𝟏𝟎.


VISENYA TAMBIÉN DISFRUTABA DE LOS PASEOS MATUTINOS. Guiada por sus pies alrededor del castillo mientras sus pensamientos la llevaban más lejos aún, merodeando por escaleras y galerías hasta pararse a descansar sobre la muralla a media tarde, donde podía ver el sol salir del mar y todo cuanto su luz tocara. Le gustaban las alturas y con recurrencia se quedaba en su torre viendo la puesta por el balcón.

Y, aunque prefería el cómodo silencio de su propia compañía, a veces la soledad le resultaba fría e inquietante.

Cuando Jacaerys se presentó a las puertas de su habitación esa mañana, solo, no esperaba que su improvisada invitación a pasar la mañana juntos implicara compartir su pasatiempo con él.

Las galerías eran poco concurridas por el servicio, lo que en consecuencia significaba que estaban a solas por largos lapsos de distancia que su hermano mayor aprovechaba para rozarle la mano o mirarla fija e indiscretamente, él también abría la boca como si estuviera a punto de decir algo importante y después callaba como víctima de una contrariedad. Luego, resoplaba o bromeaba más para sí mismo que para ella.

Con dos hermanastras–a veces en casa, a veces no–, dos hermanos de sangre, dos medios hermanos pequeños y una más en camino, Jace y Visenya no con frecuencia podían alardear de tiempo suficiente para la privacidad. No tuvo ninguna objeción cuando el heredero decidió tomar su mano en lugar de entrelazar sus brazos alzados y flexionados para marchar lado a lado con prudencia como demandaba la etiqueta de cualquier príncipe.

Realmente luchó por no sonreír como una tonta cuando sintió sus dedos envolverse entre sí y su pulgar áspero frotándole el dorso de la mano, despacio y gentil.

—Escuché de nuestra madre que tu alto valyrio es atroz —se mofó después de que Jacaerys trajera el tema a la conversación, sin hacer mención de los comentarios mordaces que Daemon continuaba lanzando frente al maestre sobre su pobre dialecto.

Él se defendió indignado y casi risueño— Me temo que el tuyo no es mejor, hermana.

—Y yo lamento decepcionarte pero estoy mejorando, pronto te dejaré atrás. —Chocó sus hombros amistosamente, huyendo de sus labios antes de que Jace osara callarla una vez más con un beso—. Cerca. Baela podrá ser impaciente pero ella habla bien la lengua. Incluso Lucerys le ha sugerido a Rhaena interrumpir sus clases para aprender de Baela.

Lo vio encogerse y su sonrisa vacilar, ignorando la clara implicación entre líneas. Él recorrió el horizonte de sus tierras con la mirada, lejos de sus observaciones.

Visenya suspiró. —No pueden estar molestos el uno con el otro para toda la vida, Jacaerys —trató de suavizar, alcanzando su mentón para que la enfrentara. Ambos dejaron de caminar y, a pesar de tener cada una de sus facciones ante sus ojos, las pupilas del muchacho seguían viendo más allá, en cualquier dirección menos la suya. Añadió para disgusto de él, firme— Déjale el orgullo y la necedad a Daemon. Tú no eres así.

Esta vez, recibió en forma de respuesta una mirada de acero, sacudiendo la cabeza para romper la pequeña caricia que mantenía en su barbilla.

—¿No es eso lo que nos metió en este problema en primer lugar? —gruñó furioso— Daemon ha puesto a nuestras propias hermanas en tu contra. Madre no debería...

El discurso feroz e imperioso sobre lo que era el deber y como este no debía aplicar de la misma manera para ella la tenía francamente exhausta. Jacaerys parecía completamente loable ante las obligaciones de su posición cuando se trataba de cualquier otra persona y perdían todo el sentido cuando uno de sus hermanos se veía involucrado.

Lo entendía más no defendía tal hipocresía.

—Estás siendo obstinado —lo acusó.

—¿No ves lo que está haciendo?

—Lo vería si te molestaras en explicármelo —aseveró librándose de su agarre con brusquedad.

Por desgracia, echó de menos su cercanía al instante siguiente pero era muy tarde para retractarse cuando Jace contuvo las palabras en su boca, antes de atraparla una segunda vez y ser rechazado. Una sombra de desolación surcó sus bellos ojos oscuros y contrajo las comisuras hacia abajo, herido.

—No quiero pelear. —Él buscó su brazo ahora, manteniéndola cerca como si la distancia fuera físicamente dolorosa—. No contigo, Visenya.

Su corazón se hinchó de ternura e inhaló hondo para no perder la compostura. No pudo evitar que las palabras golpearan sus mejillas, ruborizándose hasta que las entrañas se le retorcieron bajo el efecto de un cálido e inocente sentimiento de cariño.

Así que intentó de nuevo. —Jacaerys —lo llamó.

—Él me ve como un desafío a su autoridad —confesó en ese momento. Y debido a la impresión inicial, él logró capturar su mano y colocar la palma contra su pecho, justo donde podía sentirlo latir. Su mano libre descansó en su cintura para atraerla más cerca y sus ojos la miraron profundamente, enfatizando cada una de sus palabras mientras se agachaba lo suficiente para susurrar cara a cara—. Puedo verlo. Hace esto para probarle a la familia que es él quien toma las decisiones importantes y no quiero, no quiero que te involucre en esto. A ninguno de ustedes.

No le costó más que un segundo saborear la desesperación oscilando en su mirada. Visenya habría hecho un juramento de sangre ahí mismo para demostrarle que creía en cada una de sus palabras.

Jacaerys Velaryon, con más confianza de la que le gustaría admitir, se hacía responsable de sus pesares, defendía a todos y cada uno de sus hermanos como fuera humanamente posible, sin importar las consecuencias que cayeran sobre sus hombros.

A Visenya solo le preocupaba hasta donde era capaz de llevarlo dicho deber.

—Entonces no le des la satisfacción. No permitas que las use para afectarte así. —Acunó su mejilla, dedicándole una mirada llena de determinación. Continuó— Sabes que iba a suceder de cualquier modo. Lo supe el día que Rhaena nos contó como su padre insistió en que tratara de reclamar a Vermithor y falló. Ya no importa, Jace.

—Importa si tiene que forzarte a ti.

Se impacientó y escupió indignada— Daemon no está forzándome a hacer nada. —No lo soltó, ni siquiera cuando un par de criadas atravesaron la galería, acelerando el paso al verlos discutir y desapareciendo detrás de unas columnas. Luego, como si la picazón en sus costillas no fuera suficiente molestia, agregó— Y no vas a enemistarte con tu prometida por una tontería, ¿de acuerdo?

Algo flaqueó en su cara, la dureza habitual que apretaba su mandíbula casi se desvanece antes de que sus pupilas cayeran hasta sus labios. Él tragó saliva y su quijada volvió a saltar con la tensión.

—Yo no... — Jace calló a secas.

—Pero lo será —le recordó.

El silencio que le siguió fue mortal y efímero. Un tajo abismal que casi dividió la densidad superficial que existía entre sus respiraciones cada vez más largas y pesadas.

—¿Y si yo no lo deseo más? —Jacaerys frunció la tela de su vestido entre sus dedos cuando el agarre sobre su cadera se hizo más pronunciado, casi como si quisiera aferrarse a ella. Jadeó ahora, tan cerca de su boca que el calor de sus palabras comenzó a abrumarla— ¿Y qué si quiero tenerte a ti?

Su voz la hizo estremecer y las rodillas le temblaron. Fue su mano lo único que le permitió permanecer de pie, sujetándose de sus antebrazos como si con ello evitara caer a la deriva lejos de su alcance.

No encontró voluntad ni razón para objetar, dándole la ventana perfecta para reiterar su derecho.

—No la amo, sabes que no. La quiero como se quiere a una hermana pero... —Negó con la cabeza. Pudo verlo pasar saliva porque su garganta se movió, demasiado inmerso para tener presente el lugar y el momento en que se encontraban muy íntimos para los ojos curiosos—. Soy tuyo. Tú quieres ser mía. Déjame intentarlo, permíteme pedir tu mano.

Podía sentir su propia piel erizándose bajo la tela del camisón que llevaba por debajo, las palabras le cosquillearon en la lengua, mordiéndose los labios a propósito para contener una respuesta. Le rozó la mandíbula con los nudillos, inclinándose para depositar sus labios junto a sus comisuras. Para un absoluto extraño, no era más que un gesto afectuoso entre hermanos de toda la vida; para ellos, la esencia de un anhelo personal.

Jacaerys suspiró fuerte, paciente, derritiéndose poco a poco bajo su aliento. Sus dos palmas sobre su cintura descendieron hasta sus caderas a una distancia apenas prudente el uno del otro.

—Déjame intentarlo —suplicó una vez más a través de un débil murmullo.

Fue prácticamente una tortura escucharle, el deseo se volvió pesado en su vientre.

Esperó en silencio hasta que tuvo el valor de apartarse, mirándolo a los ojos. —¿Cómo? ¿Vas a presentarte ante nuestra madre y Daemon para rechazar formalmente cualquier compromiso que han planeado para ustedes desde antes de gatear? ¿Es eso lo que quieres? ¿Cómo podrías volver a mirar a los ojos a nuestra dulce madre después de que le expliques que tu intención no es otra que pretender mi mano, Jacaerys?

Él pareció enmudecer solo un instante pero la voz no le falló al contestar. —Puedo hacerlo.

Visenya no lo dudó porque ese era Jacaerys, el digno heredero de su madre dispuesto a cargar con el compromiso por ellos. Determinado a declinar el favor de sus abuelos paternos para hacer lo que su corazón le decía a costa de su propio reclamo.

Un error.

Como su hermana menor, nunca compartió su valentía e integridad. Ella no quería ser una imposición como tampoco pretendía arruinar las aspiraciones que Rhaenyra y Daemon tenían para ellos, de la misma forma en la que no imaginaba una vida al lado de sus hermanastras sosteniendo en sus manos la culpa de haber roto el pacto matrimonial que guardaban para Baela quien, aunque no interesada en Jace, jamás había mostrado disgusto alguno por las intenciones de su padre, ni había expresado interés por otro prospecto.

Baela era su familia, más una hermana que una prima, y la admiraba por todo lo que era. La amaba.

Optó por desechar la punzada en su ser para titubear y sus pestañas bailaron, ansiosa. —Yo no, Jace. No puedo.

—¿Por qué no? —Contuvo el aliento. La mano en su cadera se deslizó hasta descansar en su espalda baja, tuvo la audacia de estrecharla contra él de un solo tirón. La palpitación caliente debajo de su piel no demoró en encenderse como una lámpara de aceite, reviviendo los escalofríos nacidos aquella fatídica noche—. Dame una razón, Visenya. Dime por qué.

—Porque está mal —resolvió simple, tan simple como hacerle ver el daño que estaba entregado a fomentar por un capricho—. Esto está mal, es pasajero y un día...

—No te pedí una excusa —habló seguro. Debió ver la manera en que sus ojos oscilaron de vuelta a sus labios o solo podía leerlo a través de sus pupilas como un espejo, como moría por borrar de su alma consciente la verdadera razón por la que ninguno de los dos estaba destinado a pertenecerse ni como amantes.

Jacaerys Velaryon tal vez era honorable pero el afecto que tenía por sus hermanos lo volvía débil. Y Visenya sabía que la carne de un hombre era su punto más vulnerable.

Él finalmente cerró la distancia entre sus bocas, arrancándole el aire de sus pulmones y las dudas de su pecho. Sus brazos la envolvieron y la empujó hasta el borde del puente, piedra fría contra capas de ropa sobre piel cándida. Una de sus manos se enredó en sus largos cabellos, ondulados y sueltos, jalando de ellos para guiarla a través del beso hasta que algo o alguien pudiera desprenderlos de su frenesí.

Y, hasta que eso sucediera, Jacaerys solo respiraría directamente de sus labios.

Visenya, no complacida con besos fugaces, le cedió paso a su lengua y lo rodeó por el cuello, invitándolo a reducir el poco espacio entre sus cuerpos. Lanzó un gemido torpe cuando la pelvis del muchacho presionó la suya y ronroneó con gusto.

—Alto —siseó ella—, alto. Para.

De pronto y bajo un breve aliento de nitidez, lo empujó lejos al oír con claridad el creciente cuchicheo de más criadas.

Incapaz de enfrentar su propia vergüenza, se dio la vuelta para contemplar el horizonte. Ante la servidumbre, la escena no luciría como nada más que un momento familiar disfrutando la vista directa a la marea. Visenya se aferró al borde de la muralla y Jace permaneció un par de pasos atrás, carraspeando y ocultando los brazos detrás de su espalda en absoluto silencio.

Le tomó un segundo recuperarse. No fue hasta que estuvo convencida de que volvían a estar solos que se permitió jadear con alivio, se inclinó apoyando ambos codos en la piedra y escondió su cara bañada de rojo contra sus palmas.

—Dioses —gruñó entre dientes—. ¿Qué estamos haciendo, Jacaerys?

Su hermano no emitió ni media palabra, no de inmediato cuando menos. Le pareció que admiraba la vista de la tarde con ella, el sol cálido reflejado a través de la superficie del agua y la silueta de su pobre y angustiada hermana encogiéndose como un pilar derrumbado. Seguro culpándose a sí mismo.

Pero no. Él tuvo el atrevimiento de preguntar— ¿Cómo sabes que esto no es lo que quieres?

Protestó ofendida— ¿De qué estás hablando? —Lo observó por encima del hombro, lanzándole una mirada mordaz—. ¿Crees que esto es lo que quiero? ¿Te he dado acaso la impresión de que lo disfruto?

Fue deshonesta sin lugar a dudas pero Jacaerys era quién se empeñaba en presionarla a decir todo cuanto pudiera de cuan miserable se sentía por haber llegado tan lejos.

—Sí —él confesó feroz—. Creo que lo deseas tanto como yo. No podrías mentirme aunque tu vida dependiera de ello. Yo estuve ahí a tu lado cuando nos presentaron ante la corte por primera vez, te conozco desde que pateabas el vientre de nuestra madre y sé que... —le costó encontrar las palabras—. cómo te sientes. ¿Por qué no querrías averiguarlo?

—Baela...

—Nuestro compromiso no es oficial. Y si los Dioses son buenos, algún día seremos una misma carne, corazón y alma, sí —asintió. Pudo sentirlo cerca de nuevo, a su espalda, donde podía sentir su calor corporal y su voz ronca vibrar. La palma firme de Jacaerys recorrió uno de sus brazos, acariciando la suave tela de su manga, conteniendo la respiración al mismo tiempo—. Hasta entonces...

Visenya luchó por no demostrar su decepción. Desde luego, su hermano noble y correcto jamás tomaría tal camino por encima de su deber y su lugar como heredero.

Así que vio aquella como una oportunidad para resolver cada pregunta que había surgido para carcomer sus entrañas desde esa noche.

—¿Has... —Tosió y se corrigió rápido— ¿Te has encamado con alguna otra mujer? —Luego aclaró— Antes.

Jacaerys se demoró un instante en digerir y contestar con franqueza— Sí.

—¿Cuántas de ellas?

La mano subió por su vestido hasta alcanzar su hombro y se estremeció mientras las yemas de sus dedos rozaban los bordados del cuello, corriendo su cabello para trazar inocentemente la piel desnuda.

—Pocas. —Sonaba apenado—. Daemon quería estar seguro de que yo... estuviera listo. Así sabría qué hacer cuando...

Bufó interrumpiéndolo. —¿Y nuestro padrastro te llevó de la mano hasta la cama de cada prostituta en esta isla, debo suponer?

Una desagradable sensación revolvió su estómago como si fuese a vomitar el desayuno. No conocía la clase de sitios que Daemon Targaryen visitaba por deporte pero con seguridad debían ser sucias Casas de Placer a las que había arrastrado a su incrédulo hermano mayor desde... antes de que ella pasara su primera sangre, por supuesto.

—Odias la idea —él adivinó. Pudo sentir la sonrisa engreída creciendo en sus comisuras pero decidió pasarlo por alto.

—Puede ser.

Jace deslizó el resto de su cabello oscuro por su espalda hasta el hombro contrario, librando el camino para inclinarse y depositar sus labios calientes contra su cuello. La delicada piel se le erizó, arrancándole una risita burlona al muchacho. Después inhaló hondo en su carne, besando una vez más.

—¿Sería pretencioso ponerme arrogante por eso? —bromeó.

Rodó los ojos. —Dime, ¿sería grosero golpearte por eso? —Sin embargo, no se quejó cuando Jacaerys finalmente se colocó a su espalda, abrazándola por la cintura y acomodando su barbilla sobre su hombro.

Hizo la cabeza ligeramente hacia la izquierda para darle un espacio más cómodo, viendo en dirección al mar juntos.

El silencio los envolvió por lo que aparentó una eternidad, todavía podía sentir sus respiraciones subiendo y bajando casi en sincronía, gozó la sensación de sus palmas amplias presionando su vientre, apretándola para mantener sus caderas cerca. La tensión perpetua en sus cuerpos alimentó la tortura calentándose lento en su pecho antes de que él aliviara el hormigueo depositando otro beso húmedo contra su pulso.

Contuvo el amenazante suspiro subiendo por su garganta y él rio en su piel.

—Alguien podría vernos —le recordó pero no lo detuvo cuando la sombra de otro beso rozó su nuca. Se sobresaltó y hundió las uñas en sus antebrazos con la respiración pesada.

—Podrían. Los espías de Daemon van a contarle como pasamos el rato y nos abrazamos cuando estamos solos —ironizó casi con descaro—. ¿Temes que le diga a mamá lo unidos que son su primogénito y su única hija? —resopló con gracia, haciéndola gruñir.

—Basta. —Su voz fue aguda.

Jacaerys redujo el espacio, su pelvis presionó su trasero mientras le cerraba el camino, aprisionándola contra el balcón de piedra tallada.

Un espasmo atravesó su espalda, pellizcando sus brazos en un intento por mantener sus intenciones en orden ante los ojos de cualquiera que consiguiera atraparlos, esperando porque nadie se acercara lo suficiente para ver como el heredero de la princesa Rhaenyra dejaba un rastro de besos por todo el cuello de su hermana menor, ansioso y desesperado.

Los dedos ásperos se contrajeron contra su abdomen, arrancando de sus labios un gemido torpe.

—Jace —advirtió.

Su boca se arrastró por la piel, abriéndose camino hasta su oreja y succionando detrás de su lóbulo casi dolorosamente bueno.

—Te deseo. —Lo escuchó a duras penas. Una extensión de su propio anhelo, no como nada que pudiera hacer por Jacaerys. Esta vez era intenso y abrumador. Sus dientes rascaron la carne, repitiendo las palabras hasta que su voz se convirtió en un hilo. Más un aliento que una frase.

Lo alcanzó por la nuca, acariciando los cortos mechones de su cabello para mantenerlo ahí, atrapado entre sus brazos. Cerró los ojos para disfrutar la neblina de placer que le brindaban sus besos, obstruyéndole el pensamiento. Tiró despacio, sosteniendo sus labios contra su garganta.

Jace murmuró entre dientes, respirando de manera entrecortada y balbuceando como si se le dificultara esclarecer su mente— Déjame visitar tus aposentos esta noche, hermana. —Fue una súplica cargada de determinación y frenesí en partes iguales, enmarcada por el siseo de un beso en su hombro. Continuó hablando contra su carne, implorando ser invitado— Por favor.

Parpadeó extasiada, su boca se abrió para emitir un sonido mudo. Sentía las rodillas débiles, sosteniéndose a duras penas de la piedra, retenida por la mano furiosamente apretada en su bajo vientre, cada vez más íntima, arrugando la tela de su vestido como si de alguna forma pudiera traspasar cada capa y tocarla.

Quemaba como si sus pieles se encontraran desnudas.

Estrechó los muslos, palpitando y temblando cuando sus dedos bajaron un poco más, atrevidos y desvergonzados, metiéndose entre sus piernas.

Visenya asintió en silencio, incapaz de responder y luchando por no lucir desesperada una vez que su boca por fin regresó al delicioso punto de partida, la zona vulnerable siendo el pulso en su cuello. Jacaerys chupó, deslizando la punta de su lengua por la pequeña marca roja.

—Dilo —exigió.

Ella jadeó exasperada— Estás siendo engreído de nuevo —le reprochó. Lanzó un chillido en cuanto su pelvis la empujó, presionando sus caderas—. Mierda —maldijo abochornada.

—Sigue sin ser un sí —canturreó divertido.

Cansada de ser desafiada y reducida a la complacencia de darle la espalda al príncipe, Visenya se dio la vuelta con el pecho agitado, alejándolo prudentemente de su persona para recuperar poco a poco el aire perdido. Él aguardó estoico, mirándola fijo con los brazos de vuelta en su propia espalda.

Se recompuso lo suficiente para sacudir la necesidad de su sistema y jaló uno de sus hombros para tenerlo a la altura, se puso de puntillas para dejar un beso en su mandíbula tensa, arriesgándose a murmurar en la vena resaltada de su quijada.

—Calienta mi cama esta noche, Jacaerys. —Y lo soltó acomodándose el vestido, eliminando las arrugas provocadas por las manos ajenas.

No pensó en nada más que el deseo insaciable de tener a Jacaerys para ella.

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