08

El Palacio de Corazones, majestuoso e imponente, parecía vibrar con la energía oscura que la Reina Roja canalizaba mientras caminaba por los pasillos de mármol negro. Sus tacones resonaban con un ritmo constante, cada paso marcando la determinación inquebrantable que había cultivado a lo largo de su reinado.

En la sala del consejo, los miembros del círculo interno la esperaban. Hombres y mujeres que habían jurado lealtad a la Reina de Corazones, no por devoción, sino por miedo. Estaban sentados en una mesa circular, pero ninguno se atrevía a levantar la mirada mientras la reina entraba.

"Mi hija ha demostrado ser más problemática de lo que anticipé," anunció la reina, su voz fría como una noche sin estrellas.

Uno de los consejeros, un hombre delgado con ojos hundidos, se aclaró la garganta con nerviosismo. "Su Majestad, si puedo ser tan audaz, quizás podríamos intentar razonar con la princesa. Después de todo, ella también desea proteger el equilibrio entre los mundos".

La reina lo miró con una mezcla de desprecio y paciencia calculada. "Razonar, consejero Damaris, es un lujo que no puedo permitirme. Hearts se ha desviado del camino que tracé para ella. Ha traicionado no solo mi confianza, sino también el propósito de nuestro linaje. Y ahora, con Diaval a su lado, es una amenaza para todo lo que hemos construido".

Otro consejero, una mujer de cabello plateado, levantó la voz. "¿Qué planea hacer, Majestad? Hearts es astuta y peligrosa, y su alianza con el Caballero Negro la hace aún más impredecible".

La Reina Roja sonrió, pero no era una sonrisa amable. Era la sonrisa de una mujer que ya había anticipado cada movimiento de sus enemigos.

"Tengo a alguien vigilándolos. Mi espía me ha informado que están en Infratierra, buscando el Reloj Sin Tiempo. El fragmento que poseen no será suficiente para detenerme, pero debemos actuar con rapidez. Hay demasiados jugadores en este tablero".

"¿Se refiere al Conejo Blanco y la Reina Blanca?" preguntó Damaris, su voz temblorosa.

"Exactamente," dijo la reina, su tono más afilado. "Ese conejo albino piensa que puede traicionarme, pero su lealtad es tan endeble como sus nervios. No obstante, puedo utilizar su traición a mi favor".

"¿Cómo, Majestad?"

La Reina Roja giró sobre sus talones, mirando a los consejeros con ojos ardientes. "Necesitamos plantar la semilla de la desconfianza entre Hearts y Diaval. Si logro que desconfíen uno del otro, su misión se desmoronará desde dentro. Y cuando estén más vulnerables, enviaré a mis Cazadores Sombríos a eliminarlos".

Los consejeros intercambiaron miradas de preocupación. Los Cazadores Sombríos eran un grupo de élite, formado por las almas más oscuras del País de las Maravillas. Criaturas sin conciencia, diseñadas para cazar y destruir.

"Majestad," dijo la mujer de cabello plateado, "¿cree que Hearts caerá tan fácilmente en la trampa? Ella es su hija, después de todo".

La Reina Roja se detuvo un momento, su expresión endureciéndose. "Hearts no es invencible. Tiene sus debilidades, como todos. Y lo que más teme… es convertirse en mí".

El consejo guardó silencio ante esas palabras. La Reina Roja se giró hacia la enorme ventana que daba al jardín de rosas negras. Su reflejo en el vidrio mostraba una mujer poderosa, pero los que la observaban desde atrás sabían que también era peligrosa, incluso para su propia sangre.

"El espía oruga ya está en marcha para sembrar la discordia," continuó la reina. "Mientras tanto, prepararemos el siguiente paso. Damaris, envía a los Cazadores Sombríos a Infratierra. Quiero que rodeen a Hearts y Diaval, pero no actúen aún. Déjalos sentir la presión. Que sepan que están siendo perseguidos".

"¿Y qué hay de la Reina Blanca?" preguntó un tercer consejero, un hombre de rostro anguloso y mirada calculadora.

La Reina Roja sonrió con desdén. "La Reina Blanca es un problema menor. Su alianza con el Conejo Blanco será su perdición. Mientras Hearts y Diaval distraen a mis enemigos, mi verdadera fuerza se concentrará en arrebatarle su reino. Cuando Hearts regrese, si es que lo logra, no encontrará un lugar al que volver".

Los consejeros asintieron, aunque sus rostros reflejaban una mezcla de temor y duda. La Reina Roja no toleraba fallos, y sus planes rara vez dejaban margen para errores.

Cuando el consejo fue disuelto, la reina se quedó sola en la sala, sus pensamientos girando en torno al rostro de su hija. Hearts era su creación, su mayor logro y su mayor fracaso.

Caminó hacia una mesa donde descansaba un pequeño cofre dorado. Lo abrió con cuidado, revelando un colgante en forma de corazón, partido por la mitad. Dentro, un tenue brillo rojo pulsaba débilmente, como si tuviera vida propia.

"Este vínculo de sangre no nos hace iguales, hija," susurró la reina, acariciando el colgante con un dedo. "Pero será tu perdición".

Su risa resonó en la sala vacía mientras comenzaba a tejer los hilos de su próxima jugada. El tablero estaba listo, y Hearts no tenía idea de lo cerca que estaba de caer en la trampa de su propia madre.

Infratierra parecía oscurecerse a medida que Hearts y Diaval se adentraban más en sus profundidades. El aire tenía un peso extraño, como si estuviera cargado con algo más que humedad. A lo lejos, el leve eco de risas, gritos y música indicaba la presencia de alguna vida en ese mundo sombrío, pero todo parecía estar envuelto en un velo de peligro.

"Algo no está bien," murmuró Diaval, deteniéndose a mitad del camino de adoquines que serpenteaba entre árboles retorcidos y casas abandonadas.

Hearts, con la mirada fija en el horizonte, apenas asintió. "Lo sé. Desde que tomamos el fragmento, siento que nos observan".

De repente, un crujido de ramas los alertó. Diaval desenfundó su daga negra, mientras Hearts se giraba con los puños cerrados, lista para invocar su magia. Pero no había nada.

"Es la torre," susurró Hearts, aunque su tono traicionaba su incertidumbre. "O algo que nos sigue desde ella".

Un gruñido bajo rompió el silencio, y de las sombras emergieron figuras encorvadas. Los Cazadores Sombríos. Eran altos, sus extremidades alargadas y afiladas, y sus rostros ocultos tras máscaras que parecían de cristal ennegrecido. Se movían con una sincronización inquietante, rodeando a Hearts y Diaval lentamente, como depredadores que se acercan a su presa.

"Así que por fin se muestran," dijo Diaval con una sonrisa tensa, adoptando una postura de combate.

"Los envió mi madre," dijo Hearts, su voz fría. "No vendrían por voluntad propia. Son sombras sin voluntad, meras herramientas de su poder".

Uno de los Cazadores dio un paso al frente y levantó una garra afilada hacia ellos. No habló, pero de su máscara emanó un sonido desgarrador, un eco que parecía provenir de las profundidades más oscuras de Infratierra.

"No tenemos tiempo para esto," dijo Diaval, lanzándose hacia el primero con un movimiento rápido. Su daga atravesó la figura, pero en lugar de desvanecerse, el Cazador se disolvió en una nube de sombra y reapareció detrás de él, atacándolo con una velocidad casi sobrenatural.

Hearts levantó una mano, invocando un escudo de energía roja que bloqueó el golpe, pero los otros Cazadores avanzaron, rodeándolos por completo.

"Están probándonos," dijo ella, su tono helado. "No quieren matarnos todavía. Quieren debilitarnos, agotarnos".

Diaval gruñó mientras esquivaba otro ataque. "Pues no pienso dárselos fácil".

La pelea fue feroz. Cada vez que uno de los Cazadores caía, se desvanecía solo para reaparecer momentos después. Parecían inagotables, una manifestación constante del control de la Reina Roja. Hearts usó su magia para crear explosiones de energía que despejaban el área momentáneamente, pero sabía que no podrían mantener ese ritmo para siempre.

"Diaval, necesitamos salir de aquí," dijo, retrocediendo hacia él.

"¿Alguna idea brillante?"

Ella miró alrededor, buscando una salida, y entonces lo vio: una grieta en el suelo, apenas visible, de donde emanaba una luz tenue y pálida.

"Ahí," dijo, señalando con la cabeza. "Es un portal. Debe llevarnos a otro lugar".

"¿Y si es peor que aquí?"

"¿Tienes mejores opciones?"

Sin más discusión, Hearts extendió una ráfaga de energía que empujó a los Cazadores hacia atrás momentáneamente. Diaval tomó su mano, y juntos corrieron hacia la grieta. Los Cazadores lanzaron un grito ensordecedor y se lanzaron tras ellos, pero antes de que pudieran alcanzarlos, Hearts y Diaval saltaron al portal.

La sensación fue inmediata y vertiginosa, como si el mundo hubiera desaparecido bajo sus pies. Cayeron a través de un torbellino de luz y sombras, y cuando finalmente aterrizaron, se encontraron en un lugar completamente diferente.

El aire era más cálido, el cielo más claro. Estaban en un bosque, pero uno que parecía estar lleno de vida. Los árboles eran altos y robustos, con hojas doradas que reflejaban la luz del sol. Sin embargo, la sensación de peligro no había desaparecido.

"¿Dónde estamos?" preguntó Diaval, poniéndose de pie y mirando a su alrededor.

"No lo sé," respondió Hearts, también incorporándose. "Pero al menos nos libramos de esos...".

Antes de que pudiera terminar, un ruido de pasos resonó a su alrededor. Esta vez, no eran los Cazadores Sombríos, sino una nueva amenaza. Criaturas de aspecto humanoide, pero con piel de piedra y ojos de fuego, emergieron de entre los árboles.

"Genial," dijo Diaval, levantando su daga. "Justo lo que necesitábamos".

Hearts suspiró, preparándose para otra batalla. "Parece que mi madre no es la única que quiere detenernos".

Mientras las criaturas se acercaban, un pensamiento cruzó la mente de Hearts. Si cada paso en Infratierra los acercaba al Reloj, también los acercaba a más enemigos, y no estaba segura de cuánto tiempo podrían resistir. Pero una cosa era segura: no se detendrían. No ahora.

La batalla estaba lejos de terminar.

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