Capítulo 13. Novedades
Querido diario...
La noche de la fiesta de los fundadores fue una noche inolvidable, pero por que fue el escenario perfecto de una pesadilla, solo que en esta ocasión estuve despierta, y ahora tengo que encontrar el modo de afrontar todo lo que sucedió.
Algo sucede entre Damon y Stefan, y me temo que yo no lo sabré jamás, porque no puedo seguir estando entre ellos dos. Vine a Mystic Falls con el propósito de vivir una vida tranquila. No puedo darme el lujo, así como la crueldad de involucrarme en la vida de los demás para que después asistan a mi funeral. Los hermanos Salvatore originales tuvieron una historia de amor semejante a la de Damon y Stefan con Katherine, solo que el final de ellos termina con la muerte de los tres. Damon y Stefan viven, pero con el fantasma de Katherine persiguiéndolos junto al de Estella, quien de igual manera también murió, pero ellos siguen vivos, al menos sus corazones laten por ellos, porque dudo que ellos estén realmente viviendo sus vidas si el pasado los acecha.
Damon está jugando un juego peligroso donde quiere hacer sufrir a su propio hermano, culpándolo por qué las dos mujeres que ellos amaron escogieron por igual a Stefan. Sin embargo, yo no quiero ser partícipe de eso. Lo más sensato que puedo hacer es alejarme ahora que tengo oportunidad. Stefan es solo un compañero de clases, y Damon su hermano mayor. Eso es todo lo que debo saber de ellos dos.
Aunque claro, después está la fiesta de los fundadores.
Tuve pesadillas con la señora Lockwood persiguiéndome en un largo y eterno pasillo rodeado de puertas abiertas que llevaban al interior de habitaciones que se estaban quemando, pero el fuego no parecía ir más allá, como si una barrera invisible lo impidiera y el incendio era contenido en esas cuatro pareces. Pero eran los gritos de aquella mujer los que me causaban más pánico que las llamas. Ella no paraba de gritarme que era un demonio, que me fuera del pueblo, que pagaría ardiendo en el infierno como los demás. Igual que ella.
Quiero pensar que solo me confundió con alguien, pero ¿con quién? ¿Quién puede causarle el terror a la señora Lockwood que vi reflejado en sus ojos? ¿Quién...
La pluma resbaló entre sus dedos y cayó al suelo alfombrado con un sonido sordo. Cora alzó su mano con una mueca de dolor y vio como sus dedos se habían retorcido por si solos, haciéndole ahogar varios gritos para no alertar a sus padres. Cerró sus ojos e intentó aislar la sensación de dolor mientras que abría y cerraba la mano lo más que sus articulaciones le permitían.
Despertó a medianoche con fiebre y dolor de cada una de sus articulaciones que llegó a jurar que no sería capaz de levantarse al día siguiente, y tuvo que tomarse más dosis de la debida su médicamente recetado, pues no quería que en tan sólo su primer semana ella ya estuviera entrando en una crisis. Ella todavía era capaz de caminar, por lo que no era necesario armar todo un alboroto con sus padres.
Una vez que el calambre disminuyó hasta desvanecerse, Cora consiguió abrir sus ojos y vio como sus dedos volvían a ser los de una adolescente de piel tersa y sin problemas de salud. Al menos esto último todavía conseguía aparentarlo.
A bien sabiendas de lo que encontraría, Cora subió la manga de su chaqueta de mezclilla con estampado floreado para ver como su brazo estaba completamente ileso. Todavía no podía creer que su herida hubiese sanado con tal rapidez, pero no podía presentarse a la escuela de ese modo. Tenía que guardar las apariencias por y mes, tiempo suficiente para que su brazo ya no presentase ninguna cicatriz, como si nada hubiera pasado.
Revisando la hora en su celular, Cora se levantó del banco bajo su ventana que su padre le había instalado aquel domingo donde Cora se dispuso en pasar el día junto a Cedric, donde el chico le hizo un recorrido por todo el pueblo. Cuando hubo regresado a casa se había encontrado con aquella sorpresa. Tardó más de cinco minutos en dejar de darle agradecimientos a su papá por esto, sobre todo porque el diseño tenía un hueco en el medio que él le había rellenado con libros, y a los costados del banco se había abierto un poco la pared para dejarle paso a dos estanterías que ella podía llenar a su gusto ya fuese con más libros o algún adorno decorativo.
—Tú padre pensó en que sería lindo darle más personalidad a tu habitación—le había dicho su mamá cuando Cora hubo dejado de dar gritos y saltos de alegría—. Eso y por qué sabe que tú no te conformas con un solo librero, así que quiso darte más espacio en caso de que te plazca comprar más libros o alguna figura de colección que tu amas.
Cora no veía la hora para poder llenar esas repisas con libros o comics que podía conseguir en sus viajes mensuales a Chicago. Algo positivo tenía que sacar de aquellas futuras visitas al hospital de la ciudad.
Guardó su diario en su mochila como de costumbre para así tomar su bolso donde colocó su celular y se dispuso en bajar a la cocina para desayunar. Sin embargo, cuando se detuvo ante las escaleras para acomodarse la mochila sobre su hombro, escuchó desde la habitación de sus padres el ruido de varios cajones abriéndose y cerrándose bruscamente. El ceño de la rubia se frunció y sus dudó en asomarse. La puerta se encontraba entreabierta, por lo que no tenía una buena visión desde donde ella se encontraba, pero si se asomaba lo suficiente...
Procurando que sus pasos fuesen ligeros como cuando practicaba ballet, Cora se desplazó por el suelo alfombrado para situarse junto al marco de la puerta y, echando un rápido vistazo, pudo ver como su padre buscaba en los bolsillos de varios pantalones que tenía tendidos sobre el banco que tenían al pie de la cama matrimonial. Le escuchó soltar una que otra maldición en compañía con varios gemidos de pesar y de angustia.
—No puede ser cierto. No ahora. —le escuchó lamentarse.
André entonces dio media vuelta con la intención de dirigirse al closet que estaba situado cercas de la puerta y fue cuando vio la cabeza de Cora asomándose en el umbral.
—Cora. —llamó él más sorprendido que molesto por verla espiando.
—Papá—totalmente avergonzada por esto, Cora abrió completamente la puerta e ingresó con cierta timidez a la habitación solo para encontrarse con el verdadero desastre de ropa y cajas de joyas y zapatos esparcidos por todas partes—. ¿Está todo bien?—fue lo primero que se le ocurrió preguntar ante su desconcierto por el caos que se veía.
—No—dijo él con un suspiro profundo, frotándose la cara con sus manos para intentar despejar su mente lo mejor posible—. Yo... No es nada importante. No te preocupes.
—Papá, tu ropa está tirada en el suelo junto al neceser de mamá—indicó ella con una débil sonrisa—. ¿Qué sucede? Puedes confiar en mí, lo sabes.
André cerró sus ojos y llevó sus manos hacia sus caderas, considerando el decirle o no a su hija lo que tanto le mortificaba. Cuando Cora creyó que él no le diría nada, que tal vez sino le diría que se fuera a la escuela, vio como él abría de golpe de sus ojos para así caminar a grandes zancadas hacia la puerta y cerrarla. En ese momento se volvió en dirección a su hija y con una expresión de angustia y desesperación que jamás creyó ver en él, la sujetó de las manos como si ella fuese su ancla en esos momentos.
Cora nunca lo había visto en ese estado, y eso le asustaba en verdad. Su padre siempre era centrado, calmado y una persona optimista, nunca imaginó que llegaría el día donde él se le viera tan descompuesto como ahora.
—Creo que me robaron.
El corazón de Cora empezó a latir con más fuerza y su agarre se hizo más fuerte alrededor de las manos de su papá.
—¿Qué?—exclamó en voz ahogada, sin poder dar crédito a lo que oía.
—No estoy seguro, pero creo que fue la otra noche. Yo salí después de que tu mamá se acostara para comprar más claras de huevo, porque ella insistió en que eso desayunaras esta semana, y me encontré en el camino a Jeremy Gilbert—chasqueó la lengua—. Solo charlé con él unos minutos, nada formal, pero cuando volví a casa fue cuando me di cuenta de que no traía conmigo mi reloj.
—¿El de plata?
—No, el reloj de mi bisabuelo—ante el ceño fruncido de Cora, André se apresuró en explicarlo—. Era en realidad una reliquia que quería que se expusiera la noche de los fundadores, pero no pudo ser porque ese reloj tiene una historia complicada. Mi padre me lo dio cuando era niño, me dijo que perteneció a su abuelo hace años, siendo una reliquia de los Beckham desde el primer baile de los fundadores. Sin embargo, la historia, como muchas que existen en las familias fundadoras, es más compleja.
» Por años ha existido la incógnita de a quien le pertenece ese reloj en realidad. Se sabe que William Beckham lo llevó esa noche, pero años después los Gilbert tomaron posición de él cuando ambas familias se iban a unir en matrimonio, más no pudo ser por que Eloísa Gilbert murió y William Beckham se fue del pueblo para volver años después. En su ausencia se supo que Eloísa se había quedado con el reloj porque él se lo había regalado como promesa de su amor, pero al irse el reloj quedó en la residencia de los Gilbert y pasaron varios años de disputa donde se afirmaba que el reloj era de los Gilbert, negando que alguna vez perteneció a los Beckham.
» Cuando llegué al lugar la noche del sábado y vi a Elena, no pude entregar el reloj. Ella acaba de perder a sus padres, ¿por qué revivir el drama de nuestros antepasados sólo por un reloj? Pero Jeremy debió verme con él y, tal vez, creyendo que es la herencia de su padre que yo le robé, debió pensar que estaba recuperando algo suyo. Pero mi padre me confío ese reloj advirtiéndome de su historia, no puedo perderlo. Es todo lo que me queda de él.
Cora se estremeció al escucharlo nombrar al que era su abuelo. Sus padres nunca hablaban de su pasado, y de hacerlo solo contaban las historias de cómo se enamoraron, más eran pocas las veces donde nombraban a sus respectivos padres. Relativamente Cora creció sin abuelos, ya que por ambas partes murieron antes de que ella naciera, pero sabía que cuando su mamá o papá los mencionaban era por que el asunto era delicado y por tanto significativo para ellos.
—¿Mamá lo sabe?—preguntó en voz baja.
—No. Ella trabaja con la policía, y tampoco quiero solicitar una denuncia por robo para que estén detrás de ese chico. Él solo está herido por su pérdida, y tampoco es que yo quiera causarle problemas a Jenna o a Elena—exhaló—. Pero tampoco puedo quedarme de brazos cruzados.
La joven rubia se abrazó a sí misma cuando sintió como su piel se erizaba ante la falsa sensación de frialdad. Tenía una idea en mente, una que podía ser arriesgada, pero, a su modo de verlo, era la única alternativa que había para recuperar el reloj de su padre sin perturbar a los Gilbert.
—Papá—llamó entonces con un hilo de voz, a lo cual ella carraspeó para así comunicarle su plan, el cual más que ser un plan era solo una idea descabellada—. Yo puedo recuperar tu reloj.
André pestañeó y miró a su hija como si ella acabase de decirle que obtuvo una beca para la universidad de Oxford.
—¿Cómo?—preguntó un tanto ansioso, así como esperanzado, y verlo así le dio más certeza a Cora de que no estaba por sugerir ninguna idea ilegal o inmortal.
—Bueno, Jeremy casi siempre está fuera de casa en las noches, y dudo que quiera ir por ahí con algo que él piensa que le perteneció a su papá—sobre todo si iba a drogarse con gente más peligrosa que en cuanto veía algo brillante se lanzaba a robarlo para luego desaparecer como vil fantasma—. Puedo revisar entre sus cosas y traerlo de vuelta. Yo tampoco quiero preocupar más a Jenna, y si sabe que su sobrino robó algo que no le pertenece haré que ellos dos se distancien más. Así todos salen ganando.
André inhaló profundamente y soltó el aire para así posar sus ojos celestes sobre la mirada azul de Cora.
—¿Estás segura?—preguntó entonces, titubeante—. Lo último que quiero es que pierdas tu amistad con Jenna.
Pará transmitirle confianza, Cora le dedicó una media sonrisa, aunque también estaba intentando convencerse a sí misma de que ese plan no era suicida.
—Descuida, seré rápida.
Después de ver tantas películas esperaba aprender algo de ellas referente a entrar en habitaciones ajenas con el fin de sacar de ahí algo que ella jamás había visto, pero suponía que un reloj antiguo no era un objeto común en la habitación de un adolescente en pleno 2009, por lo que debía destacar entre todas sus pertenencias.
—Ese reloj es importante para ti—continuó diciendo ella con una dulce sonrisa, sintiéndose cada vez más segura de sus propias palabras, así como de lo que iba a hacer—. Todo lo que es importante para ti lo es también para mí. Es tu herencia, todo lo que te queda del que fue mi abuelo. Si está en mi alcance no dudaré en recuperarlo para ti—se encogió de hombros—. Además, no creo que pueda ser tan difícil. Es solo la habitación de un adolescente, no la bóveda de un banco. —hizo este último comentario con la intención de alivianar el ambiente y también disminuir los nervios de André. Por suerte esto pareció funcionar, ya que él esbozó una sonrisa en compañía de una risa entre dientes y le dio un suave apretón de manos a su hija.
—Lo sé cariño, y te lo agradezco—entrelazó sus manos con las de ella y estableciendo contacto visual prosiguió—: No tienes idea de lo afortunado que soy por que seas mi hija.
Cora sonrió de oreja a oreja y con sus dos dedos pulgares trazó círculos en el dorso de las manos de su papá con la intención de reflejar el amor que sentía por él. Estaba dispuesta a hacer lo que fuera por sus padres, porque sin importar que, ellos eran su mundo entero y aunque sólo fuese un reloj, si era importante para él entonces ella lo recuperaría.
El Volkswagen emitió un ligero chillido cuando aparcaron en una de las plazas del estacionamiento, causando así que Cora saliera de la nube de sus pensamientos y volviera al auto de Cedric, quien ya la estaba mirando un tanto consternado al ver como su mente se encontraba bastante lejos de ahí.
El domingo que ellos dos pasaron la mitad del día juntos en el recorrido de cada calle y local del pueblo, Cedric se había ofrecido en llevarla ese día a la escuela, y aunque Cora al comienzo se había negado por que no quería causarle inconvenientes, ante su insistencia ella se vio incapaz de negarse nuevamente, por lo que accedió con la única condición de que no sería a diario, pues a veces ella debía salir más tarde de casa. No dijo las razones de esto, y dudaba hacerlo, a menos que él quisiera escuchar la historia de por qué el neceser de su tocador consistía en un botiquín y no en un estuche de maquillaje.
—¿Todo bien? Has estado callada desde que salimos de tu casa. —dijo él mientras apagaba el motor y se aseguraba de que todo estuviera en orden. Cora sabía que todo adolescente que tenía menos de un año con su auto lo cuidaba como si de un hijo se tratase.
—Yo...
Cora vaciló. No podía decirle que Jeremy Gilbert le había robado a su padre. Él ya tenía una reputación de drogadicto y Elena tenía que lidiar con eso día y noche, no podía comentarlo con él riesgo de que algún oído chismoso estuviera atento a todo lo que se dijese en ese lunes. Todos necesitaban un chisme para la semana y ese sería uno bastante jugoso.
Sin embargo, Cedric sabía bastante sobre la historia de las familias fundadoras de Mystic Falls. Tal vez él podía informarle mejor al respecto.
—Mi papá me contó la historia de una reliquia que tenemos en casa—respondió con una exhalación—, una que yo jamás había visto y solo estoy un poco consternada por ello.
—¿Los Beckham tienen reliquias?—preguntó él de lo más sorprendido.
Cora respondió con un asentimiento de cabeza.
—Así parece.
—Pero ¿Por qué no se exhibió la otra noche en la mansión Lockwood?
Ambos salieron del automóvil y, una vez que Cedric le hubiera echado llave, se dirigieron juntos hacia el complejo.
—Aparentemente existe una clase de mal entendido entre los Beckham y los Gilbert por esa reliquia. Lo cual no creí posible en la vida real, pero, aparentemente, así es. Y todo por un acto de amor, cosa que si pones desde esa perspectiva tiene hace que cobre un poco más de sentido; pero el punto de todo esto es que, en síntesis, el reloj perteneció a los Beckham y después pasó a dominio de los Gilbert por varios años hasta que mi familia recuperó nuevamente, no sin antes crear una disputa entre ambas familia por ese reloj.
Cedric frunció su ceño y se rascó la barbilla, adoptando así un gesto pensativo donde guardó silencio por unos instantes. Cuando Cora creyó que tal vez debía romper el silencio, él habló.
—Jamás había oído esa historia—dijo con cautela—, aunque, para ser sincero, no existen muchas historias en relación con los Beckham. Ellos siempre mantuvieron un perfil bajo en comparación con los Lockwood—chasqueó la lengua—. Aunque eso explicaría igualmente el por qué no hay demasiados registros sobre tu familia. Una disputa como esa que se origine por un reloj es algo que para muchos no tiene relevancia, pero cuando se trata de las familias fundadoras todo importa—suspiró—. Incluso la vajilla. Suena loco, pero te acostumbras.
—Bueno, no creo que sea incorrecto darles cierto valor sentimental a los objetos—comentó—, siempre y cuando sean sinceros y no por avaricia.
—Cierto—concordó Cedric para después añadir con cierta vacilación—: Mira, mis padres guardan absolutamente todo en diarios, algunos son de nuestros antepasados y otros son escritos por el puño de mi padre de acuerdo con investigaciones que él realizó. Tal vez pueda encontrar algo sobre el reloj que creó la disputa entre los Gilbert y Beckham—se encogió de hombros—. Dices que fue por amor ¿cierto?
—Según mi padre, mi antepasado, William Beckham, se comprometió con Eloísa Gilbert, y como prueba de su amor le obsequió el reloj. No obstante, ella murió antes de contraer matrimonio. William se fue, y dejó tras de sí el reloj que años más tarde los Gilbert reclamaron como suyo.
—Bueno, ese sí que es un dilema—dijo él con una mueca—. Ellos jamás se casaron, pero él entregó a una Gilbert ese reloj, pero como no hubo tal unión, teóricamente el reloj es pertenencia de los Beckham—entonces esbozó una sonrisa divertida—. Quien diría que la chica de gran ciudad tendría un gran pasado por detrás suyo en Mystic Falls.
—Lo sé ¿verdad?—expresó con una mueca de incertidumbre, ya que ella jamás había oído mención alguna sobre las familias de sus padres y su pasado en Mystic Falls, pero ahora era como si alguien hubiera abierto la caja de pandora y poco a poco empezaban a salir los susurros del pasado, como aquella historia trágica del reloj, o que su padre pertenecía al linaje de una de las familias fundadoras de ese pueblo. Sin embargo, existía un cabo suelto para ella que estaba comenzando a inquietarla—. ¿Sabes? Ahora que lo pienso, papá y yo siempre hemos sido bastante unidos, él me cuenta todo y ahora estoy aprendiendo más sobre nuestra familia, los Beckham, pero no sé nada sobre los Shade, la familia de mi madre. Es como si ella jamás hubiera sido una Shade.
—Los Shade no fueron parte de las familias fundadoras—le recordó Cedric—, según tengo entendido, no había ningún Shade por esa época. Tal vez a tu mamá no le gusta hablar del pasado. Es policía ¿cierto? Los policías no piensan a futuro, pero tampoco hacia el pasado, sólo ven el presente. Ellos jamás dicen hasta mañana, sólo desean las buenas noches a otros, porque en el oficio ellos no tienen la vida asegurada.
—Ahora haces que me sienta aterrada porque ella sea policía en Mystic Falls. —expresó con un gemido.
—No—se rio él—. Lo que quiero decir con todo esto es que no todos quieren compartir la historia de sus antepasados por que no quieren repetirla, o simplemente no encuentran razón para contarla a sus descendientes—torció los labios para formar una mueca donde se reflejaba su frustración y rabia hacia sus propios padres y su afición por honrar el pasado y hacerlo parte del presente—. Créeme, a veces es mejor vivir en la ignorancia.
Cora tragó en seco, sin saber que decir al respecto. Pero ¿qué podía decir? Los padres de Cedric creían en todo lo sobrenatural, mientras que ella sólo creía en eso cuando leía libros de fantasía. Además, su papá era un hombre de hechos, un apasionado por la historia pero que no creía en cuentos que no tuvieran detrás suyo pruebas de que existieron tales sucesos. Su mamá, por otro lado, no entendía demasiado la afición de Cora por leer o por que prefería quedarse en casa con un libro de Harry Potter en vez de salir. Claro que esto era antes de ser diagnosticada de leucemia, ahora Lydia parecía agradecer por que su hija fuera un ratón de biblioteca.
Cuando se dispusieron en subir las escaleras para entrar al complejo, Cedric se detuvo en seco apenas y sus ojos avellanas captaron algo a través del reflejo de un espejo de baño que traía consigo el conserje y rápidamente dio media vuelta sobre sus talones para acto seguido dejar caer su mochila al suelo y correr en dirección al estacionamiento con una gran sonrisa en su cara como cual niño que está recibiendo la mejor sorpresa de su vida.
Cora siguió con la mirada a su amigo pelirrojo hasta que lo vio detenerse ante un volvo color azul eléctrico. Al comienzo ella no entendió el porqué de su reacción ante ese vehículo, más pronto comprendió que no era por el volvo, sino por la persona que lo conducía.
Cerrando la cajuela de este auto, Cora vio boquiabierta a una hermosa chica de extravagante belleza, haciendo difícil para la rubia creer que existía alguien como ella, y más si se trataba de una chica de pueblo. Su cabello era negro azabache, totalmente liso y brillaba bajo la luz del sol de una forma que sólo se podía ver en los anuncios de televisión. Sus ojos eran de color miel, su piel era blanca como la nieve, con sus labios carnosos y teñidos de rojo por el labial, luciendo los pómulos más inmaculados y perfectos que Cora hubiera visto jamás; perfectamente altos, sin ser del todo llamativos, pero otorgándole de este modo delicadeza a sus facciones.
Cora no sabía si estaba en presencia de una adolescente o de la mismísima Blanca Nieves que se había escapado de su cuento y había terminado en ese pequeño pueblo.
Vestía una simple chaqueta de cuero marrón con una blusa negra y jeans de este mismo color, ganándose unos centímetros con sus tacones, dándole el aspecto de toda una modelo. Y de serlo, su sonrisa definitivamente era su mejor atributo, ya que en cuanto sus ojos color miel se encontraron con los ojos avellana de Cedric, la muchacha sonrió de tal forma que podía ser como ver sonreír a un ángel en la tierra.
—¡Cedric!—exclamó la muchacha de lo más feliz, y el pelirrojo abrió sus brazos para que ella pudiera saltar hacia él y abrazarlo.
Cora, sin saber que hacer o decir, se limitó a quedarse cercas de la escalera mientras contemplaba en silencio aquella conmovedora escena donde ambos chicos se abrazaban como si no existiera nada más importante en esa vida más que aquel lazo que los unía. Vio cómo la gente de repente aminoraba el andar de sus pasos para ver con curiosidad aquella escena, sin embargo, en cuando parecía reconocerlos seguían su camino como si aquello fuera algo usual de ver. Al menos para ellos.
Vio como Cedric se separaba de la pelinegra para solo tomar sus manos y empezar a bombardearla con múltiples preguntas como respuestas que él le otorgaba cuando ella conseguía expresar alguna interrogativa.
—¿Por qué no llamaste para avisar que volvías hoy?—alcanzó Cora a escuchar una de las preguntas que lanzaba Cedric, más no pudo escuchar la respuesta que la joven le daba. Pero con esto le fue más que suficiente para deducir quién era. Ava, su prima que había viajado ese verano a Londres con la otra prima que era despistada.
Mientras recogía la mochila de Cedric y la sostenía delante suyo, Cora no pudo evitar el pensar con cierta ironía que en Mystic Falls, más que ser simples pueblerinos, las facciones y rasgos de la gran mayoría de las personas eran dignas de verse en Hollywood.
La rubia vio como Cedric entonces parecía decirle a su prima algo referente a tener que entrar a clases, cosa que ella primero pareció querer negarse, pero ante la insistencia de su primo tuvo que aceptar su brazo y así dirigirse en dirección a donde se encontraba Cora.
—Cora—llamó un radiante Cedric—. Ella es mi prima, Ava Sulez. Ava, ella es mi amiga Cora Beckham. Acaba de mudarse a Mystic Falls.
Los ojos color miel inmediatamente hicieron contacto con los ojos azules de Cora, quien tuvo que obligarse en sostenerle la mirada mientras le dedicaba una gentil sonrisa. La mirada de Ava estaba lejos de ser maliciosa, pero era cierto que Cora pudo percibir cierta diferencia de carácter entre los dos primos. Mientras que los ojos de Cedric eran cálidos y amables, teniendo matices de timidez, Ava irradiaba una seguridad que no podía llamarse vanidad como era el caso de Caroline, sino que era portadora de un carácter fuerte pero que si eras de su agrado ella podía ser cálida como su primo.
Los pálidos pómulos de Ava se hicieron más marcados cuando ella sonrió de oreja a oreja tras lo que pareció ser una eternidad donde ambas chicas se contemplaron en silencio y finalmente le ofreció su mano, la cual Cora aceptó sin titubear.
—¡Cora! Es un placer finalmente conocerte. Cedric te mencionó hace unos días en una de nuestras llamadas, pero jamás me dijo que eras una belleza rubia.
—Oh, gracias. —musitó Cora con un leve rubor de mejillas por el cómo Ava se había referido a ella. Se volvió rápidamente hacia el pelirrojo para entregarle su mochila, y él la aceptó con una tímida sonrisa, como si quisiera disculparse de antemano por algunas de las actitudes de su prima.
—Mencionó que vienes de Chicago. ¿Qué te ha parecido Mystic Falls hasta ahora?
—Es un lugar más interesante de lo que había creído que sería. —fue la primera respuesta que se le ocurrió decir, a lo cual la sonrisa de Ava se acentuó. Cora no sabía por qué, pero tenía la sensación de estar en medio de una prueba donde se decidiría si era del agrado de Ava o no.
—¿Verdad que si? Pero bueno, no hablemos de la historia del pueblo cuando es obvio que todos nosotros debemos ponernos al día de cosas más interesantes—y así sin más, Ava tomó del brazo a Cora y la llevó escaleras arriba. Cedric las alcanzó con cierta torpeza. La rubia ojiazul tenía el presentimiento de que Cedric era el más abrumado de ellos tres, tal vez porque no esperaba que su amiga y prima se llegasen a conocer tan pronto—. Primero que nada, no tienes idea de lo feliz que me hace que tú y mi primo se hayan conocido. Él es más tímido de lo que aparenta.
—Estoy atrás de ti, lo sabes ¿verdad?—comentó Cedric con dejé de indignación y vergüenza en su voz, a lo cual las dos chicas se rieron entre dientes.
—Cedric fue muy amable conmigo, y aunque solo lo conozco una semana, nos hemos entendido de maravilla.
—¿Ves?—dijo con una sonrisa de suficiencia en dirección a su primo—. Te dije que las almas gemelas van más allá de interés romántico. Tu mejor amigo o amiga podía llegar a ti el el momento que menos esperaras, y mira, henos aquí.
—Ahora suenas como a mi tía. —refunfuñó el pelirrojo.
—Dios me libre de eso—exclamó un tanto horrorizada—. Amo a mi mamá, pero esta loca. ¿Por qué crees que decidí irme con Emma? Era quedarme un verano en casa o arriesgarme a que Emma lograse hacernos fugitivas de la ley en un solo día—se encogió de hombros—. La decisión fue bastante fácil para mí.
Cora solo pudo abrir sus ojos como platos mientras escuchaba hablar a Ava. Cedric ya le había comentado que la prima británica que ellos tenían era un tanto inquieta y que tenía el don de meterse en problemas a diario, pero ahora que escuchaba a Ava referirse del mismo modo hacia ella, Cora sólo podía sacar como conclusión de que las cenas de navidad o acción de gracias debían de ser inolvidables.
—Hablando de Emma ¿cómo está ella? ¿Qué tal fue tu estadía en Londres?—preguntó Cedric, mostrándose un tanto curioso por esto, y Cora se sorprendió a sí misma volviendo toda su atención hacia Ava, quien todavía la sujetaba del brazo con tan familiaridad como si fueran amigas de toda la vida.
—Londres es hermoso—expresó con un suspiro en compañía de una media sonrisa que rápidamente se vio transformada en una mueca de terror—. Pero Emma casi me mata más de cinco veces, literalmente. Claro que no lo hizo a propósito—chasqueó la lengua—. No entiendo cómo es que ella misma sigue con vida. Hablaremos de eso más tarde en el Grill—se volvió hacia Cora—. ¿Nos acompañas después de clases?
Se detuvieron frente al casillero que parecía ser el de Cedric, ya que él introdujo su contraseña y comenzó a guardar algunos de sus libros en él para hacer su mochila más liviana. Ava soltó entonces el brazo de Cora para recargarse en el casillero vecino. La rubia, por su parte, se situó junto a la pelinegra y juntas esperaron a que Cedric terminase.
—Claro.—accedió la ojiazul.
Cedric se quitó su chaqueta deportiva del equipo de fútbol y la cambió por una chaqueta de mezclilla azul. Ava se percató de esto, pero se limitó en fruncir su ceño y hacerle al pelirrojo otra clase de pregunta.
—Sé que Mystic Falls es monótono en comparación de Londres, pero ¿qué novedades hay?—se abrazó a sí misma y miró expectante a sus dos acompañantes—. ¿De qué me perdí?
La joven rubia intercambió una mirada un tanto nerviosa con el pelirrojo y los dos sólo pidieron concordar en silencio con que no alcanzaría el tiempo para contar cada una de las cosas que Ava se había perdido en tan sólo una semana. Y ahora que lo veía en retrospectiva, la misma Cora no podía dar crédito a que ella solo llevaba en el pueblo una semana cuando ya sentía que tenía viviendo ahí un mes. Estaba empezando a familiarizarse con las personas y las calles que casi podía decir que ella había crecido ahí.
—Bueno, el sábado se llevó a cabo la fiesta de los fundadores en la mansión Lockwood—informó Cedric tras meditar en silencio por donde comenzar, y Cora tenía que estar de acuerdo en que ese día las cosas no fueron tan locas como los demás días anteriores—. Y, como puedes ver, Cora es la chica nueva.
—No puedo creer que me haya perdido de esa fiesta—se lamentó Ava—. Emma se confundió de fecha para comprar el boleto de avión. De no ser por eso habría llegado antes.
—Descuida, no sucedió nada extraordinario. —dijo Cedric con una tímida sonrisa mientras que Cora solo podía resoplar. Ella no estaba del todo de acuerdo, pero tampoco era como si ella quiera platicar de eso en esos momentos cuando en realidad quería olvidar todo lo relacionado a esa noche.
Cedric le estaba empezando a narrar los detalles más tediosos como lo fue la decoración del lugar y que reliquias de la familia Sulez y Williams se exhibieron, pero Cora dejó de prestar atención a todo esto cuando sus ojos azules se vieron entrelazados con la mirada verde de Stefan al otro lado del pasillo.
Su corazón pareció detenerse bajo su pecho cuando se percató de que él también se veía sorprendido por verla, y pese a que intentó que su cuerpo no expusiera sus nervios por esto, descubrió a los pocos instantes de que había fracasado en esto, ya que tanto Cedric como Ava percibieron el cambio en ella y rápidamente siguieron su mirada para ver lo que la tenía en ese estado.
—¿Quién es él?
Cora se obligó en cortar el contacto visual y no pudo hacer otra cosa más que voltear la cabeza lejos de Salvatore y así suspirar. Usó su cabello como si fuese una cortina para evitar mirar de soslayo a Stefan y buscó centrar toda su atención en sus botas negras que calzaba ese día.
—Se llama Stefan Salvatore—respondió en voz baja, casi como en un suspiro—. También es nuevo.
Y tiene novia, pensó la rubia para sus adentros.
Se volvió hacia Ava, esperando ver una mirada de sorpresa o incluso esperaba encontrar sus mejillas sonrojadas y escucharla decir cosas que alarmarían a toda monja o chica virgen hasta de pensamiento. No la juzgaría en tal caso, ya que Stefan tenía la tendencia de evocar esa reacción en todas las chicas, no obstante, la pelinegra le miraba como si acabase de encontrar un diamante negro en una mina de oro. Sabía su valor, sabía que no debía subestimarlo, que era un tanto peculiar el verlo, pero era como si ella no esperase encontrarse con una rareza como esa. Como si fuese algo que no era nuevo para ella pero que nunca había visto de frente.
—¿Salvatore? —repitió el apellido con cierta pesadez en su voz, como si el solo nombrarlo le causara malestar.
—Es una larga historia. —se limitó a responder Cora, sin ánimos de hablar sobre la familia Salvatore en esos momentos.
—Ya que hablamos de historia—dijo en ese momento Cedric, parpadeando rápidamente como si acabase de despertar de un sueño y tuviera que recordar algo importante—, la profesora Carlyle será la suplente de clase de historia mientras encuentran un remplazo permanente.
Cora tragó grueso. La clase de historia. Después de lo que sucedió en la residencia Lockwood había olvidado por completo la trágica muerte del señor Tanner, y se sintió terrible por eso. Tanner era un profesor mediocre, pero ni siquiera una persona como él merecía ser olvidado. Ni siquiera recordó el día del funeral. ¿Cómo pudo ser tan insensible?
Pero Ava, naturalmente, reaccionó a esto mirándolos cómo si acabasen de hablarle en griego antiguo.
—¿Qué pasó con Tanner? No me digas que por fin recapacitó y entendió que su profesión no era ser educador sino sepulturero. Con esa cara que se carga esta para darle un susto a la misma muerte.
Aunque era claro que Ava sólo decía esto con la finalidad de bromear, Cora sintió como la sangre de su cara bajaba y se ponía un tanto pálida y fría, mientras que Cedric solo pudo agrandar sus ojos y balbucear varias cosas incoherentes antes de poder decirle con palabras tangibles que luego le explicaría todo lo sucedido en su ausencia.
—¿Tenemos otra maestra?—preguntó la joven de cabello azabache mientras caminaban rumbo al salón de historia. Cedric carraspeó y, un tanto cortante, dijo:
—Pasaron demasiadas cosas en esta semana, Ava. Te contaré todo después de clases.
Los tres chicos ingresaron al aula. Caroline no estaba ahí, pero si estaban Elena y Bonnie, y esta vez las dos chicas se habían decidido sentar juntas en los asientos delanteros de las filas de en medio, delante del escritorio. Matt estaba en su lugar habitual, en la tercera fila y en el penúltimo asiento de atrás, con sus audífonos, como era costumbre. No había señal alguna de Caroline, y Stefan todavía no llegaba.
Algunos de los chicos estaban cambiándose de asiento, posiblemente porque sabían que ahora que Tanner no estaba, la señorita Carlyle no tenía idea de cómo se agrupaban, y por tanto podían cambiar de posiciones ahora que tenían oportunidad. Siguiendo este ejemplo, Cedric, Ava y Cora decidieron sentarse juntos en la fila cercana a la ventana en los tres primeros lugares, con Ava liderando la fila. Cora no era adicionada de sentarse hasta adelante, pero debía admitir que esa fila no estaba nada mal. Sentía más espacio gracias a que podía apoyar algunas de sus cosas en la pared y tenía un mejor ángulo del pizarrón.
Cora estaba acomodando lo que creía necesario para la clase, cuando en ese momento su pluma cayó al suelo y rodó hacia la fila vecina. Rápidamente se levantó para recogerla una vez que se detuvo ante uno de los bancos, pero cuando sus dedos pequeños hicieron ademán de rodear la pluma, en su lugar se entrelazaron con los dedos pálidos y fríos de alguien más.
Sobresaltada, alzó la mirada y con un vuelco de su corazón identificó al dueño de dicha mano.
—Stefan. —susurró su nombre, sintiéndose de lo más anonadada por verlo delante suyo. Se sentía incapaz de pensar con claridad cada vez que veía ante ella a Stefan, y esto la hacía sentir confundida, así como irritada y frustrada consigo misma y con el mismo ojiverde por causar dicho efecto en ella.
Stefan posó sus ojos en la pluma que los dos sostenían entre sus dedos y enarcó una ceja.
—Que pluma tan peculiar.
Cora soltó una risa nerviosa y contempló la pluma. Era de cristal que tenía en la punta una pluma del mismo material. Sabía que llevarla a la escuela era un tanto riesgoso por que el ambiente no era del todo sereno, pero era su pluma favorita y con la que mejor se hallaba para poder escribir.
—Si, bueno, fue un obsequio que venía con un paquete de libros que pedí de las Hermanas Brontë—explicó—. Yo quería una pluma que fuera exactamente a la época, pero me conformo con este diseño. Es más cómodo ¿Sabes? Y también hace que me vea un poco sofisticada y me alienta a que mi caligrafía mejore. —añadió lo último a modo de broma que hizo que los día se rieran.
—Suerte que no se rompió.
—Deberías ver las copas que teníamos en la casa de Chicago. Mi mamá tiró una vez el juego completo y fue un verdadero milagro que solo se rompieran dos—chasqueó la lengua—. ¿Qué tal tú?
—Estoy bien.
Cora alzó sus cejas cuando escuchó que él suspiraba al decir esto, como si fuese la primera vez que al decir esto fuera cierto y no solo palabras vacías.
—Bien.
El timbre sonó en ese momento, devolviendo a los dos chicos a la realidad y recordándoles de que seguían en el aula de historia. Cora se percató entonces de que varios de sus compañeros estaban lanzándoles miradas furtivas y susurraban cosas entre ellos, mientras que Ava sólo miraba en silencio con expresión neutra, y Cedric parecía estar obligándose a sí mismo en mantener sus ojos pegados a su libro de texto.
—Te veré luego. —musitó la rubia con una débil sonrisa, volviendo a su asiento e intentar ignorar a Stefan para que no acaparara sus pensamientos, pero esto no era fácil cuando él estaba sentado junto a Cedric, bastante cercas de Cora como para que ella se diera la libertad de mirar por encima de su hombro de vez en cuando.
Pero no lo haría, porque se había prometido a sí misma de que él solo era un compañero de clases. Por supuesto que podía ser amable con él, pero ya no tenía por qué importarle lo que sucediera en su vida. Él estaba con Elena, tenía su relación complicada de hermanos con Damon, y ella tenía que quedarse fuera de eso. Era lo mejor.
—Buenos días.
Madelaine Carlyle entró al aula cargando consigo una bolsa de correa y otra un poco más grande, donde Cora asumió que guardaba todo lo relacionado a sus dos clases a impartir por esos días.
La profesora cerró tras de sí la puerta y depositó su bolso de cuero marrón en el escritorio para así dirigirse al salón lleno de alumnos, bueno, casi lleno, ya que había un lugar vacío que pertenecía a Caroline Forbes, pero la rubia, por alguna razón, no había deseado asistir a la clase de historia ese día. Pero como Madelaine todavía no conocía del todo a sus alumnos, solamente sabía que faltaba un alumno, más no sabía quién podía ser.
—Bueno—aclaró su garganta, y Cora supo que ella estaba igual de nerviosa como incómoda como todos por lo que estaba por suceder, pero alguien ahí tenía que hablar al respecto—. Dada la tragedia del viernes, yo seré su maestra sustituta durante estos días, mientras la dirección de la escuela consigue un nuevo maestro que pueda cubrir este año, al menos—exhaló—. No les voy a mentir, chicos, no conocí al señor Tanner y por lo tanto no sé cómo les afectó su muerte—Matt se hundió más en su asiento. Él lo había encontrado ese día, por lo que se podía decir que si había alguien que en verdad estaba conmocionado por la muerte de Tanner era Matt Donovan—, pero sí sé que él dejo un vacío en esta escuela, y lo recordaremos lo mejor que podamos. ¿De acuerdo? Los muertos no se vuelven santos por morir—añadió con seriedad cuando una chica de tez morena masculló con tono sarcástico que llevaría flores a la pobre tumba de Tanner—, pero tampoco es correcto hablar mal de ellos. Eso no nos hace mejores personas de lo que fueron ellos en vida.
Escuchar esto fue como un balde de agua helada para otros, dejándolos totalmente mudos, porque era cierto. En el parecer de Cora, Tanner no fue el mejor maestro, pero tampoco ellos actuaban bien en hablar mal de él estando muerto.
La chica que había dicho esto, la cual Cora pudo identificar como parte del cuadro de porristas, agachó un tanto avergonzada su mirada y no volvió a alzarla salvo cuando fuera realmente necesario.
—Muy bien, ya que concluimos las formalidades, intentemos volver a lo que nos concierne—dijo Madelaine, tomando en su mano un plumón para escribir en la pizarra—. La historia para muchos es sólo esto, historia aburrida. ¿Por qué ustedes quieren saber algo que ya pasó?—chasqueó la lengua—. Porque la historia importa, y tiene una gran influencia en sus vidas, aunque ustedes no lo crean. Estados Unidos tiene una gran historia por detrás, desde su inicio hasta la independencia y todo lo que sucedió después. Francia y la revolución francesa, el imperio otomano de Turquía, Alemania y el muro de Berlín, lo que fue la Unión Soviética y la guerra fría; todo esto y más es parte de la historia de cada país e hizo posible nuestro presente. Nos dejó grandes enseñanzas para que no estemos condenados a repetir los mismos hechos. Y Mystic Falls también tiene su propia historia.
Y así fue como Madelaine Carlyle terminó escribiendo en el centro del pizarrón con letras grandes Mystic Falls, como si este simple concepto pudiera definir la vida de cada uno de los estudiantes que estaban sentados en esa aula a primera hora de la mañana.
—Yo no soy originaria de aquí—dijo con una media sonrisa—. Crecí en Francia, pero mi madre es originaria de aquí, y por ella fue por lo que años atrás decidí abrirme paso hacia la historia de este pueblo, y es más interesante de lo que ustedes creen. Sé que la gran mayoría ya escuchó relatos al respecto por la boca de sus padres, pero tal vez no saben todo al respecto.
Esto último despertó la atención de varios de los presentes, incluida Ava y a la misma Cora, quienes ya se habían inclinado sobre su pupitre y seguían cada movimiento que realizaba la profesora por detrás del escritorio.
—La historia es como un libro. Crees que ya terminaste el capítulo en el final de un diálogo de una página, pero cuando das la cuenta ¡giro de trama! Sucedió algo más, algo que nuestros héroes no vieron venir.
Cora apoyó su mentón sobre su mano y miró con sus grandes ojos azules a la señorita Carlyle. Ella ni siquiera había empezado a contar acerca de la historia de Mystic Falls y ya sentía que se había ganado toda su atención. Su voz melódica, junto a sus movimiento fluidos de manos y su relajada sonrisa, hacia que fuera hipnótico el escucharla hablar.
—¿Alguien aquí sabe que fue este lugar antes de ser fundado como Mystic Falls?—inquirió un tanto calmada Madelaine, como si estuvieran teniendo una conversación casual con ella.
Todos se miraron los unos a los otros en silencio, totalmente consternados por no saber la respuesta de esto, incluso Cedric y el propio Stefan parecían estar intentando recordar si sabían algo, pero como nadie dijo nada, Madelaine prosiguió con el relato, paseándose con paso tranquilo por el salón, sin la necesidad de tomar algún libro o cuaderno para apoyarse. Como si ella ya hubiera estudiado esa historia con bastante anticipación y se la supiera de memoria.
—Hace más de 1.000 años, durante la era vikinga, una familia oyó hablar de una tierra mística de la cual los habitantes fueron bendecidos con el regalo de la velocidad y de la fuerza. Desesperados por abandonar el lugar donde vivieron debido a una plaga, se trasladaron a esta tierra donde encontraron que era habitada por gente que, como ellos, también buscaban un nuevo comienzo. Personas perdidas que se unieron en esta tierra de nadie por casualidades del destino.
» Pero como toda las plagas, estas no mueren, y si lo hacen, llega otra plaga más fuerte que la anterior. Esta vez no fue una plaga invisible, sino una grande, peluda, y terrorífica; lobos. Los lobos empezaron a aparecer en todas partes, literalmente. Los lobos son salvajes por naturaleza, sabes que no debes acercarte a uno, y en aquel entonces lo eran todavía más porque, de acuerdo con su naturaleza, los humanos estaban invadiendo su territorio. Su hogar, y por lo tanto debían defenderlo y ahuyentar a los forasteros a como diera lugar.
» Muchos murieron por los ataques, y los que sobrevivieron escaparon, y solo un puñado insistió en quedarse. Pasaron de nuevo bastantes años para que el pueblo volviera a ser descubierto, y con esto nuevamente habitado. Pero así sucedió. Después de la plaga de lobos, el pueblo se volvió un lugar más civilizado, o eso se creía.
—¿Se refiere por las brujas?—inquirió Ava.
—En parte—asintió la profesora—. Hay mitos que rodean a este pueblo, remontando desde la época antes de su fundación, donde se cree que las criaturas sobrenaturales habitaban aquí, entre ellas las brujas, y los vampiros.
Stefan se removió en su asiento y Cora sintió como su pulso parecía acelerarse, haciéndola escuchar un zumbido leve en sus oídos.
—No hay nada verificado, pero, según los registros, Mystic Falls antes era el hogar de los aquelarres de brujas, sin embargo, antes de que el Consejo de fundadores celebrarse la fundación oficial del pueblo, se vivieron tiempos crudos donde las hogueras se encendían cada noche para quemar a toda mujer que fuera vista practicando brujería—paseó sus ojos azules por el aula, haciendo una pausa intencional mientras todos contenían el aliento. Sabían que nombre sería pronunciado, Cora incluso estaba ya escuchando el susurro de ese nombre en su cabeza como si fuera el arrastrar de las hojas de otoño—. No fue hasta 1860 donde Mystic Falls dejó de ser tierra de nadie y se volvió un lugar civilizado donde el consejo de fundadores se encargó de mantener el orden público y armonía en el lugar. O eso habría sido así. No sé si quedaron brujas, y de haberlo hecho, algunas pudieron haber escapado, porque no hay registros al respecto, hasta el año de 1866.
» Hasta que fue el día del juicio de Clarisse Hale.
Un escalofrío recorrió la espalda de Cora al escuchar ese nombre, y se percató de que no fue la única en tener esa reacción. Bonnie tenía sus manos alrededor de su pupitre, aferrándose a él con todas sus fuerzas como alguien lo hace a un salvavidas en el océano. Elena no podía siquiera parpadear, y cuando lo hacía ni siquiera se tomaba la molestia de mirar a alguien más que no fuese la profesora. Incluso Matt ya parecía haber perdido todo interés en sus audífonos y escuchaba cada palabra que le decía la señorita Carlyle.
—La gente no creería que las brujas existieron, se pensaría que todas las hogueras anteriores solo fueron un engaño, pero la historia de Clarisse es la única que hace que todos esos registros cobren credibilidad y sea posible creer que alguna vez si existió la magia en este lugar. Clarisse Hale fue condenada a la hoguera una noche de Agosto. ¿Alguien sabe que sucedió?
—Escapó de la hoguera. —respondió en voz baja Matt, para sorpresa de muchos. Pocas eran las veces donde el participaba en clases que no fuera de deportes o en clase de cálculo, que era casi por obligación que por gusto.
—Correcto. Y ¿saben por qué eran las hogueras? ¿Por qué no las mataban de otra manera menos dolorosa?
—Solo el fuego era capaz de eliminarlas para siempre, así la gente no corría el riesgo de que las brujas volvieran a la vida usando su propia magia en busca de venganza. —respondió Cedric.
—Correcto. Pero este no fue el caso. Clarisse escapó de la hoguera de la forma más horrífica que existe. Manipuló el fuego y lo extendió hasta alejarlo de la plataforma de donde ella estaba, envolviendo en llamas abrasadoras a la muchedumbre hasta matarlos. La hoguera sigue en pie, algunos tal vez ya la han visitado. El consejo de fundadores consideró hace años removerla, pero se dice que no pudo ser así. Algunos son sólo rumores, pero...
—La gente le teme a la hoguera—habló entonces Stefan, con su característica voz aterciopelada, siempre bajo control—. Cree que al moverla o destruirla la magia de Clarisse podría resurgir. Se piensa que su magia vive en esa plataforma y por eso no permiten que la gente se acerque. Por eso y por qué la madera que sufrió daños del fuego lleva en pie más de cien años, y si alguien tiene la ocurrencia de querer ponerse de pie ahí podría sufrir un accidente—se encogió de hombros—. Al menos eso es lo que se dice.
—Veo que usted también se ha informado sobre esa historia, señor Salvatore. —asintió Madelaine a modo de aprobación y no de sarcasmo como Tanner solía hacer.
—Mi tío guarda consigo algunos diarios, en ellos cuenta la historia de Clarisse. —explicó de manera impasible, como si sólo le estuviera compartiendo la receta de un pastel de zanahoria.
—Una historia fascinante como tenebrosa—comentó Cedric—. Es la prueba de que la brujería existió alguna vez, pero la parte terrorífica es que ella jamás volvió a verse por el pueblo, solo dejando tras de sí esa hoguera y a varios cuerpos quemados por el fuego.
—Pero ¿en verdad existe la magia?—inquirió Ava—. Nueva Orleans es una ciudad enigmática donde la gente practica vudú y hubo demasiados incendios que dejaron miles de muertos, y por lo tanto mitos y leyendas de fantasmas.
Cora recordó que Cedric le había comentado que tenía tíos viviendo en Luisiana, por lo cual fue rápido deducir que la ciudad donde residían era en Nueva Orleans, y por lo tanto Ava y Cedric debían saber al respecto de los mitos de la ciudad.
—Pero Mystic Falls también alberga más historias que nunca fueron confirmadas—prosiguió la pelinegra—, pero existen porque tal vez pudieron ser ciertas, más ahora no son otra cosas que solo cuentos. ¿Cabe la posibilidad de que existieran más brujas después de Clarisse y, tal vez, los vampiros?
El silencio se apoderó del aula, está vez en uno más sombrío en donde todos esperaron ansiosos la respuesta de la profesora Carlyle. La maestra volvió a situarse por detrás del escritorio en donde meditó en silencio la respuesta que daría, hasta que lentamente paseó sus ojos azules por cada centímetro del aula para mirar los rostros de sus alumnos y así poder responder lo siguiente:
—La historia no sólo se basa en hechos, también es correcto creer en las historias que salieron en base a eso, porque si bien no son acreditadas, eso no significa que sean falsas. Después de todo, si existen esos relatos debe ser por algo. La cuestión es ¿ustedes en qué deciden creer? Pueden ser escépticos y seguir sus vidas sin preocupaciones, o pueden creer en ello y buscar hechos que lo comprueben. La historia de Clarisse lo verifica: todo es posible.
» Cada día nosotros contribuimos a la historia de Mystic Falls, chicos, para que las futuras generaciones puedan leer sobre lo que nosotros dejamos como legado para ellos. Ayer eran sus padres, ahora les toca a ustedes continuar ese legado que ellos les han dejado. Esa es la parte más esencial de la historia; que jamás termina. La pluma sigue escribiendo en una nueva página, en la página de ustedes. La decisión de que pasará ahora depende de ustedes y de nadie más. Sus padres ya les indicaron el camino, dependerá de sus propias decisiones como continuar y si desean tomar otro camino que se adapte más a sus creencias y modo de pensar. La historia está conformada por personas que por no seguir lo establecido dejaron huella, tanto buenas, como malas, pero al final fueron sus decisiones los que los llevaron al camino que nosotros ya conocemos y nos sirven de guía para tomar la mejor decisión posible para nosotros.
» Así que, con esto planteado, señorita Sulez, respondo a pregunta diciéndole que, a mi modo de pensar, yo creo que los vampiros existieron, al menos hace tiempo, y tengo argumentos que pueden comprobarlo. Solo hay que leer bien entre líneas para preguntarse si algunos hechos fueron un accidente o intencionales, como los incendios, por ejemplo.
Su voz era tan calmada, como si solo estuviera narrando una historia que ya fue escrita, pero daba igualmente la impresión de que era algo personal, aunque, por supuesto, ella era una artista, y Cora sabía que como tal una persona podía llegar a sentirse conectada con cada historia que hubiera.
—El fuego no sólo mata, purifica—prosiguió—. En aquel entonces se creía que toda criatura relacionada con el maligno sólo podía ser erradicada con el fuego—fue cuando se volvió nuevamente en dirección donde estaba sentada Ava, pero Cora casi podía jurar que igualmente se dirigía a ella—. Si usted cree tener en una habitación a cien vampiros que han matado a miles al rededor del mundo y ahora buscan acabar con su hogar y en ese momento se ven incapaces de abandonar la habitación por alguna razón ¿qué haría, señorita Sulez?
—Yo...—Ava, tras un momento de duda y de nerviosismo por tener todas las miradas en ella, aclaró su garganta y respondió con voz suave al cuestionamiento de la señorita Carlyle—. Crearía un incendio.
Madelaine esbozó lo que parecía ser una amarga sonrisa y asintió con su cabeza de manera sutil, como si Ava hubiera respondido otra pregunta que no se llegó a plantear en voz alta, para después tomar el plumón nuevamente y señalar con él de manera distraída a los demás alumnos.
—¿Alguien tiene alguna otra pregunta?
El sonido de las monedas de centavos repiqueteando contra el suelo sacaron a Cora de sus pensamientos para ver como una mujer de cabello rubio que vestido extremadamente ajustado como para lucirlo de día se agachaba ágilmente para recoger las monedas y así abandonar el Mystic Grill con serenidad, siendo totalmente indiferente a las miradas lujuriosas de los hombres, así como de burla y desdén por parte de las chicas.
Devolvió su atención a la mesa donde ella estaba sentada situada en una esquina del local cercas de los baños y escuchó a tiempo como Cedric terminaba de narrar todo lo que había sucedido en esos últimos siete días en el pueblo para su prima, Ava. La muchacha de pelo negro azabache contemplaba boquiabierta a su primo, sin poder dar crédito a cada palabra que él dijo.
—Decían que Mystic Falls era un lugar tranquilo—musitó ella, más para sí misma, y Cora sólo pudo escuchar y mirar todo en silencio, pensando en que debía ser abrumador oír todas las tragedias que sucedieron en menos de siete días—, donde lo más emocionante que sucedía aquí era la noche del cometa y Miss Mystic Falls, pero jamás creí que todo lo que me acabas de contar sucedería. Y, por supuesto, no puedo creer aún que Tanner está muerto—se estremeció—. Es decir, claro que era odioso, el tipo necesitaba terapia, pero no por eso merecía ese final.
—Afortunadamente atraparon al animal que hizo eso, por lo que estamos a salvo. Pero Matt está destrozado. Elena, su hermana, encontrar a Tanner; fue demasiado para él.
—Elena—exhaló Ava, y Cora no supo si decía este nombre con afecto o desprecio, era difícil saberlo cuando por su rostro pasaban mil emociones—. Ella es fuerte, nada la rompe. Es ella la que destruye a los demás.
—Ava—Cedric suspiró con pesadez—, eso pasó hace siglos.
—Hace un año—refutó Ava—. Y yo jamás olvido.
Cora quería preguntar qué demonios había sucedido hace un año como para que Ava se pusiera a la defensiva, pero no dijo nada. Apenas estaba conociendo a la prima de Cedric, y no quería arruinarlo dando la impresión de ser una chismosa o algo peor.
Afortunadamente no hubo necesidad de seguir hablando al respecto, ya que en ese momento el mesero que los atendía llegó a su mesa con su orden de comida. En cuanto Cora tuvo delante suyo su ensalada y vaso de agua natural decidió no perder más tiempo y atacar su comida. No había almorzado nada en la escuela ya que su clase de química quedó castigada durante la hora del almuerzo por culpa de Tyler, quien tuvo la brillante idea de casi intoxicar al salón sólo porque discutió con Matt. Cora no sabía si debía sentir desprecio o miedo por el carácter voluble de Lockwood, ya que parecía que cuando algo no salía de acuerdo con lo que él esperaba hacía su rabieta de la peor forma posible para que alguien más saliera perjudicando, pagando así los platos rotos.
Y aunque ella se había visto tentada en pedir un gran filete de carne de res, tuvo que desistir, ya que no había tomado sus pastillas a la hora del almuerzo y ahora debía comer de acuerdo a su dieta si es que no quería más complicaciones.
Cedric, quien también había sido castigado junto a ella, atacó ferozmente sus papas fritas y hamburguesa, mientras que Ava los contemplaba en silencio con una mueca burlona en sus labios rojos.
—En verdad tienen hambre.
—El maestro no nos dejó comer ni siquiera una triste manzana en el laboratorio—dijo Cedric mientras masticaba las papas fritas que llevó de un puñado a su boca—. Y desayuné algo ligero en casa. Estoy tan hambriento que podría comerme a un lobo.
—Por favor no hables de carne—gimió Cora—. No puedo comerla.
—¿Eres vegetariana?—preguntó Ava, picando la ensalada que venía como complemento de su respectiva hamburguesa.
—No, pero en chicago seguí una dieta cuando estudié ballet y patinaje artístico. Mientras más control sobre mi cuerpo, mi dieta debía ser balanceada. Poca grasa, nada de carbohidratos y la proteína debía ser ingerida en porciones pequeñas.
Esto en parte era cierto. Por una época ella siguió esa dieta, pero eso fue antes de saber que tenía leucemia. Ahora ni siquiera una alita de pollo podía comer, solo pescado ahumado, sin una sola gota de aceite.
—No sabía que eres bailarina y patinadora. —dijo Cedric.
—¿El ballet y el patinaje son parecidos?—preguntó de lo más intrigada Ava, a lo cual Cora esbozó una sonrisa melancólica por recordar sus días como bailarina.
—En algunas cosas ambas disciplinas se asemejan, pero definitivamente no se pueden ejecutar las mismas técnicas. Especialmente con los saltos. Es imposible, ya que de hacerlo sufriría una lesión grave por el aterrizaje. Fue por eso por lo que renuncié a ambos, por que exigían mucho y yo no podía cumplir con ello.
Una vez más, no estaba mintiendo del todo con eso último. Ella ya no podía dar más de sí por qué de hacerlo ni siquiera llegaría a un año de esperanza de vida.
—No son las disciplinas de cuento de hadas que parecen ser—expresó col amargura y cierta tristeza en su voz al recordar los días grises que vivió en la pista de hielo como en el escenario del teatro—. Exigen cada parte de tu alma si quieres ser la mejor. Y yo no podía seguir en ese camino. Fue entonces que decidí refugiarme por completo en la pintura. Nadie me presiona, solo soy yo y el lienzo.
—Deberías verla en clase de arte—comentó Cedric a su prima—. Es como si se presenciara los primeros años de una gran artista que dejara huella en el futuro. Es todo un privilegio.
—Exageras—dijo Cora con una risa de lo más risueña—. Lo cierto es que la profesora Carlyle me habló hoy sobre esas clases extracurriculares que me comentaste la otra vez. Creo que tal vez si las tomaré. Me gustaría perfeccionar algunas técnicas como el sombreado, pero sobre todo quiero aprender a hacer retratos. Es lo único que jamás he sabido hacer en un lienzo, solo en una hoja de papel pequeña.
—La profesora Carlyle me da la impresión de ser como esas personas que se apasionan por su vocación—comentó entonces Ava—, se le ve que es fiel a sus principios, pero...
—La clase de historia. —dijeron Cora y Cedric al unísono, y el estómago de la rubia se retorció en un nudo, haciéndola dejar de un lado su tenedor y suspirar.
Ella admiraba a la profesora Carlyle, y si bien la clase de historia había estado bien, jamás imaginó que una clase sería una montaña rusa, donde terminó sintiéndose confundida al respecto. Fue como si algo hubiera pasado enfrente suyo, pero por alguna razón no fue capaz de verlo al sentirse abrumada por sus emociones.
—¿Saben?—Cedric dejó la mitad de su hamburguesa en el plato y se limpió con una servilleta sus manos—. Si bien prefiero esta clase a las que daba Tanner, sin ánimo de ofenderlo donde quiera que esté...
—En el infierno, seguramente. —masculló Ava.
—¿No sienten que ella sabe más de lo que aparenta?—inquirió Cedric, pasando por alto el comentario de la pelinegra—. Mencionó que su madre es originaria de aquí, lo cual explica por qué su apellido no es de por aquí, porque su padre debe ser francés o de algún otro lugar, pero nadie es capaz de saber todo eso en cuestión de dos o tres años. Ella es joven, no puede tener más de treinta años, y es claro que sí viene de Francia su mamá no debió contarle historias de un pueblo pequeño en Virginia. Sabía sobre el incendio que hubo hace siglo y medio, donde se han dicho miles de historias al respecto, entre las cuales dicen por ahí que quemaron vivos a los vampiros que habitaron alguna vez este pueblo.
—Todos sabemos que de no ser por esa maldita hoguera que está en el bosque—musitó Ava—, todavía con residuos del fuego que se expandió para quemar vivos a los pueblerinos, nadie creería en las brujas. Pero los vampiros es algo que nos ha tenido escépticos desde siempre.
—Pero la señorita Carlyle sabía al respecto, y ella es nueva aquí. No lleva más de una semana, y son pocos los registros que se pueden obtener fuera de Mystic Falls que hable sobre esa noche hace más de cien años.
—Posiblemente ella aprendió al respecto la noche de la fiesta—surgió Cora, tratando de ver la solución más lógica que hubiera sin necesidad de ver fantasmas donde no los había—. Logan me contó esa historia ¿recuerdas? Tal vez alguien más se la contó.
—Puede ser. —murmuró Cedric, más no se le veía del todo convencido, aunque parecía que mientras más pensaba al respecto más sentido tenía para el, más había una pieza que no parecía encajar en su dilema sobre la señorita Carlyle.
—Tal vez solo es por la muerte de Tanner por lo que estamos tan tensos—dijo entonces Cora, en un intento de alivianar el ambiente—. La clase no estuvo mal, ella más que ser una maestra se mostró comprensiva y no abusó de su poder. Además, ella es maestra de artes, como tal ella conecta más con sus emociones y no hace tanto caso a su cabeza. Lo sé por experiencia. Puede que ella encontrase esas historias y la cautivaron y solo quiso comentarnos al respecto, dándonos su punto de vista.
—Si, puede ser que sólo sea eso—Ava chasqueó la lengua—. Estamos tan acostumbrados a que la clase de historia sea aburrida que tal vez, ahora que se nos dio algo nuevo e inusual pensamos que había algo malo en ello, pero la señorita Carlyle se ve buena persona.
Cedric sacudió su cabeza con tal fuerza como si quiera sacarse de la mente el nombre de la maestra Carlyle y así poder pensar en otra cosa.
—Mejor cuéntanos como es que Emma fue capaz de equivocarse de boleto. —le sugirió a su prima con una media sonrisa, claramente buscando un distractor, y si Ava lo llegó a notar, no hizo comentario referente a ello.
—Eso no es lo más loco que tengo por decir en mis vacaciones en Londres. —dijo con una risa ahogada.
—Cuéntanos, somos todo oídos.
—Bueno, primero que nada, debo decirles que Londres es confuso en todos los sentidos. Hay calles tan grandes que sientes que te perderás en la misma esquina, pero hay otras avenidas que parecen ser más bien un laberinto y lo que puede haber en la salida es desconocido. Pero tiene sitios encantadores que hacen que te sientas teletransportada hacia otro mundo totalmente diferente. Aunque, claro, teniendo a Emma junto a mí el efecto desaparecía rápidamente. Gracias a ella pesqué un resfriado.
—Si, ella tiene ese don. —dijo Cedric con una falsa sonrisa de disculpa que Ava le respondió dedicándole una mirada fulminante.
—Me lanzó al río Támesis porque su celular resbaló de sus manos y ella solo me empujó para ir tras su celular por el puente Blackfriars. —espetó un tanto indignada por ello—. Y lo peor es que estaba lloviendo a cántaros.
—Es experta en eso. —dijo el pelirrojo mientras contenía una carcajada que intentó ahogar al beber un sorbo de su limonada.
Ava bufó de lo más ofendida por el gesto burlón de su primo y miró a Cora buscando por ayuda, pero la rubia, quien también se encontraba reprimiendo la risa por la interacción de ambos primos estaba intentando concentrarse en su ensalada.
—Amo a Emma—dijo la ojimiel tras suspirar de resignación—, pero no vuelvo a ir de vacaciones con ella hasta ser adulta legalmente. —declaró esto como si fuese su palabra final.
—¿Tan siquiera fuiste a las montañas de Gales como tenías pensado?—preguntó Cedric, todavía con el esbozo de una sonrisa divertida en sus labios, gesto que Ava decidió pasar por alto por esta ocasión para así asentir un tanto energética a la pregunta que se le hizo.
—Un día viajando en coche y después en caballo, pero valió la pena.
—Ava siempre quiso visitar Gales—le informó Cedric a Cora—. Nuestros tíos nos contaban historias de cómo en su niñez iban cada verano e invierno ahí a pasar las vacaciones, y decían que no habría ningún otro lugar en el mundo tan sereno como ese. Ava se sintió intrigada por eso y quiso verlo con sus propios ojos.
—Tomé fotografías que espero revelar pronto—sus ojos entonces se posaron sobre Cora—. ¿Quieres verlas? Puedo sacar copias extras de algunas por si gustas para que las plasmes en lienzo.
—¿Harías eso?—preguntó un tanto anonadada por este ofrecimiento.
—¡Por supuesto!—exclamó de lo más entusiasta.
—Bueno—la sonrisa titubeante que Cora tenía se acentuó hasta volverse firme—, en ese caso en serio te lo agradezco.
—No tienes por qué. Como dije, Cedric me habló mucho de ti durante estos días que siento que te conozco el mismo tiempo que él a tu. Él destacó en muchas ocasiones tu pasión por el arte y la literatura, refiriéndose a ti como la belleza rubia.
Cedric casi se atragantaba con la papa que estaba masticando y necesitó de unos minutos para recuperarse antes de poder volver a hablar, esta vez de lo más sonrojado desde sus mejillas hasta la punta de sus orejas.
—No lo dije en otro sentido. Hablaba haciendo una comparación con una diosa del Olimpo. De acuerdo eso tampoco me ayuda. —dijo esto para sí mismo y maldijo entre dientes—. Lo que quiero decir es que eres muy hermosa, pero yo no lo dije de esa manera, sino más bien en el sentido de admiración por tu honestidad y alma sensible de artista. El afecto que sienten los amigos, casi hermanos. Cuando dije belleza rubia me refería a Afrodita, porque ella cautivó a Ares y en lugar de hacerle cosas atroces como a las mujeres que amó la trató bien, porque su buen corazón lo enamoró. Ella tenía un corazón puro, y era capaz de hacer lo que fuera por amor. Ese poder es más valioso que el arco de Artemisa.
—Se cree que Afrodita era rubia, por eso la comparación. —aclaró Ava.
—No te preocupes, sé que no lo decías con otras intenciones—tranquilizó Cora con una sonrisa de lo más sincera, pues ella en realidad nunca llegó a mal interpretar las palabras del pelirrojo—. Y gracias por la comparación con Afrodita. Tal vez no soy alta como ella, pero aun así me siento halagada.
—De todos modos, a Cedric no le gustan las rubias—comentó Ava, lanzando un guiño de picardía a través de la mesa—. Sin ánimos de ofender. Pero es para que te sientas más tranquila y no haya más mal entendidos.
—Ava. —siseó Cedric, como si su prima dijera en cualquier momento algo indebido, a lo cual la pelinegra puso los ojos en blanco y le dio una mordida a su hamburguesa.
Si bien Cora tenía un inquietante sentido de la curiosidad que a veces no la dejaba dormir, tampoco quería entrometerse en la privacidad de su amigo, por lo que decidió dejar el asunto por la paz y cambiar de tema, donde poco a poco el ambiente se relajó y a los pocos minutos ya estaban nuevamente los tres riendo al escuchar uno de los anécdotas que Ava tenía por contar de su viaje a Londres.
Cuando hubieron terminado sus platillos y se prepararon para ordenar el postre que iban a compartir entre los tres, Cora se excusó para ir al sanitario para así tomar sus pastillas, pues dudaba demasiado ir temprano a casa, pero tampoco deseaba irse a casa, aún no.
Jamás llegó a imaginar que un día encontraría a dos buenos amigos, especialmente en un lugar tan pequeño como Mystic Falls, donde ella se mudó por razones no del todo agradables, pero para eso mismo estaba ahí, para vivir lo mejor posible sus últimos cinco años antes de perecer. Por ahora disfrutaría del presente, después pensaría al futuro. Pero ese día sólo era ella siendo una adolescente disfrutando de la tarde con sus amigos.
Con ese pensamiento en mente, Cora sentía que nunca había tomado su medicamento tan feliz como en ese momento. Su alegría era tal que cuando salió del cubículo del baño tras tomarse en seco sus píldoras una chica que estaba ante los espejos del baño le miró de lo más consternada, como si no fuera normal para ella ver a una joven tan feliz, sobre todo en un baño público.
La joven rubia terminó de lavarse las manos y se despidió de la muchacha con una media sonrisa cortes, haciendo que el labial que ésta tenía en mano se desviara y manchase su cara. Cora no se quedó a ver qué clase de reacción podía llegar a tener, ya que salió del sanitario, y apenas y la puerta se hubo cerrado detrás suyo, su cuerpo inmediatamente se estampó contra el de alguien más, haciéndola trastabillar y buscando el apoyo de la pared.
—Lo siento. —dijo ella al unísono de una segunda voz aterciopelada que ella conocía mejor que cualquier canción.
Sin embargo, para verificar que estaba en lo correcto sobre quién podía ser su interceptor, alzó su mirada y sus ojos azules se encontraron por segunda vez en el día con los ojos verdes de Stefan Salvatore, quien está vez parecía de lo más sorprendido al verla ahí.
—¿Stefan?
—¿Cora?
—¿Qué haces aquí?—preguntaron nuevamente al unísono, y para rematar los día se rieron a la par.
—Vengo con unos amigos—explicó ella, y no pudo evitar sentir rara esa frase en su boca, más se sentía bien poder decirla finalmente—. ¿Qué hay de ti?
Stefan alzó sus cejas y suspiró.
—Caroline insistió en verme—dijo, y a juzgar por su expresión la charla no había sido del todo agradable—. Quería preguntarme algo sobre Damon y supuse que era mejor aceptar a tener que arriesgarme que me siguiera a casa.
—Oh—Damon. Por supuesto que si. No podía hablar con un hermano Salvatore sin que el nombre del otro mágicamente saliera a flote—. Y ¿por qué Caroline te pregunta cosas sobre del que se supone que es su novio?—intentó que su voz sonase de lo más serena e indiferente al preguntar esto.
—En resumidas cuentas, Damon no se ha puesto en contacto con ella desde la fiesta, y aparentemente tuvieron una pelea esa noche, así que...
—Tú, el noble hermano, eres el mensajero entre los dos tortolos que han discutido por tonterías. —finalizó Cora con una pequeña sonrisa.
—Básicamente.
—Bueno, espero que todo haya quedado solucionado—Cora se balanceó sobre sus pies y miró vacilante a Stefan, sin saber que podía decirle. Claramente debía irse ahora, debía cumplir con la promesa que se hizo a sí misma sobre estar alejada de los hermanos Salvatore, pero por razones que ella no conseguía entender, cada vez que estaba cercas de Stefan se formaba cierto magnetismo que la empujaba a querer estar más cercas suyo—. Debo irme. Pero, te veré después.
—Espera, por favor.
Cuando Cora lo rodeó para regresar a su mesa, Stefan la tomó de la mano para detenerla, y en cuanto sus pieles se encontraron, la ojiazul sintió como un escalofrío recorría su cuerpo y, como si fuese una clase de reacción o de una simple coincidencia, la bombilla que había por encima de sus cabezas parpadeó hasta fundirse, dejándolos a ambos en un ambiente tenue, como si fueran encerrados en un lugar lejos del Grill y de las miradas curiosas de los demás. Solo eran ellos dos, posando sus ojos de sus manos unidas hasta encontrarse en los ojos del otro y perderse de este modo.
—¿Por qué?—preguntó ella en un hilo de voz, sin apartar sus ojos de los de él—. ¿Por qué no puedes alejarte?
—No lo sé—confesó él en un susurro, y a juzgar por su semblante descompuesto, Cora sabía que decía la verdad, que él tampoco podía entender aquella fuerza invisible que había entre ellos dos y los instaba en acercarse—. Debería alejarme.
—Si—tragó en seco—, deberías.
Entonces ¿por qué ella no podía soltar su mano? ¿Por qué no quería liberarse de sus ojos verdes? ¿Por qué quería seguir cercas de él, aunque fuera por un solo segundo más?
¿Por qué cada vez que sucedía esto ella sentía que su corazón se saldría de su pecho por lo rápido que latía por él? ¿Por qué cada pensamiento que cruzaba por su mente en el día parecía dedicado a él y a nadie más? No tenía sentido, apenas se conocían, y todo lo que sabía de él era gracias a Damon, porque Stefan no parecía realmente dispuesto en abrirse.
¿Por qué cada vez que sentía su aliento contra el suyo quería que fuera siempre así, cuando en realidad ese privilegio lo tenía Elena? ¿Por qué todos sus sueños evocaban la imagen de Stefan? ¿Por qué parecía que su corazón evocaba una melodía jamás escuchada cada vez que lo veía? ¿Qué había detrás de esos ojos verdes? Ella quería conocer su alma, saber todos su secretos, estar para él, ella deseaba poder...
—Por dios. Yo te conozco.
Sobresaltada, Cora se dio media vuelta y vio detrás suyo a un hombre afroamericano de sesenta años que los miraba a ambos como si fuesen fantasmas del pasado. Ella estuvo a punto de hablar, pero Stefan tomó la palabra, sin soltar la mano de Cora.
—Disculpe, pero creo que se confunde de persona.
—No. Te conozco—afirmó el hombre, como si esto fuese una acusación—. No has envejecido ni un solo día—fue cuando sus ojos se posaron en Cora, y su rostro pasó de la confusión al terror, como si ella fuera el mismísimo demonio salido del infierno—. ¿Cómo es esto posible?—exclamó en voz ahogada—. Estas muerta.
Cora sintió como si su sangre se congelara, dejándola paralizada, sin saber que decir o hacer.
—Yo...
—Creo que nos confunde con alguien más—repitió Stefan, y si bien intentaba sonar amable, había cierta aprensión en su postura por querer irse lo antes posible—. Cora, vámonos.
La rubia intentó decir algo, como que debía volver con sus amigos, pero en vez de eso ella solo se aferró lo mejor que pudo de la mano de Stefan y dejó que la guiara fuera del local, llevándola lejos de aquel hombre y de las personas que la seguían con la mirada hasta que ambos quedaron fuera de vista.
LUCIE HERONDALE SPACE
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¡Hola todo mundo! ¿Como están? Yo sobreviviendo a la escuela y a una pequeña crisis de agua que hay en mi estado, pero no podía permitir que este capítulo se retrasara más así que me puse a escribir inmediatamente. Confieso que iba a ser más largo, pero decidí dejarlo así por que iba a ser demasiada información para un solo capítulo.
Bueno, recapitulemos: Cora se comprometió en recuperar el reloj que supuestamente es de su padre, finalmente Ava apareció, Stefan y Cora parece que están acercando cada vez más, otra vez parece que confundieron a Cora con otra persona, y luego tenemos a Madelaine como maestra sustituta en la clase de historia. Me pareció interesante hacer esto por que mientras Alaric entra al juego, creo que Madelaine puede integrarse más de este modo y también podremos conocerla un poquito más.
¿Qué impresión les dejaron Madelaine y Ava en este capítulo? ¿Creen que ese hombre haya confundido a Cora con la misma persona que la señora Lockwood, o es alguien más? Y ¿acaso algo pasó entre Ava y Elena y por eso Ava no parece feliz de siquiera escuchar su nombre? Los leo en los comentarios 👀
Quisiera aclarar rápidamente que, como un cambio que hubo de la serie aquí es que Stefan y Elena si terminaron, pero la razón por la que él estaba en el Grill no fue para verla a ella, que es como sucede en la serie, sino por que Caroline lo citó para preguntar por Damon. Así que si, él si le dijo aquí la verdad a Cora. Aclaro esto por si alguien ya quería lincharlo por creer que mentía o algo así jajaja
Espero que les haya gustado el capítulo. Nos leemos pronto ❤️
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