- ғʀᴀɢᴍᴇɴᴛᴏ: ᴊᴀʏ ᴘᴀʀᴋ¹ -

El encanto de la niñez recae completamente en la inocencia que se tiene, es por esta misma que en esa edad la magia es su realidad.

Salió corriendo de su escuela totalmente emocionado, tenía una pequeña estrella dorada pegada en mitad de su frente mientras su rostro se iluminaba por aquella sonrisa amplia en dónde se podía apreciar la falta de uno de sus dientes. El pequeño traía una hoja en una de sus manos que agarraba fuertemente para evitar que se le cayera, corrió hasta su madre para abrazarla, rodeando su cintura con su brazos.

La mujer sonrió enternecida, tomó la mano de Jay mientras que con la otra le quitó de la hoja en dónde estaba a crayolas dibujada lo que era su familia de únicamente tres miembros, ambos comenzaron a caminar fuera de las instalaciones para ir a dónde había estacionado su auto mientras le preguntaba a su hijo su día en la escuela, escuchando como este le relataba la asombrosa azaña que se había aventado al rescatar su sandwich de un caída.

Llegaron al auto, subieron la mochila del niño primero, y luego él subir en la parte trasera, le colocó el cinturón para ahora ella subirse en su respectivo lado encendiendo el auto. La radio comenzó a sonar dejando una canción que ninguno de los dos conocía pero encontraron agradable a sus oídos. Se incorporó en el tráfico una vez que salió del lugar donde se estacionó.

— ¿Quieres jugar algo? — Preguntó su madre.

Él asintió efusivo, le gustaba mucho jugar con su mamá, era la mejor en los juegos, siempre le hacía reír mucho.

— Bien, ya hemos jugado antes... ¿Tienes ya tu refugio contra monstruos? — su madre sonreía, aún cuando realmente esto no fuera para estar feliz.

— ¡Sí! — estaba realmente emocionado por el juego.

Su madre suspiró más tranquila, sería más sencillo de lo que pensaba, así que le calmaba.

— Pasemos por bocadillos para el refugio, ¿Te pareces?

Él volvió a asentir con su cabeza bastante entusiasmado, su madre siempre que le llevaba a la tienda le compraba muchas golosinas ricas. Terminaron deteniéndose en la primera tienda de conveniencia que encontraron de camino, Jay venía realmente feliz con el montón de galletas, papás y dulces que su madre le había comprando escondiendo todo en su mochila.

Esa noche, el padre de Jay volvía a casa.

Su madre era bastante ágil, su ropero se transformó en un agradable refugio, con varios cojines y almohadas volviendo su interior cómodo, más algunos juguetes que metió dentro y toda la comida que habían comprado todo eso en cuanto llegaron a casa. Apenas iban a ser la seis de la tarde y ya todo estaba preparado.

Ambos bajaron a la cocina para comer, habían pasado un agradable rato fuera comprando y armado el pequeño fuerte que se les había ido la noción del tiempo; una vez que acabaron, él le ayudo a secar los platos que lavó para volverlos a acomodar en su lugar. Su madre terminó de recoger la cocina.

— Escucha — tomó al pequeño por los hombros — Estaremos comunicados por este radio, si no te atrapa el monstruo hasta mañana habrás ganado.

— ¿Y si me atrapa? — interrumpió.

— Es mejor que no lo haga — despeinando un poco el cabello de su pequeño — Mañana haremos algo aún más divertido, así que preocupara que no te atrape el monstruo.

Jay sonrió y subió escaleras arriba mientras abrazaba uno de sus peluches para entrar al ropero ocultándose.  No pasó mucho para que llegara su padre, el monstruo estaba en casa y Jay lo ignoraba por completo, su inocencia no le permitía entenderlo, no para ese entonces.

Esa fue la última vez que su madre organizó un juego para protegerlo de monstruo con el que vivían.

El llanto del bebé ya tenía a todos hartos en la casa, por más que la mujer intentara calmarlo, el pequeño simplemente no dejaba de llorar, provocando dolor de cabeza no solo en ella, en todos los que vivían en esa casa. Jay estaba bastante harto, los gritos de su hermano no lo dejaban concentrarse en su tarea, sabía que no podía culparlo, después de todo aún era un bebé de solo dos años.

— ¡Cállalo de una puta vez!

El grito de su padre no solo sobresaltó a su madre, también a él provocando que inmediatamente comenzará a temblar, llevando ambas manos sobre sus orejas mientras cerraba los ojos.

— Que más quisiera yo, pero no puedo — habló su madre al borde del colapso — Por favor, ayúdame, también es tu hijo.

— Ese es tu deber como mujer, si no puedes callar a tu puta cría era una inútil.

Jay había despegado un poco las manos de sus orejas, notó como su madre comenzaba a llorar en silencio volviendo a intentar arrullar al niño, los gritos no cesaban. Su padre estaba pegado a su madre y él bien sabía que en cualquier momento le soltaría algún golpe. Ya era de una escena tan repetitiva que podía saber por adelantado su descelance.

— ¡Tu has tu maldita tarea, pedazo de imbécil! Más te vale que este sacando buenas notas, que con lo que pago de tu escuela me serviría para otra cosa.

El apartó su vista volviendo a centrarse en su tarea, el bebé al fondo gritaba con aún más fuerza, mientras su madre si ningún éxito lograba callarlo, empezó a escuchar como ella le suplicaba al niño que por favor dejara de llorar, ya incluso ella con el rostro enrojecido por estar llorando.

Y luego, solo se escuchó del impacto de la mano de su padre contra su madre. Había vuelto a golpear.

— Te dije que lo callaras, maldita perra.

Se terminó yendo escaleras arriba. El bebé seguía llorando, Jay se levantó corriendo a ayudar a su madre, su mejilla había adquirido un rojo intenso, la mano de su padre había quedado marcada en su mejilla, el rápidamente corrió a la cocina por hielos.

Pero cuando regreso a la sala para ayudarle con el hielo, su madre le tiró el hielo al suelo dejando a Jay bastante confundido, se quedó quieto, más bien paralizado, su madre le miraba con unos ojos llenos de ira.

— ¡Deja de mirarme con lástima! — le gritó — Solo eres producto de una violación, no quiero tu lástima.

Jay retrocedió, su madre siguió llorando ahora sin importarle en callar sus sollozos, miro al bebé en sus brazos aún llorando.

— ¡Callete, por dios! ¡Cállate! Tampoco a ti quise traerte al mundo, ahora cállate.

Su madre se veía tan lamentable, llorando en mitad de la sala implorando que se callara el bebé en sus brazos, llena de moretones y raspones, llena de desdicha.

Jay aún seguía petrificado en su lugar, su madre lloraba tal como esa vez, llena de dolor, impotencia y repudio, tal como esa noche en donde jugaron por última vez.

Recordaba haber salido del ropero para ir a buscar a su madre para decirle que ya no quería jugar, encontrando a su padre sobre su madre golpeándola en la cama mientras está lloraba y pataleaba por querer zafarse. Jay inmediatamente volvió a su habitación a encerrarse en el ropero.

A tan temprana edad había descubierto que los monstruos verdaderamente existían, y no eran como los cuentos relataban, era mucho peores a eso.

El bebé ya no lloraba. Vio como su madre lo había hecho callar al ponerle un cojín contra su cara, hasta callarlo, y el como pudo, salió corriendo de manera torpe de su casa.

Los monstruos eran humanos como él.

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