❛ 𝗶𝗶𝗶. 𝖾𝗅 𝖽𝖾𝗌𝗉𝖾𝗋𝗍𝖺𝗋 𝖽𝖾𝗅 𝗆𝖺𝗍𝗋𝗂𝖺𝗋𝖼𝖺𝖽𝗈.




❛ 𓄼 TERCER CAPÍTULO 𓄹 ៹

82 HORAS DE ATRACO
7:50 P.M.

          RÍO SE TOMÓ UNA HORA DE REFLEXIÓN, al final, decidiendo desertar del atraco. No solo por su amor herido a Tokio, sino también porque había considerado las palabras de los demás atracadores con respecto a su relación y de las acciones de la chica pelicorta, siendo que terminó por darles la razón y de esa manera siendo una carga bastante pesada de sobrellevar.

Buscó a Roma para hacerle saber de su decisión, pero al no encontrarla decidió ingenuamente decírsela a Nairobi y Berlín, volviendo a la sala de control, este último tomándole desprevenido al aplicarle un sedante hipnótico, dejando al ruloso inconsciente. El líder del atraco no estaba dispuesto a perder el recurso que suponía ser Río, además de ser otro soldado, era el encargado de la informática y uno nunca sabía qué tanta falta podría ser. Tampoco podría arriesgarse a que hablara de más con los uniformados de la ley, no teniendo problema con señalarlo como el más débil del grupo.

Otra de las razones, la cual se negaba a pensar mucho en ella, era Roma. Aunque odiara la inmadurez de Río —y aún recordaba cuando le trató de plantar la cara insinuando que algo más había sucedido entre él y la rubia— era a quien más confianza tenía Roma en comparación con el resto de atracadores, una amistad que Berlín temía perdurara después del robo. Prefería llamarlo una ❝ distracción ❞ que entretenía a su mujer de vez en cuando.

Por el lado de Roma, ella también se encontraba buscando a su amigo, queriendo proporcionarle comfort al verlo en un momento vulnerable. Lo había buscado durante una hora cuando decidió rendirse, regresando a la sala de control por la puerta lateral cuando escuchó las voces de su marido y de Nairobi.

—¿Tú sabes lo que me preocupa a mí de verdad? El Profesor, Berlín. No está, solo estás tú. Roma apenas se hace cargo de su función por cumplir tus caprichos de líder. Y aún así, el Profesor es el que sigue siendo la cabeza de todo esto.

Y precisamente porque es la cabeza de todo esto trazó un plan perfecto y es el que vamos a seguir, paso a paso, sin hacer nada que él no hubiera previsto.

Pero si ustedes ya han hecho algo imprevisto —la morocha acusa, enfadada—. Han sacado a Tokio.

Roma arrugó el ceño sin arrepentimiento, sabiendo que era lo mejor, o al menos en su momento. Tokio había causado un caos, haciéndolos salirse de las reglas dictadas muchas veces por su imprudencia. No sabía controlarse ni un poco. Ni por el bien suyo, ni por el de los demás.

Tokio tendrá su parte si se porta bien y no cuenta nada —Berlín parece decidir bajar el tono de voz, haciendo que Roma sospeche de su cambio de humor.

¡Y una puta mierda! Lo de tener su parte era si la apresaban, no si la sacaban ustedes de aquí como una perra rodando escaleras abajo a los leones. Y con la mala hostia que tiene, ¿Sabes lo que habrá hecho? Ya lo habrá largado todo. Y estarán los GEO en el hangar cavando el túnel por el otro lado para entrar aquí.

Era una posibilidad que el matrimonio pensó, pero teniendo a Río con ellos en la ratonera Tokio lo pensaría dos veces antes de sacrificar a su enamorado. Roma aguardó a que Berlín le diera esa explicación a Nairobi, sabiendo que la tranquilizaría un poco.

Apunto tus comentarios para el buzón de sugerencias. Pero, desgraciadamente, como has visto con Río, eso no va a servir de nada porque esto ¡Es un patriarcado! —Roma salta en su lugar, asustada por el repentino grito de su marido, entendiendo que su paciencia se había agotado junto con el pensamiento antiretrógrada que ella le había enseñado.

¿Qué significa eso? —pregunta Nairobi con cautela.

¡Significa que aquí mando yo! —él dictamina, sin bajar su rango de voz—. Y si no quieres que te pase como a Río o a Tokio, te aconsejo que te tomes una tila —Berlín bufa—. ¿Qué coño te pasa Nairobi? ¿Se te ha sincronizado la regla con Tokio?

La rubia se cruza de brazos y frunce el ceño, siendo el comentario que ha llegado muy lejos para su agrado, por lo que entra en la habitación para encararlo, pero Berlín ya se ha retirado cuando entra como una fiera.

—Será cabrón —masculla entre dientes—. Le pondré la escenita que tanto quiere, cómo odio ese lado machista de él que le he tratado de borrar —se gira hacia Nairobi con la intención de disculparse, pero es cuando ve detrás de ella a Río dormido en el sofá—. ¿Río? Lo he estado buscando la última hora —ella esquiva los muebles para llegar a él, la molestia en ella no le había permitido captar lo que había dicho Berlín sobre Río.

—Dijo que quería desertar y Berlín lo durmió —Nairobi suspira y se sienta en el sillón frente a los teléfonos, bajando el cierre de su ropa y quitándose las mangas.

—¿Desertar? —Roma pregunta con angustia—. El atraco se nos ha ido demasiado de las manos, necesito hablar con Berlín —ella hace amago de levantarse, pero la otra mujer la detiene tomándola de la muñeca.

—Roma, tía, estoy segura que Berlín no te pondría la mano ni ahora ni nunca, pero hazme el favor y no vayas con él, ¿Quieres? —basta con intercambiar una mirada que asiente, sentándose en el suelo a la cabeza de Río.

—Sé que las cosas están difíciles, pero confía en el Profesor, Nai, yo sé que algo no cuadra con lo que sucedió en televisión.

Nairobi se restriega las manos contra el rostro. —Es lo único que he hecho, Roma, y de verdad que no quiero ver que no conteste la última llamada.

—Lo sé, solo necesito poner las cosas en su lugar —acaricia su sien en el momento que a su lado su amigo tose, despertando.

—No puedo... —respira pesadamente, sus ojos en blanco.

—¿Cómo vas a poder? Si te han puesto matagigantes. Es un sedante hipnótico —la rubia gira el rostro hacia su amigo, preocupada por la dosis que parece sufrir—. Relájate y disfruta.

El ruloso comienza a respirar aceleradamente, mirando a su derecha, enfocando a Roma en su vista y luego a la botella de agua detrás de ella. —Agua... Por favor.

Roma se apresura a agarrar la botella, acercándola con cuidado a los labios de Río. —Bebe lento. Así, bien —le hace una seña, haciendo que aleje el envase de sus labios.

—Vuelve a dormirte —dice Nairobi con un rostro que demuestra pesadumbre.

—¿Cómo voy a dormir, joder? Si no paro de soñar con Tokio —su amiga hace una mueca, fallando al tratar de ocultar su expresión.

—Tokio es una hija de puta —masculla Nairobi con todo el rencor acumulado en su corazón herido.

—¿Qué? —pregunta Río, intentando procesar las palabras y la razón de ellas.

—¿Sabes lo que hizo tu novia con la única ilusión que tenía en mi vida? Se la metió a la boca, la masticó y me la escupió a la cara —la ciudad de Brasil intenta incorporarse, gruñe cuando logra sentarse con la ayuda de Roma, sin palabras para Nairobi—. ¿Y sabes lo peor? —ella solloza—. Que tiene razón.

La contraria frunce el ceño preocupada, acercándose a Nairobi para sentarse ahora a sus pies, tomando sus manos entre las suyas.

—Tokio no era y ni es quién para decirte eso, Nai. Solo quería herirte.

Nairobi niega. —Tiene razón. Yo iba a secuestrar a un niño que no sabe ni siquiera quién soy. Yo iba a secuestrar a un niño que ni sabe quién soy —las lágrimas corren por sus mejillas, Roma ladeando la cabeza mientras levanta una de sus manos y limpia su rostro.

—Hombre, igual ahora no, pero dentro de unos años vas, lo buscas y... Y se lo explicas —el chico intenta encontrar palabras o una solución a la tristeza de su compañera. Nairobi se burla, incrédula. Roma le pasa un pañuelo para sus lágrimas—. Le dices ❝ Coño, mira, yo soy tu madre. Vivo forrada en Jamaica. Y si quieres que te cuente el resto de la historia, te compro un avión y vienes a verme ❞ —la rubia se gira a Nairobi, con una sonrisa que busca animarla, asintiendo—. Además de que tú eres una tía joven. Joder, tienes dos ovarios, ¿No? —Roma parte los labios a punto de advertir a Río que la está cagando, pero la mujer la detiene, colocando una mano en su hombro, queriendo escuchar el final del muchacho—. Puedes tener otro.

Roma niega y hace una mueca, impactada por las palabras del ruloso y lo mal que están. Se levantó cuidadosamente, retrocediendo como si no quisiera llamar la atención de un león.

—Cualquier cosa, cuentas conmigo, Nai —ella asegura—. Berlín se pasó de madre y necesita aprender. Me buscas, ¿Si? Los dejo solos.

—Gracias, Roma —Nairobi espeta, su mirada posada en Río, quien, ingenuamente, aún cree que ha dicho lo correcto.

          LA JOVEN ABRIÓ LA PUERTA DEL DESPACHO SECUNDARIO DE BERLÍN EN EL ÁREA DE EMPLEADOS, tenía el teléfono sobre la oreja, su puño derecho temblando, y por la expresión de su rostro no sabía si por la enfermedad o por exasperación.

La rubia se acercó a él a pisotones, arrebatándole el dispositivo rojo y colgando con un poco más de fuerza de la necesaria, lanzándole una mirada mordaz.

—Atrévete a decir que se me sincronizó con las demás y no te la vas a acabar de chingar, Berlín —advierte antes que el hombre hable, encendiendo la radio y subiendo el volúmen al máximo, colocando el objeto contra la puerta, para que la música atenue su próxima discusión.

Él suspiró, levantándose del asiento. —¿Nairobi te ha ido con el chisme?

—Qué va, si lo he escuchado con mis propios oídos. ¿Qué chingados estabas pensando, Berlín? Tengo todo para reclamarte. Un puto tranquilizante a Río, como si fuera un animal.

—Quería desertar, Roma. Dime, ¿Querías que tu amiguito se fuera? —él avanza a ella poco a poco.

—No, claro que no. Pero podías decirle a Nairobi que lo retuviera y me hubieras buscado. ¿Crees que por lo que hiciste ahora Río tiene más ganas de quedarse?

—Lo hice por el plan, por ti —ella tiene que alzar el rostro, frunciendo el ceño, molesta, interrumpiendo.

—Me vale madres, Andrés, esa no es la manera de hacer las cosas —niega con la cabeza—. Hay algunas cosas que no comparto contigo, aunque las respeto porque entiendo que eres como eres, pero no voy a permitir que tu actitud machista ronde por los pasillos de la fábrica.

—Violeta... —él intenta hablar, pero la rubia continúa, sin importarle que haya colocado una mano en su cintura.

—Violeta nada, Andrés. Es lo único que llegué a odiar de ti y es de lo único que te pedí que te deshicieras si querías estar conmigo desde un principio. ¿Qué pasa? ¿Ya se te olvidó? —Roma calla, decidiendo al fin darle oportunidad a Berlín de hablar.

—No, no lo he olvidado —asiente, exhalando mientras su otra mano se coloca en el brazo de ella—. Tienes razón, lo que he dicho ha estado fatal y fue innecesario. Me calenté, y aunque no es una razón válida para decir lo que dije, no pude evitarlo. No lo haré otra vez, procuraré no olvidar todo lo que me dijiste.

—¿Y te vas a disculpar con Nairobi? —ella se cruza de brazos, tratando de tener una barrera mínima entre ella y su esposo.

—Roma... —Berlín bufa, como si se estuviera quejando.

—Me equivoqué, sabes que no era una pregunta —declara, endureciendo sus facciones.

El hombre rueda los ojos antes de dar un asentimiento quedo. —Si así lo quieres.

—Sí, así lo quiero —un rostro serio está plasmado en ella.

—¿Entonces ya estamos bien? —se inclina para besar sus labios, pero ella voltea el rostro, causando que el líder solo bese su mejilla.

—Eso veremos, Andrés. Sé que eres un hombre de acción, no de palabras.

          DEL BANDO DE ATRACADORES, las dos mujeres se miraron aliviadas cuando escucharon el teléfono sonar, al segundo poniéndose en pie, hombro con hombro, solicitando la presencia de Helsinki y Denver a sus espaldas, siguiendo ellos sus pasos a la sala de control.

Ingresaron por la puerta del costado, Nairobi tomando la delantera, a espaldas de Berlín, para alzar el arma y golpear con la culata la parte posterior de la cabeza de Berlín, noqueando al hombre que se derrumbó contra la mesa. Roma suspiró, acercándose a su marido, acariciando su rostro mientras lo mira con pesar.

—Profesor, soy Nairobi. Berlín no está en condiciones, así que a partir de ahora Roma y yo estamos al mando... Empieza el matriarcado —ella declara, una sonrisa de satisfacción surcando su rostro, antes de dar entrega del teléfono a Roma.

—Profesor, nos tuvo preocupados —saluda, tratando de sonar equilibrada.

Percance que tenía que solucionar, Roma. Todo bien, no se preocupen más que he llegado —las palabras de Sergio logran calmar las aguas turbulentas en su corazón—. ¿Estás de acuerdo con Nairobi?

La Ciudad Eterna suspira. —Mi marido necesita un tiempo fuera, se ha portado muy mal y qué clase de esposa sería yo si no lo educara —chasquea la lengua, negando—. Nosotras lidiamos con el atraco a partir de ahora.

Entonces, ¿Me puedes explicar qué ha significado lo de Tokio?

La joven decide poner al Profesor en altavoz.

—Hizo la puta ruleta rusa con Berlín atado, estuvo a una de matarlo. Enloqueció y decidimos que no podíamos tener una bomba de tiempo aquí, así que Berlín y yo la sacamos —ella declara, sacando el botiquín de primeros auxilios al ver que la cabeza de su marido ha comenzado a sangrar.

—Esto es un desmadre —concluye Nairobi—. La situación aquí dentro es crítica. Así como cuenta Roma, después del jueguito de Tokio ellos la entregaron a la policía. Río desertó y Berlín le inyectó un tranquilizante como un puto animal. Como un puto desastre de campeonato, Berlín es el denominador común, así que no tuve más remedio que incentivar a Roma, tomando nosotras el control de la situación hasta que las aguas vuelvan a su cauce.

—¿Podemos ir a lo que nos importa? —interrumpe Denver—. ¿Qué mierda hacía con la policía?

Si estaba en la casa de Toledo es porque era parte del plan.

Todos se miraron con incertidumbre.

—Profesor, aquí dentro necesitamos saber en qué situación estamos.

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