Capítulo 22. Ciento Sesenta Y Dos Velas
No hay mucho que hable acerca de la vida de Clarisse Hale en Mystic Falls. Sin embargo, lo poco que se sabe es más que suficiente para hacer que las leyendas de los vampiros y licántropos sean cuentos de niños, y la existencia de las brujas sea un consuelo. Clarisse Hale era una hermosa y joven muchacha que vivía en una pequeña casa en las profundidades del bosque con su padre y madre, perteneciendo a la clase pobre en aquel entonces. A sus veintiún años ella dio indicios de ser una bruja, y por entonces las brujas eran castigadas en la hoguera después del gran incendio que hubo en Mystic Falls, dejando terror a los pueblerinos sobre las criaturas sobrenaturales, incluyendo a las brujas.
Pero la magia que Clarisse presentaba no tenía precedentes. Era capaz de hacer levitar objetos, envolviéndolos con un halo de luz escarlata cómo la sangre. Sus ojos se iluminaban de este mismo color, haciendo contraste con su larga cabellera pelirroja. Era ver al diablo encarnado en aquella mujer que su propia madre desconoció.
Clarisse fue enjuiciada bajo los cargos de brujería, y fue condenada a la hoguera. Todos ansiaban verla muerta, pues su magia era peligrosa e inestable. Así como lo era ella misma. El juez dio la sentencia en voz alta, y bajo la luz de la luna, como en cada juicio final, encendieron la plataforma que debió haber consumido la vida de la bruja. En su lugar, sucedió un incidente catastrófico.
Nadie sabe que ocurrió a ciencia cierta. La verdad es que nadie puede explicarlo. Solo se puede contarlo y dejar que el lector crea lo que deseé creer.
El fuego de la plataforma se expandió, como era de esperarse. No obstante, no envolvió a Clarisse. Las llamas feroces de fuego se alzaron por lo alto, dejando marcas en la plataforma hasta deslizarse por la tierra y quemar vivos a los espectadores que esperaban ver arder a la bruja de cabellos rojizos. En su lugar, ellos fueron los que agonizaron en el fuego hasta morir carbonizados. No hubo ningún sobreviviente. Nadie que pudiera contar lo que ocurrió con Clarisse después de aquella noche.
Las brujas cuentan con una conexión única con la naturaleza, por lo que no es de extrañar que ella hubiera manipulado el fuego de dicha forma. Pero su magia es más que conjuros y rituales. Es magia caótica.
De acuerdo con antiguos archivos de la antigua iglesia de Mystic Falls, los cuales fueron destruidos, pero se guardó una copia de ellos, las brujas caóticas no nacen como tal, son forjadas por sucesos de sus vidas, llevándolas a tener una vida corta pero donde son recordadas por sus actos caóticos que provocaron en el mundo. Ellas no necesitan un aquellarre o conjuros. Su magia no conoce límite alguno.
Descendiendo de la sangre de Lilith, las brujas caóticas pueden llevar una vida normal por un corto o largo periodo de tiempo, sin dar indicios de magia, pero sin importar cuánto se desee evitarlo, están condenadas a sufrir el peor de los destinos, para ser envueltas en el caos que las consume, explotando su magia, hasta que ésta misma termina por apagar sus vidas a través de enfermades cómo en cáncer.
Las brujas caóticas son capaces de controlar la mente de los demás, leer sus pensamientos, manipular objetos, teletransportarse, y poseer una fuerte conexión con la naturaleza. De llegar a agonizar, la bruja caótica expresara su dolor por medio de desastres naturales. Están destinadas a destruir el mundo. Por ende, semejante poder solo llega al mundo una vez cada cien años tras la muerte de una bruja caótica.
Se cree que Clarisse Hale experimentó el miedo y odio en la hoguera, dos emociones caóticas que llevaron a despertar su magia. No obstante, la vida de Clarisse después de aquella noche permanece en un enigma para todos. Nadie sabe cuánto tiempo vivió, y de morir se desconocen las circunstancias.
Hasta la fecha, es la última bruja caótica que ha pisado el mundo, y su próxima reencarnación llegará dentro de setenta años, aproximadamente.
Cora cerró el libro de golpe y exhaló profundamente, dejándose caer sobre la almohada de su cama, para mirar el liso e inmaculado techo blanco. Aquel libro era una recapitulación de las leyendas de Mystic Falls, no había muchos detalles explícitos, pero lo poco que había en aquel corto capitulo era sufucuente para hacerle saber que era cierto. Todo concordaba. Hasta su llegada a Mystic Falls ella no experimentó alguna anomalía, hasta que conoció a los hermanos Salvatore y escuchó hablar de dicha hoguera, donde estuvo la última de las brujas caóticas. Ella era la siguiente en la línea, y Clarisse posiblemente se le estaba manifestando en sueños por ser su antecesora en dicho puesto, si es que podía llamarle de aquella forma. Lo cierto es que no se le ocurría ningún término técnico para ello.
La leucemia se hizo presente meses antes de mudarse a Mystic Falls, y desde que usó su magia se ha sentido cada vez más débil, y las emociones caóticas parecen dominarla. Especialmente cuando estaba cercas de Damon. La noche del partido, las voces en su cabeza, sus pesadillas; absolutamente todo concordaba. Negarlo sería un acto estupido de su parte: era una bruja caótica. Y como tal estaba destinada a esparcir el caos.
Se incorporó abruptamente ante aquel pensamiento. No tenía porque ser asi. Si bien el libro decía que ninguna bruja caótica consiguió escapar de su destino, era porque no se sabía nada al respecto, pero tal vez Clarisse intentaba comunicarle aquello a través de los sueños. Tal vez ella intentó reescribir su historia, lejos de ser una bruja caótica y renunciar a dicha magia. Tenía que existir algún método para ello.
Convivía con dos hermanos vampiros, ella era la gemela de una actriz del cine 1954, y además lanzaba esferas mágicas. La idea de que una bruja muerta se le apareciera en sueños con mensajes en código clave no era tan extraña.
Se levantó de la cama y se apresuró en esconder el libro debajo de una de sus almohadas. Después de sacar el carne de la biblioteca, el señor Blossom le había dado como fecha límite de tres días para regresarlo. De ser posible lo devolvería el lunes antes de clases, pero antes tenía que pedir una segunda opinión a la única persona en la que podía confiar en aquellos momentos.
Tomó la siguiente dosis de su medicamento, adelantándolo por dos horas. No iba a arriesgarse a que a mitad del camino sus huesos se debilitaran, y dado que su magia también absorbía su vida, debía tener más cuidado.
Tomó su bolso, donde guardó su celular, y sabiendo que sus padres estaban encerrados en su respectiva habitación, Cora bajó las escaleras lo más silenciosamente que pudo, y sin dudar por un segundo, salió de la casa por la puerta trasera, sabiendo que así no haría ningún ruido que alertase a sus padres de su ausencia. Si tenía suerte, regresaría en menos de dos horas, antes del atardecer.
El sol empezaba a esconderse por detrás de las nubes para cuándo Cora llegó a la casa Salvatore. Algunos rayos de sol eran visibles y alcanzaban a bañar parte de la casa, mientras que la mitad de ella permanecía en completas penumbras sin un atisbo de que alguna luz estuviera encendida en su interior. Por un momento creyó que la casa estaba sola, y que posiblemente Stefan estaría afuera en algún lado del bosque cazando, pero rápidamente desechó aquel pensamiento al recordar que la noche donde Damon la atacó cuando ella entró a la vivienda. La casa parecía estar sola, pero ambos hermanos estuvieron ahí. No perdía nada con tocar el timbre y probar suerte.
Tomando una bocanada de aire, la joven rubia se aferró a la correa de su bolso negro que llevaba cruzado por su pecho y subió los escalones que llevaban a la puerta, tocó el timbre, y aguardó a que alguien le abriera.
Llegó a imaginar la posibilidad de encontrarse con Damon, y de ser así, esperaba que su magia no la abandonase cuando quería invocarla. No obstante, la respuesta que obtuvo fue la última que llegó a imaginar.
—Está abierto. —dijo una voz femenina desde el interior de la casa, y el ceño de Cora se frunció. Ella no recordaba que Stefan mencionara que tuviera una hermana o una segunda sobrina que aparentase ser su tía.
Vacilante, Cora entró a la casa y sintió como un escalofrío recorría su espina dorsal. Era la segunda vez que ponía un pie adentro, y los recuerdos no eran muy gratificantes para su gusto.
Dejó la puerta entreabierta, en caso de requerir un escape rápido por si Stefan no estaba allí. Avanzó con cautela unos cuantos pasos, y cuando llegó a lo que era el inicio de un pasillo que guiaba hacia las escaleras de la segunda planta, se detuvo en seco cuando vio como una chica alta de cabello rubio caminaba hacia ella vistiendo nada más que una toalla envolviendo su cuerpo desnudo.
La joven misteriosa se detuvo del mismo modo y ambas se analizaron con la mirada, sin poder creer lo que veían ante ellas, aunque por diferentes pensamientos. Cora no sabía cómo tomarse aquella imagen de esa chica caminando con una toalla al rededor suyo mientras tenía su cabello húmedo, claramente recién salida del baño.
Tragando saliva, Cora entrelazó sus manos delante de su abdomen e intentó sonreír, pero solo consiguió esbozar una extraña mueca que desconcertó aún más a la rubia.
—¿Cómo...?—empezó a decir ella—. ¿Quién...?
—Soy Cora—dijo la ojiazul en voz baja, sintiendo su boca seca. No quería ser indiscreta, pero aquella chica tenía una figura espléndida—. ¿Quién eres tú?—escupió aquella pregunta con recelo, sin poder soportar más la curiosidad.
—Lexi—se presentó mientras asentía con la cabeza, como si ella misma se hubiera respondido a una pregunta que no se llegó a formular en voz alta—. Amiga de Stefan.
Amiga de Stefan. Entonces, no era su hermana perdida ni nada parecido. Por alguna razón eso hizo enojar a Cora, pero trató de disimularlo lo mejor que pudo.
—Claro. ¿Él está aquí?
—En la ducha.
Aquello fue como recibir un golpe bajo en todos los sentidos. Por supuesto que iba a estar en la ducha, con aquella rubia deslumbrante. Stefan estaría con Elena, Katherine, Lexi y hasta una chica que era idéntica a ella, pero jamás con Cora. ¿Por qué no le sorprendía aquello? Ni siquiera sabía en qué momento pensó que sería bueno hacerse ilusiones al respecto cuando era claro que ellos no podían ser otra cosa más que amigos.
Intentando suprimir las ganas de gritar, Cora tuvo que obligarse en buscar y encontrar su propia voz y así mantener la poca dignidad que le quedaba. Era obvio que ella no tenía por qué estar ahí en ese momento.
—Ya veo—aclaró su garganta de forma más ruidosa de la que deseó—. Entonces será mejor que hable con él después.
—¿Quieres que le diga que estuviste aquí?
—No—dijo rápidamente—. No te molestes con eso. Yo...—sonrió débilmente—. Ya debo irme. Fue un gusto conocerte.
Y sin atreverse a mirarla o añadir nada más, Cora salió apresuradamente de la vivienda, cerrando tras de sí la puerta y empezó a alejarse de ahí a trompicones, pero no pasó de la barda hecha de piedras antes de caer de rodillas sobre el césped y sentir como la humillación la envolvía nuevamente. Era la segunda vez que buscaba a Stefan, y lo encontraba en compañía de otra chica en una situación íntima. Y lo peor de todo era que él desconocía eso por completo.
«Pero que torpe. Estúpida» se maldijo a sí misma en su mente mientras apretaba su mandíbula. No obstante, sus pensamientos se vieron interrumpidos por el graznido de un cuervo.
Cora siguió el sonido del graznido del cuervo y descubrió al ave de plumaje azabache observándola atentamente desde la rama de uno de los árboles que guiaban al bosque, por la misma ruta que ella tomó hace una semana. Por el mismo lugar donde Damon la persiguió, y ahora parecía estar llamándola.
Pero ella no tenía tiempo para sus juegos. Si su miseria le hacía gracia, entonces se iría lo antes posible. No le daría el placer de verla sufrir por un amor no correspondido, cuando era obvio que él solo se deleitaba con ello porque era como ver a Estella sufrir por lo mismo que él atravesó.
Poniéndose de pie, Cora le lanzó una mirada asesina al ave antes de marcharse de los terrenos de la casa, escuchando el aleteo de las alas del cuervo alejarse a la distancia mientras ambos tomaban rumbos opuestos. Ninguno de los dos se quedó para ver cómo una furiosa Lexi subía por las escaleras de la mansión y entraba como un tornado a la habitación de Stefan y le dedicaba una fulminante mirada que podría haber aterrado al mismísimo diablo.
—¿Acaso te volviste loco de remate?—exclamó la rubia al vampiro ojiverde, quién acababa de salir del baño y se estaba vistiendo en esos instantes.
Stefan frunció el ceño al ver cómo Lexi parecía poseída por el espíritu de la ira a indignación, sin llegar a comprender que la pudo llegar a estar en dicho estado.
—¿De qué hablas?
Lexi bufó, cruzó la habitación para tomar uno de los diarios de Stefan del librero y de él sacó una fotografía en blanco y negro de una hermosa mujer de cabello rubio recogido en un perfecto moño elegante luciendo un vestido escotado con un collar de perlas, el cual sostenía coquetamente con una de sus manos cubiertas por un guante y sonreía juguetona a la cámara. Elegancia y sensualidad en una sola fotografía; era ridículamente perfecta.
—Acabo de conocer a Cora—espetó Lexi, sacudiendo la fotografía en el aire—. Y vaya fue mi sorpresa al ver qué es idéntica a Estella. Cómo su gemela, podría decir—suspiró—. Stefan, tienes muchas cosas que explicar.— dijo, y Stefan supo con esas palabras que Lexi no lo dejaría en paz lo que restaba del día hasta que él no le contase absolutamente todo lo relacionado con Cora Beckham.
—No es lo que tú crees. Es más complicado. —musitó el castaño, terminando de abotonar su camisa mientras suspiraba por lo bajo. Lexi estaría más furiosa de lo que ya estaba cuando conociera la historia completa. Ya estaba preparado para ser víctima de su mirada juzgona, donde no lo dejaría en paz hasta presentarle un argumento creíble y que no sonase demente.
Era una causa perdida.
—Ilumíname. —dijo ella, alzando sus cejas mientras dejaba la fotografía de Estella sobre la cama de Stefan y ella buscaba en su maleta algo de ropa.
—Cora no es Estella. Se parecen, sí, pero solo físicamente. —empezó a decir.
—Me consta. Lo que no entiendo es ¿Por qué se parecen? Y, mas importante ¿Por qué hace menos de una hora me hablabas de que solo te quedabas en este pueblo por esta chica que se parece demasiado a tu exnovia loca?
Lexi se dirigió al cuarto de baño, el cual Stefan ya había desocupado, y entrecerró la puerta para comenzar a vestirse.
—Cuando llegué a Mystic Falls, conocí primero a una chica llamada Elena Gilbert. Nuestro encuentro fue... memorable, por muchas razones. Entre las cuales destaca el hecho de que ella también es idéntica físicamente a Katherine.
Stefan escuchó como el cepillo de cabello de Lexi golpeaba el suelo del cuarto de baño para acto seguido ver cómo ella salía todavía envuelta en la toalla y le dedicaba otra de sus miradas asesinas en compañía de un destello de incredulidad.
—Stefan—dijo ella con severidad—, te digo esto porque te quiero: estás severamente dañado emocionalmente.
—Lexi...
—¿Estas enfermo?—exclamó ella, un tanto histérica—. Ya es malo que Cora se parezca a Estella, pero ¿Dos chicas que viven en el mismo pueblo que son las gemelas de tus dos exnovias perversas? Debes ser un enfermo mental para quedarte por ellas.
—No es así.
Lexi entrecerró sus ojos para después enarcar una de sus cejas, haciendo que Stefan suspirase y agachase su cabeza un tanto derrotado.
—Tal vez al principio fue así.
—Aja.
—¿Me dejas terminar?
Lexi alzó sus manos en señal de inocencia y regresó al interior del cuarto de baño.
—Admito que me sentí atraído por Elena a causa de su parecido con Katherine. Necesitaba quedarme y conocerla, averiguar si era ella, y de no serlo, como era posible que se pareciera tanto. Pronto descubrí que no eran la misma persona, pero no quise irme.
—Porque ella era la sustituta perfecta de la reina psicópata. —dijo Lexi, y Stefan resopló.
—Ahora te escuchas como Cora. —masculló él, recordando las acusaciones de la joven Beckham respecto a ser la clon de Estella y las supuestas intenciones de Damon y Stefan de verla como el reemplazo de Estella.
—Ah, así que Cora si es consciente de que se parece a Estella.
—Yo no tenía idea de que Cora vendría a Mystic Falls. Se mudó con sus padres casi al mismo tiempo que yo vine. Nos conocimos en la escuela, y se podría decir que me tomó por sorpresa. Pensé que había perdido la cabeza. Las dobles de Katherine y Estella en el mismo pueblo; tenía que ser una broma de mal gusto.
—¿Y cómo es eso siquiera posible?—preguntó Lexi—. Digo, tal vez hay posibilidades de que sea normal un caso ¿Pero dos? Es demasiada coincidencia.
—Aun no sé eso.
—¿No lo sabes?
—Todo lo que sé es que Elena no es Katherine. Y Cora no es Estella.
—Así que Cora no es una maldita perra.
—No. Ella puede tener la cara de Estella, hablar como ella, pero por dentro, son dos personas totalmente diferentes—suspiró—. Lo mismo con Elena.
—¿Y al menos me vas a decir tus intenciones con esas dos chicas?
Stefan titubeó. Ni siquiera él lo sabía. Después con todo lo ocurrido con Damon, él ya no quería causarles más dolor a ellas y a sus seres queridos. Pero tampoco se veía capaz de estar lejos de ninguna de las dos, y no sabía por qué. Era como si una fuerza invisible lo atrajera hacia Elena, y era como estar dentro de una burbuja perfecta, donde sabía que estaba a salvo con ella, y dónde él quería hacerla feliz. Pero cuando estaba con Cora, sentía que absolutamente todo desaparecía y solo eran ellos dos. No en una burbuja, sino que todos alrededor se iban, y se olvidaba de quién era él y volvía a ser el chico humano con sueños y esperanzas. Sentía que podía confiar en ella. Ella sabía quién era él, y lo aceptaba como tal. Con Cora todo era real.
—No pienso lastimarlas—dijo, seguro de sus palabras—. Elena es una buena persona, y me consta que jamás será como Katherine, y si al principio me sentí atraído por ella a causa del parecido físico, no siento lo mismo que con Cora. Con Elena todo es tan perfecto que no parece real. Cora sacrifica todo por los que ama, es valiente, testaruda, y cuando estoy con ella.... Sé que ella es real, a diferencia de Estella. Es genuina, natural, espontánea, un alma libre. Y sería muy egoísta de mi parte querer atarla a mi lado.
Lexi salió en ese momento del baño ya con su cabello seco tras secarlo con la toalla y vistiendo un conjunto de fiesta color negro. Le miró con una pequeña sonrisa que iluminó sus ojos, y Stefan creyó identificar cierto orgullo y alegría por él a causa de lo que acababa de decirle.
—Cielos—suspiró—. Estás enamorado de Cora Beckham.
Stefan bajó su mirada y frunció su ceño. ¿Lo estaba? ¿En verdad podía estar nuevamente enamorado? Llegó a pensar que podía estarlo de Elena, pero ahora, con todo lo que había sucedido, estaba seguro de que él solo quiso ver a Katherine en ella, pero Cora era diferente en todos los sentidos. Con ella todo era impredecible, y adoraba eso, porque dudaba que existiera alguien más humano como Cora. Tenía sus virtudes, pero también tenía sus defectos que él amaba porque eran los que la hacían ser ella misma.
—Si—reconoció mientras sonreía ampliamente—. Si, estoy enamorado de ella.
—Vaya—exclamó en voz baja antes de sonreír abiertamente—. Entonces, no la dejes ir.
—No es tan fácil—dijo, volviendo a su semblante melancólico—. Con todo lo que ha sucedido ¿Por qué ella querría tenerme a su lado?
—Stefan, tal vez acabo de conocerla, pero ella estuvo aquí, preguntando por ti. Dime, ¿Por qué vendría a buscarte un fin de semana en lugar de estar con sus amigos o con sus padres en casa? Porque confía en ti, y le importas. ¿Qué más necesitas para saber que debes arriesgarte por ella?—entonces su semblante se volvió serio—. Cora no te esperará por siempre. Es humana, su vida es corta y preciada, y tiene el tiempo en contra—titubeó, antes de proseguir—. No sabes cuánto tiempo tendrá de vida, y cuando llegues a decidir ir por ella, puede ser tarde y te arrepentirás por siempre. Si la amas tanto como dices, déjala decidir si quiere tenerte a su lado o no. No elijas por ella, es lo peor que puedes hacer.
Cora tomó una profunda respiración antes de exhalar por la nariz y posar sus ojos azules en los lápices de colores que tenía apoyados al borde de su cama. Ella se encontraba sentada en posición de flor de loto, vistiendo nada más que su pijama de algodón, con su cabello recién mojado por la ducha caliente que acababa de tomar. Estaba exhausta, física y emocionalmente, y solo quería estar cómoda en su casa y alejarse de todo lo que acontecía del pueblo tan siquiera por esa noche.
Había recibido la llamada de Ava, quién la había invitado a una fiesta que llevaría lugar en el Grill, organizada por Caroline. Después de todo lo acontecido durante esa semana, Cora no tenía ánimos de asistir a más fiestas, mucho menos si era liderada por Caroline Forbes, por lo que tuvo que declinar la oferta de la pelinegra diciendo que tenía tarea pendiente por realizar. Y en parte era cierto, pero todo lo que había conseguido escribir en sus cuadernos era la fecha. No tenía cabeza para nada. En todo lo que podía pensar era en lo que estaba escrito en el libro de mitos y leyendas, y en la historia de Clarisse.
De acuerdo con las páginas de dicho libro, Clarisse poseía la habilidad de telequinesis, y dado que Cora hasta la fecha no hacía más que proyectar a vampiros asesinos y hacer explotar cosas, quería intentar controlar parte de su magia usando su mente.
Sus padres habían salido a cenar fuera del pueblo, por lo que no regresarían hasta la madrugada. Aparentemente ellos querían divertirse y alejarse también de los problemas de Mystic Falls, y tras asegurarse de que Cora había tomado su medicamento y de que no tenía intención alguna de salir, la dejaron sola en casa, no sin antes cerrar la puerta con llave y advirtiéndole de que no le abriera a los extraños. Una advertencia un tanto infantil, pero no podía contradecir a su madre que era policía.
Así que, al estar absolutamente sola, sin nada ni nadie que pudiera distraerla, quería poner a prueba su magia, saber que era capaz de hacer, y como controlarse.
Extendió su mano derecha y centró su atención en los lápices de colores, y de sus dedos brotó una estela de luz azul que envolvió a los lápices y estos lentamente comenzaron a levitar en el aire. Movió su dedo meñique, y el lápiz de color rojo se separó del resto.
Tomando impulso por esto, Cora extendió su mano izquierda, apuntando hacia su librero, y de él extrajo por medio de su magia su cuaderno de dibujos, el cual flotó en el aire hasta que las páginas de éste se desprendieron y los lápices de colores pronto exploraron, impregnando manchas de colores en cada una de las páginas en blanco que volaron en círculos alrededor de ella, envolviéndola en una explosión de color que la hizo sonreír ampliamente.
Fue como si una energía fluyera en ella, pero no se sentía asustada; era como si finalmente se liberara y despertara después de un largo sueño, y descubría quién era en realidad. Había encontrado algo que había estado perdido y no sabía cuánta falta le hacía, hasta ahora.
Era una bruja. Una bruja de verdad.
No obstante, su alegría pronto desapareció cuando el timbre de la casa sonó y llenó cada rincón del lugar, haciéndola bajar sus manos, y las hojas salpicadas de colores cayeron abruptamente al suelo. Cora frunció su ceño ¿Quién podía ser a esas horas y en fin de semana?
Esperó que la persona que tocaba a la puerta se fuera, tal vez era un vendedor, pero a los pocos segundos volvieron a tocar el timbre, y supo que no podría quitárselo de encima hasta abrir y ver de quién se trataba. Tal vez era Jenna, o inclusive podía ser Cedric, aunque dudaba que fuese éste último, pues él sabía cómo eran sus padres, por lo que hubiera llamado de antemano antes de atreverse a venir a visitarla.
Se levantó de la cama y pasó por encima de los papeles esparcidos por el suelo hasta tomar del clóset su bata se algodón púrpura, amarró las cintas apresuradamente para así bajar las escaleras, olvidándose por completo de sus pantuflas.
Se asomó por la mirilla, y cuando vio de quién se trataba se le cortó la respiración.
Sabiendo que él la escuchaba perfectamente al otro lado de la puerta, incluyendo sus propios latidos de su corazón, el cual ya estaba desbocado, se armó de valor y dignidad para así quitarle la llave a la puerta por dentro y abrir.
—Hola. —saludó él con una cálida y amable sonrisa que hizo que su corazón se derritiera.
—Stefan—suspiró—. ¿Qué haces aquí?—al percatarse de que su pregunta podía malinterpretarse, sacudió su cabeza y sonrió un tanto nerviosa—. Me refiero a que... ¿Qué haces a estas horas aquí, en mi casa?—aclaró.
—Bueno, vine por dos razones, y la primera es porque Lexi me dijo que fuiste a buscarme, y que te veías alterada.
La alegría que pudo residir en su corazón pronto se marchitó cómo una flor. Así que la sexy rubia tenía nombre.
—Ah, si—hizo una mueca, mientras que se apoyaba contra el marco de la puerta—. La chica con toalla.
—¿La chica con toalla?—repitió él, desconcertado. Cora arqueó su ceja y le miró con cara de pocos amigos. Tal vez Stefan no podía leer su mente, pero rápidamente comprendió lo que ella quería darle a entender, por lo que rápidamente sus ojos verdes se abrieron como platos y empezó a negar con la cabeza frenéticamente—. Oh, no. No, no, no, no, no.
Fue el turno de Cora en mostrarse desconcertada por su reacción. Eran demasiadas respuestas negativas para hablar de una chica.
—Lexi no es—suspiró, pero sus labios no pudieron esconder una sonrisa divertida por algo que Cora aún no comprendía, y eso la hacía sentirse exasperada—. Cora, Lexi es mi amiga. Y tiene 350 años.
—Oh.
Las mejillas de Cora se tornaron rojas como un tomate y repentinamente sus pies descalzos parecieron de lo más interesantes para ella en comparación de los ojos de Stefan.
—Lexi es mi mejor amiga. Lo ha sido por un largo tiempo. Jamás la he visto con interés romántico. Nunca.
—Por supuesto—por cuestiones de mantener su orgullo en alto, o al menos defenderse, alzó tímidamente sus ojos para volver a mirarlo, pero se arrepintió al instante, pues sus miradas se encontraron y nuevamente ella se sintió atrapada en aquellos ojos verdes—. No me puedes culpar por pensar que pasaba algo. Ella dijo que estabas en la ducha, y ella estaba en una toalla. La situación se puede entender de otra forma. —explicó, con sus mejillas ardiéndole cómo si el sol le estuviera dando directamente.
—Lo entiendo, pero créeme, Lexi es mi mejor amiga. Nunca la vería de la forma como yo—se interrumpió a sí mismo, y esbozó una tímida sonrisa—. No la veo del modo romántico. —dijo en su lugar, y Cora solo pudo asentir, sin comprender del todo del porqué hizo aquella pausa.
—¿Eso era todo?—dijo, rompiendo el breve silencio que llegó a formarse entre ellos dos.
—No. No pude evitar mi curiosidad, y necesitaba saber por qué fuiste a mi casa.
—Oh—exclamó, alzando sus cejas para después llevar su mano a sus labios como gesto nervioso. Asomó su cabeza hacia la calle, pero, como era de esperarse en el vecindario de Mystic Falls, la calle estaba desierta, por lo que abrió la puerta de par en par, invitándolo a pasar—. Creo que será mejor que te lo muestre.
Stefan frunció ligeramente su ceño, sin saber qué era lo que Cora podía tener entre manos. Creyó que tal vez había ocurrido algún incidente con su magia y había causado algún estrago en su casa. Incluso se preparó para encontrar a sus padres congelados como estatuas. Pero la joven rubia solo se limitó a cerrar la puerta una vez que él cruzó el umbral, solo que ella no tocó jamás la puerta con sus manos.
—¿Qué...?
Stefan vio como la ojiazul esbozó una tímida sonrisa para acto seguido alzar su mano derecha, y vio con incredulidad como de las yemas de sus dedos emergía una energía azul que rápidamente envolvió su mano, y pronto el menor de los hermanos Salvatore tuvo que poner todo lo que creía real en duda cuando vio como Cora materializaba de la nada un libro y éste levitaba en el aire.
Cora jadeó.
—Hace cinco minutos no podía hacer esto. —susurró, conmocionada por ver cómo había convocado el libro que había dejado en su habitación y éste solo apareció en el aire, envuelto por aquella energía azul zafiro. Su intención había sido hacerlo bajar por esas escaleras, pero en su lugar se teletransportó hasta ellos.
Lentamente sostuvo con sus dos manos el libro de mitos y leyendas y se lo entregó a Stefan, quién lo tomó receloso solo para después abrirlo y hojear su contenido.
—Esto fue escrito por varios autores—murmuró él, tras echarle un rápido vistazo a los capítulos donde hablaban de vampiros, brujas, licántropos y magia caótica—. El capítulo de Clarisse es diferente al resto. Parece que es una recapitulación de información de apuntes que hicieron otras personas.
—Pensé lo mismo. Quería buscarte para preguntarte qué sabías tú al respecto. Si algo de lo que está escrito ahí era necesariamente verdad, o si tal vez....
Cora mordió su labio inferior y se balanceó sobre sus talones.
—¿Qué cosa?—inquirió él en voz baja, curioso por la pausa que tomó ella—. Cora, sabes que puedes confiar en mí y contarme todo lo que te moleste. Estoy aquí, y no me iré a menos que me lo pidas.
Cora tomó una bocanada de aire e hizo una mueca con sus labios.
—Estaba asustada de esta magia. Aún lo estoy—confesó en voz baja, mirándolo a los ojos—, pero ahora que estoy tomando mi tiempo para conocer este poder, creo que ya no me desagrada tanto. Tenía esperanza de que supieras algún método para deshacerme de mi magia, pero ahora no pienso igual como hace dos horas.
—Entiendo.
Cora resopló y masajeó sus sienes mientras apartaba con un movimiento brusco mechones de su cabello rubio húmedo de su frente.
—Debes pensar que estoy loca. —dijo con una media sonrisa, mirando al techo.
—En realidad, creo que eres valiente.
Cora se volvió hacia él para mirarlo con incredulidad, pero al ver qué era honesto con sus palabras, toda mirada de recelo que había en su semblante desapareció y una tímida sonrisa volvió a cruzar por sus labios.
—¿En verdad? ¿Por qué?—inquirió en voz tan baja que casi fue un susurro.
—Porque no cualquiera aceptaría cargar con esta responsabilidad. Cora, esta magia es desconocida, e inestable. Y aun así estás aquí, diciéndome que estás dispuesta a aceptar los riesgos y encontrar lo positivo de una de las magias más peligrosas que nadie ha visto jamás—hizo una pausa, antes de proseguir—. Y es por eso por lo que no te dejare atravesar esto sola.
—Bien—suspiró aliviada—, porque.... Nunca antes me sentí más sola—susurró con una triste sonrisa—. Estoy escondiéndole secretos a mis padres, Cedric no sabe aún que soy una bruja, y justo ahora, eres literalmente la única persona en quien puedo confiar. El único al que puedo hablarle acerca de vampiros, magia, brujas, estrellas muertas de cine, hogueras y demás.
No sabía cómo, pero de algún modo el chico nuevo y misterioso de Mystic Falls no solo resultó ser un vampiro, sino también la persona en quien ella sentía que podía confiar ciegamente, con quién se sentía a salvo.
Si tan solo pudiera contarle acerca de la leucemia. Quería sostenerse de sus brazos y gritarle que ella tenía leucemia, y que moriría de algún modo u otro. Pero no podía hacerlo. Una parte de ella seguía retraída y se negaba a qué Stefan la mirase cómo una enferma y tratase como si fuera de porcelana. Todavía no tenía por qué hacerle saber de su condición. Tal vez dentro de un año las cosas con Damon se calmarían, y todos llevarían una vida normal, sin correr por los bosques por la noche mientras cazaban vampiros, o éstos los cazaban a ellos.
¿Por qué no seguir creyendo en que aquello no duraría por siempre? Siempre llegaba la calma después de la tormenta. Tenían que pensar más sobre la paz y menos en las guerras y el odio. Alguien tenía que hacerlo, y Cora todavía no estaba dispuesta a renunciar a dicha creencia.
Cora pestañeó, intentando alejar sus pensamientos que tomaban un rumbo que todavía estaba lejos de ser escrito, y se concentró en los ojos verdes de Stefan. Nunca se cansaría de observarlos y sentir que descubría nuevas tonalidades de verde en un solo iris.
—Siento haberte recibido en pijama—dijo entonces—. Cómo verás, estoy sola en casa y tenía el plan de quedarme aquí.
—Eso me lleva a recordar el segundo motivo por el que estoy aquí—dijo él—. ¿Te apetece ir al Grill?
Cora formó una sonrisa burlona que la llevó a alzar sus cejas y mirarle un tanto escéptica, sin poder creer lo que acababa de oír de su parte.
—¿En verdad irás a la fiesta que organizó Caroline?
—Lexi no me dejó alternativa—se encogió de hombros—. Además, hoy es mi cumpleaños.
Cora sonrió divertida por ello, creyendo que lo decía como un pobre intento de convencerla para asistir esa noche a la fiesta. No obstante, al ver que él aguardaba expectante a su reacción, la joven Beckham empezó a balbucear incoherencias.
—¿Hablas en serio? ¿Hoy es tu cumpleaños?
—Así es. —asintió él con la cabeza.
—Yo.... Ni siquiera tengo un regalo para ti ¿Por qué no me lo dijiste esta mañana?—dijo, hablando rápidamente y con cierta torpeza que le hizo gracia al ojiverde.
—Sucedieron muchas cosas, y, honestamente, no lo encontré como algo relevante.
—Por Dios ¿El día que viniste al mundo no es relevante?—Cora se atrevió en darle un golpe en el brazo para después saltar hacia él y envolverlo con sus delicados brazos—. Feliz cumpleaños. 162 años de vida. Mereces festejarlo y alejarte de esta extraña y sombría monotonía por una noche.
—No lo olvidaste. —murmuró él con una media sonrisa cuando se separaron del abrazo, refiriéndose a qué ella recordaba los años que él cumplía ese día.
—Es difícil hacerlo. Eres el único chico longevo y mejor conservado que conozco. —bromeó ella, haciendo que Stefan riera.
—¿Entonces? ¿Me acompañarás?—preguntó un tanto animado, interpretando el éxtasis de la rubia como señal de que iría con él.
No obstante, Cora hizo una mueca y negó con la cabeza, disculpándose por ello.
—Lo siento, pero en verdad no puedo ir—musitó, abrazándose a sí misma en el acto—. Lo de anoche aún persiste en mi memoria, y siento que hasta ahora la adrenalina está abandonándome y solo quiero descansar.
Además, ella tenía el presentimiento de que Stefan necesitaba disfrutar esa noche con su mejor amiga. Si ella solo vino al pueblo por su cumpleaños, debían pasar la noche juntos y divertirse, sin nadie más al rededor. Solo ser ellos mismos sin limitaciones por cuidar de una humana. Él se merecía eso.
—Lo entiendo.
—Te agradezco que vinieras. Y, en verdad siento si le causé una mala impresión a tu amiga.
—Descuida, en realidad ella juraba que eras Estella.
Cora sonrió amargamente. Eso explicaba porque la había mirado detenidamente de la forma en la que lo hizo. Lexi seguramente pensó que Cora era Estella, la chica que le destrozó el corazón a su mejor amigo. Ahora comprendía mejor la necesidad que sintió en ese momento por presentarse; de no hacerlo ahora mismo estaría con tres costillas rotas.
—Eso explica porque ella me veía como si quisiera lanzarme por una de las ventanas. —comentó, y Stefan rio por lo bajo.
—Lexi jamás conoció en persona a Estella, pero le conté lo suficiente para que ella la odie como si la hubiera insultado en su cara.
—Suena a que en verdad te aprecia. Y tú a ella—señaló para acto seguido suspirar y abrir la puerta por medio de la telequinesis. Se sentía raro, poco natural, pero era bueno que empezara a tomar práctica con acciones sencillas—. Ve y diviértete. Te veré en clases.
Stefan asintió y apretó sus labios, y por un momento Cora tuvo la impresión de que él quería decirle algo más, pero tal vez fue solo obra de su imaginación, pues él se dio media vuelta y salió de la casa, solo para después volverse nuevamente hacia ella una vez que se detuvo en el primer escalón del pórtico.
—Buenas noches, Cora.
—Buenas noches.—se despidió ella, y cerró la puerta.
Tras volver a encerrarse bajo llave en la casa, Cora volvió a su habitación y se dispuso a recoger el desorden de papeles con ayuda de su magia, juntando cada hoja hasta formar una pila. Cuando acabó de hacer esto, guardó por si misma las hojas en uno de sus cajones de ropa junto a la encuadernación vacía del que fue su cuaderno de dibujo, pero cuando se dispuso en ir a la cama, se percató de que no tenía el libro con ella, y recordó que Stefan, antes de irse, lo dejó junto a la mesa de la puerta donde estaban las llaves y la agenda de sus padres.
Suspiró con resignación por tener que volver a bajar, y nuevamente llegó escaleras abajo para recuperar así el libro, el cual debía regresar a la biblioteca. Una vez más, subió las escaleras y acomodó el libro en su mesa de noche, por debajo de sus cuadernos de la escuela, y no fue hasta entonces cuando recordó que tenía todavía tarea de álgebra, inglés, geografía e historia pendientes, y resopló. La idea de subir y bajar escaleras diez veces sonaba mejor que hacer todo eso. Tenía que entregar tres ensayos, resolver veinticinco problemas que involucraban despejar la X y hacer cálculos que ella no entendía.
Sabiendo que de nada serviría retrasar los deberes para la mañana siguiente, Cora se sentó en su cama y agarró el libro de historia para leer las diez páginas que la profesora Carlyle le encargó a la clase y escribir un ensayo dos cuartillas donde recapitularan lo que leyeron. No era tan difícil, pero Cora no tenía cabeza para nada, ni siquiera para leer un solo renglón. Su mente solo estaba en Stefan.
¿Y si él en verdad la visitó con el único objetivo de que ella lo acompañara? ¿Por qué tomarse la molestia de aparecerse ante su puerta? Además, era su cumpleaños, una ocasión especial, y él había decidido en visitarla a ella en lugar de a Elena o de ir directo al Grill con su amiga. Y ella lo había rechazado por preferir estar metida en la cama en pijama.
Era joven, y tenía el tiempo en contra suya. ¿Por qué quedarse en casa cuando todavía podía salir? Había tomado su medicamento, cenó un vasto coctel de frutas, y no sentía dolor en sus articulaciones esa noche. No había excusa alguna para ir. Y la tarea siempre podía hacerla mañana a primera hora. Podía aprovechar e ir a la biblioteca para sacar más información y sacar una buena nota en las demás materias en caso de fracasar con las ecuaciones.
Decidida, Cora saltó fuera de la cama y se dirigió a su closet, buscando ropa apropiada para una fiesta casual, pero sin verse tampoco del todo sencilla. No solo quería demostrar que estaba sana, así fuera engañándose a sí misma frente al espejo durante el tiempo que pudiera, sino que también esperaba impresionar a Stefan.
Cuando vivía en Chicago, solía moverse en el metro, o sus padres la llevaban en sus respectivos autos a dónde ella quisiera, pero desde que se mudó a Mystic Falls ella había caminado más de lo que nunca hizo en Chicago, y aunque era terriblemente dañino para su estado de salud, pues no podía forzar a sus huesos y músculos a caminar distancias que superaran el kilómetro, Cora se sentía mejor que nunca. Era gratificante sentir la brisa fresca de la noche abrazar su cara, escuchar el sonido de las hojas de los árboles, el ulular de los búhos, y el canto de los grillos.
Tal vez Mystic Falls podía albergar sombras acechando en la oscuridad, pero a pesar de todo, tenía cierta belleza que la hacía sentir atraída cada vez más hacia ese pueblo, y entendía porque su mamá pensó que podía ser un buen lugar para ella dada su enfermedad. De no ser por los vampiros, Mystic Falls era el rincón más tranquilo y hermoso en el mundo. Lejos del caos de la gran ciudad y la contaminación.
Cuando llegó al Grill, Cora se detuvo ante las puertas del local y se inspeccionó a si misma. Llevaba puestos unos jeans azules con una blusa de blanca de manga larga ceñida al cuerpo con los hombros descubiertos y escote circular a juego con botines blancos de tacón de cinco centímetros, y su cabello rubio estaba recogido en una coleta alta de caballo, dejando algunos mechones sueltos alrededor de su cara. Tal vez el blanco era muy sencillo, o al contrario, demasiado llamativo, pero ya no podía arrepentirse de su elección de vestuario.
Sin pensar demasiado, entró al lugar, y su cuerpo inmediatamente se impactó con el de Matt.
—Lo siento. —se disculparon ambos, y cuando sus miradas conectaron por una milésima de segundo, Cora no fue capaz más que sentir culpa y remordimiento por lo ocurrido con Vicki. Por lo que se obligó a apartar bruscamente la mirada y volver a disculparse en voz baja para así esquivarlo y alejarse a toda prisa, caminando casi a ciegas hacia la barra donde buscó apoyo y escondió su cara por detrás de sus mechones sueltos de cabello.
Había imaginado encontrarse con Caroline, Ava, e incluso Elena. Pero no creyó tener que encarar tan pronto a Matt, y ahora sabía que no podría hacerlo por un largo tiempo, pues solo podía ver el cuerpo de Vicki, y escuchar el eco de los alaridos de dolor de Jeremy.
—¿Le sirvo algo?—escuchó la voz del barman, y Cora solo pudo asentir con la cabeza.
—Solo agua fría. —murmuro, sabiendo que no tenía edad para beber, y la verdad no estaba de humor para ponerse ebria esa noche.
El hombre asintió y buscó un vaso de cristal donde sirvió agua y puso varios cubos de hielo. Lo deslizó por la barra hacia Cora, pero cuando ella lo iba a tomar, una segunda mano lo tomó, y por la barra se desplazaron diez dólares.
—Bourbon. Y yo invito lo de ella.
Cora puso sus ojos en blanco y se volvió con exasperación hacia Damon. Si la culpa por lo que sucedió con Vicki le pesaba, lidiar con Damon era una tarea todavía más ardua que le daba dolor de cabeza.
—¿Qué haces aquí?—espetó ella, intentando arrebatarle el vaso de su mano, pero él fue más rápido y se inclinó hacia atrás. Al ser más alto que ella, Damon tenía cierta ventaja. Era en ocasiones como esas cuando Cora en verdad detestaba medir un metro sesenta. Ni un centímetro más, ni un centímetro menos.
—Caroline me invitó ¿Acaso a ti también te invitó?—chasqueó la lengua y esbozó una sonrisa socarrona—. Creí que ustedes dos no se agradaban.
—Ava me invitó.
En parte era cierto. La prima de Cedric fue la primera persona en invitarla, pero ahora que estaba en el lugar, no veía por ningún lado a la pelinegra. Tal vez estaba en algún lugar del restaurante, o incluso pudo haberse quedado en casa.
Damon le tendió entonces el vaso con agua, más se acercó más de lo debido, quedando peligrosamente cercas de ella hasta que Cora pudo sentir su aliento sobre sus labios. Se estremeció, pero no apartó sus ojos de los suyos. No se dejaría intimidar tan fácil.
—¿Por qué estás aquí en realidad, Cora?—preguntó en voz baja y ronca—. ¿Acaso quieres probar que estás igual de sana como Elena y Caroline? ¿Cuántas imprudencias más necesitas cometer para darte por satisfecha en tu corta vida? ¿Cuándo será suficiente para ti?—entonces se apartó bruscamente de ella, y volvió a tener aquella irritante sonrisa burlesca que tanto exasperaba a la joven Beckham—. No debiste de haber venido.
Cora tragó saliva en seco, e inmediatamente le arrebató el vaso de vidrio a Damon para así tomar un sorbo de agua helada. Sintió como el frío líquido se deslizaba por su garganta, ayudándola así a mantener la compostura.
—Creo que eres la persona menos apropiada para decirme qué hacer. —dijo ella con tono mordaz.
El barman regresó entonces con la bebida de Damon, y el azabache tomó el vaso, brindando con ella en el aire para así tomar un trago de bourbon. Cora puso los ojos en blanco, le dio la espalda, y le dio otro sorbo a su bebida. Estaba dispuesta a ignorar a Damon hasta que éste se aburriera de ella, no obstante, pronto su atención se vio desviada al rincón opuesto del lugar, dónde se encontraba el rincón de juegos, y acaparando la mesa de billar estaba Stefan sonriéndose cómplice con una chica alta y rubia.
—Quiero ver que me ganes. —decía él a modo de reto, y ella resopló.
—Será algo tan sencillo de hacer; dalo por hecho.
Cora alzó sus cejas y se encontró a sí misma esbozando una sonrisa. Jamás había visto a Stefan tan relajado, siendo un verdadero adolescente, lejos de su aura melancólica y atormentada que se podía encontrar en un personaje de Jane Austen o de las hermanas Brontë. Era ver al Stefan de dieciséis años, antes de que conociera a Katherine. Antes de ser un vampiro. Parecía que con Lexi él podía ser un vampiro, pero también un chico despreocupado. No tenía por qué fingir; era él mismo.
Damon se percató de cómo la postura a la defensiva de Cora cambiaba una más relajada, por lo que siguió su mirada por encima de su hombro, y contempló lo mismo que ella. Cora lo escuchó reír por lo bajo de manera sarcástica.
—Stefan sonriendo—dijo él—. Llamen a los medios de comunicación.
Cora entrecerró sus ojos y se volvió nuevamente hacía él.
—Últimamente no le has dado muchos motivos para ser feliz ¿Me equivoco?
—Tienes razón, pobre Stefan. Torturado por su depravado hermano.
Cora bufó y le dio nuevamente la espalda, volviendo a su labor de ignorarlo. Damon claramente adivinó dicha intención, pues se acercó más hacia ella hasta que sus labios casi rozaron su oído.
—¿Nunca te cansas de juzgar tanto?
Cora tomó una profunda respiración y se obligó a negar con la cabeza, manteniendo la compostura.
—Solo lo hago en presencia de psicópatas.
—Ouch—exclamó él en modo teatral—. Considera a este psicópata con sus sentimientos heridos.
Cora tomó una profunda reparación y sonrió con amargura.
—¿Nunca te cansas de fingir ser malvado? Deberías seguir el ejemplo de tu hermano, y abrirte con alguien. Vampiro, humano, licántropo; alguien con quién puedas hablar. Te ayudaría demasiado para olvidarte de este plan macabro de venganza que al final, ten por seguro, te llevará a estar solo. Detente ahora antes de que sea demasiado tarde para ti.
Cora bebió de golpe el resto de su agua y dejó el vaso sobre la barra, rodeó a Damon, pero se detuvo en seco para así mirarlo por encima de su hombro.
—Respondiendo a tu pregunta—dijo, y él la miró con una ceja enarcada, expectante—. Jamás será suficiente para mí, Damon. Me he resignado a eso porque tal vez ya no estaré aquí mañana. Cada día es un regalo para mí, y eso me lleva a veces a cometer imprudencias—sonrió con tristeza—, cómo creer que vampiros psicópatas que cometieron crímenes atroces pueden salvarse a pesar de todo.
Sin añadir nada más, se alejó de la barra para caminar a la zona del restaurante y pedir una ensalada, dejando a solas a Damon con sus pensamientos, preguntándose y maldiciéndose por que aquella chica pudiera leerlo mejor de lo que ella misma era consciente, porque le gustaba que ella lo conociera, y porque estaba a punto de fallarle, y tal vez nunca más obtendría su perdón.
Ava terminó de lavar sus manos y se miró al espejo. Estaba hecha un desastre. Había bebido más de la cuenta y con el estómago vacío, acababa de vomitar, todo le daba vueltas, y solo quería ir a casa, pero no podía porque no podía conducir, y su primo no respondía a sus llamada, y por si fuera poco, no podía llamar tampoco a sus padres porque ellos la creían en la cama. Estaba atrapada. Y todo por una estupidez.
Él ni siquiera había reparado de su presencia. Ni una sola mirada, absolutamente nada.
Maldiciendo en voz baja, Ava se apoyó del lavamanos y sostuvo su propia mirada en el reflejo del espejo. Estaba hecha un desastre.
La pelinegra buscó en su bolso su lápiz labial y retocó sus labios, intentando verse presentable y no como una prostituta o algo mucho peor. Estaba totalmente desaliñada. Su cabello parecía un nido de pájaros, y su vestido se había rasgado del lado derecho, y estaba segura de que uno de sus tacones estaba a punto de romperse.
Cuando volvió a guardar el lápiz labial, pensó en volver a probar suerte y llamar a su primo. No obstante, la puerta del baño se abrió en ese momento, y al lugar ingresó Caroline, quién al verla ahí puso cara de pocos amigos y se acercó al lavamanos para retocar su maquillaje.
—Así que viniste. —dijo la rubia al cabo de unos segundos de completo silencio incómodo.
—No podía perderme la fiesta del siglo. —dijo con sarcasmo, sin saber cómo es que su voz se escuchaba firme pese al alcohol que seguía en su sistema.
—Viniste por él ¿No es así?—rio sin gracia alguna—. Y yo me consideraba patética.
Ava tensó la mandíbula y se apoyó más de lo necesario del lavamanos. Caroline interpretó su silencio como aliento de seguir lanzándole palabras hirientes, por lo que sonrió con cinismo y clavó sus fríos ojos verdes en ella, usando a la joven Sulez para desquitar su enojo y tristeza por algo que Ava desconocía por completo, y ahora ella lo estaba pagando.
—¿Sabes porque le dije a Elena que Matt gustaba de ella? Porque necesitaba quitarla de la ecuación para acercarme a Cedric, pero también porque sabía que Matt nunca te verá de la forma en como mira a Elena. Para él, tú eres un cero al lado de ella. Diría que hasta te hice un favor, te mostré la verdad. Depende de ti ver los hechos o seguir negándote a qué nunca tendrás oportunidad con Matt.
Dedicándole una sonrisa frívola, Caroline la miró con desdén y salió del baño y dejó nuevamente a solas a Ava. En cuanto la puerta se cerró, la pelinegra soltó lo que pareció ser un alarido de furia y frustración, para acto seguido golpear con fuerza el lavamanos, imaginando que era la cara de Caroline, pero rápidamente se arrepintió de ello.
La sensación de hormigueo pronto recorrió su brazo derecho, para después verse sustituto por un dolor agudo que la hizo abrir sus ojos como platos y ahogar un grito.
—¿Estás bien?
Ava alzó la mirada, y entre lágrimas vio como una chica rubia de ojos azules se acercaba a ella y con gentileza sostenía su brazo desnudo y lo examinaba.
—Creo que no—dijo—. Probablemente me rompí el brazo.
—¿Te duele?
Hizo presión en varios puntos, y si bien le dolía, no era un dolor insoportable, aunque si molesto y punzante.
—Un poco. —musitó con sus labios fruncidos.
La joven sonrió de lado y sacudió su cabeza.
—Buenas noticias, no tienes el brazo roto—anunció, y el alivio embriagó rápidamente a Ava—. Solo te desgarraste el músculo. Cómo si hubieras hecho un gran esfuerzo al ejercitarte—ejemplificó—. Te dolerá toda la noche, pero si tomas un analgésico y duermes en la posición correcta, evitando hacer presión sobre tu brazo, mañana estarás como nueva.
Ava pestañeó para mirar mejor a través de sus ojos cristalinos, y pronto se descubrió a si misma reconociendo aquellos grandes ojos azules.
—¿BMW Coupé, 2010?—susurró, y la rubia primero le dedicó una mirada de desconcierto, más pronto la reconoció del mismo modo y sonrió abiertamente. Aquella sonrisa era inconfundible, nadie podía sonreír del modo en el que ella lo hacía: radiante, elegante, sensual, y con despreocupación. Era la chica forastera que conoció en el autolavado.
—Ava Sulez, la chica del autolavado que su primo la dejó sola con la bruja de la escuela—entonces su ceño se frunció—. ¿Acaso era la rubia que salió de aquí?
—Se podría decir. —dijo con una mueca.
—¿Ella te hizo esto?
—No—negó apresuradamente al ver cómo aquella chica parecía dispuesta a ir tras Caroline—. Yo lo hice. Discutimos, o más bien ella habló, y en un arranque de ira y por ebriedad decidí que sería buena idea estampar mi puño contra el lavabo.
—Bueno, esa chica tiene suerte de que tú puño no conociera su cara. Tendría ahora mismo la mandíbula rota.
Ava sonrió tímidamente y se encontró a sí misma sonrojada.
—Lo siento, soy terrible recordando los nombres ¿Isabella?
La rubia se rio por aquello y movió su cabeza en señal de negación.
—Rosalie.
—No te lo tomes personal. Me pasa con todos, hasta con las fechas de cumpleaños. En serio, con tantos tíos que tengo es difícil recordar cada cumpleaños.
—Está bien, me pasa lo mismo.
—Pero tu recordaste mi nombre. —indicó un tanto avergonzada, y fue solo entonces cuando se percató de que Rosalie aún sostenía su brazo.
La rubia ojiazul del mismo modo reparó en ello, pues posó sus ojos azules sobre su mano que sostenía el brazo de la pelinegra.
—Fue fácil—musitó—. Tu rostro es difícil de olvidar.
Deslizó su mano por debajo de su brazo, hasta detenerse momentáneamente en los dedos se Ava, y si bien ella se encontraba muda, por alguna extraña razón le gustaba sentir su tacto sobre ella. Era reconfortante.
Rosalie soltó su agarre, y retrocedió un paso para tomar de su bolso de mano, del cual sacó un cepillo y, sin tocarla, guio a Ava hacia el lavamanos para obligarla a recargarse sobre él y empezó a cepillar su cabello.
—Amiga, déjame decirte que te ves terrible—dijo—. ¿Cuánto has bebido?
—Bueno, recuerdo discutir con el barman cuando descubrió que mi identificación era falsa tras el quinto trago, y luego terminé encerrada aquí, vomitando. —contestó en un murmullo.
—Y ¿Tus padres saben que estás aquí?
—No. —confesó, sintiéndose de lo más avergonzada por ello.
—Ya veo—para su sorpresa, le dedicó una sonrisa cómplice—. Mi hermano mayor tampoco sabe que estoy aquí. Si bien soy adulta, sigo siendo su hermanita a la que él debe sobreproteger. Así que, creo poder ayudarte a cómo volver a casa. Pero primero debes comer algo, y tomar mucha agua y un jugo para tu estómago vacío. Porque, sospecho que bebiste sin haber comido nada ¿Me equivoco?
Rosalie extendió sus dos manos y Ava terminó con su rostro acunado entre sus brazos mientras ella le sujetaba el cabello en una coleta de caballo.
—Estas en lo cierto. —dijo en voz baja, casi un susurro.
—Descuida, todos hemos estado alguna vez en tus zapatos. Y los que no, es porque aún no abrazan su lado salvaje para después aprender la valiosa lección.
—¿Y cuál es esa lección?
—Creo que sabes cuál es—respondió con una media sonrisa, para después guardar su cepillo y tomar corrector y aplicarlo en el rostro de Ava—. Y si no, lo sabrás mañana después de lidiar con la resaca.
Ava gimió. Si la cabeza ya estaba torturándola, no quería imaginar que sería de ella al día siguiente. Maldita sea la rebeldía de la adolescencia por querer beber de más. ¿Por qué era tan impulsiva?
—Gracias, por ayudarme. Lo cierto es que me salvaste de caminar sola a casa con un brazo adolorido.
—No tienes por qué agradecerme—la rubia guardó su corrector y cerró su bolso para así sonreírle a Ava—. Ahora te ves hermosa, sin plastas de maquillaje y ese cabello rebelde.
Ava giró sobre sus talones lentamente y encontró una imagen distinta en el espejo a la que había contemplado minutos atrás. Era imposible que fuera ella misma. Su cabello estaba recogido en una coleta alta, resaltando sus pómulos afilados. Rosalie había removido con una esponja parte del maquillaje excesivo y aplicó una delicada y fina capa de corrector en las zonas más requeridas, dejando así su cutis natural. Sus ojos color ámbar resaltaban como si fueran gemas preciosas, y su blusa roja sin mangas de escote de cascada lucía mejor al no tener cabello cubriendo sus hombros.
—Eres como un hada madrina. —dijo, sintiéndose maravillada por lo que había logrado en cuestión de minutos. Ni siquiera aparentaba haber vomitado o bebido una sola gota de alcohol.
—Me gusta la idea de que soy tu hada madrina.
Rosalie rio con delicadeza y apoyó su barbilla sobre el hombro de la pelinegra. Ésta última contempló la imagen de las dos juntas, y no pudo evitar sentir un deseo tan intenso de besarla, olvidándose de Matt, Caroline y Elena. Pero no era correcto. Ella sabía perfectamente sus preferencias, le atraían hombres y mujeres por igual, pero no sabía si ella solo era amistosa y confiada, o si había la posibilidad de que también le atrajeran las mujeres y le estuviera coqueteando. Desde que la conoció sintió una terrible tensión que pensó que tal vez solo se debía a causa de su imaginación por estar demasiado tiempo bajo el sol, pero ahora pensaba que tal vez podía ser algo más.
—Ven—Rosalie entonces se separó de ella solo para acto seguido sostener la puerta del baño con una de sus manos, mientras que la otra la extendía hacia la joven pelinegra—, tienes que comer algo. Yo invito.
Ava aceptó su mano sin titubeos, y ambas chicas se sonrieron para así salir de aquel lugar y dirigirse al restaurante.
Cora volvió a encontrarse a sí misma apoyada en la barra del bar, pidiendo nuevamente un vaso de agua fría. En el restaurante le negaron eso diciendo que los hielos estaban en la zona del bar, por lo que tuvo que regresar y esta vez pagarlo. Al menos no había rastro alguno de Damon, lo cual era consolador, así como preocupante. No saber el paradero del hermano mayor de los Salvatore significaba en muchas ocasiones señal de peligro.
Intentando apartar sus pensamientos del vampiro ojiazul, Cora bebió un sorbo de su vaso, y cuando estaba por volver al área del restaurante y seguir torturándose sobre acercarse a Stefan o volver a casa, se encontró junto a Lexi, quien había aparecido en algún momento y le pedía con toda confianza al barman unas bebidas.
—Dos tequilas. —ordenó.
—Quiero ver su identificación. —demandó el hombre tras la barra, mirándola con recelo, más Lexi arqueó sus cejas.
—No, no necesitas ver mi identificación.
La expresión del hombre cambió como si hubiera entrado en un trance, y después reaccionó.
—Dos tequilas...
—Gratis. —añadió con una sonrisa encantadora.
—Cortesía de la casa.
Cora apretó sus labios. Así que así funcionaba la compulsión. Era algo aterrador, pero útil para situaciones inofensivas como pedir tragos.
Lexi entonces se volvió hacia la joven Beckham mientras el barman servía los tragos y le dedicó una media sonrisa.
—Cora Beckham.
—La chica con toalla. —dijo sin pensarlo demasiado, e inmediatamente se arrepintió de ello. Eran sus celos sin fundamento hablando.
No obstante, Lexi se lo tomó de buen animó, pues su sonrisa se acentuó y se encogió de hombros.
—Me han dicho peores cosas. —repuso, para así recibir los tragos que el barman le entregó.
—Ese es un truco bastante útil. —halagó la joven rubia.
—Gracias. ¿Quieres que te consiga alguna bebida gratis también? O si quieres, podemos probar en el restaurante.
—Gracias, pero procuro no beber alcohol—dijo con un encogimiento de hombros—. Además, mis padres no saben que estoy aquí.
—Creo que la mitad de los chicos que están aquí salieron de casa sin permiso. —comentó con una sonrisa burlesca para así beber de su respectivo trago, haciendo que el ceño de Cora se frunciera, y recordó que Damon también había bebido alcohol.
—No sabía que ustedes podían beber. —musitó, verdaderamente curiosa por ello.
—Ah, sí. Lo hacemos principalmente para lidiar con el hambre.—explicó—. Aunque también es la causa de que existan muchas vampiresas.
—Así que aplacan el hambre como los humanos con el alcohol y los cigarrillos.
—Exacto—sonrió—. ¿Ves? No hay mucha diferencia.
Cora sonrió igualmente y se sentó en el taburete.
—Siento haberme presentado de aquella forma—se disculpó, verdaderamente arrepentida por su comportamiento irracional y errático—. De seguro pensaste que debía ser Estella.
—Si, Stefan ya me puso al tanto de todo—frunció sus labios—. Casi todo.
Cora solo pudo asentir con la cabeza y echó un vistazo hacia donde estaba Stefan, quién buscaba matar tiempo lanzando unos cuantos dardos, aunque no parecía costarle demasiado trabajo dar en el blanco.
—¿Sabes? Jamás he visto a Stefan ebrio. Siempre es tan...
—¿Serio?
—Si.
Lexi sonrió y chasqueó la lengua.
—Son pocas las veces donde él puede relajarse.
—Contigo él se ve tan calmado. Cómo si pudiera ser él mismo.
—Bueno, eso sucede cuando conoces a alguien por más de cien años.
—Lo sé—musitó—, pero cuando está conmigo, él a veces me trata con tanta delicadeza que siento que se limita sobre que tanto decirme. Siento que no confía lo suficiente en mí.
—Lo hace—contradijo Lexi—. Él confía plenamente en ti, y es solo cuestión de tiempo para que pueda abrirse por completo contigo. El primer paso fue contarte quién es él, lo que es. Lo demás vendrá con el paso del tiempo. —aseguró.
Cora frunció los labios. Tiempo; era lo único que le faltaba ella. Jamás tendría tiempo suficiente para todo lo que deseaba hacer. No quería que Stefan fuera parte de aquella lista de cosas inconclusas.
—Es tan fácil decirlo cuando se tiene la inmortalidad a favor. —murmuró con una triste sonrisa, la cual Lexi le correspondió y posó con delicadeza su mano sobre la suya.
—El amor de mi vida era humano—contó sorpresivamente—. Y pasó por las etapas que, creo, que tú estás pasando. Negación, ira, etcétera. Pero al final, nada de eso importó con nosotros, porque el amor siempre lo conquista todo.
—Acepto a Stefan cómo es. No buscaría cambiar nada de él. El problema es que tengo miedo—confesó en voz baja—. Él es un vampiro, yo una humana. Aunque funcione, yo no viviré por siempre.
—Pero ahora estás aquí—dijo—. Y si viniste es porque estás loca por él. ¿Cómo no hacerlo? Míralo, es adorable. Entiendo porque estás enamorada.
—Ha sufrido demasiado. No quiero ser la tercera decepción amorosa por la que tenga que sufrir.
—Escucha, toma este consejo de una anciana. Cuando algo es real, jamás desaparece, y no puedes escapar de ello. Y mucho menos él lo hará—entonces, bajó el tono de su voz y apretó su mano con suavidad mientras se inclinaba sobre la mesa—. Sobre todo, en la enfermedad.
Cora pestañeó y se sintió repentinamente presa del pánico.
—¿Cómo...?
—He vivido lo suficiente para identificar la sangre contaminada por medicamento para el cáncer—respondió—. Cuando te conocí, supe que no había oportunidad de que fueras Estella; ella era una diva, y se hubiera matado antes de permitir que el cáncer lo hiciera. Además, bebo sangre humana, por lo que es mi especialidad—le sonrió con gentileza—. Comprendo por qué no le dices a nadie sobre esto. No quieres ser tratada diferente. Y no te juzgo por ello, solo ten en cuenta el día de hoy, y en qué si no le haces saber lo que sientes, ambos se arrepentirán por siempre. Él vivirá por siglos con el dolor eterno por no ser valiente cuando pudo, y, espero que sea en un futuro muy lejano, tu estarás en el lecho de muerte preguntándote porque no le dijiste antes cuando tuviste la oportunidad. Tómalo de alguien que sabe lo que es estar con un humano.
—¿Te arrepentiste alguna vez de enamorarte de él?—preguntó en voz alta el enigma del que más temía la respuesta. ¿Qué tal si Stefan, algún día, llegaba a arrepentirse de malgastar cinco años de su vida junto a ella, una enferma de cáncer? Para sus padres ya era difícil, él, siendo un vampiro, será un martirio.
No obstante, Lexi sostuvo su mirada con firmeza y sacudió la cabeza.
—Ni un solo momento llegué a arrepentirme.
Dicho esto, Lexi soltó su mano y se incorporó del taburete, no sin antes haber bebido el trago que le correspondía a Stefan.
—Lexi—llamó la joven Beckham cuando la rubia vampiresa hacia ademán de volver con su amigo—. Gracias. Fue un placer conocerte—y al contrario de hace unas horas en casa de Stefan, esta vez lo decía con sinceridad—. Espero volver a verte por aquí.
Lexi le dedicó una cálida sonrisa para así asentir con la cabeza como gesto de despedida y se alejó de allí, volviendo con Stefan, quién estaba esperándola en la mesa de billar.
Al verla, Stefan le sonrió afectuoso aun cuando ella le confesó que había bebido de su trago.
—Oye—llamó el vampiro Salvatore a la rubia cuando ésta tomaba su taco—. Gracias.
Lexi se encogió de hombros. Era perfectamente consciente de que él la había escuchado, solo esperaba que no hubiera oído nada acerca de la leucemia. Fue por eso que decidió bajar más de lo normal su voz para que él no se enterase de ello sin el consentimiento de Cora.
—No se suponía que debías escuchar—acusó para después suspirar y esbozar una sonrisa juguetona—. Entiendo porque la amas. Es muy dulce, pero también tiene carácter. Es perfecta para ti—aprobó, más al ver que él la seguía mirando, chasqueó la lengua—. Me sentí épica—dijo para después suspirar—. No importa.
LUCIE HERONDALE SPACE
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¡Sorpresa! Conseguí traer el capitulo unos días antes de lo prometido. Confieso que iba a ser muchísimo más largo, pero, una vez mas, iba a estar muy saturado así que mejor lo dividí.
Todos sabemos lo que sigue, pero vamos a fingir que no tenemos idea de lo que sucederá ¿Okay? Hasta la fecha sigo traumada.
El drama de Ava, Elena, Matt, Cedric y Caroline, si bien ya sabemos más al respecto, aún no termina. Todo lo contrario, está por iniciar, y tal parece que a la ecuación se sumó Rosalie. Ava desde un comienzo iba a ser bisexual, lo tuve claro desde el primer momento que la imaginé, pero admito que estos pequeños coqueteos con Rosalie salieron de nada, y me está gustando mucho por dónde va esto.
Lucie Herondale, damas y caballeros, creando romances inesperados desde el 2017 jajajaja
Volviendo a Cora, ella está aprendiendo cada vez sobre su magia, y si bien le queda un largo camino, al menos ya está aceptando que es una bruja, asumiendo las consecuencias buenas y malas de ello. Veremos qué sucede con eso igualmente más adelante.
Espero que les haya gustado, y si sigo escribiendo de forma constante, creo tener listo el siguiente capítulo para el lunes. Traigan sus pañuelos que los necesitarán. Yo ya estoy viéndome traumada para entonces por lo que sigue.
Nos leemos pronto ¡Los quiero! ❤️
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