendo su ceño al recordar todos los acontecimientos de la noche mencionada. No podía recordar con exactitud algún momento con Stefan mirándola, salvo cuando él y Damon le dijeron que era una bruja caótica tras lanzar al mayor de los hermanos a través de la puerta como si fuese una marioneta.
—Si—esbozó una gentil sonrisa—. No pienses demasiado, solo disfruta. ¿Y qué más da si es tu primera relación? Algunos creen que su primera pareja es su alma gemela y tienen razón. No le des tantas vueltas.
—Supongo que tienes razón—se encogió de hombros mientras que titubeaba, antes de encontrar las palabras adecuadas para expresar una preocupación que seguía carcomiéndola por dentro—. Es solo que ese es mi problema. Es la primera vez que siento algo así, pero Stefan ya lo sintió con otras, y terminó mal. ¿Qué tal si...?
—No, detente ahí—la interrumpió Cedric con firmeza, controlando igualmente su tono de voz para no captar la atención del resto de sus compañeros que iban ingresando al aula—. Solo tengo dieciséis, he amado a la misma chica desde hace años, no tengo mucha experiencia. Pero sé cuándo un chico, sin importar su edad, está enamorado. Stefan te ama, es todo lo que importa. No te sientas intimidada por su pasado, porque es tu primer amor o lo que sea. Ambos se aman, no hay más que pensar. El amor se trata de sentir, no de pensar, sino, no sería amor. Por algo dicen que el amor nos hace cometer locuras.
Cora inhaló profundamente, y lentamente exhaló, eliminando de esta forma todo pensamiento intrusivo que había en su cabeza. Cedric tenía razón. Ella era joven, moriría, pero ¿qué más daba todo eso? Ella estaba segura de sus sentimientos por Stefan, así como lo estaba también de los de él hacia ella, no había más por cuestionar.
—Para ser alguien que dice no ser experto en el amor, sabes de ello. —musitó ella con una delicada sonrisa a su amigo, quien a su vez sonreía con nostalgia y anhelo.
Elena era la chica en cuestión, y si bien ahora estaban más cercas que nunca, el miedo de declararle sus sentimientos le impedía abrirle su corazón y confesarle todo. Cómo la amaba desde la secundaria, tal vez incluso desde la primaria, ¿cómo saberlo? El amor no se trataba de cálculos o de lógica. Pero no se atrevía en dar ese paso que faltaba, porque tenía miedo de perderla ahora que su relación era estrecha. Él se daba por satisfecho con verla y saber que ella se alegraba de verlo, y, sobre todo, que confiaba en él.
—Deberías invitarla al baile—sugirió Cora sonriéndole cómplice, sus ojos destellantes por la determinación—. Ella necesita distraerse, y tanto tú y yo debemos olvidarnos de la paranoia de que todas las fiestas escolares serán como aquella porque es relativamente imposible. Somos adolescentes, actuemos como tales y disfrutemos de esta fiesta con las personas que nos importan. Después de todo, Elena no sale con nadie, ¿qué tan malo puede verse que un buen amigo la invite? —en ese momento, Elena ingresó al aula junto a Caroline y Cora tuvo que volverse al frente, no sin antes añadir algo más—. No subestimes sus sentimientos hacia ti, Cedric.
Podría decirse que es día fue tranquilo y un tanto aburrido referente a las clases. Cora tenía la sensación agria de que en las cinco clases del día que tuvo no sabía que temas vieron, y no estaba del todo preocupada, puesto que solo tenían tarea de inglés y regularmente era una materia sencilla para ella.
Así pues, cuando se dio por finalizada la jornada escolar, Cora salió junto a Stefan, Cedric y Ava. La pelinegra al comienzo se extrañó porque el joven Salvatore hubiera decidido abruptamente hacerles compañía, e incluso le preguntó si había perdido a Elena, haciendo una clara insinuación de que él se comportó como un perro tras su dueña. No obstante, Cedric inmediatamente tuvo que llevarse a su prima para así susurrarle al oído que ahora Cora y Stefan eran pareja. Ava inmediatamente cambió su actitud por una más amistosa, aunque no dejaba de dedicarle miradas juiciosas cada que tenía ocasión.
—Ni siquiera sé por qué me molesté en venir hoy—se quejaba Ava—, no entendí nada de las clases.
—¿Soy yo, o estamos en la parte más aburrida de los temarios? —cuestionó un Cedric con mirada cansada. A decir verdad, ese día resultó un tanto tedioso para la mayoría.
No obstante, antes de que Cora o Stefan dieran su opinión, a espaldas suyas se escuchó un par de risas y Ava inmediatamente se dio media vuelta mientras que su cuerpo se tensaba, a lo cual el resto de los amigos no tardó en comprender el porqué de su reacción cuando vieron de quienes se trataban: Matt y Caroline.
Cora suspiró e intercambió miradas con Cedric, quien no podía sentir otra cosa más que pena por su prima, así como impotencia por no poder ayudarla, pero solo Cora sabía la verdadera razón por la cual Ava estaba furiosa. Ella estuvo enamorada de Matt, tal vez aún lo seguía, y Caroline, a quien solía llamar su amiga, fue la encargada de que Matt y Elena estuvieran juntos, porque, de acuerdo a Caroline, Elena sentía algo más que amistad por Cedric, y ella estaba enamorada de él. Así que Caroline obró egoístamente para que Elena no estuviera junto a Cedric, a expensas de los sentimientos de Ava. Por lo que al ver como la rubia ojiverde estaba cada vez más cercas de Matt era como recibir una apuñalada en el corazón con un tempano del hielo.
Ava tragó saliva con pesadez y apretó sus puños, sin embargo, cuando Cora se preguntaba que podía hacer o decir para distraerla, la pelinegra apartó sus ojos de ellos y arrancó de la pared uno de los volantes de la fiesta, respirando con pesadez.
—Ava...—llamó Cedric, quien conocía mejor que nadie el carácter de la chica Sulez.
—Calla—siseó ella como respuesta—. Estoy bien.
Stefan únicamente arqueó las cejas, sin comprender del todo lo que sucedía, a lo cual Cora le apretó la mano y sacudió su cabeza, pidiéndole en silencio que no hiciera preguntas ahora.
—Así que así está la cuestión amorosa entre todos—masculló más para sí misma—. Perfecto.
—Ava por favor no seas impulsiva. —le rogó Cedric.
—Tú no entiendes nada, Cedric—dijo en voz baja, dura como el acero—. Estoy bien—repitió—. Matt me es indiferente, es Caroline la que me saca de quicio—respiró profundamente—. Tengo que hacer algo, los veré luego.
Sin siquiera despedirse debidamente de ellos, Ava se dirigió hacia el estacionamiento. Cedric únicamente pudo suspirar y cerrar sus ojos mientras pellizcaba el puente de su nariz, claramente acostumbrado así como cansado de la "espontaneidad" de su prima. Cora cada vez estaba más que convencida de que el espíritu de Ava era indomable.
—Nunca cambia—susurró más para sí mismo el pelirrojo, para acto seguido mirar con gesto culpable a la pareja—. Lo siento, lo que pasa entre Ava y Caroline es algo que yo a veces no consigo entender. —estuvo a punto de comenzar a explicar lo que fue de su amistad años atrás, pero en eso vio como Elena y Bonnie salían de la escuela tomadas del brazo riendo de algo, y Cora solo pudo sonreír burlona y agachar la mirada.
No cabía duda, Cedric estaba enamorado hasta los huesos, ya que sus ojos inmediatamente brillaron y sus labios tiraron de una sonrisa involuntaria. Seguramente ella debía verse igual cada vez que miraba Stefan.
—Anda—le dijo entonces la joven rubia, alentándolo con una amplia sonrisa—. Ve con ella. Ya nos veremos mañana para platicar de cómo le pediste ser tu cita.
Cedric se sonrojó avergonzado por su comportamiento, no obstante, le dedicó una sonrisa de agradecimiento a su amiga y se despidió de ambos para así echar a correr en dirección de las chicas, antes de que subieran al auto de Bonnie. Cora estaba tentada a ver la escena, sin embargo, quiso darles privacidad, por lo que tomó del brazo a Stefan y lo guio hacia el campo de futbol. No lo había pensado hasta ahora, pero se sentía agradecida y un poco culpable porque habían quedado ellos dos solos. Si bien lo de Ava fue imprevisto, se quedaba tranquila con que Cedric sería el chico más feliz cuando escuchase la aceptación de Elena para ser su cita. Cora sabía verdaderamente que Elena, finalmente, haría caso a sus sentimientos reprimidos por el pelirrojo.
—No tienes práctica hoy, ¿verdad? —preguntó ella a Stefan, quien negó con la cabeza al tiempo que fruncía el ceño, consternado del por qué ella había escogido ir hacia allá repentinamente. Ella, leyendo sus pensamientos como lo es leer un libro, sonrió—. Siento que solo hablamos de vampiros y tu hermano, que no tenemos oportunidad de hablar de cosas de adolescentes normales. Déjame aprovechar el momento ¿si? Quiero ir con mi novio al campo de futbol y estar sentada en las gradas incómodas con él.
Stefan se rio por cómo ella describió esto, más no se opuso a ello y caminaron juntos hacia las gradas, sentándose en la cuarta fila, contemplando el silencioso y vacío campo de fútbol. Cora no pudo evitar pensar en cómo hace poco ella estuvo sentada ahí mismo, siendo una espectadora de la vida amorosa de Stefan y Damon, y en cómo desconocía ella misma de su magia y el mundo sobrenatural. Ahora, un mes después, las cosas eran diferentes.
—¿En qué piensas? —escuchó preguntar a Stefan, a lo cual Cora bufó y esbozó una sonrisa.
—En que no consigo encontrarle una belleza a este campo deportivo—comentó con una risa burlona, para después chasquear la lengua—. No, en realidad pensaba en estos meses. Todo ha ido demasiado rápido. —suspiró y entonces su mirada y voz se tornaron melancólicas—. El tiempo corre demasiado rápido.
Stefan no pudo hacer otra cosa más que estar de acuerdo con ella. No obstante, Cora sentía que su vida era como un reloj de arena, y cuando sentía que estaba viviendo al máximo y la sensación de bienestar la invadía, no podía evitar pensar que era porque el tiempo se le acababa, y lo que eran cuatro años de vida se irían pronto. Stefan, por su parte, al ser un inmortal no tenía ninguna prisa de vivir su vida, pero a veces ese era precisamente su problema.
—¿Cómo lo llevas? —preguntó Cora en un susurro, claramente refiriéndose a Lexi.
Stefan se encogió de hombros y sacudió su cabeza, clavando sus ojos verdes en sus manos. Intentaba deshacerse de la melancolía, pero no era fácil.
—La extraño—confesó con una triste sonrisa—. Ella me ayudó en una época oscura de mi vida. Sin ella creo que no sería quien soy ahora—exhaló—, sin ella, habría abrazado por completo la naturaleza de vampiro, y estaría sin algún control. Como Damon, o peor que él.
—¿Por qué nunca me cuentas de eso? —preguntó en voz suave, no quería verse insistente, pero era frustrante para ella ver como él se refería a capítulos de su pasado y después evadía los detalles—. Solo sé cómo eras cuando conociste a Estella, pero hay un hueco en el antes y después de ella. Casi ocho décadas.
El ojiverde bufó y alzó su mirada para solo contemplar el cielo nublado, claramente evadiendo a Cora y sus preguntas.
—No es por ocultártelo—musitó, impasible—. Es algo que yo mismo prefiero olvidar porque me avergüenzo de lo que hice—exhaló—. Lo que, si te puedo decir, es que Lexi me salvó. Ella me ayudó, me hizo ver que ser vampiro no significa ser inmortal y beber sangre. Es tener miles de oportunidades, solo que debemos ser más sabios que los humanos, así como prudentes, pero sin olvidar que tenemos todo el tiempo del mundo—entonces, su sonrisa se desvaneció y una mueca se formó en sus labios—. O eso creíamos.
—Sé que ya lo dije, pero siento mucho lo que Damon hizo.
—Intentaste salvarla—recordó él, sonriéndole afectivamente—. Apenas la conocías y aún así estabas dispuesta a arriesgarte por ella.
Cora esbozó una sonrisa melancólica al tiempo que sentía una mezcla de emociones encontradas. Era irónico como antes ella hubiera huido de los vampiros, pero últimamente no hacía más que arriesgarse para salvarlos. Tal vez porque ella era una bruja caótica y no quería ser hipócrita, o porque entendió que los vampiros siguen siendo personas y no criaturas.
—¿Qué puedo decirte? —se encogió de hombros—. No puedo quedarme de brazos cruzados, ni siquiera cuando Logan atacó a Damon.
Stefan resopló, no obstante, no mencionó nada al respecto, pero no tenía por qué hacerlo, ya que Cora sabía que él hubiera dudado de estar ahí, especialmente porque fue después de la muerte de Lexi. Sin embargo, aunque Cora también llegó a dudar, la criaron para tener sentido del deber, del honor, y de que jamás se debía decir nunca ante ninguna situación. Damon podía tener sus demonios, más no era para dejarlo morir en todas las ocasiones donde su vida estuvo en peligro.
Respirando profundamente, Cora decidió apartar sus pensamientos y los de Stefan lejos de Damon y cambió el tema de conversación.
—¿Vendrás al baile? —preguntó entonces, mirándolo con atisbo de curiosidad. Era perfectamente consciente de que, al igual que a ella y Cedric, Stefan debía sentirse perturbado por la idea de asistir a una fiesta escolar teniendo en cuenta de que gracias a la fiesta de Halloween sus vidas monótonas dieron un cambio de 180 grados.
Stefan suspiró con pesadez e hizo una mueca.
—¿Tú quieres asistir?
—Por supuesto que no—negó con una risa burlona—. Quiero estar en casa, leyendo un buen libro y dormir temprano como una adulta mayor. Pero resulta que tengo un novio vampiro de aspecto joven pero que tiene más de cien años y probablemente lleva haciendo eso cuando su hermano mayor no lo fastidia con venganzas amorosas, lo cual puede remontar desde hace décadas—puso los ojos en blanco para acto seguido sonreír—. ¿Qué te parece si hacemos acto de presencia, bailamos un rato, y después nos vamos a beber malteadas o a tu casa?
Stefan chasqueó la lengua.
—No se me da bien bailar.
—Por favor, si vienes de la época de los bailes.
—Pero los bailes de la década de los cincuenta jamás se me dieron bien—frunció su ceño—. Para ser honesto detesté esa época, junto a los ochenta y noventa.
—Entonces con más motivo debemos asistir—se empecinó la joven rubia mientras le dedicaba una sonrisa inocente al ver como él le miraba horrorizado—. Será divertido.
—¿Me lo dices a mí, o te convences a ti misma? —preguntó él con cierto recelo.
—Ambas—confesó al tiempo que se inclinaba sobre él para darle un beso fugas, con el afán de distraerlo—. Vamos, ambos necesitamos un poco de la vida humana y alejarnos de cuestiones sobrenaturales. Damon no está, como tú mismo me lo dijiste.
—Pero aún seguimos sin encontrar al vampiro que te atacó. —recordó él, y si bien Cora se estremeció ante aquel recuerdo, inmediatamente puso los ojos en blanco.
—Nada malo va a pasar. No puede ser que cada vez que haya fiestas escolares supongamos lo peor solo por un único altercado. —declaró, y si bien se escuchaba segura de sus palabras, en su mente no podía evitar cuestionarse esto.
—Tienes razón. —musitó él, más no se veía convencido de ello.
Damon no estaba, dudaba que estuviera al tanto de la fiesta teniendo en cuenta de que últimamente la casa estaba casi vacía. Esto de alguna forma lo inquietaba, ya que su hermano había sido bastante claro al decirle que su misión de vida era hacerlo miserable por lo acontecido en el pasado. Y Damon no era de los que perdonaban, mucho menos que olvidaba sin importar las décadas que pasaran.
Todavía tenía muchas preguntas referentes al viaje a Georgia que hicieron Cora y Damon. Sabía que su hermano aprovechó esto para revelarle la verdad a Cora referente a Elena y Katherine, pero había muchos otros secretos que podían hacer huir a Cora, como lo que sucedió cuando se convirtieron a vampiros.
Damon era estratega, revelaría todos los secretos de Stefan cuando éste menos lo esperase. Pero ¿por qué estar paranoico ahora? Regresó a Mystic Falls con la intención de iniciar de nuevo, fue una promesa que se hizo a sí mismo. Cierto, esa promesa la hizo cuando conoció a Elena y pensó que la vida le regalaba una nueva oportunidad, de vivir la vida que no pudo hace más de cien años cuando murió. No obstante, esa promesa aún podía ser cumplida. No por Elena, Cora, ni siquiera por Damon. Sino por él mismo.
Ser nuevamente un adolescente sin preocupaciones, asistir a los bailes con su novia y amigos.
—Solo debo advertirte de algo—dijo él, esbozando una sonrisa—. No bailaré rock, ¿de acuerdo? No es mi estilo.
Si bien pensó que Cora se opondría a esta petición, pues sabía que le apasionaba bailar, la joven rubia únicamente rio por lo bajo y asintió con su cabeza, accediendo a dicha petición.
—De acuerdo. Pero aun así bailaremos otros estilos. Es una fiesta escolar, no un evento social en la mansión Lockwood.
Si bien tampoco tenía gratos recuerdos de dicha fiesta, Stefan consiguió sonreír y reírse levemente.
—Hecho.
Stefan estaba por preguntarle a qué hora quería que la recogiera, no obstante, ninguno pudo decir nada, ya que en ese instante el cielo se nubló repentinamente, y sin aviso previo se soltó un aguacero. Cora soltó un gritito de evidente sorpresa, y es que no habían anunciado lluvia para ese día. Sin embargo, como era costumbre de ella, su sorpresa se disipó y la alegría iluminó su rostro.
—¡Lluvia de otoño! —exclamó con una amplia sonrisa, inclinando su cabeza hacia atrás para que el agua empapase su rostro y cabello, cerrando sus ojos para disfrutar de la sensación del agua fría.
Stefan al principio se desconcertó por ello. Hace menos de diez segundos el cielo estaba nublado, pero eran nubes blancas y ligeras. ¿En qué momento se tornaron grises y cargadas de lluvia? No obstante, decidió seguir el ejemplo de Cora y disfrutar de la lluvia, no sin antes quitarse su chaqueta de cuero café y colocarla sobre las cabezas de ambos. No quería que Cora pescara un resfriado.
—Será mejor que regresemos a la escuela y esperar a que pase. —dijo, pero Cora, quien seguía sonriendo, negó con la cabeza.
—Cedric debe seguir aquí. Siempre que tiene oportunidad charla con Elena, así que creo que si corremos podemos alcanzarlos.
Stefan enarcó sus cejas y se levantó de la grada, echando una mirada hacia el estacionamiento. Efectivamente, Cedric seguía charlando con Elena. Por la lluvia él y la morena se metieron al auto de Bonnie para despedirse y terminar con su conversación.
El ojiverde no lo pensó dos veces. Colocó la chaqueta sobre la cabeza de Cora para protegerla de la lluvia, y la tomó en brazos.
—¡Stefan! —gritó ella en voz ahogada, abrazándolo alrededor de su cuello con sus brazos—. ¿Qué haces?
—Sujétate.
Cora, intuyendo lo que él quería hacer, abrió sus ojos como platos, más no presentó objeción alguna y se limitó en esconder su rostro en su pecho, y acto seguido él cruzó el campo deportivo y en menos de dos segundos ya se encontraban en el estacionamiento, afuera del auto de Cedric.
Cora abrió tímidamente un ojo al no sentir movimiento y ahogó un grito al ver dónde estaban. Cedric, quien ya estaba saliendo del auto de Bonnie, se quedó perplejo al verlos ahí y sus ojos color avellana expresaban una pregunta muda pero comprensible para la pareja: ¿en qué momento habían llegado?
La joven Beckham, sin bajar de los brazos del vampiro, le sonrió a su amigo como quien está por aceptar una oferta que se ofreció hace tiempo. Sus ojos azules nunca brillaron tanto como ahora, con su cabello rubio empapado y adoptando una tonalidad más oscura, y las gotas de lluvia corriendo por sus mejillas y frente.
—¿Crees poder llevarnos a mi casa?
Madelaine entró como una bala al grill y suspiró un tanto aliviada al sentir el ambiente cálido del local. La lluvia la había sorprendido a mitad del camino. Había quedado de verse con Alaric en la plaza después de clases, pero a causa de la repentina lluvia de otoño tuvo que desviarse, no sin antes caer en un bache que reventó su neumático. Apenas logró llegar a Mystic Grill y correr bajo la lluvia, cubriéndose con su propia chaqueta a falta de un paraguas o impermeable.
Maldiciendo en silencio por la prenda y su maquillaje, la profesora de arte escaneó el lugar medio vacío y sonrió al localizar el teléfono junto a los baños. Su celular tenía poca batería, y por suerte Alaric y ella intercambiaron números en la hora del receso.
El motivo de esta reunión era porque Madelaine había aceptado la ayuda de su colega y amigo para investigar referente a su pasado, más específicamente sobre sus padres. Había comenzado a tener pesadillas en los últimos días, y tenía la corazonada de que podían ser recuerdos bloqueados en su memoria de su infancia. Ella estaba acostumbrada a hacerlo todo ella sola, especialmente cuando se trataba de sus padres biológicos, pero tampoco negaba una ayuda que le era ofrecida, sobre todo si era alguien especializado en investigar. Alaric le había comentado que era un buen historiador debido a que le gustaba realizar investigaciones documentales.
Siendo así, caminando con los pies empapados por la lluvia, Madelaine tomó la bocina del teléfono público y marcó el número del profesor Saltzman. Respondió al tercer tono.
—¿Diga?
—Alaric, soy yo, Madelaine.
—Madelaine, que bueno que marcas—dijo con tono alegre—. Estaba camino a la plaza cuando el aguacero se vino. ¿Qué quieres hacer ahora?
Madelaine suspiró y miró en dirección a la puerta del local. Ciertamente quería charlar con él para explicarle con mayor detalle todo, no obstante, también necesitaba llamar a una grúa o a la vulcanizadora más cercana para que repararan su neumático, a no ser que Alaric supiera de ello, y ciertamente perdería tiempo de un modo u otro gracias a su auto.
—¿Te parece si lo dejamos para otra ocasión? —dijo, intentando esconder su propia decepción por posponerlo—. Se me reventó un neumático. No sé manejar bajo la lluvia y ahora debo llamar a la grúa.
—Por supuesto, no te preocupes por eso. ¿Quieres que busque una vulcanizadora y le diga dónde estás?
Madelaine esbozó una triste sonrisa. Alaric, como ella, no conocía el pueblo del todo. No había mucho que él pudiera hacer en esta situación.
—Gracias, pero ya me las arreglaré yo. Te veré mañana.
—Cualquier cosa que necesites puedes llamarme.
—Gracias, adiós.
Sin más, la rubia ojiazul colgó la llamada y apoyó su frente contra la pared, respirando profundamente. Acababa de perder cuatro días para acercarse a la verdad sobre sus padres biológicos. No quería comportarse como una adolescente, o peor, como una niña, pero llevaba más años de los que le gustaría cazando la verdad sobre su pasado, y no tenía nada, salvo un relicario y una manta de bebé con la que llegó a casa de sus padres adoptivos, teniendo tan solo un año de vida.
Solo quería saber la verdad, conocer sus orígenes, y porqué la dieron en adopción. ¿Acaso tuvo más familia? ¿Tíos, primos? Disfrutaba de la soledad cuando tenía que pintar o bailar en su estudio personalizado de ballet en su casa, pero a veces se preguntaba que sería tener a un familiar a su lado, y saber que no estaba sola en el mundo.
Únicamente estaba frustrada porque tuvo la esperanza de hacer un progreso, por mínimo que fuera, y ahora volvería a esperar todo por un incidente con su auto.
Sacudiendo su cabeza, Madelaine dejó de sentir lástima por sí misma y decidió que lo mejor sería entrar al baño y arreglar lo mejor posible su aspecto. Con suerte daría la impresión de estar presentable en lugar de parecer la bruja del oeste cuando le echan agua.
Se tomó su tiempo para secar su cabello y arreglar su maquillaje, así como para secar lo mejor posible sus zapatos y chaqueta. Era aquí cuando se arrepentía de no haber conducido con dirección a las tiendas de ropa, al menos estaría más cómoda y no con la ropa pegada al cuerpo y el cabello enredado.
Una vez que amarró su cabello rubio en un moño desordenado sobre su nuca, salió del baño de damas y pidió ayuda a uno de los meseros para llamar a la grúa. Por suerte, el chico le dijo que había una vulcanizadora al otro lado del pueblo, por lo que no tardarían en ayudarla. Siendo así, ella decidió que lo mejor sería esperar mientras comía un poco, por lo que ordenó una hamburguesa y mientras esperaba su orden fue al bar. No podía creer que a todas horas estuviera abierto, pero así era.
—Dame una de bourbon. —pidió ella al unísono con una segunda voz masculina.
El barman frunció su ceño, más no dijo nada y asintió como respuesta a ambas solicitudes.
Madelaine se volvió hacia su lado derecho para encontrarse así con un joven alto de complexión delgada. Su cabello era castaño cobrizo, que caía mojado sobre sus ojos verdes, y las gotas de lluvia que se deslizaban por su pómulo izquierdo trazaban el camino de sus lunares. Se veía bastante joven, no tendría más de veinticinco años, tal vez treinta, como mucho.
Él fue el primero en romper el silencio y tomar la primera palabra, dedicándole una encantadora sonrisa al tiempo que le ofrecía su mano.
—Hola, soy Nathaniel.
Madelaine arqueó su ceja, no obstante, sonrió amablemente y tomó su mano, a modo de saludo. Era más que claro que era un forastero. Nadie se presentaba a no ser que no fuera habitante del pueblo, sino un externo, al igual que ella.
—Madelaine.
Ambos se sentaron en sus respectivos taburetes, analizándose mutuamente al tiempo que el barman volvía con sus bebidas. Ninguno se volvió hacia él para siquiera agradecerle. Madelaine sabía que no tenía por qué comenzar a formar teorías o paranoias, después de todo algunos encuentros eran insignificantes, pero podía jurar que él le era familiar de alguna parte, y que ya lo conocía. Solo que no podía recordar dónde, o cuando. Y, a juzgar por cómo él la miraba, como si fuese un código que debía descifrar, apostaba a que él pensaba lo mismo que ella.
—La lluvia te sorprendió también, ¿verdad? —señaló ella lo obvio al cabo de un minuto de silencio, donde no hicieron otra cosa más que analizarse de pies a cabeza.
Él sonrió un tanto incómodo y sacudió su cabeza. Varias gotas de agua cayeron sobre la barra de madera, causando que el barman lo mirase de lo más indignado.
—¿Se nota? —Madelaine rio por lo bajo y se mordió el interior de su mejilla. Definitivamente no fue la mejor forma de comenzar una conversación, la cual ni siquiera tenía porque entablar, dado que no lo conocía. Pero a falta de tiempo ¿qué tenía por perder?
Él, como si pudiera leer sus pensamientos, suavizó su rostro y todo sarcasmo desapareció de su voz
—Estaba buscando un lugar dónde quedarme. El motel que está cercas de aquí es horrible y me dieron una habitación que huele a muerto—arrugó su nariz—. Como puedes deducir, no soy de por aquí.
Madelaine asintió y bebió un sorbo de su bebida. Amaba el bourbon, por lo que tenía la tendencia de saborearlo como si no existiera un mañana. Cuando deseaba embriagarse bebía whisky o ginebra.
—Yo tampoco soy de por aquí—confesó con una sonrisa culpable—. En realidad, estoy bastante lejos de casa.
Nathaniel bufó e igualmente bebió un sorbo de su bebida.
—Si, no tanto como yo lo estoy, te lo aseguro—suspiró—. Solo yo podría viajar del otro lado del charco para venir a un pueblo pequeño en Virginia.
La atención de Madelaine se centró por completo en él, olvidándose de todo, y sus ojos azules destellaron una ardiente curiosidad, así como sorpresa.
—Yo también vengo de Europa—susurró—. Montpellier, Francia, para ser exacta.
—Londres, Inglaterra—dijo él, sin poder esconder su sorpresa igualmente por semejante coincidencia, sin embargo, esto hizo que aquella sensación familiar que sentía ella cobrase sentido. Venían del mismo continente, y dado que llegó a viajar a Italia tal vez lo vio una vez por la calle ¿cómo saberlo? —. No quiero ser hipócrita, pero ¿qué te trajo aquí de tan lejos?
—Cuestiones familiares—dijo al tiempo que se encogía de hombros—. ¿Qué hay de ti?
—Se podría decir lo mismo—murmuró—. Un viejo amigo vive aquí. Quise visitarlo anoche, pero preferí esperar mientras me instalo. Conozco un poco el pueblo y atiendo los asuntos que me trajeron aquí—chasqueó la lengua—. En realidad, hace algunos años vine aquí, precisamente con mi amigo, pero solo fue una visita de verano, ya no recuerdo las calles de Mystic Falls.
—Bueno, no me hagas mucho caso, pues solo llevo aquí dos meses, pero si tu intención es quedarte te recomiendo que te habitúes lo más pronto posible—esbozó una amarga sonrisa—. Créeme, los pueblerinos son bastante recelosos con los extraños. Contigo ya eres el octavo que viene de fuera.
Nathaniel frunció su ceño y esbozó una sonrisa que denotaba su confusión y duda por esto.
—¿El octavo? No recordaba que Mystic Falls tuviera alta demanda.
—En realidad dos familias que ya vivieron aquí regresaron después de quince años—se explicó, sin revelar el nombre de los Salvatore o los Beckham—. Así que propiamente eres el tercer foráneo.
Nathaniel asintió con aire pensativo.
—Aun así, es extraño. —murmuró, bebiendo de su bourbon.
—Si, ni lo menciones. La gente de aquí a lo mejor piensa eso igualmente. —rio por lo bajo.
—Si no es indiscreción, ¿cuánto tiempo planeas quedarte?
Madelaine suspiró e hizo una mueca, reflexionando su pregunta con más seriedad de la que se esperaría. Pero era una pregunta que ella misma se estaba haciendo desde hace una semana. Tal vez era por eso mismo que ella disfrutaba de los bares. Siempre que había algo que le aquejaba sabía que en una barra encontraría la respuesta de algún extraño, porque era fácil hablar con alguien que no te conoce, y por tanto, no puede juzgarte por decir algo que temes decir pero que para ese desconocido no es escandaloso ni mucho menos como lo sería con un amigo o familiar.
¿Qué tenía por perder?
—Mi plan original era quedarme hasta el final de este semestre—dijo en voz baja, alternando su mirada en su vaso y de aquellos ojos verdes que la miraban con atención, prestándole toda su atención—. Conseguí un trabajo como maestra de arte en la preparatoria, y tenía pensado investigar referente a mis padres—al ver como él inclinaba su cabeza tuvo que aclarar que era adoptada—. Sé que mi madre nació aquí, pero no sé ni siquiera su nombre—sonrió un tanto avergonzada. Hablar sobre su madre biológica era algo privado y preciado para ella, pero él se veía interesado e incluso preocupado por ella, como si pudiera comprenderla mejor que nadie—. Hasta ahora no he hecho ningún progreso, y ciertamente me estoy encariñando con mis estudiantes, por lo que estoy considerando extender mi estadía hasta el final del ciclo escolar. Igualmente, no es como si alguien me espere en Francia.
—Así que te quedarás hasta el verano. —musitó él, y ella, al escuchar no se sintió aterrada o confundida como cuando pensaba en ello, sino que era la respuesta que ella necesitaba escuchar de alguien más.
—Si—asintió con confianza y seguridad—. Si, me quedaré hasta entonces. Mystic Falls es un lugar precioso cuando no tengo la nariz pegada al escritorio para revisar tareas o documentos—riendo, apoyó su mentón sobre su mano y enarcó su ceja—. ¿Qué hay de ti?
—Bueno, como tú, no tengo a nadie que me espere en Londres—respondió con un encogimiento de hombros—. Supongo que veré que tiene Mystic Falls para mí, y entonces me iré cuando sea conveniente—sonrió culpable—. No soy una persona que se quede en un solo lugar, pero siempre me las arreglo para volver a casa en algún punto determinado.
—Te ves bastante joven como para viajar a tantos lugares—indicó la joven rubia—. No debes ser alguien que se quedé en una locación por más de cuatro meses.
—Bueno, ciertamente es verdad—dijo mientras se reía con jovialidad—. Una vez una chica amante del horóscopo dijo que tenía la personalidad de un acuario: incapaz de comprometerme por la incapacidad de escuchar a mi corazón.
—¿Y es verdad?
—Ni siquiera soy signo aire—dijo, y ambos se rieron—. Pero no me considero alguien incapaz de establecer conexiones, simplemente me gusta conocer nuevos lugares—titubeó, y tras vacilar un poco, suspiró con aspecto derrotado y la miró nuevamente a los ojos—. Yo también fui adoptado—confesó en voz baja—. Mis padres murieron hace poco. Siempre supe que fui adoptado, ellos jamás me lo ocultaron, y de hecho mi padre me contaba historias sobre mi madre y algunas referentes a mi padre biológico, pero nunca se me reveló sus nombres. Por eso, cada vez que viajo, me imagino que ellos estuvieron ahí, aún si no fue así—exhaló—. A estas alturas ellos también deben de estar muertos, pero quiero saber por qué me dejaron en Inglaterra, cuando ellos eran de Estados Unidos.
Madelaine titubeó. Quería preguntarle cómo es que sus padres adoptivos llegaron a saber quiénes fueron a ser sus padres biológicos y aun así jamás le revelaron sus nombres. No obstante, él, una vez más, fue capaz de leer sus ojos y responder a su pregunta silenciosa.
—Hace poco tuve el atrevimiento de leer el diario de mi papá—continuó Nathaniel con su relato—. Ahí decía que mi padre biológico era originario de un pequeño pueblo en Virginia. No fue difícil deducir que era Mystic Falls.
La joven mujer inclinó su cabeza y no pudo esconder un suspiro. No podía evitar pensar en cómo ellos, siendo completos extraños, tenían más en común de lo esperado.
Nathaniel bien podía estar pensando lo mismo que ella, o leerla perfectamente como a un libro abierto, pues esbozó una sonrisa y se inclinó levemente hacia ella, mostrando mayor interés.
—Dime la verdad—susurró él, dejando ver finalmente notas de su acento inglés—, ¿en qué año naciste? ¿1800? ¿1900?
Madelaine abrió sus ojos como platos y se inclinó instintivamente hacia atrás, pero entonces él alzó su mano izquierda. Al comienzo ella no comprendió el porqué de su gesto, hasta que se percató de que en su dedo medio llevaba una sortija de piedra lapislázuli.
Nathaniel enarcó sus cejas y lentamente bajó su mano. No se le veía asustado, sino confiado.
—No sé el día exacto de mi nacimiento—musitó él—, pero si el año: 1879.
Madelaine apretó sus labios hasta que se volvieron una línea fina pálida. No obstante, al ver cómo el castaño le dedicaba una mirada paciente e incluso comprensiva, como si él ya hubiera estado en su lugar tiempo atrás, exhaló profundamente y agachó la mirada.
—1880.
Nathaniel le miró con cierta sorpresa, solo para después asentir con la cabeza.
—¿Tampoco sabes el día?
—No. Mis padres o bien nunca conocieron a mis padres biológicos, o se esmeraron en esconderme todo lo relacionado a ellos.
—¿Y en qué fecha celebraban tu cumpleaños?
—El día en el que me encontraron. ¿Qué hay de ti?
—Igual. —murmuró, mirando a un punto fijo, como si estuviera pensando en algo diferente.
—¿Cómo sabes que yo soy...?
Nathaniel, al ver como ella se interrumpía, rio por lo bajo y bebió de golpe lo que restaba de su bebida para así señalar sus manos con un movimiento de su mentón.
—¿Vampira? No temas, no es algo de lo cual avergonzarte—chasqueó la lengua—. No lo sospeché ni por asomo al principio. Fue el volumen de tu voz, tus gestos y el cómo hablas de tus padres lo que me hizo darme cuenta de que no eres de 1980.
—¿Mis gestos? —preguntó, e inmediatamente se quedó quieta y rígida como una estatua. Esto no hizo más que divertirle al británico.
—Te mueves como una dama de los salones de baile de 1900—explicó mientras se encogía de hombros—. Tu voz es suave, no te gusta alzarla, claro ejemplo de cómo las damas de sociedad debían comportarse en los eventos sociales. Lo que me da a entender que tus padres no fueron estrictos contigo, sino que tu misma aprendiste todo esto—sonrió satisfecho consigo mismo—. ¿Cómo voy?
—¿Acaso tú fuiste el que creó a Sherlock Holmes, o fuiste la inspiración para el personaje? —preguntó en voz baja, pero mirándolo con reproche para acto seguido exhalar y asentir con la cabeza—. Mis padres eran bondadosos, desinteresados por la estructura social y los prejuicios—se encogió de hombros y sonrió nostálgica—. Los dos eran afroamericanos. Mi padre fue un esclavo, pero fue liberado por una familia influyente y después migró a Francia. Ahí conoció a mi madre. Ella no tenía mucho, al igual que él, pero eran libres. No quiero alardear, pero me criaron bien. Nunca conocí la envidia, el odio o codicia.
—Te enseñaron a valerte por ti misma. —musitó él, comprendiendo perfectamente lo que ella intentaba darse a entender. Madelaine comenzaba a sospechar que él podía leer mentes, pues no era posible que fuera capaz de comprender sus pensamientos como si fueran páginas de un libro que él ya conocía.
A no ser que sus padres adoptivos hubieran sido igual a los de ella.
—¿Qué hay de ti?
—Bueno, como tú, fue evidente que era adoptado, porque mis padres eran homosexuales.
Madelaine si bien se sorprendió al escuchar esto, no se escandalizó en absoluto.
—Fueron valientes, teniendo en cuenta la época. —musitó con cierta admiración.
—Tus padres adoptivos también fueron valientes—dijo él—. Adoptar a una niña blanca y con pocos recursos—asintió con la cabeza—. Supongo que tuvimos suerte. Y aun así aquí estamos, buscando respuestas de nuestros padres biológicos—una sonrisa amarga cruzó por sus labios—. Tuve precisamente una discusión con mi viejo amigo debido a ello—contó en voz baja, pero clara—. Me recriminó que estaba cazando sombras intangibles. Pero no es que no amara a mis padres adoptivos, es solo que...
—Quieres saber por qué te dieron adopción—susurró Madelaine, finalmente siendo capaz de leerlo como a la palma de su mano—. Y si acaso no tienes más familia. Entender de dónde vienes y si acaso te pareces tu madre, a tu padre o incluso a una abuela.
—Si—sus ojos se iluminaron de felicidad y alivio, porque había alguien que entendía aquella sensación que llevaba atormentándolo durante tantos años—. Si, así es.
Madelaine entonces cerró sus ojos y suspiró profundamente. Había tantas cosas pasando por su mente en ese momento. ¿Quién era él, y por qué sus caminos se cruzaron en ese preciso momento, cuando ella se sentía más desamparada que nunca referente a la ignorancia de sus orígenes? Eran iguales, y a la vez tan diferentes. Sus historias eran semejantes, por no decir casi idénticas, y esto le despertaba ciertas inquietudes que no podía callarse para sí misma.
—¿Qué sabes de tu madre biológica? —preguntó en voz baja—. ¿Sabes si también es originaria de Mystic Falls?
Nathaniel se encogió de hombros.
—Lo ignoro. Sólo sé que ella vivió en Estados Unidos, pero mis padres no dieron mucha información al respecto.
—¿No crees que...?
—¿Por qué piensas que te pregunté tu fecha de nacimiento? —inquirió él, con una sonrisa de suficiencia en sus labios—. También tengo la sospecha. Puede ser una simple coincidencia, puede que no. No lo sabemos.
—Cierto—y aun así no pudo evitar preguntarse si en verdad era más que una casualidad—. Escucha, tal vez es el bourbon, tal vez es porque soy un poco supersticiosa y no creo que esto sea una casualidad de la vida, pero ambos buscamos a nuestras familias biológicas, y nuestras pistas nos trajeron a Mystic Falls y ahora nos encontramos aquí, en un restaurante-bar local. ¿Qué te parece si nos ayudamos mutuamente, y así también resolvemos esta duda?
—La duda de que somos hermanos, ¿correcto? —rio por lo bajo—. Diría que físicamente somos parecidos, pero de ser así, ¿por qué tomarse las molestias de dejarnos en países diferentes? —chasqueó la lengua—. Sé que es imposible no ver esa posibilidad, pero hasta entonces es solo una teoría. No tenemos por qué armar suposiciones hasta tener pruebas. Y si resulta ser así, bueno, ya lo manejaremos.
Madelaine tragó saliva ruidosamente. No esperaba que él dijera esto con tal tranquilidad, como si no le afectase en absoluto.
—Si, tienes razón.
Nathaniel extendió su mano hacia ella.
—¿Socios?
La joven rubia titubeó. ¿Qué tal si estaba tan desesperada como para estar aceptando en su vida a un completo extraño? Pero ¿acaso así no era como empezaban las amistades? Nadie es un conocido hasta que, precisamente, se debe conocer siendo un desconocido.
Sin embargo, antes de que ella pudiese presentar su respuesta, el camarero al cual le había pedido hace tiempo su hamburguesa se acercó a ella con dicho platillo en mano, en compañía de una desalentadora noticia.
—El mecánico llamó, y dijo que tardará media hora más de la establecida porque se presentó otra avería cercas de su taller. Aparentemente a alguien se le mató el motor.
Madelaine no pudo evitar ahogar un gemido. El motor de su auto también corría peligro de matarse si lo dejaba mucho tiempo bajo semejante diluvio. La lluvia no tenía el aspecto de cesar pronto, mucho menos a amainar. Pero ¿qué podía hacer considerando que su neumático estaba dañado? Ella no sabía cómo cambiarlo.
—De acuerdo, gracias por avisar—respondió ella con una media sonrisa, intentando esconder su decepción—. Esperaré.
El mesero le dedicó una mirada de condescendencia y se retiró para atender otra mesa. Madelaine suspiró y miró sin mucho ánimo su platillo. Ahora no tenía antojo de absolutamente nada.
—Yo sé cambiar neumáticos.
Madelaine alzó sus ojos azules de su plato de comida y miró perpleja al joven británico, quien se veía confiado y tranquilo por lo que dijo.
—¿De verdad?
—Claro. Tienes la llanta de refacción, ¿verdad?
—Si, está en la cajuela.
—Entonces ¿qué estamos esperando?
Madelaine dejó el dinero correspondiente por su trago y de forma distraída solicitó que pusieran su hamburguesa para llevar, y salió detrás de Nathaniel. Estando afuera ella le indicó donde estaba su auto y bajo la lluvia comenzaron a cambiar el neumático. Nathaniel no mentía en absoluto al decir que era conocedor de ello. Parecía estar más que familiarizado con ello.
—Si no es indiscreción—dijo ella cuando él puso el nuevo neumático y empezaba a ajustar el rin—, ¿cómo fue que decidiste aprender a cambiar neumáticos?
—Bueno, mi padre me enseñó—respondió con un encogimiento de hombros. La lluvia brindaba un efecto óptico a su cabello, el cual parecía ser más oscuro, casi marrón—. Aprendí con los primeros coches que llegaron a sustituir los carruajes, así que te imaginarás que fue toda una experiencia. —exhaló—. Pero creo que esto se hizo algo familiar para mi cuando me quedé varado hace menos de diez años en la carretera en plena madrugada sin la ayuda de nadie. Esperé a una grúa porque perdí la práctica, y desde entonces me dediqué a aprender. De hecho, trabajé un verano en una vulcanizadora.
Madelaine únicamente fue capaz de asentir con la cabeza, ya que no podía imaginar la angustia que debió sentir él al estar solo en una carretera. Si ella hubiera pasado por eso, seguramente se hubiera vuelto loca.
—Ya casi está—señaló entonces el gato hidráulico—. Suerte que siempre traigo uno de esos conmigo. Sino hubiera sido más difícil. Lo malo es que maña a primera hora debes revisar el aire de esta nueva llanta. Las de refacción pierden aire.
Madelaine enarcó sus cejas. En definitiva, era bueno, lo que significaba que aprendía rápido.
—No miento al decirte que posiblemente salvaste mi día. —musitó ella con una tímida sonrisa, a lo cual él chasqueó la lengua y rio por lo bajo.
—Bueno, es agradable ayudar—inclinó su cabeza hacia atrás para contemplar el cielo gris, entrecerrando en el acto sus ojos para cubrirse de la lluvia. No daba la impresión de que llegase a cesar pronto—. Sé que cuando llueve aquí es porque durará todo el día, pero esta lluvia nos tomó a la mayoría por sorpresa.
—Si—frunció su ceño y se abrazó a sí misma—. No dijeron nada de pronóstico de lluvia en las noticias de la mañana. De hecho, durante esta semana dijeron que no tendríamos lluvia.
—Bueno, la lluvia siempre es bienvenida. Pero fue extraño como cambió el clima en cuestión de dos minutos.
Madelaine se mordió el labio inferior y miró al joven apreciativamente.
—¿Dices que ibas camino a buscar un lugar dónde quedarte?
—Si, pero ya lo tengo resuelto—sonrió—. Conozco una casa de huéspedes que queda cercas de aquí.
Madelaine se balanceó sobre sus talones y asintió para sí misma, considerando seriamente lo que estaba a punto de decirle.
—¿Y crees que puedas ayudarme con mi investigación?
Nathaniel terminó de ajustar el rin y sin levantarse del pavimento mojado la miró con sorpresa, así como cierto recelo destellando en sus ojos azules verdosos.
—Si ofreces esto como manera de agradecerme por el neumático...—comenzó a decir, más ella lo interrumpió.
—No—se negó con firmeza—. Lo digo porque en verdad necesito tu ayuda, así como también ocupas mi ayuda—suspiró y esbozó una triste sonrisa—. Hay algunos vampiros por aquí, estoy segura de que sabrás identificarlos, pero no todos confiamos entre nosotros. Yo he vivido más como humana que como vampira. Cazo animales o bebo sangre de hospitales, generalmente del tipo O positivo, porque es el más común así que no afecta que falte una bolsa o dos—confesó en voz baja y ronca. No le gustaba hablar de sangre, nunca disfrutó de ello—. No conozco a muchos vampiros, puedo contarlos con una sola mano, y algo me dice que tú tampoco estableces muchas relaciones con vampiros, humanos u otras personas.
Nathaniel enarcó sus cejas. Ella no podía referirse a alguien como "criatura", ni siquiera si era un licántropo o bruja. Esto no hizo más que cautivar aún más su atención.
—De acuerdo—se incorporó lentamente, manteniendo su espalda erguida en todo momento—. ¿Tienes algunas condiciones?
—No. Confío en ti.
El castaño emitió un sonido de desaprobación por dichas palabras.
—Es muy pronto para decirlo, ¿no te parece?
Pero Madelaine no se perturbó en absoluto. Se le veía serena, y su fe ciega abrumaba a Nathaniel. Era evidente que alguien había llegado a arrebatarle la capacidad de confiar en otros.
—Ambos queremos lo mismo, y siempre podemos llegar a conocernos en el proceso. Las investigaciones toman tiempo ¿sabes? —esbozó una sonrisa torcida, extendiendo en el acto su mano—. ¿Socios?
Nathaniel asintió con su cabeza, tomando con cuidado la mano de la joven rubia.
—Socios.
Mientras los dos desconocidos sellaban su trato con un apretón de manos, estos eran completamente ajenos de la figura que los observaba detenidamente al otro lado de la acera. Cubierta con una capa negra que cubría su cuerpo y parte de su rostro, la mujer esbozó una media sonrisa que reflejaba satisfacción, y con un chasquido de sus dedos cubiertos de guantes negros la lluvia cesó repentinamente, y ella desapareció en el aire.
Después de 52 millones de años les traigo nuevo capítulo. Una disculpa por la demora. Honestamente me entró un bloqueo espantoso, y cuando tenía ánimos y tiempo para escribir me dedicaba a establecer la estructura de las tramas de un par de fanfics (incluyendo este)
Estoy en la recta final del semestre, los proyectos finales se vienen como la avalancha de una montaña nevada así que no prometo una actualización pronta, porque estaría mintiendo. Pero tengan por seguro de que cuando crean que mi perfil murió, estoy haciendo todo lo posible para escribir algo, aunque sean cien palabras por día.
Este capítulo no lo puedo llamar como el relleno, pero tampoco es que haya pasado algo extraordinario. Como podemos ver, llegó un forastero más al pueblo llamado Nathaniel. Estamos aprendiendo más acerca de Madeleine y no puedo decir que sean amigos, porque es muy pronto, pero definitivamente son aliados porque son vampiros, así como tienen un objetivo en común.
No aceptaré o negaré nada referente a quienes pueden ser sus padres o si están relacionados o simplemente es una mera coincidencia. Todo es posible. El chiste es ir conociendo la historia de Madeleine y Nathaniel conforme avance este libro.
Cora y Stefan están felices con su relación. Pudimos ver qué Cora tiene algunas dudas pero lo normal ¿No? Es una adolescente, tiene leucemia, su novio es un vampiro que ya se ha enamorado, y todo pasó rápido.
Sip, lo normal.
Damon no dio sus luces en este capítulo, pero quería darle espacio a Stefan. Además, recordemos que en la primera temporada cuando él no aparecía era porque tramaba algo.
Espero que les haya gustado, mil gracias a quiénes sigan leyendo está historia. Les prometo que no hay día en donde no piense en estos personajes y lo que tengo preparado para todos ellos. Todos, absolutamente todos, están relacionados como familia, amigos o pareja y todos tienen un propósito para la historia de Cora.
Los quiero mucho ❤️
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