Tensión
Con cada clase que pasaba, Jay sentía que algo en la forma en que Jungwon se comportaba a su lado iba cambiando. Al principio, los encuentros eran fríos y casi mecánicos: movimientos precisos, instrucciones directas y un silencio que se extendía como una barrera invisible. Jungwon parecía envuelto en un escudo invisible, y Jay casi creía que a su instructor le fastidiaba su presencia. Sin embargo, no pasaron muchos días antes de que, en un instante de distracción, Jay lograra arrancarle la primera sonrisa.
Sucedió un martes por la noche, cuando estaban practicando giros y, en un intento de seguir el ritmo, Jay perdió el equilibrio y estuvo a punto de caer al suelo. Jungwon soltó una risa inesperada, un sonido suave y genuino que resonó en la sala vacía. Jay, aún recuperándose del desbalance, se quedó mirándolo, sorprendido, con una mezcla de vergüenza y asombro. Jungwon notó la mirada y, en un intento de disimular, aclaró la garganta y volvió a su postura seria, pero Jay ya había captado ese momento de autenticidad. Desde entonces, había algo diferente en sus encuentros: una especie de confianza tímida que, aunque mínima, crecía poco a poco.
A lo largo de las semanas, esos momentos de apertura se volvieron más frecuentes. Jay comenzó a esforzarse aún más, no sólo en aprender los pasos, sino en buscar cualquier excusa para hacer reír a Jungwon. Y funcionaba. Había días en los que, después de un error, Jay soltaba algún comentario absurdo sobre cómo bailar se sentía como aprender a volar sin alas. Jungwon solía arquear una ceja, intentando mantenerse serio, pero en sus ojos siempre había un destello de diversión. Cuando por fin se reía, lo hacía de una manera contenida, casi como si no quisiera permitir que nadie más escuchara su risa, especialmente él mismo.
Una noche, mientras descansaban después de una sesión especialmente intensa, Jay decidió arriesgarse. Entre respiraciones entrecortadas, le preguntó, casi sin pensar, —¿Qué te hizo querer bailar? — Al principio, pensó que había cometido un error al hacer esa pregunta. Jungwon bajó la mirada y sus dedos juguetearon nerviosos con la costura de su camiseta. El silencio volvió a inundar la sala, y Jay ya se preparaba para disculparse cuando Jungwon respondió, en un tono bajo y algo inseguro:
—No estoy seguro...— murmuró, casi como si estuviera admitiendo algo que ni él mismo entendía del todo. —Tal vez porque... al bailar, nada de lo que soy importa. Solo... soy una persona.
Jay lo miró, sorprendido por la simplicidad y profundidad de su respuesta. Había algo crudo en esas palabras, como si bailar fuera su forma de liberarse de todo lo que lo definía o de lo que los demás esperaban de él. En ese instante, Jay entendió que, para Jungwon, el baile era una especie de refugio donde podía desprenderse de cualquier identidad, de cualquier historia, y ser simplemente alguien sin nombre ni pasado.
El silencio regresó, pero esta vez no era incómodo. Jay no intentó romperlo con más preguntas; en cambio, se quedó ahí, contemplando al chico que, de a poco, comenzaba a mostrar sus vulnerabilidades. Al final de la clase, cuando ambos estaban guardando sus cosas, Jay murmuró, casi para sí mismo:
—Creo que eso es lo que hace que bailar sea tan... fuerte, ¿no? Nos deja ser quien queramos... o nadie en absoluto.
Jungwon lo miró de reojo, y Jay pudo percibir una ligera sonrisa, apenas un destello de aceptación. Era la primera vez que sentía que Jungwon lo veía realmente, no sólo como su alumno, sino como alguien que, quizás, comprendía una parte de su alma oculta.
Un par de días después, durante una noche de verano en la que el calor del día había dado paso a una brisa ligera, algo en el ambiente se sentía distinto. El estudio estaba silencioso, con el único sonido de las suelas de los zapatos de Jay y Jungwon rozando el suelo mientras repetían los pasos. Aunque Jay llevaba una camiseta ligera, una pequeña capa de sudor perlaba su frente, y la suave corriente nocturna se colaba por las ventanas abiertas, refrescando el aire.
Jungwon, concentrado en su propio ritmo, observaba con detenimiento el avance de Jay. Al notar que este se secaba la frente constantemente, rodó los ojos, dejando escapar una sonrisa apenas perceptible, y luego rebuscó en su mochila. De pronto, le lanzó una bufanda de tela delgada, más decorativa que abrigadora, que Jay atrapó al vuelo.
—¿Así que tienes un lado amable? —bromeó Jay, colocando la bufanda alrededor de su cuello con una sonrisa divertida.
Jungwon lo miró con los ojos entrecerrados, manteniendo una risa. —No te acostumbres —respondió, su tono seco pero juguetón.
Jay continuó practicando, y cada tanto, lanzaba una mirada hacia Jungwon, quien, aunque disimulaba, lo observaba de reojo con algo más que simple curiosidad. Era una expresión suave, casi involuntaria, como si, sin querer, dejara ver algo de lo que mantenía oculto. Había en él un brillo particular, una vulnerabilidad que escapaba a sus intentos de mostrar firmeza y distancia. A medida que Jay continuaba sus movimientos, esforzándose por replicar el paso, Jungwon parecía relajarse, como si al ver la dedicación de Jay, algo en su propia defensa también se estuviera desmoronando.
Fue una mirada de apenas unos segundos, fugaz y esquiva, pero Jay la notó. Había algo en la manera en que Jungwon lo miraba que le hacía sentir que, al menos por esta noche, las barreras que lo rodeaban comenzaban a desdibujarse.
En una de esas noches, al terminar la sesión, Jay decidió ocultarse al salir de la Academia, su corazón latiendo con fuerza. La imagen de Jungwon había tomado posesión de sus pensamientos, una sombra inquebrantable que lo empujaba a descubrir más sobre el chico que había capturado su atención en aquellos callejones sombríos.
Desde su conocida esquina sin iluminación, observó la calle, esperando el momento en que Jungwon saliera. Pasaron minutos que se sintieron como horas, pero finalmente, la figura familiar apareció. Jungwon caminaba con su habitual andar cauteloso, mirando hacia los lados antes de decidir su ruta. Jay contuvo la respiración al notar que se dirigía hacia el lado contrario del callejón, un camino que lo llevaría lejos de la penumbra que Jay había comenzado a conocer.
Sin embargo, tan solo unos minutos después, Jungwon regresó, como si un instinto lo llamara de vuelta. Esta vez, sus movimientos eran diferentes; la ansiedad se podía leer en su rostro mientras seguía su rutina de revisar el entorno, asegurándose de que no hubiera nadie observándolo.
¿Qué era lo que Jungwon temía?
Finalmente, con una determinación visible, Jungwon se dirigió al callejón. Jay, incapaz de resistir la atracción que sentía por el chico, lo siguió a una distancia prudente, moviéndose entre las sombras. La tensión en el aire era palpable; cada paso de Jungwon parecía un llamado a un secreto que Jay anhelaba descubrir.
A medida que avanzaban, Jay podía sentir el pulso de la ciudad a su alrededor, un latido que resonaba con la vida y la soledad de aquellos que se aventuraban en la oscuridad. La adrenalina corría por sus venas mientras se acercaba al callejón, sintiendo que la noche guardaba algo especial para él, algo que podría cambiar el rumbo de su vida.
Jungwon se detuvo en la entrada del callejón, su figura iluminada solo por un par de faroles parpadeantes que luchaban por mantenerse encendidos. Jay se escondió detrás de un contenedor de basura, su corazón palpitante resonando en su pecho. Desde allí, observó cómo Jungwon se asomaba, casi como si intentara escuchar el murmullo de la noche antes de dar un paso al frente.
¿Qué pasaría en ese callejón? La ansiedad de Jay creció, y la pregunta lo abrumó. Tal vez, al igual que él, Jungwon buscaba algo en la oscuridad: un refugio, una conexión, o tal vez solo un lugar donde pudiera ser realmente él mismo, lejos de las miradas escrutadoras del mundo exterior.
Finalmente, Jungwon tomó una respiración profunda y avanzó hacia la penumbra del callejón, dejando atrás la luz de la calle. Jay se quedó inmóvil por un segundo, apretando los puños y el corazón latiéndole con fuerza en el pecho, observando cómo desaparecía entre las sombras.
Quería seguirlo, descubrir aquello que Jungwon guardaba con tanto recelo, pero una parte de él dudaba. Sabía que Jungwon valoraba su privacidad y temía cruzar esa línea y traicionar su confianza.
Aunque tal vez ya lo había hecho, al fingir interés en sus clases y no en él, en jamás confesarle la verdadera razón por la que fue a dar a la academia.
Durante una calurosa noche en la academia de baile "Dancing in the Garden", mientras Jay se preparaba para su rutina, Jungwon revisaba el boombox, listo para poner música que acompañara sus movimientos.
Con la intención de energizar el ambiente, Jungwon tomó un cassette y, al colocarlo en el boombox y presionar el botón de reproducción, lo que resonó en la sala fue un potente heavy metal que llenó el espacio con guitarras eléctricas y ritmos vibrantes.
Jay, que estaba ajustándose las zapatillas, se detuvo al instante, sorprendido por la explosión de sonido. No pudo evitar reír al ver la expresión de Jungwon, que se sonrojó al darse cuenta de su error.
—¿Eso era lo que tenías planeado? —bromeó Jay, disfrutando del momento.
—No, en absoluto —respondió Jungwon, apenado mientras intentaba detener la música—. Pero, la verdad es que sí me gusta el heavy metal.
La sinceridad de Jungwon sorprendió a Jay, quien sintió que había encontrado una nueva faceta de su compañero.
—¿De verdad? —preguntó Jay, intrigado—. Eso es genial. De hecho, tengo boletos para un concierto este fin de semana. Es una banda increíble y pensé que sería una buena oportunidad para disfrutar de buena música. —Era mentira, pero Jay conocía a los chicos de la banda y podría conseguirlos sin problema, esta era la oportunidad perfecta para empezar a progresar con Jungwon más allá de la academia. —¿Te gustaría acompañarme?
Jungwon se quedó en silencio, pensativo. Aunque la idea de ir a un concierto con Jay sonaba emocionante, había algo en su tono que le hizo dudar. Quería ser honesto, pero no quería dar la impresión de que se dejaba llevar fácilmente.
—No sé... —respondió Jungwon, frunciendo el ceño—. ¿Por qué quieres que vaya contigo? Apenas nos conocemos, y un concierto puede ser algo más... ¿cercano?
Jay notó la vacilación de Jungwon y, sintiéndose un poco desanimado, decidió aclarar sus intenciones.
—Solo pensé que sería divertido, y como te gusta el heavy metal... —dijo, intentando sonar casual—. Pero si no te sientes cómodo, lo entiendo.
Jungwon observó a Jay, su mirada más profunda y perspicaz que antes. Apreciaba la invitación, pero no podía evitar cuestionar si realmente era un simple gesto amistoso.
—No quiero que esto suene mal, pero a veces las cosas no son tan simples como parecen —dijo Jungwon, cruzando los brazos—. Tal vez deberíamos conocernos un poco más antes de hacer planes así.
Jay asintió, comprendiendo la perspectiva de Jungwon. Había algo en su cautela que le parecía admirable, y a la vez intrigante.
—Tienes razón —respondió Jay, sonriendo—. ¿Qué tal si continuamos con la clase y luego hablamos más sobre música? Puede que tengamos más en común de lo que pensamos. —Jungwon sonrió levemente, sintiéndose aliviado por la respuesta de Jay.
Después de la clase, el ambiente en la academia seguía vibrante, pero esta vez con un tono más relajado. Jay y Jungwon se sentaron en un rincón de la sala, el boombox apagado y las luces tenues creando un espacio acogedor.
Jungwon lo miraba con intensidad, sus ojos enfocados, y una pequeña sonrisa apenas perceptible en sus labios. Su voz, firme y casi desafiante, le dio a Jay la sensación de estar en presencia de alguien que conocía bien sus propias verdades, mientras él, por su parte, intentaba resolver las suyas.
—Así que, ¿también te gusta el heavy metal? —preguntó Jungwon, sus ojos fijos en Jay, con un tono que denotaba una especie de fascinación curiosa.
Jay dudó un momento antes de responder, jugando con la tapa de su botella de agua. Tenía la sensación de que, bajo la mirada segura de Jungwon, su respuesta significaría algo más, como si él también necesitara una razón para justificar sus gustos. —Eh... sí, creo que sí, o al menos me intriga. Aunque... honestamente, no sé mucho, prefiero el rock —murmuró, desviando la mirada hacia el suelo, como si el peso de su propia inseguridad se hiciera palpable en el aire entre ambos—. La mayoría de mis amigos son más de pop, y cuando escucho algo diferente, siento que no encajo.
Jungwon le sostuvo la mirada, como si intentara descifrarlo. Sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa, no con burla, sino con una mezcla de empatía y firmeza. Lentamente, levantó una ceja, como si estuviera esperando que Jay entendiera algo sin necesidad de que lo dijera.
—Entiendo. Para mí, es la energía, no tanto el estilo en sí —dijo Jungwon con suavidad, pero sin titubear—. La sensación de perderte en algo que te consume por completo. Aunque... a decir verdad, tampoco todos mis amigos lo entienden —añadió, bajando la vista por un instante, pero rápidamente volviendo a fijarse en Jay, como si eso fuera lo más natural.
Jay, atrapado por la intensidad de sus palabras, se mordió el labio, sintiéndose cada vez más vulnerable ante él. No era una conversación sobre música, y en el fondo, lo sabía.
—Entonces, ¿te gusta bailar por eso? —preguntó Jay, su voz apenas un susurro, como si temiera descubrir algo más profundo—. Como... una forma de liberarte.
Jungwon avanza lentamente, una expresión seria asomando en sus ojos—. Sí, pero el baile es más que una liberación. Es una forma de mostrar lo que llevas dentro, aunque no siempre sea algo bonito —dijo con voz baja, como si estuviera revelando una parte de sí mismo que pocos conocían—. A veces, cuando estoy en un lugar donde todos parecen disfrutar sin reservas, me siento... fuera de lugar. Como si intentara encajar en algo que no me pertenece.
Jay respiró hondo, sintiendo cómo sus palabras lo golpeaban en lo más profundo. Observó la forma en que Jungwon miraba sus propias manos, absorto en sus pensamientos, y en su mente resonaba el eco de las palabras que quería decir pero no podía. Era como si Jungwon hubiera puesto en palabras lo que él mismo nunca había admitido.
—Supongo que sí... —susurró, las palabras casi atascándose en su garganta—. A veces me gustaría sentirme tan auténtico como tú —confesó, y en ese momento, el silencio se volvió abrumador.
Jungwon lo miró con una mezcla de comprensión y firmeza. Sus labios se entreabrieron, como si fuera a decir algo, pero en lugar de hablar, colocó su mano en el hombro de Jay. Fue un toque breve, pero cargado de una confianza que lo hizo temblar. Luego, Jungwon respiró hondo, recuperando su aire seguro.
—Creo que solo hay una respuesta para eso —dijo Jungwon finalmente, con una mirada intensa y desafiante—. La música y el baile deben ser una expresión tuya, no de lo que otros piensan.
Jay soltó una risa suave, aunque no pudo ocultar el brillo en sus ojos. Inspirado por la convicción en las palabras de Jungwon, su incomodidad parecía desvanecerse un poco.
—Tienes razón... Quizás he estado demasiado preocupado por lo que piensen los demás —murmuró, su voz más firme ahora, mirándolo directo a los ojos.
La tensión se disipó por un instante, y el aire entre ellos se sintió más ligero, como si en esa conexión ambos se hubieran permitido ser un poco más reales, un poco más libres.
—Por cierto, si decides ir al concierto, puedo presentarte a algunas personas que también disfrutan del heavy metal —sugirió Jay, buscando mantener el diálogo abierto.
—Lo pensaré —respondió Jungwon, sus ojos brillando con curiosidad—. Tal vez me anime a ir.
Con esa posibilidad flotando en el aire, la conversación se desvió hacia otros temas: películas, intereses y los últimos desafíos en sus clases. Mientras hablaban, ambos sintieron que, poco a poco, las columnas que los separaban se desvanecían, dejando espacio para una conexión más profunda y auténtica.
En la clase siguiente, la atmósfera estaba cargada de una anticipación palpable. Al terminar, Jay no se movió de su lugar; en su interior, un mar de emociones luchaba por salir. Se acercó a Jungwon, que estaba guardando sus cosas. —Hey, Jungwon —comenzó Jay, su voz vibrando con una mezcla de nerviosismo y esperanza—. ¿Qué pensaste sobre el concierto?
Jungwon levantó la vista, sus ojos castaños se encontraron con los de Jay. Por un breve momento, había una chispa de curiosidad en su mirada, pero rápidamente se desvaneció. Después de un silencio que pareció estirarse eternamente, Jungwon finalmente esbozó una pequeña sonrisa, pero había una sombra detrás de ella.
—Creo que sí, me gustaría ir—dijo, su tono era reservado, como si la decisión le costara más de lo que quería admitir.
La sonrisa de Jay se amplió, iluminando su rostro como si una luz se hubiera encendido en su interior. Su corazón se aceleró al escuchar la respuesta de Jungwon.
—¡Genial! Va a ser increíble —respondió Jay, su entusiasmo era contagioso, llenando el pequeño espacio del aula de una energía vibrante.
Sin embargo, a medida que se acercaba el día del concierto, una sombra comenzó a cernirse sobre el ambiente. Las noticias de la ciudad, siempre tan cargadas de tensión, traían consigo un aire de inquietud. Aquella noche, cuando Jay y Jungwon habían acordado que se irían juntos desde la academia, el entusiasmo que llenaba el corazón de Jay se volvió aún más palpable, como una melodía esperada, pero una nota disonante parecía a punto de interrumpirla.
El murmullo de la tragedia que había golpeado a su comunidad resonaba en su mente. Apenas unas calles más allá, un ataque brutal había dejado a muchos de manifestantes de la comunidad queer sin vida, víctimas de una homofobia arraigada que, a pesar de los avances, aún se cernía sobre ellos. Jay sabía que, aunque el concierto representaba una oportunidad para escapar de la opresión del mundo exterior, la realidad era mucho más compleja.
El día del concierto amaneció brillante, pero en el aire flotaba una inquietante tensión. Las calles estaban más silenciosas de lo habitual, y la gente hablaba en murmullos, intercambiando miradas llenas de preocupación. Jay llegó a la academia con la mente ocupada por la idea de compartir la experiencia del concierto con Jungwon, pero cuando Jungwon abrió la puerta, su expresión era sombría. Había una tensión palpable en el aire, casi como si la música que normalmente los rodeaba se hubiera detenido. Jay, que las ultimas noches había visto a Jungwon con una sonrisa genuina y una chispa en sus ojos, ahora se encontró con un rostro que parecía cargar con un peso invisible—. ¿Listo para irnos?
Jungwon se detuvo, la mirada fija en el suelo, como si no pudiera soportar el peso de lo que había sucedido. Su rostro era un lienzo de emociones encontradas: confusión, tristeza y un ligero atisbo de miedo.
—No, no iré —respondió Jungwon, su tono cortante, casi defensivo.
La respuesta de Jungwon cayó como un cubo de agua fría sobre Jay. Su corazón se hundió, y la alegría que había sentido minutos antes se desvaneció en un instante. Jay sintió que su estómago se retorcía, y su mente luchaba por procesar la inesperada negativa.
—¿Pero por qué? —preguntó, tratando de no dejar que su voz temblara, buscando alguna pista en el rostro de Jungwon—. Habíamos planeado esto.
Jungwon evitó su mirada, sus labios se apretaron en una línea dura. Era evidente que no quería entrar en detalles, pero la defensiva que mostraba solo intensificaba la frustración y tristeza de Jay.
—No puedo, simplemente no iré —repitió Jungwon, su voz más baja, casi como un susurro, pero la firmeza de su tono dejaba claro que no había lugar para más discusión.
La tristeza se apoderó de Jay, y la chispa de lo que habían construido juntos se extinguió repentinamente. Sentía como si una parte de él se rompiera, una mezcla de confusión y desánimo llenaba el espacio entre ellos. Se quedó en silencio, incapaz de encontrar las palabras adecuadas.
—Está bien —dijo finalmente, intentando mantener la voz firme, pero el quiebre en su tono era innegable—. Si eso es lo que quieres.
Jungwon asintió con la cabeza, pero no se movió. Los segundos se alargaron en silencio entre ellos, un eco de lo que pudo haber sido y de las palabras que nunca se dijeron.
Finalmente, Jungwon dio un paso atrás, murmurando algo inaudible, como si intentara disculparse sin realmente decirlo. Pero antes de que Jay pudiera reaccionar, Jungwon ya se había dado la vuelta y cerró la puerta de la academia, dejándolo fuera.
Jay se quedó inmóvil, había algo en esa despedida que le dejó una inquietud en el pecho, una sensación de que, a pesar de sus palabras, Jungwon no estaba siendo completamente honesto consigo mismo ni con él.
No tenía razones para ir al concierto si no era con Jungwon, decidió regresar a su hotel y hundirse una vez más en la mísera soledad.
Las luces de la ciudad se extendían frente a él, cada una con un parpadeo similar al brillo en los ojos de aquel chico mientras bailaba. A pesar de su agotamiento, algo dentro de él lo impulsaba a caminar sin rumbo, como si, inconscientemente, quisiera encontrarse de nuevo con esa imagen en cada esquina.
Pero al cabo de un rato, cuando sus pensamientos se hicieron demasiado densos, terminó por llegar al hotel. Las sombras del vestíbulo y los corredores le parecían un refugio, un espacio donde, por unos instantes, podía liberarse de las presiones que lo perseguían constantemente.
Al abrir la puerta de su habitación, Jay se detuvo, sorprendido al ver a Heeseung, su manager, esperándolo. Heeseung estaba sentado en una silla junto a la pequeña cama, con la espalda recta y los brazos cruzados sobre el pecho, estudiando a Jay con una mirada que oscilaba entre la preocupación y el reproche.
—¿Dónde has estado todas estas noches, Jay? —preguntó Heeseung, en un tono que sonaba casi paternal.
Jay cerró la puerta con lentitud, intentando mantener la calma mientras ocultaba el desconcierto en su expresión. No esperaba que su manager estuviera allí, y mucho menos que le preguntara algo tan directamente. Le lanzó una mirada despreocupada y, con un suspiro, se quitó la chaqueta, dejándola caer sin cuidado sobre una silla cercana.
—Solo salgo a caminar —respondió sin dar mayores detalles, caminando hasta la cama y dejándose caer en ella—. Me ayuda a despejar la mente, ya sabes.
Heeseung alzó una ceja, claramente sin estar satisfecho con esa respuesta. Observó cada movimiento de Jay, como si buscara alguna pista que revelara lo que en verdad estaba pasando por su mente. Con un leve suspiro, se inclinó hacia adelante, apoyando los codos sobre sus rodillas.
—Jay, no se trata solo de despejar la mente —dijo, el tono de su voz mezclado entre la paciencia y la autoridad—. Entiendo que quieras tu espacio, pero últimamente has estado... diferente. No es saludable que te apartes así de todos, especialmente de tus propios compañeros. Jake y Sunghoon han preguntado por ti, y creo que deberías pasar más tiempo con ellos.
Jay apretó los labios y se incorporó un poco, mirándolo con una expresión de leve fastidio. No entendía por qué su vida personal tenía que ser discutida en términos de lo que otros esperaban de él.
—¿Para qué? —preguntó, su voz teñida de frustración—. No necesito pasar tiempo con ellos para que la música que hago funcione, ¿o sí?
Heeseung lo observó, sin perder la calma, pero con una insistencia en su mirada que solo alguien que conocía a Jay tan bien podría mantener. Se inclinó un poco más hacia adelante, tratando de encontrar una forma de hacerle ver lo que él mismo no alcanzaba a comprender.
—No es solo por la música, Jay. Es por ti. Esta industria... es cruel, consume, y lo último que necesitas es quedarte solo en este camino. Juntarte con ellos te daría aliados, personas que comprenden las presiones que llevas encima, que saben cómo te sientes sin que tengas que decir nada. Y claro, tener a más personas que te apoyen también podría darte un impulso con los fans.
Jay soltó un resoplido y volvió a dejarse caer sobre la cama, mirando el techo con una expresión cansada y algo vacía.
¿Aliados? ¿Ellos?
Ellos jamás entenderían ni un poco del cómo Jay se siente.
—¿Crees que me importa? ¿Más fans? No estoy aquí para eso. Si las personas quieren escuchar lo que hago, bien. Pero no voy a fingir más ni a cambiar para encajar en una imagen que otros esperan de mí. No voy a hacer algo solo porque es "bueno para la carrera". Eso no tiene sentido.
Heeseung lo escuchó con atención, se enderezó en la silla, pero sus ojos no abandonaron a Jay ni un instante.
—No hablo de que cambies, Jay —respondió, con voz más suave pero intensa—. Hablo de que dejes de luchar solo. Te he visto volverte cada vez más huraño, más cerrado. Me preocupo porque, si sigues así, te vas a desgastar. Y eso no es lo que quiero para ti.
Jay frunció el ceño, desviando la mirada al techo, como si en las líneas del enyesado pudiera encontrar una respuesta. En el fondo, sabía que Heeseung tenía razón, que había algo en sus palabras que tocaba una verdad que prefería ignorar. Pero también había una resistencia en él, un deseo de mantener esa parte de su vida como algo exclusivamente suyo. Algo que ni los fans, ni el éxito, ni la fama podían tocar.
—No necesito aliados, Heeseung —murmuró finalmente, casi como si intentara convencerse a sí mismo más que a su manager—. Me he acostumbrado a esto, y hasta ahora me ha funcionado. Y no me importa lo que la gente piense. No quiero más gente siguiéndome solo porque soy amigo de alguien más. Si voy a tener a alguien a mi lado, será porque yo quiero, no porque alguien lo sugiera como una estrategia.
Heeseung observó su mirada, reconociendo la dureza en sus palabras, pero también percibiendo la vulnerabilidad que Jay escondía tras ese muro. Con un último suspiro resignado, se levantó y recogió sus papeles, dándole a Jay una última mirada.
—Mira, si planeas quedarte en esta ciudad... —comenzó Heeseung, bajando la voz —, al menos deberíamos sacar algo de provecho. Podríamos abrir una fecha para un concierto. Te da una razón oficial para estar aquí, conecta con tus fans locales, y bueno, al menos así tengo una buena excusa que darles a todos los que preguntan.
Jay apretó la mandíbula, cada palabra de su manager cayendo como una piedra en su paciencia. La idea de un concierto lo asqueaba en este momento. Para él, las calles de esta ciudad habían comenzado a convertirse en un escape, un refugio personal donde el ruido del mundo no podía alcanzarlo. Pero entendía que, si quería quedarse sin tener a Heeseung encima todo el tiempo, esta era una de las pocas formas de apaciguarlo.
Después de unos segundos en los que el aire se volvió denso entre ellos, Jay finalmente cedió.
—Está bien... —masculló, sin mirarlo a los ojos—. Solo uno. Hacemos una fecha y listo. Pero después de eso, me quiero solo. No quiero que vuelvas a insistir con esto.
Heeseung sonrió de lado, como si hubiera estado esperando esa respuesta desde el principio. Sabía que con Jay, cada victoria era temporal, pero con tal de mantenerlo enfocado, cualquier cosa servía.
—Trato hecho, Jay. Solo una fecha —asintió, levantando las manos en un gesto de paz, aunque en su mirada aún brillaba cierta advertencia—. No te molestaré más... por ahora.
Jay sintió un peso hundirse en su pecho, un peso que no había pedido cargar. Aceptar el concierto significaba exponerse, invitar a la multitud a esta ciudad que él sentía como un escape. Pero si con esto lograba que Heeseung dejara de cuestionar cada uno de sus movimientos, entonces era un precio que estaba dispuesto a pagar.
Sin embargo, mientras observaba a Heeseung alejarse, una sensación lo embargó, una mezcla de resignación y algo más profundo, algo que ardía en su interior. Porque sabía que las noches silenciosas y los callejones oscuros que recorría no eran el tipo de vida que Heeseung, o el mundo, entendían. Y mientras escuchaba la puerta cerrarse, una sola pregunta rondaba su mente:
¿Cuánto más podría mantener ese pequeño secreto oculto de todos, incluso de sí mismo?
Era una tarde tranquila en la academia de baile. La luz del sol se filtraba débilmente a través de las ventanas, bañando las paredes de tonos suaves y cálidos mientras Jungwon se concentraba en la lista de gastos del último mes. Jungwon con el entrecejo fruncido revisaba cada detalle con cuidado, buscando cualquier anomalía en el presupuesto.
Alzó la vista cuando escuchó la puerta abrirse y vio a Minwon, su hermana menor, con los brazos cruzados y una expresión crítica en el rostro mientras revisaba los mismos papeles.
—Jungwon —dijo, arrastrando su nombre con esa mezcla de desaprobación y autoridad que solía emplear cuando estaba molesta—. ¿Has visto esto? El consumo de electricidad en las noches ha subido. Parece como si alguien se estuviera colgando de nuestra energía.
Él vaciló, sintiendo cómo su propio cuerpo se tensaba al anticipar su reacción. Respiró hondo antes de responder, su voz contenida. —Sí, he estado utilizando las instalaciones... después de horas. Estoy dando clases a alguien que solo puede venir a esa hora.
La expresión de Minwon cambió, su curiosidad se tornó en una ligera sonrisa burlona, como si acabara de descubrir un secreto que él había querido ocultar. —¿Ah, sí? ¿Así que alguien especial? —preguntó, con el tono de quien se cree ya dueño de la verdad—. ¿Es una chica, acaso?
El corazón de Jungwon se aceleró. Minwon siempre había sido estricta, tradicionalista, apegada a las convenciones, y el tema de su propia identidad era algo que él mantenía en lo más profundo, casi sin querer analizarlo por completo. Sintió la presión en su garganta mientras se obligaba a mantener su tono neutro, tratando de no mostrar la incomodidad que ya lo inundaba.
—No... no es una chica, Minwon. Es un chico —respondió, observando sus propias manos sobre el escritorio mientras decía las palabras.
El silencio que se formó después de su confesión fue denso, casi palpable, como si el aire en la habitación se hubiera tornado pesado y espeso. Podía sentir los ojos de Minwon clavados en él, evaluándolo de arriba a abajo como si acabara de confesarse culpable de algo indignante. Sin mirarlo directamente, Minwon soltó una risa seca y sin humor.
—¿Un chico? —repitió, con un tono cargado de desdén que no se molestó en disimular—. ¿Estás usando la academia, mi academia, para tus... ¿cómo decirlo? para esos caprichos personales en la noche? No sabía que te habías vuelto tan... flexible con tus horarios.
Jungwon sintió que el estómago se le encogía, y una oleada de vergüenza mezclada con rabia le subió a las mejillas. Esa forma en la que Minwon había pronunciado "caprichos" le caló hondo, como si de alguna manera hubiera reducido algo importante para él a una excentricidad, algo vergonzoso que debía esconder.
—Minwon, basta —replicó Jungwon, sintiendo la furia arder bajo su piel—. No es tu academia; es nuestra. He trabajado aquí igual que tú, y no tienes derecho a decidir cómo debo vivir mi vida.
Ese fue el momento en que la máscara de frialdad en el rostro de Minwon se quebró. Sus ojos se entrecerraron, y antes de que él pudiera reaccionar, su mano se alzó y lo abofeteó. El sonido de la bofetada resonó en la sala, agudo y seco, dejando un silencio más cruel y cargado que cualquier palabra.
El golpe le hizo girar el rostro, y un ardor abrasador se extendió por su mejilla, pero no fue tanto el dolor físico como el desgarrón emocional el que lo dejó sin palabras. Miró el suelo un segundo, asimilando el impacto, antes de levantar la cabeza lentamente y encontrarse con la mirada furiosa de su hermana.
—Para empezar, ¿desde cuándo sabes bailar? —soltó Minwon con un tono agrio, como si estuviera escupiendo cada palabra con desdén—. Yo soy la maestra de baile aquí, Jungwon, yo. Tú solo administras y llevas las cuentas. No sé cuándo te metiste en esto de andar enseñándole a la gente algo que ni siquiera deberías saber hacer.
Jungwon cerró los ojos un segundo, intentando contener las emociones que se arremolinaban en su pecho. Pero cuando abrió la boca para responder, Minwon lo interrumpió, alzando una ceja con expresión de desprecio.
—Y que no se te olvide una cosa: bailar, en los hombres, es de... —dudó apenas un segundo, pero enseguida recuperó su tono frío y distante—. Ya sabes a lo que me refiero. La gente como tú debería evitar este tipo de cosas. No es algo que se vea bien, mucho menos para un hombre.
—No es lo que piensas, Minwon —murmuró con voz queda, casi rota, mientras la decepción y el dolor se mezclaban en su mirada —. No tiene nada que ver con eso. Es solo... es alguien que quiere aprender a bailar y que no puede hacerlo en otro lugar.
—Ah, claro, por supuesto. Seguro que es solo por eso, ¿no? —replicó Minwon, cruzándose de brazos con una expresión entre burla y reproche—. Yo digo que todo esto suena bastante raro, Jungwon. Los chicos normales no tienen esos... impulsos tan raros de salir a dar clases de baile en la noche, y mucho menos a otros hombres. ¿Tienes idea de cómo se vería esto si alguien más lo supiera? La reputación de la academia es lo que nos da ingresos, ¿no te importa?
Él intentó mantenerse en calma, pero la sensación de juicio constante le nublaba la cabeza. Su hermana no se daba cuenta de cuánto le dolía que hablara así, de lo que implicaban sus palabras y el daño que podían hacer. Respiró profundamente, tratando de encontrar una forma de suavizar el tema, pero sintió que cualquier intento sería en vano.
—Minwon, no estoy haciendo nada malo —replicó con firmeza, esta vez levantando la vista para sostener su mirada—. Solo es alguien que quiere aprender a bailar. ¿Qué tiene de malo enseñar a alguien, independientemente de la hora o de... de quién sea?
Ella entrecerró los ojos, mirándolo como si se tratara de un desconocido. Un silencio aún más tenso se instaló en la sala, en el que solo se escuchaba el leve tic-tac del reloj. Finalmente, Minwon soltó un suspiro, pero su tono seguía siendo frío y distante.
—¿Sabes? Hay cosas que deberías pensar dos veces antes de hacer, sobre todo cuando involucran a nuestro trabajo y a nuestra reputación. No quiero problemas por tus decisiones personales, y espero que no se te olvide que hay límites para todo, incluso para tus... "amplios" ideales —dijo, recalando la última palabra con una ironía cortante.
Jungwon no respondió. Observó cómo su hermana se daba la vuelta, dejando el comentario suspendido en el aire, y salió de la sala sin esperar una respuesta. Al quedarse solo, sintió cómo su pecho se comprimía. Era como si, con cada palabra de su hermana, una parte de su propio espacio se hubiera reducido, y lo que alguna vez había sentido como su refugio, esa academia que él mismo ayudaba a mantener, se había convertido en un lugar lleno de juicios y sombras.
La noche en que Jungwon había rechazado asistir al concierto con Jay, él se dio cuenta que con Jungwon tendría que ser todo o nada.
No podía invitarlo a citas como aquella noche, debía dar algunas señales y si continuaba sintiendo la esperanza de ser correspondido, entonces el día que se presentara en la ciudad sería el punto de no retorno para su relación con Jungwon.
Con esto en mente, su primer movimiento fue una noche que el aire estaba impregnado de música y risas. Jay se sentó en la esquina de la sala, viendo cómo Jungwon practicaba sus pasos con una concentración que lo hipnotizaba. Cada movimiento fluía con una gracia casi sobrenatural, y la pasión que Jungwon ponía en cada giro y salto le robaba el aliento. Mientras lo observaba, Jay recordó la noche cuando Jungwon había compartido su historia sobre cómo descubrió su amor por la danza. La forma en que sus ojos brillaban al contar esa historia había dejado una huella en Jay.
En un momento de distracción, Jungwon se giró y sus ojos se encontraron. El tiempo pareció detenerse; En ese instante, Jay sintió una chispa en el aire, como si toda la energía del mundo se concentrara entre ellos. Jungwon emocionado, pero había un atisbo de sorpresa en su expresión. Jay se sonrojó, sintiendo que la conexión entre ellos había cambiado sutilmente. Recordando su risa y cómo la música parecía unirse en el aire entre ellos, Jay se dio cuenta de que su amor podría ser correspondido.
Otra noche, durante un ensayo, Jay se sintió frustrado por un paso que no lograba dominar. Había estado ensayando durante horas, y la tensión acumulada lo había llevado al borde del agotamiento. Jungwon, que había estado observando desde un rincón, se acercó y le puso una mano suave en la espalda. —Solo relájate y déjate llevar—, dijo, su voz un susurro cálido que recorrió la espalda de Jay como un rayo de luz.
En un flashback, Jay recordó un momento similar, meses atrás, cuando había luchado con su confianza al comenzar a bailar. Jungwon había sido su apoyo, ofreciéndole palabras de aliento y una sonrisa que iluminaba incluso sus días más oscuros. Ahora, con la mano de Jungwon en su espalda, todo parecía encajar. Jay sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, y la cercanía de Jungwon lo hizo sentir más vivo que nunca. Se quedó quieto, casi temeroso de moverme, como si ese instante pudiera desvanecerse en cualquier momento. Mientras la música continuaba sonando, Jay comprendió que la línea entre el apoyo y algo más estaba comenzando a desdibujarse.
A medida que pasaban las noches, Jay comenzó a notar los pequeños gestos de Jungwon que despertaban su interés. Cada vez que Jungwon se reía, un brillo especial iluminaba sus ojos, y Jay se encontraba buscando cada oportunidad para hacerle reír. Recordaba una tarde específica en la que Jungwon había compartido un chiste sobre un baile desastroso que había hecho en su infancia, a escondidas de su familia. La forma en que Jungwon se reía, con esa risa contagiosa que llenaba la sala, hacía que Jay se sintiera más audaz.
Otra noche más, durante un descanso, se encontraron en la sala común. Jay decidió arriesgarse y le lanzó un comentario juguetón sobre un paso de baile que habían practicado. Jungwon, con su característico sentido del humor, respondió con una broma que hizo que ambos estallaran en risas. Cuando sus miradas se cruzaron, el aire se volvió denso. Fue un momento que pareció durar una eternidad, en el que ambos se sintieron vulnerables y expuestos. En el fondo, Jay se dio cuenta de que esas miradas compartidas eran más que simples intercambios; Eran promesas silenciosas que los acercaban cada vez más.
Y por último, durante una práctica intensa, Jay decidió improvisar y arrastrar a Jungwon a un pequeño juego de baile. La música llenó la sala, y ambos se movieron en perfecta sincronía, riendo y disfrutando de la compañía del otro. Pero en medio de la diversión, algo cambió. En un giro inesperado, Jungwon se acercó a Jay, sus rostros a solo unos centímetros de distancia. Jay sintió su corazón latir con fuerza, el sonido resonando en sus oídos.
El beso tan esperado no llegó aquella noche, pero Jay se encargó de hacer que sucediera.
—Tienes que venir, Jungwon. Es algo importante que quiero mostrarte —le había dicho Jay esa noche, su voz rebosante de entusiasmo, como si llevara un secreto que no podía esperar a revelar.
Aunque Jungwon quería negarse una vez más, había sido demasiado tentador, se trataban de boletos para ver a HawkFire, el emblemático rockstar que había agotado cada ciudad en que se paraba. Y si bien Jungwon no lo consideraría su favorito, definitivamente tenía talento.
Jungwon, aún reticente pero intrigado, había aceptado la invitación, sin saber exactamente qué esperar. El lugar estaba lleno de luces y sonidos vibrantes, y el murmullo de la multitud se transformaba en un rugido a medida que se acercaban al escenario. El ambiente era eléctrico, y el corazón de Jungwon latía con fuerza, entre la emoción y la ansiedad.
En su interior, luchaba con un torbellino de emociones. La idea de estar tan cerca de HawkFire, era un sueño hecho realidad, pero la presión de la situación lo asfixiaba.
Cuando las luces se atenuaron, un grito de la multitud resonó en el aire. Jay se había ido al baño algunos minutos atrás y Jungwon estaba un poco triste por no poder vivir el inicio del concierto junto a él.
—¡Es HawkFire! —gritó alguien entre la multitud, y Jungwon sintió que su corazón se detenía. Era HawkFire, con su conocida máscara de alcón cubriéndole el rostro y dejando solo sus finos labios a la vista.
Mientras el espectáculo comenzaba, Jungwon se sumergió en la experiencia, dejándose llevar por la música, las luces y el carisma del artista que ocupaba el escenario. La voz de HawkFire llenaba el lugar, y por un momento, todo lo demás desapareció. Pero, en medio de la emoción, la ausencia de Jay comenzó a notarse, como un eco que se intensificaba.
¿Dónde estaba? Jungwon giró la cabeza, buscando entre la multitud, pero no había rastro de él. La ansiedad comenzaba a enredarse con la alegría, haciendo que su corazón se acelerara aún más. La música continuaba, pero su mente se distraía, atormentada por la preocupación.
¿Y si Jay no regresaba?
¿Y si todo lo que habían compartido era una ilusión?
Sentía que se encontraba en un precipicio, a punto de caer en la incertidumbre. Su corazón se debatía entre el deseo de disfrutar el momento y el miedo a perder algo valioso.
Cuando el último acorde del concierto resonó en el aire y la multitud comenzó a dispersarse, Jungwon sintió un tirón arrepentido en su brazo. Se giró, con la intención de protestar, pero una fuerza desconocida lo empujó hacia atrás, arrastrándolo fuera del bullicio y la energía de la multitud.
—¡Espera! —exclamó, tratando de zafarse de la mano que lo apresaba. Su corazón latía frenético, una mezcla de adrenalina y confusión que lo envolvía. Pero, al voltear, lo que encontró no era una amenaza, sino la mano familiar de Jay, guiándolo hacia la penumbra de un callejón oscuro.
A medida que se alejaban del bullicio, el sonido del concierto se desvaneció, dejando atrás la música y las risas, y sumiéndolos en un silencio inquietante. Jungwon fue arrastrado hacia una zona trasera, donde los muros desgastados y los contenedores de basura creaban un ambiente tenso y clandestino. La luz de las farolas apenas iluminaba el camino, arrojando sombras que parecían bailar a su alrededor.
—Jay, ¿dónde estabas? —preguntó Jungwon, su voz temblando entre la mezcla de enojo y confusión. La incomodidad de la situación aumentaba, pero había algo electrizante en el aire. Cuando finalmente se detuvieron, se encontró cara a cara con Jay, quien lo miró con una intensidad que lo hizo sentir vulnerable.
—Cálmate —dijo Jay, su voz baja y urgente, como un susurro en medio de la tormenta. Jungwon, todavía tembloroso, lo miró con desconfianza, cuestionando la realidad de la situación.
—¿Por qué me traes aquí? —su pregunta resonó en el aire, cargada de tensión, como un alambre que podría romperse en cualquier momento.
Jay, con movimientos rápidos y decisivos, sacó algo de su bolso. Era una máscara, la misma que HawkFire lucía en el escenario, su superficie brillante reflejando la luz tenue del callejón. Jungwon frunció el ceño, incapaz de procesar lo que estaba sucediendo.
— ¿Qué es esto? —su voz temblaba entre la incredulidad y la confusión, como si cada palabra que pronunciara pudiera hacer que la revelación se desvaneciera.
—¡Escucha! —Jay sostuvo la máscara frente a él, su urgencia palpable—. Necesito que entiendas algo. Yo soy HawkFire.
Las palabras de Jay cayeron sobre Jungwon como un rayo en un cielo despejado, su incredulidad se estrelló contra el deseo de creer.
—¿Qué? —la pregunta salió de sus labios como un eco, su mente luchando por entender.
—No debes intentar ocultarte conmigo —continuó Jay, su mirada intensa como un fuego ardiente—. Yo también soy diferente.
El silencio que siguió fue denso, casi tangible. Jungwon sintió que el miedo que lo envolvía comenzaba a disolverse, pero pronto fue reemplazado por una rabia oscura que lo consumía.
—No puedes estar hablando en serio. —Su voz era un susurro tembloroso que se tornó más fuerte, más desafiante—. No te creo. Esto es una locura.
Jay dio un paso adelante, extendiendo la mano en un intento de acercarse, como si esperara calmar la tormenta en el corazón de Jungwon.
—Jungwon, por favor. Escúchame.
Jungwon retrocedió, su corazón latiendo descontroladamente, empujando a Jay con brusquedad.
—¡No! —gritó, la angustia y la confusión confluyendo en un torrente de emociones—. ¡No te acerques a mí!
Jay se detuvo, herido, pero no dispuesto a rendirse. Su voz estaba cargada de desesperación.
—¿Por qué no puedes entenderlo? Estoy aquí porque confío en ti.
Pero Jungwon, consumido por la incredulidad, negó con la cabeza, sus ojos llenos de lágrimas de frustración.—Me has mentido todo este tiempo. ¿Qué más has ocultado? ¿Quién eres realmente?
El ambiente se tornó pesado, y el silencio se volvió ensordecedor. Jungwon se sintió atrapado entre la revelación devastadora y el deseo de aferrarse a la imagen de Jay que siempre había conocido. La pregunta se cernía sobre él como una nube oscura: ¿podría confiar en alguien que había estado ocultando su verdadera identidad?
—Solo quiero ser honesto contigo —dijo Jay, su voz temblando, casi suplicante—. Si me das una oportunidad, puedo demostrarte que lo que sientes por mí es real.
Jungwon cerró los ojos, intentando controlar la tempestad de emociones que lo asaltaban. Pero al abrirlos nuevamente, se encontró con la mirada de Jay: vulnerable, sincera, como un faro en la oscuridad. La verdad se infiltró en su confusión, iluminando un camino hacia la comprensión.
—No puedo creerlo. —La incredulidad aún danzaba en sus palabras, pero en sus ojos había un destello de comprensión, como si las piezas del rompecabezas finalmente encajaran.
Jay irritando,—Ahora que lo sabes, ¿puedes dejarme mostrarte quién soy realmente? —su voz era suave, llena de una esperanza palpable que parecía invadir el espacio entre ellos.
En ese instante, Jungwon comprendió que, a pesar del miedo y la traición que había sentido, había encontrado un aliado en Jay. Tal vez juntos podrían enfrentar las sombras que acechaban en su mundo, pero primero, debía dar ese salto de fe y permitir que la confianza floreciera entre ellos.
Con una respiración profunda que temblaba con la mezcla de incertidumbre y emoción, dio un paso hacia adelante, sintiendo que el peso de la duda comenzaba a desvanecerse.
Jay, percibiendo el cambio, lo miró con una mezcla de esperanza y vulnerabilidad.
— ¿De verdad puedes confiar en mí? —preguntó Jay, su voz temblorosa. Jungwon sintió que su corazón se aceleraba nuevamente, pero esta vez no era solo por el miedo. Había un hilo de anticipación, una chispa que iluminaba la oscuridad que había estado sintiendo.
—No estoy seguro de qué creer —respondió Jungwon, su voz apenas un susurro. Pero algo dentro de él anhelaba dar una oportunidad a lo desconocido. Luchaba con la idea de lo que significaba confiar en alguien que había estado ocultando su verdadera identidad. Sin embargo, había algo genuino en Jay, algo que lo hacía querer creer en su sinceridad.
—Te prometo que soy el mismo Jay que conociste. Solo hay más de mí que no he compartido —dijo Jay, acercándose lentamente, como si temiera asustar a Jungwon otra vez.
El corazón de Jungwon latía con fuerza mientras contemplaba sus palabras. La verdad de lo que había descubierto lo había dejado aturdido. La imagen que había construido de Jay se desmoronaba ante sus ojos. Pero había una parte de él que no podía negar: el tiempo que habían pasado juntos había sido auténtico y lleno de momentos que habían marcado su vida.
—Entonces, ¿por qué no me lo dijiste antes? —preguntó Jungwon, intentando entender, su voz mezclada con la frustración. La confusión aún lo envolvía, pero había una necesidad de comprender el por qué detrás de las decisiones de Jay.
—Tenía miedo —respondió Jay, su voz cargada de emoción—. Tenía miedo de perderte. De que no me aceptaras si sabías quién soy.
Las palabras de Jay resonaron en la mente de Jungwon, como ecos de sus propios temores. Él también había estado luchando con su identidad, sintiéndose fuera de lugar en un mundo que a menudo no entendía. Las inseguridades y el miedo a ser rechazado lo habían mantenido en silencio.
—Yo... yo también tengo miedo —murmuró Jungwon, sintiéndose más expuesto que nunca. La revelación lo sorprendió. Nunca había compartido sus propios temores con nadie. Pero con Jay, todo se sentía diferente. Era como si finalmente pudiera permitir que sus guardias cayeran.
Jay inclinó la cabeza, sorprendiendo a Jungwon. Sus ojos, que antes reflejaban incertidumbre, ahora brillaban con una mezcla de comprensión y compasión.
—¿De qué tienes miedo? —preguntó Jay, su voz suave, casi un susurro. Jungwon se sintió abrumado por la pregunta, como si Jay estuviera invitándolo a abrirse por primera vez.
—Tengo miedo de no encajar, de que nunca sea suficiente —confesó Jungwon, su voz temblorosa mientras se adentraba en su propia vulnerabilidad. El peso de los prejuicios sociales y la presión de ser aceptado lo habían atormentado durante tanto tiempo.
Jay asintió, entendiendo la lucha interna que Jungwon enfrentaba. Se acercó un poco más, la proximidad casi palpable entre ellos.
—¿Y si te dijera que yo también siento eso? Que a veces me siento como un impostor, incluso cuando estoy en el escenario —dijo Jay, su voz resonando con sinceridad—. Pero lo que importa es cómo elegimos enfrentarlo.
Las palabras de Jay comenzaron a calar en Jungwon. Era como si estuvieran compartiendo un momento de claridad, donde sus luchas internas se encontraban. La idea de que ambos eran vulnerables, de que ambos se sentían perdidos en algún momento de sus vidas, creó un lazo invisible entre ellos, uno que prometía conexión y entendimiento.
— ¿Podemos intentar ser auténticos juntos? —preguntó Jungwon, su voz apenas un susurro, como si temiera romper la magia del momento.
—Si. Quiero que sepas todo de mí, y también quiero conocer todo de ti.
La promesa flotaba en el aire, llena de posibilidades. El miedo no había desaparecido por completo, pero había algo en la conexión que estaban formando que le daba esperanza a Jungwon. Era un riesgo, sí, pero uno que estaba dispuesto a tomar.
En su mente, las palabras de Jay aún resonaban, un eco que se mezclaba con sus propias inseguridades: "Soy HawkFire". El secreto de Jay no era solo una verdad; Era una carga que ambos llevaban, un riesgo que desafiaba las normas de una sociedad que no podía entenderlos.
La presión de ser diferente lo envolvía como una niebla densa, y en su interior, luchaba con el miedo de ser juzgado, de ser rechazado. La inseguridad lo ahogaba, llenando su mente de dudas.
Jay dio un paso hacia él, y Jungwon se sintió atrapado entre la necesidad de acercarse y el temor a las consecuencias. Las sombras de la noche parecían moverse, susurrando advertencias, pero el impulso de Jay lo mantenía cautivo.
—¿Puedo? —preguntó Jay, su mirada ardiente y vulnerable. Jungwon, sintiendo que su corazón latía con fuerza, avanzando lentamente, como si cada movimiento le costara un esfuerzo monumental. En su interior, un torbellino de emociones se agolpaba, una lucha entre el deseo ardiente y el miedo paralizante.
Jay se inclinó hacia él, la distancia entre ellos se disipaba como si el aire se volviera espeso y cargado de promesas. El beso comenzó como un susurro, Jungwon sintió la calidez de la boca de Jay, su dulzura mezclándose con la urgencia que comenzaba a encenderse entre ellos. Era un momento suspendido en el tiempo, donde cada sensación se amplificaba.
Las manos de Jungwon se deslizaron hacia el cuello de Jay, sus dedos enredándose en su cabello suave y rebelde, sintiendo cómo la tensión en su cuerpo se liberaba poco a poco. La calidez de su piel lo envolvía, como si el mundo que los rodeaba se hubiera desvanecido, dejando solo el latido de sus corazones entrelazados. Jay respondió al toque, inclinándose más cerca, aumentando la presión del beso.
Jungwon sintió un torrente de emociones, una mezcla de deseo y vulnerabilidad que lo llevó a profundizar el beso. Sus labios se movieron con más pasión, explorando cada rincón, como si se comunicaran sin palabras. La calidez de su aliento se mezclaba, creando una sensación embriagadora que llenaba el aire.
Las manos de Jay comenzaron a recorrer la cintura de Jungwon, tirando de él con una firmeza suave, acercándolo aún más. Jungwon, sintiendo la necesidad de estar más cerca, se movió hacia adelante, presionando su cuerpo contra el de Jay, como si la distancia entre ellos pudiera desvanecerse por completo. El roce de sus cuerpos encendía una chispa de deseo que lo consumía.
En un momento de valentía, Jungwon giró un poco la cabeza, permitiendo que el beso se profundizara. Sus labios se movían en un ritmo casi frenético, llenos de la emoción que había estado reprimida durante tanto tiempo. La combinación de la calidez de sus cuerpos y el deseo que emanaba de ellos creaba una atmósfera casi palpable, cargada de una electricidad que solo ellos podían sentir.
Pero, de repente, el pánico se apoderó de Jungwon. Recordó las miradas de desaprobación que podrían acecharlos, el juicio de una sociedad que no podría entender lo que sentían. A medida que sus pensamientos se agolpaban, la intensidad del beso se tornó abrumadora, y se separó bruscamente, sintiendo cómo el frío de la realidad regresaba a su piel.
—¡No! —exclamó, el miedo y la confusión se reflejaban en sus ojos. Era como si de repente el peso de su decisión se hiciera presente, aplastante e insoportable. Miró a su alrededor, como si buscara respuestas en las sombras. El eco de las risas y las conversaciones de otros se sentía distante, pero la realidad de su situación lo golpeó con fuerza.
Jay lo miraba, la vulnerabilidad y la desesperación en su rostro eran desgarradoras. —Jungwon, por favor, no te alejes —dijo, su voz un susurro tierno y urgente, lleno de un deseo que lo hacía sentir expuesto. —Esto es real. Lo que siento por ti es real.
—Pero... —Jungwon titubeó, el miedo a la revelación se retorcía en su pecho. Las palabras de Jay le abrirían una puerta que temía cruzar. La idea de ser juzgado por ser diferente lo paralizaba, lo mantenía atado a sus propias inseguridades.
—Entiendo que es complicado, pero... —Jay dio un paso adelante, su mirada firme—. Solo quiero ser sincero contigo. No importa lo que digan los demás.
Jungwon sintió cómo su corazón se partía entre el miedo y el deseo, y en un momento de claridad, se dio cuenta de que no podía seguir huyendo de lo que sentía. La conexión entre ellos era demasiado poderosa para ignorarla. El beso había sido más que un simple encuentro; Había sido una promesa de algo más profundo, algo que podía cambiar sus vidas.
—No puedo —murmuró Jungwon, pero su voz ya no sonaba tan convincente. La intensidad de sus sentimientos comenzó a disolver sus barreras, y la desesperación en la mirada de Jay lo hizo dudar.
Finalmente, el silencio se convirtió en un puente entre ellos. Jungwon dio un paso hacia adelante, y sus manos temblorosas encontraron la cara de Jay, sus dedos acariciando suavemente su piel. Era un gesto cargado de ternura y de valentía, un pequeño paso hacia un mundo que había temido explorar.
—Quizás... —comenzó Jungwon, y antes de que pudiera terminar la frase, volvió a acercarse, sus labios encontrándose nuevamente en un beso. Esta vez, no era solo un roce; Era un pacto, un reconocimiento de sus sentimientos.
El miedo no desapareció por completo, pero se transformó en un coraje renovado. En ese instante, comprendió que lo que compartían era más fuerte que cualquier juicio externo. La conexión que habían forjado en medio de la oscuridad era suya, un secreto que podrían guardar y proteger, mientras juntos desafiaban un mundo que no los entendía.
Cuando se separaron nuevamente, Jungwon sintió que una chispa de esperanza había encendido su corazón. No estaban solos; Tenían el uno al otro, y en ese abrazo, ese beso, comenzaron a descubrir no solo el amor, sino también la fuerza que provenía de aceptarse el uno al otro en un mundo lleno de incertidumbres.
Jungwon sintió que la adrenalina corría por sus venas. Una mezcla de emociones lo invadió, como un torbellino de incertidumbre y deseo. Mirando a Jay, sintió que su corazón latía con fuerza, no solo por el momento compartido, sino también por la necesidad de llevar a su nuevo compañero a un lugar que significaba mucho para él.
—Vamos a un lugar —dijo Jungwon con la voz temblando.
Jay lo miró con curiosidad, y sin dudar, asintió.
Tomaron un taxi y Jay inmediatamente reconoció hacia donde se dirigían, esperaba que esa fuera la noche en que por fin descubriera lo que hay detrás de ese callejón.
Y así fue.
Al llegar, Jungwon lo guió por el lado oscuro del callejón, donde la luz de las tiendas y el letrero de la academia se desvanecía y las sombras se alargaban, creando un ambiente de misterio y secreto. El aire se sentía fresco, impregnado con el aroma de la ciudad; una combinación de asfalto húmedo, desecho de comida y, a lo lejos, el eco de la música que resonaba.
Las paredes del callejón estaban cubiertas de graffiti vibrante, un arte urbano que contaba historias de amor, rebeldía y lucha. A medida que avanzaban, la emoción de Jungwon se mezclaba con la ansiedad, y un escalofrío le recorrió la espalda. Sabía que el lugar al que lo llevaba era un refugio, pero también un terreno inexplorado, lleno de peligros y tentaciones.
Al final del callejón, Jungwon abrió la puerta y a un costado "The Hideaway" se leía en un cartel iluminado con colores brillantes. El sonido de la música pulsante vibraba en el aire, un llamado irresistible que parecía prometer una noche de libertad y desenfreno.
—¿Qué hay aquí? —preguntó Jay, mirando la entrada con asombro y un toque de preocupación en su voz.
—Es un lugar especial para mí. Aquí puedo ser quien realmente soy —respondió Jungwon, sintiendo cómo su corazón se aceleraba ante la expectativa de la noche. No sabía cómo iba a reaccionar Jay, pero necesitaba que viera este lado de su vida.
Al cruzar la puerta, una explosión de energía los envolvió. La música era intensa y envolvente, un ritmo que hacía vibrar el suelo bajo sus pies. La atmósfera estaba cargada de vida, risas y movimientos. Las luces parpadeaban en tonos de rosa, azul y verde, iluminando a la multitud que se movía al compás de la música. La gente bailaba, abrazándose, disfrutando de un momento de libertad que parecía alejado de las críticas del mundo exterior.
El club estaba lleno de mesas de madera desgastada y sillas de metal, y el aire se sentía denso, lleno de un cóctel de sudor, perfume y una pizca de locura. Las barras estaban repletas de botellas, y los barman servían cócteles coloridos que chisporroteaban y burbujeaban en el aire, como promesas de desinhibición.
Jungwon se adentró más en el lugar, sintiendo cómo su cuerpo vibraba al ritmo de la música. Las miradas de desconocidos se cruzaban, algunas llenas de interés, otras de juicio. Pero aquí, entre las luces y el bullicio, sentía que podía soltar sus miedos.
Jay se sintió completamente aturdido, suponía que de este lado del callejón debía haber algo así de electrizante como para que alguien tan intrigante como Jungwon asistiera cada noche después de darle clases, pero no esperaba encontrarse con escenarios y consumos que lo hicieran sentir un completo mojigato.
Mientras observaban la escena, un grupo de personas a su lado comenzó a reír a carcajadas, levantando copas de colores. Uno de ellos, con una sonrisa traviesa, se acercó a ellos y les ofreció un pequeño vial de poppers, el aroma intenso flotando en el aire.
—¡Vamos, chicos! ¡Es una fiesta! —exclamó, invitándolos a unirse al descontrol. La risa resonaba como un eco, y Jungwon sintió una mezcla de tentación y advertencia.
Jay observó la escena con desconfianza, su mirada escaneando el lugar. Había algo inquietante en el aire, algo que hacía que sus instintos lo alertaran.
—¿Estás seguro de esto? —preguntó, su tono cargado de preocupación mientras miraba a Jungwon, quien parecía estar atrapado entre el deseo de pertenecer y la realidad de lo que estaba sucediendo a su alrededor.
—Es parte de ser libre, Jay. Aquí puedo mostrarte quién soy, sin miedo —respondió Jungwon, sintiendo que la presión del mundo exterior se desvanecía por un momento. El club era un refugio, pero también un campo de batalla emocional.
Ambos se adentraron en la pista de baile, donde la música pulsaba como un latido vivo. La multitud se movía en una danza frenética, y Jungwon se sintió atrapado por la energía que los rodeaba. Las luces danzaban, reflejando la euforia de quienes se entregaban a la noche.
De repente, la tensión se hizo palpable entre ellos. Jungwon, deseoso de compartir su mundo, tomó la mano de Jay y lo llevó a un rincón menos concurrido del club, donde las luces eran más suaves y el ruido un poco más distante.
—Mira, esto es lo que soy —dijo Jungwon, dejando que su voz se ahogara en el bullicio del lugar. Jay lo observó, los ojos llenos de curiosidad, pero también de temor. Jungwon podía ver el conflicto en su rostro.
La música continuaba resonando, y la multitud seguía riendo y disfrutando de la noche. Pero Jungwon sentía que había un velo de secreto que los rodeaba. La presión de la sociedad, la mirada de juicio que a menudo sentía al ser quien era, parecía manifestarse en el aire. Era un lugar donde podían liberarse, pero también un espacio donde las sombras podían acechar.
—¿Y qué hay de esto? —preguntó Jay, señalando el vial que aún sostenía en la mano un desconocido. El ritmo frenético de la música parecía contrastar con la preocupación que emergía entre ellos.
Jungwon sintió un tirón en su interior. Quería sumergirse en la euforia, en el sentido de pertenencia que el lugar ofrecía, pero también sabía que había un peligro inminente. ¿Era esto realmente lo que quería mostrarle a Jay? ¿Un mundo lleno de excesos y riesgos?
—Este lugar es un refugio, pero también tiene su precio —admitió Jungwon, sintiendo cómo la verdad se deslizaba entre ellos. Sabía que la atracción por las drogas y el alcohol podía convertirse en una trampa. Pero la intensidad de la noche y la conexión con Jay lo empujaban a explorar ese límite.
Mientras observaban la escena, un grupo cercano a ellos comenzó a bailar de forma más provocativa, y la atmósfera se tornó aún más eléctrica. Jungwon, deseoso de sumergirse en ese mundo, se sintió dividido entre su deseo de ser libre y su necesidad de proteger a Jay de los peligros que eso implicaba.
—No sé si esto es para mí —murmuró Jay, sus ojos reflejando la incertidumbre. Jungwon sintió una punzada en el corazón. Quería que Jay viera lo bueno de este lugar, pero también sabía que debía ser honesto sobre sus propios miedos.
—Es solo una noche, —respondió, buscando la forma de convencerlo. —Jay, mira —dijo Jungwon, llevándolo un poco más cerca de la barra, donde el sonido de las risas y la música se entrelazaban. El barman, con una sonrisa traviesa, les ofreció dos cócteles coloridos. Jungwon se sintió un poco más seguro con una bebida en mano, y le pasó uno a Jay.
—Prueba esto —insistió, aunque sabía que su oferta también era un riesgo. Jay tomó la bebida, dudando, y Jungwon lo observó, esperando que un poco de esa despreocupación que impregnaba el ambiente pudiera contagiarlo.
—No sé... —dijo Jay, sus ojos escaneando el lugar, todavía en modo de alerta.
—Solo por esta noche. —Jungwon lo miró fijamente, sintiendo la necesidad de romper esa barrera de incertidumbre que los separaba. —Aquí, nadie nos juzga.
Jay finalmente tomó un sorbo, y Jungwon notó cómo sus labios se curvaban ligeramente en una sonrisa tímida. La magia del lugar comenzó a hacer efecto, y poco a poco, la tensión entre ellos se disipaba, aunque Jungwon sabía que el secreto que los unía aún los mantenía en un delicado equilibrio.
Mientras se movían al ritmo de la música, Jungwon sintió cómo la energía del lugar los absorbía. Las personas a su alrededor bailaban, se abrazaban, y en el aire flotaba un leve aroma a hierbas y alcohol. Era un ambiente donde todo estaba permitido, un santuario que les ofrecía un respiro de la cruel realidad.
Con una mirada decidida, Jungwon tomó la mano de Jay y lo llevó a la pista de baile. El movimiento de los cuerpos, la música pulsante, todo parecía encajar en ese instante. Jay se dejó llevar un poco, permitiendo que el ritmo lo guiara. Jungwon lo observaba, encantado por cómo la luz se reflejaba en su piel, haciendo que su rostro pareciera brillar.
Pero en el fondo de su mente, Jungwon luchaba con el peso de lo que significaba estar allí. Sabía que este mundo era tentador, pero también peligroso. La idea de que alguien pudiera verlos, de que su conexión se convirtiera en un escándalo, lo mantenía alerta.
Mientras se movían juntos, Jungwon sintió una oleada de deseo y frustración. Se acercó a Jay, sus rostros casi tocándose, y la cercanía le provocó un escalofrío. ¿Qué pensaría Jay si supiera lo que realmente implicaba ser parte de este mundo?
—¿Te gusta? —preguntó Jungwon, tratando de mantener la ligereza de la conversación, pero su voz tenía un matiz de anhelo.
—Es... diferente —respondió Jay, un poco sonrojado, como si el lugar lo envolviera en un calor extraño.
—Es mi hogar. —Jungwon dejó que sus palabras fluyeran, sintiendo la necesidad de compartir esa parte de sí mismo. —Aquí puedo bailar, ser libre, y olvidar por un momento todo lo que el mundo espera de mí.
El rostro de Jay se tornó serio, como si finalmente comprendiera el significado detrás de las palabras de Jungwon. La presión de lo que ambos sentían se hacía palpable, un secreto que los unía en esa noche cargada de posibilidades.
—No creo que pueda hacerlo —murmuró Jay, mirando a su alrededor, su voz temblando con la lucha interna entre el deseo y la presión social. Jungwon sintió un tirón en su pecho; sabía que debía ayudar a Jay a liberarse de ese miedo.
Entonces, tomando la iniciativa, se acercó más, sus cuerpos casi fusionándose mientras la música vibraba a su alrededor. Jungwon sintió que los latidos de su corazón resonaban al compás de la música, y ese instante se volvió eterno. Era como si estuvieran en una burbuja, aislados del mundo exterior.
—No tienes que temerme —susurró Jungwon, sus labios apenas a centímetros de los de Jay. Era un momento cargado de emoción, y la química entre ellos se intensificaba.
En un impulso, Jungwon lo besó nuevamente, pero esta vez la intensidad del beso era diferente. Era una mezcla de urgencia y desahogo, un reconocimiento de lo que ambos anhelaban. Las manos de Jungwon encontraron la cintura de Jay, atrayéndolo más cerca, mientras sus cuerpos se movían al ritmo de la música.
El beso era un grito mudo contra el mundo que intentaba definirlos.
Cada roce de sus labios era como un pacto, un compromiso silencioso de que, a pesar de lo que dijera la sociedad, ellos podían encontrar su propio camino.
Cuando finalmente se separaron, los rostros de ambos estaban iluminados por una mezcla de sorpresa y deseo. Jay miró a Jungwon, sus ojos reflejando una mezcla de emoción y confusión.
—Esto... esto no es algo que podamos compartir con el mundo —dijo Jay, su voz baja, pero firme.
—Lo sé —respondió Jungwon, sintiendo cómo la realidad comenzaba a cerrarse sobre ellos nuevamente.
Con una chispa de determinación, Jungwon tomó la mano de Jay nuevamente y lo llevó más profundo en el club, hacia el área detrás del escenario. Las luces brillantes y los colores vibrantes de la pista se desvanecían lentamente, y el aire se impregnaba del aroma a maquillaje y sudor, mezclado con un toque de emoción y adrenalina.
Al entrar, Jungwon notó a varios bailarines preparándose, sus cuerpos brillando bajo las luces suaves del tocador. Algunos estaban en el proceso de transformarse, y la atmósfera era una mezcla eufórica de risas y nerviosismo. Fue en ese instante cuando sus ojos se encontraron con Riki, quien se acercó con una sonrisa curiosa, pero también con un atisbo de sorpresa.
—¿Jungwon? —dijo Riki, alzando una ceja. —¿Qué haces aquí? Pensé que no vendrías a trabajar esta noche.
Jungwon sintió un leve rubor en sus mejillas, pero se obligó a mantener la mirada firme. Jay estaba a su lado, observando todo con curiosidad, ese chico era al que había visto llegar del lado contrario de Jungwon, cuando aun ni siquiera tomaba clases con él y recién estaba buscando la mejor forma de acercarse.
—Quería mostrarle a Jay un poco de lo que es la verdadera libertad —respondió Jungwon, su voz llena de determinación.
Riki lo miró detenidamente, como si intentara leer en su mente. —¿Estás seguro de querer exponerte tanto frente a él? —preguntó, su tono genuino, preocupado.
Jungwon asintió. —Sí, lo estoy. Es importante para mí que vea quién soy realmente, lejos de las expectativas y el miedo.
Riki se cruzó de brazos, pareciendo contemplar la decisión de su amigo. Finalmente, asintió. —De acuerdo, pero asegúrate de que sepa en qué se está metiendo. Este mundo no es para todos.
Con una leve sonrisa, Jungwon condujo a Jay hacia el tocador donde los bailarines se preparaban. El lugar era un reflejo de la esencia misma de la libertad: espejos grandes rodeados de luces brillantes, colores vibrantes de maquillaje, y vestuarios colgando de los percheros. Había una energía palpable en el aire, una mezcla de nerviosismo y anticipación.
Algunos bailarines estaban en pleno proceso de transformación, aplicándose sombras de ojos brillantes y pintando sus labios con tonos audaces. Jungwon se sintió un poco fuera de lugar, pero al mismo tiempo emocionado de poder compartir este mundo con Jay.
—Aquí es donde todos se preparan para ser quienes realmente son —dijo Jungwon, acercándose a un espejo y tomando un poco de maquillaje.
Jay lo observó con curiosidad, sus ojos brillando con una mezcla de admiración y confusión. Jungwon aplicó un poco de delineador y sombra de ojos, sintiendo cómo el maquillaje le daba un toque de valentía.
—Es diferente, ¿no? —preguntó Jungwon mientras se miraba en el espejo, sintiéndose un poco más como el verdadero él. —Aquí, la gente es libre de ser quien quiera ser.
Jay asintió lentamente, pero había una sombra de preocupación en su mirada. —Es... es muy arriesgado.
—Lo sé —respondió Jungwon, girándose hacia él. —Pero eso es lo que hace que este lugar sea especial. Aquí, podemos ser nosotros mismos sin miedo a ser juzgados.
Riki se unió a ellos, mostrando su propio maquillaje y cómo se preparaba para el show. —Tienes que entender que la libertad también viene con consecuencias. Este mundo puede ser feroz.
Jungwon sonrió, sintiendo que se estaba abriendo a Jay de una manera que nunca había hecho antes. —Pero quiero que veas esto. Quiero que sientas lo que es liberarse de las cadenas de la sociedad.
Mientras continuaba arreglándose, Jungwon sintió que cada capa de maquillaje lo empoderaba más. Era un acto de rebeldía, y compartir ese momento con Jay lo llenaba de una mezcla de emoción y adrenalina.
Como último accesorio, se puso un antifaz de gato negro.
—¿Estás listo para ver cómo se siente realmente ser libre? —preguntó Jungwon a Jay, buscando en su mirada el apoyo que necesitaba.
Jay, aunque nervioso, sonrió de vuelta, y Jungwon supo que estaba dispuesto a adentrarse en este mundo, aunque lo que implicaba podría cambiarlo para siempre.
Riki tomó a Jay del brazo y lo llevo hacia la mesa más cercana al escenario, guiñándole un ojo antes de regresar al backstage.
Jungwon se dirigió al escenario, parándose en el borde del escenario, vestido con pantalones ajustados de cuero y una camisa entreabierta que dejaba ver destellos de su piel. El antifaz negro ocultaba la mitad de su rostro, y bajo él, maquillaje que delineaba sus ojos, profundizándolos, dándoles un aura que desafiaba cualquier intento de entenderlo, su silueta se recortaba bajo la luz roja y púrpura, dando un aire misterioso y desafiante. El club, normalmente ruidoso y desenfadado, cayó en un silencio expectante. La multitud lo observaba, cautivada, mientras los hombres en primera fila intercambiaban miradas de lujuria y satisfacción. Cuando la música comenzó, un ritmo profundo y oscuro, Jungwon dejó que el ritmo invadiera cada parte de su ser.
Con un paso firme y preciso, inició su danza, sus movimientos atrevidos y sin miedo. Su cuerpo fluía en armonía con la música, sus brazos y piernas marcando el ritmo de una manera hipnotizante, como si cada gesto, cada giro, contuviera un mensaje oculto. Era un juego de seducción y poder, un despliegue de confianza que le pertenecía solo a él. En un movimiento atrevido, Jungwon giró y bajó, la luz rozando apenas su piel y su antifaz brillando bajo el resplandor. Los hombres entre la multitud no pudieron evitar gritar su sobrenombre, algunos incluso lanzando palabras de admiración y deseos que se perdían en el bullicio.
Jungwon los miró de reojo, su mirada tras el antifaz cargada de misterio y desafío, y una sonrisa apenas perceptible se asomó en sus labios. Sabía exactamente el efecto que tenía sobre ellos, y jugaba con esa energía, desafiando las miradas, envolviendo a todos en ese espectáculo embriagador. Su maquillaje le daba un aire enigmático, casi irreal, resaltando la intensidad de sus movimientos, cada uno tan fluido como el siguiente, ya la vez, lleno de una libertad descarada.
En un momento, hizo una pausa breve, su pecho subiendo y bajando rápidamente. Levantó el rostro, dejando que las luces delinearan su figura, y luego lanzó una última mirada desafiante al público, una que decía: "No pueden tocarme, pero pueden mirarme".
La multitud reaccionaba, aplaudía, silbaba, y en ese instante, él se sintió visto, comprendido, liberado de cualquier máscara.
Aunque irónicamente esté usando una.
Cuando la música llegó a su clímax, Jungwon dio un último giro, su cuerpo cayendo en una pose que dejó al público en un silencio asombrado. Jadeante, se quedó ahí, atrapado en ese instante de pura conexión. Bajó lentamente la mirada y encontró a Jay observándolo desde abajo, sus ojos brillando de emoción y asombro. Jungwon sintió una ola de satisfacción; Había mostrado a Jay una parte de sí mismo que pocas veces compartía, un fragmento de su esencia, libre y sin restricciones.
Con el paso del tiempo, Jay descubrió que Jungwon tenía sus rituales nocturnos. Había noches en las que se entregaba completamente al baile, dejando que cada movimiento fluyera con la música, como si nada más existiera en el mundo. Pero también había otras, más inusuales, en las que se dejaba llevar por la diversión, tomando unas copas o fumando para relajarse y desconectar de la rutina.
Sin embargo, aquella noche iba aún más allá.
Riki se acercó a Jungwon con una sonrisa cómplice. Con discreción, sacó una pequeña botella de poppers de su bolsillo y se la mostró, inclinando la cabeza en un gesto que no necesitaba explicación. Jungwon, ligeramente nervioso, intercambió una mirada con él, —¿Tú no lo harás?
Riki negó —Quisiera, pero hoy tengo varios clientes y no puedo morir de una sobredosis. —Jungwon tras un segundo de vacilación asintió, Riki se fue del backstage, dándoles privacidad.
Jay, desde un rincón apenas iluminado, observaba la escena con una mezcla de inquietud y fascinación. La distancia entre él y Jungwon nunca había parecido tan palpable como en ese momento, viéndolo aceptar algo que le era desconocido, algo que no compartía con él. Vio cómo al abrirla, el aroma fuerte y químico lo invadió, haciendo que Jungwon arrugara la nariz.
Llevó la botella a su nariz y aspiró con cuidado, no era la primera vez que lo hacía, pero tampoco lo consumía con frecuencia. El efecto fue casi inmediato: un calor súbito recorrió su cuerpo, comenzando en su pecho y extendiéndose hasta la punta de sus dedos. Sintió como si las paredes a su alrededor se distorsionaran, como si el aire se volviera más ligero y pesado al mismo tiempo. Cerró los ojos y, por un breve instante, todo lo que lo atormentaba parecía desvanecerse.
Su cuerpo comenzó a relajarse, pero no de una manera sutil; Era una sensación embriagante, de calor líquido que se deslizaba desde su pecho hasta sus extremidades. Su pulso retumbaba en sus oídos, fuerte y profundo, mientras el mundo a su alrededor se volvía difuso, reducido a sensaciones crudas. Cada terminación nerviosa parecía encenderse, y sus manos temblaban ligeramente, como si el aire se hubiera vuelto más denso, envolviendo su piel en una suavidad palpitante.
Mientras la euforia lo recorría, sus ojos buscaron a Jay, quien lo observaba desde un rincón, la mirada fija en él, entre sorprendida y desconcertada. Jungwon sintió una urgencia imparable, un deseo que parecía irracional y necesario. Jungwon tiró la botella vacía a un lado y, sin pensarlo dos veces, tomó a Jay de la camisa, acercándolo con brusquedad. Sus labios se unieron con urgencia, sin espacio para la duda. El contacto fue inmediato y eléctrico; cada roce, cada movimiento de sus bocas avivaba un deseo creciente que no parecía poder contener.
Jay, sorprendido al principio, pronto rodeó a Jungwon con sus brazos, sosteniéndolo firmemente mientras ambos retrocedían hasta chocar contra la pared del estrecho pasillo del backstage. La respiración de Jungwon era agitada, su pecho subía y bajaba al compás del latido frenético de su corazón. Sus manos se deslizaron por la espalda de Jay, aferrándose a su camisa, arrugando la tela mientras intensificaban el beso.
Sin perder el ritmo, Jay llevó una mano a la nuca de Jungwon, enredando sus dedos en su cabello, mientras su otra mano bajaba hasta posarse en su cadera, apretando ligeramente. Jungwon respondió arqueando su cuerpo hacia él, presionándose más cerca, con cada contacto avivando el calor que ya recorría cada parte de su cuerpo.
El aire en el pequeño espacio se hacía más denso, y Jungwon, con los ojos cerrados, dejó que sus manos exploraran la figura de Jay, sintiendo el contorno de sus hombros y el firme agarre de sus manos. Jay se separó apenas unos milímetros, sus respiraciones mezclándose en el corto espacio entre ambos. Pero Jungwon no permitió que la distancia durara: lo atrajo de nuevo, besándolo con una intensidad renovada, esta vez más lenta, saboreando cada segundo, cada sensación, sin permitir que nada más interfiriera en ese momento.
Jay sintió el ardor y la fuerza con la que Jungwon lo besaba, y aunque su propio cuerpo respondía al impulso, algo dentro de él le pidió que se detuviera. Notó el peso extraño de la respiración de Jungwon, el leve temblor de sus manos al aferrarse a su camisa, y la mirada intensa, pero desenfocada.
Jay levantó una mano y apoyó sus dedos suavemente sobre el pecho de Jungwon, creando una distancia que, aunque mínima, fue suficiente para interrumpir el ritmo frenético en el que ambos estaban inmersos.
—Jungwon, espera —murmuró, su voz apenas un susurro entre sus respiraciones agitadas.
Jungwon, aún con los ojos cerrados y perdido en la calidez de la conexión, no escuchó. Siguió acercándose, pero de repente, un leve temblor recorrió su cuerpo. Se sintió mareado, y el mundo pareció girar a su alrededor. La energía que lo había envuelto empezaba a desvanecerse, dejando solo una sensación de vacío y agotamiento.
—Estás... —Jay titubeó, buscando las palabras adecuadas mientras intentaba calmarse a sí mismo—. Estás drogado, Jungwon. No quiero que esto sea así.
—No... —murmuró Jungwon, abriendo los ojos de golpe y tambaleándose un poco, como si intentara aferrarse a una realidad que se le escapaba. La euforia se transformó en un peso abrumador, y la mirada intensa que antes tenía se tornó en confusión y cansancio.
Jay se acercó de nuevo, preocupado. —Jungwon, ¿estás bien? —preguntó, colocando sus manos en los hombros de Jungwon, mirándolo directamente a los ojos.
Jungwon se dejó caer contra la pared, su respiración se volvió más pesada. —Me siento... —dijo, y la frase quedó incompleta, incapaz de encontrar las palabras adecuadas. Las luces del club que antes brillaban con fuerza ahora parecían desvanecerse, y la música, que antes era un pulso vibrante, se convirtió en un murmullo lejano.
Jay sintió un nudo en el estómago al darse cuenta de lo frágil que se había vuelto Jungwon en un instante. —Vamos, tenemos que salir de aquí —dijo, casi en un susurro, mientras ayudaba a Jungwon a ponerse de pie.
Jungwon se dejó llevar, pero su cuerpo parecía resistirse. —Jay... —murmuró, la voz más baja, como si intentara aferrarse a él. La risa y la música del club ya no tenían el mismo poder; el agotamiento se cernía sobre él, y todo lo que podía hacer era dejarse llevar mientras Jay lo sostenía procurando que su cabeza cayera en blando.
Jay salió del backstage tratando de encontrar alguien a quien pedirle ayuda y mientras caminaba hacia el área principal, su mirada se posó en una esquina poco iluminada.
Allí estaba Riki, su figura casi oculta tras la sombra de un hombre mayor, que lo acariciaba con descaro. Jay se quedó paralizado por un momento, la escena chocante y confusa. Riki ahora parecía perderse en la intimidad del toque ajeno, con una sonrisa en los labios.
Jay no quería interrumpir, pero sabía que Riki debía estar al tanto de la situación de Jungwon. Se acercó con cautela, tratando de ocultar su inquietud, y con voz firme, dijo:
—Riki.
Ambos hombres giraron sus cabezas, aunque el hombre mayor no parecía estar dispuesto a liberar a Riki de su robusto cuerpo, lo que hizo que Jay se sintiera aún más incómodo.
— ¿A dónde puedo llevar a Jungwon?
Riki imaginó la caótica escena, y una risita ligera se escapó de sus labios. Su expresión se tornó un poco más seria al notar la preocupación en el rostro de Jay.
—Basta con que lo llevas a la academia —respondió Riki, sin dejar de sonreír—. Solo está cansado. Lo mejor es que descanse un poco.
Jay sintió un suspiro de alivio al escuchar las palabras de Riki.
Regresó a donde había dejado a Jungwon y sostuvo su cabeza nuevamente, con cuidado, lo levantó del suelo, manteniendo su peso contra su propio cuerpo.
—Vamos, Jungwon —dijo, intentando que su voz sonara más tranquila de lo que se sentía—. Te llevaré a casa.
Jungwon apenas murmuró una respuesta, y Jay sintió el calor de su cuerpo contra el suyo mientras lo guiaba hacia la salida del club, dejando atrás el bullicio y las luces brillantes.
Mientras Jay lo sostenía con firmeza, Jungwon logró despejar su mente lo suficiente para recordar algo importante. Con voz suave y un poco tambaleante, dijo:
—En el segundo piso... hay una pequeña sala de descanso.
Jay lo miró, su expresión ansiosa y atenta.
—¿Ahí está bien? —preguntó, tratando de mantener la calma mientras se aseguraba de que Jungwon pudiera seguir hablando.
—Sí —confirmó Jungwon, un hilo de alivio cruzando su rostro—. Allí... podrías dejarme.
Jay asintió rápidamente, sintiendo que esa era la mejor idea que habían tenido en la noche. Con un brazo aún rodeando la cintura de Jungwon, caminaba por el callejón hacia la academia.
Cuando llegaron al segundo piso, Jungwon, con un esfuerzo visible, apuntó hacia una puerta un poco más adelante. Jay la empujó suavemente, revelando una pequeña sala de descanso iluminada por la tenue luz de una lámpara. El lugar era simple, con un par de sofás desgastados y una mesa baja en el centro.
—Aquí —dijo Jungwon, su voz apenas un susurro mientras se dejaba caer en uno de los sofás, exhalando un largo suspiro. El cansancio se apoderó de él, pero había un pequeño alivio al estar en un espacio más tranquilo.
Jay se sentó a su lado, asegurándose de que Jungwon estuviera cómodo.
—Te cuidaré aquí, no te preocupes —le prometió Jay, sintiendo el peso de la responsabilidad sobre sus hombros. Sus dedos se enredaron en el cabello de Jungwon, acariciándolo suavemente, deseando que eso le ayudara a relajarse.
—No tienes que quedarte, Jay —dijo Jungwon con voz entrecortada, aún sintiendo el resabio de la euforia que lo había consumido—. Estoy bien. Solo necesito descansar un poco.
Jay frunció el ceño, sintiendo que las palabras de Jungwon no reflejaban la realidad. Se inclinó un poco más cerca, su mirada fija en los ojos de Jungwon, —No, no estoy de acuerdo. Estás lejos de estar bien. —Su tono era suave pero firme—. No puedo dejarte solo así, especialmente después de lo que pasó. Necesito asegurarme de que estés bien.
Jungwon movió la cabeza ligeramente, como si quisiera insistir en su punto, pero el cansancio era evidente en su rostro. Jay pudo notar que había una batalla interna en los ojos de Jungwon; una mezcla de orgullo y vulnerabilidad que lo hacía aún más humano. —En serio, Jay. No es necesario. Solo... dame un momento y estaré bien. Esta no es la primera vez que lo hago —dijo Jungwon, intentando sonreír, pero el esfuerzo se desvaneció rápidamente.
—No puedo simplemente dejarte aquí —replicó Jay, su voz aún suave, pero con un matiz de preocupación que no podía ocultar. Observó cómo Jungwon cerraba los ojos, tratando de encontrar un momento de paz en medio de la confusión. El roce de los dedos de Jay en su cabello parecía calmar la tormenta que se desataba dentro de él.
—Está bien, no tienes que hacer nada —dijo Jungwon, pero la convicción en su tono era frágil. Sabía que Jay se preocupaba por él, y eso lo hacía sentir tanto agradecido como avergonzado. Quería demostrarle que podía manejar la situación, que no necesitaba que lo cuidaran como si fuera frágil.
—Te ves cansado, Jungwon —continuó Jay, sin dejar de acariciarlo. Miró a su alrededor, buscando algo más que pudiera ayudar a calmar la atmósfera tensa. Notó una pequeña mesa en la esquina, sobre la cual había una botella de agua. Se levantó rápidamente y se acercó a ella, llenando un vaso con agua fría antes de regresar al sofá.
—Tómate esto —dijo, ofreciendo el vaso a Jungwon, quien lo ayudó con una mano temblorosa. Jay observó con atención mientras Jungwon bebía, la frescura del agua pareciendo devolverle un poco de vida a su expresión cansada.
—Gracias, Jay —dijo Jungwon, su voz un susurro más firme ahora. Un ligero rubor se asomó en sus mejillas, quizás por la calidez de la atención que recibió. Pero la realidad de su estado lo golpeó de nuevo, y su mirada se desvió hacia el suelo.
—¿Por qué haces esto? —preguntó Jay de repente, rompiendo el silencio que se había establecido entre ellos. Su tono era cauteloso, pero la curiosidad y la preocupación se entrelazaban en su voz.
Jungwon se mordió el labio, dudando por un momento antes de responder. —Por la misma razón que tú utilizas una máscara, HawkFire. Quería... quería sentirme libre, como si pudiera dejar todo atrás por un instante. Pero no lo pensé bien, sólo me dejé llevar —confesó, sintiendo que era hora de abrirse, aunque solo un poco.
Jay se sintió pesado al escuchar esas palabras. —Pero, Jungwon, hay otras formas de lidiar con eso. No tienes que poner tu salud en riesgo. Estoy aquí para ti. Ni siquiera tienes necesidad de bailar en el club, ganas suficiente administrando la academia. —dijo Jay, su mirada intensa y sincera.
—Lo sé —respondió, su voz ahora más suave, vulnerable—. Pero tú eres mi único alumno. —Los padres jamás permitirían que un maricón como yo educara a sus hijas. —Murmuró bufando una risa sin gracia.
—A veces, las opiniones de otros pueden ser... difíciles. —La voz de Jay titubeó, como si temiera que cada palabra pudiera desencadenar algo peligroso.
Jungwon lo miró de reojo, notando la seriedad en su rostro.
—La gente puede ser muy dura. —Jungwon se obligó a seguir el hilo de la conversación, su voz un susurro—. A veces siento que hay cosas de las que no puedo hablar. Como si estuviera caminando en una cuerda floja, con todos esos juicios a mi alrededor.
Jay sintió una punzada en el estómago al escuchar esas palabras. Era una realidad con la que también lidiaba, una que había sentido en su propia piel.
—Sí, lo sé. A veces es como si... como si tuvieras que ocultarte. —Su mirada se endureció un poco, mientras buscaba las palabras correctas—. Y es frustrante, porque no deberíamos sentirnos así. Hay momentos en que solo quieres ser tú mismo, sin preocupaciones.
—Es una locura. —Jungwon dejó escapar un suspiro, su voz llena de pesadez—. ¿Por qué no podemos ser nosotros mismos sin tener que preocuparnos por lo que piensan los demás? Me gustaría vivir sin ese miedo, ser abiertamente gay y no tener miedo de que un día encuentren mi cuerpo en un barranco.
La respuesta quedó flotando en el aire, ambos sabían que estaban en un territorio peligroso, pero la conexión que estaban formando era demasiado valiosa como para ignorarla.
—A veces, me pregunto si hay un lugar donde podamos ser libres, donde no tengamos que pensar en esas cosas. —Jay se pasó una mano por el cabello, intentando calmar los nervios que empezaban a brotar de su interior.
—Sí, un lugar donde no tengas que mirar por encima del hombro. —Jungwon sonrió débilmente, pero había una chispa de esperanza en sus ojos—. Quizás la música pueda ser ese lugar para ti, aunque sea por un rato. —Su mirada se posó en Jay con agotamiento pero sin deseos de quedarse dormido.
Jay le mantuvo la mirada, soltó un suspiro profundo y, con voz pausada, comenzó:
—Jungwon, no puedo seguir callándome —dijo, su voz cargada de un peso que hasta ahora había mantenido oculto—. La gente siempre asume que por ser "famoso" tengo todo lo que quiero... pero últimamente, siento que he perdido algo mucho más importante que eso. —Hizo una pausa, su mirada se oscureció un poco, como si estuviera a punto de revelar una herida profunda—. Ya no me siento libre en el escenario. No de la forma en la que solía hacerlo. Todo lo que hago, todo lo que soy, parece estar controlado, manipulado.
Jungwon lo miró con una sorpresa genuina, como si no hubiera imaginado que Jay, que HawkFire, a quien siempre veía tan seguro y entregado en sus actuaciones, pudiera sentirse de esa manera. Se apoyó un poco más en el sofá, haciéndole un gesto sutil para que continuara.
—Quiero decir... —Jay hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas—. Hubo un tiempo en que estar en el escenario era liberador, donde cada acorde, cada palabra que cantaba, me hacía sentir como si pudiera volar. Pero ahora... ahora siento que solo soy un producto para los demás, alguien que debe cumplir expectativas ajenas, que debe decir y hacer lo que se le ordena. —Jay cerró los ojos un momento, respirando hondo antes de continuar—. Es como si me hubieran quitado todo aquello que me hacía único, que me hacía sentir que yo era yo.
Jungwon, en silencio, extendiendo su mano y la posó suavemente sobre la de Jay, sus dedos entrelazándose. Jay lo miró, un poco sorprendido por la calidez en el gesto, y sintió que el peso que había estado llevando se aligeraba solo un poco. —¿Y si un día no puedo llevar más la máscara? —preguntó Jay —. ¿Y si me descubren? La idea de ser rechazado... es aterradora.
—Lo sé. —Jungwon respiró hondo, sintiendo la presión en su pecho—. He visto a personas perderlo todo solo por ser quienes son. La idea de perder la aceptación de mi hermana... no podría soportarlo.
La conversación se volvió más intensa, cargada de emociones que rara vez se expresaban en voz alta. Era como si cada palabra fuera un paso hacia un abismo, y ambos estaban asomándose al borde.
—A veces me pregunto si lo que siento es correcto —continuó Jay, su voz cargada de ansiedad—. Si hay algo malo en mí solo por querer ser auténtico.
Jungwon lo miró con tantas emociones contenidas que sentía que se podían derramar desde su rostro hasta el frío suelo. —No hay nada malo en ti. —Su voz se mantuvo firme, como si intentara anclarse a esa verdad—. Lo malo es el mundo, la gente que no entiende. Pero eso no significa que tengamos que cambiar.
Jay apretó la mano de Jungwon, buscando su apoyo en lo que estaba a punto de decir.
—Tal vez la única forma de luchar contra el miedo sea enfrentarlo juntos.
Ambos se miraron en silencio, sabían que aún había mucho camino por recorrer, pero al menos habían dado un paso hacia la comprensión, hacia la aceptación de su propia verdad. En medio de la oscuridad que los rodeaba, encontraban consuelo en su conexión, un faro de esperanza en un mundo que a menudo se sentía hostil y frío, hoy era su luz al final del camino.
Era una noche templada, y el sonido lejano de la ciudad le daba a la academia un ambiente casi melancólico. Jay había convencido a Jungwon de dejar las clases a un lado solo por esa noche, argumentando que merecían un descanso, que los pasos no se irían a ningún lado. Al principio, Jungwon había dudado, pero finalmente accedió, con una mirada pensativa y una sonrisa apenas esbozada.
—Está bien, conozco un lugar —dijo Jungwon en voz baja, casi como si fuera un secreto.
Sin más explicaciones, ambos subieron a un taxi y se dirigieron hacia la costa. El trayecto fue silencioso, aunque el latido de sus corazones parecía llenar el aire entre ellos. Pronto, el olor a sal comenzó a envolverles y, tras unos minutos, llegaron a una pequeña playa escondida. Estaba desierta y el mar era solo una silueta oscura, bordeada por la suave luz de la luna.
Caminaron en silencio sobre la arena húmeda, sus pasos resonando en el vacío de la noche. Sin decir nada, Jungwon se detuvo cerca de la orilla y miró hacia el horizonte, donde el agua parecía desaparecer en la oscuridad infinita. Jay se acercó a él, colocándose a su lado. Durante unos segundos, solo existía el sonido de las olas y el viento.
Sin pensarlo demasiado, Jay tomó la mano de Jungwon y entrelazó sus dedos. Jungwon lo miró sorprendido, pero no se apartó. En cambio, una pequeña sonrisa apareció en sus labios, iluminada débilmente por el reflejo plateado de la luna. Jay comenzó acercándose lentamente, su mirada fija en la de Jungwon. Deslizó una mano por su cintura, y al no encontrar resistencia, se inclinó para besarlo, esta vez sin prisa. Sus labios se encontraron con suavidad, probando, reconociéndose. Ambos cerraron los ojos, y lo que al principio fue un beso tímido, pronto progresó en algo mucho más profundo y húmedo.
Mientras sus respiraciones se mezclaban, las manos de Jay comenzaron a recorrer la espalda de Jungwon, acercándolo más hacia él. Jungwon, que al principio había dudado, rodeó los hombros de Jay con sus brazos, devolviendo el beso con la misma intensidad, dejando que el momento hablara por él. Se dejaba llevar por cada caricia, cada roce, como si el tiempo y el lugar hubieran dejado de existir.
La arena fría se hundía bajo sus pies, y mientras sus cuerpos se acercaban, sus caricias se volvieron más firmes y seguras. Jay dejó que sus manos se deslizaran lentamente desde la cintura de Jungwon hacia su espalda baja, acercándolo aún más, hasta que apenas quedaba espacio entre ellos.
Sin decir nada, se recostaron sobre la arena, y Jay lo cubrió con su cuerpo, sus manos recorriendo su rostro, sus hombros, y cada rincón que Jungwon le permitía explorar. Entre besos, caricias y miradas, ambos dejaron de lado las convicciones sociales y decidieron formar uno con la luna, ser todo lo suaves que quisieran sin temor a no encajar en lo que el mundo les exigía solo por ser hombres.
Adentrarse hacia lugares desconocidos para el otro pero que resultaban tan placenteros como para sentirse incorrectos.
Esa noche el calor del verano se sintió especialmente cálido.
Al final, ambos quedaron tendidos, entrelazados en la arena, compartiendo el calor y la calma de la noche, soltando risitas flojas por el bajón de adrenalina por ser atrapados.
Jay había acompañado a Jungwon hasta la academia después de que terminó su presentación en "The Hideaway", lo dejó ahí y después de una pequeña sesión de besos, comenzó a caminar hacia el hotel.
Antes de que pudiera darse cuenta, oyó pasos tras él. Al principio los ignoró, pero el eco de los pasos se volvía implacable, una sombra que lo seguía, y entonces escuchó susurros. Estaban tan cerca que podía sentir el aliento de alguien rozándole el cuello, helado y sucio.
—¿Tú...? — Una mano lo giró con violencia, sujetándole la muñeca como una trampa de hierro. —Eres el que salió de que club, ¿no?
Jay se giró, desconcertado. —¿Qué...? — Apenas podía reconocer sus palabras. Frente a él había dos hombres altos, oscuros, con expresiones cínicas y maliciosas. Sus miradas no ocultaban ni un ápice del desprecio que sentían.
—Sí, eres tú, — dijo uno de ellos, escupiendo las palabras como si fueran veneno. —El que revolotea por ahí... como una puta mariposa.
Jay tragó, sintiendo un nudo helado que se le atascaba en la garganta, —¿Por qué...? ¿Qué es lo que quieren?
—¡Maricón! — El otro no respondió, solo lanzó su puño al estómago de Jay con fuerza brutal.
El golpe le sacó el aire. Jay sintió un dolor desgarrador, como si le hubieran arrancado el alma en un solo golpe. Se dobló hacia adelante, los pulmones buscando desesperadamente aire que no llegaba. Antes de que pudiera siquiera entender el dolor, otro puño lo alcanzó en las costillas, y sintió cómo algo crujía dentro de él, como ramas secas quebrándose. Cayó al suelo, las rodillas chocando contra el pavimento con un golpe sordo.
—¡Alguien... ayuda! — trató de gritar, pero su voz salió débil, quebrada, como un susurro moribundo. —Por favor...
No hubo respuesta. Una patada le golpeó el costado, y luego otra y otra. Jay intentaba protegerse, levantar los brazos, pero su cuerpo no respondía. Todo era un mar de dolor ardiente, un castigo injustificado que se sentía como una sentencia.
Los golpes caían sin descanso, cada uno peor que el anterior, una crueldad que lo desgarraba en pedazos. El sabor metálico de la sangre llenaba su boca. Uno de ellos se agachó y le agarró el cuello, cerrando los dedos alrededor de su garganta, apretando hasta que el mundo se volvía borroso. Jay jadeaba, con lágrimas ardientes rodando por sus mejillas, los ojos rojos de impotencia y terror.
—Escúchame bien, — gruñó uno de los hombres cerca de su oído. —Si vuelves a poner un pie en ese club, tú o alguno de tus amigos, te mataremos. — Y para sellar sus palabras, le lanzó otro puñetazo que lo dejó viendo luces titilantes, a punto de desmayarse.
Jay sintió que todo se desvanecía, el dolor era insoportable y su visión comenzaba a oscurecerse. El eco de las palabras de sus agresores, llenas de odio, parecía quedarse en el aire. Cada golpe lo debilitaba más, y sus gritos, apenas un susurro, se perdían en el vacío de la noche. Mientras intentaba aferrarse al collar roto entre sus dedos, resignado a que nadie acudiría en su ayuda, un sonido inesperado rompió el ritmo de los golpes.
—¡Ey! — Una voz firme, clara, resonó por el callejón, cortando la brutalidad en seco.
Jay apenas pudo girar la cabeza cuando vio una silueta alta acercarse con rapidez. Uno de los hombres soltó una risa sarcástica, pero su burla se transformó en sorpresa cuando el recién llegado, Heeseung, le propinó un empujón que lo hizo retroceder.
—¿Qué demonios haces aquí, ¿eh? — gruñó uno de los agresores, tratando de imponerse, pero Heeseung no mostró un solo rastro de miedo. Su mirada era un rayo afilado, encendida de furia.
—Aléjense de él. Ahora, — exigió Heeseung, sus ojos oscuros e inamovibles mientras evaluaba a cada uno de ellos.
Uno de los hombres intentó responder con un puñetazo, pero Heeseung lo esquivó, devolviendo el golpe con una rapidez brutal que hizo tambalear a su oponente. El segundo hombre, asustado, retrocedió, pero aún así trató de lanzarse contra él. Sin embargo, Heeseung lo recibió con una patada directa que lo mandó de espaldas contra la pared.
—Si vuelven a acercarse a él, tengan por seguro que los encontraré— dijo Heeseung con una frialdad que estremecía, —Y no será tan sencillo para ustedes la próxima vez.
Los dos hombres intercambiaron una mirada, aterrados, antes de huir del callejón, sin atreverse a mirar atrás. Jay, todavía tirado en el suelo, apenas podía creer lo que había pasado. A su lado, Heeseung se arrodilló, sosteniendo su rostro con una delicadeza que contrastaba con la furia que acababa de mostrar.
—Jay, ¿puedes oírme? — murmuró, su voz ahora más suave.
Jay asintió débilmente, intentando hablar, pero las palabras se le escapaban junto con el dolor y el cansancio. Heeseung pasó un brazo alrededor de sus hombros, ayudándolo a incorporarse con un cuidado que le hizo soltar unas lágrimas silenciosas, producto del alivio, del dolor y de una gratitud tan intensa que no sabía cómo expresar.
—Ya pasó, — le susurró Heeseung, sosteniéndolo con fuerza. —Nadie más te va a hacer daño mientras yo esté aquí.
Heeseung, sin soltar a Jay, logró sacarlo del callejón a duras penas, vigilando cada uno de sus movimientos y asegurándose de que no perdiera la consciencia. Bajo las luces de la calle, levantó una mano y detuvo el primer taxi que vio, su voz autoritaria y desesperada, ordenándole al conductor que lo llevara al hospital más cercano.
Ya dentro del taxi, Heeseung se inclinó hacia Jay, quien estaba recostado contra el asiento con los ojos medio cerrados, su respiración entrecortada. El dolor y el cansancio lo invadían, pero sentía el calor de la mano de Heeseung sobre la suya, transmitiéndole una calma frágil que lo mantenía despierto.
—Jay, necesito que sigas aquí conmigo, ¿sí? — murmuró Heeseung, apretando ligeramente su mano. Jay parpadeó, tratando de enfocarse en su rostro, aún con las dudas luchando en su interior.
—No quería... no quería que pensaras que yo...— Jay intentó decir, su voz quebrándose. —No estaba en ese club... no fui...
—Shh, no te preocupes por eso ahora, — le susurró Heeseung, acariciando su mano con suavidad. —Ya después me explicas todo, ¿de acuerdo? Solo necesito que te mantengas despierto. Respira conmigo.
El taxista, mirando la escena por el retrovisor, apretó el acelerador, mientras el silencio pesado llenaba el espacio. Jay, aún en el trance del dolor, intentaba encontrar estabilidad en la firmeza de Heeseung, quien no apartaba su mirada de él ni un solo segundo.
—Vamos a llegar al hospital en unos minutos, Jay. Aguanta un poco más, por favor, — le dijo Heeseung, su tono firme pero tembloroso. Jay asintió débilmente, sus ojos intentando resistir el sueño que amenazaba con llevarlo. Se obligó a seguir respirando, cerró los ojos un instante, dejando que el dolor se desvaneciera momentáneamente en la oscuridad, y en esa oscuridad encontró lo único que parecía aliviarlo: Jungwon.
Revivió el primer beso que compartieron, tan intenso, con una dureza que contrastaba la suavidad en el alma de Jungwon, pero que transmitía la resiliencia que se había visto obligado a desarrollar. Sentía aún la suavidad de sus labios, la calidez de su aliento mezclado con el suyo, y el leve temblor de sus manos al aferrarse a él, como si ambos temieran que el momento pudiera desaparecer en cualquier segundo.
Recordó todas esas noches en las que se encontraban a escondidas en la academia, cuando la ciudad dormía y solo quedaban ellos dos bajo la luz tenue de las estrellas. Como Jungwon desde el día uno le había dado un lugar para sentirse seguro, solo porque lo vio tan desesperado por esa búsqueda de libertad, ese escape de la realidad opresora a la que se enfrentaba día tras día.
El recuerdo más nítido que volvió a él fue la última vez que estuvieron juntos, cuando se separaron en ese callejón escondido después de una noche que parecía interminable. Jungwon le había dado un beso lento y largo, susurrando promesas que Jay nunca olvidaría. Ahora, sentado en el taxi y cubierto de heridas, pensaba en esos momentos y sintió que algo se rompía dentro de él. La paz que alguna vez encontró en esos besos parecía tan lejana y ajena a lo que sentía en este instante.
—Jay... solo un poco más, — murmuró Heeseung, apretando su mano con desesperación. Jay se obligó a regresar al presente, aferrándose a esos recuerdos, a cada beso y a cada risa que había compartido con Jungwon, y trató de creer, aunque fuera por un segundo, que tal vez algún día volvería a sentir esa paz.
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