02

En los jardines de Corazones, donde las rosas rojas siempre florecían perfectas y sin espinas, una niña de cabello ardiente observaba cómo su madre dictaba otra ejecución. Heart de Grims tenía apenas seis años, pero ya había aprendido que el miedo era una herramienta y la sangre, un lenguaje que todos entendían.

Su infancia no fue como la de otros niños del País de las Maravillas. No había juegos ni risas, solo lecciones de supervivencia. "Una reina no tiene amigos, solo aliados temporales", le decía la Reina Roja mientras la obligaba a memorizar las genealogías de los clanes más poderosos del reino. "Y si alguna vez dudas de alguien, recuerda: el corazón no miente".

El primer asesinato de Heart ocurrió cuando tenía diez años. Fue durante una de las cenas de la corte, una exhibición de poder organizada por la Reina Roja. Uno de los nobles, un duque de los Lagos Invertidos, había osado cuestionar la autoridad de la Reina frente a todos los presentes.

La Reina Roja, con su habitual calma calculada, miró a Heart y le dijo: "Demuestra que eres digna de llevar mi sangre". Heart sabía lo que eso significaba. Su madre le entregó un pequeño cuchillo ornamentado y señaló al duque con una sonrisa cruel.

La niña se levantó de su asiento, su vestido carmesí arrastrándose como una sombra líquida. Caminó hasta el duque, quien al principio no la tomó en serio. Pero cuando vio el brillo decidido en sus ojos, su sonrisa desvaneció. Heart, con la precisión que había perfeccionado en sus entrenamientos, clavó el cuchillo en su pecho, directo al corazón.

El salón quedó en silencio mientras la sangre manchaba el suelo de mármol. Heart no apartó la mirada del hombre mientras su vida se apagaba. Cuando retiró el cuchillo, sintió una extraña satisfacción, un latido resonante en su interior. Era como si el corazón del duque ahora le perteneciera.

Esa noche, mientras la Reina Roja la felicitaba por su actuación, Heart regresó a su habitación con el corazón del duque en una pequeña caja de cristal. Fue el primero de su colección.

A lo largo de los años, su colección creció. Cada corazón que tomaba era cuidadosamente conservado, colocado en cajas adornadas que ella misma decoraba. Su madre nunca cuestionó su obsesión; de hecho, parecía alentarlo. "Eres una verdadera hija mía", le decía con orgullo.

A los dieciocho, Heart tenía veintisiete corazones en su colección, cada uno perteneciente a alguien que había desafiado su voluntad o la de su madre. Cada uno contaba una historia: el traidor, el mentiroso, el enemigo vencido. Para Heart, esos corazones eran más que trofeos; eran la prueba de que había aprendido la lección más importante de su madre: el poder se toma, nunca se da.

Pero no todo en su infancia fue sangre y obediencia. En las noches más solitarias, Heart se refugiaba en los jardines, donde hablaba con las rosas como si fueran sus únicas confidentes. "¿Crees que soy un monstruo?", les preguntaba. Las rosas no respondían, pero su silencio era un consuelo.

Sin embargo, en el fondo de su ser, Heart sabía que su colección no era solo un símbolo de su poder, sino también u que había perdido: su capacidad de amar.

El corazón número veintiocho pertenecía a alguien que marcó un antes y un después en la vida de Heart. No fue un enemigo ni un traidor, sino alguien que había intentado salvarla de la oscuridad que la envolvía: Lorian, su mentor y la única persona en la corte que la trataba como algo más que un arma.

Lorian había sido designado por la Reina Roja para entrenar a Heart en combate y estrategia cuando ella tenía apenas ocho años. Era un hombre silencioso, de mirada melancólica, que parecía cargar con sus propios fantasmas. Pero a diferencia de los demás, no intentaba moldearla a la imagen de su madre. "Eres más que la hija de la Reina Roja, Heart. Tienes una chispa que ella nunca podrá apagar, no la desperdicies".

Durante años, Lorian fue un refugio en el caos de su vida. Le enseñó no solo a pelear, sino también a pensar, a cuestionar, a observar el mundo con ojos críticos. Pero conforme Heart crecía, la influencia de la Reina Roja se volvía más fuerte. Cada corazón que añadía a su colección la alejaba más de quien era cuando entrenaba con Lorian. Él lo notaba, y no podía ocultar su preocupación.

Un día, cuando Hearts Lorian cometió el error diecinueve años, enfrentar a la Reina Roia en un consejo de guerra. "No puedes seguir empujando a Heart por este camino. Ella no es como tú, y si continúas, la destruirás", dijo con voz firme, ignorando las miradas incrédulas de los cortesanos.

La Reina Roja, siempre calculadora, respondió con una sonrisa gélida: "Entonces tal vez deba aprender por las malas, Lorian. ¿Por qué no le enseñas tú misma lo que significa traicionar a la corona?".

Esa noche, Lorian fue llevado ante Heart en la sala del trono. La Reina Roja, con su habitual teatralidad, le entregó su cuchillo y le ordenó: "Si realmente eres digna de mi sangre, demostrarás que nadie, ni siquiera aquellos en quienes confías, están por encima de tu lealtad al trono".

Hearts miró a Lorian, que estaba arrodillado frente a ella. Sus ojos, llenos de tristeza pero también de orgullo, la miraban directamente. "No tienes que hacerlo, Heart. Siempre puedes elegir quién quieres ser".

Pero su madre estaba allí, y los cortesanos observaban. Si desobedecía, sabría lo que le esperaba: el destierro, el castigo, quizás incluso la muerte. Su corazón latía con fuerza mientras levantaba el cuchillo, cada parte de su ser deseando encontrar una salida que no existía.

"Perdóname", susurró antes de clavar el cuchillo en el pecho de Lorian.

Cuando cayó al suelo, Lorian la miró por última vez, con una mezcla de dolor y comprensión. "Nunca dejes que te controle completamente", fue lo último que dijo antes de que su vida se extinguiera.

Esa noche, Heart añadió el corazón de Lorian a su colección, pero por primera vez, el acto no le trajo satisfacción. Guardó el corazón en la caja más elaborada de todas, pero no pudo soportar mirarlo por mucho tiempo. Algo dentro de ella se rompió ese día, una parte de su humanidad que nunca recuperaría del todo.

Con veintiocho corazones en su colección, Heart se había consolidado como la heredera indiscutible de la Reina Roja, pero al mismo tiempo, sentía un vacío creciente en su interior. Cada corazón que tomaba la alejaba más de sí misma, y el eco de las palabras de Lorian la perseguía: "Siempre pues elegir quién quieres ser".

Diaval provenía del Reino del Cuervo Oscuro, un territorio rodeado de niebla perpetua, donde los cielos siempre parecían estar al borde de una tormenta. En ese reino, los cuervos no eran simples aves, sino guardianes sagrados que se comunicaban con los líderes a través de antiguos rituales. La familia de Diaval había servido durante generaciones como Caballeros Negros, protectores de la corona y ejecutores de la voluntad real.

Diaval, sin embargo, no era un caballero común. Desde niño, su destreza en combate y su mente estratégica lo distinguieron de los demás. Pero lo que realmente lo hacía especial era su vínculo con los cuervos. Podía entenderlos, sentir sus emociones y, en ocasiones, ver el mundo a través de sus ojos. Algunos decían que era una bendición de los dioses; otros, una maldición.

Cuando la Reina Roja y el Rey del Cuervo Oscuro negociaron una alianza política, el precio fue alto. El Rey ofreció a su mejor caballero, Diaval, como símbolo de su lealtad, con una condición: debía comprometerse con la heredera del trono de Corazones, Heart de Grims.

El primer encuentro entre Hearts y Diaval ocurrió en los jardines del palacio de Corazones. Era un día nublado, y Heart, como siempre, se encontraba afilando uno de sus cuchillos bajo la sombra de los rosales. Cuando Diaval llegó, acompañado por una escolta de guardias, no mostró interés en las formalidades.

—¿Tú eres la Heredera Carmesí? —preguntó con voz firme, sus ojos oscuros observándola con una mezcla de curiosidad y desafío.

Heart levantó la vista, evaluándolo rápidamente. Su armadura negra parecía absorber la luz, y sus movimientos eran tan fluidos que casi parecían danzar. Pero lo que más llamó su atención fueron sus ojos: no había miedo en ellos, solo una tranquilidad inquietante.

—Y tú eres el Caballero Negro —respondió ella, con un tono seco.

Ambos se estudiaron en silencio, como depredadores midiendo a su igual. Para Heart, Diaval era diferente a cualquier hombre que hubiese conocido. No intentaba impresionarla ni temía su reputación. Y para Diaval, Hearts no era la princesa arrogante que esperaba. Había algo más en ella, algo roto, pero también fascinante.

Durante las semanas siguientes, Diaval permaneció en la corte, observando el funcionamiento del reino de Corazones. Era un hombre de pocas palabras, pero su presencia no pasaba desapercibida. A menudo, Heart lo encontraba en los pasillos, siempre vigilante, siempre atento.

Un día, durante un entrenamiento, Heart lo retó a un duelo— Si vas a ser mi sombra, al menos demuestra que vales la pena —le dijo con una sonrisa sarcástica.

Diaval aceptó el desafío sin dudar. El duelo fue feroz, un intercambio de golpes rápidos y precisos que dejó a los observadores sin aliento. Aunque ninguno ganó, ambos salieron del enfrentamiento con un nuevo respeto mutuo.

—Interesante  —dijo Diaval al final, limpiando el sudor de su frente— No esperaba que la hija de la Reina Roja tuviera tanta habilidad.

—Y yo no esperaba que el Caballero Negro fuera más que una fachada —replicó Heart, sin poder evitar una ligera sonrisa.

Con el tiempo, su relación evolucionó. Aunque el compromiso entre ellos era un acuerdo político, comenzaron a compartir secretos y a confiar el uno en el otro de maneras que ninguno esperaba. Diaval, a pesar de su lealtad al Reino del Cuervo Oscuro, vio en Heart a alguien que luchaba contra su destino, al igual que él. Y Heart encontró en Diaval algo que nunca había tenido: un aliado que la veía como algo más que una asesina o la hija de la Reina Roja.

Cuando el Reloj Sin Tiempo desapareció y la Reina Roja ordenó a Heart recuperarlo, Diaval insistió en acompañarla—— Si vas a cruzar a un mundo donde no tienes poder, necesitarás a alguien que te cubra la espalda ——dijo con seriedad.

Heart aceptó, aunque no sin una advertencia—— Si me traicionas, te aseguraré un lugar en mi colección.

Diaval sonrió, inclinado hacia ella—— Si eso ocurre, asegúrate de hacerlo rápido. Prefiero morir a manos de alguien que respeto.

Y así, el Caballero Negro y la Heredera Carmesí emprendieron su viaje hacia Infratierra, unidos por un destino incierto y una lealtad que comenzaba a forjarse en la oscuridad.

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