𝟏𝟕.
VISENYA Y LUCERYS NUNCA HABÍAN SIDO EL PAR DE HERMANOS MÁS UNIDOS. Todavía eran familia y toda su vida vería por la seguridad de cada uno de sus hermanos y sabía que Luke, de alguna forma, sentía lo mismo que ella.
Rhaena no podía tener ninguna razón al insinuar que Lucerys–su propio hermano–apreciaría afectos más amables que las peleas verbales o los codazos en las costillas como ya estaban acostumbrados, les gustaba retarse como hija e hijo favorito de su madre.
Visenya nunca tuvo que luchar por la atención de Rhaenyra con otra hermana. Sin embargo, Lucerys era un oponente digno de temer cuando se trataba de obtener lo que quería.
Cuando pequeños, Visenya también tendía a acaparar el tiempo de Jacaerys, haciendo berrinches desproporcionados cuando su hermano mayor empezó a distribuir su amor entre más y más hermanos a medida que su familia crecía. Luke solo había tenido la mala suerte de ser el primero después de ella.
Naturalmente, estaban en la edad de tenerse un profundo recelo. Lucerys quería y se le daba todo lo que pedía, Visenya quería y se le daba todo lo que pedía. Tal vez era esa terrible similitud y estilo de vida la razón por la que con frecuencia prefería patearse debajo de la mesa que actuar civilizadamente a la hora de la comida.
Estaban lejos de su hogar, expuestos en la corte y bajo la mirada de la reina como jueza de su educación. Por desgracia, tenían que comportarse como el príncipe y la princesa perfecta.
Joffrey se quejó cuando se dio cuenta de que ninguno de sus hermanos escuchaba ni una sola de sus palabras así que, eventualmente, resolvió solo su problema, usando a una de las nodrizas como sustituta y la mujer se vio obligada a asentir a cada cosa que decía.
Sabía que Jace estaba preocupado, más de lo que ella lo estaba en realidad. Ambos podían leer en el rostro del otro la inquietante angustia del mismo pensamiento, compartido como si fuera una misma mente dividida en dos personas.
Luke estaba muy callado.
Aunque no parecía particularmente mortificado por algo, estaba más pálido de lo normal. Bien pudo haber sido el agotador viaje que habían hecho desde Rocadragón, el día apenas estaba por terminar, se acercaba la hora de dormir mientras las antorchas en la fortaleza eran encendidas y tendrían la audiencia a la mañana siguiente. Ninguno estaba listo para despedirse y regresar a sus habitaciones. De haber tenido una cama lo suficientemente espaciosa en la guardería, Visenya, Jace y Luke se habrían quedado a dormir juntos con sus hermanos más jóvenes.
Era esa la forma ideal en la que afrontaban sus preocupaciones, o lo era en casa, donde nadie podía señalarlos por ser aprensivos y tener unos modales atroces, pues no hacer uso de sus propios aposentos para descansar como se dictaba no se veía bien en jóvenes de su edad.
Así pues, estaban de visita en Desembarco del Rey, viviendo bajo los techos de la corona y había reglas de etiqueta básica que cumplir. Pronto, todos serían escoltados a sus respectivas habitaciones y no habría nada más que hacer que ceder cortésmente.
Jacaerys y Visenya se miraron entre sí, luego miraron a Luke una vez más y todo estuvo prácticamente dicho sin palabras.
—¿Qué dices si damos una vuelta antes de ir a dormir? —Fue Jace el que propuso primero, sentándose a un lado del menor de los tres para darle una palmada en la rodilla con la intención de animarlo un poco. Él la contempló de reojo después, echando un vistazo a los niños somnolientos jugando con bloques de madera y sonajeros de marfil, ensimismados.
—¿Una vuelta? —Lucerys dejó de jugar con la pequeña navaja que le habían regalado por su onomástico. Sus ojos claros y cansados oscilaron del uno al otro antes de fruncir el ceño sin mucho interés—. ¿Para qué?
—Despejarnos —dijo ella.
—Explorar —Jace respondió casi al mismo tiempo.
Y, para más inri, lo dijeron al revés.
—Explorar.
—Despejarnos.
Lucerys rodó los ojos y bufó— ¿Explorar o despejarnos?
—Las dos cosas —Visenya se apresuró a tomar la palabra.
Casi pateó a su hermano mayor cuando Jace decidió volver a abrir la boca para contradecirla. —Lo que tú quieras —dijo él.
—¿Y si no quiero hacer nada? —Luke subió los pies a la mesa y se recostó aún más en el sofá. Claramente se divertía haciéndolos pelear.
A Visenya le pareció ver la sombra de una sonrisa torcida en los labios de su hermano menor.
Gruñó— ¿Y si...?
—Enya —advirtió Jacaerys lanzándole una mirada que pudo o no haberla hecho callar.
Suspiró. De todos modos ella ya no estaba de humor para hacer nada.
Lucerys se tomó su tiempo, haciendo un sonido con la boca cerrada como si le estuviera costando demasiado decidirse. Por un momento, alargó tanto la espera que el propio Jacaerys se notó visiblemente exasperado, dedicándole una mirada severa que no surtió el menor efecto en su hermano menor.
—Quiero irme a dormir. —Por fin, se encogió de hombros y bostezó, contagiado por Joff, quien jugaba con los ojos casi cerrados cerca de su cama. Luke se estiró en el sillón, acomodándose boca arriba para mirar el techo y evitarse más expresiones fulminantes.
Otro poco más y Visenya le hubiera sacado la respuesta jalando de su querido cabello ondulado.
—¿Qué eres? ¿Un bebé? —lo retó irritada.
—Tú eres un bebé —se quejó. Cuando ella intentó darle un golpe, Luke manoteó y se defendió— ¡Jace, tu trol está atacándome!
Jadeó ofendida— ¡¿A quién llamas trol?! —Y saltó sobre él.
Entonces, con una fuerza que no podía contrarrestar para salirse con la suya, Jacaerys la alcanzó por la cintura y la atrajo hacia su pecho antes de poder ponerle una mano encima al dulce niño de Rhaenyra. Su brazo robusto la envolvió y depositó la palma de su mano en su vientre para arrastrarla con cuidado.
Visenya ni siquiera podía reprocharlo por ser rudo, no tenía sentido luchar.
—Vamos. Es tarde —Jace se rio entre dientes y se despidió de Luke, quien aparentemente estaba a punto de tomar una siesta en el sillón. El mayor de los tres asintió hacia el par de nodrizas que estaban arropando a los bebés Viserys y Aegon. Habló en voz alta— A la cama, Joffrey.
Visenya no pudo despedirse de sus hermanos, llevada a la fuerza hasta la puerta. Experta como lo era en atender a su hermano menor, sabía que Joff estaba sin duda haciendo pucheros. Fue bueno no verlo, habría sido débil y lo habría levantado en brazos para arroparlo ella misma.
—Eso es. —Jacaerys la condujo, deslizando sus dedos sobre sus hombros desde atrás y susurrándole de cerca—. Un paso detrás del otro, andando. Te acompaño a tu cuarto.
—Pero yo no tengo sueño —siseó.
Jacaerys abrió la puerta, la escoltó fuera y cerró a sus espaldas, haciendo la menor cantidad de ruido posible si quería evitar que los bebés hicieran un escándalo por su repentina ausencia.
Aegon el menor y Viserys eran tan o más exigentes de lo que alguna vez lo habían sido Joffrey o Lucerys en su tierna infancia. Eran tan blancos que se pintaban de un rojo vibrante cuando lloraban a todo pulmón y gritaban como verdaderos dragones adultos. Desde luego, estaban llenos de hermanos mayores que los atendían al más mínimo gorgoteo.
Era una buena señal, tenían salud. Todos los hijos de la princesa habían llegado al mundo dando patadas y llorando hasta quedarse dormidos.
Visenya no podía decir lo mismo de su alumbramiento. Su madre también decía que si un maestre no hubiera guiado su cabeza durante el parto, habría pateado sus tripas hasta abrirse paso a como diera lugar.
Jacaerys, quien entonces tenía poco menos de un día de nombre, fue más esclarecedor al respecto.
Visenya nació y respiró por primera vez de puro milagro.
Ella apenas podía recordar al bebé que fue Lucerys, nunca tuvo la edad para cargarlo propiamente, no lo vio abrir los ojos ni lo acompañó en sus primeros pasos tampoco.
Por otro lado, Joffrey... Visenya todavía era una niña, solo un onomástico más joven que Jace pero con la altura de Luke, su mamá le había permitido alzar a Joff en brazos mientras estuviera sentada en el mismo sillón a su lado y solo si Rhaenyra la ayudaba a sostenerlo.
Visenya recuerda haber hecho un berrinche por eso porque quería cargar al bebé ella sola.
—Yo tampoco —Jacaerys le dijo una vez fuera de la guardería, tendiéndole el brazo para caminar juntos—. Vamos a dar una vuelta tú y yo.
Lo contempló por un instante. A su mente volvieron los días de su niñez, días cálidos en los que peleaba con Luke por la atención y el cariño de Jace, cuando solo eran tres y tanto Lucerys como Visenya acaparaban a todos los miembros de su familia en una competencia de favoritismos.
Luke y Visenya podían pelear tanto como quisieran, al final la verdad era solo una: el primer hijo de su madre siempre sería el favorito. Jacaerys brillaba en una luz propia ante los ojos de Rhaenyra, el primero en sus brazos, su heredero y su mundo entero si es que no hubiera dado a luz a otro puñado de bebés.
A pesar de ello, el amor que su madre les profesaba a todos y cada uno era grande e incondicional.
Visenya amaba a Luke, aunque todavía era un demonio insoportable. Eran tan parecidos que lo detestaba.
—Bien.
Asintió y se colgó de su brazo para emprender una breve visita a los viejos pasillos abandonados y austeros de la Fortaleza Roja. Ahora más el hogar de los Siete que la cuna de la corona.
Sus ancestrales tapizados y sus reliquias simbólicas que databan de la época de los conquistadores habían sido saqueados y reemplazados por figuras y telones en blanco que a Visenya le parecían increíblemente ostentosos o sobriamente ridículos.
Por supuesto, la fe de los Siete era una fe como cualquier otra, una cuarta parte más importante y relevante que las demás. La reina había elegido como decorar sus muros, ¿quién podía decir algo ante eso?
Osciló entre mirar a través de los arcos en las ventanas que daban a la urbe y contemplar su propia sombra bailando en las paredes gracias a las llamas que crujían en las antorchas y las velas. El aire se sentía diferente en Desembarco, más espeso, pesado y sucio, nada como su hogar verdadero.
—Extraño Rocadragón —confesó apretándose más cerca y obsequiándole una sonrisa forzada a su hermano mayor. Resopló— Este lugar no es lo que recuerdo.
—Lo dices porque ahora parece más un Septo que el castillo de los Siete Reinos —Jacaerys murmuró dando pasos largos y lentos que los llevaron más lejos. Tuvo que bajar la velocidad para no adelantarse y arrastrarla con él—. También extraño Rocadragón, Enya —la secundó después de guardar silencio por un largo minuto.
Ella observó la ciudad y pensó en silencio antes de retomar.
—¿Crees que la audiencia salga bien mañana? —De pronto, hizo una pregunta que pareció tomarlo completamente desprevenido.
Él frunció el ceño y torció los labios, confundido.
—¿Por qué saldría mal?
Visenya no podía señalarlo pero Jacaerys estaba rígido y tenso de nuevo, su voz estaba cargada de indignación.
—Porque el rey Viserys, nuestro abuelo, ha estado postrado en cama por años y la reina ha gobernado en su lugar —le recordó—, porque los nobles no hacen sino señalarnos por nuestra apariencia y porque, hasta donde yo lo sé, la audiencia de mañana pondrá en duda la sucesión de Marcaderiva. —Luego enfatizó— Pondrán en duda el derecho de nuestro hermano. —La lengua no le tembló ni por un instante, encarando al príncipe. Jace la observó y esperó en silencio hasta que su rostro se suavizó y asintió, alentándola a continuar—. Tengo razones para temer que... nuestra madre formará alianzas que beneficien a nuestra familia —inhaló despacio—. Desde luego, tanto Luke y Rhaena como tú y Baela están...
—Voy a detenerte ahora —la interrumpió. Sus pies dejaron de andar, anclándose en el piso y frenándola con él. Trató de mirarla incluso si Visenya luchó por evadirle la mirada. Entonces, él suspiró y se acercó lo suficiente para tararear algunas palabras vacilantes—. Si tú me lo pidieras —se corrigió—, no, si tú me lo permitieras, yo...
Sabía lo que seguía y no esperó a que su boca la traicionara, se mordió la lengua y negó.
—Jace —lo llamó despacio, conteniendo la punzada que cerró su garganta—, aunque el compromiso de Luke y Rhaena bastara, ¿dónde dejaría eso a Baela? —preguntó— ¿Lo has pensado?
Se contemplaron el uno al otro en silencio, sus grandes sombras proyectadas en los muros y sus ojos dilatados por la escasa luz, apenas podía escucharlo respirar.
Sus labios estaban fruncidos casi con dolor.
—¿Alguna vez has pensando en dónde te dejaría nuestro compromiso? —él se atrevió a decir.
Enmudeció de pronto, sus labios entreabiertos tratando de darle una respuesta casi de forma inmediata y fracasando.
Jacaerys dio un paso más cerca y, cuando no lo detuvo, tomó su mano para besarle el dorso con anhelo. Luego, él sujetó su barbilla para depositar la sombra de un beso en sus labios.
—¿O piensas en mí la noche en la que Baela y yo nos veamos forzados a consumar? —Sus pétalos húmedos aterrizaron en sus comisuras, subió por su mejilla y besó su pómulo, cerca de su lóbulo—. El día en que te comprometan a otro. —Sus manos ásperas se deslizaron por sus caderas y su cintura, dándole la vuelta tan despacio que apenas se dio cuenta cuando estaba de frente a una pared, con Jace en su espalda besando la unión entre su oreja y su mandíbula—. Cuando otro hombre te haga suya, Visenya. —Sus dedos se apretaron con fuerza alrededor de su falda.
No pudo evitar que sus párpados temblaran, cerrando los ojos cuando los dientes de su hermano rasparon el contorno de su garganta. Podía sentir su pecho agitado y robusto contra su columna, sus manos callosas estrujando las capas de su vestido.
—Jace —jadeó. Sus rodillas flaquearon.
—¿Tienes una idea de lo que sería de mí? —gruñó.
Sus yemas se contrajeron encima de su vientre, estrechándola entre su cuerpo y el muro.
Algo oscuro se revolvió dentro de su estómago, ruidoso como el placer y ansioso como los nervios de cualquier doncella envuelta en los brazos de un príncipe. Sentía vergüenza de los lugares a los que su mente la arrastraba en contra su voluntad, una profunda vergüenza por ser descubierta deseando que su hermano mayor la tomara el día de su encamamiento como un obsequio hecho solo para él.
Se sintió mareada, tan ebria como cada vez que los labios de Jacaerys succionaban esa zona exacta detrás de su oreja, siseando palabras calientes e indecorosas, consciente del sinsentido que regía en su propio ser cuando sus dedos se deslizaban entre sus piernas.
Podía sentirlo respirar pesado, resoplando caliente en su cuello, sus caderas empujándola, su torso duro subiendo y bajando y la desesperación contenida en su pecho mientras luchaba por no dejarse llevar.
Una hermana sabia, no, una hermana responsable habría dado fin a todos sus lujuriosos encuentros mucho antes de que estos empezaran. Una joven pudorosa habría protegido su propia doncellez de cualquier hombre, incluso de uno digno como su hermano Jacaerys.
Sus jadeos la volvían tonta, su deseo la cegaba, el hambre...
Él depositó otro beso mojado y cálido detrás de su lóbulo, haciendo a un lado su largo cabello para acercarse a su nuca.
—¿Vas a pensar en mí, hermana, —susurró— cuando te entregues a otro hombre?
Se estremeció desde las entrañas, los vellos en su cabeza erizados hasta volverla loca. No podía mantener los ojos abiertos ni su respiración moderada.
Negó con la cabeza en silencio una y otra vez, como si de pronto tal acusación le resultara impensable y bochornosa.
No quería escucharlo más, sus orejas ardían aferrándose a sus brazos cuando él volvió a darle la vuelta, estrellando sus bocas con tanta fuerza que sus dientes chocaron suavemente. La lengua sedosa de Jacaerys se abrió paso entre sus labios mientras ella temblaba y se deshacía en suspiros.
Las manos del príncipe desataron los cordones de su vestido, incapaz de pararlo, y Visenya se colgó de su cuello para corresponder a su beso frenético.
Había algo vil en sus palabras que la adormecía como si se tratara de un licor dulce. Una morbosidad que no podía confesar ante su reflejo en el espejo, algo íntimo y humillante como entregarse a otro hombre que no fuera su futuro esposo.
¿Era tan visceral pensar en otorgarle su virtud a alguien tan querido? Jacaerys la quería, eran hermanos de sangre, no existía otro hombre en el mundo que la valorara de la misma forma. Tal vez, como su hermano mayor, era más apto que cualquiera para convertirla en una mujer.
—Jace —suplicó entre dientes y gemidos descuidados. Sus manos hacían todo por tocarse sin despojarse de las ropas.
Tiró de sus rizos con fuerza cuando su boca no abandonó sus labios ni para respirar, solo entonces él arrastró sus labios por su mentón, lamiendo la piel sensible y deslizando la lengua a través de su cuello. Él la alzó del suelo, aprisionándola contra la pared de piedra para escurrirse entre sus muslos.
Tan perdidos en el otro que no sintieron remordimiento alguno por ceder a la tentación en los ancestrales pasillos del castillo.
—Te amo —él balbuceo primero entre saliva y jadeos. Cuando creyó habérselo imaginado, Jacaerys tomó su rostro con las manos, forzándola a verlo a los ojos y escuchar sus palabras—. Te amo, Visenya. No haré sino desearte cada día de mi vida.
Su corazón, otrora agitado por el desenfreno y la necesidad, se detuvo por completo. Un frío gélido se postró en su pecho, donde solía latir con fuerza, no era más que una piedra petrificada. La consecuencia de tal confesión.
—Visenya —él murmuró cuando el silencio se prolongó, su expresión reclamada por un ápice de pesar.
Hizo lo que pudo para librarse de su agarre. Negó y respiró como si el aire le hiciera falta de pronto, quitándoselo de encima a empujones para dejarlo atrás y huir de una verdad que no sería fácil para nadie. Aun si su corazón se agitada de felicidad y gusto, había algo en ella que no podía aceptar nada más que el lazo familiar que los unía como hermanos.
Se limpió el rastro de sus besos aún ardiendo en sus labios, arreglándose la falda para echarse a correr y peinando su cabello convertido en un desastre debido a sus decisiones.
Ni siquiera le dedicó una mirada al darle la espalda y salir de ahí tan veloz como sus piernas temblorosas se lo permitieron, tocándose el pecho acelerado con la mano izquierda y cubriendo su boca ruidosa con el dorso de la derecha. Trotó a lo largo de los corredores, ignorando cualquier otro sonido que no fuera el de su corazón gritando por regresar a los brazos de su hermano en su espléndida debilidad.
Su carne todavía se sentía cándida y vulnerable.
Dio vuelta en la siguiente esquina, pegando un brinco hacia atrás cuando la figura imponente de su tío el tuerto obstruyó el camino.
Aemond Targaryen la miró como se mira a una rata corriendo por la orilla, con desprecio e indiferencia y, antes de registrar el desorden que era, Visenya tuvo que seguir adelante, evitando su juicio y el disgusto palpable que sentía por ella y cualquiera de sus hermanos.
Su corazón no le dio descanso hasta que cerró las puertas de sus reducidos aposentos. Sus manos torpes y transpiradas lucharon por desprenderse del vestido que estaba quemando su piel como si no le perteneciera.
Cuando la frustración fue demasiada para manejarla por sí misma, pidió la ayuda de una de sus criadas para aflojarle los nudos enredados en su espalda.
Respiró profundo una vez libre.
Se sentía sucia debajo de la carne, como una tonta enamorada que se mete a propósito en la cama de un hombre comprometido.
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