[ Introducción ]

⚠️La historia contiene escenas +18⚠️

Cómo cada 31 de Octubre, el barrio elegante a las afueras de Berlín conmemoraba "El día de Brujas", o cómo me gusta llamarlo, Halloween.

Varias familias poderosas se reunían en ese lugar para "compartir". (Aunque todos sabemos que solo van para criticar el vestuario del otro).

Pero quienes realmente se divertían eran los jóvenes, quienes esperaban ansiosos a que la gala terminara para largarse a un bar, embriagarse y bailar con su pareja.

—Estás tan candente, que el mismo lucifer se arrodillará al verte.

Las hermanas Ivanova eran un dúo... Bastante peculiar.

Por un lado tenemos a Lauren, la menor de la familia.
Tierna, dulce y risueña.
Le encantaba la sencillez, disfrutaba leer bajo el sonido de la lluvia, y amaba el Ballet con toda su alma.
Con tan solo 16 años había ganado torneos internacionales de danza, algo que sin duda alguna era del orgullo de su padre.

Pero por el otro lado...

Janneth, esta chica es lo contrario a su hermana.
Y aunque Lauren tiende a apoyar en su hermana en todo, ambas son cómo el agua y el aceite.

—Esta noche el cielo va a arder en fuego.

Janneth era lo que muchos padres denominan "Adolescente".

A ella le encanta salir de fiestas, beber y bailar hasta que los pies duelan.
No le tenía miedo al compromiso, pues muchas chicas de su sociedad se habían comprometido con tan solo 17 años, pero su caso era distinto.

Ella disfrutaba su juventud a su manera. Salir con chicos era lo de menos, pues ella se considera muy hermosa, lo importante era pasar una noche de puta madre.
Sin reglas...
Sin presiones...
Sin padres.

—Pues vete ahora, antes de que nuestro padre se arrepienta.

—¿No vendrás? —Preguntó con un tono de decepción, porque siempre era lo mismo.

—Tal vez otro día, Janneth.

La pelirroja mayor vestía un disfraz de Ángel.
No era el típico blanco con enormes alas.
No, era un disfraz único, típico de ella.

Pero no iba a dejar que su padre viera su vestido negro ajustado al cuerpo, sinó, jamás volvería a salir de casa.

Así que vistió un largo y ancho vestido de la edad media ( temática de esa noche ) y bajó para encontrarse con el resto de las familias, mientras su hermana escondía las otras partes del disfraz en su lujoso auto.

La noche iba a ser fantástica, hasta que su padre de embriagó.

Derek Ivanova era un hombre de carácter fuerte, y era muy respetado por la sociedad, pero tendía a hacer el ridículo cuando bebía demasiado.

—¿A dónde vas, princesa?

—Lejos de aquí —lo miró con asco— ¿Acaso no te ves? ¡Estás haciéndome ver en ridículo!

—¿Ridículo? —Preguntó sin paciencia— ¿Acaso no puedo hablar con los pretendientes de mi hija?

—¡No me jodas! —Bufó con ironía—.

—Dime... ¿Acaso hay alguien?

La respuesta era "No".
No había nadie que la hiciera sentir diferente. Aún cuando había pasado por "relaciones" con varios hombres y mujeres.

—Estás ebrio.

—Rosier decía...

—¡Mamá está muerta! —Chilló con enojo—. No está...

—¡No hables así de tu madre!

Y cómo cada vez que se embriagaba, Derek le dió una cachetada a su hija.

Le dolía admitir que su hija mayor era una copia exacta de su difunta esposa.
Pero lo que más despreciaba era su actitud.

Rosier Hank era la mujer más cariñosa que pudieras haber conocido.
Pero Janneth Ivanova era más fría que el mismísimo antártico.

—¡No irás a ningún lado —le apuntó con el dedo índice—.

—Ya no soy una niña...

—Pues comportarte como tal.

Y allí estaba la obra de teatro favorita de los invitados.

Cada reunión terminaba de la misma manera. Con golpes e insultos.

Derek tomó bruscamente del brazo de su hija mayor, pero el alcohol no le permitió analizar su agarre.

—¡Me lastimas!

La chica suelta su brazo, notando las marcas rojas de su piel.

Ésto era el límite para ella.

—Rosier... Lo siento...

—Vete a la mierda, Derek.

Esas fueron las últimas palabras de Janneth antes de salir del gran salón y huir en su auto.

La presión del momento hacía que tomara mayor velocidad, pero como el dinero lo pagaba todo, luego se encargaría de las multas.

Se dirigió al bar más lejano de su hogar. Sus planes se habían arruinado, pues cualquiera de ese lugar al que tenía planeado ir le preguntaría sobre su madre.
Eso era lo malo de salir con personas de tu mismo estatus.

—Vamos Janneth... No vamos a arruinar nuestra preciada noche.

Se alentó a sí misma antes de bajar al bar.
No lo conocía, pero había oído hablar de él.
Brindaban los mejores cócteles y tragos de la ciudad.
No habían restricciones para el uso de sustancias, y lo mejor para ella, sólo se podía entrar si tenías un antifaz.

—"Todo lo que ocurre dentro, jamás vuelve a salir" —Leyó en el letrero—.

Así que rápidamente le dejó su auto a algún encargado del lugar, se dirigió al baño y se cambió ese incómodo vestido.

Un vestido negro brilloso se apegaba a su figura.
Un collar le resaltaría el cuello.
Y las botas altas marcaban sus piernas de manera sorprendente.

—Este ángel de la noche va a buscar a su Lucifer.

Terminó de ponerse la aureola, y tomó un antifaz negro que detallaba sus carnosos labios rojos.

Estaba lista para todo.

—Un Martini —Pidió al cantinero cuando llegó a la mesa—.

Entre baile y chicas, las horas pasaron, pero nada le convencía.

Nada le llamaba la atención, aún cuando había todo tipo de hombres y mujeres.
Altos, morenos, rubios, era una variedad, pero ella quería algo que valiera la pena.

—El jefe le envía esto —el bar tender le da una botella de Whisky sumamente costosa—.

Janneth no iba a desaprovechar la oportunidad, aún sin saber quién se la enviaba.

Así que bebió, y bebió, hasta que la botella se había acabado.

Estaba sumamente mareada, y la música hacía eco en su cabeza.

—Sin duda alguna es el peor Halloween de mi vida.

—¿Segura que no quieres? —Preguntó una mujer morena mientras sacudía una bolsita con un polvo blanco.

—La vida no tiene sentido si no tomas algo de riesgo —Comentó otra chica, la novia de su acompañante.

—¡Viniste a disfrutar o a quedarte sentada como una aburrida abuelita! —Gritó la morena.

—¡Yo vine a disfrutar!

—¡Entonces toma ésto, inhala y acuéstate con el primer pendejo que se te acerque!

Por esto es que Janneth amaba salir a discotecas, porque hacía "amistades" con personas que jamás volvería a ver, y que la alentaba a hacer lo imposible.

Y tal cuál lo pidieron las chicas, Janneth lo hizo.

Puso el polvo en el mesón, tomó su tarjeta de crédito y lo dividió en dos franjas.

Primero una línea... Y luego otra.

Dejó de escuchar la música, y poco a poco la risa de las mujeres se hacían presentes.

—Venga, a mover el cuerpo.

La segunda jaló a Janneth a la pista.
"Right Round" de Flo Rida sonaba, y nuestra protagonista movía su cuerpo sensualmente.

Cuando la música iba por medio camino, sintió que necesitaba más de ese polvo, así que se alejó al pasillo más cercano que tuvo.

Ni siquiera ella sabía cómo es que se mantenía de pie.

—¿A dónde la prisa?

Un hombre alto de ojos negros y barba corta había chocado con ella.

—Busco a alguien con los sobres de la felicidad —Sonrió descaradamente—.

—Pues chocaste con el hombre correcto. —de su traje saca un sobre—, pero me temo que el precio es...

—¿Cuánto? —dijo la pelirroja buscando en su cartera algún fajo de billetes.

—No pretendo que me paguen con dinero.

—¿Qué quieres entonces?

—Una noche a solas.

La propuesta era tentadora, además de que el sujeto era sumamente guapo.
Traía puesto un traje negro que le hacía lucir de maravilla.
Y el antifaz... Maldito pedazo de plástico.

El hombre no dejaba ver su rostro, pero ella estaba convencida de todo.

Así que simplemente se lanzó a sus brazos en un beso profundo, quedando acorralados en la pared...
Un beso cargado de deseo.

Sus labios parecían estar conectados, pues se movían en sintonía.

La mano del hombre sujetó el rostro de la chica con el fin de evitar que salga corriendo, pero no era necesario, ella también lo deseaba.

Así que se limitó a bajar una de sus manos y tocó sus muslos.

El frío metal de sus anillos le daban una especie de electricidad al cuerpo de Janneth, y eso... Le fascinaba.

Inconscientemente elevó su pierna derecha para sentirlo más cerca, y el hombre no desaprovechó la oportunidad de tomarla.

—Aquí no, mi reina.

El hombre se separó de ella, y ante su confusión, la tomó de la mano, la jaló a las escaleras ocultas y la llevó a una habitación.

Ni siquiera esperaron a entrar cuando sus cuerpos volvían a estar juntos.
Sin despegarse, ambos cerraron la puerta y reanudaron su juego.

El enmascarado dañó las tiras del vestido de la chica, y se las quitó con tanta fuerza que llegaron a rasgarse.

—Las reglas las pongo yo.

Janneth tumbó al hombre a una silla, y empezó a bailar sensualmente.
Ella sabía mover sus caderas, y mientras se mordía el labio, se quitaba lentamente el vestido al ritmo de la siguiente canción, quedando solamente en ropa interior.

El hombre no podía más, necesitaba tomarla... Hacerla suya.

La pelirroja se sentó sobre su regazo, ubicando sus piernas en cada costado. Y empezó a moverse como a él le gustaba.

Ni despacio, ni rápido, era el meneo de caderas perfecto.

Ubicó sus manos en su cintura y la ayudó con su tarea.
La erección era visible, y sin más, empezó a quitarse el cinturón, la camisa, y los pantalones.

El hombre introdujo su miembro en la entrada de la chica, haciéndolas gemir de placer.

—Estás jodidamente mojada y exquisita. Sólo para mí.

La chica empezó a dar ligeros saltos, a la vez que arañaba su espalda.
El hombre repartía besos en su clavícula, bajando lentamente a sus senos.

Ella hizo su cabeza para atrás al sentir cómo sus pliegues apretaban el duro miembro del sujeto.

Afuera, y adentro.
Era la mejor sensación del mundo para ella.
Y aunque en un inicio le dolió, llegó a acostumbrarse en cuestión de segundos.

El chico continúo masajeando sus senos, hasta que tomó sus glúteos, apretando de ellos para luego tomarla de la piernas y llevarla cargada, directamente a la cama.

Ambos estaban excitados, y no podían parar.
No querían.

El hombre abrió las piernas de su acompañante apenas ella había caído a la cama, e introdujo dos de sus dedos.
Luego, empezó a moverlos, generando nuevos gemidos.

—Joder...

—¿Quieres que me quite los anillos?

—No... Ah...

—El placer está en sentirlos dentro.

El sujeto quitó sus dedos y volvió a besar sus labios.
Aprovechó que la chica había puesto sus manos al costado de la cama para morderle a oreja, bajar por su mejilla y volver al lugar que se había convertido en su favorito, su cuello.

—No te muerdas el labio... Maldita sea.

Como respuesta, el hombre volvió a introducir su miembro dentro de ella, gruñendo al sentir su humedad.

—Un placer conocerte... —Sonrío con picardía—.

—Sé cómo te llamas, pero ahora quiero que grites mi nombre.

—Y... ¿Cuál es?

—Llámame Alexander.

—De acuerdo, Alex...

Ni siquiera pudo completar su nombre, porque la había hecho gemir.

Arqueó un poco su espalda al sentir cada estocada... Cada movimiento de sus manos.

—No voy a parar ahora.

—Nunca te pedí que dejaras de hacerlo.

Los papeles se volvieron a invertir, ahora ella tenía el control.
Estaba sobre él, y aprovechó para mover sus caderas sobre su pelvis.
Sus manos estaban en su abdomen ligeramente tonificados, y en acto de placer, subieron a su hombro, conectándose con sus hermosos ojos negros.

Aquellos ojos se convertirían en su perdición... ¿O en su salvación?

No lo sabía, pero de algo estaba segura, y es que no sería la última vez que lo vería.







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