❛ 𝘅𝘅𝗶𝗶𝗶. 𝖽𝗂𝗇𝖾𝗋𝗈 𝗈 𝗅𝗂𝖻𝖾𝗋𝗍𝖺𝖽.
❛ 𓄼 CAPÍTULO VEINTITRÉS 𓄹 ៹
ROMA SE DECLARÓ LA ENCARGADA DE EJECUTAR EL SIGUIENTE MOVIMIENTO DE LA BANDA, escogiendo a Nairobi y a Berlín como sus ayudantes para mandarlos a despachos diferentes y que llamaran de uno en uno a los rehenes. Berlín se encargaría de los reacios como Arturito, Nairobi de la planta de trabajadores que fabricaban el dinero, y ella del resto que conformaban los estudiantes, mujeres y hombres de oficina.
—Buenas, ¿Qué tal, Mónica? ¿Cómo te encuentras? —por motivos que no explicó, la rubia se encontraba en el despacho que usualmente ocupaba su marido, ayudando a la rubia a tomar asiento frente al escritorio—. ¿Va bien la atención dada por tu herida?
—Estoy bien. Está bien, gracias —dibujó en sus labios lo que parecía una sonrisa nerviosa, acomodándose debido a la punzada de dolor—. ¿Y usted?
—No me quejo, así que bien —sonríe, encogiendo sus hombros—. Y te diré algo —ella se sienta en el borde del escritorio frente a la rulosa, balanceando sus piernas con comodidad—. Me agradas, Mónica, de verdad, así que puedes dejar de llamarme por usted y tutearme. Pero, además, por como me agradas demasiado, te tengo una propuesta.
Da un salto fuera, rodeando al escritorio para agarrar una jarra de agua y un vaso de cristal y servir el líquido, deslizándolo por sobre la mesa hacia Mónica.
—Un millón y medio de euros, a cambio de silencio y cooperación durante y después del atraco —ahora toma asiento en su silla con una deslumbrante y sincera sonrisa—. Si no nos lo complicas, y hasta ayudas, cuando salgas de aquí y las aguas se calmen, te enviaremos el millón y medio a la dirección de un conocido de tu elección —debido al silencio que recibió, volvió a hablar—. O bien, puedes elegir la segunda opción. Salir.
—Salir —repitió incrédula y con temblor en la voz—. ¿Así, sin más?
—Claro, sin más. Sin dinero. Sé que es una decisión complicada, por eso tienes una hora para pensarlo. Pero piénsalo bien, porque si decides criar al bebé, estoy segura que lo querrás hacer bien y sin preocupaciones de cómo lo mantendrás.
Utilizó la misma amabilidad y las mismas palabras de manipulación con las mujeres del otro lado de la puerta, con los estudiantes del colegio y las mujeres y hombres que mantenían con ellos. Después de terminar con el último de los rehenes, Helsinki entró por la puerta haciendo a Roma enderezarse para prestarle su atención.
Suspiró. —Yo querer castigar a Arturo.
Roma frunció el ceño, pensativa, tras unos segundos asintió borrando de a poco su ceño. —Como creas que debas de hacerlo, Helsi, está bien —el hombre asintió, dando la vuelta para marcharse—. Helsi, una cosa más —hizo una pausa, mientras el serbio le miraba con atención y ella achinaba sus ojos—. Hazlo sufrir; que crea que lo mandaremos a volar en mil pedazos en cualquier momento, si es que me entiendes —ambos guiñaron el ojo, comprensivos.
—Quiero agradecerte por salvar vida de Oslo —Roma se levanta para colocarse cara a cara con él—. Estoy en deuda de por vida. Contigo.
—Oh, Helsinki, no es necesario —hace un ademán, de verdad que no buscaba atribuirse y fanfarronear de haberle salvado la vida a Oslo, tal vez de haber evitado una fuga sí, pero de Oslo jamás—. Lo haría por cualquiera de ustedes, de corazón... Bueno, el tribunal se encuentra en deliberación por Tokio, pero por el resto de ustedes, lo haría sin pensarlo.
—Aún así —el mayor envolvió la pequeña figura de la rubia a comparación de la suya en un abrazo justo, lo suficiente como para tronar uno que otro hueso que tenía mal puesto por el estrés y el trabajo, haciéndola devolverle el gesto, desconcertada por un momento—, nosotros y tú, familia.
—Está bien, Helsi, familia —asintió, después de un segundo regresando el abrazo hasta que se separaron y el serbio abandonó la habitación.
EL TIEMPO DADO A LOS REHENES TERMINÓ, Roma reunió a Tokio, Nairobi y Berlín con ella en la sala de control, estableciendo unas cuantas reglas antes de empezar a dividir a los inocentes de monos rojos.
—No me pongan ninguna cara larga. No los quiero ver entrar en pánico. No quiero que se miren entre ustedes —remarca, asegurando de mirar a cada uno de ellos para mantenerlo claro—. Si les agrada un rehén, no quiero que le adviertan por ningún gesto, porque este se lo transmitirá a los demás. Allison permanece cerca nuestro, podrá verlos cruzar la línea, pero ella no se mueve un centímetro. Sean amables, y así esperemos que la mayoría se quede con nosotros. ¿Queda claro? —el trío asiente—. Nairobi, ve por nuestros trabajadores. Tokio, con las mujeres de la oficina. Berlín, trae a la niña del colegio; no te debo de advertir de nada, ¿Verdad?
—Me ofende que pienses así de mí, bonita —Violeta le lanza un beso sin embargo, viendo a los tres encaminarse a la puerta.
Decide tomarse algunos minutos en lo que Nairobi y Berlín iban y venían de la planta de fabricación con el resto de rehenes, tomando asiento en la cabecera y comenzando a doblar pliegues de una hoja verde de papel, con la intención de convertirla en una rana. Dobló el pedazo de papel a la mitad, deseó que Arturito eligiera la libertad. Dobló dos extremos, deseó que Mercedes pensara con la cabeza fría, teniendo un cincuenta por ciento de pertenecer a cómplice y un porcentaje igual de revolucionaria. Sus dedos comenzaron a apresurar su labor, conociendo los pasos de memoria su cabeza se lamentó de a quienes iban a engañar.
Termina por dejar la rana con distracción junto al teléfono rojo, pasando de la puerta hasta llegar a la escalera, permaneciendo, como era usual, en lo alto.
—Queridos rehenes, nos reunimos ante esta línea que mi compañera Tokio se encuentra trazando para tomar una decisión. Entre convertirse en cómplices y obtener un millón. U optar por su libertad, perdiendo la oportunidad de un mejor empleo, un mejor modo de vida, un auto de escape o lo que ustedes puedan imaginar —adoptó una posición de descanso, procurando irradiar confianza.
—La libertad o el millón —resume la pelinegra.
—Si os quedáis a ver con nosotros el final, recibiréis en vuestra casa veinte mil billetes de cincuenta euros —los ojos de Roma se desvían a Nairobi, quien en un par de escalones más abajo de ella esperaba con total sinceridad haber sido lo suficientemente convincente. Pero tampoco la morocha lo decía con intenciones grises, de verdad estaba emocionada por los resultados a obtener del atraco—. Envasados al vacío, como el buen jamón.
—Por favor les pido lo hayan considerado a fondo, aunque siempre hay un titubeo al momento final les diré algo con lo cual reflexionar. ❛ El dinero no compra la felicidad ❜. Si lo hace, porque es mejor estar triste en Dubái que feliz en sus viviendas que aún han de estar pagando. Y bueno, en el caso de los estudiantes, solo piensen, ojalá mi padre no llegue a perder su trabajo, ojalá mi madre pueda seguir manteniendo mi vida de lujos.
—Dicho esto, los que quieran salir crucen la línea —la rubia arruga el ceño, fastidiada de la interrupción y la notable prisa con la cual Tokio esperaba actuar.
—¿Y QUÉ VAMOS A HACER CON LOS QUE ELIJAN LA LIBERTAD? —el recuerdo las llevó a la casa en Toledo, nuevamente reunida la banda alrededor de la enorme mesa expuesta al aire libre.
—Los llevaréis abajo, a los sótanos de la fábrica y los encerraréis allí... Sé que es lamentable pero, son esos precisamente los que podrían alumbrar otro motín. Y necesito protegeros.
EL PRIMER HOMBRE DIO UN PASO. Dos mujeres. Una embarazada. Un alivio brotó de sus labios cuando la maestra cruzó la línea. Su atención se desvió a la corderito.
—¿Por qué no me habéis dado a mí la opción de salir?
—Porque tú eres la gran estrella, cariño.
Tokio se inclina a ellas, arrugando el ceño incrédula. —¿De verdad? ¿Crees que hay que explicártelo? Aparta que estás en el medio.
Diez rehenes terminaron saliendo a ojos de los cómplices civiles, más que nada eran los alumnos del colegio prestigioso, uno que otro trabajador y trabajadora.
Roma se reunió con su marido, sus expresiones faciales se suavizaron cuando cruzaron miradas, las de él igual. Las manos de ella por hábito viajaron a su torso, deslizándolas hasta dejarlas reposar por encima de la zona de los pectorales.
—El atraco va marchando decentemente, pero estoy cerca de arruinar mi manicura, cariño —su ceño se frunció por el quejido.
—Con el trabajo que te ha costado mantenerlas —vaciló, chasqueando la lengua. Procedió a tomar las manos de su mujer cortando el tacto con su mono, y besó sus nudillos con delicadeza, dejando un beso prolongado sobre donde yacía el anillo matrimonial—. Tal vez sea buena idea tomar un descanso.
La rubia no pudo evitar un gesto de confusión, no necesitaba un descanso y había tenido uno no hace mucho. —Me siento bien —contradijo. Berlín rodó los ojos por la falta de complicidad, o tal vez la falta de ánimos por comprenderlo. Observó a la mujer, pasando de la confusión a la reflexión—. ¿Crees que va mal? El atraco, digo.
—Creo que si nos mantenemos, nosotros en el mismo canal, no hay nada que pueda salir fatal. Seguimos en la cima, cariño —las manos de Berlín subieron al rostro de Roma, haciéndola enfocar sus ojos en él—. ¿Qué va mal?
—Solo estoy pensando. ¿De verdad cumplirá la promesa?
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