❛ 𝘅𝘃𝗶𝗶𝗶. 𝖺𝗇𝖽𝗋𝖾́𝗌 𝖽𝖾 𝖿𝗈𝗇𝗈𝗅𝗅𝗈𝗌𝖺.




❛ 𓄼 CAPÍTULO DIECIOCHO 𓄹 ៹


53 HORAS DE ATRACO
DOMINGO 03:15 P.M.


          VIOLETA NO SABÍA CÓMO HABÍA LLEGADO HASTA AHÍ. Plantada frente al televisor con Berlín a su costado izquierdo y Nairobi a sus espaldas, mientras escuchaba a las noticias difamar la buena imagen y el respetado nombre del ladrón Andrés de Fonollosa, su marido. Despotricando un sinfín de atrocidades a su presunto historial como delincuente.

—¡Vaya currículum! —escucharon la voz de la morocha, decidiendo pasar de su comentario, absortos en la pantalla. Violeta no pudo evitar observar al pelinegro de reojo—. Andrés de Fonollosa. ¿Quién lo iba a pensar? Con esa finura que tienes... Y ese palo que parece que te han metido por el culo. Y al final, mira, lo que te van son las putas. ¿Qué opina tu mujercita al respecto? ¿Lo sabías, Roma? La persona detrás de tu marido adorado. ¿Cómo te convenció tan siquiera?

—Ahora no, Nairobi —farfulló—. Cariño, cariño —acarició con suavidad su mejilla, suplicándole ignorar aquellas mentiras.

Berlín se giró a ella, sus ojos atentos a su diminuta figura, pero sus oídos atentos a la televisión. Recargó su mejilla contra su palma, antes de envolver su mano sobre la de ella, separando su tacto de él.

La observó, sin ninguna reacción que evidenciara sus emociones, lo cual preocupó aún más a su esposa. Todo lo que les importaba era la buena imagen que daban al resto de atracadores en el mundo, solía ser aquella parte base de su pirámide, que ahora parecía temblar.

—❛ En concreto, la pertenencia a una red de tráfico de mujeres que traían del este, desde Albania y Bulgaria para ser posteriormente vendidas... —la voz de la noticiera quedó ahogada por Nairobi.

—También catabas a las búlgaras, eh, ¿Antes de venderlas? —la mirada de Nairobi se endureció—. ¿Qué es lo que intentas hacer? ¿Convencerla del bonachón que eres? —bramó cuando Berlín comenzó a acariciar el cabello de Roma, tomando desviaciones a su rostro.

Se le atribuyen varios delitos de proxenetismo, extorsión de menores, privación de libertad... —los rostros del matrimonio volvieron a la televisión como un resorte, las lágrimas corrieron por las mejillas de Roma, incrédula y dolida. Soltó las manos de Andrés, su cuerpo temblando y derrumbándose sobre la mesa.

—¿Menores? Menores... Vaya, Berlín, la jodiste —la rubia frunció el ceño por el comentario, sin entender, hasta que Nairobi le hizo la pregunta—. Roma, tía, ¿Cuántos años tienes?

—No pienso contestar eso —tembló su voz.

—¿Cuántos años tienes? —tomó su rostro entre sus manos, obligando a sus ojos conectar con los suyos.

—Nairobi, te advierto quitarle tus manos de encima —reaccionó el líder, mordazmente.

—Veintiocho —murmuró, buscando espacio entre ella y la morocha para respirar.

—Eres un cerdo —despotricó en su contra, separándose de ella.

—❛ Se nos ha sido comunicado recientemente que el señor Fonollosa tiene en su registro abuso y violencia doméstica contra su ex esposa, una delincuente de la cual se desconoce su paradero, Violeta Castillo. a continuación mostraron una fotografía de ella perteneciente al robo de los Campos Elíseos, de una cámara de seguridad.

El estómago de Roma se contrajo, la falta de aliento se hizo presente al igual que el incremento de velocidad de sus latidos cardíacos. Aturdida, la habitación parecía dar vueltas a su alrededor, y antes de caer en cuenta de lo que ocurría se abalanzó contra un bote de basura en la oficina expulsando su desayuno en arcadas.

El miedo cruzó el rostro del pelinegro, caminando a Roma para así revisar su estado y ayudarla, pero la segunda atracadora en la habitación se interpuso. —¡Abusaste de ella, pedazo de escoria! —Nairobi gritó, cortando el silencio, con un rostro mezclado de dolor, odio y repulsión, golpeando su dedo acusatoriamente contra el pecho de Berlín—. Todavía tienes el descaro de tratarla como tu mujer. Eres una mierda y un violador.

El repentino actuar de Berlín y el susto que provocó en ella la detuvo de vomitar, viéndolo en una pizca de segundo agarrar a Nairobi por el cuello y arrojarla sobre la mesa, ejerciendo presión. Y cuando Nairobi respondió golpeando su rostro hasta hacerlo sangrar de la nariz, Roma presintió lo peor.

—¡Berlín! ¡Cariño, tienes que soltarla! —la rubia había corrido a su lado tratando de empujar su torso lejos de la morocha—. ¡Por favor, suelta!

—Roma, te amo, pero cierra la boca por un momento, cariño —la apartó firme, pero con suavidad, reteniendo a Nairobi con una mano y a Roma con la otra—. Yo nunca vendería a mujeres. Y mucho menos sería su chulo. Tengo un código ético que me lo impide. Como también me impide delatar a un compañero, por mucho que sea un miserable despojo. Y en cuanto a tu acusación, yo nunca le pondría una mano a Roma que ella no quisiese —espetó con rabia, acercando más su rostro al de Nairobi—. Ella es una maldita diosa sagrada para mí y antes muerto que realizar todos aquellos presuntos cargos. Puedo ser una mierda, pero jamás un violador, que te quede claro.

—Nai, era el plan del Profesor —se apresuró a hablar la rubia, incrédula que la policía recurriera a eso—. Si alguno de los dos era expuesto, figuraría en el acta nuestro matrimonio y podrían ligar al otro en el atraco. Por eso presentamos papeles falsos de divorcio. Pero nunca dimos esa causa.

—Si tú lo dices —dijo con la voz cortada, después de una corta pausa para mirar entre Andrés y Violeta.

Berlín soltó a ambas mujeres, y mientras Nairobi recuperaba el oxígeno, Roma jaló del mono a su marido y lo envolvió en un abrazo que pretendía ser asfixiante y necesitado, enterrando su rostro en la unión del hombro con el cuello de él.

—❛ La huella de Andrés de Fonollosa ha sido hallada en un botón que los agentes encontraron en un Seat Ibiza vinculado a la investigación. Berlín había comenzado a acariciar su cabello, deteniéndose en seco al escuchar esta última información.

—Yo nunca me he subido a ese coche —declaró, separándose de Roma y dirigiéndose a la puerta—. Pero si se de alguien que lo hizo... ¿Sabéis dónde está Denver?

Ellas se miraron, antes de responder al unísono. —No.

          LAS ATRACADORAS ENCARGADAS DE LA IMPRENTA DEL DINERO SIGUIERON A BERLÍN A TRAVÉS DE LA FÁBRICA, entre súplicas y llamados para hacer al pelinegro recapacitar de su búsqueda y venganza contra Denver.

Nairobi y Roma compartieron miradas consternadas, volviendo a ser ignoradas y escuchando a Helsinki reportar la falta de Denver en cualquier punto del lugar.

—¿Se habrá ido a la Verbena otra vez? —negaron, pidiéndole desistir—. Tranquilos, chicos, yo lo busco.

—Berlín, cariño, por favor. Por favor, tienes que entrar en razón —Roma se adelantó para colocarse frente a él, Nairobi siguiendo sus acciones.

—No puedes pegarle un tiro porque te robó una chaqueta. Eso, eso es una chapuza. Tú eres un tío con clase y eso es una chapuza.

—No tengo ni puta idea de lo que quiso decir, pero concuerdo con ella.

—¿Qué pasa con mi dignidad? —Berlín se detuvo, hablándoles frente a frente—. Hay una reputación que mantener. Nuestros amigos, Roma, de la Costa Azul han visto mi nombre asociado a esas infamias. Denver ha jodido mi honor. Y si alguien jode mi honor... —dejó las palabras al aire mirando a su mujer, esperando que supiera la continuación.

—Tú los machacas —bufó ella.

—¿Entendéis? Estamos hablando de integridad. Es importante la ética, Nairobi. Pero... También la estética.

—Lo entiendo, cariño, créeme —la rubia entrelazó sus manos como un ruego—, pero, por favor, no nos jodas el plan. No lo puedes matar, Moscú no querrá seguir con el túnel.

Pese a su ruego, Berlín no se detuvo y encargó a Helsinki apuntar a las mujeres con su arma para ordenar que permanecieran ahí.

—Queda... Aquí.

—Era una puta broma lo de la chaqueta —justifica Nairobi con los ojos cristalizados—. ¡Era una puta broma lo de la chaqueta!

—¿Para qué carajos tenía que hacer esa broma de los cojones? —Roma soltó un grito de frustración jalándose el cabello—. ¡Y mentirme a la cara!

Si bien esa noche no había asistido a la Verbena con el resto de la banda —porque Río le suplicó distraer al Profesor y a Berlín por su cuenta para que los demás pudieran salir— comenzó la distracción a temprana hora, poniéndose borracha para la hora de salida de Denver, Río, Tokio y Nairobi.

          —EH, si lo harán que sea ahora —una Roma ebria se tambaleó hasta llegar a la habitación de Tokio, donde todos se encontraban parados en el interior—. Vamos a iniciar otra ronda y están lo suficientemente borrachos para no darse cuenta de que faltan.

—Tía, ¿Que no vienes? —interrogó Denver, quien parecía decepcionado.

—Alguien tiene que distraerlos —se encogió de hombros con una sonrisa, la cual borró a los segundos para fruncir el ceño y entrecerrar los ojos con dirección al rizado—. ¿Es esa la chaqueta de mi marido, Denver?

Él retrocedió nervioso, antes de carraspear y negar frenéticamente la cabeza. —No, no, por supuesto que no, guapa. Es mía.

—Puedo jurar que es de Berlín.

—Que no tía, no insistas. Vas muy borracha, viendo cosas que no son.

—Pues si tú dices —balbucea, sacudiendo la mano como despedida al girarse para volver al comedor.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top