❛ 𝗣𝗥𝗜𝗠𝗘𝗥 𝗔𝗖𝗧𝗢┃𝗟𝗜𝗠𝗘𝗥𝗘𝗡𝗖𝗘 .



ᝰ ❨ 𝐏𝐑𝐈𝐌𝐄𝐑 𝐀𝐂𝐓𝐎 ៹ 𝘑𝘜𝘕𝘛𝘖𝘚 ❩
𝐭𝐞𝐦𝐩𝐨𝐫𝐚𝐝𝐚 𝐮𝐧𝐨 ━ ❨ 𝗅𝗂𝗆𝖾𝗋𝖾𝗇𝖼𝗂𝖺 ❞
violeta se convierte en roma

❛ ━━━Ellos dos son la excepción.
Están juntos desde hace tiempo;
vienen juntos y trabajan juntos. ❜









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𝙙𝙤𝙣𝙙𝙚 el matrimonio de fonollosa
es convocado a    el inigualable y
más grande atraco  de la historia
orquestado por un hombre genio
con el nombre       de el profesor

𝓞

𝙚𝙣 𝙙𝙤𝙣𝙙𝙚 la      mexicana roma
convive durante    cinco meses
con un grupo de desconocidos
para lograr        su objetivo en
común:        robar y falsificar.

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SIN LOGRAR CONTROLAR A LOS NERVIOS QUE CARCOMEN MI ALMA, vuelvo a dirigir los ojos frenéticamente a mis costados, en un intento por asegurarme de no ser seguida por la policía y sus patrullas, subiendo hasta el tope del puente de mi nariz los lentes sin aumento que me permitían pasar desapercibida, junto con la peluca castaña.

Después de hacer una lista mental de las razones por las cuales no podía permitirme ser atrapada apresuré el paso. He estado en búsqueda y captura desde mis dieciséis años —gracias a mis prófugos y delincuentes padres, y el mal camino al que fui orientada— por cargos de robo, que fueron haciéndose más grandes conforme me acercaba a los veinte, hasta llegar a los cargos de falsificación de dinero y suplantación de identidad. Todo un historial del que solo tenían registro de la mitad, esperaba.

Y de años de estar por debajo del radar, pasando desapercibida, aquí me encontraba de nuevo. Todo por el paso en falso de un integrante del atraco que orquesté recientemente, ahora me encontraba huyendo con mochila en hombros ocultando los diamantes que debía empeñar antes de ser arrestada.

Cerca de doblar en una avenida, me detienen en mi lugar los autos de policía, rondando la zona y acercándose a mi posición.

—Mierda, mierda —canto apresuradamente subiendo la capucha del suéter, escondiéndome detrás de un árbol.

Sería mi final, y dos años de esconderme y huir serían tirados a la borda por un inepto que buscaba lucirse en su primer atraco grupal. 

—Disculpa, señorita —la voz de un hombre detrás mío me alerta, y a causa de ello saco de mis pantalones la pistola Glock, apuntándole. Él, en un instante, sube las manos como muestra de rendición y aunque no parece asustado, su inquietud ante una situación como esta me provoca el mismo sentimiento—. He supuesto que los policías le ha de buscar a usted y–y... —balbuceó, quedando sin palabras debido a mi arrebato.

Lo tomo del abrigo y lo estampo sin mucha brusquedad contra el árbol, posando el arma sobre sus pelotas. —Déjame adivinar. ¿Vas a delatarme con la policía e ir de héroe? —inquiero con una sonrisa burlona—. ¿Tal vez buscar una recompensa?

—No, no, esa no era mi intención. Solo quería ayudar —se tranquilizó luego de el cambio repentino, desviando su mirada a la derecha. Miro de reojo al igual que él, y puedo notar a un grupo de adolescentes mirarnos dubitativos.

Suelto un bufido examinando brevemente al de lentes —no estaba para nada mal el cabrón— empujando con mi mano libre su torso hasta pegarlo, más de lo que ya estaba si es que se podía, contra el tronco, juntando nuestros cuerpos y besando sus labios. Alzó las cejas sorprendido, paralizando su cuerpo y quedando inmóvil, pero le di una sacudida que lo hizo responder con ímpetu. Al tomar distancia, guardé el arma de nuevo en su lugar.

Cuando las personas se han ido, me separo del pelinegro bajando la capucha y tomando su mano, dejando que él guíe el camino.

—¿Por qué un hombre como tú quiere ayudarme? ¿Tal vez con la esperanza en mente de recibir algo a cambio? —lo miro a los ojos, lo que aumenta su inquietud.

—Creí que nece–necesitabas ayuda. Pareces ser una cría que no rebasa de los veinte —y años después, me enteraría que fue mi belleza la cual condujo a aquel hombre a ayudarme, volviéndose mi primer amigo en años y que durarían muchísimos más—. Aún así, solo espero no haber ayudado a una asesina.

—Descuida, solo crímenes insignificantes —suelto una risa que pretendo suene inocente—. Tú lo dijiste, no rebaso de los veinte... —mordisqueo mi labio inferior, con la intención de aflorar confianza a mi nuevo compañero—. Pero, mira, que primer beso y todavía no nos hemos presentado —suelto una risa, esta vez de gracia sincera, y él la acompaña—. Violeta Castillo, un gusto.

—Sergio Marquina —me da indicio de subir a su auto, y lo hago con mucho gusto.

—Eh, Sergio —saco la mano fuera de la ventanilla y tomo la suya antes de que se fuera al lado del conductor—. Muchas gracias, no te vas a arrepentir, dulzura.

Y no lo hizo. 

El haberme presentado a su hermano mayor, Andrés de Fonollosa Gonzalves, era algo de lo cual ambos le agradecíamos fervientemente.

Tras un año de vivir juntos, Sergio decidió invitarlo a una cena para presentarnos e introducir a su mejor amiga a la vida que compartía con su hermano. Y, sin duda, pese a nuestras contradicciones de la existencia del amor a primera vista, Andrés y yo tuvimos química instantánea.

Los dos éramos de modales y vestimentas elegantes, acostumbrados a la grande y costosa vida, con obsesión por los vinos y una personalidad narcisista y egocéntrica, necesitando causar buena impresión. La única diferencia era la empatía que le solía costar esfuerzo.

Robamos juntos joyerías y casas de subastas. Al obtener mayor experiencia, me invitó a lo que fue nuestro más grande robo, los Campos Elíseos. Cuatrocientos treinta y cuatro diamantes.

Cuatro años después, me convertí en Violeta de Fonollosa, casándome con el primer hombre que compartía mi insana y arriesgada profesión, y del cual me enamoré a lo largo de esos años. Ahora llevábamos cinco de casados. Y aunque él se había casado por cuarta vez, su seguridad de ser almas gemelas se irradiaba a cada día que pasaba.

En la actualidad, Andrés y yo dejamos nuestro viaje por Alemania —el tercer viaje, especificando— regresando a España después de recibir una llamada de Sergio, reuniéndonos en un elegante restaurante conocido por su discreción.

—Seis meses sin vernos y esperaba un qué tal Alemania —comento. El pelinegro, apenas nuestros traseros tocaron el asiento, había comenzado a hablar del atraco a la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre—. Vamos, dulzura, que te he extrañado —me inclino sobre la mesa tomando su corbata entre mis manos, y ajustándola con la mirada divertida de Andrés a mi costado.

—Hemos hablado todos los días, Vi —rueda los ojos con un brillo divertido en ellos, acomodándose los anteojos.

—No es lo mismo —niego—. Pero bueno, si tanto insistes, y regresando al atraco, ¿Qué tienes para decirnos?

—Tengo a los atracadores, serán siete los que entren a la fábrica con vosotros. Estudiaremos el plan en una finca de Toledo, a vosotros les tocará aprender el doble de trabajo al ser el líder y la segunda al mando —Andrés y yo nos miramos con unas sonrisas de grandeza al escuchar nuestras posiciones, dándonos un beso largo—. Y será durante cinco meses, partiendo en una semana.

Subo ambas manos sobre la mesa, tendiendo una a cada hermano, quiénes no dudan en tomarlas. Andrés besa el dorso de esta y en el caso de Sergio, entrelaza nuestros dedos proporcionando un apretón suave.

—Pidamos un vino para celebrar.

Brindamos entre risas, anécdotas y demás, por el comienzo de nuestra nueva historia.

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