Capitulo 28. Lo Real Es Para Siempre


Era un sábado por la noche. Todos los adolescentes salían aquel día con sus amigos o parejas y se sabía que regresaban hasta tarde. Las chicas siempre buscaban algo lindo para ponerse y los chicos atendían su cabello para que este no fuera ni muy estilizado, pero tampoco un nido de pájaros. Sin embargo, la primera cita para toda chica era un infierno, porque nada de lo que tenían en su ropero les convencía y la pregunta más fastidiosa empezaba a rondar por su cabeza por cada blusa y pantalón que lanzaban hacia su cama: ¿Cuándo compré esto? ¿Por qué lo hice?

La cama de Ava Sulez parecía ser una montaña de ropa de paca, solamente le faltaba el letrero que lo dijera. Blusas, camisetas, pantalones, vestidos, faldas y toda prenda imaginable se encontraba ahí, amenazando con llegar pronto al techo como ella no se decidiera por una prenda.

En menos de cuarenta minutos Rosalie pasaría a recogerla, y ella no tenía nada para ponerse. O más bien, nada le convencía.

Gruñó para sí misma mientras se veía semidesnuda frente a su espejo de cuerpo completo. Sabía que debió de haber ido de compras aquella mañana, pero en su lugar se quedó en casa, leyendo, viendo la televisión y haciendo parte de su tarea pendiente.

Lo peor de todo era que no podía pedir consejos a sus padres y mucho menos a Cedric. Él había dicho que tenía que ir con Stefan a la biblioteca por algún trabajo de la escuela del cual ella no sabía bien de que clase era, y aunque podía usar la técnica de modelar ante sus padres y usar lo que ellos no aprobaran, era riesgoso, ya que preguntarían con quién saldría, y no podía decirlo por una sola razón: sus padres eran homofóbicos.

Su madre lo había expresado abiertamente miles de veces que Ava llegó a creer que tal vez no era su mamá biológica, porque, cuando llegase el día de que tuviera que contarle que era bisexual, cabía grandes posibilidades de que la tratase peor que a las brujas en tiempos de los aquelarres de Salem y demás. Y ninguna madre debería avergonzarse de su hija... ¿Verdad?

Y su padre, bueno, él no decía mucho al respecto, pero tampoco contradecía a su mamá, así que debía asumir que compartía sus ideales, pero con menos intensidad a diferencia de Mónica.

Ava suspiró y contempló las puertas de su clóset abiertas. Solo quedaba un vestido floreado que su madre le había comprado hace unos meses y que jamás usó porque odiaba los estampados de flores. Junto al vestido le hacía compañía una blusa de tirantes azul marino con escote en V y lentejuelas, así como un vestido amarillo de manga y falda largas.

No llevaría eso a una primera cita. Ni siquiera a la iglesia. ¿Por qué tenía ese vestido?

Frustrada porque tal vez iría desnuda a su cita, se contempló en el espejo y resopló. Su ropa interior era de encaje color azul marino. La había comprado en Inglaterra junto a un sombrero y un bolso, así como más lencería.

Su cabello negro lo había sometido a un tratamiento para que quedase más liso de lo que ella ya lo tenía y sedoso. Era como sentir terciopelo entre sus dedos. Igualmente, había adelantado el maquillaje con uno ahumado y sencillo. Tenía todo, excepto la ropa y zapatos.

Con la voz de Rihanna escuchándose de fondo, Ava giró sobre sus talones y miró la montaña de ropa tendida sobre su cama con recelo, casi indignación. Permaneció pensativa por tres minutos completos, hasta que finalmente lo descifró. Ya sabía que usar para su cita.

Antes de arrepentirse, tomó las tijeras y el horrendo vestido amarillo y lo colgó en el perchero que tenía junto a su puerta para así cortar la falda larga, dejando así únicamente la parte superior con las mangas, la cual, igualmente, cortó hasta dejar un top con mangas, mostrando su ombligo y cubriendo el resto.

Sonriendo para sí misma, tomó el hilo y aguja y prosiguió en coser las imperfecciones que dejaron las tijeras. Ella no era una maestra en confección, pero había aprendido algo de su madre, así como de su tío Scott. Aquel hombre cosía como un sastre que le daba envidia por la facilidad y maestría con la que sujetaba la aguja y en diez minutos tenía una obra de arte. Pero ella lo hizo bastante bien. Podía defender sin ningún problema su obra maestra

Tomó igualmente los jeans azules skinny, y finalmente se calzó con sus zapatillas deportivas blancas. Era una imagen deportiva, cómoda y sexy.

Cuando solo quedaban diez minutos, Ava se apresuró en guardar todo lo que pudo en su clóset, y cuando estaba por terminar, escuchó como alguien llamaba al timbre.

Asustada, así como nerviosa y ansiosa por ver a Rosalie, Ava apagó a toda prisa el estéreo y la luz para acto seguido colgarse del hombro su bolso azul y bajar casi corriendo como en un maratón las escaleras.

—¡Yo voy!—exclamó ella a medio descenso, pero su madre, quién venía de la cocina, se le adelantó y ya estaba abriendo la puerta.

La joven pelinegra se quedó estática por unos cuantos segundos en las escaleras sin saber cómo reaccionar, ya que fue como si su cerebro se hubiera puesto en blanco. No obstante, cuando escuchó la alegre voz de Rosalie mientras saludaba a su mamá, Ava reaccionó y terminó de bajar los escalones para así tomar varias respiraciones profundas para así calmarse, y solo entonces se posicionó por detrás de su madre y miró a Rosalie con una tímida y ansiosa sonrisa.

Se veía fantástica, como siempre. Rosalie había recogido su cabello en un moño alto desarreglado, dándole a su cabello aspecto de ser hilos de oro. Vestía una blusa escotada roja de tirantes con una chaqueta de cuero y jeans negros con tacones del mismo color de su blusa. Todo lo que Rosalie usaba, hasta un saco de patatas, parecía ser confeccionado desde París. ¿Cómo es que una chica como ella había decidido volver a un pequeño pueblo aburrido cuando podría estar en otro lugar?

—Soy Rosalie Montgomery—se presentó la joven rubia, sin borrar su perfecta y relajada sonrisa—. Vine por Ava, vamos a salir esta noche.

Mónica enarcó sus cejas y pasó las palmas de sus manos sobre su mandil rosa de cocina para así mirar de soslayo a su hija y dedicarle una mueca.

—No me dijiste que saldrías. —le recriminó su madre, a lo cual Ava reaccionó tragando en seco.

Claro que no se lo dijo a ella, sabía que se lo negaría. Pero solicitó el permiso de su padre y él accedió tras saber que regresaría antes de medianoche.

—Le pedí permiso a papá—respondió en voz baja, y carraspeó—. Lo siento, creí que él te había dicho.

En parte no era mentira. Ava le había pedido igualmente a su papá el favor de que le comentara a su mamá al respecto, pero tal parece que se había olvidado de hacerlo.

Mónica, quién sabía perfectamente de la terrible memoria de Aarón y de cómo debía dejarle una lista para recordarle todo lo que debía hacer, asintió lentamente con la cabeza. Sin embargo, a pesar de que ninguna de las dos chicas sugería con su vestimenta tener alguna cita romántica sino más bien una salida amistosa, Mónica no era ingenua. Ella sospechaba desde hace tiempo de las preferencias de su hija, pero Aarón siempre la convencía de que no hiciera suposiciones hasta escucharlo por parte de Ava.

Pero eso no impedía que ella hiciera sus propias observaciones. Especialmente sabiendo quién era Rosalie. Recordaba su reputación perfectamente. Una chica problemática, y una rompecorazones. Hasta que un día se lo rompieron a ella. Si bien fue hace tiempo, no le hacía gracia de que su hija fuera amiga de alguien como ella.

—¿No quieres pasar? Estaba preparando limonada rosada. No es por presumir, pero me queda excelente. —dijo mientras intentaba sonreír con despreocupación, más Ava, quién conocía a su madre mejor que la palma de su mano, saltó por delante de ella y llegó junto a Rosalie para tomarla de la mano y empezar a arrastrarla con ella lejos de la casa.

—Gracias, mamá. Pero tenemos prisa. Quedamos de vernos con Cedric y el resto y no queremos llegar tarde—habló rápidamente que ella misma apenas logró entender lo que dijo—. Volveré antes de la media noche. Habla con papá. Adiós.

Sin darle tiempo a ninguna de las dos mujeres de reaccionar, Ava corrió al auto plateado de la rubia, a quien aún llevaba arrastrando consigo, y cuando llegaron al vehículo, vio como Mónica ya había cerrado la puerta, más Ava sabía que debía de estar espiando por la mirilla.

Rosalie, quién se mostraba confundida por su reacción, se soltó lentamente de su agarre y rodeó el vehículo para así subir a bordo, y Ava no tardó en imitar su acción.

Una vez adentro, Rosalie encendió el motor, más no se movieron.

—No saben que te gustan las chicas ¿Verdad?

No era una acusación ni mucho menos. Era como si ella acabase de comprender la situación de la pelinegra y también lo que significaba para ella si quería seguir adelante.

Ava respiró profundamente y cerró los ojos para así agachar la cabeza y sacudirla con tristeza.

—Sospechan—musitó—. Es una larga historia. Fue un descuido de mi parte que hice hace tiempo. Pero no puedo decirles, porque mi mamá, aunque puede ser la persona más dulce del planeta, es homofóbica—se estremeció—. No estoy lista para decirle, no hasta saber si tengo una razón para enfrentarla—bufó—. Lo siento, debí advertirte.

—No, nada de eso—susurró con una sonrisa comprensiva para después exhalar—. Tuve suerte con mi hermano cuando le confesé que soy bisexual, pero sé que en el mundo que vivimos no hay sitio para nosotros. Al menos aún no.

Ava sonrió con tristeza.

—Seria lindo salir y gritar a los cuatro vientos sin temor alguno lo que soy.

Rosalie entonces encendió la radio y la voz de Michael Jackson llenó cada espacio del BMW.

—Podemos hacer eso hoy. —dijo con una media sonrisa, y Ava reaccionó alzando sus cejas en alto.

—¿De qué hablas?

—Conozco un sitio perfecto, es mi segundo lugar favorito de Mystic Falls, y creo que es ideal para nuestra primera cita; no estaríamos escondidas, pero tampoco debajo de los reflectores—quitó el freno de mano, pero antes de quitar el pie del pedal del freno, miró a Ava con gentileza—. Aunque aún podemos ir al Grill como teníamos planeado.

—No—negó inmediatamente, sin dudar—. Confío en ti—le sonrió ampliamente y se abrochó el cinturón de seguridad—. Guíame.

Con estas palabras de la pelinegra a modo de consentimiento, Rosalie río alegremente y pisó suavemente, pero con seguridad el acelerador y se alejaron de la casa Sulez.

Lo primero que sintió al abrir los ojos fue como sus manos estaban atadas a un poste de acero, más el amarre no era del todo firme. Fácilmente podía deslizar las manos entre la soga y escapar. Sin embargo, no hizo nada de esto. Ya que en cuanto sus ojos azules se adaptaron a la oscuridad a falta de iluminación donde ella estaba, su estómago se contrajo, y tras unas arcadas vomitó.

Agradecía haber recogido su cabello, de lo contrario estaría hecha un desastre.

Vomitó parte de la comida que había ingerido, así como unas cuantas gotas de sangre. Tosió, y entonces gimió. El cloroformo había causado eso. Las personas eran sensibles al cloroformo, pero ella, al tener leucemia, le causó más daño del imaginable. Por ello es que había expulsado igualmente sangre.

Sus rodillas temblaron, y solo entonces se percató de que su captor, a pesar de secuestrarla, se tomó las molestias de sentarla en un banco, que, si bien no era cómodo, ciertamente le ayudaba para no caer de bruces al suelo.

Limpiándose las comisuras de sus labios contra su hombro, Cora jadeó y lentamente empezó a deslizar las manos entre la soga al ver qué, aparentemente, se encontraba sola en medio de lo que parecía ser una fábrica a mitad de obras. Una remodelación.

Había equipo de obra al rededor, desde maquinaria hasta instrumentos y cajas de herramientas. Pero ¿Qué clase de fábrica era esa exactamente? No podía saberlo gracias a la poca iluminación y a qué ella estaba en lo que parecía ser la entrada. El resto de la fábrica quedaba a sus espaldas.

No entendía que había sucedido. ¿Por qué su captor se tomaría las molestias de darle la oportunidad de escapar, así como también darle la comodidad de sentarse en un banco cuando pudo dejarla colgando?

No fue hasta que escuchó unos pasos dolorosamente familiares cuando lo comprendió: no la querían a ella. Solo era la carnada.

—¡Damon, no!—gritó ella en cuanto vio al pelinegro entrar al terreno—. ¡Vete!

Al ver cómo ella se liberaba fácilmente de la cuerda que pretendía retenerla, Damon se detuvo abruptamente y frunció su ceño. Sin embargo, antes de que él mismo pudiera comprender lo que sucedía, fue derribado brutalmente por otro vampiro que lo golpeó repetidamente con un bate de béisbol.

—¡Damon!

La joven rubia se levantó de su asiento, pero cuando intentó ir al encuentro del vampiro Salvatore y salvarlo de lo que parecía ser una emboscada, tropezó con sus propios pies y cayó por las escaleras de la plataforma donde ella estaba, aterrizando sobre su espalda.

No necesitaba alcohol para perder el equilibrio. Solo bastaba cloroformo y un débil sistema inmune, así como escasez de glóbulos rojos y estaría nuevamente inconsciente.

Sin embargo, se obligó a ponerse nuevamente de pie cuando percibió un aroma chocante para su nariz. Gasolina.

Alzando la vista, Cora vio horrorizada como el vampiro que la raptó bañaba sin titubeos a Damon con gasolina de pies a cabeza. Desde sus zapatos hasta su cuero cabelludo.

Se sostuvo de la barandilla y caminó lo más rápido que sus débiles piernas le permitieron.

—¿Quién eres?—preguntó Damon a su atacante cuando esté acabó de bañarlo con el primer bote y proseguía en desecharlo a un lado para agarrar el siguiente.

Sonrió amargamente.

—Perfecto, no sabes quién soy.

Cora tragó en seco. No sabía quién era ese vampiro, y por lo que podía entender, ellos tampoco se conocían directamente. Pero él parecía saber quién era Damon, más jamás lo había tratado. Y ahora estaba reclamando una venganza y Damon no parecía saber porque se le estaba condenando.

Podía utilizar su magia. Dos movimientos de sus manos y el vampiro estaría inmovilizado, dándoles oportunidad de volver al bar, tomar su camaro y fugarse de ahí. Sin embargo, Cora decidió esperar. Damon no merecía morir, pero al menos quería saber por qué lo quería quemar vivo.

Hasta donde ella sabía, solo se quería incinerar a alguien vivo cuando esta persona te arruina la vida. Y ya fuera que Damo lo conociera o no, aquel vampiro si que sabía el dolor que el pelinegro le causó y no encontraba consuelo alguno.

—¿Qué fue lo que Damon te hizo?—preguntó ella, con una sorpresiva calma que captó la atención de los dos presentes. Tanto la indignación de Damon como la disposición del vampiro en escucharla, o al menos explicarle porque la involucró en su venganza.

—Mató a mi novia—respondió con voz ahogada a causa del dolor, el cual se veía claramente reflejado en sus ojos oscuros, e inmediatamente el color de transformó en irá que volcó sobre Damon al bañarlo nuevamente con Gasolina—. ¿Ella que te hizo? ¿Ella que te hizo?—repitió un tanto fúrico como desconsolado. Quería saber al menos la razón por la cual perdió a la persona más importante de su vida.

—Nada. —musitó Damon.

Cora frunció entonces el ceño, y los latidos de su corazón se aceleraron para después sentir como un escalofrío recorría su espalda.

—Lexi—susurró ella—. ¿Hablas de Lexi?

El vampiro, al escuchar el nombre de la vampira, dejó caer el bote de gasolina junto a Damon y miró a Cora por encima de su hombro. En su rostro había una mezcla de emociones, pero todas tenían un elemento en común: la pérdida de su alma gemela con la que se supone que pasaría el resto de su vida eterna. Su amada Lexi.

—Se suponía que iría a visitar a Stefan Salvatore en Mystic Falls para su cumpleaños—dijo en voz baja y ronca—. Pero ella jamás volvió. Y entonces descubrí que fue asesinada por Damon Salvatore.

Entonces, Cora avanzó unos pasos, sin vacilar, más se detuvo cuando se percató de como él se ponía nuevamente a la defensiva con ella, y alzó sus manos en alto.

—La conocí—musitó, hablando dócilmente—. Me contó sobre ti, pero dijo que eras humano.

Él sonrió con nostalgia.

—Lo era. Pero ella me convirtió.

—Porque querían estar juntos—dijo ella, hablando en voz baja, calmada pero clara—. Porque lo de ustedes era algo real—se permitió esbozar una sonrisa, que igualmente fue acompañada por lágrimas de culpa y amargura al recordar aquella fatídica noche—. Y lo real es para siempre.

Al oír aquellas palabras, su rostro se descompuso y parecía que él rompería en llanto, más consiguió mantener la compostura. Sin embargo, no se mostró agresivo hacia Cora. Al contrario, estaba dispuesto a escucharla y creer cada una de sus palabras, como si ella acabase de decir una clase de código que le daba poder sobre él e influirlo. Estaba vulnerable, porque le acababa de recordar a Lexi.

La joven Beckham vio a Damon en el suelo, y entonces volvió su mirada hacia el vampiro y se concentró en él, olvidándose de Damon.

—Soy Cora—se presentó ella con una tímida y gentil sonrisa, avanzando unos cuantos pasos más—. Y aunque no conocí a Lexi del todo bien, solo tuve el placer de estar con ella un día, me dio la impresión de ser una chica llena de vida, alegre, aventurera, y una guerrera—sonrió con tristeza—. Me dijo cuánto te amaba, y puedo entender tu dolor. Yo estuve ahí esa noche, y créeme que hicimos todo lo posible por salvarla—trasladó su mirada hacia Damon—. Él no es un santo, merece ser castigado por sus crímenes, pero matarlo no la devolverá, y lo peor es que te estarías convirtiendo igual que él.

» Lo más difícil, pero también lo correcto, que existe en esta vida de mortales e inmortales, no es matar, sino perdonar. Porque es algo que gente como Damon Salvatore no saben hacer. Pero tú eres diferente a él. Al menos eso fue lo que entendí mientras Lexi me hablaba de ti.

Viendo como él sostenía en su mano derecha un encendedor y se mostraba indeciso en encenderlo o no, Cora avanzó dos pasos más hacia él y pronto se encontró a menos de un metro de distancia.

—Ella era especial. No merecía morir—susurró mientras lágrimas amargas por las memorias de aquella noche asaltaban su mente—. Pero te puedo decir que tuvo una noche... épica. —vacilante, extendió su mano izquierda hacia él—. Sé que es difícil de entender, pero puedo mostrarte.

Si bien se mostró receloso al comienzo y miró su pequeña mano como si de una estaca se tratase, lentamente se acercó a ella, manteniéndose en estado de alerta, y Cora, para demostrarle que podía confiar en él, movió su mano derecha y Damon se vio amarrado de los pies con una soga para inmovilizarlo.

Antes de que el otro vampiro pudiera comprender lo que ella acababa de hacer con tan solo un movimiento de dedos, ella posó su palma izquierda al costado derecho de su cabeza, y como reacción él cerró los ojos y jadeó.

Cora contuvo el aliento, e igualmente cerró los ojos mientras en su mente repetía las imágenes de aquella noche en el Grill con Lexi. Recordó a Lexi y Stefan en el billar, a ambos riéndose y disfrutando de la noche como si no existiera el mañana, así como a ella misma sentada en la barra hablando sobre el amor, y los riesgos que se corrían, pero nada de eso importaba cuando era real.

Cada imagen, cada palabra que rondaba en la cabeza de Cora, el novio de Lexi lo vio como si fueran sus propios recuerdos. Porque ahora eran suyos igualmente a pesar de que él no estuvo ahí esa noche.

—¿Te arrepentiste alguna vez de enamorarte de él?—recordó la pregunta que ella le hizo antes de dar por concluida su conversación en el bar.

Y la respuesta de Lexi, como si viniera de ultratumba, resonó en la mente de Cora, así como en la de su pareja.

—Ni un solo momento llegué a arrepentirme.

Lentamente, Cora abrió los ojos y soltó al vampiro para así sonreírle con melancolía mientras que él lloraba a lágrima tendida sin control alguno. Ella misma se sentía conmocionada. Esas fueron las últimas palabras que Lexi le dedicó a ella. Y si bien se refería a su pareja, Cora sentía que, incluso estado muerta, Lexi le estaba diciendo desde el más allá que no diera todo por sentado con Stefan. Ya había escuchado a Damon, ahora debía darle la oportunidad a Stefan de explicarse para solo entonces tomar una decisión.

Ahogando un sollozo, Cora retrocedió un par de pasos y se abrazó a sí misma.

—Ella te amaba. —repitió, esta vez con mayor convicción.

El vampiro, por su parte, volvió su mirada hacia Damon, y en un solo movimiento se acercó a él para sostenerlo en el aire y mirarlo directamente a los ojos...para acto seguido gruñir tal cual animal herido y lanzarlo contra la pared más lejana del sitio.

Cora respiró aliviada, y miró al joven vampiro con una sonrisa de agradecimiento.

—Gracias.

Más él sacudió su cabeza con fiereza y exhaló, dedicándole una extraña mirada.

—No entiendo porque lo defiendes—dijo él—. Pero no importa—apretó sus puños y esbozó una tensa pero agradecida sonrisa, buscando contener el llanto—. Gracias, Cora Beckham. Te estaré en deuda por darme este regalo de ver a mi Lexi una última vez.

Sin darle tiempo de reaccionar o añadir algo más, el vampiro desapareció a velocidad vampírica del lugar, dejando así a solas a Damon y Cora.

La rubia ojiazul respiró profundamente para así correr en dirección hacia donde yacía un adolorido Damon. Mientras se acercaba a él, Cora pudo ver cómo la pared había sido agrietada por el impacto que recibió cuando Damon fue lanzado brutalmente.

Una amarga sonrisa danzó por sus labios mientras se arrodillaba junto a él e inspeccionaba su rostro y cuello en búsqueda de heridas graves, pero lo único que parecía estar herido era su orgullo.

—¿Por qué sonríes?—le cuestionó él con sus ojos entrecerrados—. Estoy cubierto de gasolina, y casi muero.

—Lo sé—musitó con serenidad, desatando sin prisa alguna la cuerda con la que ella ató sus tobillos para evitar que escapara—. Es solo que no puedo evitar pensar que tanto Logan como el novio de Lexi te dieron el escarmiento mínimo que merecías por asesinarla, así como por herir a tu hermano. Ni siquiera yo pude haberlo hecho mejor.

—Bien—gruñó él—, celebra la ley del karma después de desatarme. Me duele todo.

Cora puso los ojos en blanco, alzó su mano y giró su muñeca. Un segundo después Damon estaba libre de gasolina, luciendo fresco como una lechuga. Cómo si nada hubiera sucedido. Aunque no hizo nada para eliminarle el dolor por ser golpeado. Era vampiro, en media hora estaría sano.

—Me debes la vida, Damon—le dijo ella, impasible—. De no ser por mi estarías muerto.

—¿Por qué no te fuiste?—preguntó él abruptamente, sentándose en una posición más cómoda sobre el suelo, y ella imitó esto sentándose en posición de flor de loto—. Tenías la oportunidad, y si dices que me merezco lo peor...

—Jamás te he deseado la muerte, Damon—contradijo ella—. Cierto, he llegado a pensar que mereces un castigo, pero no podría vivir con la culpa de tu muerte. Y él seguramente tampoco lo hubiera hecho. Mucho menos Stefan. Sería incapaz de volver a Mystic Falls y confesarle que permití que te asesinaran. Tal vez ambos lo nieguen, pero veo que aún se respetan y aman sin importar todo lo ocurrido entre ustedes—se encogió de hombros—. El solo imaginar que podía irme para que te asesinaran me resultó un acto de cobardía. Sabía que él no me haría daño.

—Pudiste salir herida. —indicó él con rostro inexpresivo. No había preocupación, pero tampoco burla en sus ojos. No había nada. O eso era lo que él buscaba aparentar.

—Pero no fue así. —contestó con una pequeña sonrisa.

—Tu moral de confiar en vampiros a veces me sorprende—siseó, exasperado por su terquedad—. Te matarán un día de estos.

Cora rio por lo bajo al oír aquello.

—Tal vez—reconoció para después mirarlo a los ojos—, pero me gusta creer que debajo de una coraza fría y dura como piedra existe aún un corazón bondadoso—lo empujó suavemente del hombro—. Viniste por mí, cuando tú también pudiste irte.

—Te dije que podías confiar en mí y en que te cuidaría—le recordó él con una media sonrisa—. Además, ¿Cómo regresaría a Mystic Falls sin mi pequeña Pepe Grillo? Eres exasperante, pero todo demonio necesita a su ángel con el cual discutir sobre los hombros del buen Stefan.

Cora volvió a empujarlo, esta vez con un poco más de fuerza, más pronto ambos comenzaron a reírse en medio de la noche.

A pesar del susto que ambos se llevaron, y de que él casi moría incendiado, los dos sintieron cómo aquella experiencia les hubiera mostrado el lado del otro que desconocía. Tal vez Damon podía ser un buen amigo. No era un confidente, pero acaba de demostrarle que podía confiar en él cuando lo necesitara. Y él sabía que Cora sería incapaz de abandonarlo así él se lo pidiera o alguien más la obligase.


Cuando estaban a diez minutos de llegar al lugar donde Rosalie tenía planeado llevarla, Ava tuvo que vendarse los ojos a solicitud de la rubia porque insistía en que quería sorprenderla, así que la complació y se cubrió los ojos con una pañoleta que Rosalie traía consigo en su bolso. Ava sintió como el coche pasaba por un terreno desnivelado e inestable, dándole a entender de que no se encontraban más en las calles de pavimento. Asumió que se encontraban en el bosque, pero pronto cambio de idea cuando volvió a sentir la estabilidad de un liso terreno, y su ansiedad incrementó. ¿A dónde la estaba llevando?

Sin embargo, no tuvo mucho tiempo para adivinar o recordar que caminos se podían tomar para llegar a un lugar privado, pero sin esconderse del mundo, ya que el coche se detuvo suavemente, y el motor se apagó. Habían llegado a su destino, a un lugar alejado de todos, pero sin estar escondidas como si fueran criminales. Hasta ahora no se le ocurría ningún lugar con esas características más que el bosque o el cementerio.

Escuchó como Rosalie se bajaba del vehículo para después abrirle la puerta y tomarla de la mano para así ayudarla a bajar del coche y sujetarla por los hombros para guiarla.

Lo primero que Ava sintió bajo sus pies fue un camino de piedras, lo cual la confundió aún más e hizo que se sintiera desorientada. Había pocos lugares en Mystic Falls con un camino de piedras. Usualmente eran mansiones antiguas, así como caminos frente a cabañas. ¿Acaso la había llevado a una cabaña?

El aroma a tierra húmeda asaltó entonces sus fosas nasales, y el suave y relajante sonido del agua corriendo llegó a sus oídos. El arrullador sonido del agua se hizo más fuerte e insistente, dándole a entender que no se trataba de un arroyo, sino de una cascada.

Antes de que ella adivinase el sitio, Rosalie la hizo detenerse y con movimientos perezosos, como si no tuviera alguna prisa, le quitó la pañoleta de los ojos y la deslizó por su rostro hasta tomarla en sus manos y permitirle a Ava observar el entorno donde se encontraban.

Había esperado encontrar ante ella una cascada, sin embargo, se sorprendió al ver el cielo nocturno claro y despejado que mostraba sus estrellas, así como la luna nueva en lo alto del cielo, y a sus pies se extendía el bosque de Mystic Falls, así como la cascada, y a su lado corría la corriente tranquila del río.

Una suave y risueña risa se escapó de sus labios e inmediatamente se cubrió la boca con sus manos para así agrandar sus ojos color avellana y admirar el hermoso paisaje.

—Estamos sobre la cascada. —exclamó un tanto maravillada.

Rosalie, quién se había posicionado junto a ella, le devolvió la sonrisa y se abrazó a sí misma, admirando igualmente las estrellas.

—Hace unos años descubrí este sitio—contó ella—. Fue después de que alguien me rompiera el corazón. Harry no podía ayudarme en ese entonces, así que busqué un sitio donde estar sola, y descubrí ese camino que se hizo hace tiempo para los turistas. Ahora está oculto por los árboles y arbustos, pero si miras con atención puedes encontrarlo. Subí hasta aquí, y me sentí acobijada por las estrellas y la propia cascada, estando a la vista de todos, así como escondida. Cualquiera que mirase hacia arriba podía verme, pero nadie lo hizo. Todos están ocupados mirando los árboles, y no se detienen a contemplar la cascada o las mismas estrellas—exhaló—. Hermoso, ¿Verdad?

Ava inhaló el fresco aroma de los árboles y el agua de la cascada que corría, sintiendo como sus pulmones se llenaban y su ansiedad disminuía. No había sido consciente de lo nerviosa que estaba hasta que sintió la sensación de pesadez en su estómago y lo frías que estaban sus manos.

La vista era perfecta. Podía distinguir perfectamente desde ahí el Mystic Grill, e incluso las casas, así como la iglesia, y por encima de todo esto se extendía el imponente y misterioso cielo nocturno. Era hermoso.

—Si, lo es. —coincidió la pelinegra con una sonrisa relajada para acto seguido alejarse un poco de la orilla y sentarse junto a uno de los arbustos, apoyando sus manos en el suelo por detrás de su espalda para así contemplar el cielo. Era en momentos como ese donde se lamentaba no ser una buena dibujante. Era una imagen perfecta para mantener congelada en el tiempo dentro de un cuaderno de dibujo. No todos los días se tenía la oportunidad de ver el cielo tan cercas como ahora.

Ava se volvió hacia Rosalie para invitarla a sentarse a su lado, más se sorprendió al ver cómo la rubia volvía a su auto y sacaba de la cajuela una cesta de picnic. Aquello hizo que la pelinegra alzara sus cejas y mirasen con suspicacia.

—¿Acaso ya tenías planeado traerme aquí?—preguntó, y Rosalie se detuvo a medio camino mientras que sus mejillas se sonrojaban. Soltó algunos balbuceos incoherentes antes de suspirar un tanto derrotada y sonreír tímidamente.

—Tenía un monólogo preparado—confesó, retomando el paso para así llegar a su lado y sentarse junto a ella, dejando la cesta en medio de ellas a modo de división—. Me gusta el Grill, pero quería un poco de privacidad, y pensé en este sitio. Pero entonces te vi afectada por lo de tu madre, así que cambié por completo el monólogo a uno improvisado.

—Fuiste creíble.

—Gracias. —sonrió, y Ava rio. Sin embargo, su risa pronto cesó al ver cómo la rubia desempacaba todo y servía sobre un mantel celeste la comida.

—Lamento lo de mi mamá—se disculpó abruptamente—. No quería hacerte sentir incómoda.

Rosalie, quién había estado concentrada en su labor de servir la comida, alzó sus ojos azules y se encogió de hombros, esbozando una despreocupada sonrisa.

—Ya te dije que no tienes por qué disculparte—musitó—. Entiendo perfectamente por lo que estás pasando. Y tus padres son conservadores, eso no es un crimen. Cada uno es libre de pensar como quiera, siempre y cuando exista el respeto. Son tus padres, por lo que tú decides que tanto les dices. Además, no es como si yo tuviera derecho de reclamarte por negarme. Apenas nos conocemos.

—Cierto—esbozó una sonrisa y suspiró—. Apenas te conozco.

—Por eso estamos en esta cita—prosiguió alegremente—. Para conocernos. Creo que después de tres encuentros era evidente que necesitamos hacer esto.

Ava rio por lo bajo. Si alguien le hubiera dicho que esa chica misteriosa del autolavado estaría sentada frente a ella, mostrando interés en conocerla mejor, se habría reído y negado todo eso. Pero ahora estaba en sus manos decidir lo que sucedería después de esa noche.

—De acuerdo—tomó un sándwich de queso asado que Rosalie había traído junto a Sándwiches de Pavo, limonada natural y mineral embotellada, y una tarta de queso con fresas como postre—. ¿Tu cocinaste?

—Ojalá—contestó con una risa nerviosa, tras haber dudado en qué responder—. No, fue mi hermano. Él preparó todo esto. Yo solo compré la limonada mineral, pero yo le ayudé a preparar la limonada natural. Por eso es que esas botellas no tienen etiqueta.

—Bien, entonces creo que tenemos eso en común—dijo—. Tampoco sé cocinar. Lo mejor que se me da es el huevo revuelto, y preparar café. De ahí en fuera, pídele a mi madre que cocine si quieres seguir viviendo.

Rosalie se rio a carcajadas y asintió frenéticamente con la cabeza.

—Entiendo lo que quieres decir. A mí tampoco se me ha dado bien lo de la cocina. Aunque a Harry tampoco, él tuvo que aprender, pero ahora le agarró el gusto.

—Entonces, si la cocina no es tu especialidad, ¿Qué es lo tuyo?

—¿Lo mío?—una sonrisa traviesa danzó en sus labios color carmesí—. Además de gastar todo mi dinero en ropa, maquillaje y accesorios inútiles como un paquete de diez jaboneras de vidrio, soy especialista en autos.

Ava alzó sus cejas y sonrió un tanto maravillada por aquella respuesta. Había estado cualquier cosa, excepto aquello. No obstante, era una sorpresa gratificante.

—¿En serio?

—No permito que cualquiera toque a mi bebé—dijo ella, refiriéndose a su BMW3—. Así que aprendí de mecánica para repararlo y cambiar neumáticos. Creo que todos debemos enseñarnos a hacer eso, hombres y mujeres por igual, porque es como enseñarnos a lavarnos una herida. No sabemos cuándo nos será útil saberlo.

—Estoy de acuerdo.

—¿Y bien? ¿Qué hay de ti?

—Bueno, no lo considero como un don o una habilidad—dijo—, pero me encanta decorar interiores. Es algo que me relaja. También disfruto de tocar el piano. Aprendí gracias a uno de mis tíos, ya que en su casa tiene un piano y pasé mucho tiempo con él en mi infancia. Así que gracias a él sé tocar y se me da bastante bien—exhaló—. No es tan impresionante como cambiar neumáticos.

—¿Bromeas? Tocar el piano no es nada fácil. Ningún instrumento lo es. Se requiere paciencia, y eso es algo que pocos poseemos.

—No, creo que no se trata de tener paciencia, porque soy la primera en explotar como una granada—dijo mientras se reía—. Aunque creo que tienes razón, la clave es la paciencia, pero del maestro. Porque mi tío Leo me insistió en que no lo abandonara, y francamente yo tenía deseos de que, algún día, tocaría el piano junto a él ya siendo mayor. Aún no he podido cumplir aquel deseo.

—¿Él no vive aquí?

—No, está en Nueva Orleans—se encogió de hombros—. Tal vez algún día pueda enseñarte.

Rosalie esbozó una cálida sonrisa y alzó su sándwich de queso a modo de brindis.

—Eso me gustaría.

Siendo así, las dos juntaron sus emparedados y se dispusieron a comer. Pasaron la siguiente hora cenando y compartiendo anécdotas que les ayudó a conocerse mejor.

Cuando terminaron de comer sus respectivas rebanadas de tarta de queso, las dos chicas se habían recostado sobre la manta una vez que recogieron todo e hicieron la cesta a un lado, admirando el cielo mientras que cada una estaba sumergida en sus pensamientos.

—¿Sabes? Yo soy como un Boomerang—dijo repentinamente Rosalie, hablando en voz baja, casi como un susurro—. Siempre prometo que jamás volveré, pero sin importar cuánto me esmere, siempre regreso—suspiró profundamente—. Creo que se debe a que no puedo dejar a mi hermano solo, o porque en Seattle no existe esta vista preciosa del cielo, solo nubes y lluvia incesable.

—¿Por qué no quieres volver?

—No lo sé—susurró—. Tal vez porque aquí me rompieron el corazón, y fue como si muriera en el callejón donde lo hicieron, dejándome sola.

Ava giró lentamente su cabeza para ver a la rubia, pero ésta mantenía sus ojos clavados en el vasto cielo estrellado, más sus pensamientos no parecían estar ahí, sino en el pasado, recordar dando aquel suceso del cual le hablaba.

—Lo lamento—susurró Ava igualmente—. Sé cómo se siente. Crees que nunca más volverás a amar, y quieres cerrarte.

Si bien Rosalie sonrió con amargura, así como con melancolía, se obligó a sí misma en asentir con la cabeza y entrelazar sus manos sobre su pecho.

—Pero ahora es diferente—dijo, y volvió a suspirar con mayor pesadez que parecía que era su alma la que estaba afligida y buscaba liberarse de aquellas cadenas, pero le era difícil. Porque no sabía en quién confiar—. He conocido a alguien que creí que sería una buena amistad, pero ¿De verdad lo es? Llego a casa y solo pienso en ella, y eso me asusta—confesó en un hilo de voz, mientras que lentamente se volvía hacia la pelinegra y la miraba directamente a los ojos, suplicándole que ahora mismo la hiciera callar, o al contrario, le diera alas a las esperanzas que comenzaban a llenar su alma—. Porque la última vez que amé, fue como ver mi corazón destrozado a mis pies. Y no sé si al dar este paso, mi corazón volverá a la vida, o seguirá hecho de piedra.

Fue entonces cuando Ava realizó lo que estaba sucediendo: Rosalie estaba confesando que se sentía atraída hacia ella. No, era más que solo atracción. Estaba sintiendo algo más por ella, pero de no ser correspondida, la dejaría en paz, antes de que Ava o ella misma salieran heridas. Porque su corazón estaba roto, y no quería que se lo volvieran a destrozar. Y Ava tenía la palabra definitiva.

Pero ¿Que sabía ella de amor? Nunca estuvo en una relación formal, y lo más parecido que llegó a sentir como amor fue cuando conoció a Matt. Pero, siendo sincera ¿Acaso había pensado en él desde que conoció a Rosalie? No, porque la rubia se había adueñado de sus pensamientos, más aún no estaba segura si de su corazón. Sin embargo, la idea de no volver a verla la asustaba, así como el pensar que podía empezar una relación.

Pero a diferencia de Matt, Rosalie era real. Y tal vez por eso es por lo que estaba asustada.

Así pues, la pelinegra se incorporó y permaneció sentada, con su cabeza inclinada hacia atrás mientras que veía cada una de las estrellas, como si buscase algún mensaje en código.

—Apenas te conozco—dijo en voz baja—. No conozco el amor, pero entregué mi corazón ciegamente a alguien, y jamás se lo hice saber—dicho esto, se volvió nuevamente y le sonrió—. No quiero que te vayas. Y no puedo devolver tu corazón a lo que fue, así como tampoco puedes hacer lo mismo con el mío. Pero estoy dispuesta a saltar contigo, porque contigo puedo ser yo misma, no tengo porque esconderme. Ambas tenemos nuestras propias cicatrices que nos recuerdan de dónde venimos, y creo que después de tantos encuentros accidentales debemos creer que el destino existe y está siendo benevolente con nosotras, y quiero intentarlo. Porque quiero conocerte más de lo que pude esta noche. Quiero tener más noches contigo, hablando de todo y de nada hasta que amanezca. ¿Es acaso un delirio? Porque apenas comprendí lo que cómodo que es hablar con alguien sin esforzarme. Y es algo que no quiero perder, porque solo contigo puedo ser así. Así que, ¿qué te parece si repetimos esto, hasta ver si debemos avanzar, o solo es algo casual?

Rosalie, quién se había sentado igualmente, pestañeó y miró conmocionada a la pelinegra cuando ésta acercó su mano hacia la suya para entrelazarlas.

La joven rubia, como respuesta, dejó escapar una risa de alivio, así como de nerviosismo por aquel paso que acababan de dar. Cualquiera diría que estaban yendo demasiado rápida, pues era la cuarta vez que se veían, pero a veces no se pensaba cuando lo que se sentía era más fuerte que la razón, y Rosalie tampoco quería alejarse de Ava Sulez a pesar de provenir de mundos diferentes. ¿Qué más daba eso ahora? Lo resolvería sobre la marcha.

Todo lo que ella sabía, era que cuando estaba con la joven Sulez, el dolor, la amargura y tristeza desaparecían cuando estaba con ella. Olvidaba que era una vampira, olvidaba su muerte, y solo podía contemplar los inocentes y profundos ojos color avellana de Ava, donde sentía que podía renacer cada vez que los veía.

—Yo también quiero conocerte, Ava. —declaró.

Dicho esto, como si fuese una especie de juramento que se hacían la una a la otra, apretaron aún más el agarre de sus manos y se rieron cómplices sin preocupaciones algunas con la luna nueva siendo testigo de lo que parecía ser una nueva relación que nació en medio de noche entre una humana y una vampira.

Oh, el amor y su necesidad de ir contra las normas sociales. Pero, como solía pensar Rosalie, ya sería un problema para resolver conforme avanzaran.


Cedric no tenía idea de por qué estaba confiando en un vampiro que tenía un preocupante problema de seguir un patrón al elegir novia. Morenas, rubias, altas, bajitas, y preferentemente siendo clones exactas, y que además su hermano mayor también mostrase interés por ellas. Pero tras escuchar el extenso relato de Stefan, de cómo fue su relación con Katherine, Estella, así del como conoció a Elena y a Cora, supo que le estaba diciendo la verdad. De lo contrario, no le hubiera contado nada relacionado al cómo se transformó.

Fue un secreto que le confío, y el pelirrojo pretendía guardarlo y a cambio darle el beneficio de la duda, y con ello brindarle su ayuda con algo que él llevaba sospechando, pero no podía confirmarlo sin la ayuda de los Blossom. Y dado que Cedric era familiar indirecto se dicha familia, podía brindarle dicha ayuda. No solo por ayudarlo, sino porque se trataba de Elena y Cora, y si podía descifrar el por qué eran clones exactas de una vampira y una excéntrica actriz de Hollywood, entonces haría todo lo que estuviera en su alcance para ayudar.

Por ende, ambos chicos se encontraban a las once de la noche subiendo por las escaleras de la iglesia, la cual siempre se encontraba abierta, ya que Robert Blossom tenía la creencia de que se fuera o no creyente, todos alguna vez necesitarían esconderse en un lugar pero también sentirse consolados así fuera por el calor de las velas, o de sostenerse de la creencia de que existía un Dios que jamás los dejaría solos, así ellos se sintieran desolados, porque tal vez no se podía ver, pero si sentir. Solo era cuestión de detenerse y prestar atención.

Cedric recordaba como su tío les decía que cuando las personas se sentían bien no necesitaban a ningún Dios, ya que sus victorias eran de ellos y de nadie más, pero cuando se sentían desamparados volvían a ser creyentes, aunque fuera por una hora, y al estar ahí, entre las paredes silenciosas de mármol de la iglesia, sentían la compañía de Dios o de sus ángeles de la guarda, y las penas que sentían los abandonaban mientras se quedaban ahí, meditando todo lo que habían hecho y que podían cambiar para volver a sentirse mejor. Una semana después volvían a negar a Dios. Ese era el ciclo de los humanos.

Más Robert nunca juzgó aquello. Y tal vez eso era lo que lo hacía ser un gran hombre al cual se sabía que siempre se podía acudir, porque él nunca juzgaba a las personas. Ni a los adictos, prostitutas o asesinos.

Cedric se preguntaba si acaso mantendría aquella moral de conocer a Damon Salvatore. Aunque tal vez lo mejor sería que nunca se lo encontrase de frente.

—¿Por qué crees que mi tío tendrá las respuestas que necesitamos?—le inquirió Cedric al castaño ojiverde cuando entraron a la iglesia, y se tomó un momento para persignarse como señal de respeto por entrar en territorio sagrado.

Él no era devoto, no rezaba sus oraciones y hacía un año que no comulgaba, pero creía en Dios, incluso ahora teniendo a un vampiro a su lado. Porque Stefan, aunque podía tener problemas de estabilidad emocional, era un buen hombre. De lo contrario, él mismo ya estaría muerto.

Stefan se limitó en inclinar la cabeza, ya fuera por respeto a Jesucristo o solo a la religión de Cedric, y ambos retomaron el paso para caminar hacia el confesionario, donde el joven Williams sabía que podía estar su tío.

—Los Blossom tienen la costumbre de archivarlo todo. Sabes que la familia está rodeada de mitos de brujas y demás.

—¿Y eso es cierto?

—No me corresponde a mi decírtelo, Cedric—musitó con una sonrisa a modo de disculpa—. También debes hablarlo con tu tío, o con tu prima.

Cedric sabía que su familia estaba llena de mitos y relatos de fantasía que hasta hace un mes creyó que solo eran cuentos de niños. Los Williams y Sulez eran cazadores, los Fell guardianes de todos los secretos de los vampiros y el mundo sobrenatural, y los Blossom eran aquellos que descendían de un linaje de brujas. Mientras que los Lewis solo tuvieron la desdicha de tropezar con el camino de un Blossom para así atarse a aquella familia.

Pero de ser cierto, ¿Por qué su tío Robert era un devoto a la religión católica, cuando ésta repudiaba a las brujas y llamaba a los vampiros demonios?

—Cedric, ¿Qué puedo hacer por ti?—escuchó la calmada y alegre voz de su tío, quién, efectivamente, venía saliendo del confesionario y tenía consigo un diario de cuero.

Llevaba puesto un suéter informal azul marino con jeans color caqui y zapatos cafés, luciendo en su cuello su distintivo alzacuello blanco. Su cabello castaño rojizo se le veía un poco desordenado a causa de un largo y agotador día, y si bien sus ojos expresaban dicho agotamiento, su sonrisa era pura y reflejaba felicidad de ver a su sobrino ahí.

El pelirrojo carraspeó y se obligó a sonreír, mientras que Stefan le dedicaba una educada sonrisa al hombre.

—Hola, tío. Lamento la intromisión.

—Nada de eso, Cedric. Solo estaba terminando de leer. No le digan a nadie, pero el confesionario es un sitio bastante cómodo para disfrutar de la lectura. Nadie me busca ahí, y solo interrumpen cuando se trata únicamente de una emergencia.

El pelirrojo y el castaño sonrieron. Cedric siempre se consideró afortunado por tener tíos tan buenos como los mellizos Fell o Robert. Era fácil hablar con ellos, aun cuando este último era un cura.

—Escucha, esto sonara extraño, pero necesito que nos digas si estuviste presente en los bautizos de Elena, así como de Cora.

La sonrisa alegre de Robert se desvaneció en cuanto escuchó el nombre de ésta última, e inmediatamente Stefan frunció el ceño.

—Si, estuve presente—respondió cautelosamente el castaño pelirrojo—. ¿Por qué quieren saberlo?

—Verás—se rascó su nuca para acto seguido sonreír nervioso. No podía mentirle, no a él. No solo porque era considerado un pecado, sino porque era su tío. Él jamás diría nada a menos que Cedric se lo pidiera. Pero ¿Cómo se lo diría sin escucharse como un loco?—, me llamaras loco—empezó a decir—, pero...

—Quieres saber si son adoptadas—lo interrumpió él, y una sonrisa de comprensión adornó sus labios carnosos que se escondía entre su barba y bigote—, porque hay dos mujeres idénticas a ellas.

La mandíbula de Cedric casi tocaba el suelo apenas escuchó aquello, y sus ojos color avellana se agrandaron mientras que Stefan solo sonreía para sí mismo y asentía con la cabeza.

—¿Cómo...?

—Puedo no ser brujo—dijo él, impasible—, pero soy curioso, y sé guardar igualmente secretos—entonces miró a Stefan y le dedicó una media sonrisa de tristeza—. Tenías que involucrarlo, ¿Verdad?

—Lo siento, Robert—se disculpó el menor de los Salvatore mientras se encogía de hombros y suspiraba—. Todo sucedió tan rápido. Quise alejarlo, pero a dónde Cora va, él la sigue. Me pareció injusto mantenerlo en las sombras cuando él tiene derecho de saberlo.

Robert sonrió y alzó sus cejas mientras suspiraba teatralmente, mirando detenidamente a su sobrino.

—Si, ese es mi sobrino; leal hasta el final.

Cedric entonces alzó sus manos, como si quisiera llamar así la atención de los dos hombres cuando estos claramente lo estaban observando, y los miró a ambos como si ellos hablasen un idioma marciano.

—No comprendo. ¿Ustedes ya se conocían?

Robert entonces le dedicó a Stefan una afectuosa sonrisa, la cual él le devolvió del mismo modo.

—Conozco a Stefan desde hace dieciocho años. Él viene a este pueblo cada seis años, por lo que siempre que lo veo le ayudo. Solo tuve que ver su sortija para saber su secreto.

—Robert se me acercó en el Grill, hace dieciocho años. Él había dejado la universidad para entregar su vida a la religión católica—contó Stefan con una alegre y significativa sonrisa. Había demasiado afecto como respeto entre ambos que Cedric apenas podía dar crédito a qué aquello fuese real y no una alucinación—. No pude evitarlo, quise beber algo ahí antes de retirarme. Los dos hablamos, y yo supe igualmente que era un Blossom.

—Los Blossom siempre han ayudado a Stefan. No puedo hablar por Damon. Él es un caso perdido—exhaló con pesar el hombre, y Cedric casi se atragantaba. Conocía a Damon, y aun así sentía lástima por él—. Cada vez que regresa, yo le ayudo para que nadie lo reconozca. Viene una noche en fin de semana cada seis años. Visita a su familiar que esté viviendo en la casa, y tras asegurarse de que todo está bien se marcha como un fantasma, sin dejar rastro—sosteniendo aún el diario, cruzó sus brazos sobre su pecho y sonrió con pesar—. Así que, si, estoy al tanto de lo ocurrido hace unos meses, en el puente con Elena y sus padres. Fui yo quien llamó a los paramédicos apenas él se lanzó al agua.

—Pero ¿Por qué no dijiste nada?—preguntó un tanto consternado—. Cuando te busqué apenas supe lo de Elena, estabas aquí, en la iglesia, atendiendo una confesión.

—Si la gente me veía ahí, sospecharían que yo no salvé a Elena, sino alguien más—contestó—, y las preguntas sin respuestas empezarían. No podía arriesgarme, así que, en cuanto me aseguré de que Elena respiraba, vine aquí.

Cedric pestañeó, atónito por aquella revelación. Sin embargo, tras asimilar lo que su tío acababa de contarle, miró nuevamente a los dos hombres y negó repetidamente con la cabeza antes de mirar al confesionario y ahogar un grito de conmoción.

—Eras tú el que estaba escondido en el confesionario—realizó entonces Cedric, recordando como aquella noche él entró despavorido por aquellas puertas, se persignó rápidamente y escuchó la suave voz de su tío en el confesionario, donde se podía ver la silueta de un hombre que no pronunció palabra alguna mientras Cedric estuvo ahí. Se trataba de Stefan—. Eras tú.

—No podía decírtelo sin involucrar a tu tío—musitó Stefan—. Le di mi palabra.

—Pero ¿Por qué?—inquirió el pelirrojo, y si bien no estaba enfadado, la sola imagen mental de su tío y Stefan siendo cómplices era un tanto extraña, especialmente considerando las creencias de la familia referente a los vampiros.

Robert, como si pudiera leer los pensamientos exactos de su sobrino, sonrió afectivamente.

—Tus padres, así como los padres de Ava, descienden de un linaje de cazadores. Los Blossom tenemos relación con las brujas; confiar en ellos, involucrarte a ti o a tu prima, sería un riesgo. No solo para Stefan, sino para ustedes mismos. No deberían porque preocuparse por asuntos sobrenaturales—se encogió de hombros y chasqueó la lengua—. Pero veo que no pude postergar esto último por más tiempo—el sacerdote entonces bajó los brazos y entrelazó sus manos por delante del diario que sostenía con firmeza—. Bien, ¿Que necesitan saber exactamente de Elena?

—Si ella es adoptada. —dijo Stefan, sin mostrar alguna emoción al respecto. Se le veía calmado, controlado, y confiaba ciega en Robert y en qué este le diría la verdad.

Robert miró en dirección a la puerta de la iglesia, y tras asegurarse de que nadie venía, se dio media vuelta y depositó el diario sobre una banca para así empezar a encender sin prisa alguna las velas que tenía junto al confesionario.

—La ventaja y a la vez carga que conlleva ser un sacerdote es que la gente siempre acude a mi cuando tienen problemas—comenzó a decir, impasible—. Grayson vino a mí una noche cuando yo acababa de cerrar el confesionario. Por entonces yo era nuevo, no tenía ni siquiera nueve meses como párroco. Pero él vino buscando mi ayuda. Traía consigo a una pequeña bebé recién nacida envuelta en una mantita blanca y me dijo que una chica había dado a luz en su consultorio. No me dijo mucho, solo que ella no quiso tener a la bebé, así que se la quedó. Le insistí en llevarla a un orfanato, pero se negó. Aún no nacía Jeremy, y tanto él como su esposa querían hijos. Se veía ilusionado con la idea de criarla. Así que lo ayudé. Nos las arreglamos para mantener el secreto y engañar a todos los que pudimos. Liz Forbes, así como los Lockwood, Lydia y André Beckham no eran estúpidos, lo descubrieron al momento. Pero accedieron a no contar nada.

» Fui testigo para tramitar su acta de nacimiento, estuve cercas siempre que Grayson necesitaba ayuda, y un día él vino a mí y me contó que, a pesar de que no quería, investigó acerca de la madre de Elena porque temía que un día ella supiera la verdad e hiciera preguntas. Especialmente cuando Jeremy nació. Él ciertamente fue una sorpresa para todos nosotros, no lo vimos venir. Pero, si bien Grayson hizo su investigación, quise ayudarlo, y lo que descubrí me inquietó: había una mujer idéntica a Elena que vivió aquí en 1864 llamada Katherine Pierce, y por ende, supe más acerca de los Salvatore tras conocer a Stefan en persona.

Robert apagó el cerillo con el cual encendió las velas y se volvió nuevamente hacia los dos jóvenes.

—Nunca le compartí a Grayson mis descubrimientos. ¿Cómo hacerlo? Lo mejor era dejarlo por la paz y dejar que criara a su hija en un ambiente normal y feliz.

—¿Y que hay sobre Cora?—preguntó en voz baja Cedric, intentando asimilar la información recién recibida.

Si bien hablar sobre Elena parecía ser algo difícil para Robert, el tan solo escuchar el nombre de la joven Beckham causó en él una turbación que hizo que su semblante se tornara grisáceo.

—Crecí siendo cercano a Meredith, y ella admiraba las películas de Estella Sherwood. Cuando volví a ver a Cora recién volvió al pueblo lo supe: era la doppelganger de la estrella de cine fallecida que, casualmente, también figuró su nombre junto a los hermanos Salvatore—le sonrió cómplice a Stefan—. Pero ella es hija de Lydia Shade, proviene de sus entrañas. No es adoptada—tarareó—. Pero es verdad que la familia de Lydia tiene relación con la familia de Estella.

—¿Qué tipo relación sería esa?—inquirió Stefan, repentinamente ansioso.

Robert torció sus labios y acarició su bigote, cuestionándose si debía compartir dicha información o callarse. Suspiró, y habló.

—La abuela de Lydia, Julia Hart, fue la hermana de Estella. Y a menos de que la familia se haya olvidado de Estella, hay posibilidades de que Lydia sea perfectamente consciente de ello.


Cuando Cora abrió sus ojos, descubrió exactamente lo mismo que hace veinticuatro horas: estaba en un auto en movimiento, en una carretera donde no había ni un solo auto, solo césped, hierba y los primeros rayos del sol apareciendo en el paisaje, iluminando igualmente el interior del vehículo y bañando su rostro pálido. A su lado estaba Damon, conduciendo un tanto relajado su camaro. Solo que está vez había dos cosas diferentes. Estaban volviendo a Mystic Falls, y Cora ya no lo veía como a un monstruo.

—¿Que tal, bella durmiente?—preguntó él nuevamente, parecía un deja vu—. Lamento haberte metido a toda prisa al auto, pero después de lo sucedido no podía permitir que nos quedaremos más tiempo.

Cora pestañeó para después estirarse cómodamente sobre el asiento del copiloto.

Después del ataque por parte del novio de Lexi, y de que este le perdonase la vida a Damon, el mayor de los Salvatore tomó a Cora y la llevó devuelta al bar, el cual estaba sospechosamente silencioso para ser todavía de noche. Aun así, ella obedeció y no opuso resistencia cuando le solicitó entrar al coche y esperarlo porque había dejado su chaqueta. Cuando regresó, no dijo ni una sola palabra, solamente encendió el auto y le devolvió su celular que le fue arrebatado cuando la secuestraron.

Marchando así de Georgia, Cora intentó mantener los ojos abiertos y escuchar la radio que Damon, amablemente, había encendido para así evadir todo tipo de conversación, ya fuera por lo ocurrido con el novio de Lexi, o por la conversación que sostuvo con Bree a modo de despedida. ¿Cómo saberlo?

Pero ella también quería evitar hablar del tema, así que se permitió cerrar sus ojos mientras escuchaba la melódica voz de los Karen Carpenter y se sumergió en un sueño tranquilo del cual apenas despertaba.

—Está bien—dijo ella con una media sonrisa que le fue acompañada por un bostezo—. ¿Qué tal te fue con Bree?

—Bien—se encogió de hombros, sin apartar la mirada de la carretera—. Pero no creo que la visite por un tiempo.

Cora se limitó en asentir.

—¿No conseguiste lo que querías de ella?

Damon sonrió ampliamente y sacudió la cabeza.

—No.

—Ya veo.

—¿No me vas a preguntar al respecto?—cuestionó él su falta de interés por el tema, lo cual la hizo sonreír.

—¿Para qué hacerlo? Me preocuparé por eso la próxima semana. Ahora quiero disfrutar de los minutos que me restan de estás vacaciones a las cuales me obligaste tomar—comentó para después chasquear la lengua y mirarlo con una ceja enarcada—. Ahora que volvemos a casa, no puedo evitar preguntarme lo mismo que hace veinticuatro horas. ¿Por qué me trajiste?

Damon puso los ojos en blanco y bufó.

—No eres mala compañía, Cora. De verdad, debes valorarte un poco más, alzar tu autoestima y todo eso.

Cómo reacción a esto, la aludida le fulminó con la mirada y empujó suavemente en el hombro, lo cual hizo sonreír al azabache e inmediatamente suspiró.

—No lo sé. Estabas sola en la carretera, desamparada como una damisela en apuros. Y lo creas o no yo soy un caballero—Cora enarcó sus cejas y apretó sus labios para no reírse sarcásticamente—. Además, lo digo en serio, Cora. No eres una terrible acompañante. Eres divertida, espontánea, salvaje, y sabes adaptarte al entorno. Pocos saben hacer todo eso.

—Antes era más divertida—dijo mientras se retorcía un mechón de su cabello, el cual se había soltado en cuanto se subió al vehículo para tener mayor comodidad a la hora de apoyar su cabeza contra al respaldo—. Antes del cáncer—sonrió con tristeza—. No puedo creer que diré esto, pero te estoy agradecida por secuestrarme. En serio. Tú me recordaste lo que es vivir sin preocupaciones y vivir el momento. Aunque sea por unas horas—entonces lo señaló con un dedo acusatorio—. Y eso me lleva a recordarte que te salvé la vida.

—¿No me dejaras olvidar eso, cierto?—preguntó con fingido enfado, lo cual la llevó a sonreír burlesca.

—En absoluto.

Entonces ambos rieron por recordar aquel suceso, que, si bien ambos llegaron a creer que no volverían a estar sentados juntos en aquel camaro, ahora lo recordaban con alegría, porque fue el momento donde su relación cambio con ellos sin ser conscientes de ello, hasta ahora.

Cora, quién estaba mirando a la carretera, se volvió hacia Damon una vez que su risa cesó y vio como sus ojos azules la observaban detenidamente, y estos querían gritarle algo que su boca no se atrevía a decirle.

—¿Qué pasa?—preguntó ella con una sonrisa nerviosa, al ver cómo él no dejaba de mirarla. Más al escuchar su dulce voz preguntar esto, tuvo que devolver la mirada hacia la autopista y sacudir la cabeza, obligándose a sonreír.

—Nada. Solo que no dejas de sorprenderme.

Cora sonrió complacida para después sonrojarse y reír alegremente. Más Damon sintió como aquella risa era una apuñalada en su espalda, sensación que le causó escalofríos.

Tenía un plan cuando decidió traerla consigo a Georgia, pero ahora, después de lo ocurrido, se descubrió a sí mismo rechazando la idea de utilizar su magia caótica para abrir la tumba, y supo que no podía hacer esto porque de ser así la estaría hiriendo, y mataría a aquella dulce chica para abrirle paso a la bruja caótica que residía en ella.

Podía vivir con la idea de matar a todos en Mystic Falls si así conseguía nuevamente el amuleto de Emily, pero no soportaría la culpa de ver a Cora después de que descubriera que la usó.

Debería encontrar otro medio de abrir la tumba.

LUCIE HERONDALE
.
.
.

¡Tal como prometí, aquí está el capítulo! Tarde, pero dentro del límite de tiempo. ¿Que tal les pareció? Comparado con el otro este fue más ameno, pero hubo emociones, claro, así como grandes revelaciones. Ava y Rosalie parece que se darán una oportunidad de conocerse más, Cora parece ser más cercana a Damon, y después tenemos la relación con Stefan y Robert Blossom. Debo ser franca, me gusta esta mini historia que le estoy dando a Stefan con los Williams, Blossom y demás familia jajaja

Hoy empecé mi vida como universitaria. Francamente me siento muy bien, pero debo admitir que si bien apenas estoy comenzando, apenas tendré tiempo de estar por aquí, pero con dedicarle una hora diaria a escribir me conformo. ¿Alguien más que haya regresado a clases o empiece la universidad? ¿Cómo les fue?

Nos leemos pronto, los quiero ❤️


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top