[ Capítulo 10 ]

[ Alexander Fortescue III ]





Rusia.

El frío de aquel país era sumamente alto.
No bastaba siquiera con llevar dos abrigos, simplemente parecía que el clima te transpasaba como un huracán.

Era un país perfecto si de ocultarse se trataba.

—¿Tienes más caramelos?

Un pequeño niño caminaba tranquilamente por las instalaciones de aquel edificio, siendo acompañado por una dulce mujer pelirroja.

—Ese era el último —Responde—, pero no te preocupes, la siguiente vez te traeré más.

El niño bajó la cabeza en señal de asintimiento.

—¿Por qué mejor no nos vamos a sentar? —Propuso la mujer—.

El niño accedió por el hecho de que ella se veía un poco cansada, pues caminar con un bebé en brazos parecía un poco agotador.

—Lo bueno es que siempre está durmiendo cuando salimos —Sonríe la mujer—, no te imaginas lo inquieta que es Jann en casa.

Por simple curiosidad, el pequeño se acerca a la bebé, quién dormitaba en los brazos de su madre.

—¿Alex, si te llego a pedir que guardes un secreto, lo harías?

El niño asiente.

—Ahora estás muy pequeño para entenderlo...

—Ya soy grande —Le interrumpe—, tengo 5 años.

La mujer sonríe notando que el niño había levantado solo 4 dedos.

—Papá dice que soy muy inteligente, y que actúo como un adulto en algunas ocasiones, pero sé que puede confiar en mí, señora Rosier.

—De eso no hay duda, muchacho.

El niño sonrió con orgullo.

—Verás... El favor que te voy a pedir, no se lo puedes contar a nadie.

—¿Ni siquiera a papá?

—Lo pensaremos luego —Analiza—.

La mujer acomoda a su hija entre los brazos, cosa que hace que la niña mueva la mano hacia su pecho.

—Alex, si algún día no llego a estar... Quiero que cuides de ella.

—¿Se irá de viaje?

—Hmm... Sí, quizás pronto tenga un viaje —Miente—, y sabiendo que eres todo un caballerito, ¿Puedo confiarte a mi hija?

Rosier sabía que Alexander era apenas un niño, y su mirada no era más que una mezcla de emoción y miedo.

—¿Por qué yo?

—Porque sé que lo harás bien.

La mujer levanta una mano al aire, y un empleado llega con el choque de la pequeña.

Cuidadosamente depositó a la niña dormida, y se dirigió al niño apenas el empleado se retiró.

—Quiero que guardes esto.

Rosier abre un poco su abrigo para sacar de él un hermoso collar, el cuál era una joya de la familia de su esposo.

—Papá también tiene muchos collares —Comenta con ánimo mientras ella se lo da—.

—Este es especial. Y me gustaría se lo dieras a mi hija.

—¿Ahora? —El niño se mostraba un poco confundido—.

La mujer suelta una risa.

—No mi niño, cuando sean grandes, y creas que el tiempo por fin ya llegado.

Alexander guardó aquel collar entre su abrigo, recordando entonces algunas de las conversaciones de su familia.

—¿Quieres que me case con ella?

La pregunta dejó en shock a la mujer, quién giró su cabeza hacia su hija, para luego ver al niño a su lado.

—¿Por qué lo preguntas?

—Oí a mis padres hablar de ello durante la cena de ayer... Dijeron algo sobre... ¿Qué era?

Hank sonrió casi al instante.

—Eres muy curioso por lo que veo.

—Me gusta saber lo máximo que puedo. Aunque en parte es porque estoy aburrido.

—¿Y te gusta?

—No me gusta estar aburrido, papá dice que mamá no puede tener más hijos, y que eso es lo que causa mi curiosidad, pero...

—No me refería a eso.

—¿Entonces a qué?

—¿Te gusta Janneth?

El niño dirigió su vista hasta la carretilla.

—¡No!

La mujer soltó una carcajada que posiblemente hubiera contagiado al resto si es que hubieran oído aquella conversación.

Obviamente no tenían edad para ello, ni siquiera estaba en los planes de su esposo buscar a un futuro candidato para continuar su linaje.

—¿Prometes cuidar a mi hija, pequeño Alex?

—La cuidaré con mi vida —Sonrió sin entender mucho a qué se refería—.

De pronto el ambiente de la escena empezó a cambiar.
Los cuadros y ventanas dieron múltiples vueltas, y de pronto el niño cayó de rodillas al suelo, lastimando su cuerpo.

Miró sus manos... Su traje color marfil embarrado de sangre.

Aquella persona levantó su vista al espejo que se encontraba a su costado, notando que aquel niño se había transformado en un hombre.

Con mucho cuidado se levantó, pero un nuevo quejido lo alertó.

—Alex...

Alexander intentaba levantarse... Realmente lo intentaba, pero su cuerpo parecía estar pegado al suelo.

—No... Por favor... No te vallas...

Cuando al fin había llegado hacia la pelinegra, ella tartamudeó.

—Hiciste una promesa...

—¡Anne!

Pero Alexander no había llegado a tiempo... Había visto morir a su hermana.

Entonces lloró, buscando aquel miserable que se había atrevido a tocarla.

Y entonces la vió.

La mano de su hermana señalaba a otro lado de la habitación, y había tardado mucho en darse cuenta.

—¡Janneth!

Con la poca fuerza que su cuerpo parecía tener, se arrastró hacia aquella pelirroja.

Su mirada estaba perdida.
Ya no estaba aquel brillo color miel que le causaba muchas sensaciones.

Ella ya no estaba.

Una mano contenía el cuchillo que descansaba en su estómago.

Mientras en la otra, un collar plateado deslumbraba entre el líquido escarlata que lo envolvía.

—La mataste.

Alexander trató de tocarla... De sentir una pequeña pizca de esperanza...

Pero de pronto los cuerpos de ambas chicas desaparecieron, dejando a una única persona frente a él.

—Ni siquiera fuiste capaz de cuidar a tu hermana.

—¡Cállate!

—No pudiste darle el collar.

—¡Basta!

—Y siempre llegas tarde.

El otro sujeto corrió hacia la salida, y Alexander lo siguió.

Aún cuando su cuerpo estaba lleno de sangre.
Aún cuando las piernas le dolían.

Iba a atraparlo.

Pero el sujeto volvió a desaparecer frente a su panorama, y vió otra vez a las chicas.

Pero esta vez, ambos cuerpos estaban atados en una silla.

Intentó acercarse, sintiendo un enorme vacío en su pecho al ver sus incoloros cuerpos.

Y luego, ambos cuerpos abrieron los ojos.

—¡Lo siento!

Alexander Fortescue III se levantó de un enorme susto de su sueño.

O más bien, pesadilla.

Se dice que los sueños son muestras de nuestras vidas.
Muchos creen que son cosas que ocurrieron en nuestras vidas anteriores, otro, en cambio, creen firmemente que se trata de un universo alterno, dónde lo que sueñan se está cumpliendo en otra parte.

Hacía mucho tiempo que Alexander no tenía esa pesadilla.
Y aunque siempre terminaba igual, esta tuvo un cambio.

Esta vez, Janneth estaba allí.

El hombre pasó ambas manos sobre su cabello, soltando un grito de frustración ante semejante recuerdo.

Haría pagar a aquellos que le hicieron daño.

Sobre todo a él.

Cada uno de sus enemigos estaban cayendo, y con eso le daba aviso de que iría tras él a cobrar su venganza.

Entonces se levantó de su cama, tomó una ducha con el fin de despejar su mente, y se encaminó hacia su oficina.

Sabía que Janneth estaba segura en la Mansión, pero aquella burbuja de plata estaba por estallar pronto.

—¿Me mandaste a llamar?

—Toma asiento.

Dominic hace caso a su amigo, mientras nota su cara de preocupación.

—¿Han vuelto? Los sueños han vuelto ¿Cierto?

Alexander se limitó a cruzar sus manos sobre la mesa y mirar hacia la pared por unos segundos.

—Es hora.

—¿Crees que está lista? Digo... No pretendo ofenderla... Ya me ha demostrado que ha mejorado... —Empezó a hablar—. Pero ambos sabemos que nadie está listo para eso.

—Tengo mis dudas, pero creo que ya es demasiado tarde... Hemos alargado mucho esta situación.

—¿Hablarás con tu padre?

—Él está al tanto de todo, así que no habrá problemas, si es lo que te preocupa.

—Entiendo.

El rubio asiente ante las órdenes del pelinegro.

—Tienes tiempo para pensarlo mejor... ¿Por qué no simplemente le dices y ya?

—Porque debe hacerse a la manera de Rosier —Sobrepiensa—. Además... Nos vendría bien un poco de atención.

—De acuerdo —Dominic se levanta—, pero que conste que te lo advertí.

—Confío en mis hombres —Lo imita—. Confío en el plan... Confío en que ella lo hará... Y confío en ti.

—Que así sea.

________

—¿A dónde iremos esta vez?

Janneth se encontraba ansiosa por saber qué nuevo plan tenía Alexander.

Aún recordaba el alboroto de Alison al llegar a su habitación con un lujoso vestido plateado, adornado con pequeñas lentejuelas en la abertura de su espalda, y varios pares de tacos.

—Créeme, te fascinará.

Alexander caminaba con firmeza entre el estacionamiento, mientras envolvía la mano de su acompañante entre su brazo.

Evitaba reír, realmente lo intentaba, pero le generaba gracia la mirada curiosa de su acompañante.

—¿De qué te ríes?

—No me río.

—¿Entonces?

—Simplemente luzco la belleza de quién me acompaña.

Janneth se sonrojó notablemente, mientras se embarcaron en el ascensor.

—¿Ahora sí me dirás lo que tienes preparado?

—Quiero que lo descubras por tu cuenta.

El ascensor dió lugar a una sala realmente lujosa.

Un restaurante estaba completamente sólo para ellos.
Las mesas estaban adornadas con flores de todos los tipos, y varias copas y vinos descansaban sobre las mesas.

—Bienvenido, señor Fortescue —Les saluda un mesero—. Señorita Cirene —Se inclina para hacerles una reverencia—.

—¿Qué es este lugar? —Pregunta la pelirroja sin despegar su mirada de las pinturas y esculturas del lugar—.

—Es mi lugar favorito —Sonríe—, y espero que también se convierta en el tuyo.

—Por favor, pasen a su mesa.

El mesero los lleva hacia una mesa cerca de un ventanal, la cual dejaba a su vista la hermosa ciudad.

—Bienvenida a El Palacio de Versalles.

Él sabía que Derek jamás había traído a sus hijas este lugar.
Porque no soportaría revivir nuevamente aquel trágico momento.
Y se contempló a admirar la emoción de la mujer frente a él.

Entonces recordó lo feliz que se ponía su madre cada vez que reunía con Rosier en este lugar, y la mirada brillante de ambas mujeres estando lejos de su tierra natal.

—Es... Es...

—Perfecto.

Alexander levantó su mano, mientras un equipo de músicos subió a la pequeña tarima y empezó a tocar.

—¿Qué te gustaría cenar?

—Hmm... Lo pensaré.

—Tómate tu tiempo. Aún nos queda mucho tiempo.

Con suerte, su plan estaría dando resultados, al mismo tiempo que su padre trazaba los detalles finales.

Aguardaron unos minutos antes de pedir la comida, y entre la espera, él la invitó a bailar.

El lugar estaba vacío, y ellos eran los protagonistas de la noche.

Alexander rodeó sus brazos alrededor de su delicado cuerpo, tratando de memorizar cada fracción de la chica.

Ella simplemente se perdía en sus ojos, cómo la primera vez que lo vió en aquel bar.

Cómo si lo hubiera visto desde mucho antes de concierto.

La música tenía sus paradas, pero ambos estaban tan enfrascados en su propio mundo que aquello parecía no importarles.

Entonces lo recordó.

Alexander se despegó lentamente de su acompañante, sintiendo una especie de temor en su cuerpo.

—Tengo algo para ti.

Janneth miraba atentamente cada uno de sus movimientos, y el aparente cambio de humor del hombre que tenía frente a ella.

—Quiero que lo guardes como si fuera tu vida.

Y lo hizo.

Alexander sacó de su traje una caja de terciopelo, el cual contenía el collar de la antigua amiga de su madre.

La pelirroja sonrió al ver el gran detalle de su anfitrión.

—No tienes por qué hacerlo.

—Es cierto. Pero quiero hacerlo... Lo necesito.

La mirada de ambos se concretó profundamente.
El brillo miel de la mujer y los oscuros ojos negros del hombre se fundieron en uno solo, cómo si se tratase de una explosión de constelaciones.

Fortescue tomó el collar en sus manos, mientras la pelirroja acomodaba su cabello para que él pudiera ubicarlo en su cuello.

Depositó un beso alrededor de su cuello mucho antes de abrochar el collar, provocando escalofríos en la joven.

Bruscamente giró su cuerpo, la rodeó con sus brazos y la besó.

Aquel beso era diferente, y ambos lo sabían.

Y aunque seguía cargado de lujuria y deseo, no se despegaron hasta que el aire les faltó.

Le quedaba poco tiempo.
Debía hacerlo.

Ya era tarde para arrepentirse... Demasiado tarde.

—¿Ocurre algo? —Preguntó finalmente la pelirroja—.

—¿Por qué lo dices?

—Hoy te noto diferente... No lo sé.

—Voy a decir algo de lo que tal vez me arrepienta luego, pero espero puedas entenderlo.

Janneth lo miró confundida, mientras él se volvió a pegar a ella.

—Eres como el cielo, porque están tan cerca... Y tan lejos de mí.
Eres inalcanzable para todos, pero yo estoy dispuesto a escalar una pared hecha netamente de espinas de rosas gigantes sin miedo a cortarme... Porque eres el trofeo que anhelo alcanzar.
Quizás no sea el indicado para tenerte, pero jamás me arrepentiría de haberte querido. Jamás.
Porque tienes mi devoción, y yo tu cuerpo.
Pero... ¿Podré algún día tener tu corazón?

Alexander no podía decirle la verdadera noticia... Y no entendía por qué.

Entonces se atrevió a expresar sus sentimientos, aún cuando quizás no fueran correspondidos.

—Tú tienes el don de controlarme, y con ello puedes controlar todo a tu paso. Aún si lo que deseas es imposible.
Tienes el mundo a tus pies.
Y el día que quieras renovar el contrato, sólo bastará con quemar mi cuerpo con tus deliciosos labios.

Y volvió a besarla, pero esta vez, sabiendo que sería la última ocasión que lo haría.

La adrenalina recorrió ambos labios, al igual que el tiempo por fin dió por finalizado.

—Quiero estar a tu lado —Janneth despegó ligeramente sus labios—.

—Demuéstralo.

—¿Cómo?

Y entonces los vidrios estallaron.

Cómo acto de reflejo, Alexander bajó a Janneth hacia el suelo y la envolvió con su cuerpo, temiendo que algún trozo de vidrio o bala le cayera encima.

El tiempo se había agotado.

Varios pasos retumbaron el lugar, obligando que ambos se levantaran.

—Huye.

—¿Qué...? ¡No!

—Vienen por nosotros, pero solo tú puedes salvarte.

Aunque él sabía que era mentira.

—¡No! ¡Nos iremos juntos!

—No hay suficiente poder en el mundo para separarnos... Recuérdalo siempre.

Nuevos disparos llegaron al lugar, pero cesaron con una nueva voz.

—¡Aleja tus manos de la chica!

A Alexander no me quedó de otra más que dejarla ir, temiendo que aquella luz roja que apuntaba su frente cayera sobre ella.

Y odió haberle pedido a Dominic que no estuviera allí para ayudarlo.

—Agentes alemanes, ordenamos su cooperación y detenimiento voluntario.

—Vamos a escapar —Le propuso a lo lejos—.

—No hay tiempo Janneth, no hay tiempo.

—¡Ivanova! ¡Fortescue! —Gritó alguien—. ¡Los tenemos!

Y aquella voz generó escalofríos tenebrosos en ambos, aunque fue por diferentes motivos.

Todo el silencio se formó en ese instante, al igual que el miedo invadió sus sistemas nerviosos.

—¡Janneth!

Derek Ivanova corrió a socorrer a su hija, temiendo que algo malo le había ocurrido.

—¿Estás bien? ¿Te hicieron algo?

¿Desde cuándo Derek era atento con sus hijas?

—No...

—No sabes lo que hemos pasado —Su padre se atrevió a abrazarla—. No sabíamos si estabas vivas.

Pero Janneth no decía nada.

—¡Fortescue! ¡Viejo amigo!

¿Viejo amigo?

—Quita mi nombre de tu maldita boca, Coulson.

—¿Por qué? —Joel entra en la escena—. Dame una razón.

—Vas a pagar lo todo lo que has hecho.

Aún con varias armas apuntándole le escupió a los pies, demostrando que no le temía.

Joel soltó una risa de sarcasmo, y miró a la desconcertada pelirroja.

—Tantos sacrificios... ¿Por ella?

—Tenemos diferentes motivos, tú, por ejemplo, quieres volver a tener una nueva víctima entre tus brazos.

Coulson cerró sus manos en un puño y le dió un golpe en la mejilla.

—¡Déjalo!

Derek se vio obligado a retener a su hija mayor entre sus brazos cuando se propuso ayudar al pelinegro.

Joel volvió a propinarle otro golpe, pero esta vez Alexander también lo golpeó.

—¡Alexander!

—¿Qué te han hecho? —Su padre la toma entre su rostro con mucho cuidado—. ¿Qué te han hecho?

—Suel... Suéltame... ¡Lo lastima!

—¿A quién le importa? Es un cero a la izquierda...

—¡Pues a mí sí me importa!

Aquello generó de Joel parara, y Alexander sonrió triunfante, aún cuando de su boca caían hilos de sangre.

Ambos socios se miraron con preocupación, y Janneth aprovechó para correr hacia él.

—¡Un paso más y ordeno a mis hombres que le den un tiro frente a tí!

Aquella amenaza hizo que la pelirroja se detuviera en seco.

¿De verdad había estado tan ciega?

—Joel, no te atrevas... —Intentó amenazarlo—.

—¡Oh, claro que puedo! —Soltó una risa—. Soy el jefe aquí. Soy mejor que todos los presentes en este lugar.

—Menos de mí, claro está.

—Callarte la boca sería más fácil con una aguja e hilo.

—Deberías intentarlo tu también, no dices más que tonterías.

Entonces Derek sacó el arma que guardaba en su cintura y apuntó a la frente del joven.

—¿Ya tiene mi dinero, Derek? —Alexander se atrevió a desafiarlo con el arma apuntándole—. No puedo esperarlo toda la vida.

—¿Dinero? ¿De qué habla?

—Nada hija... Nada —Responde con nerviosismo—.

—¿No lo sabes? —Mira a la pelirroja—. Tu padre tiene muchas deudas, y parece que ha quedado en bancarrota.

—Ninguna de mis deudas te involucra. Ni a tí, ni a tu asquerosa familia.

—Yo no contaría con eso.

Descaradamente de guiñó el ojo, provocando más su furia.

—¡Llévenselo! —Ordenó Joel cansado de tanto drama—.

—Si se lo llevan... Deberán llevarme a mí también.

—A tí te llevaremos a otro lugar —Soltó Derek finalmente con odio, sin despegar la vista de su presa—.

—No pueden juzgarlo... No tienes pruebas o casos contra él.

—En realidad sí.

—¿Ah, si? ¿Y de qué? —Preguntó la pelirroja con sarcasmo—. ¿Por secuestro? Porque déjame decirte que tuve oportunidad de huir, sin embargo no lo hice...

—De matar a tu madre.

Derek bajó su arma mientras varios escoltas se llevaban a Alexander.

—Mientes.

Entonces ambos se miraron fijamente.
Padre e hija se desafiaron con la mirada.

—¿Tienes dudas? ¿De verdad crees que mentiría?

—No es cierto. Mientes.

Para sorpresa de Janneth, Joel reía, mientras ninguna palabra estaba saliendo de la boca de Alexander.

—¿Por qué mejor no le preguntas personalmente?

Derek tomó por el brazo a su hija e hizo que encarase al hombre pelinegro frente a ella.

—¡Díselo! —Joel le amenazó—. ¡Cuéntale la verdad!

Y cuando Alexander estuvo a punto de decir que él jamás habría hecho algo para hacerle daño, vió la luz de un arma en la frente de su chica.

Joel lo miró con amenaza, advirtiendo de que, si decía algo, Janneth sería la verdadera víctima del francotirador.

Y entonces, sólo por esa noche, Alexander se rindió.

No iba a permitir que una bala la matara.

Nadie se atrevería a tocarla mientras él siguiera vivo.

—¿Lo... Lo hiciste...?

Los ojos de la pelirroja se llenaron de lágrimas, a la vez que una gran decepción la invadió.

Había confiado ciegamente en él.

—Alexander Fortescue es el único y verdadero asesino de Rosier Hank.

Aquellas palabras causaron que Janneth finalmente llorara.

—¡Él la mató! —Gritó Derek—. ¡Él lo hizo! Y debe pagar por ello.

Entonces Janneth se atrevió a mirar a los ojos a Alexander, notando que no se defendería.

Y que quizás todo era verdad.

—Llévenlo a las instalaciones de Alemania —Ordena el joven Coulson—. Este... Sujeto... Debe pagar por sus actos.

Y Alexander no protestó, no hasta que aquella luz roja dejó la frente de la joven, aún sabiendo que ella lo detestaría sin razón válida.

Y guardando la esperanza de que algún día ella viera los archivos de aquel collar.


N/A: Ey, ey, ey. Parece que la bomba por fin ha explotado.

Este capítulo tiene mucha relevancia para la historia, así que espero lo hayan disfrutado.

¿Qué creen que ocurra luego?

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