𝟏𝟔.
DESEMBARCO DEL REY ERA DIFERENTE A LA TIERRA QUE RECORDABA DE SU DULCE INFANCIA. Aunque gozaban del buen clima cálido y húmedo de su verdadero hogar, en la capital el sol era más sofocante y el aire apestoso; todavía no estaba segura de si prefería los olores naturales de la gente pequeña entrando por su balcón o era mejor el hedor de las ceras y las hierbas que incineraban como si de ese modo pudieran limpiar las impurezas de su casa.
Visenya no lo entendía, tal vez como los devotos de la fe no comprendían a los Dioses que su familia había reconocido por siglos a puertas cerradas. Sus tradiciones tampoco se asemejaban y no podía ver con sus propios ojos a la mujer en la que se había convertido la reina verde: toda clemencia y deber, alta y puritana, la imagen en vida de una madre regia y un mártir con piel de porcelana.
La recordaba, como recordaba sus desairados comentarios cuando expresaba sus intenciones por pasar sus mañanas en compañía de la princesa Helaena, ahora esposa de Aegon el mayor; como recordaba su mirada, su juicio afilado siguiéndola por el patio de entrenamiento cuando su madre le permitía acompañar a sus hermanos, como si le reprochara por estar ahí, un lugar al que no pertenecía una princesa; o como también recordaba sus duras palabras cuando se dirigía al rey, ahora solo un hombre débil postrado en la cama.
Echó un vistazo más a la habitación que le fue concedida durante la visita, rascándose los dedos ansiosamente hasta que alguien tocó a su puerta. Fuera la servidumbre transportando sus baúles o alguno de sus hermanos, Visenya no se demoró en atenderles.
—Adelante. —Se levantó de la cama alisando los pliegues de su falda para verse de lo más presentable.
Grande fue la sonrisa que surcó sus labios cuando un par de cabezas de cabello tan oscuro como el suyo entraron por la puerta. Lucerys iba por delante, alzando la mirada para ver cada inhóspito rincón de su recámara mientras se dejaba caer en el sofá del solar, lanzando un resoplido exasperante.
—Es más pequeña que mi habitación —bufó quitando la almohada incómoda detrás de su espalda.
Visenya se limitó a ignorar la provocación.
Jacaerys no dio más de cinco pasos dentro y se quedó cerca del umbral, cabeceando en silencio.
—¿A dónde...?
—¡Vamos al patio! —Luke volvió a saltar fuera del sofá tan rápido que apenas lo disfrutó.
—Mh —asintió dándole solo un reconocimiento sobrio al menor de los tres. De nuevo, ella giró el rostro para mirar a su hermano mayor, dedicándole una mirada lo bastante incrédula para que le resolviera un par de dudas sin preguntar—. ¿Jace?
—Bueno, dijiste que te apetecía dar una vuelta y Luke se siente mejor ahora. —Sus ojos oscuros solo la abandonaron para mirar de reojo al joven revoltoso dando vueltas alrededor de la cama y el solar. Jacaerys carraspeó y habló más bajo con la intención de que no los escuchara— Mamá y Daemon están presentando a Aegon y Viserys ante el rey, Joffrey está tomando una siesta y creí que nosotros tres necesitábamos tomar un poco de aire antes de la audiencia de mañana.
Visenya no tuvo que ver a su molesto hermano menor para reconocer el peso de las palabras cayendo sobre su rígida espalda. Lucerys ya había recuperado algo de color en las mejillas cuando la mención de su asunto en la corte volvió a ser el tema a tratar en el mismo cuarto que habitaba, se veía pequeño escondido entre sus hombros, jugando con el dosel de su cama como si fuera lo más interesante en el mundo. Lo que fuera con tal de hacer oídos sordos.
—¿Mamá estará de acuerdo? —se aventuró a vacilar ahora, dando pasos cortos para tomar a Luke por los brazos y llevándolo hacia la salida. Aunque la respuesta fuera un no rotundo, Visenya no tenía planeado pasar un segundo más dentro de esas paredes mirando la nada y esperando a que diera la hora para recorrer los pasillos una vez más.
Si iban los tres juntos, la reprimenda sería más suave. Y Joffrey estaba en las buenas manos de sus nodrizas.
Jacaerys se encogió de hombros despreocupado, haciéndose a un lado para dejarles el paso libre y caminar dos pasos detrás suyo. Él fue el último en mirar el interior de sus aposentos, cerrando la puerta y ofreciéndole el brazo para caminar uno al lado del otro.
—Andando, tú guías. —Visenya le dio un empujón a Luke para que marchara primero. El menor reprochó algo entre dientes y dio pasos fuertes, quejándose por ser él quien tenía que recordar el camino.
No es que sus recuerdos fueran borrosos, cualquiera de los tres podía dirigirse al patio de entrenamiento sin mayor problema. Habían sido instruidos con espadas de madera cuando apenas podían levantarlas del suelo, eran solo unos niños cuando a Visenya todavía se le permitía jugar con sus hermanos varones antes de que le empezaran a negar el capricho porque aparentemente había desarrollado manías masculinas y eso era inaceptable siendo ella una princesa.
Visenya solo quería quedarse atrás con Jacaerys. No es que tuvieran algo de que hablar, solo quería tenerlo para sí tanto como su egoísmo se lo concediera mientras estaban bajo el techo de sus parientes. Pronto no podrían ni andar del brazo cuando se le exigiera a Jace acompañar a Baela o Rhaena por cortesía.
Todavía no se encontraban con ninguno de sus tíos y no estaba segura de querer apresurar la hora. Los tres medios hermanos de su madre que vivían en la corte eran todos mayores que ella y sus hermanos. Aegon siempre fue un troglodita que le duplicaba la altura a Jacaerys, Helaena nunca fue cercana para ninguno de ellos y Aemond era... bueno, una pequeña peste engreída que... había perdido un ojo a causa de sus travesuras de niños.
Tal vez era el momento para enmendar las cosas que habían ido demasiado lejos durante su infancia. Incluso si las palabras usadas habían sido hirientes y filosas, eran todos unos niños, ya habían crecido para convertirse en jóvenes príncipes y princesas de la corona, tenían la obligación–el deber–de actuar como una familia. La casa del dragón en su gran esplendor.
Aun si un detractor como Daemon Targaryen continuaba metiéndoles en la cabeza que los verdes no eran Targaryen verdaderos.
En cualquier caso, Visenya podía insinuar frente a su reflejo que ella tampoco lo era. Para sí misma. Y que le cortaran la lengua si lo decía ante otra persona alguna vez.
Contempló los rostros conocidos en su camino, Señores y sus mujeres de alta alcurnia viéndolos pasar por los pasillos cada vez más infestados de nobles y vasallos, un puñado de ellos otorgándoles reverencias y sonrisas mientras el resto cuchicheaba a sus espaldas tan pronto como se encontraban a una distancia apenas decente.
En algún momento del recorrido, Lucerys caminó más despacio, ocupando poco a poco un espacio al otro costado de su hermano mayor y Visenya se aferró con fuerza al brazo de Jacaerys.
Sentía las miradas de la gente perforando un agujero en su nuca hasta desaparecer de su campo visual. No podía ni imaginar la clase de cosas que decían sobre ellos.
¿Algo sobre su altura porque–a simple vista–eran vástagos más fornidos y menos esbeltos que un Targaryen común? ¿Hablaban sobre el color de su piel porque no eran pálidos? ¿Estaban criticando el color oscuro de sus ojos y cómo no podían aclararse ni ante la luz del sol? ¿Eran sus melenas negras el tema de conversación?
Quería hundirse en el fango del patio de entrenamiento y, con su color, Visenya podía perderse perfectamente.
—Escúchalos sisear —Jace murmuró a su oído. Su mirada, tan profunda como la suya, alzada con un atisbo de orgullo suficiente para no ser devorado por los lacayos de la fortaleza—. Son víboras. Nosotros somos dragones. —Y entonces la miró, un gesto fugaz cargado de severidad como si estuviera juzgándola por bajar la cabeza.
Dragones. ¿Cuántas veces no se lo habían dicho ya? Jacaerys parecía más convencido que ella, y Luke, tal como Visenya, se dejaba amedrentar tanto o más rápido.
Era una de las frases que escuchaban todas las mañanas. El desafío de todos los días soltado como un reto personal por su padrastro, casi como si necesitaran que alguien les recordara lo que eran.
—¿Una víbora puede morder a un dragón? —preguntó Lucerys.
Ambos lo miraron estupefactos pero su hermano menor ya se había precipitado hacia el balcón junto a las escaleras que daban a la galería desde donde provenían las charlas y los jadeos de asombro. Personas amontonadas alrededor de los muros, rodeando a los combatientes feroces que atrapaban la atención del público con sus movimientos.
Luke, siempre astuto para hablar, no respondió a su propia cuestión, dejándola echar raíces en sus cabezas.
Lo vieron bajar la escalinata de dos en dos, demasiado entusiasmado para seguir encogiéndose entre sus hombros como un enano. Jace y Visenya se quedaron solo por un instante, pues su hermano mayor debía escoltarla correctamente sin correr ni brincar.
Su madre los sermonearía por actuar como niños cuando eran casi un caballero y una doncella en toda su palabra.
—¿Y tú que crees, hermano? —preguntó ella para Jacaerys mirándolo por encima del hombro y confiando en sus pasos para llevarla hasta el final de las escaleras de piedra sin tropezar.
Podían escuchar los vítores, el rugido de los espectadores excitados.
—¿Cuándo has visto a un dragón asustado de una serpiente, querida hermana? —Él colocó una de sus manos sobre el dorso ajeno que se envolvía alrededor de su brazo y se inclinó para hablar en voz baja, con la privacidad que creía merecer—. No son nada, Enya. Los dragones no temen.
—Es bueno saberlo. —Por fin, la suela de sus zapatillas tocó tierra. Un paso detrás del otro ahora que Luke los había esperado casi al pie de las escaleras, un poco cohibido ante la atención de tantos desconocidos.
Visenya había decidido vestir diferente del sutil gris que lucían los trajes y capas de sus hermanos. Solo contaban con tres colores dominantes en su guardarropa: rojo y negro, como en el escudo Targaryen de su madre, su padrastro y de su abuelo, y azul, por su padre Velaryon.
Cambió el vestido negro con el que había arribado a la Fortaleza Roja, apestado por el sudor del viaje y la humedad salina del mar. No se dio un baño propiamente porque le habría tomado una eternidad aclimatarse en su primer día y, en su lugar, se vistió de nuevo.
El vestido azul que eligió estaba deliciosamente tejido por hilos plateados, complicados bordados en sus costillas, una falda suelta y larga pero delgada, sus hombros cubiertos por una fina tela y el escote cuadrado decorado con los holanes sobresalientes de su fondo. No tuvo tiempo ni ánimos para cambiarse el peinado así que, ya que el agitado viaje en carruaje le había aflojado las trenzas intrincadas con ornamentos delgados, los retiró y se cepilló el cabello para dejarlo suelto.
No era nada impresionante y para ser franca no lucía más que los plebeyos.
—Tenías razón, es más pequeño de lo que recuerdo. —Ambos escucharon a Luke.
Visenya echó un vistazo más exhaustivo al sitio, en esencia era el patio de sus memorias, cuando era una pequeña princesa pesadilla corriendo por los corredores tratando de alcanzar a sus hermanos y a sus tíos a pesar de sus cortas piernas.
—Luce exactamente igual —Jace bufó incrédulo.
—Somos más grandes ahora —ella resolvió de todos modos, apurando sus pasos lejos de las espadas desafiladas que chocaban entre sí.
No tuvo que ver dos veces a los contrincantes, eran idénticos en altura, porte y habilidad. Sus rostros le resultaban vagamente familiares de una infancia distante. Los miró luchar, posando su mirada entre ellos antes de que Jacaerys carraspeara para recuperar su atención, distrayéndola del enfrentamiento amistoso.
—¿Algo interesante? —él intuyó curioso observando lo mismo que ella solo de reojo.
No pudo evitar el hormigueo que rizó sus comisuras, encogiéndose de hombros y disimulando la gracia que pintaba su rostro al obsequiarle una sonrisa.
—Puede ser. —Fue una mentira vil pero juguetona. Le dio un codazo entre las costillas y Jace volvió a echar la mirada sobre los gemelos, enarcando una de sus cejas para después entrecerrar los ojos, guardándose para sí cualquier recriminación que pensara hacerle.
Ella rodó los ojos cuando Jacaerys volvió a alzar el mentón como un príncipe digno y nada territorial, ahí frente a la docena de ojos que cayeron en los hermanos Velaryon conforme se dirigían a la mesa de armas.
En cuanto regresó para buscar a los gemelos, Jace la soltó para salir disparado a grandes zancadas, haciendo un gran alboroto por una imperfección en los muros de la galería. Visenya, nada tonta para acurrucarse en los recuerdos viejos, se tomó su tiempo para poner atención a las estocadas casi sincronizadas de los hermanos Cargyll–si es que no le fallaba la memoria al evocar su apellido–.
Podía verlos como un espejo del otro, a excepción de aquellos pequeños lapsos en los que uno tomaba la ventaja de su hermano para atacar o defenderse. Entendía lo que veía, no porque tuviera grandes conocimientos para manejar una espada sino porque, como ellos, Visenya tenía un hermano al que conocía tan bien como la palma de su mano.
Como un igual. Tirar y aflojar, ceder y dominar, conocer al otro. ¿Los gemelos no eran como un alma dividida en dos cuerpos? Era como pelear con uno mismo: imposible.
Enseñados igual, peleando hombro a hombro, compañeros en victorias y derrotas.
Se sobresaltó cuando las armas volvieron a chocar, el estrépito del metal alimentándose de sus nervios mientras contemplaba el encuentro al borde de su propia perplejidad. Imaginó que era un espectáculo cotidiano, pues no había una efusiva aglomeración a su alrededor presenciando la danza, solo un par más de guardias y señores mirándolos sin mayor sustancia que se entretenían más charlando entre ellos que viendo.
Visenya no había visto algo igual, tal vez porque le había perdido la pista a los entrenamientos a diferencia de sus hermanos.
Observó de reojo a Jacaerys, su hermano mayor y el heredero de su madre, blandiendo una espada sin filo con una sonrisa divertida en los labios, ajeno a sus pensamientos y a la inquietud en el rostro de Luke.
Decidió volver con ellos, pues comenzaba a sentirse tímida ahí de pie sola.
—... que... como sir Harwin Strong.
Dejó caer una de sus manos sobre el hombro de Lucerys, negando rápidamente. No necesitaba escuchar el resto de la oración para comprender el sentido de la misma, el susurro entre dientes y la congoja en su rostro podía comunicarle más de lo que las palabras mismas podían.
Visenya con frecuencia cargaba con ella la misma inseguridad.
—No importa lo que piensen —dijo Jace.
Se hundió como una débil doncella detrás de su hermano menor, ignorando a propósito los ojos duros de Jacaerys cayendo en su figura como si de alguna forma estuviera repartiendo su sabia lección entre ambos.
No necesitaba de ningún consuelo, Visenya sabía lo que los grandes Señores veían a través de ella.
Un malestar se asentó en su estómago, reviviendo el sentimiento de cada día, pesado sobre su espalda. La impotencia de sentirse deliberadamente juzgada e incapaz de exculparse porque... para empezar, Visenya Velaryon no tenía un dragón que defendiera su legitimidad.
Nunca se sintió más sofocada.
El golpe seco forjado de metal azotó el eterno monólogo de autocompasión que poco a poco tomaba forma en su cabeza, a tiempo de iniciar una nueva demostración de destreza en el campo de entrenamiento.
Tal como antes, su sangre zumbó dentro de sus venas, siendo la primera en lanzarse lejos antes de que la pequeña multitud le impidiera disfrutar de la nueva pelea. Extrañaba la brutalidad de unos buenos golpes, incluso si ella no se veía involucrada.
En realidad lo prefería así, Visenya con frecuencia se sentía complacida por algo de energía masculina. Podía ser que le gustaba más que cualquier otra cosa. O vencer, para ser más específica. Le gustaba la frustración de su hermano mayor cuando se daba cuenta de que no podía empujarla y reducirla porque era una dama y Rhaenyra lo convertiría en eunuco si tan siquiera llegaba a sus oídos el rumor de que sometió a la fuerza a su única hija.
Había cierta fuerza en ser mujer, era casi una pena que ese poder viniera de su delicadeza y no de una fuerza real.
A su favor, Jacaerys se inclinaba por aceptar una derrota limpia y digna que encestarle un golpe. O solo le gustaba caer debajo suyo, lo que estaba fuera de discusión desde...
Saltó de la impresión. El mangual sacudió despiadadamente el escudo hecho de madera y un centenar de astillas volaron en todas las direcciones salpicando la primera fila de espectadores. Ella y sus hermanos fueron cubiertos exitosamente, aunque el asombro fue absoluto para los tres.
El escudo estropeado fue lanzado a los pies de un guardia que por poco brinca. Una sonrisa fácil surcó los labios de Visenya antes de ponerse de puntillas y ver a los contrincantes con más cuidado.
La sangre hirviendo bajo su piel se detuvo así como su corazón en frío, petrificada de puntas al deslizar la mirada por la larga melena plateada decorando como una cascada la espalda del joven en entrenamiento. Si los sonidos de esfuerzo significaban algo, es que su oponente le daba una pelea sin igual.
Al mayor lo reconoció porque, a diferencia del discípulo, Criston Cole estaba dando su frente y no su retaguardia.
La espada jurada de la reina Alicent Hightower no había envejecido ni un día desde aquella noche en Marcaderiva. Estaba robusto y fornido, tal como lo recordaba.
Sin embargo, no fue nada grato. No guardaba afecto por él ni por quien fuera su aprendiz, sin importar cuál de sus tíos fuera. Criston Cole era una sombra oscura en su infancia, siempre estricto, desdeñoso y grosero con ella y con el resto de sus hermanos, un mentor de armas que había odiado por ser rudo y despreciar sus avances hasta que finalmente Visenya no tuvo de otra que desistir su intento por comparar a los varones de su familia.
Su mirada no condenaba a su aprendiz en turno como sí lo había hecho con ellos alguna vez. Fue un golpe desagradable que trajo de vuelta todo lo que había odiado en su pasada vida en la Fortaleza Roja.
Luego Cole les dio la espalda para intercambiar el lugar con el platinado.
El parche sobre la cuenca del ojo ausente fue exactamente lo que hizo falta para que toda la sangre abandonara su sistema, palideciendo mientras daba un paso más cerca de Luke y Jace, apretando el antebrazo de este último.
No tuvo que verlos a los ojos, quizá porque estaban igual o más sobrecogidos que ella.
Aemond Targaryen, el niño débil, pequeño y sin dragón que había sido un día, esquivaba el mangual de manera tan precisa que parecía saber de dónde venían los movimientos antes de que su mentor los lanzara, se deslizaba y daba vueltas como si se tratara de bailar, librándose del impacto y golpeando de regreso antes de que Criston se recuperara.
El filo de la espada de su tío cayó sobre la clavícula del escudo jurado, dándole fin al enfrentamiento con una agilidad que la puso ansiosa.
Era bueno, mejor que todos sus hermanos juntos. Daemon jamás se interesó en entrenarlos con su propio puño, así que Visenya no se atrevía a insinuar que Aemond Targaryen era mejor que la leyenda del Príncipe Canalla pero... sin dudas era una hazaña para tener un solo ojo.
Cuando el reducido público se abatió en aplausos impetuosos, Visenya optó por aplaudir de forma moderada. Un reflejo de cortesía y un reconocimiento sin recelo porque incluso si su relación rebosaba de asperezas, Aemond todavía era un miembro de su familia y se había lucido excepcionalmente en el entrenamiento.
Aun así, no sonrió ni para él ni para Criston Cole.
—Bien hecho, mi príncipe, va a ganar torneos muy pronto.
Y si no los ganaba por mérito propio, Visenya sabía que muchos preferían perder a derrotar a uno de los hijos del rey.
—Me importan una mierda los torneos. —Entonces bajó la espada y les dedicó una mirada a través de los cuatro o cinco vasallos frente a ellos. Visenya dejó de aplaudir en el acto y frunció el ceño—. Sobrinos —saludó—, ¿han venido a entrenar?
Visenya pudo haber dicho algo, hacerse la princesa ingeniosa y devolverle sus palabras agudas. Por la mirada de su tío, él esperaba exactamente eso de ella.
Por desgracia, las puertas del patio se abrieron en ese instante, robando la atención de todos a la llegada de su mayor problema en la capital: Vaemond Velaryon.
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