CAPÍTULO 5
Lo prometido es deuda: aquí tenéis los dos capítulos de vuestra historia favorita. Gracias por vuestra espera y por todos los ánimos que me habéis estado dando hasta ahora. Nos vemos pronto y ¡feliz Navidad!
~ La Pulga.
<< ¡Qué haré si tienes tus ojos muertos a las luces claras, y no ha de sentir mi carne el calor de tus miradas! >>
FEDERICO GARCÍA LORCA
(POV Luffy)
¿Escuchas la lluvia rompiendo contra las ventanas? ¿Oyes cómo agoniza el viento y suspira tu nombre?
¿Has visto las nubes que opacan el cielo? ¿Has sentido el frío del suelo en tus pies descalzos?
Aquel día no estabas especialmente hablador, aunque ambos sabemos que conversar nunca ha sido tu fuerte. Por eso yo tampoco dije nada; te besé la mandíbula y seguí acariciando los tatuajes que te encriptaban el pecho.
Habíamos amanecido abrazados, compartiendo la misma cama y el mismo beso de la noche anterior. Pero por mucho que te estrechara contra mi cuerpo, sentía que no podía retener tu alma conmigo. Y es que tu mente andaba perdida en las profundidades de tus recuerdos, desenterrando sentimientos del pasado que amenazaban con arrancarte las lágrimas de los ojos. Y eso, lo quisieras o no, podía notarlo, y compartía la presión que te oprimía el pecho y te quitaba el aire.
Nunca me hablaste de tu pasado, aunque en realidad nunca hablabas de nada, pero yo sabía que librabas batallas internas con tus sentimientos. ¿Qué era lo que te quitaba el sueño?
Me besaste y tus labios me sacaron de mi ensimismamiento para devolverme a la cama en la que nos encontrábamos, a nuestro pequeño momento juntos.
<< ¿Hay algo que te preocupe, Mugiwara-ya? >> preguntaste, y el plomo de tus ojos pareció estar a punto de envenenarme.
Negué con la cabeza y me recreé en la forma en la que tus músculos se contraían al tacto de mis caricias, en la manera en la que te mordías el labio inferior y cómo un fuego candente se encendía poco a poco en tus ojos.
Yo ya estaba acostumbrado a esa mirada, y mi entrepierna recordaba perfectamente lo que significaba aquella sutil indirecta de tus orbes grises. Te colocaste sobre mí con una elegancia casi teatral, como si ya hubieras practicado ese movimiento un millón de veces antes, abordaste mi boca y explorarte mi interior con la calidez de tu lengua mientras una de tus manos bajaba hasta mi miembro y se humedecía de mí.
Nunca me cansaré de recordártelo, querido pianista: ninguna pieza es capaz de interpretar lo bien que sonamos juntos.
Adoraba cada centímetro de tu cuerpo y me permitía contemplarlo por cada beso que te daba. Adoraba la forma de tus músculos y los tatuajes que tenías en la espalda. Y aún así, seguías tomándome por necio y estúpido.
¿De verdad pensabas que podías ocultar las cicatrices de tu corazón? Quizás fueras buen músico, pero no tan buen actor.
Tú lo sabías, y al poco te vestiste, cerraste la puerta de mi corazón y me devolviste las llaves.
<< Ya nos veremos >> declaraste.
<< ¿Crees que dejaré que te marches? >>
<< Es complicado, y lo sabes >> refutaste.
<< Hay alguien más, ¿verdad? >>
Tú no me miraste.
(POV Sanji)
Le supliqué a Nami que nos fuéramos del local, pero ella ya le había echado el ojo a un moreno sin igual. Estaba bueno, lo admito, pero no hubiera abandonado a mi amigo por un tío en cuyos pantalones se le marcaba demasiado el pito.
<< Nami, tenemos que irnos >> le supliqué al oído.
<< Diviértete un poco, Sanji; aquí los tienes de tu tipo >>.
Se giró con un movimiento magistral, el tipo le rodeó la cintura con un brazo y tomaron asiento en el fondo del local.
<< Mierda >> maldije, << ahora me tendré que aguantar >>.
<< Ey, rubio, ¿no te apetece bailar? >>
Me giré y mi mirada se topó con la indiferencia de tus ojos y la inseguridad de tus movimientos; ¿desde cuándo te tocabas tanto el pelo?
<< Prefiero descansar de ti >>.
<< Me temo que no estás en el lugar correcto >>.
¿Eras gilipollas, o de los imbéciles el más experto?
<< Que te jodan, Zoro. Estoy harto de tus tonterías >>
Quise volverme, pero me sujetaste firmemente por la muñeca y me estrechaste contra tu cuerpo. El olor a alcohol de tus labios me embriagaba.
<< Dame un beso y olvidemos lo ocurrido en la cama >>.
Y ahí estaba Roronoa Zoro, el conquistador.
Yo te separé de mí de un fuerte empujón, y como no vi a Nami por ningún sitio, me decanté por salir del salón. Tu me seguiste con una inquebrantable determinación, y cuando anduvimos unos quinientos metros me giré para gritarte, sin contemplación.
<< ¡Déjame en paz, maldito acosador! Un día la víctima es Luffy, ¿pero por qué precisamente hoy tengo que ser yo? >>
Me observaste con la mirada de un niño descubre a un perro herido en la puerta de su casa.
<< ¡Olvídate de mí! ¡Ya no quiero ser tu remedio al alcohol! >>
<< Pero Sanji, yo... >>
La rabia que sentía era incondicional, pero ambos sabemos que quien había provocado aquella situación, era yo; desde el primer momento mi respuesta debió haber sido "no".
<< Ojalá nunca te hubiera abierto la puerta de mi corazón >>.
Tú desviaste la mirada y apretaste los puños en los bolsillos de tu pantalón.
<< No quería decirte eso ahí dentro >> dijiste, y señalaste el local con la cabeza. << Solo quería que supieras que eres la única inspiración de mis piezas >>.
Yo fruncí el ceño, pero ya no estaba tan enfadado: ¿alguna vez has comparado el arte de tu música con algún ser humano?
Te acercaste un poco, y yo no hice ademán de alejarme, aunque tampoco era plan de permitir que me asaltases. Aparté la mano cuando intentaste tomarla entre las tuyas; mi rencor hacia ti no desaparecería con unas palabras sacadas del fondo de una botella de ron.
Rehuiste mi mirada con la cobardía que se espera de un hombre que no es capaz de enfrentar sus problemas, te pasaste de nuevo una mano por el pelo y sonreíste levemente, un gesto de anhelo.
<< He sido un capullo contigo >> reconociste, << pero necesito que vuelvas al Conservatorio y que toques esa pieza con la que me conseguiste >>.
<< Estás siendo un poco egoísta, ¿no te parece? >>
<< Solo dame otra oportunidad y deja que te recompense >>.
Sabías que ser severo no era mi fuerte, y que me moría por perdonarte y volver a besarte. Pero aquello era algo que ya habíamos probado varias veces antes. ¿Por qué te empeñabas en repetir algo en lo que ya fracasaste?
Frunciste el ceño cuando te percataste de que las lágrimas habían acudido a mis ojos, suspiraste y me rodeaste con un brazo los hombros. Lo reconozco: echaba de menos el calor de tu cuerpo y el tacto de tus manos.
<< No volveré a hacerte daño >> aseguraste.
<< Te quiero, marimo estúpido >>
Y me abrazaste.
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