Capitulo 26. Punto De Inflexión


Cora abrió lentamente sus ojos solo para volver a cerrarlos y acurrucarse más sobre su almohada....de la cual se percató de que en realidad no era una almohada, sino un pecho desnudo. Y aquella no era su cama, y mucho menos su habitación.

Volvió a abrir sus ojos y las imágenes de lo que había ocurrido entre ella y Stefan asaltaron su mente como un flash que la dejó deslumbrada y apenas siendo capaz de asimilar la situación. No obstante, si bien al comienzo se sintió avergonzada y llena de pánico, pronto una sonrisa pequeña aún llena de vergüenza pero con matices de alegría adornó su rostro y acariciar el pecho de Stefan, a quien descubrió que seguía despierto y estaba acariciando cada uno de sus mechones dorados sin prisa alguna.

Cora alzó su mirada, intentando ignorar el pudor, pues en realidad ya no tenía razón alguna para avergonzarse teniendo en cuenta lo que había ocurrido, y miró sonriente a un sereno y feliz Stefan.

—Hola. —saludó ella con voz ronca.

Se había quedado dormida a los pocos minutos cuando acabaron. Recordaba haberse acurrucado sobre una de las almohadas de la cama de Stefan, y él la cubrió en su momento con el edredón, pero en realidad ella seguía desnuda, mientras que él se había puesto únicamente los pantalones.

—Hola.

—¿Me quedé dormida mucho tiempo?

—No en realidad. Menos de una hora.

Cora asintió y se acercó más a él para así apoyar su cabeza contra su pecho y acariciar con sus manos el brazo izquierdo de Stefan, quién seguía sosteniendo entre sus dedos los mechones de su larga cabellera rubia.

—¿En qué piensas?—le preguntó él al cabo de dos minutos donde volvieron a guardar silencio, cada uno sumergido en sus respectivos pensamientos.

Cora se estremeció, pero al instante se encogió de hombros y suspiró.

—En que mi madre me matará—contestó e inmediatamente escondió su rostro debajo del edredón que aún la cubría—. Lo siento, no debería mencionar ahora mismo a mi madre. —murmuró un tanto avergonzada, pero Stefan, aunque ella no podía verla, le sonrió con ternura, como si ella fuera la criatura más adorable, hermosa y compasiva que había visto en su vida.

—No, está bien. Es comprensible que estés pensando en tus padres.

Cora bajó nuevamente el edredón a la altura de su pecho, cubriendo apenas sus senos, para así volver a sujetarse de los brazos del castaño y sentirse así acobijada como hace una hora atrás, donde ella era consciente de que en esa cama se había ido la niña, y otra Cora había despertado en su lugar. Solo que todavía no sabía exactamente qué pensar al respecto, pero si sabía que no se arrepentía. Aunque todavía le costaba creer que ella hubiera accedido a semejante impulso, confiaba en que no se había equivocado. Stefan la había tratado con tal dulzura que incluso cuando ella llegó a sentir dolor, pues al ser la primera vez era obvio que pasaría por dolor, él hizo todo lo posible para hacerla sentir cómoda y segura.

Sabía que el dolor estaría presente, era completamente natural, se trataba de un proceso, como todo en la vida, pues de algún modo se está yendo el cuerpo de una niña y se abre paso el de una mujer. O algo semejante. Pero no imaginó que por un minuto completo ella sentiría un dolor tan agudo que la hizo sentir en el infierno, y que no desearía a su peor enemigo. Pero después de eso, ella podía decir que todo fue maravilloso.

Mientras sus manos recorrían los brazos de Stefan hasta entrelazar sus manos por encima del pecho de la rubia y acariciarse mutuamente sin prisa alguna, Cora, quién aún seguía sonriente aunque con atisbos de seguir un poco cansada, finalmente se dignó en echar un vistazo hacia la habitación donde ella había decidido entregarse a Stefan. Y su sonrisa no pudo hacer más que acentuarse.

Aquella estancia era como trasladarse a la época victoriana. Todo estaba hecho de madera firme y bien conservada por el tiempo que ni siquiera se llegaría a imaginar que tuviera, mínimo, cincuenta años o más de cien. Había un escritorio donde había velas y una lámpara eléctrica que apenas y parecía usarse, y sobre la superficie había un diario apilado sobre varias novelas, y junto al escritorio se podía apreciar un gran librero donde se podían admirar títulos como la divina comedia hasta el gran Gatsby, junto a varios cuadernos que debían ser los diarios de Stefan.

—Sé que cada habitación es el reflejo de la persona—comenzó a decir—, pero tú habitación es como adentrarse a tus ojos, e inmediatamente cuando logras ver más allá de la imagen superficial que intentas dar, descubres exactamente esto: pasión por los libros, y demasiados recuerdos de todas las vidas que has vivido.

—Se podría decir que esta habitación es lo único que sigue constante en mi vida—murmuró él mientras depositaba un beso en la coronilla rubia de Cora—. Demasiados recuerdos.

Si bien era consciente de que era probable de que en esa misma cama él y Estella hubieran tenido intimidad, así como otras chicas, llegar a sentirse celosa o incluso asustada sería irracional. ¿Cómo sabría Stefan que la conocería? En ese entonces no le debía nada pero si que era cierto que era un poco intimidante, pero no por Stefan, sino la idea de imaginar a Estella desnuda. Era ella misma, su cuerpo, su cara, su cabello; ella era la copia física de Estella Sherwood, y tenía el presentimiento de que la vez que perdió la virginidad no se sintió asustada, sino que era muy probable que pensara que le estaba haciendo un favor a Stefan al concederle el privilegio de poseerla. O a Damon. ¿Como saber con cual lo hizo primero?

Sacudió su cabeza. No era el momento de compararse con Estella. Y jamás debía hacerlo, pues Stefan hacía ya tiempo que dejó de compararlas, así que ella, quién jamás conoció a su doppelganger, no tenía por qué sentirse intimidada por un fantasma. No porque tuvieran el mismo cuerpo significaba que Stefan pensara en Estella, sino que la estaba conociendo a ella, a Cora Beckham. Stefan sería incapaz de hacer algo así, lo demostró al cuidarla en el acto, sin forzarla a hacer algo que ella no deseara.

Stefan, como si presintiera los pensamientos turbios que rondaban la mente de la pequeña rubia, le depositó un beso más prolongado en su coronilla para después dejarle otro en su hombro desnudo y enterrar su nariz en su clavícula.

—Ningún recuerdo se puede comparar con lo que siento por ti. Sé que puede ser difícil de creer, pero te lo digo tras todo lo que he vivido: nunca conocí a alguien como tú, Cora. Tan noble, pura, sensible al arte, y aún así con un carácter que controlarías al mismo satanás de tenerlo frente a ti.

—¿Hablas de Damon?—inquirió, y Stefan se rio a carcajadas por la comparación hacia su hermano.

—También.

Pero Cora inmediatamente retomó su semblante serio para después suspirar y formar una mueca con sus labios.

—No, no quiero ponerme por encima de tus recuerdos. Son tuyos, y sería una idiota de pedirte que olvides a Katherine, Estella o a otras personas. Porque sé que hubo más, aunque tal vez no las amaste como a ellas dos—añadió apresuradamente antes de que él pudiera refutar al respecto—. Pero eso no impide crear nuevos recuerdos para los dos. Se llama vida, ¿Sabias? Cada persona es como un capítulo del libro de tu vida, o en este caso, tomos de tus diarios que narran tu vida inmortal. Y ahora que te conocí créeme que no tengo la intención de que nuestro capitulo sea efímero.

Y así, pasara lo que pasara, ella estaba segura de que al final de los días sería lo último que ella recordaría con gran afecto. Pero, claro, tampoco era el momento para pensar en ello.

Trazando líneas invisibles en su brazo, Cora ascendió hacia el tatuaje que descansaba en el hombro de Stefan y siguió cada trazo del dibujo hasta llegar al corazón de la rosa, y de este modo, desviar un poco el tema de conversación. Aunque si bien no era incómodo, en realidad ya no había nada más para decir al respecto.

—Tengo el presentimiento de que ese tatuaje esconde otra historia. ¿Estás seguro de que no lo elegiste por una razón al perder la apuesta?

Por supuesto que creía lo de la apuesta, pero, conociendo a Stefan, debía tener un significado. Todo en su vida tenía una historia profunda por detrás, y algo que llevaría para siempre tatuado en su piel no podía ser solo algo aleatorio.

Stefan, por otro lado, recostó su cabeza sobre su brazo derecho mientras que con el izquierdo, dónde se podía apreciar su tatuaje, seguía abrazando a Cora.

—No te rías—empezó a decir él—, pero, aunque si estaba ebrio, pensé en que no quería tener algo desagradable para mí tatuado en mi piel por siempre. Quería algo que me gustase ver, y me recordara quién fui, quién era en el momento que me hice el tatuaje, y quién deseaba ser. Y supe que ningún tatuaje podía reflejar eso—Cora alzó sus cejas, pero no dijo nada y siguió escuchando—, pero si algo relacionado a algo en mi que jamás cambiaría, y eso sería mi amor por los libros. Así que pensé que libro me gustaba, y pensé en cientos de ellos, hasta que pensé en el principito, así como en la rosa de la bella y la bestia. Porque fui una bestia a absoluta por un largo tiempo, y pensé que, en ambos cuentos, la rosa es significativa y me sentí identificado por su historia. Así que pensé que si veía a diario en el espejo ese dibujo, sería un recordatorio de que, con o sin alguien que cuidara de mi, y me salvara de la oscuridad, debía avanzar y ser mejor.

Cora, quién había estado escuchando atentamente el relato en silencio, asintió cautelosamente con la cabeza y esbozó una sonrisa para sí misma, porque tuvo razón: nada era al azar con Stefan.

—Creo que es algo hermoso, Stefan—susurró mientras giraba sobre si misma para quedar bocabajo sobre su pecho y así mirarlo directamente—. Gracias por compartirlo conmigo.

Stefan inclinó su cuello hacia ella para así unir sus labios en un beso fugaz para después abrazarla nuevamente y ayudarla a recostar su cabeza sobre su pecho y los dos disfrutaron del silencio al estar en la compañía del uno del otro, pues no había necesidad de decir nada más. Sin embargo, cuando Cora empezó a pasar saliva con más insistencia, Stefan, quién gozaba de un buen oído, acarició su frente para quitarle algunos mechones de cabello.

—¿Tienes sed?—preguntó, y ella asintió en silencio.

—Un poco. ¿Tú?—pero inmediatamente, al comprender que tener sed o hambre para Stefan era más que pensar en agua o carne, gimió y volvió a esconder la cara bajo el edredón. Más Stefan se rio nuevamente ante este gesto adorable de ella y la volvió a besar en la frente.

—Esta bien—la ayudó a sentarse sobre la cama para así poder incorporarse y se colocó su camiseta blanca que tenía a la mano—. No tardo.

Cuando Stefan abandonó la estancia, sin olvidarse de cerrar la puerta en el supuesto caso de que llegase Damon a casa, Cora se dejó caer sobre la cama y lentamente recorrió su cuerpo con sus manos, sintiendo una leve pero notable diferencia en ella. Podía ser ridículo, pero estaba segura de que sus caderas habían aumentado uno o dos centímetros, y su cintura tenía un poco más de forma, sin mencionar que entre sus piernas aún sentía un poco de dolor. Pero eso no le impidió sonreír y rodar sobre sí para esconder la cara sobre la almohada y sonreír como si fuera la misma hada del sol.

Jamás creyó que se necesitaba conectar emocional y físicamente con una persona para conocer la felicidad absoluta que incluso la hizo olvidarse de que él es un vampiro, y ella una humana con leucemia. Y ni siquiera le importaba esto ahora. En todo lo que podía pensar era en que había encontrado el lugar donde se había escondido la felicidad, y era en los brazos de Stefan.

Suspirando un tanto soñadora, Cora volvió a girar sobre sí y miró el techo. Era más alto que su habitación, tal vez solo por cuestión de unos cuantos centímetros. Pero ella no veía la madera, sino lo que estaba más allá. Las estrellas, la luna llena que debía seguir brillando en el cielo nocturno como una lámpara para todo el pueblo de Mystic Falls, brillando para cada persona y pareja de enamorados. Cómo aquella lámpara que brillaba a su lado...

La joven Beckham giró bruscamente su cuello al reconocer aquella luz parpadeante que estaba sobre la mesa de noche; se trataba de su celular, el cual había sido acomodado encima de su ropa que estaba doblada.

Cómo un balde de agua helada, la realidad la golpeó en la cara y rápidamente se levantó de la cama de un salto, olvidándose de que estaba absolutamente desnuda y tomó el dispositivo para así ver qué se trataba de una llamada de Cedric, la cual ella, a causa del shock, no atendió y se fue al buzón de voz. Pero ella apenas y prestó atención en el contacto de su amigo pelirrojo, ya que solo podía ver los dígitos que marcaban la hora, y fue como si su corazón se hubiera detenido para después acelerarse como si estuviera en la carrera por su vida.

Era la una y media de la madrugada, y ella no le había dejado excusa alguna a sus padres por estar ausente por tanto tiempo, y mucho menos por no haberse presentado en la escuela para la exposición. Y ni siquiera debía pensar en su medicamento, pues la hora ya había pasado hace mucho.

Su cerebro empezó a trabajar a mil por hora, preguntándose en que podía hacer, y lo primero y más evidente era ponerse su ropa.

Dejó con cierta torpeza su celular sobre la almohada de la cama y comenzó a vestirse. Se puso su ropa interior, aunque al estar tan nerviosa tuvo un contratiempo con su sostén, y después siguió con su blusa y chaqueta para después ponerse los jeans, pero en cuanto quiso colocarse dicha prenda, ella misma tropezó con los que eran sus zapatos, los cuales no había visto hasta ahora, y cayó estrepitosamente sobre el suelo alfombrado, arreglándoselas para conseguir hacer ruido como si una manada de elefantes hubiera ingresado a la habitación.

En ese momento, Stefan, quién claramente había oído el ajetreo desde el piso de abajo, volvió a la habitación y de llegar a imaginarse lo peor al oírla caer, se quedó sorprendido por verla en el suelo a medio vestir mientras que la mitad de su cabello le caía en la frente.

Dejando la bandeja con una jarra de agua y un vaso medio lleno sobre su escritorio, se acercó a Cora y, aunque ella insistió en poder levantarse sola, la ayudó a ponerse en pie mientras que la rubia se aferraba a sus pantalones. En otras circunstancias aquella sería una imagen embarazadora, y aún lo era, pero consolaba un poco el hecho de que ya la había visto desnuda.

—¿Intentando huir?

—¡No!—exclamó, aunque él había hecho dicha pregunta con humor y sin un atisbo de malicia—. Quería vestirme nada más para decirte que no puedo quedarme como hubiera querido. Porque mis padres no tienen idea de dónde estoy y me consta de que mi mamá moverá a todos los oficiales de la Sheriff Forbes para buscarme si no estoy en casa en media hora.

—Te acompaño. —dijo él, impasible, más ella abrió sus ojos como platos y negó rápidamente con la cabeza para después soltar una risita nerviosa.

—Stefan, aunque quisiera que conocieras formalmente a mi madre, no creo que sea buena idea presentarme en casa en plena madrugada con un chico. Ella te va a disparar, y mi padre te interrogará, y dado que eres vampiro y no sé aún que tan involucrado está él con el tema, prefiero volver sola. Será lo mejor.

Y a pesar de que Stefan se mostró renuente en dejarla conducir sola de madrugada, Cora le presentó el alegato de que Mystic Falls era un pueblo pequeño, y comparado con las calles ajetreadas de Chicago, en menos de quince minutos estaría en casa.

Así pues, Cora se tomó la libertad de retrasarse diez minutos más antes de abandonar la residencia Salvatore. Bebió gustosa el agua que Stefan le había traído, y, tras terminar de vestirse, se despidió de Stefan en la entrada de la casa, dónde él no volvió adentro hasta verla partir de la mansión en el Jeep, no sin antes prometerse que hablarían al día siguiente.

Mientras la joven Beckham conducía radiante de felicidad de vuelta a casa, cruzando el puente no pudo evitar pisar un poco más el acelerador y pensar en como un día podía traerle mil emociones y pensamientos. Por la mañana creyó que nunca más volvería a ver a los Salvatore, y después Damon prácticamente la obligó en cazar a Logan, pero gracias a ello, ella había encarado a Stefan y confesado sus sentimientos.

Odiaba admitirlo, pero sin la intervención de Damon, posiblemente esa noche hubiera acabado de otro modo, y ella estaría en su cama con otro estado de ánimo sin poder dormir por los pensamientos intrusivos que llevaban atormentándola desde hace una semana. Pero esto parecía haber acabado.

Al estar exaltada por la dicha, Cora no se percató a tiempo de la neblina que cubría la carretera en cuanto cruzó el puente que estaba sobre el río, más no le dio importancia, solamente hizo menos presión sobre el pedal del acelerador. Sin embargo, un segundo después la neblina se disipó lo suficiente como para mostrarle a un hombre vestido de negro de pies a cabeza en medio del camino, a tan solo tres metros de distancia.

Cora soltó un grito ahogado y sus manos temblaron sobre el volante para así pisar el freno y dar un volantazo. No obstante, esto no pudo impedir el impacto.

Vio aterrorizada como el hombre se estrellaba contra el parabrisas hasta romperlo y rodar por encima del Jeep, mientras que el vehículo giró violentamente hasta sacarla del camino hasta volcarse y dar dos vueltas completas con ella adentro aún sujetándose del volante, como si fuese una clase de escudo que la protegería, cuando en realidad de nada servía.

Paralizada por el miedo, cerró sus ojos y sintió como el auto finalmente se detuvo, pero quedando bocabajo. Su cabeza le latía con molestas palpitaciones a causa de la adrenalina y de la contusión causada por un golpe en su cabeza contra el marco de la ventana de su coche, la cual, igualmente, se había roto y tenía algunos cristales incrustados en su frente. Su corazón latía desbocado hasta amenazar con salirse por su boca, mientras que su estómago parecía estar a punto de expulsar el almuerzo, que fue su última comida.

Aún así, logró abrir nuevamente sus ojos al sentir como sus manos se acalambraban por la fuerza que usó al sujetarse del volante, así como los vidrios incrustados en sus nudillos.

No sabía que pensar, no sabía que sentir. Por su cabeza cruzaban miles de pensamientos desde el pánico hasta la confusión, y la sensación de ahogarse por eso pánico le impedía respirar.

Pero un pensamiento resonaba con fuerza en su mente por encima del caos: ¿Que acababa de suceder?

Acababa de atropellar a alguien, y ella estaba sangrando; lo cual era terrible dada su leucemia. Estaba atorada bocabajo, y no podía llamar a emergencias porque había dejado su celular en su bolso, el cual no se encontraba ya adentro del vehículo, puesto que el impacto lo catapultó lejos. Y por si fuera poco, estaba en una zona retirada, dónde la casa más cercana era de la de los Salvatore, por lo que era probable que una sola alma se apareciera por ahí.

Jadeando, empezó a mirar a su alrededor una vez que su respiración se tranquilizó levemente, aunque tampoco se podía decir que ella se encontrase serena ni mucho menos. Pero debía procurar mantener la cabeza fría su quería descubrir como salir de ahí lo más pronto posible antes de desangrarse.

Sus ojos azules miraron a través del parabrisas roto, y vio como a unos pasos de ella había césped, viró su cabeza hacia su lado izquierdo, del lado de su ventanilla rota, y fue cuando se encontró con el hombre que había atropellado, totalmente inmóvil sobre la carretera.

Cuando la rubia emitió un sollozo lleno de pánico, el hombre movió bruscamente su brazo, así como una de sus piernas, y empezó a incorporarse de manera mecánica, como un robot que acababa de ser derribado y ahora reunía sus piezas para alzarse nuevamente.

Cómo un vampiro.

Su sollozo de lastima y angustia se convirtió en un grito ahogado de terror. Mystic Falls ya no tenía más vampiros, y de tenerlos, eran como Logan: sedientos de sangre.

Llevó sus manos hacia su cinturón que la mantenía sujeta al asiento y empezó a tirar de él, pero este no respondía. Se había atorado, y con ello, Cora igualmente estaba atrapada.

Volvió a mirar por la ventanilla, y observó como el hombre ya se había puesto de pie y se acercaba con pasos pesados y firmes hacia ella. Tiró más fuerte del cinturón, pero fue como si acabase de clavarlo aún más hasta que fue imposible encontrar un punto flojo.

Mientras sus labios temblaban, sus manos, las cuales habían resultado lesionadas y todavía tenían los fragmentos de cristal incrustados, empezaron a temblar igualmente, emanando una chispa azul de las yemas de sus dedos.

Magia caótica, la cual se desataba cuando se dejaba dominar por el odio y el miedo.

Cora entonces se armó de valor, y soltando el seguro del cinturón, alzó sus manos frente a ella hasta crear una esfera de magia, la cual sostuvo con su palma derecha, giró sobre sí y la lanzó a través de la ventanilla.

Sin embargo, el hombre dio ágilmente un salto hacia atrás y se colocó en posición lateral al caer nuevamente sobre el pavimento, evadiendo así el golpe de la esfera, la cual terminó por impactarse contra un árbol y dejar una marca negra de hollín, como si hubieran intentado quemarlo.

La joven bruja caótica jadeó. No podía ser posible. O bien él tenía buenos reflejos, mejores que los de Damon, o sabía quién era ella, y su encuentro no había sido una simple casualidad.

El hombre se acercó nuevamente, está vez más determinado, y cuando sus zapatillas de correr negras quedaron a menos de treinta centímetros de la cara de Cora, la rubia lanzó un alarido de horror cuando escuchó como la puerta del conductor chirrió cuando él la golpeó con su puño, haciendo una abolladura, y lanzó un gemido lastimero cuando hizo palanca con su brazo para así arrancarla y llegar a Cora.

Sin embargo, su acción fue interrumpida de forma brusca y retrocedió unos pasos, y aunque ella estaba congelada de miedo y apenas era consciente de lo que sucedía, pudo escuchar como su atacante lanzaba una maldición para después desaparecer entre la niebla.

Cora, si bien sintió alivio aunque también confusión, pues era claro que él había planeado esto para matarla o incluso secuestrarla, no pudo recuperar del todo el aliento, pues en menos de dos segundos lanzó nuevamente un alarido de terror cuando vio a un hombre de cuclillas junto a su ventanilla mirándola con sus gélidos y destellantes ojos azules, los cuales parecían brillar con mayor intensidad gracias al contraste que hacían con la noche y su cabello negro azabache.

—¿Cora?—escuchó como el recién llegado la llamaba por encima de su grito, y ella lo miró entonces con mayor atención para así fruncir su ceño.

—¿Damon?

Y si bien no tenía idea de que hacia el mayor de los Salvatore ahí, inmediatamente suspiró aliviada por ver finalmente un rostro familiar.

—¿Cómo estás?

—¿Tu definición de estar bien incluye estar de cabeza mientras me desangro? Porque de ser así, estoy perfecta. —contestó jadeante, aunque sin olvidarse del sarcasmo.

—¿Estás atorada?—preguntó mientras sus ojos azules recorrían meticulosamente cada centímetro de la puerta y analizaba el escenario y sus posibles desenlaces.

Cora quería contarle sobre el hombre que intentó atacarla, que viera la abolladura de la puerta, pero en su lugar sintió como si un nudo se hubiera formado en su garganta y el aire empezaba a faltarle nuevamente. La adrenalina ya empezaba a desaparecer, pues inexplicablemente ver a Damon le trajo la sensación de seguridad, y ahora solo quería cerrar sus párpados ante la perdida de sangre que llevaba.

Damon evidentemente se percató de ello, ya que se puso de pie e intentó volver a girar el Jeep, pero se detuvo y volvió a mirar a Cora a través de la ventanilla.

—Oye, mantente despierta—le dijo con aprensión mientras la sacudía ligeramente del hombro—. Te voy a sacar de aquí. Coloca tus manos sobre el techo.

Si bien Cora quiso preguntarle cómo pensaba hacer esto, a falta de aliento, obedeció y cerró los ojos.

—¿Lista?—ella únicamente asintió con su cabeza, manteniéndose en silencio y apenas lúcida—. Uno, dos, tres.

Esperó sentir miles de sensaciones, como vértigo, o incluso mareo y náuseas. Pero de estar atorada en el asiento de conductor de cabeza mientras el cinturón de seguridad la tenía prisionera, pasó a sentir la brisa fresca de la noche y los brazos fuertes de Damon sosteniéndola, ya fuera del vehículo, el cual seguía en su sitio.

—¿Estás bien?—le volvió a preguntar él mientras ella hacia un esfuerzo monumental por mantener sus ojos abiertos. La fatiga parecía estar apoderándose de ella y amenazando con llevarla a un agujero oscuro—. ¿Te rompiste algo? ¿Puedes caminar?

Cora gimió e intentó sujetarse de los hombros de Damon, pero sus manos se vieron envueltas de un tirón que la hizo sentir un dolor agudo, el cual la hizo gemir nuevamente, pero a pesar de esto, hizo ademán con sus piernas de que él la dejase en el suelo, y si bien su estado le decía a Damon de que no era una buena idea, la complació.

No obstante, apenas estuvo en pie, sus rodillas se doblaron como si carecieran de huesos, más Damon reaccionó rápidamente y la sostuvo nuevamente, atrayéndola así hacia él.  Sus ojos, los cuales cada vez estaban más cerrados que abiertos, vieron como él llevaba el dorso de su mano hacia su frente, colocándola sobre su herida abierta.

—Oye—llamó con una dulzura que en otro momento hubiera confundido a la rubia, pero en ese momento solo podía sentirse agradecida y protegida por él—, no te desmayes ¿Está bien? Quédate conmigo. Háblame.

El miedo parecía haberse apoderado de la mirada de Damon, quién intentaba disfrazar esto con una dulce sonrisa. Pero Cora apenas y vio esto, pues ya estaba cayendo en el estado de la inconsciencia.

—Él sabe lo que soy. —susurró.

—¿Qué?

—El hombre que quiso matarme—balbuceó con su voz ahogada a causa del dolor—. Sabe que soy una bruja caótica—entonces gimió—. ¿Por qué sigo atrayendo a los problemas?

Y antes de poder decir algo más, o escuchar lo que Damon tenía por decirle, se permitió caer finalmente en los brazos de Morfeo, quién la llevó a las aguas oscuras del estado de la inconsciencia mientras que Damon la sostenía con fuerza y evitaba que su cabeza golpeara el pavimento.



Los primeros rayos de sol aparecieron en Mystic Falls a las seis cincuenta en una mañana de otoño en mes de Noviembre, aunque cada vez parecía amanecer más frío, preparando a sus habitantes para el invierno próximo. La mayoría de la persona se encontraba en sus camas despertando, o algunos, los aficionados al deporte, ya estaban trotando a tempranas horas del día. Pero en la residencia Montgomery, al otro lado del bosque que los separaba de la residencia Salvatore y a unos dos kilómetros del hospital, Rosalie Montgomery se encontraba desde la media noche sentada en la sala de estar intentando en vano distraer su mente de algo que no fuera la puerta de su casa o su mismo celular.

La rubia ojiazul como el sol empezaba a hacer acto de presencia en la casa, a través del ventanal, e inmediatamente se puso de pie para refugiarse por detrás de la pared para buscar en su bolso una sortija de piedra lapislázuli que tenía grabada una rosa de plata. Regalo que le había otorgado su salvador.

Usualmente no se la colocaba de noche, ya que no quería tentar a la suerte y que algún vampiro que no tuviera sortija la descubriera y se la arrebatara. Prefería usarla únicamente se día, aunque también era cierto que tenía a juego un collar, solamente en caso de que la mañana la agarrara en casa de alguien más.

Al sentir como el sol la atrapaba y acariciaba su piel con sus rayos escasos de calidez a causa de los quince grados que hacía esa mañana, Rosalie resopló y, una vez que la adrenalina la abandonó, volvió a sumergirse en su nube de angustia y movió impaciente su pie. ¿Cuánto podía tardar su hermano? No era como si hubiera mucha gente herida en Mystic Falls, ya que su especialidad era cirugía, aunque también atendía el área de urgencias por el turno de la noche, ya que prefería estar en el hospital que en casa, lo cual era, en opinión de Rosalie, jugar a la ruleta rusa. ¿Cómo podía Harry poseer semejante autocontrol? Si bien ella ya no enloquecía por la sangre humana, en cuanto alguien se cortaba un dedo, aunque fuese el meñique, ella no podía ignorar el aroma fresco de la sangre y desear aunque sea probar una gota. En cambio Harry era lo que se definiría como un vampiro bien adiestrado, más eso le daba envidia a Rosalie.

Pero después recordaba el porqué su hermano se esmeró en controlar su sed de sangre y consiguió semejante autocontrol que pocos vampiros poseían, e inmediatamente sentía compasion por él.

Su hermano no fue un santo como humano, pero tampoco fue un vil demonio. Tuvo sus defectos al dejarse llevar por las imágenes superficiales en la secundaria y preparatoria, dañó a algunas personas con su lengua afilada en un intento de esconder su lado vulnerable por miedo a salir herido cuando fue rechazado públicamente por una chica en la secundaria. Pero eso cambio cuando conoció a su mejor amigo André Beckham y se fijó por primera vez en su vecina, Lydia Shade, la alumna y chica perfecta de Mystic Falls. Fueron ellos quienes lograron abrirse paso bajo esa coraza y conocer al verdadero Harry.

Lydia fue como una hermana para Rosalie. Su modelo a seguir. Era hermosa, inteligente, y a pesar de su baja estatura, para la joven Montgomery Lydia era como una guerrera amazona. Perfectas calificaciones, sentido de la moral y justicia, habilidades físicas y portadora de un gran corazón; era la chica ideal de Mystic Falls.

Y por ello, cuando la volvió a ver en la escuela la otra noche, todo lo que vivieron vino a su memoria como flashes que la dejaron desorientada y sin aire. No solo porque Lydia la creía muerta, sino que, al ver su anillo de matrimonio con André, así como la aparición de pequeñas arrugas bajo sus ojos y a los laterales de su boca por tanto sonreír, en compañía de ojeras, le hizo ver a Rosalie que había pasado mucho tiempo, y tal vez nunca más lo recuperarían. Ella y Harry se quedarían así, para siempre, mientras que Lydia ya había establecido una vida con un humano para la crianza de su hija, Cora.

Nada de lo que ellos vivieron en el pasado podía ser traído al presente, salvo para quemarlo y seguir como si nada hubiera pasado. Pero esto último no podía ser, ya que Lydia la creía muerta, y a estas alturas, tendría demasiadas preguntas, las cuales ella no podía responder sin llegar a nombrar a su actual marido y empezar a hablar de Harry igualmente.

Por ello, necesitaba hablar con Harry lo antes posible y contarle lo ocurrido, pues de alguna manera ambos estaban involucrados. Solo era cuestión de tiempo antes de que Lydia hiciera preguntas a la Sheriff Forbes y descubriera el resto de la historia que ella se perdió al irse de ahí hace años. Todos sabían de su milagrosa "resucitación", se esmeraron por crear una historia convincente que pudo apoyarse gracias a que jamás encontraron su cuerpo. Pero Lydia Shade no sabía nada de esto todavía.

En ese momento, finalmente, Rosalie escuchó como la puerta principal de la casa se abría y su hermano, Harry, regresaba del trabajo aún con su camiseta negra dónde tenía cocido el título como médico cirujano, pero sin llevar la bata de doctor. Lo cual le indicaba a Rosalie que esa noche no estuvo en urgencias, sino que atendió una cirugía.

Esperó a que su hermano dejase sus pertenencias junto a la mesilla que estaba junto a la puerta, y cuando él se percató de que ella seguía con su ropa de la otra noche, su ceño se frunció y lentamente se aproximo a ella, mirándola con recelo.

—¿Rose?—llamó él —. ¿Que sucedió?

La rubia, quién se estaba ya mordiendo su labio inferior, exhaló y le hizo un gesto con su cabeza para que se sentaran en la sala, pero él se negó en hacer esto y se colocó frente a ella, quedando así cada uno recargado contra el marco de la puerta, la cual era inexistente ya que Rosalie la había roto, puesto que Harry tenía una terrible afición por tener la mitad de su casa hecha de vidrio, y ella no era tan ágil y gracil en ese entonces como ahora.

Mirando a su hermano, el cual estaba a medio metro de distancia de ella, Rosalie igualmente cruzó sus brazos y suspiró.

—Lydia me vio—tragó saliva—. Sabe que estoy viva.

—¿Qué?

Harry ya era pálido, pero al oír aquello, daba la impresión de que su piel era traslúcida por lo pálido que se había puesto.

—¿Cómo ocurrió eso?—volvió a preguntar, angustiado.

—Fue en la escuela, en el pasillo—respondió, intentando mantener la calma por ambos cuando ella misma también quería gritar y pedirle perdón a su hermano mayor por su descuido—. Estaba con Ava y ella me vio. Así que hui y la perdí entre los pasillos. Pero ella no sabe cómo es que sigo viva, y si empieza a hacer preguntas...

—André lo va a descubrir y sospechará, y entonces Elizabeth Forbes y sus oficiales estarán encima de nosotros. —musitó el castaño con expresión sombría.

—Lo lamento—se disculpó entonces—. Sé que por eso querías que nos fuéramos, para no encontrarnos con alguno de ellos dos, pero Ava....

—Si, también de ese asunto quería hablarte—le interrumpió, y su ceño se frunció aún más, y daba la sensación de que sus dos cejas se quedarían fusionadas por siempre ante la severidad y angustia con la que la miraba—. Es hija de los Sulez, Rose. Y sobrina de los Williams, dos familias de cazadores. ¿Es que acaso quieres volver a jugar a la ruleta rusa?

—También es amiga de Cora.

—¿Así que la estás usando para llegar a ella? ¡Porque eso es mucho peor!—espetó.

—¡No! No lo entiendes. Ava no es como sus padres.

Harry bufó y le miró como si fuera todavía una niña ingenua con la cual debía ser indulgente.

—Yo creí lo mismo de André, y tampoco creía que los Williams fueran cazadores de vampiros. Ni siquiera creía en los vampiros, y por ser escéptico y despreocupado acabé como me ves, hermana. No quiero que Ava o su primo te traicionen como a mi lo hicieron André, Michael y Mónica.

—Ellos no son iguales. Si te hubieras quedado, hubieras visto que estos chicos no son como sus padres. Además.. —se relamió los labios—. Creo en Ava.

Harry entornó sus ojos y la miró detenidamente por un largo minuto de silencio, analizando cada centímetro de su rostro, hasta que finalmente exhaló y sacudió su cabeza, derrotado.

—Ava Sulez es una humana, Rose—dijo lentamente—, y si en verdad ella no es como sus padres, entonces debes entender que ella no es una de tus conquistas, y si la lastimas....

—No pienso lastimarla—dijo ella abruptamente, sintiendo como sus mejillas se sonrojaron al recordar su historial como rompecorazones en los últimos diez años—, y sé que ella no me lastimará.

—Apenas y la conoces.

—Bueno, entonces, para tu consuelo, te agradará saber que esta noche tengo una cita con ella. —comunicó ella con una sonrisa de suficiencia.

Harry se pellizcó el puente de la nariz y volvió a suspirar. Afortunadamente era inmune al brote de canas, pues de lo contrario, su cabello ya sería platinado por los malos tragos por los que su hermana lo hacía pasar.

—¿Que haré contigo? Regresas al pueblo sin avisar, te sientes atraída hacia una chica humana de una familia de cazadores—se interrumpió abruptamente y la miró con recelo—. Ella es la causa por la cual prolongaste tu estadía ¿Cierto? Era una excusa de que querías alargar nuestro reencuentro. En verdad quieres conocerla.

Rosalie se encogió de hombros, pero si bien quería demostrar calma e indiferencia, una sonrisa traicionera tiró de sus labios rosados.

—Solo quiero estar segura.

—¿De que es más que solo atracción?

—De que puede que finalmente haya conocido a alguien que me ofrezca algo real. La estabilidad que tantas veces he oído pero nunca he perseguido, hasta ahora.

Harry enarcó sus cejas, y sonrió gentilmente.

—Te estás enamorando. —declaró con serenidad, como si fuese algo que era predecible que sucedería, pero que había demorado más de lo que él había esperado.

Rosalie hizo una mueca.

—No es verdad.

—Lo es. Tus mejillas carecen de la necesidad de maquillaje cada vez que hablas de ella—su sonrisa se acentuó—. Dios, en serio te gusta esa chica.

—¿Puedes llamarla por su nombre, por favor?—pidió, exaltada.

—Lo siento, es que me cuesta hacerlo considerando el pasado que tengo con sus padres—se disculpó apenado para después sonreírle socarrón—. Ava Sulez te ha flechado.

Rosalie se balanceó sobre sus pies y tarareó, más no dijo nada para negarlo o reconocerlo, pero no era necesario, pues Harry la conocía como la palma de su mano, y por tanto sabía que cuando Rosalie se quedaba sin palabras, era porque jamás le daría la razón a alguien. Ni siquiera a él, por mucho que lo amase. Su silencio era una manera de demostrarse derrotada ante algún alegato pero aún con su orgullo en alto.

Tras balbucear algunas incoherencias, Rosalie espetó:

—¿Podemos volver al tema de Lydia? ¿Que debo hacer? No quiero que interrogue a Ava y ella descubra que morí. Hará cuentas y, a diferencia del resto del pueblo, no se tragará el cuento de cremas con colágeno que me hacen ver de veinte años cuando debería tener treinta y entonces no querrá tener otra cita conmigo.

Harry volvió a adoptar su semblante serio y masajeó sus sienes, pensando nuevamente en el principal problema.

—Deja que yo me encargue. —afirmó él, pero Rosalie, en lugar de sentirse consolada por esto, entrecerró sus ojos e inmediatamente sacudió su cabeza.

—Lo que sea que estés pensando: olvídalo. Podemos encontrar otra solución. No hay porque huir, pero tampoco planificar encuentros. Podemos pedirle a alguien más que nos ayude.

—Rose—Harry la sujetó por los hombros y la miró a los ojos. Rosalie temió ver aquella serenidad en su mirada azul, pues significaba que estaba decidido y no cambiaría de parecer—. Yo me encargaré—repitió en voz baja pero firme, y prosiguió en acercarla a él para abrazarla. Ella no puso resistencia alguna y cerró sus ojos, sintiéndose protegida entre los brazos de su hermano mayor—. No dejaré que nadie te haga daño. Y te prometo que tendrás la cita que mereces desde hace años. Resolveremos este cabo suelto, y tal vez así todos los que quedaron de nuestro pasado—le depositó en su frente un afectuoso beso—. Todo saldrá bien.



Era una mañana de sábado común y ordinaria en Mystic Falls. Las personas corrían por el parque, y los más aficionados al deporte extremo estaban regresando de hacer senderismo en el bosque ya fuera en pareja o en grupos de hasta seis personas. Pero los Williams ese día tuvieron que prescindir de ello, y se quedaron en casa, en pijama, desayunando en el comedor de madera cobriza que estaba junto a la sala.

Michael Williams, que estaba sentado en la cabecera de la mesa, miraba a cada dos minutos a los presentes que estaban en la mesa de su comedor hecho para acoger hasta ocho personas. Junto a él, a su lado izquierdo, estaba sentada su esposa, Natalie. A dos sillas de distancia de su lado derecho estaba su hijo, Cedric, y frente al chico pelirrojo estaba sentada Emma Lewis, su sobrina política que había dejado Inglaterra para visitar Mystic Falls por razones que ellos aún no conseguían comprender, pues ella apenas y se había comunicado con ellos.

En realidad, ni siquiera sabían porque ella había decidido ir a visitarlos. Todos sabían que ella no era cercana a los Sulez, quién en realidad era la familia de sangre que ella tenía, junto a los Blossom. Y si bien amaba a Robert, ella había aclarado que no quería darle preocupaciones por acoger a otra sobrina. No obstante, Emma nunca habló con Michael o Natalie salvo por necesidad porque ella quería convivir con Cedric, por lo que casi se consideraba que solo los toleraba.

Pero aquí estaba ella, amable, sonriente y hablando de todas las ocurrencias que se le cruzaban por la cabeza en el momento que menos esperaban que hablase.

Para Michael y Natalie, Emma era como la encarnación del propio sombrerero loco de Alicia del país de las maravillas. En verdad, ella no parecía saber lo que era la cordura, más tampoco mostró en algún momento comportamiento malicioso o de lesionarse a sí misma. Se podía decir que ella veía la vida con otros colores, y dimensión.

Michael le dio otro pinchazo a su fruta picada y le dio una mordida. Vio como Natalie se servía más yogurt para su tazón de fruta, mientras que Cedric escribía en su celular bajo la mesa de manera poca discreta.

El pelirrojo adulto estuvo a punto de llamar a su hijo, pero entonces Emma, despreocupada como siempre, abrió la boca mientras paseaba en el aire su tenedor que tenía pinchado un trozo de omelette de puro queso. Ella odiaba todo lo que fuera picante, por mínimo que fuese. Según ella, las rajas le eran insoportables en su garganta.

¿Cómo podían ellos saberlo? En realidad la culpa de que a ellos les gustase las rajas era gracias a Leo Fell, quién preparó una navidad un arroz al horno tan delicioso que los Sulez y Williams ya no podían vivir sin rajas para al menos un alimento por día.

—¿Sabes, tío Michael?—decía Emma—. Tu casa es más cálida que como yo recordaba. ¡Oh! Hace poco leí un libro que compré en base de su portada, y debo decir que la historia es entretenida, pero por no leer la sinopsis, solo guiándome por la portada, perdí tiempo valioso—dio un sorbo a su chocolate caliente. Ella no tomaba cafeína, ni siquiera las infusiones que, teóricamente, no tenían cafeína—. Aunque claro, ya estoy aquí. Menos mal que no perdí mi vuelo, Ava puede decirles cómo me va fatal eso de recordar cosas—rio—. Mi memoria es como el aleteo de una mariposa. Es tan rápida, y liviana, que a veces yo misma me pregunto porque estoy aquí, y que sigue. A dónde iré después—exhaló—. ¿Me pasas la miel, por favor, tía?

Natalie, como el resto de los presentes, miró a Emma como si acabase de escapar del manicomio, más le pasó el tarro de miel y la morena lo tomó gustosa, pero al final no le puso nada a su tazón de fruta y, olvidándose de que su tenedor tenía un trozo de omelette, pinchó igualmente un trozo de melón con yogurt natural y les dio a ambos una pequeña mordida.

Por más que Michael analizaba a su sobrina política, no podía encontrar rastros que indicasen en su ropa o mirada que indicasen locura. A simple vista alguien podía verla y decir que era la chica más atractiva y dulce en el mundo, pero en cuanto esos labios rosados dejaban de sonreír para empezar a hablar, uno se arrepentía inmediatamente de haber creído aquello.

—Dime, Emma—llamó Natalie tras carraspear, claramente armándose de valor para dirigirle la palabra a su sobrina antes de arrepentirse—, ¿Que te trajo de vuelta a Mystic Falls? No quiero sonar grosera, pero recuerdo cómo hace años dijiste que no querías vivir aquí y te marchaste con Jason.

Jason Lewis, el padre adoptivo de Emma cuando ella tenía doce años. Él le había dado su apellido meses antes de que Hannah, madre de Emma y con quién se casó Jason, falleciera. Pero curiosamente, de acuerdo a lo que Emma le había dicho a sus primos, no eran tan unidos desde que Hannah murió. Pero ¿En verdad así era? Con Emma tenían que consultar a alguien más para confirmar si la chica decía la verdad o no.

Emma se encogió de hombros y sonrió.

—Y así es.

Cedric enarcó sus cejas, pero no dijo nada. Parecía que estaba manteniendo otra conversación con alguien más bajo la mesa, pero Michael ahora mismo no podía averiguar con quién.

Emma le dio otro sorbo a su chocolate, y prosiguió en explicarse. Bueno, si es que a eso se le podía llamar una explicación o solo confundir más sus mentes.

—Los árboles me dijeron que debía venir aquí—dijo casi en un susurro, como si estuviera confesándoles algo que temía que alguien más escuchase—. Ellos que son los guardianes del tiempo, me mostraron algo que he olvidado—entonces parpadeó y volvió a sonreír como una niña pequeña, contenta por su desayuno—. No se preocupen, mi estadía no les traerá problemas. ¡Oh! Por cierto, Cedric ¿Vamos más tarde de compras? Temo que no traje ropa suficiente.

—Claro. —respondió el joven pelirrojo, quién, al igual que sus padres, no tenía idea de lo que acababa de decir Emma respecto al motivo de su visita.

—En Londres la ropa es más abrigadora para esta época, pero Mystic Falls aún tiene un clima cálido—entonces, su sonrisa se desvaneció cuando empezó a jugar con su tazón de fruta—. ¿Aquí hay cuervos?

—Algunos, si. No hay demasiados como se esperaría de un pueblo pequeño. —respondió atropelladamente Cedric, a lo cual Emma asintió, y volvió a sonreír, solo que está vez, Michael percibió que lo hacía con menos convencimiento.

—Es que adoro los cuervos. Son fuente de misterio, y si miras sus ojos negros atentamente, olvidas todos tus problemas. ¿Alguna vez han experimentado eso?—al no obtener respuesta, ella suspiró, sin dejar de sonreír, aunque sus ojos color avellana denotaban un toque de melancolía—. No se los recomiendo.

Emma Lewis era una contracción andante, un acertijo que nadie podía descifrar. Un eterno misterio que pocos entenderán y quién llegue a saber que esconde, nunca lo dirá.  Esa era la mejor manera el que podía Michael Williams describir a su sobrina política.

Si se hubiera tomado el tiempo de conocer mejor a Hannah y al padre biológico de Emma, tal vez podría comprenderla mejor. Aunque, claro, tenía la sangre Blossom igualmente en su ADN. Y las mujeres Blossom eran propensas a ser brujas, o condenarse a la locura. Tal vez Emma tuvo la segunda maldición y ni siquiera ella misma era consciente de lo que decía o hacia. ¿Cómo saberlo? Esa era la pregunta que siempre se hacían todos al conocer a Emma.



Lo primero que Cora vio al abrir los ojos fue la imagen de un hermoso paisaje verde haciendo contraste con el pavimento de una carretera en movimiento.

«Genial, otro de mis sueños» pensó con fastidio al tiempo que suspiraba y volvía a cerrar sus ojos, dispuesta a despertar en su cama en cualquier momento para así arreglarse y desayunar.

Pero, por supuesto, una vez más estaba completamente desorientada y olvidaba que no había llegado a casa, y que, de hecho, en esta ocasión no tenía idea alguna de donde podía estar.

Volvió a abrir sus ojos y descubrió que aquel paisaje en movimiento era, efectivamente, una carretera que ella iba recorriendo dentro de un automóvil desconocido. Ella iba en el asiento copiloto con el cinturón de seguridad, y a su lado izquierdo, como conductor, estaba Damon Salvatore, mirándola de soslayo mientras mantenía su atención en la carretera.

—Buenos días—saludó él con una sonrisa torcida, la cual Cora no supo descifrar a causa de lo adormilada que se encontraba aún—. Siento informarte que no cuento con servicio de desayuno, pero estamos a punto de llegar a un lugar donde, creo yo, podrás tener algo semejante a un desayuno. ¿No eres de esas personas quisquillosas con la comida, verdad?

Pero Cora hizo caso omiso a todo lo que él dijo, y se limitó a mirarlo con desconcierto, como si no supiera si era real, o uno de sus múltiples sueños. Pero, a juzgar por las palpitaciones en su cabeza, así como el tono sarcástico y característico de Damon, aunque le costase creerlo, aquello era muy real. Ella estaba sentada en un auto con él, yendo a sabrá Dios dónde. Porque aquello no parecía ser Mystic Falls, y de serlo, debía ser un rincón inhóspito que solo Damon debía conocer.

La última posibilidad no le sorprendería en realidad. Damon, después de todo, era impredecible y misterioso. Si él le decía que sabía dónde quedaba la entrada al infierno y al cielo, ella le pediría una prueba y él se la daría sin rechistar.

—¿Dónde estamos?

—En mi auto—respondió con una despreocupada sonrisa, la cual inmediatamente se desvaneció y le dedicó una mirada severa—. No vomites en mi auto, de lo contrario, hasta aquí acabó el viaje para ti.

—Me refiero a que esto no parece ser Mystic Falls.—musitó ella con fastidio, sintiendo entonces su garganta reseca.

Aunque ahora que él lo había mencionado, sentía náuseas y un débil pero persistente dolor abdominal.

—Ah, te refieres a nuestra localización—chasqueó la lengua—. Estamos en Georgia.

Los ojos de la rubia inmediatamente se agrandaron y giró bruscamente su cuello hacia donde él estaba.

—¿Georgia? ¿Por qué estamos en Georgia?

—Bueno, iba saliendo de Mystic Falls para venir aquí. Te encontré, y como no tenía tiempo para perder en devolverte a casa o con mi hermanito, aquí estamos. —respondió con simpleza, como si fuera algo ordinario para él.

—¿Qué?—preguntó ella, apenas dando crédito a lo que Damon le había dicho. Tampoco ayudaba a que ella se sentía débil y desorientada, por lo que su cerebro se estaba demorando más de lo que a ella le gustaría procesar la información que recibía—. Pero...

No obstante, ella guardó silencio al empezar a recordar lo ocurrido anoche.

Ella había estado con Stefan, finalmente le había confesado que lo amaba, y entonces ellos....sus mejillas adquirieron un tono carmesí, el que no pasó por desaparecido por Damon, pero él, al no saber que podía significar, no hizo preguntas y espero a que ella volviera a hablar.

—Estaba en el Jeep—rememoró ella en voz baja y entrecortada a causa de la sequedad que sentía en su boca. Necesitaba agua—. Y había un hombre, al cual atropellé, y entonces el auto se volcó. Y él se levantó y se acercó para abrir la puerta, y entonces se fue. Y tú llegaste...—fue cuando le fulminó con la mirada y casi salta a su cuello para ahorcarlo. De no ser por el cinturón de seguridad, y por lo débil que se sentía, lo habría hecho—¡Y ahora me secuestraste!

Damon volvió a chasquear la lengua.

—De nada.

Pero Cora gruñó.

—No lo entiendes. A diferencia de ti, yo no puedo irme sin dejar alguna excusa—dijo un tanto exaltada—. El auto será reportado, y llamarán a mis padres. ¿Dejaste el auto ahí sin más?

—Lo moví un poco, para que dejara pasar al resto pero también para que lo vean y hagan el reporte para que tus padres lo recuperen.

—Mi madre ha de estar como María Magdalena—agrandó sus ojos de terror ante otro pensamiento—. O peor, como Hera. Reza porque esté como Magdalena, porque de lo contrario ahora mismo la policía de Virginia y tal vez Chicago me estará buscando como desaparecida.

Pero Damon sacudió la cabeza, sin verse mortificado por esto.

—Nada de eso. Llamé a tu madre hace media hora.

—¿Llamaste a mi mamá?—preguntó, presa del pánico, pero sin olvidarse de mirarlo de forma acusatoria—. ¿Y que le dijiste?

—Lo que sucedió—dijo—. Tuviste un accidente, te encontré consciente pero con una herida en tu frente, así que decidí llevarte a un hospital en Georgia porque sé que tú no quieres historial médico en Mystic Falls. Según le conté a tu madre, estábamos a diez minutos de llegar. Pero tranquila, ya te examiné y no te rompiste nada, y la herida de tu frente en realidad ya casi sanó gracias a tu regeneración súper mágica o como se llame.

Cora tocó entonces el lugar donde ella recordaba haberse golpeado la cabeza, y descubrió que, efectivamente, estaba liso y libre de alguna herida o cicatriz. Al igual que su brazo en la ocasión del partido de fútbol.

—¿Y ella no se puso histérica?

Damon se encogió de hombros.

—No en realidad. Al escuchar que te llevaba al hospital y prometerle que te dejaría descansar en una propiedad que tengo en Georgia para devolverte hoy por la noche o mañana en la mañana.

Cora si bien se sentía todavía un poco aletargada, y empezaba a fastidiarse por hacer demasiadas preguntas, no pudo evitar soltar otra interrogante casi gritando por el pánico que se apoderó de ella.

—¿Mañana por la mañana?—repitió y negó frenéticamente con su cabeza—. No, no puedo volver hasta mañana, y ni siquiera debería estar aquí. ¿Por qué me trajiste? Hay que volver.

—Ya casi llegamos, estamos a menos de media hora.

—Damon—respiró profundamente—. Esto que acabas de hacer se le llama secuestro. Estoy aquí, contra mi voluntad, en Georgia, lejos de casa, dónde nadie sabe dónde estoy o que pasó. Y, más importante, no soy una buena compañera de viaje para ti.

—Si, me estoy dando cuenta de ello. —murmuró él, pero ella se limitó a rodar los ojos.

—No traigo conmigo mi medicamento. Si pierdo un día completo seré una carga para ti y tampoco quiero que me dejes tirada. Así que, por favor, te lo suplico, regrésame a Mystic Falls y entonces haz tu viaje.

Pero Damon únicamente suspiró, y pisó el pedal de freno para así poner el freno de mano, soltar el volante y mirar exasperado a la rubia ojiazul que tenía a su lado.

—¿Que es lo que en verdad te angustia?—inquirió con una ceja enarcada, lo cual hizo que ella se exasperase aún más.

—¿Disculpa?

—Acabas de sufrir un accidente, un vampiro casi te mata, y tú solo me pides volver a casa para no preocupar a otros y seguir dependiendo de un medicamento que de todas formas te está matando pero de manera más lenta. Te traje porque, tal vez, necesito una acompañante y tú apareciste literalmente en medio de mi camino. Y sin tus preguntas ansiosas e histeria, eres una compañía tolerable. Además, te estoy ofreciendo la oportunidad de olvidarte de todo por un día. Lejos de la vida monótona de Mystic Falls, del drama con Stefan, tus padres, las tareas, y el cáncer mismo. Estás cubierta con tus padres, ellos ya arreglarán el Jeep. Hasta donde yo lo veo, no hay razón para que quieras volver.

Cora estaba por decir algo que posiblemente no figuraba en su vocabulario diario, pero ya fuera para la buena suerte de Damon o de ella misma, se escuchó el timbre de un celular desde el asiento trasero del coche, y Damon, sin esfuerzo alguno, tomó el bolso que ella reconoció como suyo y extrajo de él su celular. Revisó el contacto y al ver quién era alzó sus cejas y resopló.

—Es tu amiguito pelirrojo. —dijo con desinterés, tendiéndole el teléfono.

Cora inmediatamente gimió. Cedric. Él probablemente esperaba noticias suyas desde anoche y ella no le había vuelto a presentar señales de vida desde que Damon y ella fueron con Logan. El pobre debía de estar angustiado pensando lo peor y más aún si alguien ya había descubierto el Jeep volcado en medio de la nada del camino de Mystic Falls.

Sabía que debía explicarle todo, era lo mínimo que debía hacer, por sentido común, pero si ella misma no paraba de lanzar preguntas a Damon porque ella no tenía respuestas ya que su cerebro seguía adormilado, no se sentía en condiciones para explicarle a Cedric de largo y tendido su relato. Mucho menos con Damon frente a ella.

Así pues, negó con su cabeza y cerró sus ojos nuevamente mientras suspiraba y gemía. Damon, por su parte, esbozó una sonrisa malévola y respondió la llamada.

—Teléfono de Cora, habla Damon. Por el momento ella expresa firmemente que no desea hablar con nadie, incluyéndote. ¿Algún mensaje que desees dejarle?

Cora abrió de golpe sus párpados y miró a Damon como si él acabase de cavar su propia tumba y tener además el descaro de empujarla y enterrarla. ¿En serio acababa de decir todo eso? Ni siquiera le había dado permiso de responder la llamada, solo de ignorarla.

—Si, ella está bien—le decía el azabache a Cedric, respondiendo alguna pregunta que debió hacer referente al estado de la rubia—. Yo debería preguntar eso, ya que tu tío está muerto.

Cora no lo soportó más y se estiró para arrebatarle el celular, pero él fue más rápido y se inclinó hacia atrás mientras cambiaba el celular a otra oreja, sin olvidarse de ensanchar su sonrisa traviesa como todo demonio que acaba de hacer su maldad del día.

—Escucha, no tengo tiempo para tus preguntas o tartamudeos. Si deseas hablar con ella, prueba suerte más tarde. Adiós.

Y sin más, colgó la llamada y volvió a guardar el celular dentro del bolso para así ofrecérselo a Cora, quién se lo arrebató de un tirón mientras lo fulminaba con la mirada.

—Mencionar a Logan fue algo innecesario. —le recriminó ella, no obstante, a Damon le dio igual aquello.

—Ya lo sabía de todas maneras ¿No?

—Aun así, se trata de ser empático y considerado, no insensible y cínico. Suficiente tiene con la culpa de haber asesinado a Vicki como para que ahora le recuerdes que su tío está muerto.

Tampoco era como sufrir una gran perdida, seguramente lo único que Cedric lamentaba era esconder aquello, pero no le pesaba la idea de haber perdido a su tío egocéntrico.

—Oh, lo olvidaba—Damon chasqueó la lengua y puso los ojos en blanco para después adoptar un semblante teatral—. El pobre Cedric Williams, descendiente de una larga familia de cazadores, siendo víctima de éste vampiro psicópata. Mi error, lo lamento—dijo, con evidente sarcasmo—. ¿Crees que me perdone si asesino a otro tío suyo, o tal vez a Elena?

Cora, como respuesta a su comentario sarcástico y cínico, alzó su mano y con solo chasquear los dedos la ventana junto a Damon se abrió y por ahí entró un vendaval creado por ella que arrastró varias hojas al interior del auto, la mayoría cayendo sobre la camisa negra de Damon y su cabello azabache.

Inmediatamente ella, a pesar de que intentó esconderlo, esbozó una sonrisa burlesca y prosiguió en volver a cerrar la ventana. No era tan malvada como él como para dejarlo enterrado bajo un montón de hojas, solo deseaba darle una pequeña advertencia de lo que haría si seguía burlándose de la desgracia de otros.

Suspirando nuevamente, Cora reclinó su cabeza contra el respaldo del asiento e hizo un gesto de negación con su cabeza, apenas perceptible para Damon, quién estaba ocupado quitándose las hojas de su ropa y algunas que cayeron en su cara cercas de su nariz y boca.

—Nunca quise esto—susurró, hablando más para sí misma que para Damon—. Tenía un plan, y ahora siento que estoy solo corriendo por un camino que no sé cuándo o como se detendrá. Es decir, entiendo, eso se llama vivir. Pero nadie te dice como vivir en el mundo sobrenatural. No hay ningún manual, solo es ir sobre la marcha. Y me siento culpable por mentirle a mis padres en todo lo que hago. Ya ni siquiera recuerdo cuando fue la última vez que les dije alguna verdad. Todo es un gran mural de mentiras que nos ha separado y siento que debo pensar tres veces que hablar con ellos. Solo confío en Stefan, Cedric y Elena. Y ni siquiera les he dicho a ellos dos que soy una bruja caótica. Supongo que por eso no quería que ustedes dos se fueran. Son con los únicos que no debo fingir—entonces resopló y torció sus labios en una mueca de irritación mientras miraba al azabache de soslayo—. Excepto, claro, que tú eres el único que sabe absolutamente todo de mi. Tanto mi enfermedad como la magia  caótica que vive en mí. Eso es frustrante porque tú husmeaste sobre mi salud a mis espaldas.

Damon, quién ya había juntado la mayoría de las hojas entre sus manos, abrió nuevamente la ventana y las lanzó fuera del auto, el cuál seguía a mitad del camino. Afortunadamente parecía que a nadie más se le había ocurrido hacer un viaje por carretera a Georgia, por lo que no hacían en realidad algún estorbo.

—Es mi especialidad.

—No sabes lo que es mentirle a los que amas—murmuró—. Haces lo que quieres por qué puedes. Ignoras todas las reglas y sentimientos de los demás. Cómo tú, pensaba ser una clase de loba solitaria. Estar sola era lo mejor. Pero, no. Tú y tu hermano, así como Cedric, Elena, Jenna y Ava, tuvieron que meterse literalmente en mi camino. Choqué con ustedes dos el mismo día, Cedric me interceptó en una clase, Elena, Jenna y Ava aparecieron de la nada y cuando pude alejarme, me acerqué y dejé que ellas se acercaran más.

—Un momento ¿Eres amiga de la tía de Elena?—pregunto escéptico, como si la imagen no pudiera entrar en su cabeza.

—Y también estoy hablando con un vampiro de más de cien años. No me juzgues por tener amistad con alguien que ni siquiera llega a los treinta—exclamó para después resoplar—. Dime la verdad, Damon, ¿Por qué me trajiste cuando fácilmente pudiste dejarme afuera de mi casa o del hospital de Mystic Falls?

—Ya te lo dije—respondió él con un suspiro de exasperación—, necesito un acompañante para hacer de este viaje tolerable y tú fuiste la mejor opción.

Cora cruzó sus brazos y lo miró con recelo. No se creía aquel cuento. Era tan simple para tratarse de Damon. Él siempre hacia algo por alguna razón. Pero no sabía qué quería buscar de ella.

—¿Por qué necesitas venir a Georgia?—inquirió—.  ¿Qué es tan urgente que no pudiste encontrarlo en Mystic Falls?

—Es muy sencillo: quería salir y visitar a alguien—enarcó una ceja mientras sonreía de forma altanera—. Ahora bien, tus problemas no se irán de Mystic Falls y tampoco creo que aumenten. Eres la bruja del caos. Tú creas los problemas, ellos no vienen a ti ni siquiera en tu ausencia—si bien aquello provocó en ella indignación, a su pesar, debía reconocer que tenía cierta razón—. Ve esto como unas vacaciones de veinticuatro horas. Lejos de tus padres, de la leucemia, vampiros que te quieren asesinar, y mi hermano. Aquí nadie te conoce, nadie preguntará por ti. Y, si surge algún problema, vengo preparado.

Sin más preámbulos, Damon se inclinó sobre ella para así abrir la guantera y de ahí sacó un pequeño botiquín de emergencias.

—Tuve tiempo de pasar por una clínica y tomé prestado medicamento para la leucemia fase uno—explicó, al tiempo que le dedicaba una sonrisa de suficiencia—. Ayudará para que llegues ilesa a casa en caso de que tengas un episodio.

El semblante de la joven Beckham se transformó en uno de sorpresa e incredulidad, y alternó su mirada de los ojos azules destellantes y gélidos de Damon y del botiquín que tenía ante ella.

¿Él acaso se había tomado las molestias para hacer eso? Tampoco era que ella aprobase que lo robó, pero viniendo de Damon, era algo que se veía pocas veces así como el cometa de Mystic Falls. Sin embargo, no por eso significaba que él se preocupaba por ella sinceramente. La necesitaba bien, pero no podía decir si era porque él se preocupaba por ella genuinamente, o porque de ella sacaría algún beneficio.

No obstante, él tenía razón en algo, y era que ya estaban en Georgia. Pedirle volver a Mystic Falls sería algo estúpido. Además, si él en verdad planeaba algo, ella podía descubrir de que se trataba y prevenir a Stefan, o mejor aún, impedirle que llevase a Mystic Falls lo que sea que buscaba en Georgia.

Pero si solo era una salida inocente, aunque ella lo dudaba, nada le impedía igualmente alejarse de todo y tomarse una pausa. Últimamente sentía que quería alejar a todos, incluidos sus padres, y ahora que tenía la oportunidad, ignorarlo sería como dejar ir un tren que posiblemente jamás se volvería a presentar.

—Muy bien. —accedió con un suspiro de cansancio, ya que en parte aún se sentía alterada por el altercado del vampiro que la atacó y seguía sintiéndose un poco aletargada.

Damon si bien delató su sorpresa por escucharla acceder sin poner más resistencia, al momento siguiente ya estaba sonriendo victorioso y volvió a retomar la marcha, sin borrar en ningún momento una sonrisa sombría que dejó inquieta a la rubia lo que restó del viaje.



André ya había salido de casa a primera hora para revisar los daños que había sufrido el Jeep y pagar la reparación en el taller. Y si bien apenas eran las once de la mañana, Lydia, quién estaba paseando en su casa de un lado a otro como una prisionera, sentía que llevaba días en soledad e incertidumbre.

Fue Damon quién le avisó temprano de la desaparición y estado de su hija, y fue por él que André supo dónde encontrar el Jeep y solicitar la grúa. Y a pesar de que el mayor de los Salvatore le había jurado que Cora se encontraba en buen estado, Lydia no se sentía tranquila con la idea de que ella estaba ahí, sin poder ayudar a su pequeña y asistirla en todo lo que necesitase. Después de todo, Cora no sabía que Damon estaba al tanto de su enfermedad, y ella dudaba que él supiera cómo tratar a una paciente con leucemia. Tuvo que darle una lista de lo que podía comer y beber, que hacer en caso de que tuviera fiebre o dolor de cuerpo, e incluso le envío el contacto del doctor Johnson, que era el doctor que atendía a Cora en Chicago.

—No se preocupe—le había dicho Damon al otro lado del teléfono a las seis de la mañana, donde ella bajó a la sala de estar para hablar con él mientras dejaba dormir a André unos minutos más antes de despertarlo—, la cuidaré bien.

—Eso espero.

—Relájese, señora Beckham—si bien escuchar esto causo irritación en Lydia, pues de nada servía oír esto, Damon lo dijo con tal seriedad que la hizo sentirse consolada respecto a que Cora estaba en buenas manos—. No permitiré que nada le suceda a su hija.

—Gracias, Damon. Y, creo que debo advertirte algo más sobre Cora. Referente a su carácter. Puede que ella no reaccione bien cuando descubra que estás al tanto de su leucemia.

Casi podía jurar que lo escucho sonreír al otro lado de la línea telefónica.

—Eso es lo de menos. —afirmó él con despreocupación.

Lydia exhaló en ese momento con profundidad mientras intentaba aplacar su angustia e intentaba ser razonable, pero le era difícil hacer esto cuando a cada minuto tenía pensamientos intrusivos.

¿Que tal si Cora tenía que ser internada? ¿Y si tuvo alguna complicación a causa de la volcadura? André le había llamado hace una hora para informarle del estado del auto y dónde además juraba que si Damon no la devolvía en una sola pieza lo mataría.

¿Que tal si al despertar Cora la llamaba y ella no estaba ahí, para socorrerla? Ni siquiera sabía en qué hospital la había llevado Damon, y tampoco podía llamar a cada hospital de Georgia, pues de hacerlo Cora lo descubriría y podía reaccionar mal en caso de estar estable.

Se sentía culpable por estar lejos de ella, ya que jamás habían estado separadas por tanto tiempo. Un día completo sin verla, donde lo más probable era que no volviera a dormir tampoco esa noche. Damon le había garantizado de que era muy probable que regresarían a Virginia a primera hora del día siguiente.

Además ¿Cómo fue capaz de confiarle el estado de salud de su hija a un chico que apenas conocían? Cierto, Damon era educado, atento y un buen samaritano. Cualquiera diría que Cora estaba en buenas manos. Es más, la propia Liz Forbes, cuando lo supo, le garantizó de que Cora no pudo haber caído en los mejores cuidados que los de Damon, asegurando también de que ella misma le confiaba su vida.

Entonces ¿Por qué no podía estarse quieta en lugar de caminar por la casa como alma el pena?

No obstante, en ese momento se escuchó como alguien tocaba el timbre de la casa, deteniendo así sus cavilaciones y vueltas al rededor del comedor de la cocina, solo para después volver a tener pensamientos intrusivos mientras se acercaba con paso nervioso a la puerta.

¿Y si era Damon, quien venía a darle malas noticias? ¿La policía de Georgia? ¿Liz?

Sintiendo como su estómago se retorcía en su abdomen y su garganta se cerraba, Lydia tomó el picaporte y giró de él para así abrir la puerta.

No obstante, ante ella no había ninguna de las personas que había esperado encontrar, sino que era, de hecho, la última persona en toda la faz de la tierra que espero volver a ver después de dieciséis años.

Él estaba igual que antes, tal vez con su barba un poco más crecida y rastro de ojeras que parecían haber empezado a disminuir desde hace un par de días. Pero ella incluso había visto esas ojeras, las cuales lucían de maravilla en él, pues en lugar de hacerlo ver cansado, resaltaban más sus ojos azules profundos como el océano y brillantes como los zafiros, haciendo contraste con su cabello castaño oscuro y piel pálida.

Un sollozo brotó de su boca al tiempo que su celular, el cual había estado apretando en un puño a la espera de recibir una llamada de Damon, cayó a sus pies con un ruido sordo mientras que buscó apoyarse de la puerta al sentir como sus piernas flaqueaban.

Él, si bien también se le veía que estaba afectado por volver a verla, logró esbozar una sonrisa a través de las lágrimas que cristalizaban sus ojos azules y el nudo que aprisionaba su garganta.

—Harry. —susurró la castaña, conmocionada.

Hace quince años que no había vuelto a pronunciar su nombre. Por respeto a André, así como por el bien de Cora, y tal vez también para proteger su propio corazón. Ni siquiera había pensando en él. No podía hacerlo, pues todo lo que veía al recordarlo era su cuerpo sin vida.  Pero ahora ahí estaba, ante ella, presentándose a su puerta como si nada hubiera ocurrido.

—Hola, Lydia—saludó él con una relajada sonrisa. Aquella sonrisa que le dedicó mil veces cuando ella estaba angustiada por algo. La situación era tan irónica como cruel—. ¿Puedo pasar?


LUCIE HERONDALE SPACE
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Hello There! ¿Cómo están? Yo estoy adaptándome al calor y sobreviviendo con mis datos móviles porque mi gata rompió el cable de internet, así como también lucho con los nervios por los resultados próximos del examen para la Universidad. ¿Y ustedes? ¿Que me cuentan?

Bueno, a este capítulo no se le puede llamar corto, pero tampoco es tan largo como los anteriores. Pero se puede decir que dejó todo preparado para el siguiente capítulo.

Veamos, primero que nada tenemos a Cora y el triángulo amoroso. Después de estar con Stefan, se encuentra con Damon y ahora él la "secuestró". ¿Motivo? Ya veremos.

Y luego tenemos la aparición de Emma, la prima de Cedric. Debo decir que ella es un personaje de lo más complejo, así que no la subestimen. Y finalmente, está Harry. Ufff.  Preparen la tetera que él siguiente capítulo nos concentramos en Cora y Damon, así como en Harry y Lydia y se vienen MUCHAS cosas.

Eso sería todo por ahora. Creo que tendré listo el próximo capítulo hasta el siguiente lunes, porque es demasiado largo, así que tengo muchas palabras por escribir.

¡Nos leemos pronto! ❤️

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