Atracción

En los callejones sombríos y desiertos de la ciudad, Jay caminaba con paso cansado, envuelto en la oscuridad de la madrugada.

Era la primera vez que se aventuraba por aquellos rincones olvidados, pero el peso de la mitad de su gira lo acompañaba como una sombra constante.

La pasión que alguna vez sintió por la música ahora se había transformado en una carga, un peso que le oprimía el pecho y le nublaba el pensamiento.

Aquella noche, mientras avanzaba entre los muros de hormigón y las sombras alargadas, Jay se sentía más perdido que nunca. La fama y el éxito habían sido sus metas durante tanto tiempo, pero ahora que los tenía al alcance de la mano, descubría que no eran más que espejismos vacíos.

Las entrevistas interminables, las demandas comerciales, todo aquello que alguna vez había anhelado ahora lo abrumaba hasta el punto de sofocarlo.

La lista de canciones que conformaban su repertorio para esta gira era un reflejo de su dilema interno. La mayoría eran melodías comerciales, diseñadas para el consumo masivo y desprovistas de cualquier atisbo de autenticidad. Solo unas pocas, apenas un puñado, eran verdaderamente suyas, aquellas en las que había dejado su alma y su corazón.

Un suspiro escapó de sus labios mientras encendía un cigarrillo, buscando un breve respiro en medio de la tormenta que era su vida.

Recordaba con nostalgia los días en que cantaba en pequeños clubes, cuando la música y la libertad eran sus únicas compañeras. Pero esos días habían quedado atrás desde que la industria lo había descubierto y lo había convertido en una estrella.

Ahora, mientras la noche se cernía sobre él, Jay se sentía como un náufrago en un mar de luces y sombras.

Había elegido este camino en busca del éxito, pero ahora se preguntaba si valía la pena el precio que estaba pagando.

La decisión de firmar con una disquera había sido un paso hacia adelante, pero también una renuncia a su propia voz e identidad.

Y en medio de la oscuridad, Jay se preguntaba si alguna vez podría encontrar su camino de vuelta a casa.

El sonido regular de sus pasos resonaba en la noche tranquila, mientras giraba en una esquina donde la luz de los faroles no llegaba, fue cuando una figura llamó su atención.

El chico estaba en un pequeño espacio entre calles, donde los edificios creaban un callejón oscuro.

Vestía unos jeans holgados, una camiseta ajustada metida por dentro del pantalón y una cazadora de cuero, siguiendo la moda de la época. Su rostro redondo resaltaba sobre unos hombros anchos, y sus ojos brillantes escudriñaban el entorno en busca de observadores no deseados. No pareció notar a Jay.

El chico bufó una sonrisa mientras se daba la vuelta y se dirigía hacia una puerta desgastada, que aparentaba pertenecer a un edificio abandonado. Al abrir la puerta, echó una última mirada por encima del hombro, asegurándose de no ser seguido.

Una vez dentro, Jay pudo percibir incluso en la penumbra cómo el joven parecía mover las caderas con más alegría. Una curiosidad irresistible se apoderó de Jay, deseando seguir los pasos de aquel misterioso individuo.

Sin embargo, la prudencia le advertía del riesgo que suponía. No sabía qué tipo de personas podría encontrar al otro lado de esa puerta, y aunque estaba cansado de su propia vida, tampoco quería acabar con ella.

Se relamió los labios resecos, sintiendo el sabor metálico de la sangre que emanaba de la pequeña herida en el centro de los mismos. Deseó tener un bálsamo labial, pero según artistas colegas, eso es para maricones.

Un suspiro escapó de sus labios, no debía darle tanta importancia, al fin y al cabo, era solo otra noche entre el caos y la extravagancia de los años ochenta.

En la opresiva oscuridad de la noche, Jay se encontraba una vez más en la misma esquina desde donde había avistado al enigmático chico la noche anterior. La brisa nocturna envolvía su cuerpo, llevando consigo el inconfundible aroma a asfalto mojado y basura acumulada en los callejones.

Jay intentaba justificar su presencia allí argumentando que tenía tiempo libre. La gira había llevado al grupo al centro de la ciudad, donde habían decidido tomarse unas semanas de descanso. Jay planeaba reunirse con amigos, aunque sabía que en realidad no eran amigos verdaderos, solo colegas.

Se sentía solo, sin nadie más a quien recurrir.

Decidió adentrarse un poco más y entrar en la tienda de la esquina. Las luces blancas y brillantes del establecimiento lo recibieron, contrastando con el cálido aire húmedo de la noche de verano. Optó por comprar un dulce de polvo ácido, disfrutando de la sensación de entumecimiento en la boca que le proporcionaba, al menos por un momento, una sensación de estar vivo.

Mientras sacaba un billete de veinte dólares para pagar su compra, divisó la silueta del chico misterioso pasando junto a la tienda, reflejada en el cristal. El corazón de Jay comenzó a latir con fuerza, sintiendo una mezcla de excitación y ansiedad que le provocaba un cosquilleo en el estómago.

El chico caminaba con determinación, pero Jay lo reconoció al instante. Eran los mismos hombros anchos y la pequeña cara redonda, incluso desde más cerca, podía apreciar la delgada cintura que la chaqueta apenas ocultaba bajo la luz de los faroles.

Sin esperar el cambio de su compra, Jay agarró el dulce y salió casi corriendo de la tienda, con la esperanza de capturar un vistazo más del chico antes de que se perdiera en la penumbra de los callejones.

Pero no hubo suerte. Cuando salió, el chico ya se había desvanecido. Jay se mordió el labio frustrado al darse cuenta de cuánto le perturbaba no poder observarlo un poco más.

¿Por qué?

Quizás era la seguridad con la que caminaba, seguida de una vacilación momentánea al cruzar la puerta desgastada. O quizás era la expresión en su rostro, que parecía ocultar tantas historias, tantas experiencias, una vida tan ajena y tumultuosa, pero que parecía ser más auténtica que la suya. Podría ser incluso la forma en que escudriñaba el entorno antes de adentrarse en la oscuridad, como si pudiera despejar su camino con solo un gesto.

Suspirando resignado, Jay se recordó a sí mismo que debía dejar de seguir al chico. No le llevaría a ninguna parte continuar con esa obsesión.

O tal vez sí, tal vez lo llevaría a la cárcel si se malinterpretaban sus intenciones.

Pero, ¿era realmente un malentendido?

Sí, estaba siguiéndolo. Sí, había salido de su hotel con la única intención de encontrarlo a él. Sí, estaba interesado.

¿Qué diferenciaba a un acosador de él?

Quizás era que, más que seguirlo, Jay quería conocerlo, quería entender su vida, sus pasiones y...

No. Tenía que detenerse. Sería más fácil enfrentar las miradas acusadoras si admitía ser un acosador que enfrentar la verdad detrás de su interés.

Sacó la paleta de la bolsa con movimientos bruscos, la llevó a la boca para humedecerla unos segundos y luego la guardó de nuevo. Cuando la llevó de nuevo a su boca, ahora cubierta de polvo ácido y colores brillantes, Jay se sintió momentáneamente feliz.

Y así debía seguir siendo, evitando problemas y concentrándose en encontrar la felicidad en lo simple y mundano.

Jay no había estado presente el día anterior debido a una noche de excesos en el departamento de uno de sus colegas.

Resultaba irónico; Jay no sentía ninguna afinidad por ninguno de esos dos chicos, pero su mánager había insistido en que pasara tiempo con ellos para ganar algo más de fama. Sin embargo, no veía la necesidad, pues ahora él era mucho más famoso que los otros dos.

Uno de ellos provenía de Australia y sus letras eran demasiado obscenas y misóginas para el gusto de Jay. Durante los conciertos, realizaba gestos con la lengua o movimientos con las manos que dejaban poco a la imaginación. A veces se levantaba la camisa, otras prefería simplemente aparecer sin ella. A pesar de todo, Jay no podía negar que la melodía urbana que componía resultaba atrayente y pegajosa.

El otro, en cambio, era indudablemente guapo y sus canciones más románticas. Sin embargo, su nombre se había visto envuelto en múltiples polémicas: una ex novia afirmaba haber estado en una relación abusiva con él, un desafortunado empleado de club lo acusaba de ser arrogante y, la favorita de Jay, un chiste de mal gusto que hizo durante una entrevista, comparando a las mujeres con escopetas que "siempre debían estar en casa y cargadas".

Después de haber pasado todo el día durmiendo para recuperarse de la migraña producida por el exceso de alcohol, Jay había perdido completamente el sueño. Ahora, la noche estaba muy avanzada, más que los dos días anteriores, y Jay estaba casi seguro de que el misterioso chico ya había pasado por ahí y él no había tenido la oportunidad de verlo, pero aún así quería intentarlo.

Decidió caminar sin alejarse demasiado.

Por primera vez, prestó atención a lo que lo rodeaba en el callejón. A la izquierda, una tienda de música cuya oscuridad apenas permitía distinguir uno de sus discos, aunque nadie sabía que era suyo porque siempre se presentaba con una máscara que cubría la mayor parte de su rostro. De esa manera, evitaba a los paparazzi cuando salía en noches como esta.

A la derecha, una pequeña pero bien cuidada academia de baile con un nombre delicadamente escrito: "Dancing in the Garden". A Jay le pareció peculiar pero hermoso; tal vez lo utilizaría como inspiración para alguna de sus canciones.

Frente al callejón, la tienda de la segunda noche, cuyo letrero parpadeaba y sus luces fallaban.

Fue entonces cuando decidió prestar mayor atención al lugar en el que se encontraba.

Los botes de basura estaban rebosantes y desbordantes, los grafitis adornaban los muros más bajos y Jay, por primera vez, percibió el desagradable aroma que provenía de alguna alcantarilla destapada cercana.

Vio a una mujer salir de la tienda, mirando a todos lados y abrazando su bolso con fuerza mientras se dirigía a su siguiente destino.

Ahí estaba la respuesta.

¿El chico parecía tan misterioso solo porque estaba cuidándose del barrio inseguro?

Quizás el movimiento de caderas tan animado que Jay había visto la primera noche, o la sonrisa que había dejado escapar al creer que estaba solo, nunca habían existido.

Jay se resignó a aceptarlo y comenzó a caminar en la dirección opuesta. Sin embargo, justo cuando llegó a la famosa esquina con luces inexistentes, decidió voltear atrás por pura curiosidad.

Fue entonces cuando lo vio de nuevo.

Esa misma cara redonda, hombros anchos y cintura pequeña.

Caminaba casi arrastrando los pies, con el cabello pegado en la frente. No sudaba, pero parecía que apenas unos minutos antes sí lo había hecho.

Había algo nuevo: una tela.

El chico la sujetaba con cuidado y la pasaba por su rostro. Jay pensó que era para limpiarse el sudor, pero observó cómo frotaba la tela durante más tiempo en sus párpados, deslizándola con cuidado para evitar lastimarse. Luego, la alejó de su rostro y la observó detenidamente antes de volver a doblarla con cuidado y repetir el proceso con el otro párpado. Jay observaba con atención cada movimiento del chico, intrigado por sus acciones meticulosas.

Finalmente, el chico deslizó la tela por sus labios, y Jay no pudo evitar sentir una punzada de curiosidad ante este gesto inusual. Se preguntó qué significado tendría para él esa tela, qué historia ocultaba detrás de ese simple acto.

Después de un momento, el chico guardó la tela en el bolsillo trasero de su pantalón y se alejó del lugar, desapareciendo una vez más en la oscuridad de la noche.

Jay se quedó allí, sintiendo una extraña mezcla de intriga y desconcierto. Se preguntaba qué llevaba al chico a realizar ese ritual tan peculiar, qué secretos guardaba bajo esa apariencia misteriosa. La escena se grabó en su mente, alimentando su curiosidad y dejándolo con la sensación de que aún quedaban muchas preguntas sin responder.

Siguió con su camino, pero la imagen del chico y su extraño comportamiento lo acompañó en sus pensamientos mientras se adentraba en la noche, preguntándose qué otros misterios podría depararle esa ciudad.

Aquella noche, Jay se enfrentó a problemas para escapar sigilosamente de su habitación de hotel.

Su mánager lo interceptó en la puerta, cuestionándole sobre sus salidas nocturnas y por qué no había sido informado previamente.

Bastó con asegurarle que no se metería en problemas para que su mánager lo dejara marchar.

Jay no entendía la necesidad de reportar cada uno de sus movimientos. Sabía que su mánager no era más que una marioneta de la disquera, pero ¿era realmente necesario rendir cuentas por todo lo que hacía?

Con apenas un año más que Jay, su mánager parecía ejercer un poder desproporcionado sobre él, como si no fuera Jay quien financiara su salario y el de todos los demás empleados de la disquera.

Salió del hotel dando una calada a su cigarrillo, tratando de deshacer los nudos de tensión que se habían acumulado en su cuerpo.

Tenía ganas de correr hacia el callejón, pero sabía que el ruido de sus pasos resonando en el suelo caliente podría alertar al otro y hacer que se retirara antes de tiempo.

Optó por caminar rápido, con la esperanza de llegar antes de lo habitual y tal vez descubrir algo más sobre el chico misterioso, quizás su origen o destino.

Sin embargo, al doblar la esquina, Jay se encontró con que el chico ya estaba frente al callejón, siguiendo su rutina habitual. Observó a su alrededor, sonrió cuando no vio a nadie y continuó su camino hacia la puerta desgastada.

Jay decidió no quedarse más tiempo. Prometió llegar más temprano al día siguiente, con la esperanza de presenciar algo nuevo y desentrañar más misterios sobre aquel enigmático chico.

Esa noche, Jay llegó una hora antes al callejón.

Con un cuaderno bajo el brazo, se adentró en el lugar que se había convertido en el escenario de sus pensamientos más profundos. Había notado que tras cada encuentro con el misterioso chico, su mente bullía de inspiración, y esta vez no quería dejar pasar la oportunidad de capturar cada pensamiento, cada emoción, en palabras que pudieran convertirse en su próximo éxito musical.

Sin embargo, la idea de escribir una canción sobre su obsesión por aquel joven era arriesgada. ¿Cómo reaccionaría su público ante la revelación de que el aclamado rockero Park Jay se inspiraba en un desconocido al que observaba cada noche en un callejón solitario? Temía ser juzgado, etiquetado como enfermo.

O sucio.

Tal vez incluso sus colegas hablen sobre el temor de haber contraído sida solo por beber del mismo vaso que él.

Él ni siquiera tenía sida, pero nadie le creería.

Jay se encontraba en terreno desconocido. Sus letras solían basarse en las expectativas del amor y el éxito, en el orgullo de compartir logros con su madre, en la euforia de subirse a un escenario. Pero esta vez, se enfrentaba al desafío de plasmar en palabras un sentimiento nuevo, complejo y desconcertante.

Con cada trazo de su pluma, Jay dejaba que su corazón dictara las palabras, expresando con fervor cada emoción, cada pregunta sin respuesta que lo atormentaba.

Tras casi cuarenta minutos de escritura intensa, una figura llamó su atención. Otro chico, alto y delgado, con una elegancia natural en sus movimientos, como si estuviera danzando en el aire. Jay quedó hipnotizado por la gracia con la que se movía, por la perfección de cada gesto, como si fuera la musa de un artista privilegiado.

El chico entró al callejón sin titubear, sin mirar a su alrededor, mientras Jay se preguntaba qué tenía aquel lugar que atraía a personas tan intrigantes.

Acto seguido, el chico misterioso que tanto esperaba apareció, siguiendo su rutina habitual. Jay observó cada detalle con atención, y fue entonces cuando notó algo nuevo: el segundo chico, el alto y delgado, había llegado por un camino diferente al del chico misterioso.

El alto llegó por la izquierda, mientras que el de hombros anchos siempre llegaba por la derecha.

¿Eran solo ellos dos en aquel lugar oscuro? La curiosidad lo consumía, anhelando descubrir qué secretos guardaba aquel callejón y por qué estos jóvenes tan distintos despertaban en él una atracción tan poderosa.

¿Por qué el chico de ojos brillantes parecía incapaz de verlo en la oscuridad?

Jay había decidido abandonar la seguridad de la noche y buscar al chico durante el día.

A menos que el chico fuese un vampiro y solo saliera de noche, debía aparecer por algún rincón de la ciudad.

Sabía que sería más fácil pedirle a su mánager que enviara a su equipo a buscar al chico, pero ¿cómo lo describiría de manera sencilla y sin mostrar su interés real?

Jay no estaba dispuesto a contarles dónde veía al chico todas las noches. Esa información era solo suya; no quería que nadie más lo supiera.

Así que decidió tomar la búsqueda en sus propias manos y comenzó con la tienda de conveniencia a la que había ingresado en su segunda noche. Compró algunas chucherías y las consumió ahí mismo, masticando con lentitud mientras sus ojos escudriñaban cada rincón. Pero el chico no apareció.

No se rindió. Continuó con la tienda de música donde sus discos estaban en la vitrina de la entrada. Conversó animadamente con el hombre que la atendía sobre las guitarras en venta, mostrando un interés que no sentía realmente. Cotizó algunas cosas más y finalmente no compró nada. Tampoco lo vio ahí.

Siguió con la academia de baile, el último lugar que tenía previsto; el resto serían simples destinos turísticos.

Abrió la puerta con cuidado, siendo recibido de inmediato por el aroma de flores frescas. Miró hacia el fondo del lugar y reconoció la palabra "Oficina" en la puerta entreabierta. Dio algunos golpecitos y, al recibir permiso para entrar, empujó la puerta del todo.

Se encontró con una mujer de cabello rizado y flequillo, con ojos atentos que lo escudriñaban y una sonrisa brillante que parecía genuina. A su lado, en un frasco con agua, había un ramo de flores coloridas que destacaban contra el pulcro blanco de las paredes.

—Buenas tardes, soy Minwon. ¿Puedo ayudarle en algo? —dijo la mujer con una voz cálida y profesional, sin perder la sonrisa en su rostro.

Mierda.

¿Qué pensó al entrar ahí sin un plan?

¿Debería simplemente preguntarle si ha visto al chico?

Tal vez sí, de esa forma podría conseguir información sobre él. Espera.

—Sí... mire, me he topado con un chico cerca de aquí las últimas noches. Siempre llega por este lado de la calle. ¿Lo conoce? —preguntó, tratando de mantener su tono casual pero notando cómo la ansiedad se filtraba en su voz.

Los ojos de Minwon mostraron confusión y vacilación, aunque su sonrisa seguía siendo comprensiva.

—Eh... creo que no, lo siento, pero esta es una academia de baile. No puedo brindarle ese tipo de información —respondió con amabilidad forzada, claramente incómoda por la pregunta.

Jay asintió, sintiendo una punzada de frustración. De acuerdo, oficialmente se había quedado sin opciones.

Agradeció a Minwon por su tiempo y salió de la oficina con la cabeza gacha. ¿Realmente creyó que sería tan fácil encontrarlo?

Entonces, chocó con alguien.

—Disculpe, no lo— interrumpió su disculpa cuando alzó la cabeza y vio con quién había chocado.

Era él.

Ojos brillantes, labios pequeños y color durazno, cabeza redonda y pequeña, hombros anchos, cintura angosta.

De verdad era él.

Ahora que Jay estaba cerca, podía percibir también sus gestos. Eran lentos, calmados. Pestañeaba suavemente. Su cabello castaño se veía tan suave que quería tocarlo. Tenía la piel tan tersa y limpia que hacía que...

—No se preocupe, con permiso —respondió el chico, su voz era gentil pero firme, casi autoritaria.

El chico dio algunos pasos hacia la oficina de la que Jay acababa de salir, hasta que Jay reaccionó.

—¡Espera! —se apresuró a decir, acercándose al chico, quien retrocedió visiblemente incómodo por la cercanía—. ¿Eres tú el chico que vi anoche cerca de aquí? —preguntó con un tono de desesperación apenas contenida.

Las facciones del otro se endurecieron, sus ojos escrutaron a Jay de arriba a abajo, tratando de encontrar alguna pista de sus intenciones.

—No, no soy yo. Las clases de la academia terminan a las siete de la tarde y son impartidas por mi hermana. Yo solo administro aquí —respondió con firmeza, sin dar espacio a la vacilación.

Jay frunció el ceño. ¿No era él?

Mentía.

Jay estaba seguro de que era él. Lleva noches viéndolo a lo lejos y no puede ser coincidencia que lo encontrara tan cerca del callejón.

Pero no podía decir eso, sonaría como un acosador.

Alguna razón debía tener aquel chico para ocultárselo, tal vez porque no lo conoce.

Entonces Jay decidió que se haría cercano a él.

—Oh, lo siento por la confusión. Es solo que creí que por fin había encontrado una academia que cerrara más tarde. Estoy interesado en las clases —dijo con una sonrisa, tratando de parecer honesto.

El chico relajó su semblante, aunque todavía parecía cauteloso.

—No tenemos horario nocturno y dudo que encuentre alguna academia que tenga. ¿Su hija no puede asistir más temprano? —preguntó, claramente desconfiado.

Jay arrugó las cejas.

—¿Qué hija? Yo no tengo hijos, soy soltero. Las clases son para mí —respondió, su tono lleno de determinación.

El chico lo miró de nuevo, alzando la ceja incrédulo. Pero tenía que recuperar la compostura, sin olvidar su situación.

—¿Usted? ¿Un hombre? ¿Bailar? —preguntó, su voz impregnada de sorpresa y un matiz de juicio.

A Jay se le apretó el corazón. No porque lo estuviera juzgando, sino por lo increíblemente impredecible que era el otro. Durante las noches se veía tan libre al caminar por el callejón que jamás hubiera esperado que mantuviera esa idea anticuada del baile y sus estereotipos.

Pero no se rindió tan rápido. Sabía que las personas como él no podían ser explícitas en sus ideologías, por lo que intentó demostrar su punto una vez más, con la esperanza de ser escuchado.

—¿Me dirá que soy un maricón? —el otro abrió la boca para hablar, pero Jay continuó hablando—. Qué decepción. Creí que había encontrado a alguien sensato. Solo quiero bailar. ¿Cuál es el problema con eso? —dijo con una intensidad que no podía ocultar.

Ninguno.

No había ningún problema con eso.

Para ellos, no había problema.

Finalmente, el chico soltó un suspiro, sus hombros relajándose ligeramente. No podía rechazarlo.

—Mi nombre es Yang Jungwon. Yo seré tu maestro en un horario de diez a once de la noche. ¿Está bien?

Jay había pasado toda la semana pensando en esa primera clase. Después de coordinar los días y formalizar los detalles con Jungwon, el momento finalmente había llegado. Sin embargo, mientras caminaba hacia la academia, una mezcla de anticipación y nerviosismo lo envolvía. Nunca había considerado el baile como un hobby, mucho menos como una actividad en la que se vería inmerso. Su vida había estado llena de guitarras y notas rasgadas, no de pasos y ritmos marcados. Aun así, algo en la idea lo había seducido lo suficiente como para llevarlo hasta allí.

Cuando llegó al familiar callejón, sus pasos se detuvieron en seco. Las luces de la academia estaban apagadas, sumiendo el edificio en una penumbra que parecía impenetrable. Jay frunció el ceño, el corazón comenzando a latir con más fuerza. ¿Había llegado demasiado temprano? ¿O, peor aún, había llegado demasiado tarde? Un pensamiento incómodo lo atravesó: ¿Jungwon se habría arrepentido?

Sin querer rendirse a esa posibilidad, avanzó con cautela hacia la entrada. La puerta, aunque cerrada, no estaba asegurada. Jay se acercó al cristal, apoyando las manos en la superficie fría y presionando su rostro contra la ventana en un intento de ver a través de las gruesas cortinas. Todo lo que alcanzaba a distinguir eran sombras difusas y su propia respiración empañando el vidrio. En ese instante, su mente comenzó a imaginar mil y un escenarios, cada uno más desalentador que el anterior.

Pero justo cuando estaba por girarse y alejarse, la puerta se abrió de golpe, sacándolo de sus pensamientos. Jay dio un pequeño salto hacia atrás, sorprendido, y su mirada se encontró con la figura de Jungwon, iluminada solo por la débil luz que emanaba desde el interior. Estaba vestido de manera sencilla con una camisa negra que se ceñía a su torso y unos pantalones holgados que parecían diseñados para moverse al ritmo de su cuerpo.

Los ojos de Jungwon se encontraron con los de Jay, y durante un breve instante, una chispa de algo inefable pasó entre ellos. Jay podría haber jurado que una sonrisa juguetona amenazaba con dibujarse en los labios de Jungwon, pero se desvaneció tan rápido como había aparecido.

—Pasa —dijo Jungwon con voz suave, mientras se hacía a un lado para permitirle la entrada.

Jay tragó saliva y asintió, cruzando el umbral con una mezcla de nervios y expectativa. Apenas había puesto un pie dentro, notó que la academia estaba sumida en una penumbra casi total, con la excepción de una única luz al final del largo pasillo. El contraste entre la oscuridad y la luz hacía que el ambiente se sintiera casi irreal, como si estuviera entrando en un lugar que existía fuera del tiempo y el espacio.

Cuando la puerta se cerró suavemente tras él, el sonido del cerrojo resonó en sus oídos con una sensación de inevitabilidad. Jay se giró hacia Jungwon, quien lo observaba con una expresión tranquila pero cargada de intención.

—Comprenderás que, por la excepción en el horario que hice contigo, no podemos llamar la atención —explicó Jungwon en un tono bajo, casi conspirativo—. Ante la ley, la academia cierra a las siete, y prefiero que siga siendo así. No queremos que nadie haga preguntas innecesarias. ¿Entendido?

Jay asintió de nuevo, consciente de que su voz podía traicionarlo si intentaba hablar.

Con una leve inclinación de cabeza, Jungwon se giró y comenzó a caminar hacia la puerta al final del pasillo, la única desde la que emanaba luz. El sonido de sus pasos sobre el piso de madera era casi imperceptible, pero en el silencio de la academia, cada pequeño crujido parecía amplificarse. Jay lo siguió en silencio, sintiendo cómo la tensión en el aire se volvía casi palpable, como si algo significativo estuviera a punto de suceder.

Cuando Jungwon llegó a la puerta, la abrió por completo, revelando una amplia sala de práctica. Un gran espejo cubría la pared opuesta, reflejando tanto la luz como a Jay, quien se encontró observándose a sí mismo, atrapado en un espacio que no le era familiar.

Jungwon se detuvo en el umbral, sus ojos clavados en el reflejo de Jay a través del espejo. Era como si estuviera evaluando algo, midiendo la distancia que los separaba no solo en el espacio físico, sino en términos de lo que cada uno traía consigo a esa sala.

—Hoy solo te daré una pequeña introducción y una demostración de lo que trabajaremos —dijo Jungwon finalmente, su tono ahora más instructivo, pero con un matiz de suavidad—. No haremos mucho esta noche, ya que no traes la ropa adecuada. Un jean no es lo más apropiado para bailar.

Jay sintió que el calor subía a su rostro, avergonzado de no haber pensado en algo tan básico. Desvió la mirada, incapaz de sostener la de Jungwon por más tiempo. Sabía que su elección de vestimenta revelaba lo poco preparado que estaba para este mundo al que ahora intentaba ingresar.

Jungwon cruzó los brazos y, con un gesto de la mano, invitó a Jay a acercarse más al centro de la sala. La luz cálida del único foco encendido proyectaba sombras suaves en las paredes, dándole al espacio una atmósfera casi íntima. Jay se encontraba en el centro de la sala, rodeado por el reflejo de sí mismo y del que, en poco tiempo, se convertiría en su maestro.

—Antes de que empieces a bailar, necesitas entender qué es el baile en realidad, — comenzó Jungwon, su tono calmado pero firme.

—El baile no es solo mover el cuerpo al ritmo de la música, — continuó Jungwon mientras se deslizaba hacia un rincón de la sala, —es una forma de expresión, una manera de decir lo que no puedes con palabras. Es tan íntimo como una conversación, tan poderoso como una confesión.

Jay seguía sus movimientos con la mirada, notando cómo el cuerpo de Jungwon fluía con naturalidad, como si estuviera hecho para moverse de esa manera. Jungwon se detuvo, miró a Jay a través del espejo y sonrió levemente antes de continuar.

—Puedes contar cualquier historia bailando, expresar cualquier emoción. De hecho, cada movimiento que ves en la calle, cada gesto que alguien hace, podría ser parte de una coreografía. — Y con esas palabras, Jungwon se giró hacia el espejo, sus ojos serios pero llenos de una pasión que Jay aún no había visto en él.

—Déjame mostrarte, — dijo, sin esperar respuesta. En un instante, la postura de Jungwon cambió. Se movió con una elegancia fluida, levantando un brazo, girando sobre su pie, y cada paso parecía sincronizado con un ritmo interno que solo él escuchaba. Su cuerpo hablaba un lenguaje que Jay no comprendía, pero que lo mantenía hipnotizado.

Jungwon se desplazaba de un lado a otro de la sala, utilizando cada rincón, cada centímetro de espacio, como si todo estuviera diseñado específicamente para él. Cuando alzó una pierna en un arabesque y luego giró sobre sí mismo, Jay sintió un nudo en el estómago, una mezcla de admiración y algo más, algo que no quería nombrar.

—¿Lo ves? — La voz de Jungwon lo sacó de su ensimismamiento. —Esto no es solo baile. Esto es emoción, es arte. Es algo que debes sentir, no solo imitar.

Jay asintió, pero en su mente, algo más estaba ocurriendo. Mientras observaba a Jungwon moverse, no podía evitar pensar en la figura que había visto en el callejón esas noches, en cómo los movimientos de Jungwon aquí, en la academia, parecían casi idénticos a los que había presenciado desde la oscuridad.

Pero había algo diferente. Aquí, los movimientos de Jungwon eran metódicos, controlados, llenos de una gracia consciente de sí misma. En cambio, en el callejón, esos movimientos parecían más libres, más salvajes, como si no estuvieran destinados a ser vistos por nadie más. La comparación entre ambas versiones del mismo chico lo inquietaba, y la idea de que hubiera una dualidad en él lo fascinaba aún más.

—¿Te imaginas lo que podrías hacer con esto, Jay? — La pregunta de Jungwon lo devolvió al presente. —Conectar la música que ya conoces, que ya sientes, con el movimiento. Convertirla en algo más... completo—. Jungwon se acercó, colocando una mano en el hombro de Jay.

Jay no estaba seguro de qué responder. Se sentía abrumado, no solo por la idea de bailar, sino por la intensidad con la que estaba siendo atraído hacia Jungwon. El modo en que Jungwon se deslizaba por la pista, cada movimiento fluido y lleno de una pasión que desbordaba era algo que Jay nunca había presenciado tan de cerca. En el fondo, Jay sabía que no era solo el baile lo que lo atraía, sino la forma en que Jungwon parecía desafiar las expectativas con cada paso. Jay lo veía como un acto de valentía, algo que resonaba con la parte de él que siempre había estado en conflicto con las etiquetas y las reglas de lo que se suponía que debía ser.

Tal vez tenía razón. Tal vez todo lo que necesitaba era conectar con ese algo que se encontraba más allá de las palabras, de las etiquetas, algo que tal vez había estado buscando desde el primer momento en que vio a ese chico en el callejón.

Y ahora, frente a él, estaba la oportunidad de descubrirlo.

—¿Tienes alguna pregunta? —preguntó Jungwon, deteniéndose en seco y volteando para mirar a Jay directamente.

Jay parpadeó, tratando de aclarar sus pensamientos.

Jay siempre había sido el tipo de persona que se perdía en la música, pero el baile era otro mundo para él, uno que nunca había explorado, y mucho menos comprendido. Creció en un ambiente donde los hombres no bailaban, o al menos no de la manera en que Jungwon lo hacía. En los años ochenta, el baile en los hombres estaba rodeado de prejuicios, visto como algo que desafiaba las normas masculinas de la época. Jay no podía evitar pensar en cómo eso hacía que Jungwon se viera aún más fascinante. En lugar de seguir las expectativas, Jungwon se movía con una libertad que desafiaba las convenciones, lo que lo hacía destacar aún más en el pequeño mundo de Jay.

—No, ninguna —respondió, pero su mente estaba llena de preguntas que no se atrevía a formular.

Jungwon asintió, aunque parecía que podía ver la confusión en los ojos de Jay. Tal vez había notado la lucha interna del otro, pero decidió no presionarlo.

Jungwon no sabía que Jay era rockstar, que venía de un mundo donde las guitarras y los gritos lo eran todo, y donde el baile no tenía lugar. Pero ahí estaba, fascinado, no solo por Jungwon, sino también por lo que representaba: una rebelión silenciosa contra todo lo que Jay había crecido creyendo. Sin embargo, no pudo expresar nada de eso. Apenas se conocían, y Jay no quería romper el hechizo con palabras que no sabría cómo articular.

—Bien. Entonces, esto es todo por hoy. La próxima vez, asegúrate de venir con ropa más adecuada para bailar. Quiero que estés cómodo y que puedas moverte libremente —dijo Jungwon, su tono volviendo a ser más profesional.

Jay asintió una vez más, esta vez con más determinación. Si esto era lo que tenía que hacer para acercarse a él, lo haría. No importaba lo incómodo que se sintiera en este nuevo entorno. Si bailar con Jungwon era la clave para descubrir más sobre él, entonces estaría dispuesto a aprender.

Cuando se dirigía hacia la salida, algo lo detuvo. Volteó para ver a Jungwon una vez más, todavía de pie en el centro de la sala, observando su reflejo en el espejo.

—Jungwon —llamó Jay, su voz suave.

El chico levantó la vista, con un destello de sorpresa en sus ojos. Era la primera vez que Jay hablaba en los últimos minutos.

—Gracias por darme esta oportunidad —continuó Jay—. No sé si soy un buen bailarín, pero voy a intentarlo.

Jungwon lo observó por un momento, y una leve sonrisa apareció en sus labios.

—No se trata de ser bueno desde el principio. Se trata de sentirlo. Y eso es algo que ya tienes —respondió Jungwon antes de darle la espalda y dirigirse hacia la puerta de la sala de práctica.

Jay sintió una oleada de calor en su pecho. Las palabras de Jungwon resonaban en su mente, llenándolo de una mezcla de esperanza y determinación. Había algo más profundo en todo esto, y él estaba decidido a descubrir qué era.

Salió de la academia con una nueva resolución. Esta no era solo una búsqueda para encontrar al chico misterioso del callejón; era una oportunidad para adentrarse en un mundo completamente nuevo, un mundo en el que Jungwon era su guía. Y Jay no pensaba dejar escapar esa oportunidad.

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